Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Max y su amiga Lily bajan a la calle para jugar con la banda de los Tiburones. De repente, el anorak de Lily desaparece... Dará comienzo, entonces, una emocionante aventura en la que los dos amigos tendrán que recurrir a su inteligencia para salir indemnes de todos los peligros. Una historia en la que se muestra la importancia de la amistad en la superación de las dificultades.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 64
Veröffentlichungsjahr: 2012
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
A Julia
SIEMPRE digo que de mayor quiero ser aventurero, pero donde mejor me lo paso es en mi habitación leyendo libros y tebeos.
Así aprendo mejor cómo son los aventureros. . He descubierto que casi todos se han recorrido el mundo entero varias veces.
Eso es lo que haré cuando sea mayor, me iré con mi amiga Lily a recorrer el mundo.
Y haremos como ellos, ayudaremos a los débiles contra los malvados. Aunque ya veremos quién nos ayuda luego a nosotros.
De momento, lo mejor es no meterse en líos y ser bueno.
Además, me conviene portarme bien porque mi padre me ha prometido que me va a comprar un ordenador, y eso me apetece mucho.
Si aprendo informática, podré trabajar y ganar dinero cuando no esté por ahí de aventuras.
Mi padre me ha dicho que un buen aventurero tiene que tener un empleo fijo para poder pagarse las aventuras.
Ya me he dado cuenta de que a los aventureros no les paga nadie. Ayudan a la gente y sólo les dan las gracias y les dicen que pueden volver cuando quieran, pero no les sueltan ni un solo euro.
Por eso, lo mejor es tener un sueldo e irse de aventuras durante las vacaciones.
Mi padre me contó que una vez se fue de vacaciones a un país lejano con mi madre y que les robaron todo el equipaje, el dinero, la tarjeta Visa e incluso los billetes de avión, y tuvieron que pedir asilo en la Embajada. Después, los metieron en un autobús y cruzaron el desierto y casi se mueren de hambre. Luego, cogieron un barco, y como nadie les quería dar nada, tuvieron que hacer de criados de una familia de ingleses ricos. Los ayudaban a cuidar a los niños.
Esa sí que fue una buena aventura.
Pero cuando yo me vaya de viaje, tendré cuidado de que no me roben las cosas, aunque no sé si lo podré evitar porque las aventuras vienen cuando quieren.
Como el otro día, que me ocurrió algo que mi madre no debe saber porque se moriría del susto...
Acababa de volver del colegio por la tarde y sonó el timbre de la puerta.
—Maxi... ¿Puedes abrir la puerta, por favor? –gritó mamá desde su despacho.
Yo nunca había abierto la puerta de nuestra casa, pero como ahora le ha dado la manía de que me estoy haciendo mayor, pues quiere que haga cosas atrevidas. Como el día que me mandó a comprar el pan.
—No puedo mirar por la mirilla, mamá; está muy alta –le respondí sin salir de mi habitación–. A lo mejor es un atracador.
—No digas tonterías. Pregunta quién es antes de abrir –me previno–. Ahora estoy muy ocupada y no puedo moverme de aquí.
Mi madre trabaja para una revista de decoración y cuando se sienta a trabajar en su ordenador no se puede distraer, porque se le va de la cabeza lo que tiene que escribir.
Pero si mamá llega a saber lo que me esperaba tras la puerta, jamás me habría dado aquella orden.
—¿Quién es? –pregunté, apoyando la cara contra la puerta.
—Hola, Maxi, soy yo, Lily –anunció ella con esa voz suya tan especial–. ¿Puedo pasar?
—Claro que sí –dije, abriendo lentamente.
—¿Quién es? –preguntó mi madre.
—Soy yo, señora... Lily, la vecina del cuarto –respondió mi amiga sin darme tiempo a abrir la boca. Y se dirigió hacia el despacho de mi madre.
—Hola, Lily –dijo mi madre al verla–. ¿Vienes a jugar con Maxi?
—Vengo a buscarle –respondió con firmeza, como dando una orden–. Los Tiburones nos están esperando... ¿Le deja usted salir conmigo?
—¿Qué es eso de los Tiburones? –preguntó mamá un poco sorprendida.
—Los Tiburones de Cuatro Caminos somos los más valientes del barrio y nos reunimos para jugar –le explicó Lily–. Y Maxi es una parte muy importante de nuestro grupo. Incluso es muy amigo de Calderilla, que es el jefe.
—¿Es el jefe de los Tiburones? –preguntó mamá, algo distraída, tecleando en su ordenador.
—Calderilla es amigo nuestro y yo le ayudé para que le nombraran jefe de la banda. Todas las bandas tienen un jefe.
—¿Jefe de una banda? –repitió mecánicamente, absolutamente embebida en su ordenador.
Cuando está escribiendo con su ordenador es como si no se enterara de nada. Y es que pasa mucho tiempo con él. Después de mi padre y de mí, creo que es con quien más tiempo está. Bueno..., también le dedica mucho tiempo al teléfono.
Los dos tienen un teléfono móvil, de esos que no tienen cable y que se pueden utilizar desde cualquier sitio, y no paran de usarlo. A veces se llaman desde el salón a la cocina y se preguntan cosas tontas como dónde está la sal o a qué hora empieza un programa de la tele.
—Bueno, Lily, está bien... –dijo mamá con los ojos puestos en la pantalla–, pues si quiere bajar, que baje.
Yo tenía otros planes y no me apetecía nada salir a la calle.
—El caso es que tengo que hacer los deberes –respondí rápidamente–. Hoy no puedo salir.
—Estarán todos abajo –insistió Lily–. Nos lo vamos a pasar muy bien.
—Iré otro día...
—Anda, Maxi, bájate a la calle a jugar con tus amigos –intervino mi madre.
—Yo nunca he salido solo a jugar a la calle –me defendí.
—No tengas miedo –dijo–, no es tan peligroso.
—Además, estarás conmigo –dijo Lily con una sonrisa maliciosa–. Yo te cuidaré.
Me tenían acorralado. Las dos mujeres de mi vida estaban empeñadas en lanzarme a la calle en contra de mi voluntad.
—No lo digo por eso, es que no me apetece salir –respondí.
—Maxi, no seas pesado y vete ahora mismo con Lily –ordenó mi madre–. Vuelve a tiempo para cenar...
En aquel momento, sonó su teléfono portátil y lo cogió inmediatamente.
—¿Quién es...? Ah, hola, cariño... Sí, todo está bien. Maxi va a bajar a jugar a la calle con sus amiguitos los Tiburones.
—¿Es papá? –pregunté.
—Sí –respondió, acercándome el teléfono–. ¿Quieres saludarle?
Cogí rápidamente el aparato.
—¿Papá...? ¿Dónde estás...? ¿Vas a venir pronto...?
—Hola, Maxi. Estoy en la oficina y llegaré un poco tarde. Que te lo pases bien con tus amiguitos... ¡Diviértete!
—Es que a lo mejor no bajo. Me quedaré esperándote aquí...
—¡Haz caso a tu madre! –ordenó–. Si ella te dice que vayas a jugar con los Camaleones, pues te vas con ellos...
—No son Camaleones, papá, son Tiburones.
—Bueno, es lo mismo... Ah, y de paso podías hacerme un favor.
—¿Un favor? –repetí un poco sorprendido y temiéndome lo peor.
—Sí, pero es muy fácil. Ya que bajas a la calle, pásate por la librería de Julia y recógeme los fascículos encuadernados de El mundo salvaje. Los encargué la semana pasada... ¿No te importa, verdad?
—Pues no sé si sabré...
—Sí sabrás, sí. Anda, que no es tan complicado. Pásame a tu madre, que tengo que hablar con ella. Hasta luego, Maxi, hijo.
—Adiós, papá –me despedí, bastante desilusionado al verme abandonado por mi padre.
—Cariño, no me llames hasta dentro de un par de horas, que tengo mucho trabajo y voy un poco retrasada –le dijo mamá apenas cogió el aparato–. Claro que te quiero, tonto. Pero ahora déjame trabajar... Un beso.
Lily y yo nos despedimos con un movimiento de mano.
—Hasta luego, niños –dijo ella, dejando el teléfono móvil sobre una silla cercana.
—Está bien –dije en plan sumiso–. Me iré a la calle a que me atropelle una moto.
Entré en mi habitación en busca de mi anorak. Lily se quedó en la puerta.
—¿Así que esta es tu habitación? –dijo en un tono del que no logré descifrar el significado.
—¿Te gusta? –pregunté–. Si quieres, nos podemos quedar aquí a jugar.
Pero ella siguió mirando, sin responder.
—En esta mesa pondré mi ordenador –dije, tratando de despertar su interés–. Tendré muchos juegos y te dejaré jugar con ellos.
—Vámonos, que se hace tarde –me ordenó secamente.
Mientras me ponía el anorak, Lily fue a despedirse de mi madre. Después volvió a buscarme y juntos cruzamos el salón.
—¡Adiós, mamá! –grité desde la puerta ya abierta.
—¡Adiós, señora!