El millonario italiano - Ingenua y atrevida - Una antigua atracción - Katherine Garbera - E-Book

El millonario italiano - Ingenua y atrevida - Una antigua atracción E-Book

Katherine Garbera

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Beschreibung

Ómnibus Deseo 513 El millonario italiano Katherine Garbera ¿Conseguirían levantar la maldición que ya duraba tres generaciones? Marco Moretti, un exitoso corredor de Fórmula 1, y su familia, sufrían una maldición: eran capaces de conseguir amor o dinero, pero nunca las dos cosas. Eso no había supuesto un problema para Marco… hasta que conoció a Virginia Festa. Virginia, decidida a terminar con la maldición, que también afectaba a su propia familia, estaba convencida de que lo lograría quedándose embarazada de un Moretti, siempre y cuando no se enamorara de él. La química entre Marco y ella era electrizante y la solución parecía simple, pero engendrar un hijo de Marco creó una situación imposible que podía acabar con su plan: los dos se enamoraron. Ingenua y atrevida Peggy Moreland No estaba dispuesta a seguir esperando hasta el matrimonio... El sexy Nash Rivers había vuelto a la ciudad y Samantha McCloud se volvió automáticamente loca por él. Pero la inexperta joven no tenía la menor idea de cómo seducir a un hombre como Nash… o al menos eso creía ella. Nash nunca había sentido tanto deseo. Si no tenía cuidado, acabaría camino del altar junto a ella, porque la dulce Samantha no era una mujer con la que tener una aventura de una noche. Pero... ¿era él un hombre para toda la vida? Una antigua atracción Maureen Child Siempre le había gustado el hermano de su ex, y ahora él la necesitaba, y mucho. Cuando Adam Quinn se convirtió en el tutor legal del hijo de su hermano fallecido, le tocó pedir refuerzos. Y entonces apareció Sienna West, la inteligente y sexy fotógrafa que había estado casada con el inútil del hermano de Adam. Sienna se apartó de la familia Quinn tras el divorcio, pero no podía negarse ante la necesidad que había en el tono de voz de Adam… o el deseo que reflejaba su mirada. Un deseo que ya no tenían prohibido explorar.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 513 - abril 2023

 

© 2009 Katherine Garbera

El millonario italiano

Título original: The Moretti Heir

 

© 1998 Peggy Bozeman Morse

Ingenua y atrevida

Título original: The Restless Virgin

 

© 2018 Maureen Child

Una antigua atracción

Título original: Billionaire's Bargain

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2009, 2006 y 2020

 

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-6871-796-8

Índice

 

Créditos

El millonario italiano

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Ingenua y atrevida

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Una antigua atracción

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Desde cualquier punto de vista, Marco Moretti era un hombre que lo tenía todo. La victoria que acababa de obtener formaba parte de su plan para llegar a ser el corredor Moretti más galardonado de todos los tiempos. Su abuelo Lorenzo había ganado tres campeonatos seguidos, algo que Marco también había hecho, aunque tenía intención de superar el récord de su abuelo ese mismo año.

Ambos corredores Moretti estaban empatados a victorias con otros tres corredores, pero Marco pensaba obtener otra aquel año, algo por lo que había luchado desde que era un conductor novato.

Estaba convencido de que lo conseguiría. Nunca había fracasado en ninguna de las metas que se había propuesto, y aquélla no iba a ser una excepción. Entonces, ¿por qué se sentía tan aburrido e inquieto?

Su compañero de equipo, Keke Heckler, estaba sentado a la mesa junto a él, bebiendo y charlando con Elena Hamilton, una modelo de portada de la revista Sports Ilustrated. Keke parecía tener el mundo en sus manos. Marco no lograba dejar de pensar que debía haber algo más en la vida que las carreras, los triunfos y las fiestas.

Tal vez se estaba poniendo enfermo e iba a caer con la gripe o algo parecido en cualquier momento.

O tal vez se trataba de la maldición de la familia. Supuestamente, ningún Moretti podía triunfar al mismo tiempo en los negocios y en el amor.

–¿Marco? –dijo Keke con su marcado acento alemán.

–¿Sí?

–Elena me ha preguntado si ibas a quedar con Allie más tarde.

–No. Ya no estamos juntos.

–Oh, lo siento –dijo Elena.

Unos minutos después, Keke y Elena se levantaron de la mesa para ir a bailar mientras Marco permanecía sentado. Aquella fiesta era tanto para él como para la jet set que seguía las carreras de Fórmula 1. Vio a otros corredores entre el mar de bellezas que asistían a la fiesta, pero no se acercó a ninguno.

Allie y él se habían distanciado durante la época del año en que no se corrían carreras. Era como si sólo quisiera estar con él cuando era el centro de atención. Una parte de Marco anhelaba la vida tranquila que llevaban otras personas. No podía renunciar al glamour que iba unido al mundo de la Fórmula 1, pero, a veces, cuando estaba solo, le habría gustado contar con alguien con quien compartir los momentos tranquilos de su vida y la villa de Nápoles a la que solía retirarse para ser un hombre normal.

Miró a su alrededor. Ninguna de las preciosas mujeres que había allí sobresalía de las demás; todas eran demasiado bellas para ser descritas, pero Marco sabía que nunca encontraría entre ellas una que quisiera aquel tipo de vida.

¿Qué le sucedía?

Estaba en condiciones de iniciar una nueva era para Moretti Motors. Sus hermanos y él habían crecido en un mundo de lujo y privilegios, conscientes de que no tenían riqueza propia. Algo que Dominic, Antonio y él cambiaron en cuanto tuvieron edad suficiente para hacerlo.

En la actualidad, los tres eran hombres respetados en el duro y competitivo mundo del diseño de automóviles. Bajo su guía, Moretti Motors había vuelto a recuperar el liderazgo del negocio de coches de carreras. El poder del motor Moretti y el novedoso diseño de su chasis habían convertido a sus coches en los más rápidos del mundo, algo de lo que Marco era consciente cada vez que se sentaba tras el volante de su Fórmula 1. ¿Qué más podía pedir?

De pronto se quedó sin aliento al fijarse en una mujer que se hallaba en el otro extremo de la sala. Era alta y su pelo era del color del ébano. Su piel era pálida, como la luz de la luna del mediterráneo. Sus ojos… en realidad se encontraba demasiado lejos como para estar seguro, pero parecían profundos y sin límites.

Llevaba un vestido sutilmente sensual, del mismo color azul cielo que el mono de carreras de Marco. Llevaba el pelo sujeto en alto y algunos rizos sueltos enmarcaban su rostro.

Marco se puso en pie. Estaba acostumbrado a que las mujeres acudieran a él, pero necesitaba conocer a aquélla. Tenía que averiguar quién era y reclamarla suya.

Ya avanzaba hacia ella cuando la mujer se volvió y despareció entre la multitud. La estaba buscando con la mirada cuando sintió que alguien apoyaba una mano en su brazo.

Marco se volvió y vio que se trataba de su hermano Dominic. Eran de la misma estatura y ambos compartían los mismos rasgos clásicos romanos, al menos según la revista italiana de negocios Capital… algo que solía utilizar Antonio, su hermano mediano, para burlarse de ellos.

–Ahora no –dijo Marco, que tenía intención de encontrar a la misteriosa mujer.

–Sí, ahora. Es urgente. Antonio acaba de llegar y tenemos que hablar –Dominic era el líder de su fraternidad. No sólo porque fuera el director de la empresa, sino también porque era el motor de aquella nueva época de prosperidad para Moretti Motors.

–¿No puede esperar? Acabo de ganar la primer carrera de la temporada, Dom. Creo que tengo derecho a celebrarlo.

–Puedes celebrarlo luego. Esto no nos va a llevar mucho tiempo.

Marco miró de nuevo hacia donde había visto a la mujer, pero no había rastro de ella. Se había ido. Tal vez la había imaginado.

–¿Qué sucede? ¿Y dónde está Antonio?

–De camino. Vamos a la sección VIP a hablar. No me fío de la multitud.

Aquello no sorprendió a Marco. Dom no corría riesgos en lo referente a Moretti Motors. Él fue quien se dio cuenta de que la maldición que cayó sobre su abuelo Lorenzo era la responsable de que sus padres hubieran perdido su patrimonio. Marco no daba demasiado crédito a las maldiciones hechas por viejas brujas italianas, pero su padre creía que la maldición era responsable del cambio de fortuna de su familia.

Cuando eran adolescentes, sus hermanos y él juraron con sangre que nunca se enamorarían y que devolverían su antigua gloria y poder al nombre Moretti.

Mientras avanzaba con su hermano entre la multitud, Marco fue felicitado en varias ocasiones por su triunfo, pero él no dejó de buscar con la mirada a la mujer morena. No la encontró.

Cuando entraron en la zona VIP de la sala, separada del resto por una cortina, encontraron a Antonio esperándolos.

–Habéis tardado mucho.

–Marco es el campeón. Todo el mundo se lo disputa –dijo Dom.

–¿Cuál es el problema? –preguntó Marco, que no estaba interesado en enzarzarse en una de las habituales discusiones fraternales que no llevaban a nada.

–El problema es que la familia Vallerio no quiere dejarnos utilizar su nombre para la nueva producción de nuestro coche.

El Vallerio había sido el coche insignia de Moretti Motors hasta los años setenta, fecha en que dejó de producirse. Recuperarlo era el plan de Dominic para reestablecer el domino de la empresa en el mercado.

–¿Cómo puedo ayudar? –preguntó Marco–. Keke o yo podemos llevar el coche a Le Mans y ganar las veinticuatro horas con él.

–Imposible. El abogado de los Vallerio ha interpuesto un recurso.

–Necesitamos convencer a la familia Vallerio para que nos permita utilizar su nombre –dijo Dominic.

–¿Qué sabemos de ellos? –preguntó Marco.

–Que Pierre Henri Vallerio odiaba al abuelo Nonno y que probablemente esté saltando de alegría en el más allá al pensar que sus descendientes tienen algo que necesitamos –dijo Antonio.

–De manera que se trata de una contienda familiar.

–Más o menos. Creo que dirían no sólo para demostrar que pueden.

–En ese caso, tendré que ofrecerles algo que no puedan rechazar –dijo Antonio.

–¿Por ejemplo? –preguntó Marco. Su hermano mediano estaba acostumbrado a ganar. Todos lo estaban.

–Ya pensaré en algo. Dejadlo en mis manos.

–No podemos permitir que desbaraten nuestros planes.

–Desde luego que no.

Marco sabía que el problema no duraría mucho. El abogado de los Vallerio se llevaría una sorpresa cuando tuviera que tratar con Antonio.

***

 

 

Virginia Festa había pasado por un momento de pánico cuando Marco se había levantado y se había encaminado hacia ella. Sabía que le gustaba que sus mujeres se mostraran interesadas, pero no hasta el punto de mostrarse demasiado obvias. De manera que se volvió con la esperanza de… oh, en realidad se había alejado debido al pánico.

En marzo hacía mucha humedad en Melbourne, Australia, algo que había anticipado antes de dejar su casa en Long Island. De hecho, había planeado cada detalle de aquel viaje con todo detalle, consciente de que la sincronización lo era todo. Pero no había anticipado el elemento humano. Un error que sin duda cometió su abuela cuando lanzó la maldición sobre los varones Moretti.

Sospechaba que su abuela, que sólo tenía conocimientos rudimentarios de la antigua brujería strega, no se dio cuenta de que cuando maldijo a su amante Lorenzo Moretti y a su familia, también estaba maldiciendo a las mujeres Festa. Virginia se había pasado la vida estudiando la maldición que utilizó su abuela para tratar romperla. No había forma de limitarse a retirarla, ya que su abuela había sido la que había pronunciado el conjuro y ya había muerto.

Le irritaba haberse asustado después de haber llegado tan lejos. Estaba poniendo en marcha un plan que había estado elaborando desde que tenía dieciséis años, desde el momento en que descubrió la maldición que su abuela había lanzado sobre los hombres Moretti y, por accidente, sobre las mujeres Festa.

Se frotó las manos en su clásico vestido Chanel. Iba a tener que tratar de encontrar a Marco de nuevo, encontrarlo y camelarlo sin delatar su plan. La clave residía en mostrarse imprecisa. Había pasado muchas horas estudiando libros sobre el embrujo strega que su abuela había utilizado para maldecir a los Moretti y buscando una forma de romperlo. Tras su investigación había decidido que, para poner el plan en marcha, debía ser anónima.

Sólo tenía el recuerdo de su abuela de las palabras que pronunció, palabras que Cassia escribió en su diario y que Virginia había estudiado. Su abuela exigió venganza por su corazón roto y, al hacerlo, había condenado a las mujeres Festa a tener siempre el corazón roto.

No podía haber una unión de corazones Moretti y Festa. Tenían que permanecer siempre separados. Pero su sangre… Mientras estudiaba todo lo que podía sobre maldiciones, Virginia había encontrado un laguna en la de su abuela. Separadas, ambas familias permanecerían malditas para siempre. Pero si llegara a nacer un hijo con sangre Festa y Moretti, la maldición quedaría rota. Un hijo voluntariamente entregado a ella por un Moretti repararía el daño que Lorenzo Moretti había infligido a su mujer dos generaciones atrás y liberaría a los Moretti y a los Festa de su maldición.

Pero, una vez llegado el momento de la verdad, estaba realmente nerviosa. Una cosa era hacer planes para conquistar a un hombre estando cómodamente sentada en casa, y otra muy distinta era volar al otro extremo del mundo para poner en marcha su plan.

Salió del abarrotado salón a una terraza desde la que se divisaba el centro de Melbourne. Hasta entonces, los únicos lugares en que había estado habían sido el pequeño pueblo italiano en que creció su abuela, y Long Island, donde vivía.

Aquella noche, de pie en aquella terraza, mientras contemplaba el cielo negro cuajado de estrellas, sintió que estaba a punto de empezar algo nuevo. Toda la magia strega que le habían enseñado su madre y su abuela se basaba en estar al aire libre. Alzó la mirada hacia la luna y dejó que su brillo la fortaleciera.

–Hace una noche preciosa, ¿verdad?

La profunda voz masculina que escuchó a sus espaldas le produjo un agradable cosquilleo por todo el cuerpo, y no se sorprendió cuando, al volverse, vio a Marco Moretti de pie tras ella. El pánico que había sentido hacía un rato en el salón no regresó.

–Es cierto.

–¿Puedo reunirme contigo?

Virginia asintió.

–Soy Marco Moretti.

–Lo sé. Felicidades por tu triunfo de hoy.

–A eso me dedico, mi’angela –dijo Marco, sonriente.

–No soy tu ángel –replicó Virginia, aunque le encantó el sonido del italiano de Marco.

–Dime tu nombre y así podré llamarte por él.

–Virginia –dijo ella, muy consciente de que su apellido la delataría.

–Virginia… muy bonito. ¿Qué haces aquí, en Melbourne?

–Verte ganar.

Marco rió.

–¿Te apetece beber algo conmigo?

–Sólo si podemos quedarnos aquí –Virginia no quería volver al bullicio de la fiesta. Fuera mantenía mejor el control y podía concentrarse. Además, necesitaba hacer acopio de toda la magia strega posible. El cielo cuajado de estrellas y la luna la ayudarían.

–Desde luego.

Marco hizo una seña a un camarero.

Cuando sus bebidas llegaron, Marco tomó a Virginia por el codo y se alejaron de la gente que deambulaba por la terraza. Mientras caminaban, Virginia se hizo muy consciente del sutil roce de los dedos de Marco en su carne.

Cuando llegaron a una zona más tranquila, Marco dejó caer la mano. Se apoyó de espaldas contra la barandilla y miró a Virginia. Ella se preguntó qué vería, con la esperanza de que la encontrara misteriosa, sexy y seductora. Temía que sus nervios delataran el juego que se traía entre manos.

–Háblame de ti, mi’angela bella.

Virginia no contaba con sentirse atraída por Marco. Había imaginado que llegaría allí, mostraría un poco de pierna y de escote para estimular a Marco, que éste se la llevaría a la cama y que ella se iría a la mañana siguiente.

No había contado con que sus sentidos se vieran tan afectados por Marco. Le encantaba su acento y el ritmo de sus palabras mientras hablaba. También le gustaba el aroma de su colonia, y que le hiciera sentirse como si fuera la única mujer del mundo. Por supuesto, aquello encajaba con lo que había averiguado sobre él; que sus relaciones, aunque cortas, eran muy intensas.

–¿Qué quieres saber, mi diavolo bello?

Marco volvió a reír y Virginia comprendió por qué se le consideraba un hombre tan encantador. El encanto formaba parte intrínseca de su personalidad.

–De manera que piensas que soy atractivo.

–Pienso que eres un diablo.

–Me encanta el sonido del italiano en tus labios. Háblame de ti en italiano.

–Sólo conozco algunas frases. ¿Qué quieres saber de mí?

–Todo.

Virginia movió la cabeza.

–Ésa sería una historia muy aburrida. Nada como la afamada historia de Marco Moretti.

–Seguro que eso no es cierto. ¿A qué te dedicas?

–Ahora mismo estoy en un periodo sabático –dijo Virginia, lo que era cierto. Había pedido una excedencia de seis meses en su trabajo como profesora en una escuela universitaria de arte para seguir la temporada de carreras de Fórmula 1 y conocer a Marco.

–¿Por qué?

–El año que viene voy a cumplir treinta años y he decidido que ya era hora de conocer el mundo. Siempre he querido viajar, pero nunca he tenido tiempo.

–¿Así que es una mera coincidencia que ambos estemos en Melbourne?

–Sí –contestó Virginia. Una coincidencia provocada por ella.

–Melbourne es sólo la primera parada. Es una de mis ciudades favoritas.

–¿Qué es lo que te gusta de ella? –preguntó Virginia.

–Lo que más me gusta esta noche es que estamos juntos.

–Esa frase hecha es muy mala –dijo Virginia con ironía.

–No es una frase, sino la verdad –replicó Marco–. Ven a bailar conmigo.

Virginia tomó un sorbo de su bebida. Había llamado la atención de Marco y había conseguido que la conversación no se centrara en ella, y ahora…

–De acuerdo.

–¿De verdad has tenido que pensarlo? –preguntó Marco a la vez que la tomaba de la mano y la atraía hacia sí.

–En realidad no. Pero no me esperaba esto.

–¿Qué no te esperabas?

–Encontrarte tan atractivo.

Marco rió

–Yo tampoco esperaba encontrarte a ti, Virginia.

–¿Y qué esperabas?

–Otra fiesta para celebrar la victoria en la que todo el mundo simula sentirse feliz por mí aunque en realidad les da igual.

–¿Y eso suele suponer un problema para ti?

–En realidad no. Así son las masas. Todo el mundo está aquí para ver y ser visto.

Virginia estaba segura de que Marco había revelado con sus palabras más de lo que pretendía. Pero antes de que pudiera preguntarle algo más, la tomó por la barbilla, se inclinó y la besó en los labios.

Virginia sintió la calidez de su aliento y el delicado roce de su lengua contra su boca.

Y en ese momento supo con certeza que la misión a la que se enfrentaba era más peligrosa de lo que había imaginado. Porque iba a ser muy difícil no colarse por Marco Moretti.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

El plan de Virginia estaba funcionando… demasiado bien. Marco era delicado y encantador. Eso se lo esperaba. Pero también era divertido y sabía reírse de sí mismo.

Todo el mundo quería estar con él aquella noche, disfrutar de su gloria. Conscientes de que tenía posibilidades de batir el récord de victorias en el circuito de la Fórmula 1, la gente quería estar cerca de él.

Había tratado de apartarse de él en varias ocasiones desde que habían regresado al salón, pues no se sentía cómoda siendo el centro de atención, pero Marco la había tomado de la mano y la había retenido a su lado mientras avanzaban entre la multitud.

Allí no tenía por qué esforzarse en parecer misteriosa. Nadie la conocía, y lo cierto era que no creía que nadie quisiera conocerla aquella noche. Simplemente era una chica bonita más colgada del brazo de Marco.

Pero a la feminista que había en su interior le indignaba ligeramente verse relegada a ese papel.

–Lo siento, mi’angela, pero ganar siempre significa que mi tiempo no es mío.

–No hay problema –dijo Virginia. Estaba aprendiendo mucho de Marco sólo con observarlo. Se preguntó si su abuela habría sido consciente de cómo era el estilo de vida de la Fórmula 1. ¿Sería aquél el motivo por el que Lorenzo Moretti no quiso sentar la cabeza con ella? Tal vez no quiso renunciar a aquel estilo de vida a cambio de un hogar y una familia.

–¿En qué estás pensando, cara mia?

–En que no recuerdas mi nombre y por eso sigues llamándome esas cosas.

–Me ofendes, Virginia.

–Lo dudo.

Marco sonrió.

–Me gustaría saber en qué estás pensando. Pareces muy seria para estar en una fiesta.

Virginia no supo cómo responder a aquello. Necesitaba mostrarse misteriosa. No podía permitirse olvidar ni por un momento que no estaba allí para enamorarse de Marco Moretti. Estaba allí para romper una maldición.

Pero cuando Marco la tomó entre sus brazos en la pista de baile, lo olvidó todo sobre planes y maldiciones… todo excepto la sensación de sus brazos rodeándola.

–Estaba pensando que en esta fiesta todo el mundo parece querer algo de ti.

–¿Incluyéndote a ti?

«Sí», pensó Virginia, pero no lo dijo en alto.

–De acuerdo, sé que quieres algo. Yo también quiero algo de ti –dijo Marco.

–¿Y de qué se trata?

–Otro beso.

Aquello facilitaba las cosas para Virginia, porque para llevar adelante su plan necesitaba que Marco la deseara. Pero al mismo tiempo…

–Estás volviendo a hacerlo –susurró él junto a su oído–. Voy a empezar a pensar que no estás a gusto conmigo.

Un delicioso escalofrío recorrió de arriba abajo a Virginia. Sintió que sus pechos se volvían más pesados y que sus pezones se excitaban como buscando el cálido aliento de Marco.

–Por supuesto que estoy a gusto contigo, Marco. Eres el hombre que toda mujer desea… sólo tienes que mover un dedo para que acudan a tu lado.

–Esta noche no quiero estar con cualquier mujer, Virginia. Sólo quiero estar contigo.

–¿Por qué?

–Podría decir que es por el misterio que esconden tus ojos color chocolate. O por lo delicada que es tu piel.

–¿Y no es por eso?

–No, cara mia. El motivo por el que sólo quiero estar contigo es mucho más básico. Demasiado como para ser expresado con palabras.

–Deseo.

–Lo dices casi con desdén, pero el deseo y la atracción a primera vista son muy poderosos. No he sido capaz de pensar en nadie más desde que te he visto.

Virginia sonrió y dejó a un lado todos lo sueños adolescentes que había albergado sobre el amor. Despertar el deseo de Marco era precisamente lo que buscaba, y debería alegrarse de haberlo conseguido.

–A mí me ha sucedido lo mismo.

–¿En serio? –murmuró Marco a la vez que la atraía hacia sí. Mientras seguían bailando, inclinó la cabeza y acarició con los labios la piel del cuello de Virginia. Mientras lo hacía murmuró algo que ella no pudo entender. Lo único que sabía en aquellos momentos era que deseaba a Marco Moretti.

Se sentía viva en brazos de aquel hombre. Tal vez se debía a la magia de la noche, o tal vez se le había subido a la cabeza el poco alcohol que había bebido. Pero en el fondo sabía que era la maldición resurgiendo. Sabía que aquella atracción iba más a allá de Marco y de ella.

Sabía que era algo cósmico y maravilloso. Especialmente cuando Marco inclinó la cabeza hacia la suya. Sin esperar a que la besara, se puso de puntillas y sus labios se encontraron a medio camino.

Marco la besó con una pasión que Virginia sólo conocía por los libros y las películas. Se aferró a sus hombros mientras toda la feminidad que palpitaba en ella respondía a su masculinidad.

 

 

Besar a Virginia era adictivo. Se parecía a la sensación de correr a trescientos cincuenta kilómetros por hora en un circuito de carretas. Uno tenía la sensación de controlar algo que en realidad sabía que no podía controlar.

Su boca era dulce como la miel, y se aferraba a él como si no fuera a cansarse nunca de que la besara. La sacó de la pista de baile con un brazo en torno a su cintura.

–¿Adónde vamos? –preguntó Virginia, sin aliento.

–A un lugar en que podamos estar solos. ¿Te parece bien? –preguntó Marco. Se sentía casi como si ya se conocieran. Con Virginia no sentía el distanciamiento que sentía con otras mujeres.

Ella asintió y sonrió.

–Me gustaría –dijo.

Marco captó un matiz de timidez en su voz, una timidez que no encajaba con la misteriosa y lanzada mujer que había conocido hasta aquellos momentos.

–¿Virginia?

–¿Sí?

–¿Estás segura?

Marco vio que dudaba, pero enseguida asintió, se puso de nuevo de puntillas y le rozó los labios con los suyos antes de besarlo profunda y apasionadamente.

–Estoy segura –dijo.

–Bien –replicó Marco con voz ronca.

Ya se encaminaban hacia el ascensor cuando Marco estuvo a punto de gruñir al ver que Dominic se acercaba a ellos. No quería hablar con su hermano en aquellos momentos.

–Merda –murmuró.

–¿Disculpa? –Virginia se apartó de él–. ¿Hay algún problema?

–Perdóname. Mi hermano se dirige hacia aquí y con él siempre hay que hablar de negocios.

Marco reprimió el impulso de pulsar el botón del ascensor. Hacerlo habría sido dejar ver que tenía miedo de Dominic, y ése no era el caso. Sólo quería sacar a Virginia cuanto antes de la fiesta para estar a solas con ella.

–No sabía que los conductores de los coches de carreras también se implicaban en la dirección de la empresa –dijo Virginia.

–En Moretti Motors hemos decidido mantener el negocio en familia. Eso significa que todos tenemos un papel activo en la dirección.

–¿Y eso no te distrae de tu trabajo?

A Marco le gustaba estar implicado en la dirección de la empresa. Dominic, Antonio y él habían llegado a la conclusión de que el motivo por el que su padre había perdido el control de las acciones de la compañía había sido que no se había implicado lo suficiente en los detalles diarios. Y él y sus hermanos no estaban dispuestos a permitir que volviera a suceder.

–En general no… pero puede suponer un obstáculo para mi vida amorosa.

Virginia puso los ojos en blanco.

–Puede que decir cosas como ésa suponga un problema mayor para ti.

Marco le dedicó una sonrisa encantadora.

–A la mayoría de las mujeres no les importa.

–No estoy segura de eso.

–Compenso mis… cómo diríamos… malas maneras con otros detalles que las mujeres aprecian.

–¿Qué detalles?

–Te los mostraré en cuanto salgamos de aquí.

–Te tomo la palabra. ¿Quieres que te deje a solas con tu hermano?

–No –contestó rápidamente Marco, que no quería volver a perder de vista a Virginia–. Dom no me retendrá mucho rato.

–¿Tienes un momento, Marco? –preguntó Dominic cuando los alcanzó.

Marco tomó la mano de Virginia y la apoyó en la parte interior de su codo.

–En realidad no. He prometido mostrar a Virginia uno de mis lugares favoritos en Melbourne. Puedo quedar contigo mañana.

Dominic no pareció especialmente feliz con su respuesta, pero lo cierto era que nunca parecía demasiado feliz.

–No hay problema. Pero mañana vuelo de vuelta a Italia y tengo una agenda muy apretada.

–Comprendo –dijo Marco. Por mucho que lamentara el retraso, Moretti Motors era tan importante para él como para Dom.

–Virginia, te presento a mi hermano mayor, Dominic. Dom, ésta es Virginia… –Marco se dio cuenta de que no conocía su apellido. Aquélla no iba a ser la primera que iba a pasar una noche con una mujer cuyo apellido era un misterio para él. De manera que, ¿por qué le preocupaba?

–Es un placer –dijo Dominic.

–El placer es mío.

–¿Has disfrutado de la carrera de hoy?

–Me la he perdido –dijo Virginia, que se ruborizó ligeramente.

A Marco le extrañó aquello. La mayoría de las mujeres que seguían el circuito no se perdían nunca una carrera.

–¿En serio? –preguntó.

–Mi vuelo se retrasó. Me he disgustado, pero al menos tenía la perspectiva de esta fiesta para animarme.

–¿De dónde eres? –preguntó Dominic.

–De Estados Unidos.

–La mayoría de los estadounidenses prefieren el circuito NASCAR. ¿Sigues también ese deporte? –preguntó Marco.

–No. Siempre he preferido el glamour de la Fórmula 1.

Marco alzó una ceja.

–¿Qué es lo que te parece más glamuroso?

–Esta fiesta, por ejemplo –dijo Virginia–. Oh, mira, el ascensor ya está aquí.

Las puertas se abrieron mientras Marco pensaba en la ambigüedad de sus respuestas. ¿Estaría ocultando algo?

Virginia pasó un brazo por su cintura y lo atrajo hacia sí.

–Recuerda que has prometido enseñarme tu lugar favorito de Melbourne.

–Desde luego. Ciao, Dom.

–Arrivederci, Marco.

 

 

–De manera que eres de Estados Unidos –dijo Marco mientras se alejaban del hotel en su deportivo.

Virginia sabía que las preguntas iban a llegar. Hasta entonces había logrado mantener la vaguedad, pero el encuentro con Dominic probablemente había hecho comprender a Marco lo poco que sabía de ella.

–Sí. De Long Island. ¿Dónde creciste tú? Sé que Moretti Motors tiene su sede en Milán, ¿pero vives allí?

–Tengo una villa en Milán, y mi familia tiene una finca en las afueras.

–¿Te gusta vivir en Milán? Nunca he estado allí.

Virginia ya sabía que la familia Moretti tenía una propiedad en San Giuliano Milanese. Su abuela había acudido allí a maldecir a Lorenzo, y había una gastada foto de la propiedad de los Moretti colgando en la pared en su casa. Su abuela se la había legado junto con su diario.

–Es una ciudad en la que siempre hay algo que hacer –Marco se encogió de hombros–. Es mi hogar.

Virginia envidió su sentimiento de pertenencia a Milán. Se palpaba en su voz, en sus palabras. A diferencia de ella, que nunca había encajado en ningún lugar, Marco tenía un sitio al que podía considerar su hogar. Y aquél era uno de los principales motivos por los que estaba decidida a romper la maldición de su abuela. Anhelaba tener un hogar, una familia. Estaba cansada de estar siempre sola. Su madre y su abuela habían muerto y, por mucho que se hubiera esforzado, establecer lazos familiares siempre había estado fuera de su alcance.

Tener un hijo le daría la oportunidad de ser feliz. Cuando rompiera el hechizo, se casaría y daría a su hijo un padre y hermanos.

–Ya estamos aquí.

Las palabras de Marco sacaron a Virginia de su ensimismamiento. Al volver la mirada vio que un mozo uniformado se acercaba a abrir la puerta del coche. El edificio ante el que se habían detenido era un monumento a la arquitectura moderna, de diseño definido y personal.

–Buenas tardes, señor Moretti.

–Hola, Mitchell.

Entraron al vestíbulo del edificio y Marco se encaminó con Virginia hacia los ascensores.

–Creía que me traías a ver tu lugar favorito de Melbourne.

–Y eso he hecho. Mi ático tiene unas vistas espectaculares de la ciudad –dijo Marco a la vez que miraba su reloj–. Dentro de dos horas podrás comprobar lo maravilloso que es ver amanecer desde aquí.

–¿En serio?

–Sí… a menos que quieras que te lleve de vuelta a tu hotel.

Virginia negó con la cabeza.

Mientras el ascensor comenzaba a elevarse, Marco la tomó entre sus brazos y la besó.

Virginia sintió que la pasión que había despertado en ella mientras bailaban regresaba de inmediato. Su cuerpo anhelaba el de Marco. Había echado de menos su contacto durante el trayecto de veinte minutos en coche, y se preguntó hasta qué punto habría influido en aquel sentimiento el embrujo que había utilizado unas horas antes como ayuda para romper la maldición. No era una bruja en ejercicio, pero antes de acudir a Melbourne había decidido que necesitaría toda la ayuda posible para llevar adelante su plan.

Pero no pudo evitar preguntarse hasta qué punto sería real su deseo.

Cuando las puertas se abrieron, Marco se apartó de ella y la tomó de la mano. Salieron directamente al vestíbulo del ático de Marco.

–Tengo toda la planta –explicó él–. ¿Te apetece beber algo?

–Sí, gracias.

El salón en el que entraron tenía ventanales que iban del suelo al techo y una puerta corrediza que daba a un gran balcón.

Virginia sintió un ligero pánico al darse cuenta de que había llegado el momento de la verdad. Iba a acostarse con aquel hombre, al que había conocido hacía menos de cinco horas, y luego iba a irse. Era algo que había planeado hacía meses, pero, llegado el momento de la verdad…

Se detuvo en medio de la sala con la sensación de estar viviendo una situación surrealista. Estaba excitada. Sentía cada centímetro de su piel estimulado por los besos y caricias de Marco. Mientras contemplaba el Monet que colgaba de una de las paredes, supo que realmente estaba allí, que aquello no era algo que simplemente estaba imaginando. Sin embargo, al mismo tiempo…

–¿Te gustaría salir? Podemos sentarnos en el jacuzzi y beber algo.

Virginia miró a Marco, con sus fuertes rasgos romanos, y vio en él un destello de su futuro. No iba a permitir que el pánico se adueñara de ella y le hiciera renunciar a todo lo que quería.

Necesitaba a Marco Moretti y, al parecer, él la deseaba aquella noche. Y aquello era todo lo que necesitaba. Se repitió aquello una y otra vez mientras salía a la terraza.

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

Marco sirvió champán en dos copas. No era ningún inepto a la hora de cuidar a las mujeres de su vida, a pesar de que Allie se había quejado a menudo de que no le prestaba suficiente atención. Lo cierto era que se cuidada de excederse en sus atenciones.

No permitía que sus emociones se entrometieran, receloso de enamorarse de alguna mujer y por tanto de arruinar su vida.

Su móvil sonó en aquel momento y masculló una maldición al ver que se trataba de Dominic.

–¿Qué quieres ahora? –preguntó en italiano.

–Sólo quería recordarte que tuvieras cuidado. No podemos correr el riesgo de enamorarnos, especialmente ahora.

–Mordalo –murmuró Marco.

–No estoy tirando de tu cadena, Marco. Pero sabes que no podemos permitirnos enamorarnos de ninguna mujer.

Marco miró hacia el balcón en que se encontraba Virginia, apoyada contra la barandilla. No parecía peligrosa. No veía nada en ella que indicara que pudiera suponer un peligro para Moretti Motors.

–Es sólo una mujer, Dom –dijo, aunque no pudo evitar sentirse incómodo al hacerlo. Pero lo cierto era que sus prioridades estaban muy claras: correr y ganar. Moretti Motors y disfrutar de la vida. Y Virginia era una mujer con la que iba a poder disfrutar mucho aquella noche.

–Asegúrate de no olvidarlo.

–Nunca lo olvido. Creo que temes que Antonio y yo nos parezcamos demasiado a ti.

Su hermano, habitualmente locuaz, permaneció en silencio. Dom se enamoró en la universidad, y aquel breve lapso en su vigilancia le había servido como recordatorio constante de que todas las mujeres tenían el potencial de tentar a cualquiera de los Moretti.

–No sé lo que temo. Pero ten cuidado, Marco. Éste es el año en que todo va a cambiar. Hemos trabajado duro para llegar hasta aquí. Vamos a lanzar el nuevo modelo Vallerio. Vas a superar el récord de…

–Eso ya lo sé, Dom. Buona notte.

–Buona notte, Marco.

Marco colgó el teléfono pensando en su hermano mayor. Sospechaba que el corazón de Dominic era el más vulnerable de los tres.

–¿Marco?

–Ya voy, mi’angela.

La brisa nocturna agitó ligeramente el pelo de Virginia mientras Marco se acercaba a ella. Casi parecía formar parte de la noche, como si aquél fuera el único lugar en que pudiera existir. Casi como si fuera una fantasía. Pero era una mujer de carne y hueso… como había comprobado cuando la había besado.

–Creía que habías cambiado de opinión –dijo Virginia.

–En absoluto. Sólo quería asegurarme de que todo fuera perfecto –Marco le alcanzó una copa de champán.

–¿Esto forma parte del encanto que prometiste mostrarme antes?

–¿Tú qué crees?

Virginia rió, y el sonido de su risa fue como música en el viento. Marco cerró los ojos y alejó de su mente las preocupaciones que siempre le recordaba su hermano. Por aquella noche no era más que el ganador de una carrera con una bella mujer a su lado de la que disfrutar.

–No estoy segura.

Marco arqueó una ceja.

–¿Qué hace falta para convencerte?

–Prefiero reservarme la opinión hasta mañana por la mañana –Virginia alzó su copa–. Por tu victoria de hoy.

Marco brindó con ella y tomó un sorbo de su copa sin apartar la mirada de sus ojos.

–Por las mujeres misteriosamente bellas –dijo.

–Grazie –Virginia sonrió con timidez–. Pero no soy bella.

–Deja que vuelva a fijarme.

Virginia permaneció quieta, con una indecisa y casi frágil sonrisa en el rostro mientras Marco examinaba sus rasgos. Sus grandes ojos marrones parecían luminosos y llenos de secretos. Las gruesas pestañas que los rodeaban y el ligero toque de maquillaje en sus párpados les daban un aire exótico.

Lo siguiente que observó Marco fueron sus altos pómulos y su cremosa piel. Alzó una mano y la deslizó por su mejilla. Su nariz, larga y delgada, realzaba la elegancia de su rostro, pero era su boca lo que más le atraía.

Su labio superior era ligeramente más carnoso que el inferior, y ambos eran rosados y muy delicados al tacto. Deslizó el pulgar por ellos con sensual delicadeza.

–No veo nada que me haga cambiar de opinión.

–Puede que a tus ojos sea bella, pero te aseguro que otros hombres no me ven así.

–No me importan los ojos de los demás hombres, mio dolce.

–No… claro. Pero… yo nunca había hecho esto –dijo Virginia de repente.

–¿Ir al apartamento de un hombre? –Marco no pudo evitar sentirse un poco honrado y posesivo por el hecho de ser el primer hombre por el que Virginia se había sentido tan atraída.

Y no podía negar la atracción que sentía por ella. Esperaba que nunca llegara a saber cuánto la deseaba y cuánto poder le confería aquello sobre él.

–Sí… Estoy un poco nerviosa.

–Aún no es tarde para que te vayas. Podemos terminar nuestras bebidas y, si quieres, luego te llevo al hotel.

 

 

***

Virginia comprendió que Marco se estaba asegurando de que luego no pudiera decir que la había coaccionado. ¿O simplemente se estaba portando como un caballero? ¿Qué revelaba de ella el hecho de que lo primero que hubiera pensado hubiera sido el hecho de que Marco trataba de protegerse?

Pero lo cierto era que apenas podía hacer nada para protegerse. Lo único que quería ella era pasar aquella noche entre sus brazos… y su esperma.

Se sentía fría y calculadora. Sabía que cada noche millones de personas tenían una aventura que no significaba nada.

Pero ella no. Había vivido muy protegida toda su vida. Tras averiguar que el amor y el romance no iban a formar parte de su vida, decidió encontrar algún modo de que sus sueños románticos se hicieran realidad.

Sabía que su motivación para estar allí era romper la maldición de los Moretti. Pero, hacía unos momentos, cuando Marco le había descrito una belleza que ella era incapaz de ver reflejada en el espejo, se había sentido como si aquel encuentro significara más de lo que esperaba.

Se sentía como si Marco no fuera tan sólo el medio para llegar a un fin. Casi sentía que era el hombre que podría lograr enamorarla…

Y el amor por las mujeres Festa no era algo bueno.

–¿Virginia?

Virginia agitó la cabeza para despejarse. Miró a la luna e hizo acopio de la fuerza que necesitaba para olvidar las posibles consecuencias de sus actos. Por aquella noche, lo único que quería era disfrutar del momento con aquel hombre.

–No me voy –dijo.

Marco sonrió sin decir nada, y Virginia comprendió en aquel momento lo que era la verdadera belleza masculina.

–¿Vamos a quedarnos aquí esperando a que amanezca? –añadió.

–Claro que no. He pensado que podíamos relajarnos en el jacuzzi mientras disfrutamos del champán y del resto de la velada.

Virginia sintió un cálido estremecimiento mientras escuchaba el ronroneo del agua en el jacuzzi que se hallaba al final del balcón.

–Creo que me gustaría.

–Hay un pequeño vestuario con montones de albornoces –la profunda voz de Marco reverberó en la noche mientras señalaba una pequeña construcción que había junto al jacuzzi.

Habiendo pasado gran parte de su vida adulta esperando aquel momento, Virginia supo que había llegado el momento de actuar. Pero la acción siempre le había asustado. Su abuela se enamoró de Lorenzo Moretti y aquel simple hecho arruinó por completo la vida de Cassia.

–¿Sabes algo sobre las estrellas? –preguntó Marco, que tal vez había captado su inquietud.

–¿Qué?

–Las historias sobre las diferentes estrellas y por qué las constelaciones llenan el cielo.

Marco tomó a Virginia de la mano y la condujo hasta un sillón en el que se sentaron. Luego pasó un brazo por sus hombros y la atrajo hacia sí de manera que apoyara la cabeza sobre él.

Virginia lo miró y supo con certeza que había captado sus nervios. Y se preguntó si aquél sería un mensaje del universo para que renunciara a su plan. ¿Habría pasado por alto algún posible efecto colateral cuando decidió romper la maldición de sus familias quedándose embarazada de Marco?

–El cielo es distinto aquí –dijo él–. En el hemisferio norte, donde ambos vivimos, nunca se ve la Cruz del Sur.

–Ya había oído algo sobre eso. ¿Dónde está la Cruz del Sur?

Marco señaló un lugar en el cielo.

–Ahí está… ¿la ves?

Virginia siguió con la mirada la dirección de su brazo y vio cuatro estrellas en forma de una pequeña cruz.

–¿Tiene una leyenda, como Orión y Sirius?

–No. Debido a que sólo se ve desde el hemisferio sur, no hay leyendas griegas ni romanas asociadas a ella.

Virginia señaló otra constelación.

–¿Cuál es aquélla?

–Leo. Los sacerdotes egipcios solían predecir cuando iba a subir el Nilo basándose en su posición en el cielo.

Marco habló sobre otras constelaciones y Virginia empezó a ver al hombre que había tras el famoso corredor de Fórmula 1. Estaba acostumbrado a moverse en un mundo de privilegios y riqueza, pero aquella noche sólo era un hombre.

–¿Cómo llegaste a interesarte en las estrellas?

–Por mi padre. No le interesan los coches ni las carreras… al menos como deberían interesarle a un Moretti –Marco se volvió hacia Virginia–. Pero le encantan las leyendas y el pasado. Se ha pasado la vida leyendo sobre ello.

–¿Dónde están tus padres ahora?

–En San Giuliano Milanese. Ahí está el hogar familiar.

–¿Mantienes una relación cercana con tus padres?

–En cierto modo. Siempre he compartido el amor de mi padre por el cielo nocturno. Cuando era pequeño solíamos pasar mucho rato fuera mirando por el telescopio.

Como hija única, Virginia había pasado mucho tiempo a solas con su madre, que solía estar triste casi todo el tiempo.

–¿Por qué no le gustaban los coches a tu padre?

Virginia había oído rumores de que Giovanni Moretti era demasiado desenfadado como para dirigir una gran empresa de automóviles, que no le interesaban los negocios y que lo único que le apasionaba era hacer el amor a su esposa.

–Le gustaban, pero mi madre le gustaba más. De manera que los negocios no le atraían demasiado.

–Pero a ti sí.

–Esta noche puedo comprender por qué se distraía tanto mi padre.

Virginia creyó captar un destello de sorpresa en la mirada de Marco cuando dijo aquello, pero se recuperó rápidamente y se inclinó para besarla. El beso fue suave y delicado, más seductor que apasionado.

Marco deslizó una mano por el lateral de su cuerpo en busca de la cremallera del vestido. En lugar de soltarla, se limitó a deslizar un dedo por la costura.

Deslizó los labios a lo largo de la mandíbula de Virginia, donde dejó un rastro de besos hasta alcanzar su cuello. Ella se movió instintivamente entre sus brazos en un intento por entrar en pleno contacto con su cuerpo.

Sentía los pechos tensos y sensibilizados y se le puso la carne de gallina mientras Marco seguía acariciándola. Quería más.

 

 

Marco siempre había tenido un don especial para seducir a las mujeres. Dom decía que se debía a que era italiano, pero él pensaba que era más que eso. Nunca había sido insensible en sus seducciones, y nunca seguía adelante cuando era consciente de que la mujer con la que estaba iba a lamentar haber hecho el amor con él cuando se despertara por la mañana.

Pero no podía alejarse de Virginia. Estaba sorprendido por la intensa necesidad que experimentaba de estar con ella. Pero si se centraba en lo físico, sus emociones se desvanecerían y, con el tiempo, Virginia no sería más que un apasionado recuerdo.

La intensa oscuridad de su pelo contrastaba con la cremosa cualidad de su piel. Bajó la cremallera del lateral de su vestido, introdujo la mano bajo la tela y la acarició.

Virginia contuvo el aliento y se volvió para situarse frente a él. Marco tomó sus manos y le hizo elevarlas hasta el primer botón de su camisa.

Mientras miraba sus ojos color chocolate, Marco vio que la timidez que formaba parte de su forma de ser se esfumaba mientras le acariciaba el pecho.

La sangre corrió ardiente por sus venas cuando Virginia empezó a desabrocharle los botones de la camisa. Cuando concluyó, apartó los laterales y él terminó de quitársela.

Un ronco gemido escapó de su garganta cuando ella se inclinó para besarle el pecho. Sus labios no se mostraron precisamente tímidos mientras exploraban su torso y le mordisqueaba los pectorales.

Mientras la observaba, Marco sintió una creciente e incómoda tensión en sus calzones. Virginia sacó la lengua y le acarició un pezón. Marco apoyó una mano en su nuca para que siguiera donde estaba.

–¿Qué te pasó? –preguntó ella a la vez que deslizaba un dedo por la cicatriz que adornaba el pectoral izquierdo de Marco.

–Cuando tenía ocho años, Tony me empujó de un árbol al que solíamos subirnos y aterricé sobre una azada que el jardinero había dejado tirada en el suelo.

–¿Te dolió? –preguntó Virginia a la vez que se inclinaba hacia él.

Marco la tomó en brazos y le hizo sentarse a horcajadas sobre él antes de besarla en los labios.

–Sí. Me dolió bastante.

–Lo siento –Virginia se inclinó, y deslizó la lengua por la cicatriz–. Yo también tengo una cicatriz.

–¿Dónde?

Virginia se ruborizó y luego sacó el brazo derecho de la manga del vestido. El corpiño se aflojó y la otra manga se deslizó por el otro brazo hasta que el vestido se amontonó en su cintura. Llevaba un sujetador sin tirantes de color carne. Marco podía ver sus pechos, pero cuando alzó una mano para tocarlos palpó la tela del sujetador, no la dulzura de su carne.

–La cicatriz no está en mis pechos –dijo Virginia con una risita.

–¿No?

–No. Está aquí.

Virginia señaló su costado izquierdo, a unos centímetros bajo su pecho. Era una cicatriz alargada, de unos cinco centímetros, y se había ido desvaneciendo con el paso del tiempo.

–¿Cómo te la hiciste? –preguntó Marco mientras deslizaba un dedo por ella.

Virginia se estremeció entre sus brazos y se balanceó sobre él. Al hacerlo sintió el roce y la presión de la evidente erección de Marco contra el centro de su deseo.

–Tratando de entrar en casa por la ventana. Mi madre se había dejado las llaves dentro.

–Lo siento –dijo Marco a la vez que alzaba las caderas para que Virginia inclinara el torso hacia él. Buscó la cicatriz con sus labios y deslizó las manos por su espalda desnuda.

Virginia apoyó una mano en su abdomen y la fue deslizando lentamente hacia abajo. Marco sintió que su erección palpitaba y supo que iba a perder el control si no se tomaba las cosas con calma.

Pero una parte de él quería relajarse y permitir que Virginia hiciera lo que quisiera con él. Cuando ella alcanzó con la mano el borde de sus calzoncillos, se detuvo un momento para mirarlo al rostro y luego la deslizó a lo largo de su miembro. Marco le quitó el sujetador y luego la alzó para que sus pezones le rozaran el pecho.

–Humm… qué agradable –murmuró Virginia.

–¿Te gusta?

–Sí.

Marco estaba tan excitado que necesitaba estar cuanto antes dentro de su cuerpo. Pero antes tenía que ocuparse de un detalle.

–Odio preguntarte esto, cara mia, pero ¿estás tomando la pastilla?

Virginia se apartó un momento.

–Yo… sí.

–¿Estás tomando la píldora?

Virginia asintió.

–Y no tengo nada más que deba preocuparte. ¿Y tú?

–Estoy limpio.

–Bien.

Marco la atrajo hacia sí y la besó hasta que sintió que se relajaba. Luego, impaciente con la tela de su vestido, lo alzó hasta su cintura. Acarició sus cremosos muslos. Era tan suave…

Virginia suspiró cuando Marco introdujo una mano entre sus muslos, y gimió cuando deslizó los dedos por el centro de sus braguitas.

El encaje estaba caliente y húmedo. Marco deslizó un dedo bajo la tela y la miró a los ojos, momentáneamente indeciso.

Virginia se mordió el labio inferior y él sintió que movía las caderas para que la tocara donde lo necesitaba.

Marco apartó la tela de sus braguitas a un lado y deslizó un dedo por la abertura de su cuerpo. Estaba lista para él. Lo único que le hizo contener su propio deseo fue que quería hacerle alcanzar el orgasmo al menos una vez antes de penetrarla.

Virginia movió la caderas sinuosamente y Marco penetró su húmeda abertura con la punta de un dedo.

–Marco… –murmuró ella, sin aliento.

–¿Sí, mi’angela?

–Necesito más…

–¿Así está mejor? –preguntó él a la vez que le introducía el dedo hasta el fondo.

–Sí… –Virginia subió y bajó las caderas contra su dedo hasta que necesitó más–. Marco, por favor…

Marco retiró el dedo y lo deslizó en torno al centro del deseo de Virginia, que se movió frenética contra él. Se inclinó y sus pechos rozaron las mejillas de Marco a la vez que se agarraba al respaldo del sofá.

Él volvió el rostro y tomó un pezón en su boca a la vez que introducía dos dedos en el cuerpo de Virginia. Mantuvo el pulgar en su centro y trabajó con sus dedos hasta que ella echó la cabeza atrás y pronunció repetidas veces su nombre.

Marco sintió cómo se tensaba en torno a sus dedos. Virginia siguió moviéndose unos segundos y finalmente se desmoronó sobre él.

Marco le hizo inclinar la cabeza hacia la suya para saborear su boca. Se dijo que debía tomárselo con calma, que Virginia no estaba acostumbrada a él. Pero perdió el control en cuanto rozó sus labios.

La besó y la sostuvo a su merced, acariciándole la espalda y deslizando las uñas por su columna hasta alcanzar la curva de sus glúteos.

Virginia cerró los ojos y contuvo el aliento cuando Marco alzó la mano para tomar un pezón entre sus dedos. La dulzura de sus gemidos estuvo a punto de hacer perder el control a Marco, que bajó la cremallera de sus pantalones para liberar su erección. Virginia dio un gritito cuando él frotó la punta contra su húmedo centro.

Introdujo la mano entre ellos y se irguió para introducir la punta en su cuerpo.

Marco la sostuvo con una mano en la espalda. Deseaba a Virginia más de lo que había deseado a ninguna otra mujer en mucho tiempo. Le estaba costando verdaderos esfuerzos mantener el control. Pero no podía permitir que aquello llegara a ser algo más que un apasionado encuentro.

Aquello sólo tenía que ver con el sexo. Era una aventura de una noche.

Virginia movió las caderas, tratando de que la penetrara más profundamente, y él supo que había llegado el momento de la verdad.

–¿Marco?

–¿Humm?

–¿Vas a tomarme?

–¿Quieres más?

Virginia se inclinó y le mordisqueó el labio inferior.

–Sabes que sí.

–Ruégame que te tome, mi’angela bella.

–Tómame, Marco. Hazme tuya…

Marco quería hacerla suya. Allí, con la Cruz del Sur brillando en el cielo, estaba lejos de Italia y de la maldición que había perseguido a los hombres Moretti durante demasiado tiempo.

Iba a hacer suya a Virginia… aunque sólo fuera por una noche.

Alzó las caderas para introducirse más profundamente en la dulzura de su cuerpo. Cuando sopló sobre sus pezones vio que se le ponía la carne de gallina. Le encantaba cómo reaccionaba a las caricias de su boca. Succionó la piel de la base de su cuello mientras la penetraba hasta el fondo. Sabía que le estaba dejando una marca con su boca, y eso le agradaba. Quería que cuando estuviera sola recordara aquel momento y lo que habían hecho.

Siguió jugueteando con sus pezones hasta que Virginia entrelazó las manos en su pelo y empezó a subir y bajar las caderas cada vez con más fuerza.

–Llega conmigo –susurró él en italiano.

Virginia asintió y Marco pensó que entendía su lengua. Sus ojos parecían agrandarse con cada penetración. Marco notó que empezaba a tensarse en torno a su miembro y que cada vez movía las caderas con más rapidez.

–Agárrate a mí con fuerza –dijo.

Virginia hizo lo que le decía y Marco giró hasta que la tuvo debajo suyo. Le hizo doblar las rodillas contra el cuerpo para poder penetrarla más profundamente, para que estuviera abierta y vulnerable a él.

–Ahora, Virginia –murmuró.

Ella asintió y Marco notó que su cuerpo se tensaba. Virginia apoyó las manos en sus glúteos y lo atrajo hacia sí. Él sintió el rugido de la sangre en sus oídos y todo su mundo se centró en aquella única mujer.

Repitió su nombre una y otra vez mientras alcanzaba el clímax de su deseo. Vio que los ojos de Virginia parecían crecer aún más y sintió cómo se contraía en torno a él mientras alcanzaba su orgasmo.

Marco rotó las caderas contra ella hasta que Virginia dejó de moverse. Luego lo rodeó con los brazos por los hombros y lo besó en la barbilla.

–Oh, Marco. Gracias por hacerme el amor.

–De nada, Virginia.

–Jamás pensé que sería así.

–¿Así cómo?

–Tan increíble. Estar contigo es… no tenía idea de que sería una experiencia tan intensa.

Marco rió.

–Eso se debe a que nunca habías hecho el amor antes conmigo.

Virginia echó la cabeza atrás y Marco captó una vulnerabilidad en sus ojos que no comprendió.

–Creo que tienes razón.

 

 

Marco se estiró y giró en la cama mientras la luz del sol inundaba el suelo de su dormitorio. La almohada que estaba junto a él aún estaba arrugada, y las sábanas olían a sexo y al delicado perfume de Virginia.

–Cara mia?

No hubo respuesta mientras se levantaba y se estiraba. Había un vaso de zumo en su mesilla. Marco sonrió mientras lo tomaba. Tal vez Virginia estaba preparando el desayuno.

Caminó lentamente por el ático. Ante él se extendía todo Melbourne, y pensó por un momento en su vida y en el hecho de que parecía tenerlo todo. Pensó también en la maldición que perseguía a su familia. Nunca le había dado demasiada importancia; había preferido creer que controlaba su destino, pero Dom había amado y había sufrido a causa de ello, de manera que tal vez había algo en la maldición de los Moretti.

Se pasó la mano por el rostro. ¿Por qué estaba pensando en la maldición aquella mañana?

No quería admitirlo porque Virginia le gustaba. Sentía la tentación de retrasar sus planes de viaje. Podía quedarse en Melbourne con ella hasta que no le quedara más remedio que irse.

Y, precisamente por eso, lo más prudente sería que Virginia se fuera. La encontraría, comería lo que hubiera preparado para él y luego se despediría de ella.

–¿Virginia?

Al no encontrarla en la cocina pensó que tal vez estaba en el balcón. Se detuvo en su despacho al notar que algunos papeles del escritorio estaban desordenados, como si alguien les hubiera estado echando un vistazo. Consciente de lo importante que era preservar los secretos de Moretti Motors, empezó a sentirse preocupado.

¿Habría acudido Virginia a su apartamento para averiguar lo que estaba haciendo Moretti Motors?

Lo más probable era que estuviera volviéndose paranoico, como Dom. Virginia no le había hecho una sola pregunta sobre la empresa, y en ningún momento se había mostrado interesada por el tema.

Al comprobar que el balcón también estaba vacío, comprendió que Virginia se había ido. Apretó los puños, enfadado por el hecho de que se hubiera marchado sin darle la oportunidad de… en realidad era algo que no se esperaba. Había planeado cambiar todo su día por ella… pero se había ido.

Capítulo Cuatro

 

 

 

 

 

La carrera en Barcelona no fue distinta a las dos anteriores para Marco. Dio conferencias de prensa, atendió sus responsabilidades en Moretti Motors y, desde el punto de vista de su compañero de equipo Keke y sus hermanos, era el mismo conductor ambicioso de siempre.

Pero por dentro hervía. Al principio, cuando descubrió que estaba solo en Melbourne, se preocupó por Virginia, por la posibilidad de que se hubiera sentido abrumada después de la apasionada noche que habían compartido. Pero con el paso de los días había comprendido que Virginia había buscado voluntariamente compartir aquella única noche con él.

También había comprendido que no quería que la buscara, algo que no habría supuesto mayor problema. Marco era consciente de que si se hubiera quedado aquella mañana en su apartamento la habría despedido cuanto antes para seguir adelante con su vida. No buscaba asentarse. Había hecho una promesa a sus hermanos que no pensaba romper, y no tenía tiempo en su vida para complicaciones románticas.

De manera que, ¿por qué seguía enfadándose cuando pensaba en cómo lo había dejado Virginia?

–¿Marco?

–¿Sí?

–Tenemos que reunirnos con los oficiales en unos minutos… ¿estás bien? –preguntó Keke.

–Sí. Sólo estaba repasando la carrera en mi cabeza.

–¿Estás libre para salir esta noche? La familia de Elena está en la ciudad y vamos a salir con ellos.

La relación de Keke con Elena se estaba volviendo más y más seria con el paso de los meses, y Marco apreciaba que su amigo lo incluyera en sus planes, pero empezaba a sentir que sobraba.

–Mis padres van a venir a ver la carrera y voy a pasar la tarde con ellos.

–También puedes invitarlos.

–¿Qué pasa? ¿No quieres estar a solas con los padres de Elena?

Keke se puso colorado.

–No es eso. Voy a pedirle que se case conmigo y me gustaría que estuvieras presente. Ya sabes que no tengo una auténtica familia…

Marco comprendía a su amigo.

–Será un honor acompañarte. De hecho, Dom ha reservado un restaurante entero para que podamos estar tranquilos. ¿Te gustaría utilizarlo para tu plan?

–He hecho reservas en el Stella Luna –dijo Keke.

–En ese caso, nos reuniremos allí contigo. ¿A qué hora?

–A las nueve.

Marco miró a German y se preguntó qué supondría aquello para su amistad. Sabía que, por mucho que quisiera mantener sus relaciones intactas, la vida de un hombre cambiaba cuando se casaba.

–Felicidades, amico mio.

–Gracias. ¿Querrás ser nuestro padrino si Elena acepta casarse conmigo?

–Aceptará, y yo acepto ser vuestro padrino.

Keke se fue unos minutos después y Marco llamó a sus padres y hermanos para trasladarles la invitación de su amigo.

Luego permaneció un rato pensativo, como sucedía siempre que salía el tema del matrimonio. El plan que habían tramado sus hermanos y él cuando eran jóvenes implicaba que probablemente ninguno se casaría por amor. Y envidiaba a su amigo aquella relación.