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Situada en Venecia, esta obra teatral de William Shakespeare narra la historia de Bassanio, un noble empobrecido quien, para enamorar a Porcia, una rica heredera, decide pedir prestado 3000 ducados a su amigo Antonio, el Mercader. Al no tenerlos, Antonio pide prestada la suma a Shylock, un usurero de origen judío, el cual acepta con la condición de, si la suma no es devuelta en tiempo y forma, Antonio deberá dale una libra de carne de su propio cuerpo.Así comienza esta comedia de enredos, donde el amor es el motor que entrelaza, de manera cómica y divertida, distintas historias con ingenio e inventiva. -
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Seitenzahl: 96
Veröffentlichungsjahr: 2020
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William Shakespeare
TRADUCCIÓN DE MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO
Saga
El mercader de VeneciaTranslated by Marcelino Menéndez Pelayo Original titleThe Merchant of VeniceCopyright © 1623, 2019 William Shakespeare and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726338041
1. e-book edition, 2019
Format: EPUB 2.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
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PERSONAS DEL DRAMA
La escena es parte en Venecia, parte en Belmonte, quinta de Portia, en el continente
Venecia. Una calle.
ANTONIO, SALARINO Y SALANIO
ANTONIO
No entiendo la causa de mi tristeza. A vosotros y a mí igualmente nos fatiga, pero no sé cuándo ni dónde ni de qué manera la adquirí, ni de qué origen mana. Tanto se ha apoderado de mis sentidos la tristeza, que ni aun acierto a conocerme a mí mismo.
SALARINO
Tu mente vuela sobre el Océano, donde tus naves, con las velas hinchadas, cual señoras o ricas ciudadanas de las olas, dominan a los pequeños traficantes, que cortésmente les saludan cuando las encuentran en su rápida marcha.
SALANIO
Créeme, señor; si yo tuviese confiada tanta parte de mi fortuna al mar, nunca se alejaría de él mi pensamiento. Pasaría las horas en arrancar el césped, para conocer de dónde sopla el viento; buscaría continuamente en el mapa los puertos, Al soplar en el caldo, sentiría dolores de fiebre intermitente, pensando que el soplo del viento puede embestir mi bajel. Cuando viera bajar la arena en el reloj, pensaría en los bancos de arena en que mi nave puede encallarse desde el tope a la quilla, como besando su propia sepultura. Al ir a misa, los arcos de la iglesia me harían pensar en los escollos donde puede dar de través mi pobre barco, y perderse todo su cargamento, sirviendo las especias orientales para endulzar las olas, y mis sedas para engalanarlas. Creería que en un momento iba a desvanecerse mi fortuna. Sólo el pensamiento de que esto pudiera suceder me pone triste. ¿No ha de estarlo Antonio?
ANTONIO
No, porque gracias a Dios no va en esa nave toda mi fortuna, ni depende mi esperanza de un solo puerto, ni mi hacienda de la fortuna de este año. No nace del peligro de mis mercaderías mi cuidado.
SALANIO
Luego, estás enamorado.
ANTONIO
Calla, calla.
SALANIO
¡Conque tampoco estás enamorado! Entonces diré que estás triste porque no estás alegre, y lo mismo podías dar un brinco, y decir que estabas alegre porque no estabas triste. Os juro por Jano el de dos caras, amigos míos, que nuestra madre común la Naturaleza se divirtió en formar seres extravagantes. Hay hombres que al oír una estridente gaita, cierran estúpidamente los ojos y sueltan la carcajada, y hay otros que se están tan graves y serios como niños, aunque les digas los más graciosos chistes.
(Salen Basanio, Lorenzo y Graciano)
SALANIO
Aquí vienen tu pariente Basanio, Graciano y Lorenzo. Bien venidos.
Ellos te harán buena compañía.
SALARINO
No me iría hasta verte desenojado, pero ya que tan nobles amigos vienen, con ellos te dejo.
ANTONIO
Mucho os amo, creedlo. Cuando os vais, será porque os llama algún negocio grave, y aprovecháis este pretexto para separaros de mí.
SALARINO
Adiós, amigos míos.
BASANIO
Señores, ¿cuándo estaréis de buen humor? Os estáis volviendo agrios e indigestos. ¿Y por qué?
SALARINO
Adiós: pronto quedaremos desocupados para serviros.
(Vanse SALARINO y SALANIO) LORENZO
Señor Basanio, te dejamos con Antonio. No olvides, a la hora de comer, ir al sitio convenido.
BASANIO
Sin falta.
GRACIANO
Mala cara pones, Antonio. Mucho te apenan los cuidados del mundo.
Caros te saldrán sus placeres, o no los gozarás nunca. Noto en ti cierto cambio desagradable.
ANTONIO
Graciano, el mundo me parece lo que es: un teatro, en que cada uno hace su papel. El mío es bien triste.
GRACIANO
El mío será el de gracioso. La risa y el placer disimularán las arrugas de mi cara. Abráseme el vino las entrañas, antes que el dolor y el llanto me hielen el corazón. ¿Por qué un hombre, que tiene sangre en las venas, ha de ser como una estatua de su abuelo en mármol? ¿Por qué dormir despiertos, y enfermar de capricho? Antonio, soy amigo tuyo. Escúchame. Te hablo como se habla a un amigo. Hombres hay en el mundo tan tétricos que sus rostros están siempre, como el agua del pantano, cubiertos de espuma blanca, y quieren con la gravedad y el silencio adquirir fama de doctos y prudentes, como quien dice: «Soy un oráculo. ¿Qué perro se atreverá a ladrar, cuando yo hablo?» Así conozco a muchos, Antonio, que tienen reputación de sabios por lo que se callan, y de seguro que si despegasen los labios, los mismos que hoy los ensalzan serían los primeros en llamarlos necios. Otra vez te diré más sobre este asunto. No te empeñes en conquistar por tan triste manera la fama que logran muchos tontos. Vámonos, Lorenzo. Adiós. Después de comer, acabaré el sermón.
LORENZO
En la mesa nos veremos. Me toca el papel de sabio mudo, ya que Graciano no me deja hablar.
GRACIANO
Si sigues un año más conmigo, desconocerás hasta el eco de tu voz. ANTONIO
Me haré charlatán, por complacerte.
GRACIANO
Harás bien. El silencio sólo es oportuno en lenguas en conserva, o en boca de una doncella casta e indomable.
(Vanse Graciano y Lorenzo) Antonio
¡Vaya una locura!
BASANIO
No hay en toda Venecia quien hable más disparatadamente que Graciano. Apenas hay en toda su conversación dos granos de trigo entre dos fanegas de paja: menester es trabajar un día entero para hallarlos, y aun después no compensan el trabajo de buscarlos.
ANTONIO
Dime ahora, ¿quién es la dama, a cuyo altar juraste ir en devota peregrinación, y de quien has ofrecido hablarme?
BASANIO
Antonio, bien sabes de qué manera he malbaratado mi hacienda en alardes de lujo no proporcionados a mis escasas fuerzas. No me lamento de la pérdida de esas comodidades. Mi empeño es sólo salir con honra de los compromisos en que me ha puesto mi vida. Tú, Antonio, eres mi principal acreedor en dineros y en amistad, y pues que tan de veras nos queremos, voy a decirte mi plan para librarme de deudas.
ANTONIO
Dímelo, Basanio: te lo suplico; y si tus propósitos fueran buenos y honrados, como de fijo lo serán, siendo tuyos, pronto estoy a sacrificar por ti mi hacienda, mi persona y cuanto valgo.
BASANIO
Cuando yo era muchacho, y perdía el rastro de una flecha, para encontrarla disparaba otra en igual dirección, y solía, aventurando las dos, lograr entrambas. Pueril es el ejemplo, pero lo traigo para muestra de lo candoroso de mi intención. Te debo mucho, y quizá lo hayas perdido sin remisión; pero puede que si disparas con el mismo rumbo otra flecha, acierte yo las dos, o lo menos pueda devolverte la segunda, agradeciéndote siempre el favor primero.
ANTONIO
Basanio, me conoces y es perder el tiempo traer ejemplos, para convencerme de lo que ya estoy persuadido. Todavía me desagradan más tus dudas sobre lo sincero de mi amistad, que si perdieras y malgastaras toda mi hacienda. Dime en que puedo servirte y lo haré con todas veras.
BASANIO
En Belmonte hay una rica heredera. Es hermosísima, y además un portento de virtud. Sus ojos me han hablado, más de una vez, de amor. Se llama Porcia, y en nada es inferior a la hija de Catón, esposa de Bruto. Todo el mundo conoce lo mucho que vale, y vienen de apartadas orillas a pretender su mano. Los rizos, que cual áureo vellocino penden de su sien, hacen de la quinta de Belmonte un nuevo Colcos ambicionado por muchos Jasones. ¡Oh, Antonio mío! Si yo tuviera medios para rivalizar con cualquiera de ellos, tengo el presentimiento de que había de salir victorioso.
ANTONIO
Ya sabes que tengo toda mi riqueza en el mar, y que hoy no puedo darte una gran suma. Con todo eso, recorre las casas de comercio de Venecia; empeña tú mi crédito hasta donde alcance. Todo lo aventuraré por ti: no habrá piedra que yo no mueva, para que puedas ir a la quinta de tu amada. Ve, infórmate de dónde hay dinero. Yo haré lo mismo y sin tardar. Malo será que por amistad o por fianza no logremos algo.
Belmonte. Gabinete en la quinta de Porcia
PORCIA Y NERISSA
NERISSA
Eso fuera, señora, si tus desgracias fueran tantas y tan prolijas como tus dichas. No obstante, tanto se padece por exceso de goces como por defecto. No es poca dicha atinar con el justo medio. Lo superfluo cría muy pronto canas. Por el contrario la moderación es fuente de larga vida.
PORCIA
Sanos consejos, y muy bien expresados.
NERISSA
Mejores fueran, si alguien los siguiese.
PORCIA
Si fuera tan fácil hacer lo que se debe, como conocerlo, las ermitas serian catedrales, y palacios las cabañas. El mejor predicador es el que, no contento con decantar la virtud, la practica. Mejor podría yo enseñársela a veinte personas, que ser yo una de las veinte y ponerla en ejecución. Bien inventa el cerebro leyes para refrenar la sangre, pero el calor de la juventud salta por las redes que le tiende la prudencia, fatigosa anciana. Pero si discurro de esta manera, nunca llegaré a casarme. Ni podré elegir a quien me guste ni rechazar a quien me enoje: tanto me sujeta la voluntad de mi difunto padre.
NERISSA
Tu padre era un santo, y los santos suelen acertar, como inspirados, en sus postreras voluntades. Puedes creer que sólo quien merezca tu amor acertará ese juego de las tres cajas de oro, plata y plomo, que él imaginó, para que obtuviese tu mano el que diera con el secreto. Pero, dime, ¿no te empalagan todos esos príncipes que aspiran a tu mano?
PORCIA
Vete nombrándolos, yo los juzgaré. Por mi juicio podrás conocer el cariño que les tengo.
NERISSA
Primero, el príncipe napolitano. PORCIA
No hace más que hablar de su caballo, y cifra todo su orgullo en saber herrarlo por su mano. ¿Quien sabe si su madre se encapricharía de algún herrador?
NERISSA
Luego viene el conde Palatino.
PORCIA
Que está siempre frunciendo el ceño, como quien dice: «Si no me quieres, busca otro mejor». No hay chiste que baste a distraerle. Mucho me temo que quien tan femenilmente triste se muestra en su juventud, llegue a la vejez convertido en filósofo melancólico. Mejor me casaría con una calavera que con ninguno de esos. ¡Dios me libre!
PORCIA