El magnate enamorado - Michelle Celmer - E-Book
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El magnate enamorado E-Book

Michelle Celmer

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Beschreibung

Cuarto de la serie. Mitch Brody, miembro del Club de Ganaderos de Texas, ya había seducido a Alexis Cavanaugh una vez… en nombre de su hermano. Por eso, cuando éste sorprendió a todos casándose con otra mujer, la responsabilidad de desposar a la rica heredera recayó sobre Mitch. Después de todo, Alexis y él ya habían compartido una tórrida noche de pasión. Pero Alexis estaba cansada de ser manipulada y sería ella quien pusiera las condiciones para ese enlace. Sin embargo, mantenerse alejada de Mitch le resultaba muy difícil. Estaba embarazada de un hijo suyo… y no revelaría su secreto hasta tener al millonario a sus pies.

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Seitenzahl: 193

Veröffentlichungsjahr: 2010

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2009 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados. EL MAGNATE ENAMORADO, N.º 58 - octubre 2010 Título original: The Oilman’s Baby Bargain Publicada originalmente por Silhouette® Books. Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9197-4 Editor responsable: Luis Pugni E-pub x Publidisa

EL ECO DE TEXAS

Todas las noticias que debes conocer… ¡y mucho más!

Todos hemos escuchado el rumor de que Mitch Brody era el cerebro que se escondía detrás del plan para casar a su hermano con la hija del senador de Texas. Para lograr su objetivo, incluso había ido a visitar a Alexis Cavanaugh varias veces, invitándola a cenar en los locales más lujosos de la ciudad. Sin embargo, cuando Lance Brody se casó con su secretaria, todo indicaba que se había perdido la oportunidad de unir a los Brody y a los Cavanaugh.

Ahora, los rumores apuntan a que el Brody que sigue soltero ha vuelto a cortejar a la señorita Cavanaugh. ¿Quizá sus reuniones del pasado habían sido algo más que negocios? O tal vez los Cavanaugh estén tan desesperados por entrar en la familia Brody que no les importa cuál de los dos hermanos sea el novio. Aunque no podemos negar el gran atractivo de Mitch Brody… es un hombre encantador. O, acaso, ¿estará Alexis en estado? ¿Es posible que un heredero de los Brody esté en camino?

Capítulo Uno

Junio

Alexis Cavanaugh estaba enamorada del hermano equivocado.

Miró al hombre que estaba sentado frente a ella, bajo la luz de las velas. Había pasado con él buena parte de la semana en Washington D. C., escuchándolo sólo a medias mientras él le había hablado de Petróleos Brody, la compañía de la que era copropietario con su hermano Lance. Y Lance era con quien se suponía que ella debía casarse.

Alexis no pretendía enamorarse de Lance. El matrimonio era poco más que un acuerdo de negocios entre los hermanos Brody y su padre, Bruce Cavanaugh, senador de su estado natal de Texas. Ella siempre había hecho lo que su padre le había pedido. ¿Acaso no sabía su padre siempre lo que era mejor para ella? Al menos, eso aseguraba el senador. Casarse con Lance le procuraría seguridad financiera y un puesto en la escala social adecuado a su pedigrí. Aunque, aparte de llevar el apellido Cavanaugh, ella no sabía qué había hecho para merecerlo.

No era que no encontrara atractivo a Lance. Era un hombre alto, moreno y muy guapo, con la fuerza de un roble y con un gran carisma. Un hombre poderoso y amable. Pero no era tan refinado como ella habría deseado. Lance parecía sentirse más cómodo entre los obreros de su refinería que en una reunión de socios de la empresa.

Mitch, por otra parte, parecía estar a sus anchas entre la elite de Washington D. C. Habían asistido juntos a media docena de fiestas y cenas benéficas, Mitch en nombre de su hermano, por supuesto, y él siempre había estado a la altura de cualquiera. Sin duda, Mitch era el cerebro de Petróleos Brody.

Y, de los dos hermanos, era del que ella se estaba enamorando.

Muchos hombres la trataban como si fuera una mujer florero, vacía y sin cerebro. Hecha para ser vista pero no escuchada. Pero Mitch era diferente. La escuchaba con atención y parecía genuinamente interesado en lo que ella tenía que decir.

Alexis se dio cuenta, de pronto, de que Mitch la estaba mirando a los ojos, con una sonrisa en la cara. Era un hombre muy apuesto y ella se había llegado a acostumbrar a su rostro en los últimos días. Había memorizado cada línea, cada curva, el ángulo de su nariz, la sensual forma de sus ojos de color chocolate, sus carnosos labios y su fuerte mandíbula. Conocía cada una de sus expresiones y matices. Y la sonrisa que él mostraba en ese momento indicaba sorpresa.

–¿Qué? –preguntó ella.

–No has oído ni una palabra de lo que te he dicho, ¿verdad?

Mitch tenía razón, pensó Alexis. Había estado hablando de su negocio, que obviamente significaba para él más que nada, y ella había dejado de escucharlo. En su defensa, tenía que esgrimir que era difícil observar cómo él movía sus carnosos labios y no sentirse hipnotizada por ellos y por el profundo tono de su voz. Pero aquello no era excusa para ser grosera. Ella siempre solía escuchar a los demás.

–Lo siento –se disculpó.

–Soy yo quien debe disculparse. Es obvio que te estoy matando de aburrimiento. A veces, se me olvida que no a todo el mundo le apasiona el mundo del petróleo como a mí.

–A mí me gusta escucharte. Sólo estoy un poco cansada. Hemos tenido una semana muy ocupada.

–Así es –afirmó Mitch con una seductora sonrisa–. Mi hermano no tiene ni idea de lo que se está perdiendo.

¿Sentiría él lo mismo? ¿Le gustaría ella también?, se preguntó Alexis. ¿O sólo quería ser amable? Tal vez fuera un hombre adulador por naturaleza, se dijo.

–Ya es tarde. Debería llevarte de vuelta al hotel.

Durante un momento nada más, Alexis quiso creer que él pretendía llevarla a su habitación para hacer el amor con ella con pasión. La idea la emocionó y la asustó al mismo tiempo. Ella siempre había esperado que su primera vez fuera algo especial y sabía que, sin duda, con Mitch lo sería.

Sin embargo, eso no iba a suceder porque estaba prometida con su hermano. ¿Y no debería guardar algo tan precioso como su virginidad para la noche de bodas? Aunque no fuera un matrimonio por amor…

Mitch llamó al camarero y pagó la exorbitante cuenta sin pestañear. Por algo la había llevado al restaurante más prestigioso y caro de la ciudad, se dijo ella. El dinero no era problema para él.

Mitch le tendió la mano para ayudarla a levantarse de la silla y la acompañó a la puerta. Alexis disfrutó del modo en que todos los comensales volvían las cabezas hacia él. Los hombres lo miraban con envidia, mientras que las mujeres lo miraban con silencioso deseo.

«Lo siento, chicas, es todo mío», pensó Alexis. Al menos, hasta que se anunciara su compromiso oficial con Lance. Si pudiera detener el tiempo y hacer que ese instante durara para siempre… Si pudiera casarse con Mitch en vez de con Lance…

Cuando salieron del restaurante, los recibió el aire húmedo y caliente de la noche. La limusina los estaba esperando. Dentro, la temperatura era más fresca.

–Al hotel Watergate, por favor –le pidió Mitch al chófer.

Alexis deseó que pudieran hablar más por el camino pero, de pronto, sonó el teléfono móvil de Mitch.

–Lo siento, pero tengo que responder –dijo él tras mirar el identificador de llamadas.

Aunque Mitch no dijo nada en concreto, su tono de voz indicaba que la conversación tenía que ver con el incendio sufrido en sus refinerías, pensó Alexis. Ella se había enterado por su padre de que todo indicaba que había sido un incendio provocado y, a pesar de que todavía no había sospechosos, los rumores apuntaban a que el rival de Lance, Alejandro Montoya, podía ser el responsable. Ella no podía entender cómo alguien podía poner tantas vidas en peligro pero, al haberse criado rodeada de política, había aprendido que algunas personas eran capaces de cosas terribles.

Mitch colgó justo cuando la limusina llegaba al hotel. Normalmente, se despedían en el vestíbulo, pues sus habitaciones estaban en alas diferentes del hotel, pero esa noche él se ofreció a acompañarla a la puerta.

Sólo estaba siendo amable, se dijo Alexis. ¿Pero por qué en ese momento y no antes? ¿Era esa noche diferente de la anterior?

El aire parecía cargado de electricidad mientras subían juntos en el ascensor hacia el ático. Alexis sintió su presencia con más intensidad que nunca. O, tal vez fuera sólo su imaginación, se dijo ella.

Cuando las puertas se abrieron, Mitch le tocó levemente la cintura para guiarla fuera. A través de la seda de su vestido, Alexis sintió el contacto de su mano, grande y cálida, haciendo que se le pusiera la piel de gallina. No recordaba que él la hubiera tocado de ese modo antes, porque estaba segura de que, de haber sido así, no lo habría olvidado. Cuando llegaron a la puerta de la habitación, Mitch tomó la llave que ella tenía y abrió la cerradura. Ella entró y él se apoyó en el marco de la puerta.

–Lo he pasado muy bien esta noche, Lexi –dijo él con mirada ardiente.

Posó los ojos en el rostro de ella y, luego, más abajo, hacia el escote, donde gracias a un sujetador muy incómodo y caro, sus pechos rogaban atención. Él les prestó atención y, en apariencia, le gustó lo que vio, observó Alexis.

A ella nunca se le había dado bien comportarse como una seductora pero, esa noche, le estaba resultando algo natural. ¿Qué sucedería si hacía algo malvado y escandaloso por primera vez en su aburrida y comedida vida?, se preguntó. ¿Quién lo sabría jamás, aparte de ellos dos? Después de años de castidad, ¿acaso no se había ganado una sola noche de pasión desbocada y éxtasis?

Y Alexis sabía, sin lugar a dudas, que eso era lo que Mitch podía darle.

–Yo también lo he pasado muy bien –repuso ella, mirándolo con una sonrisa seductora. Quizá fuera por el vino, o por la cena romántica que habían compartido bajo la luz de las velas, pero sus inhibiciones estaban desapareciendo, reconoció–. ¿Quieres entrar para tomar algo?

Sin titubear, Mitch entró en la habitación y cerró la puerta tras él. Alexis abrió la boca para preguntarle qué quería beber pero, antes de que pudiera decir nada, él la rodeó con sus brazos, apretándola contra su cuerpo. Ella sintió que se le endurecían los pezones y las rodillas le temblaban de excitación. Entonces, Mitch inclinó la cabeza y la besó. Ella separó los labios con un sofocado grito de sorpresa y él se sumergió en su boca.

Alexis esperaba que él la arrasara con pasión, como hacían los protagonistas masculinos en sus novelas románticas favoritas. Sin embargo, los labios de Mitch eran suaves y sus besos y sus caricias estaban llenos de ternura. A pesar de haber deseado con todo su corazón que aquello sucediera, se quedó rígida al pensar que estaba besando a su futuro cuñado.

Mitch debió de haber interpretado su reacción como un rechazo, pues la soltó y se apartó.

–Lo siento –dijo él–. Pero llevo toda la noche fantaseando con hacer esto. Toda la semana.

Lo mismo le había pasado a ella, pero no iba a confesárselo. Tampoco iba a dejar que su miedo a lo desconocido echara a perder la oportunidad de pasar una noche con el hombre de sus sueños.

Sonrió con picardía y deslizó la mano sobre el pecho de él, rodeándole el cuello.

–Entonces, ¿por qué has parado?

Cuando Mitch volvió a besarla, no paró más. Y, cuando la llevó a la cama, demostró ser todo con lo que ella había soñado.

Y más.

Había sido la noche más increíble, emocionante y maravillosa que había vivido Alexis jamás. No había tenido ni idea de que dos personas pudieran conectar tanto y estar en perfecta sincronía, como le había pasado con Mitch. Aunque había intentado ocultar el hecho de que todavía era virgen, por supuesto, él lo había adivinado. Ella había temido que se enojara o se echara atrás, pero había sucedido todo lo contrario. Se había portado con ella con toda dulzura y gentileza. Lo que podría haber sido una experiencia dolorosa o desagradable había sido más hermoso de lo que ella había imaginado nunca.

En el momento en que se despertó a la mañana siguiente, acurrucada bajo las sábanas de seda impregnadas del olor a Mitch, Alexis decidió que de ninguna manera iba a casarse con Lance. Quería estar con Mitch. Y estaba segura de que, si le exponía el problema a su padre, el senador entendería que el menor de los hermanos Brody era mucho mejor partido. Además, para su padre, lo único importante era el apellido Brody.

Antes de abrir los ojos, Alexis sonrió, imaginando cómo sería estar casada con Mitch. Imaginó lo felices que serían y lo mucho que se amarían. Fantaseó también con cómo serían sus hijos. Tendrían un hijo alto y fuerte con el cabello oscuro como él, piel aceitunada y muy guapo, y una niña bella y graciosa con piel cremosa y cabello rubio.

Celebrarían la boda en el jardín de la casa de campo de su padre en Houston e irían de luna de miel a algún lugar cálido y exótico. Y, si Mitch estaba de acuerdo, intentarían concebir mientras estuvieran allí. ¿Qué mejor momento para quedarse embarazada que la luna de miel? Ella siempre había querido ser madre y tener, al menos, tres o cuatro hijos.

Lexi oyó movimiento en la habitación y se dio cuenta de que Mitch ya se había levantado. Miró el reloj que había en la mesilla de noche y descubrió con sorpresa que eran apenas las siete de la mañana.

–¿Estás despierta? –preguntó Mitch.

Alexis se giró para mirarlo, sonriente, pensando en invitarlo de vuelta a la cama. Pero se encontró con que él ya se había duchado y vestido y, cuando vio su expresión, se le encogió el estómago. Entonces, pensó que era lógico que pareciera disgustado. Estaba a punto de robarle la novia a su hermano. Y, quizá, Mitch creyera que ella amaba a Lance.

Alexis se sentó, tapándose los pechos con la sábana.

–Buenos días.

–Tenemos que hablar –dijo él.

Ella asintió, apenas capaz de contener la emoción. Mitch iba a decirle que la amaba y a rogarle que se casara con él y no con Lance, pensó. Por supuesto, ella le diría que sí. A continuación, él podría desnudarse, volver a la cama y podrían pasar el resto de la mañana allí, demostrándose cuánto se amaban. Luego, todo sería perfecto, igual que en los finales felices de las novelas románticas.

Pero Mitch la miró con gesto sombrío.

–No creo que haga falta que te diga que hemos cometido un terrible error.

¿Cómo?, se dijo Alexis.

¿Un error?

Tuvo que repetirse las palabras varias veces mentalmente, convencida de que había escuchado mal.

–Nadie debe saber nunca lo que ha pasado –continuó él con tono serio–. Sobre todo, mi hermano.

Alexis se sintió igual que si él le hubiera arrancado el corazón. El dolor se le hizo, de pronto, insoportable.

Durante años, Alexis había soportado las críticas y la indiferencia de su padre. Hiciera lo que hiciera para complacerlo, por mucho que siempre lo obedeciera, nunca era suficiente para ganarse su amor. En ese momento, de nuevo, había sido rechazada por un hombre cuyo afecto deseaba con desesperación.

Quizá fuera culpa suya, pensó Alexis. Tal vez algo en ella la hacía ser indigna de amor.

–Lance va a llegar esta tarde para pedir tu mano de forma oficial –le comunicó Mitch–. Tienes que fingir que todo va bien y que nada ha cambiado.

¿Cómo podía fingir que no había pasado nada cuando tenía el corazón hecho pedazos? ¿Y cómo podía haber sido tan estúpida? ¿Por qué no se había dado cuenta de que para él sólo había sido una noche de sexo? Tal vez se trataba de un caso de rivalidad soterrada entre hermanos. Quizá Mitch sedujera a todas las novias de su hermano.

Alexis sintió que la humillación le quemaba las entrañas, pero prefería morir antes de dejar que Mitch lo supiera.

Levantó la barbilla y esbozó un gesto de aburrimiento.

–No tengo que fingir que todo va bien, Mitch. Por lo que a mí respecta, todo va de maravilla. Sin duda, tú has cumplido con tu misión.

Mitch frunció el ceño.

–¿Y qué misión era ésa?

Alexis se exprimió los sesos, buscando la respuesta más horrible que pudiera darle para lastimarlo tanto como él la había herido.

–Un truco barato para ahorrarle a mi futuro esposo el engorro de dormir con una virgen. ¿Y quién mejor para hacerlo que su propio hermano? Aunque siento decirte que esperaba algo mejor. Tu intervención no ha sido demasiado memorable.

Mitch esbozó un gesto de confusión que poco a poco fue transformándose en odio helador. Alexis esperó que gritara y la reprendiera con rabia, como su padre solía hacer cuando estaba disgustado con ella. Sin embargo, Mitch no lo hizo.

–No podía esperar menos de una niña rica y malcriada.

Mitch no podía haberle dicho nada más hiriente.

Él agarró su cartera de la mesilla de noche.

–Te espero a mediodía en el vestíbulo –indicó él, se giró y se fue sin decir más.

Alexis se quedó allí sentada unos minutos, sintiéndose mareada por la tristeza pero, entonces, empezó a sentir algo diferente. Empezó a sentirse furiosa. ¿Cómo se atrevía Mitch a jugar con sus sentimientos de esa manera? ¿Cómo se había atrevido a hacer el amor con ella y robarle su tesoro más preciado, su inocencia, para luego rechazarla sin piedad?

Bueno, le daría su merecido, se prometió. Se casaría con su hermano y haría que Lance la amara. Sería la mejor esposa, la mejor madre, todo lo que Lance pudiera desear de una compañera.

Mitch vería lo felices que eran, se daría cuenta de lo perfecta que ella podía ser y, durante el resto de su vida, se arrepentiría de haberla dejado marchar.

Capítulo Dos

Septiembre

Mitchell Brody nunca había sido amigo de los compromisos pero, cuando se trataba de Petróleos Brody, era capaz de hacer cualquier cosa para asegurar su éxito y su crecimiento. Aunque eso significara casarse con una rica heredera malcriada, manipuladora y con un bloque de hielo por corazón.

En su despacho de Houston, el senador Bruce Cavanaugh miró a Mitch desde el otro lado de su enorme escritorio, el mismo que decía que había pertenecido a John F. Kennedy, con la actitud de un rey hablando con un súbdito. Todo en aquella habitación, desde los ricos muebles a las obras de arte colgadas de las paredes, estaba pensado para intimidar. Él no tendría problemas en mandar al diablo a aquel gran hijo de perra si no fuera porque, por desgracia, Petróleos Brody necesitaba su apoyo como senador. Sobre todo, después del incendio en la refinería. Si querían incrementar los beneficios, debían ampliar su negocio.

–Tu hermano ha humillado a mi familia –dijo Bruce.

–Lo sé, señor. Una vez más, quiero expresarle nuestras más sinceras disculpas.

–Rechazar a Lexi por una secretaria… –comentó el senador.

Bruce Cavanaugh hizo un gesto de burla, como si la profesión de Kate la pareciera indigna. Mitch se preguntó cómo se sentiría el senador si supiera que, en vez de haber estado planeando su boda con Lance, su preciosa hijita había estado seduciéndolo a él.

–Lance estaba enamorado de Kate –explicó Mitch, aunque aquella apreciación parecía no ser de importancia para su interlocutor.

El senador lo miró a los ojos.

–No creo que tengamos nada más de qué hablar, señor Brody.

Mitch nunca había suplicado en su vida, pero había una primera vez para todo. Su hermano le debería un gran favor por lo que iba a hacer.

–Me gustaría que considerara un trato.

El senador afiló la mirada.

–¿Qué clase de trato?

–Seguimos necesitando su apoyo, senador Cavanaugh, y supongo que usted sigue queriendo lo mejor para su hija.

–¿Qué quieres decir?

–El apellido Brody puede servirle para eso.

–¿Qué sugieres?

–Un matrimonio entre Alexis y yo.

El senador lo miró con cautela, aunque intrigado, y se recostó en su asiento.

–Explícate –pidió Bruce Cavanaugh, cruzándose de brazos.

En otras palabras, el viejo quería que Mitch le suplicara.

–Creo que este acuerdo puede beneficiarnos a todos, senador. Casada conmigo, Alexis tendrá el futuro resuelto y seguirá perteneciendo a la elite de la sociedad texana.

–¿Y a cambio?

–Con su apoyo en el senado, mi hermano y yo ampliaremos Petróleos Brody y lo llevaremos a la cima, tendrá más éxito de lo que mi padre soñó jamás.

–Estoy seguro de que puedes imaginarte lo humillada que se sintió mi Lexi cuando se rompió nuestro primer acuerdo. Si digo que sí, ¿qué garantías tengo de que tú no te enamores de tu secretaria y decidas casarte con ella en vez de con mi hija?

A Mitch le molestaba el modo en que el senador se refería a ella como «su Lexi», como si fuera un objeto o una propiedad. Si de veras le importaba su hija, ¿por qué quería abocarla a un matrimonio de conveniencia, sin amor? ¿Acaso no quería que ella fuera feliz? O, tal vez, para el viejo la riqueza y la seguridad equivalían a felicidad.

Fuera cual fuera la motivación del senador, no era problema de Mitch. Además, en lo que a él respectaba, Lexi iba a llevarse su merecido.Él nunca habría sospechado que, bajo su apariencia dulce y gentil, esa mujer fuera en realidad una víbora. No era diferente de su madre, que había hecho que su padre se enamorara de ella, había dado a luz a dos hijos y, luego, los había abandonado.

Lexi había jugado con sus sentimientos y lohabía utilizado. Él pensaba devolverle el favor.

–En primer lugar, mi secretaria tiene sesenta y ocho años, está casada y tiene nietos. En segundo lugar, no soy un hombre frívolo en lo que respecta a mis sentimientos. Estoy preparado para hacer cualquier cosa por el bien de mi negocio. También tengo un plan para reparar la humillación que Lexi pueda haber sufrido. Cuando todo esté arreglado, será Lance quien termine pareciendo un tonto.

–¿Cómo piensas hacerlo?

–Con todos mis respetos, señor, prefiero hablarlo primero con Lexi, para asegurarme de que ella esté de acuerdo.

El senador Cavanaugh consideró en silencio la propuesta. Luego, asintió.

–Me inclino a decir que sí, pero con una condición: no obligaré a Lexi a casarse contigo. Ella debe estar de acuerdo, si no, no hay trato.

Mitch se encogió. Eso sería un problema, sin duda. Era obvio que Lexi lo despreciaba, pen