El libro de Hanna - Santiago García-Clairac - E-Book

El libro de Hanna E-Book

Santiago García-Clairac

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Beschreibung

El padre de César escribe la segunda parte de El libro invisible, pero de pronto se pone enfermo. Su hijo y la amiga de este, Lucía, emprenderán una carrera contrarreloj para que llegue a tiempo a la editorial y, al mismo tiempo, encontrarán algo que llenará sus vidas. ¿Hay algo más emocionante que la lectura de un buen libro? Una historia que pone de manifiesto la importancia de la amistad y el trabajo en equipo para la superación de las dificultades.

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Seitenzahl: 155

Veröffentlichungsjahr: 2012

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A Marinella Terzi

1

M

E llamo César Durango y estoy muy contento gracias a mi padre.

Papá es escritor de libros infantiles y juveniles y necesita cambiar de ciudad cada vez que escribe un libro. Y eso me obliga a cambiar de colegio, de barrio y de amigos... Y no me gusta nada. 

Pero hace algunos meses me dio una buena noticia: me dijo que ya no habría mas mudanzas ni mas viajes. Me aseguro que nos íbamos a quedar en esta ciudad para siempre. Y eso me gusto. 

Gracias a esa decisión es el segundo año que voy al mismo colegio, que vivo en la misma casa y que tengo los mismos amigos y amigas. Por eso estoy contento. 

Lo mejor de todo es que su última obra, El libro invisible, ha tenido tanto éxito que la editorial le ha pedido que escriba una segunda parte, que se va a titular El libro de Hanna. Creo que va a ser un buen libro de aventuras... Estamos todos muy contentos. 

Ahora nos encontramos en casa, cenando los cuatro juntos. Papá esta distraído y casi no ha hablado en toda la noche. Según tengo entendido es algo que les pasa a menudo a los escritores: se llama concentración. 

— ¿Qué tal va tu nuevo libro, papá? –pregunto. 

— ¿Qué? Oh, bueno... Hoy he tomado un montón de notas. 

Y para demostrarlo, saca unas cuantas hojas de papel de los bolsillos. Hay servilletas de bar, facturas, recortes de periódicos, hojas de bloc... 

—Y en la chaqueta tengo más –asegura–. Tengo muchos apuntes. 

—Pero... ¿ya has empezado a escribir la historia? –insisto. 

—Bueno, no hay prisa –dice mamá–. Todavía hay tiempo para terminar y entregar el libro. 

— ¿Cuánto tiempo queda? 

—Escucha, hijo, eso es lo de menos. Lo importante ahora es acumular ideas. ¿Comprendes? 

Muevo la cabeza para decir que no, que no comprendo. 

—Veras, antes de empezar a escribir un libro, es conveniente reunir muchas ideas –explica papá–. Y documentarse bien. Estoy leyendo libros de historias medievales y todo eso. 

— ¿Como hacen los historiadores? 

—Más o menos. 

—Pero tu historia es producto de tu imaginación –explico–. No te hace falta documentarte tanto, ¿no? 

—El libro de Hanna necesita mucha documentación –responde mamá–. Papá me ha contado que su historia esta basada en un hecho real. 

—La princesa Hanna es un personaje de fantasía –dice papá–. Pero quiero que se parezca mucho a la realidad. Por eso me cuesta mucho escribir la nueva historia. Pero lo conseguiré. 

Le miro sin decir nada. La verdad es que no entiendo lo que ocurre. Es como si pasara algo que nadie quiere contarme. Mi hermano Javier está sentado a mi lado, pero no dice nada. 

—Además, no hay que preocuparse, creo que dentro de poco estaré listo para empezar a escribir –asegura papá con una sonrisa forzada. 

—Claro que sí –le anima mamá–. Eres un buen escritor y estoy convencida de que harás un buen libro. 

—Tan bueno como el primero –afirma Javier–. ¿Verdad, César? 

—O mejor –respondo–. Las segundas partes pueden ser mejores que las primeras. 

—Claro, como La guerra de las galaxias, que cada película es mejor que la anterior. 

—Tengo lo más importante: las ideas –comenta papá–. Y os puedo asegurar que son muy buenas. Ya veréis que pedazo de libro voy a escribir. 

Hemos terminado de cenar y se levanta. 

—Ahora tengo que ir a mi habituación a ordenar todo este material –dice–. Es muy importante organizar las ideas para que no se pierdan. Buenas noches, chicos. 

—Buenas noches, papá –dice Javier. 

—Buenas noches, papá. 

Papá tiene una técnica de trabajo muy rara: durante el día escribe en bares, en restaurantes, en museos, en aeropuertos, en pizzerías... Escribe en cualquier sitio. Primero lo hace a mano y luego, por la noche, cuando llega a casa, lo pasa al ordenador. Pienso que es extrañó porque redacta dos veces lo mismo. Y yo, por mucho que me lo explique, no lo entiendo. Pero, en fin, cada uno tiene sus manías. 

Mamá coge el mando a distancia y enciende el televisor. 

—Creo que esta noche ponen una buena película –dice–. ¿Queréis verla? 

Efectivamente, acaba de empezar una película que se titulaBraveheart, que quiere decir corazón bravo o algo así y está interpretada por ese tío tan simpático que se llama Mel Gibson. 

—La pondremos bajita para no molestar a papá –sugiere mamá antes de salir del salón–. Yo voy a preparar algunas cosas para mañana. 

El protagonista es escocés y se llama Wallace. De niño, ve como su padre cae en una trampa de los ingleses. Entonces se queda huérfano y se va a otro país con un tío suyo a estudiar. 

—César, deberías ser un poco menos pesado con papá –me aconseja Javier de repente. 

— ¿Qué? 

—Que es necesario relajar a papá. 

— ¿Relajarle? Pero si está muy tranquilo con su nuevo libro. 

Cuando se hace mayor y vuelve a su pueblo, Wallace conoce a una chica y se casa con ella. 

—Hay que hacer que se sienta bien para que pueda escribir –dice Javier. 

—Yo hago todo lo posible. 

Los ingleses matan a la mujer de Wallace. Entonces se rebela y empieza la guerra contra ellos. 

—Papá nos necesita más que nunca. Debes recordar que, al fin y al cabo, se ha quedado en esta ciudad por nosotros. Sobre todo por ti. 

Wallace pide ayuda al rey de Escocia. 

— ¿A qué te refieres? 

— ¿Sabes que papá casi no sale a trabajar? 

Wallace y el hijo del rey escocés se entrevistan pero no llegan a ningún acuerdo. Aunque los dos son escoceses, no se entienden... 

— ¿Que quieres decir? –pregunto un poco alarmado. 

—Pues eso, que hace unos días que no se levanta y se queda casi todo el día en la cama. 

—Pero si acaba de decir que... 

—Le está costando mucho escribir este libro. Ten en cuenta que es la primera vez que escribe dos libros en la misma ciudad. 

—No digas tonterías. Me prometió que no habría problemas. Dijo que le gustaba quedarse aquí. 

—Papá está un poco deprimido y casi no sale de casa... Y tú le presionas –explica. 

—No exageres. Creo que fue muy valiente cuando decidió quedarse a vivir en esta ciudad. 

—Lo ha hecho por ti. 

El rey de los ingleses tiene un hijo cobarde, incapaz de gobernar. No sabe enfrentarse a Wallace que es un valiente. 

— ¡Pues yo no quiero cambiar otra vez de ciudad por culpa de los libros! –le explico. 

— ¡Es escritor! ¿Entiendes? 

— ¡Y yo quiero llevar una vida tranquila! ¡Quiero tener los mismos amigos! ¡Me lo ha prometido! 

Wallace ha reunido un gran ejército y se dispone a luchar contra el rey de los ingleses. 

Mamá ha oído los gritos y entra en el salón: 

— ¿Pasa algo? 

—No, solo estábamos hablando –responde Javier. 

—Sí, eso... Hablando. 

—Pues procurad no gritar mucho, que vuestro padre está trabajando. 

Nunca he visto a mamá tan nerviosa. Ella jamás nos regaña ni nada. 

Wallace pierde la batalla. 

El teléfono está sonando. Mamá lo coge y unos segundos después me dice: 

—César... Es Lucía, quiere hablar contigo. 

—Gracias, mamá –digo mientras me levanto. 

Lucía es mi compañera de pupitre y dice que cuando sea mayor, será escritora. Ha ganado un concurso de cuentos en nuestro colegio y todo el mundo dice que escribe muy bien. El caso es que Lucía y yo tenemos algunos planes de futuro; no es que vayamos a casarnos y eso, no, es otra cosa: vamos a montar una editorial. Ella será escritora y yo le publicare los libros. La idea es suya, pero a mí me parece muy buena, por eso la he aceptado. 

— ¿Lucía? Hola... 

—Hola, César. ¿Has escuchado mi mensaje? 

— ¿Mensaje? ¿Qué mensaje? 

—Te he dejado un mensaje en el contestador automático, pero ya no tiene importancia. Puedes borrarlo si quieres... ¿Estás viendo la película? 

—Sí, y me gusta mucho. 

—A mí también. Es histórica y todo lo que cuenta sucedió de verdad. Wallace existió de verdad... y su mujer también. Es una preciosa historia de amor... 

— ¿Que dices? 

—Pues eso, es la historia de una chica que se casa con un hombre valiente que está loco por ella y luego, cuando ella muere, el solo piensa en vengarla. 

— ¿Queeee? ¿Qué dices? 

—César, me parece que no has comprendido la película. 

— ¡Claro que la he comprendido! Es la historia de un hombre que quiere vengar a su padre y liberar Escocia! 

—César, de verdad, es que no te enteras de nada... Eso es lo de menos. Lo importante es que el está enamorado de ella. Wallace solo piensa en la chica. 

—Espera, se lo voy a preguntar a Javier... Oye, Javi, cuéntale a Lucía de que va esta película. 

—Bah, dejadme en paz. Sois idiotas. 

—Creo que me da la razón... Dice que eres idiota. 

—Bueno, ya lo hablaremos cuando nos veamos. Recuerda que mañana empezamos el curso. Es nuestro segundo curso juntos. 

—Sí, espero poder terminarlo contigo... 

— ¿A qué te refieres? 

—Nada, cosas mías. Mañana nos vemos en clase. 

—Vale, hasta mañana... Ah, fíjate en un detalle: Wallace lleva siempre el pañuelo de su mujer. Cada vez que hay una lucha, lo saca y lo mira. Eso me da la razón... No llegues tarde mañana –me advierte antes de colgar. 

Decido escuchar el contestador automático para borrar el mensaje de Lucía. Pi... pi... pi... Tiene dos mensajes nuevos... Mensaje número uno: ¿César? Hola, soy yo, Julio Cortés, tu editor. Me gustaría hablar contigo para ver cómo va la nueva obra. Te he llamado algunas veces pero no consigo contactar contigo. Te vuelvo a llamar. Saludos... Vaya sorpresa, resulta que papá no hace caso a su editorial... Algo raro debe de estar pasando.

Pi... pi... pi... Mensaje número dos: ¿César? Hola, soy Lucía. Bueno, como veo que no hay nadie, llamaré esta noche. Adiós. Aprieto la tecla tres para borrar el mensaje.

Cuando vuelvo a la película, está en su mejor momento: han cogido prisionero a Wallace y quieren que diga algo, pero él no quiere. 

—Esta película es sobre padres e hijos –afirma Javier. 

—Eso es una bobada. Es una película sobre un hombre valiente que quiere vengarse de los ingleses. 

—Eres un idiota y no comprendes nada. 

Es una película sobre padres e hijos. Todos los personajes quieren a sus padres, aunque sean malos, como los dos reyes. 

—Wallace quiere vengar a su padre. 

—Tienes razón... –susurra–. Wallace lo hace todo por su padre. 

Wallace muere y la película termina. Es hora de irse a la cama. Mañana empieza el curso. Ya veremos cómo van las cosas. Ojalá no empeoren. 

Estoy un poco preocupado. Me parece que lo de papá no va tan bien como yo pensaba. La verdad es que eso de escribir un libro no debe de ser tan sencillo. Sobre todo si has hecho una promesa que a lo mejor no puedes cumplir.

2

E

S mi segundo año en este colegio y me encuentro muy a gusto. Nos han puesto en un aula nueva, pero no me preocupa demasiado; ya sé que, aunque no quiera, algunas cosas tienen que cambiar.

Mis compañeros están entrando y nos saludamos. Hace meses que no nos vemos y me alegra reencontrarme con ellos. Lorenzo, un chico que me amargo el curso pasado, me hace un gesto amistoso cuando pasa a mi lado. Espero que este año las cosas sean mejores entre nosotros y nos llevemos bien. Yo no le guardo rencor. 

Lucía entra en clase acompañada de su amiga Candela y se acerca corriendo a saludarme. No ha cambiado nada: sigue con esas gafas tan grandes, las pecas, las preguntas... Y las ordenes... 

—Hola, César, ¿como estas? ¿Qué te pasaba anoche que parecías tan serio? ¿Estás contento de verme? 

—Espera, veras, estoy contento pero... 

—El pupitre. ¿Has elegido ya un pupitre? 

—Pues no he tenido tiempo... 

—Este año nos ponemos delante, que ya estoy harta de no enterarme de nada. 

Es como una ametralladora haciendo preguntas y dando instrucciones. 

—Mira, nos sentamos aquí –ordena–. En la primera fila. 

—Pero nadie quiere sentarse delante. Es una tontería. El profesor no te pierde de vista ni un momento –protesto. 

—Tu haz lo que te digo y veras que bien te va –insiste–. Siéntate. 

No me queda más remedio que obedecer. Con Lucía siempre es así: ella manda y yo obedezco. 

—El libro de tu padre se está vendiendo mucho. Se lo he recomendado a todo el mundo. A mis vecinos, a mis primos, a los hijos de los amigos de mi madre... 

—Ya, ya sé que se está vendiendo muy bien. Ya lo sé. 

—Oye, ¿qué te pasa? Parece que no te gusta que tu padre tenga éxito. 

—No, no es eso. Es que... 

— ¿Qué? ¿Qué pasa? 

—Nada. 

— ¿Como que nada? 

En ese momento, entra el profesor. Bueno es una profesora, y es muy guapa. Tiene el pelo de color claro y también lleva gafas, igual que Lucía. 

—Hola, buenos días –dice, subiéndose al estrado–. Me llamo Clara, y soy la profesora de este curso. 

Una profesora guapa con un nombre muy bonito... 

De repente, la puerta se abre y entra un chico un poco mayor que se acerca a Clara. 

—Es Sansón Pérez –me cuenta Lucía–. Es del curso anterior y me parece que ha repetido. 

—Atención todo el mundo. Os presento a Sansón, un compañero que repite curso. Aunque tiene un año más que vosotros, quiero que le tratéis como a uno más de la clase. 

Sansón, muy serio, no dice nada y se acomoda en un pupitre, unas filas más atrás. 

—Señorita, a mí no me deja ver –protesta Lorenzo, que se sienta tras el–. Es que es muy alto. 

—Bueno, pues comparte pupitre con el –propone. 

—Es que prefiero estar aquí... 

—Cuando yo digo una cosa, hay que hacerla inmediatamente, ¿entiendes? 

Lorenzo se queda paralizado, igual que nosotros. 

—¿Cómo te llamas? 

—Lorenzo, me llamo Lorenzo. 

—Pues escúchame bien, Lorenzo: no quiero que vuelvas a discutir mis órdenes. A menos que quieras repetir curso. 

A Lorenzo le falta tiempo para trasladarse de sitio y sentarse junto a Sansón Pérez. 

Me parece que vamos a tener un curso muy ordenado. 

Salimos al recreo y nos encontramos con nuestros amigos en el rincón del fondo. Lorenzo se acerca a nosotros y nos saluda. Hablamos de lo que hemos hecho durante las vacaciones, aunque yo tengo poco que contar.

— ¿Habéis comprado el libro que ha escrito el padre de César? –dice de repente Lucía–. Se titula El libro invisible. Es un libro muy divertido que trata de una princesa que encuentra un libro invisible... 

— ¡Ese libro es un rollo! 

Sorpresa. Nos quedamos atónitos. Alguien acaba de decir lo peor que se puede decir. Es Sansón Pérez, el repetidor. 

— ¿Cómo te atreves? –Protesta Lucía–. Es un buen libro. 

—A mí no me gustan los libros. Ni ese ni ninguno –la corta Sansón. 

—El padre de César es un buen escritor... 

—Me da igual. Los libros son un petardo y solo sirven para aburrirte. 

Yo estoy a punto de decir algo, pero me interrumpe: 

—Hay que quemar todos los libros de este mundo –repite–. Vuelven locos a la gente y los que leen son unos idiotas que se dejan lavar el coco ¿Esta claro? 

—Oye, ¿qué te ha pasado? –pregunta Lucia–. El año pasado eras un chico normal. 

—Escucha, pequeña... Nadie me puede hablar de esta manera. Cuando yo hablo... 

—Venga ya. ¡Vete a la porra! –exclama Lucía. 

Sansón, sin decir nada, se acerca a Lucía, la coge de la camisa y la levanta del suelo. 

—Esta es la última vez que me hablas así –amenaza–. No quiero enfadarme contigo, pero no dejare que me pierdas el respeto. 

Y la suelta, dejándola caer al suelo. Se da media vuelta, y después de mirarnos con desprecio, se marcha justo cuando el timbre anuncia el fin del recreo. 

De lo que pasa durante el resto de la jornada, prefiero no hacer comentarios. Un día extraño, lleno de personajes raros y situaciones estrambóticos, como diría un escritor. 

Por la tarde, después de clase, espero a mi hermano Javier en la puerta del colegio para irnos juntos a casa. 

—Hola, César –me saluda Lucía, acercándose. 

—Tu autobús se acaba de ir –respondo–. Ahora tendrás que ir andando. 

—Oh, sí, se me ha escapado –susurra, como lamentando haberlo perdido. 

Ya la conozco. La conozco muy bien. Ella no lo sabe, pero la conozco. A mí no me engaña: yo sé que no ha perdido el autobús.

—Bueno, en realidad, no he perdido el autobús –dice–. Es que quería hablar contigo. 

¡Lo sabía! ¡Estaba seguro de que había alguna razón! A Lucía se le escapa el autobús solo cuando ella quiere. 

—Pues tendrá que ser otro día. Ahora estoy esperando a mi hermano Javier para irnos a casa. 

—Bueno, veras... El caso es que he hablado con él y le he dicho que se podía ir porque tú te ibas a quedar a hablar conmigo –explica. 

— ¿Quéééé? 

Me mira como si no hubiera matado una mosca en toda su vida. Con esa mirada inocente que se acentúa tras esas enormes gafas. 

— ¿Vamos a tomar un helado de chocolate a la heladería? –propone. 

—Es que tengo prisa. 

—No, no es verdad. Ya no tienes prisa. Es que no te atreves a venir conmigo. 

No me queda más remedio que aceptar. En realidad, lo he sabido desde que la he visto venir. 

Nos sentamos en la mesa que solíamos utilizar cuando leíamos las primeras páginas de El libro invisible. De eso hace ya un año y el local sigue igual, con la misma decoración y... el mismo camarero. 

— ¿Que van a tomar los señores? 

—Pues lo de siempre –respondo rápidamente–. Dos helados de chocolate con guinda. 

— ¿Una guinda para cada uno o una para los dos? 

—Una guinda para cada uno... Ah, y no se olvide del barquillo. 

Se va igual de enfadado que cuando ha llegado. Algunas personas se pasan la vida así, de enfado en enfado. 

—Fue aquí donde leímos por primera vez las páginas de El libro invisible –digo. 

—Sí, me acuerdo perfectamente. Recuerdo que me mirabas con cara de bobo mientras yo leía y tú te comías un helado. Se te lleno la cara de chocolate y te manchaste la camisa. 

— ¿Que yo me manche? 

—Te pringaste de chocolate hasta las orejas. Eso te ocurrió porque no dejabas de mirarme. Ese día te guste. 

— ¿Qué? ¿Qué dices? Oye, no digas tonterías... 

—Fue la primera vez que me miraste bien –insiste–. No te creas que no me di cuenta. Las chicas nos damos cuenta de esas cosas. 

—Sí, ya ves tú... Eso que dices es una tontería. 

Espera durante un ratito y cuando comprende que no voy a decir nada mas, vuelve a la carga: 

— ¿Por qué estas enfadado? –pregunta a bocajarro. 

—Oye, yo no estoy enfadado.