El método infalible para ligarte a quien tú quieras - Raquel Castro - E-Book

El método infalible para ligarte a quien tú quieras E-Book

Raquel Castro

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Abigail y Mónica son primas, y desde niñas hacen todo juntas: viven una al lado de la otra, asisten a la misma secundaria, les gusta coordinar su look cuando salen o viajan juntas, y todos los días se envían mensajitos por el cel, pero, invariablemente, Mónica decide por las dos, porque Abi le cuesta mucho trabajo contradecir a su prima y prefiere no molestarse en expresarle lo que realmente quiere y piensa. Están a días de entrar a la prepa y Abigail le pide un consejo a su prima para acercarse al chico que le gusta. Pero Mónica está tan concentrada en sí misma que no ve ni escucha a Abi, así que aprovecha la situación para convertirse en digital influencer y crea el sitio: "Método infalible para ligarte a quien tú quieras". Abi se da cuenta de la manipulación de su prima y decide conocer otros amigos; escuchar ska viejito, tocar la guitarra y salir en bicicleta, cuantas veces quiera junto al chavo que le encanta. Pero en esta transformación se enfrenta a muchas dudas: ¿es suficientemente bonita para conquistar a un chico? ¿Ella debe buscarlo siempre? ¿Será bueno exigirle que la llame, o no? ¿Debe enojarse si la deja en visto? ¿Hay un manual para manejar todo esto? Sólo su experiencia podrá responder a todas estas preguntas.

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A mis primas, por ser mis amigas, confidentes,maestras y cómplices. A veces también son muylatosas, pero es parte de su encanto.

Y, por supuesto, a Alberto, porque es el motorde todo lo que hago.

1COMO UÑA Y MUGRE

—¡No puedo creer que me estés haciendo esto! ¡Es una súper traición!

Abigail puso los ojos en blanco y suspiró.

—¿No estás exagerando un poquito? —preguntó, intentado verse paciente.

—¡Claro que no! Es nuestra tradición, Abi. Y esta vez es más importante que nunca: ya vamos a empezar la prepa y quién sabe si volvamos a tener vacaciones alguna vez.

Abigail no pudo aguantarse la risa.

—Te prometo que sí vamos a tener. De hecho, si ya te hubieras asomado a la página de la escuela, ya tendrías el calendario de todo el año escolar, incluyendo los puentes, las vacaciones y las fechas de exámenes.

—Es que te voy a extrañar mucho.

—Y yo a ti, obvio.

—Entonces, ve conmigo, no seas mala onda.

—¿Y si te quedas...? —se aventuró tímidamente, pero Mónica explotó en una carcajada.

—¿Qué? ¿Estás loca? ¡Es la playita! Sol, cocteles de camarón, chicos guapos... Ya tengo mi bikini para este año y, ahora sí, se me ve súper. ¿En serio prefieres darle por su lado a la pesada de Yanina y sus tonterías?

Abigail sintió que se le hacía un nudo en la garganta. A veces, su prima era imposible. Primero se ponía a rogarle que no la dejara sola y todo eso, o a decirle que, de plano, sin ella no podía vivir... Y, luego, era capaz de decir las cosas más hirientes como si nada.

—Yanina es buena onda... —dijo con una voz que le chocó a ella misma por sonar débil. Parecía como si no creyera en lo que decía.

—Ay, ajá. Buenísima onda. ¿Ya se te olvidó cómo me corrió de su dizque clase? Se cree maestra de verdad. Y ni al caso. ¿Tú crees que alguno de los mensitos que van a aprender el tachún-tachún en la Casa de Cultura va a acabar de concertista o algo así?

“Es maestra de verdad y no te corrió: te dijo que buscaras otra cosa si no ibas a practicar entre clase y clase”, pensó Abi, ignorando la parte de “los mensitos”, en los que obviamente estaba ella incluida. Sabía que no iba a tener el valor de reclamarle eso a Mónica y que, en el lejanísimo caso de que se atreviera, su prima nada más se iba a encoger de hombros y a decirle que no hablaba de ella, para luego cambiar inmediatamente de tema. ¿Mónica disculparse? Abi nunca de los nuncas había visto eso.

Eso sí, Mónica había dejado las sesiones de guitarra para probar todo lo que había en la Casa de Cultura. Había pasado por clases de repujado, danza árabe, zumba y hasta malabarismo en monociclo (¡de veras!), pero de todo se había aburrido y, al final, había dejado de ir a clases en la Casa de Cultura. Sus papás no sabían, así que igual se iba con Abi y la esperaba en algún salón vacío, leyendo blogs o mensajeándose con el galán en turno. Y en cuanto acababa la clase de guitarra, prácticamente arrastraba a su prima de vuelta a casa, para ver videos o algo.

—¿Entonces? —insistió Moni—. ¿Vas a dejarme por la bruja de Yanina?

—Es la primera vez que voy a participar en un recital, Moni. Nunca he tocado en público.

—Pues tráete la guitarra a la playa y allá tocas. ¿Porfi? ¿Porfi, porfi, porfi? ¡Poooorfi! —y ponía carita de perrito tierno.

Por suerte, en ese momento, Susana, la mamá de Abi, tocó a la puerta de su recámara.

—Moni, dice tu mamá que ya vayas, que prometiste ayudar con la cena.

Mónica hizo una mueca de desagrado —no a Susana, sino a lo de tener que irse—, pero se levantó prácticamente sin remolonear y se despidió. No porque su mamá le impusiera mucho respeto, sino porque con la tía Susana sí era otra cosa.

—Te hablo cuando llegue a mi casa —le dijo a su prima al despedirse. Era el chiste más viejo del mundo, pero siempre lo hacían y siempre se reían, porque sus casas estaban una al lado de la otra. Pero esta vez, Abi sintió que le costaba trabajo ponerse de buenas.

Un par de horas después, cuando llegó Jaime, su papá, y se sentaron los tres a cenar, Susana miró con curiosidad a su hija.

—¿Qué tienes, chaparra? —le preguntó de inmediato.

Abi se encogió de hombros.

—Estaba pensando... ¿y si sí me voy con Moni y mis tíos a la playa?

—Pero ¿no estabas toda emocionada con lo del recital? —se extrañó Jaime.

—Pues... a fin de cuentas no es como si fuera un concierto de verdad, ¿no? —respondió Abi, muy quedito.

—Fue idea de tu prima, ¿verdad? —preguntó Susana, levantando una ceja. Abi sólo bajó la mirada, lo que sirvió como una confirmación de su sospecha—. ¡Argh! ¡A veces me dan unas ganas de que nos mudemos!

—Ya sabes que yo soy materia dispuesta —se apresuró a responder Jaime, con lo que se ganó una mirada fulminante de su esposa—. Nada en contra de tu hermana, corazón. Ni mucho menos de mi compadre, que conste. Pero ¿no sienten que a veces nos haría bien un poco más de privacidad? Y no me refiero nada más a cerrar las cortinas del comedor.

Eso no era una exageración. El comedor de la casa de Abi daba al comedor de la casa de Mónica. El abuelo de ambas, que había sido arquitecto, había construido el dúplex de modo que las dos casas fueran un espejo de la otra y sus dos hijas vivieran en el mismo terreno que él y su esposa. Había sido una coincidencia feliz que Susana y Gela, su hermana, se casaran respectivamente con Jaime y Miguel, que eran amigos de toda la vida. Y, mientras los abuelos vivieron, fue una tradición que todos desayunaran juntos el sábado. Luego de eso, cada quien podía aprovechar el fin de semana como quisiera, pero esos desayunos eran sagrados. Sólo se interrumpían una vez al año, cuando Miguel iba a Veracruz a pasar un mes con sus papás, que vivían allá. A veces iba Gela con él y, a veces, si el trabajo lo permitía, los acompañaban también Jaime y Susana, aunque fuera sólo unos días. Y las que sí iban siempre, siempre, y aprovechaban cada segundo por allá, eran Mónica y Abigail. Hasta esta ocasión.

—No sabía que te molestaba que me fuera con Moni a Veracruz —se quejó Abi, haciéndose la ofendida. Se sentía muy frustrada y quería que alguien más se sintiera mal, o bien, que tomara la decisión por ella. Pero su mamá no cayó en la provocación.

—Uy, sí. Me molesta muchísimo que sean uña y mugre desde hace... ¿cuánto? ¿Quince años? —le respondió Susana, sarcástica. Pero luego cambió su expresión y suavizó su tono—. Mira, chaparra, si quieres ir a Veracruz, buenísimo. Si te quieres quedar al recital, buenísimo también. Es más, si te quieres quedar a jugar jueguitos tontos en el celular y estarte en piyama todo el verano, por esta vez, no me opongo. Te lo ganaste al salir tan bien de la secundaria. Y si quieres andar como uña y mugre con Moni, también está perfecto. De hecho, a mí me encanta cómo se llevan y que ella sea para ti lo que tu tía Gela es para mí. Pero precisamente porque sé cómo es Gela y veo lo mucho que se le parece Mónica es que me preocupo. Lo que me fastidia es que sea tu prima la que decida y que tú nada más la sigas como borreguito. ¿Qué vas a hacer el día que Mónica no esté o te deje de hacer caso por empezar con noviecitos y esas cosas?

Por supuesto, su mamá tenía toda la razón del mundo y, precisamente, por eso fue que Abigail se enojó. Se enojó muchísimo. Sintió cómo el ácido del estómago le subía hasta la boca, dejándosela amarga, amarga; le dieron unas ganas locas de gritarle de cosas a su mamá e irse a encerrar a su cuarto, azotando la puerta. Moni lo habría hecho. Es más, lo habría hecho y habría manejado las cosas de forma que, al final, la tía Gela habría acabado pidiéndole perdón y comprándole alguna chuchería para quedar bien. Pero Susana no era Gela, no se dejaba enredar tan fácil como su hermana. Además Abigail no era Mónica. Así que, en vez de hacer un drama, respiró profundo y se calló lo que pensaba, como hacía siempre. Sólo después de un rato dijo:

—Quiero quedarme al recital.

Su mamá lo tomó como si le estuviera diciendo “voy a darle la vuelta al mundo en bicicleta”; le dijo que estaba orgullosísima de ella, de que empezara a tomar sus propias decisiones.

—Supongo que eso quiere decir que no vamos a mudarnos —dijo Jaime, pero ni Susana ni Abigail le hicieron caso.

Esa noche, ya en su cama, Abi no podía dormir. Sabía que al otro día tendría que decirle a Mónica que era definitivo lo de no ir a la playa. Casi podía adivinar lo que su prima le diría para tratar de convencerla, pero ahora sí tenía que dejarle claro que no iba a cambiar de opinión. Y, de una vez, le tenía que decir que la guitarra era más que un pasatiempo y que cada que le hacía comentarios despectivos la lastimaba. “Uy, sí. Y de postre le voy a decir que no me gusta que hable mal de Yanina”, pensó, burlándose de su propia inseguridad.

¿Cómo le hacía Mónica para ser tan segura de sí misma, para que las críticas se le resbalaran? Siempre se pavoneaba de ser “la mayor”, pero eran sólo once meses de diferencia. Eso sí, en cuanto tenían que interactuar con otras personas, parecía que su prima le llevaba años. Por ejemplo, cuando iban a la cafetería para colgarse del wifi, Mónica se erguía y les hablaba a los cajeros como si fuera una adulta y ellos unos niños. “Me das un moka doble con leche deslactosada, porfa”, decía. Abi, en cambio, de sólo ver todo lo que había en la carta sentía que se mareaba, así que siempre acababa pidiendo un chocolate caliente. En el salón de clases, si la cachaban copiando, Mónica juraba y perjuraba que no, que no estaba mirando el examen de su prima. “Mis ojos apuntaban para allá, pero estaba mirando hacia adentro. Me estaba concentrando”, aseguraba. No faltaba el maestro que le creía; incluso si no, ella mantenía su aplomo.

Ah, porque, además, estaba ese otro asuntito: no sólo vivían en casas contiguas, sino que también iban a la misma escuela y siempre les tocaba en el mismo grupo. Antes, hasta pensaban que eran gemelas. Ahora ya no, Moni se había quedado más bajita, y ya tenía curvas y había empezado a usar desodorante desde sexto de primaria. Abigail, en cambio, parecía garrocha: flaca, alta, desgarbada y sin interés en maquillarse o peinarse. Mucho menos en los chavos, mientras que su prima había tenido su primer novio cuando estaba en primero de secundaria y, desde entonces, andaba siempre con quien ella escogía. Era cosa de que se fijara en alguno y dijera “éste va a ser mi novio”, para que pasara. Luego, se aburría y los dejaba, igualito que había hecho con la guitarra, la danza árabe y todo lo demás en la Casa de Cultura.

“La verdad es que sí me gustaría ser un poquito como ella”, admitió Abi para sí misma. “O, por lo menos, no ser tanto su... ¿cómo dijo mi mamá? Ah, sí, su borreguito.” Nada más de pensarlo volvió a sentir amarga la boca. Seguía sin tener sueño. Ni cuenta se dio de la hora en que se quedó dormida.

2LA VIDA SIN TU UÑA(O SIN TU MUGRE)

En realidad, las cosas fueron mucho más fáciles al día siguiente, cuando Abi volvió a hablar del tema con su prima. Demasiado fáciles. Abi llegó a ver a Mónica después del desayuno (estrictamente hablando, ya llevaban una semana de vacaciones desde el último día en la secu) y la encontró todavía en piyama, clavadísima en un video tutorial de internet acerca de “moda vacacional para romper corazones”. Abigail miró entonces la cama y reprimió un gesto de sorpresa al ver prácticamente toda la ropa de su prima hecha una montaña ahí encima.

—¿Qué haces? —preguntó.

—Mi maleta para la playa, obvi —respondió Mónica.

—¿Pues cuántos días se van esta vez?

—¿Se van? —Mónica miró a los ojos a Abi, quien desvió la mirada. Moni asintió con la cabeza, como si descubriera algo que la intrigaba y decepcionaba a la vez. Pasó un rato, que se le hizo demasiado largo, antes de que agregara—: Son tres semanas, como siempre. Necesito escoger bien qué me llevo y qué dejo. Hay cosas que estaban bien antes, cuando era una escuinclita, pero que ahora nada más estorbarían.

Abi sintió que la cara se le encendía y tuvo que morderse las mejillas. Lo hacía siempre que alguien le decía algo hiriente. Así no lloraba ni respondía algo de lo que luego pudiera arrepentirse. “Qué chistoso, la persona que me dice algo hiriente casi siempre es Mónica”, pensó. Nunca había caído realmente en la cuenta de eso.

—Estoy muy ocupada, Abi. ¿Platicamos luego? —Mónica intentaba sonar despreocupada, pero la voz le había salido un poco más aguda y estridente de lo habitual; le estaba costando trabajo no hacer uno de sus berrinches.

—Sí, mándame un mensajito cuando te desocupes —Abi también trataba de sonar despreocupada, pero a ella la voz le salía rasposa, así que no dijo nada más y regresó a su casa.

Moni no le llamó esa tarde, ni al día siguiente.

Al tercer día, Abi ya no estaba tan angustiada ni se sentía tan culpable. Sin embargo, eso había dado lugar a un enojo que trataba de reprimir, pero que no pasó inadvertido para su mamá.

—Voy a comprar el pan para el desayuno. Acompáñame, chaparra —dijo Susana.

Siempre que le decía que iba a salir a comprar algo y que la acompañara significaba que quería tener una plática “de mujer a mujer”, como ella decía. Sonaba muy acá, pero casi siempre se trataba de asuntos sin chiste. Susana decía que era importante que tuvieran esas conversaciones para que cuando hubiera un tema que de verdad lo ameritara, Abi supiera que podía contar con ella. Y sí funcionaba, hasta eso. Por ejemplo, la primera vez que le bajó, Abi le dijo a su mamá:

—¿No tienes que comprar algo? Quiero acompañarte.

Y aunque el plan era ir a comprar galletas marías para hacer un postre de limón y leche condensada (que a Abi le gustaba más que nada en el mundo), terminaron yendo a la farmacia a comprar toallas sanitarias de diferentes tamaños y marcas, para ver cuáles le acomodaban mejor a Abi. Eso sí, cuando Mónica se enteró de que Abi “ya era toda una mujer” (¡así lo había dicho!) y que había preferido contarle primero a su mamá, se ofendió muchísimo.

Mientras caminaban hacia la panadería, Abi se sorprendió de cuántas malas ondas de Mónica estaba recordando últimamente. Pero le sorprendió más cómo empezó su plática “de mujer a mujer”:

—Tu prima es bien especialita, pero te quiere mucho —dijo Susana.

—Cuando dices “especialita”, ¿quieres decir “insoportable”?

—¡Uy! Creo que la cosa está peor de lo que pensaba. Cuéntame qué pasa.

Abi tardó un rato en responder, como si le costara trabajo encontrar las palabras precisas.

—Pues es lo de siempre, ma. Ya sabes, cada vez que las cosas no salen al gusto de Mónica, hace un drama de aquéllos. Y en su cabeza siempre resulta que la culpa es de alguien más.

—Igualito que Gela —reconoció la mamá de Abi con un suspiro.

—A mí normalmente no me agarra de culpable, pero creo que es porque ya aprendí a darle por su lado en todo. Si Moni quiere ver una peli romántica, pues la vemos; después yo veo sola una de miedo o de lo que sea que tenga ganas. Si ella quiere que pasemos la tarde viendo videos de tips de maquillaje, pues órale. Y en la noche yo veo, por fin, mis tutoriales de guitarra. Hasta ahí no es tan grave...

Pero una cosa era darle por su lado en algo así y otra bien diferente lo de renunciar a la guitarra. Abi le contó a su mamá que sospechaba que eso era lo que, muy en el fondo, quería Mónica. Cuando Moni se peleó con Yanina y decidió dejar las clases, le cayó de sorpresa que Abigail no desertara con ella.

—A lo mejor no me presionó tanto porque le sirve que yo esté en clase. Mientras ella va y platica con quien quiere y si se aburre, va y se sienta conmigo un rato...

Susana frunció el ceño.

—No sabía que tu prima ya no estaba tomando ninguna clase en la Casa de Cultura —dijo.

Abi sintió un nudo en el estómago.

—No le vayas a decir a mi tía Gela, porfi. Si de por sí Moni está toda enojada, imagínate si la regañan o le dicen algo por mi culpa.

—No sería tu culpa —la atajó Susana—. Sería exclusivamente su responsabilidad por tomar ese tipo de decisiones.

—Ajá. Ahora explícaselo tú —sonrió con amargura Abi.

—Okey, okey. No voy a decir nada. Capaz que Gela lo sabe y no le importa —suspiró Susana—. Ella era muy parecida cuando estábamos chicas y creo que todavía un poco...

—Por lo menos tú eres la mayor y ella tenía que obedecerte.

Ahora fue Susana la que se rio con amargura.

—Era horrible ser la responsable de que llegáramos a casa a buena hora. No me dejaban ir a ningún lado si no la llevaba, pero en cuanto salíamos de la casa, ella agarraba su camino y me prometía que nos veríamos en la puerta diez minutos antes de nuestro límite, para llegar juntas. Y, obviamente, nunca era puntual. Llegábamos tarde y adivina a quién regañaba tu abuelo.

Abi sonrió. Le gustaba mucho que su mamá le contara ese tipo de cosas. Como que la sentía más... ¿humana? O sea, sí, era muy exigente y estricta con las calificaciones y las tareas de la casa, pero también tenía ese otro lado.

—Además, a esa edad no nos dejaban tener celulares —siguió quejándose Susana—. Y si yo decía que no quería salir, para no aguantar todo el numerito, Gela se ponía como... pues como se pone Mónica contigo.

Caminaron en silencio el trecho que les faltaba hasta la panadería. Abi aprovechó que su mamá estaba pensativa para escoger varias de sus piezas de pan dulce favoritas, aunque sólo fueran a desayunar ellas dos (su papá seguro ya se había ido al desayuno de trabajo del que les había hablado el día anterior). Cuando llegaron a la caja, Susana regresó a la Tierra y miró la charola de pan: dos conchas, un cuernito, una rebanada de mantequilla y un panqué con chispas de chocolate, además de su polvorón de siempre.

—¿Tanto pan, mijita? —preguntó, levantando la ceja.

Abi sonrió, traviesa:

—Ya sabes lo que dicen, ma. “Con pan, las penas son menos...”.

—Bueno, pero tráete para mí otro panqué de ésos.

De regreso a casa, retomaron la charla.

—Si mi tía también es una lata, ¿por qué seguimos viviendo junto a ellas?

Susana volvió a suspirar.

—Gela es una lata, pero también es mi mejor amiga. Y saberla cerca... no sé, me hace sentir que mis papás también están cerca.

No tenía tanto que los abuelos habían muerto con muy poquito de tiempo de diferencia. Primero la abuela, que había estado enferma mucho tiempo, y a las poquitas semanas, él. Susana decía que seguro había sido de tristeza. Eso le daba mucho miedo a Abi, porque nunca había visto tan tan triste a su mamá. Casi parecía una niña cuando llegaron del funeral del abuelo; se sentó en la sala y se puso a llorar, sin importarle que Abi y Jaime la miraran sin saber qué hacer. Prácticamente se pasó una semana así, sentada en la sala, mirando por la ventana hacia la casa de sus papás, como ausente.

Abi sintió un escalofrío al recordar eso y se apresuró a hablar de otra cosa.

—¿Sabes qué es lo peor, ma? Me emociona que estas semanas voy a poder hacer lo que se me antoje. Escuchar la música que me gusta sin que Moni haga caras y practicar por horas la guitarra. Pero al mismo tiempo, me pone muy nerviosa estar sin ella. Creo que no sé cómo se hace.

—Poco a poco, chaparra. Pero en serio, no se lo tomes tan mal a tu prima. Y platica con ella cuando regrese. Dile cómo te sientes.

Ahora fue el turno de Abi de alzar la ceja con escepticismo.

—¿Crees? ¡Nunca me escucha!

—Bueno, el primer paso para que te escuche es que hables.

“Claro, como es tan fácil”, pensó Abi. Y sólo torció la boca.

—¿Ves? —insistió Susana—. En vez de decirme que es más fácil aconsejarlo que hacerlo o algo así, te guardas las cosas. Te vas a enfermar de la panza —agregó en broma. Lo bueno es que ya estaban llegando a casa, así que cambió radicalmente de tema—. ¿Te parece bien si hago chocolate para nuestro pan?

Abi y Mónica apenas se hablaron ese día. Y el siguiente. Iban juntas a la Casa de Cultura, pero con trabajo se dirigían la palabra. En cuanto acababa la clase de Abi, se regresaban, también en silencio; sólo se despedían al llegar a casa. Las dos fingían estar muy ocupadas. Abi ni se asomó a despedirse en la madrugada del viernes cuando sus tíos y su prima se subieron al coche para emprender bien temprano el viaje por carretera.

—¿No te despediste de tu prima? —preguntó Susana durante el desayuno.

Abi se encogió de hombros.

—Me quedé dormida —murmuró.

Agradeció que su mamá no insistiera, porque los argumentos que había preparado (“¿para qué me iba a levantar temprano si ni me habla?” y “tampoco es que se vayan tanto tiempo”) no la tenían muy convencida.

—¿Quieres que yo te acompañe a la Casa de Cultura para tu clase? —dijo Susana luego de un rato de desayunar en silencio.

—¡Mamááá...! —empezó a quejarse.

—Ya sé que no lo necesitas. Es sólo que... se me ocurrió que podríamos ir al cine cuando termine tu clase, ¿cómo ves?

—¿Tú y yo solas? —se entusiasmó Abi.

—O con tu papá, si llega temprano del trabajo.

—¡Súper sí! Pero no me acompañes, mejor nada más pasan por mí, ¿sí?

Luego del desayuno, Abigail se puso a limpiar su cuarto al ritmo de su lista favorita de reproducción: canciones viejitas de ska, que su prima detestaba y que nunca le dejaba escuchar en paz.

“¿Como cuántos siglos tendrá eso?”, le preguntaba Mónica cuando llegaba a verla y escuchaba alguna de esas rolas. “¿Sí te das cuenta de que así nunca vas a estar in? Ni modo de que todo el tiempo te esté cuidando la imagen, primita.”

Palabras más o menos, eso era lo que le decía antes de cambiar (¡sin preguntar!) la música a alguna que a ella le gustaba, la cual siempre era distinta: lo que le latía a su ligue en turno, la recomendación más reciente de un blog, cosas así.

“Entiendo que no le guste”, pensó Abi al recordar los regaños de Mónica. “Pero a mí tampoco me gustan muchas de las cosas que ella pone, y jamás le digo nada.” Entonces le vino a la cabeza lo que le había dicho su mamá el día de su plática “de mujer a mujer”: ¿es de verdad culpa suya, al menos en parte? ¿Tendría que haberle dicho a su prima: “Pues a mí sí me gusta, así que vamos a turnarnos al escoger la música”? De sólo imaginarlo, le sudaban las manos. Para distraerse, subió el volumen de la música. Empezaba una de sus favoritas, Baggy Trousers, de Madness. Sí, era una canción muy vieja, pero era divertidísima para bailar. También para tocar en la guitarra (Abigail la había sacado gracias a un tutorial que había encontrado en internet). Además, el video le gustaba un montón. No pasaba gran cosa en él: niños y niñas en una escuela, muy probablemente en Inglaterra, y la banda tocando en medio de un jardín, mientras el saxofonista, vestido como de una época todavía anterior, toca mientras “vuela” gracias a un alambre. Pensó que Mónica seguro diría que es aburridísimo, y se enojó otra vez consigo misma por estar pensando sin parar en su prima. Así que puso otra vez la canción desde el principio y empezó a bailar con la libertad de que nadie la juzgara.

La ida a la Casa de Cultura no fue emocionante. De hecho, fue hasta más tranquila que los últimos días cuando iba con Mónica sin hablarse. Abi llegó diez minutos antes de su clase y fue la primera. Apenas se estaba acomodando cuando llegó Yanina.

—¡Hola, Abi! ¿Ya tenías rato?

Abi negó con la cabeza mientras se encogía de hombros. Era su versión de: “No, para nada, no te preocupes”.

—A ver cuántos vienen hoy —suspiró Yanina.

Era cierto, en vacaciones había menos alumnos. Algunos salían de viaje, a otros les tocaba cuidar a sus hermanos. Ya de por sí eran pocos en las clases de Yanina, a lo mejor por lo exigente que era y porque no aceptaba menores de quince años entre semana.

—Si vienen menos, ¿vas a suspender? —se atrevió a preguntar Abi.

—¿Siempre sí te vas a ir de vacaciones?

—¿Yo? No, no —se apuró a decir—. Estoy emocionada con lo del recital —sintió que se ponía roja. Yanina le sonrió.

—Yo también. La directora de la Casa de Cultura me dice que deberíamos dejarlo para diciembre, para que estén todos. Pero me gusta la idea de que sólo participen los que de veras se sienten comprometidos. Además, imagínate qué tortura un recital con treinta participantes.