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Este manifiesto, publicado en Londres en 1848, fue redactado por Marx y Engels por encargo del segundo congreso de la Liga Comunista.Además del programa de un partido, es un lúcido análisis de la sociedad capitalista del siglo XIX que, en muchos aspectos, sigue siendo actual. No estamos ante un panfleto sino ante un clásico del pensamiento occidental que ha llegado a ser el libro más difundido tras la Biblia y cuyos planteamientos deben ser conocidos, pues han encarnado los sueños de millones de personas y son parte fundamental de la historia del movimiento obrero. Es además un texto de gran valor literario y, con el impresionante trabajo gráfico de Fernando Vicente, el mejor acceso a la obra filosófica y política de Karl Marx. "Muy conveniente, ahora que tantos fantasmas de signo contrario (ideológicos y de carne y hueso) recorren la vieja Europa. Si creen que su contenido es pura arqueología, reléanlo sin prejuicios. Comprobarán que, como les sucede a todos los clásicos, es una obra que nunca termina de decir lo que tiene que decir" Manuel Rodríguez Rivero, El País
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Seitenzahl: 89
Veröffentlichungsjahr: 2012
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EL MANIFIESTO COMUNISTA
Karl Marx / Friedrich Engels
Ilustraciones de Fernando Vicente
Título original: Manifest der Kommunistischen Partei
© De las ilustraciones: Fernando Vicente
© de la traducción: Jacobo Muñoz
Edición en ebook: agosto de 2014
© Nórdica Libros, S.L.
C/ Fuerte de Navidad, 11, 1.º B 28044 Madrid (España)
www.nordicalibros.com
ISBN DIGITAL: 978-84-15564-91-1
Diseño de colección: Diego Moreno
Corrección ortotipográfica: Juan Marqués y Ana Patrón
Maquetación ebook: Caurina Diseño Gráfico
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Contenido
Portadilla
Créditos
Ilustración
Ilustración
Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo
I. Burgueses y proletarios
II. Proletarios y comunistas
III. Literatura socialista y comunista
IV. Posición de los comunistas frente a los diversos partidos opositores
PRÓLOGOS AL MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ALEMANA DE 1872
PRÓLOGO A LA EDICIÓN RUSA DE 1882
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ALEMANA DE 1883
PRÓLOGO A LA EDICIÓN INGLESA DE 1888
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ALEMANA DE 1890
PRÓLOGO A LA EDICIÓN POLACA DE 1892
Al lector italiano
Ilustración
Contraportada
Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo
Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las potencias de la vieja Europa se han aliado en una sagrada cacería contra este fantasma, el Papa y el Zar, Metternich y Guizot, radicales franceses y policías alemanes.
¿Dónde está el partido de oposición que no haya sido desacreditado en cuanto comunista por sus adversarios en el gobierno? ¿Dónde está el partido de oposición que no haya a su vez devuelto tanto a los opositores más avanzados como a sus enemigos reaccionarios la estigmatizadora acusación de comunismo?
Dos consecuencias se desprenden de este hecho.
El comunismo es reconocido ya como una potencia por todas las potencias europeas.
Ya es hora de que los comunistas expongan abiertamente ante el mundo entero su punto de vista, sus fines, sus tendencias, oponiendo a la leyenda del fantasma del comunismo un manifiesto del propio partido.
Con este objetivo se han reunido en Londres comunistas de las más diversas nacionalidades y han esbozado el siguiente manifiesto, que es publicado en lengua inglesa, francesa, alemana, italiana, flamenca y danesa.
I
BURGUESES Y PROLETARIOS
La historia de todas las sociedades anteriores a la nuestra es la historia de luchas de clases.
Ciudadanos libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, en una palabra, opresores y oprimidos estuvieron siempre enfrentados entre sí, librando una lucha ininterrumpida, en ocasiones velada, en ocasiones abierta; una lucha que finalizó en todos los casos con una transformación revolucionaria de la sociedad entera o con la destrucción conjunta de las clases en lucha.
En las épocas tempranas de la historia encontramos casi por doquier una estructuración completa de la sociedad en estamentos diferentes, una gradación variada de posiciones sociales. En la antigua Roma tenemos patricios, caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media, señores feudales, vasallos, maestros y oficiales de los gremios, siervos y, por añadidura, gradaciones particulares en cada una de estas clases.
La sociedad burguesa moderna, salida de la decadencia de la sociedad feudal, no ha abolido los antagonismos de clase. Ha puesto, simplemente, clases nuevas, condiciones nuevas de la opresión, nuevas formas de la lucha en el lugar de las antiguas.
Nuestra época, la época de la burguesía, se caracteriza, con todo, por el hecho de haber simplificado los antagonismos de clase. La sociedad entera se divide cada vez más en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases directamente enfrentadas entre sí: burguesía y proletariado.
De los siervos de la Edad Media surgieron los villanos de las primeras ciudades; a partir de esta clase de ciudadanos se desarrollaron los primeros elementos de la burguesía.
El descubrimiento de América y la circunnavegación de África crearon un nuevo terreno para la burguesía ascendente. Los mercados de las Indias Orientales y de la China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, la incrementación de los medios de cambio y de las mercancías en general procuraron al comercio, a la navegación y a la industria un auge desconocido hasta entonces y, con ello, una rápida evolución al elemento revolucionario en la sociedad feudal en descomposición.
El sistema de explotación feudal o gremial de la industria vigente hasta entonces ya no bastaba para satisfacer la demanda creciente con los nuevos mercados. Su lugar fue ocupado por la manufactura. Los maestros de los gremios fueron desplazados por la clase media industrial; la división del trabajo entre las diversas corporaciones desapareció ante la división del trabajo dentro del propio taller individual.
Pero los mercados siguieron creciendo inin-terrumpidamente, la demanda no dejó de aumentar de continuo. Tampoco la manufactura bastaba ya. Entonces, el vapor y la maquinaria revolucionaron la producción industrial. La manufactura fue sustituida por la gran industria moderna, la clase media industrial fue sustituida por los millonarios industriales, los jefes de ejércitos industriales enteros, los burgueses modernos.
La gran industria ha creado el mercado mundial, que fue preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial ha impulsado una evolución inconmensurable del comercio, de la navegación, de las comunicaciones terrestres. Esta ha influido a su vez en la expansión de la industria y, en la misma medida en que se expandían la industria, el comercio, la navegación y los ferrocarriles, se desarrollaba la burguesía, aumentaba sus capitales, relegaba a un plano secundario a todas las clases heredadas de la Edad Media.
Vemos, pues, cómo la propia burguesía moderna es el producto de un largo proceso evolutivo, de una serie de revoluciones en el modo de producción y de tráfico.
Cada una de estas etapas de la evolución de la burguesía iba acompañada de un correspondiente progreso político. Estamento oprimido bajo el dominio de los señores feudales, asociación armada y dotada de autogobierno en la comuna, aquí república urbana independiente, allá tercer estado tributario de la monarquía; luego, en la época de la manufactura, contrapeso de la nobleza en la monarquía feudal o en la absoluta, base fundamental de las grandes monarquías en general, a partir de la implantación de la gran industria y del mercado mundial conquistó finalmente la hegemonía política exclusiva en el moderno estado representativo. El poder estatal moderno no es otra cosa que un comité que administra los negocios comunes de la clase burguesa, globalmente considerada.
La burguesía ha jugado en la historia un papel máximamente revolucionario.
Allí donde ha llegado al poder, la burguesía ha destruido todas las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Ha desgarrado sin piedad los multicolores lazos feudales que vinculaban a los hombres a sus superiores naturales, sin dejar vivo otro lazo entre hombre y hombre que el interés desnudo, que el insensible «pago al contado». Ha ahogado en las aguas glaciales del cálculo egoísta el sagrado éxtasis del fervor religioso, del entusiasmo caballeresco, del sentimentalismo pequeño-burgués. Ha reducido la libertad personal al valor de cambio, poniendo en lugar de las incontables libertades establecidas y bien conquistadas una única desalmada libertad de comercio. Ha sustituido, en una palabra, la explotación velada por ilusiones políticas y religiosas por la explotación franca, descarada, directa y escueta.
La burguesía ha despojado de su halo sagrado a todas las actividades que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Ha convertido al médico, al jurista, al cura, al poeta y al hombre de ciencia en asalariados suyos.
La burguesía ha arrancado su velo sentimentalmente emotivo a las relaciones familiares y las ha reducido a meras relaciones dinerarias.
La burguesía ha puesto de manifiesto hasta qué punto la brutal manifestación de fuerza que la reacción tanto admira en la Edad Media tenía su complemento adecuado en la más indolente holgazanería. Solo ella ha sacado a la luz lo que puede conseguir la actividad humana. Ha creado obras maravillosas muy distintas a las pirámides egipcias, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas; ha puesto en marcha campañas de todo punto diferentes a las migraciones de pueblos y a las cruzadas.
La burguesía no puede existir sin revolucionar permanentemente los instrumentos de producción, esto es, las relaciones de producción, esto es, las relaciones sociales en su conjunto. La conservación inalterada del antiguo modo de producción era, por el contrario, la condición primordial de la existencia de todas las clases industriales anteriores. La revolución permanente de la producción, la conmoción incesante de todas las situaciones sociales, la inseguridad y el movimiento eternos distinguen la época burguesa de todas las otras. Todas las relaciones firmes y enmohecidas, con su cortejo de ideas y nociones veneradas de antiguo, se disuelven, todas las de formación reciente se hacen añejas antes de haber podido osificarse. Todo lo estamental y estable se evapora, todo lo sagrado es profanado y los hombres se ven finalmente obligados a contemplar su posición en la vida, sus relaciones mutuas, con ojos fríos.
La necesidad de dar cada vez mayor y más extensa salida a sus productos lanza a la burguesía de una punta a otra del planeta. Tiene que anidar por doquier, tiene que establecerse por doquier, tiene que crear conexiones por doquier.
Mediante su explotación del mercado mundial, la burguesía ha configurado de modo cosmopolita la producción y el consumo de todos los países. Con gran pesar de los reaccionarios, ha arrancado bajo los pies de la industria su suelo nacional. Las primitivas industrias nacionales han sido aniquiladas y aún son aniquiladas a diario. Son desplazadas por nuevas industrias cuya introducción se convierte en una cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que no elaboran ya materias primas locales, sino materias primas procedentes de las zonas más alejadas y cuyos productos no se consumen ya únicamente en el propio país, sino en todos los continentes a la vez. Nuevas necesidades, que reclaman para su satisfacción los productos de los países y climas más remotos, ocupan el lugar de las antiguas, satisfechas por los productos nacionales. Frente a la antigua autosuficiencia y aislamiento locales y nacionales irrumpen un tráfico en todas direcciones, una dependencia general de las naciones las unas respecto de las otras. Y al igual que en la producción material, en la intelectual. Los productos intelectuales de las diferentes naciones se convierten en patrimonio común. La limitación y el exclusivismo nacionales se vuelven cada día más imposibles, y a partir de las múltiples literaturas nacionales y locales se configura una literatura universal.
