El Misterio Del Lago - Juan Moisés De La Serna - E-Book

El Misterio Del Lago E-Book

Juan Moisés de la Serna

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  • Herausgeber: Tektime
  • Kategorie: Krimi
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2019
Beschreibung

Adéntrate en el misterioso mundo de la naturaleza humana, que te llevará a cuestionar los orígenes de la vida.
Una excursión conducirá a la protagonista a través de las angostas montañas hasta una gran explanada ocupada por un inmenso lago de aguas negras, y en la orilla un pequeño y pintoresco pueblo de amables vecinos.
Nada hace sospechar lo que aquellas aguas tranquilas esconden en su interior, es un paisaje bucólico durante el día, pero ¿qué sucede durante la noche?
La curiosidad de la protagonista hace que vaya buscando respuestas que van más allá de las explicaciones científicas y las creencias populares de los habitantes del lugar.
Descubre cómo actúan cuando se enfrentan a uno de los mayores retos de la raza humana, sobrevivir a su extinción, ¿qué hubieses hecho en su lugar?


PUBLISHER: TEKTIME

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Índice de contenido

CAPÍTULO 1. UN NUEVO DÍA

CAPÍTULO 2. LA INTERVENCIÓN ECLESIÁSTICA

CAPÍTULO 3. LAS NUEVAS PRUEBAS

CAPÍTULO 4. EL EFECTO DE LA GENÉTICA

CAPÍTULO 5. EXPERIENCIA CERCANA A LA MUERTE

CAPÍTULO 6. VUELTA AL ORIGEN

CAPÍTULO 7. UNO DE ELLOS

Hitos

Índice de contenido

Portada

El

Misterio

del

Lago

Juan Moisés de la Serna

Editorial Tektime

2019

“El Misterio del Lago”

Escrito por Juan Moisés de la Serna

1ª edición: diciembre 2015

2ª edición: febrero 2019

© Juan Moisés de la Serna, 2015-2019

© Ediciones Tektime, 2019

Todos los derechos reservados

Distribuido por Tektime

https://www.traduzionelibri.it

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros medios, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

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Prólogo

Adéntrate en el misterioso mundo de la naturaleza humana, que te llevará a cuestionar los orígenes de la vida.

Una excursión conducirá a la protagonista a través de las angostas montañas hasta una gran explanada ocupada por un inmenso lago de aguas negras, y en la orilla un pequeño y pintoresco pueblo de amables vecinos.

Nada hace sospechar lo que aquellas aguas tranquilas esconden en su interior, es un paisaje bucólico durante el día, pero ¿qué sucede durante la noche?

La curiosidad de la protagonista hace que vaya buscando respuestas que van más allá de las explicaciones científicas y las creencias populares de los habitantes del lugar.

Descubre cómo actúan cuando se enfrentan a uno de los mayores retos de la raza humana, sobrevivir a su extinción, ¿qué hubieses hecho en su lugar?

En la vida hay muchas veces

que es bueno investigar

y buscar una respuesta

que aclare la verdad

¿Qué entorno nos rodea?

¿a dónde nos encontramos?

preguntas que nos hacemos

explicación que buscamos.

AMOR

Dedicado a mis padres

Índice de contenido
CAPÍTULO 1. UN NUEVO DÍA
CAPÍTULO 2. LA INTERVENCIÓN ECLESIÁSTICA
CAPÍTULO 3. LAS NUEVAS PRUEBAS
CAPÍTULO 4. EL EFECTO DE LA GENÉTICA
CAPÍTULO 5. EXPERIENCIA CERCANA A LA MUERTE
CAPÍTULO 6. VUELTA AL ORIGEN
CAPÍTULO 7. UNO DE ELLOS

CAPÍTULO 1. UN NUEVO DÍA

Me morí y he vuelto a nacer. Desperté bien entrada la mañana, deslumbrada por un potente rayo de sol que atravesaba oblicuamente la habitación, procedente de una pequeña ventana situada encima de la cómoda frente a la cama y eso que dejé bien cerradas las persianas y echada la cortina la noche anterior.

Después de desperezarme un poco con suaves estiramientos de brazos y espalda me sentí enormemente descansada, tranquila y relajada, algo que me vino muy bien después para recuperarme de un agotador viaje entre aquellas escarpadas colinas.

Me senté en el borde de la cama mirando tranquilamente a mí alrededor mientras con una mano intentaba tapar aquel fastidioso rayo de sol que parecía destinado a no dejarme seguir durmiendo, cual gallo cantando en el campo a la salida del sol.

No tardé demasiado en situarme en aquel pequeño espacio en el que apenas cabía la cama en la que aún permanecía, frente a ésta una cómoda donde había guardado, como pude, el día anterior mi ropa junto con la mochila, a cuyos pies descansaban las botas a lado de una pequeña silla de cuerdas.

A pesar de no parecerse en nada a mi amplio y decorado de ganchillo dormitorio, era un lugar agradable y confortable en el que poder descansar por una noche, pues no sé si me llegaría a acostumbrar a un lugar tan sencillo y con tan humildes comodidades.

Inspiré con intensidad y mientas dejaba salir el aire lentamente intenté adivinar la bulliciosa vida que se desarrollaría tras aquellas cuatro paredes, de cuyo ajetreo empezaba a percatarme al oír sonidos que aun siéndome desconocidos no tardaba demasiado en imaginarme de qué se trataba.

Volví a estirarme mientras me levantaba dirigiéndome a la cómoda para recoger mi ropa y prepararme para salir. Estaba muy agradecida por que me hubiesen acogido tan bien, la verdad es que no sabía el porqué de aquella amabilidad, pues era una extraña en aquel pueblo.

Por alguna oculta razón, que no alcanzaba a comprender, me sentía como si hubiese llegado al final de mi viaje. Al contrario de lo que había experimentado en mis viajes anteriores, ahora no tenía ninguna gana de abandonar rápidamente aquel lugar sin conocerlo mejor. Es como si por un momento hubiese perdido ese impulso que siempre me había hecho avanzar y seguir adelante sin saber muy bien hacia dónde.

Parecía que había conseguido encontrar aquello a lo que siempre había aspirado desde pequeña, un lugar en el cual sentirme acogida y tranquila, donde la paz reinase por todas partes, tal como había leído de otros viajeros, que tras buscar casi obsesivamente en distintas localizaciones del mundo habían hallado su lugar.

Para algunos, este lugar era donde la opulencia y la ostentación reinaba por doquiera contagiando a sus habitantes casi hipnóticamente hacia una vida superficial donde lo más importante es la apariencia. Para otros, se trataba de la belleza de sus mujeres, lo que determinaba el lugar preferido donde vivir o reposar en sus últimos años de vida.

Hay a quien la antigüedad de las edificaciones le hacía sentirse especiales, como si con ello pudiesen compartir y formar parte de la historia del lugar. Hasta este momento no había tenido esa sensación, ya que ni la historia, la belleza o la ostentación me habían atraído lo suficiente como para hacerme sentir llena, plena y tranquila.

Terminé de hacer mis ejercicios de estiramiento de espalda, brazos y piernas, los cuales había aprendido de un escalador profesional que había ascendido dos veces al monte Everest, el pico más alto del mundo. Una intensa pero banal relación, pues sabía que estaba casado con su profesión y no dejaba que nada ni nadie se interpusiese entre sus objetivos, y así fue como me abandonó para hacer su siguiente “ocho mil” en su intento por alcanzar los trece restantes picos del mundo superiores a esa altura.

Eran movimientos simples parecidos a los que se realizan con el yoga, con los que desperezar los músculos para evitar posibles lesiones al someterlos a un ejercicio continuado.

Me di una ducha y me puse la misma ropa que había traído el día anterior, incluida mi pesada compañera, la mochila, en la que llevaba todo lo necesario para los tres días que había previsto que duraría el viaje.

A parte del necesario botiquín, portaba una esterilla que hacía las veces de colchón, una manta plastificada tanto para arroparme a la hora de dormir como para taparme en caso de que lloviese y por supuesto comida deshidratada y agua con el que mantenerme en forma durante mis largas caminatas, y por fuera de la mochila todo el material de escalada al que estaba tan habituada a utilizar en mis escapadas al monte.

Después salí a una habitación contigua donde ya me tenían preparado un escaso y austero desayuno, un trozo de hogaza de pan duro, un poco de aceite y algo de leche, en el que por supuesto, eché en falta un buen café bien cargado como me gustaba tomarlo antes de ir a la oficina.

Tras tomármelo todo sin demasiadas ganas, pues era de esas personas que le entra la comida por los ojos, y ésta no se veía tan apetecible, fui a recorrer el pueblo y sus alrededores, pues a pesar de haber llegado el ayer por la tarde, la casi ausencia de una luz me había impedido hacerme una idea más o menos exacta del lugar donde me hallaba, tan necesario si tenía que regresar de nuevo.

Además, buscaba de entre el paisaje elementos distintivos y característicos que fuesen fácilmente visibles a distancia, de forma que me permitiesen orientarme mejor, pues cuando estas entre colinas al final todas te pueden parecer iguales y es fácil perderse, máxime cuando la brújula no siempre funciona como debiera debido a rocas ricas hierro.

Me solía fijar en algún tipo de irregularidad, algo peculiar, un árbol grande alejado del resto, una roca sobresaliente o una oquedad característica entre dos montañas, todo lo que me permitiese saber hacia dónde debía de dirigirme para llegar a mi destino.

Aunque al principio, cuando me estaba iniciando en esto del trekking, no le daba demasiada importancia, la experiencia y el haberme tenido que enfrentar a dificultades no previstas me han hecho valorar estos pequeños trucos de montañero, tan útiles cuando no sabes hacia dónde te diriges o cuando quieres volver a tu lugar de origen.

Probablemente por ello había desarrollado un gusto por observar la naturaleza, un paisaje tan distinto al que estaba acostumbrada a contemplar desde mi apartamento en mitad de aquella inmensa urbe, la cual a veces se me hace tan gris, fría e impersonal.

En cambio, cuando estoy en la naturaleza todo es tan diferente, como si fuesen dos mundos separados, casi opuestos, donde el smog que envuelve a la ciudad deja paso al aire puro; los tonos grises y negros característicos de los antiguos edificios se cambian por los vivos y llamativos colores de las plantas y las flores; el incesante ruido de las obras y de los pitidos de los desesperados conductores, por el rumor de las hojas mecidas por la suave brisa.

Lo que más me llamó la atención fue un amplio lago situado delante del pueblo situado en la vaguada que forman de dos altas colinas, en lo que pudo ser en su momento el paso de un gran río ahora extinto.

Probablemente las aguas del lago no sean producto de un manantial subterráneo como en otros que he conocido, sino que provengan de las lluvias de otoño o los deshielos de la primavera procedentes de las montañas de su alrededor.

Y de toda la extensión de aquel gran lago que ocupaba buena parte del horizonte hasta donde alcanzaba la vista, me intrigó un pequeño detalle, que quizás a cualquier otro le hubiese pasado desapercibido, el color de sus aguas, con una intensidad tal que me recordaba a la del petróleo, un color tan oscuro que competía con la tonalidad de cualquiera de las montañas rocosas de alrededor.

Estaba acostumbrada a la transparencia de las aguas cristalinas de lagunas y matinales, o a los tonos azulados de fiordos o lagos más profundos, e incluso, al color verdoso que indica la presencia de líquenes o de algas; pero aquella agua totalmente negra, me parecía cuanto menos desconcertante.

Aprovechando la proximidad de uno de los vecinos del lugar, que pasaba cerca de donde me encontraba, le pregunté interrumpiéndole su lánguido caminar,

―Buenos días buen hombre, ¿me podría decir si conoce el motivo por el que el lago tiene ese color tan negruzco?

―Veo que es usted turista ―señaló realizando una escueta mueca con la cara a la vez que se detenía a atenderme.

―Sí, llegué ayer por la tarde ―repuse complacida por su suspicacia.

―¿Y se va a quedar mucho tiempo? ―preguntó mientras se quitaba esa especie de sombrero tan típico de la zona y aprovechaba para sacudirlo un poco.

―No lo sé, sólo estoy de paso ―contesté sorprendida por su interés.

―¡Es una pena!, apenas vienen turistas, haría bien en quedarse un tiempo ―comentó mientras se ponía esa especie de sombrero y se disponía a continuar su paseo.

―Sobre lo del lago… ―le comenté rápidamente recordándole el motivo de nuestra conversación.

―No sé decirla, será por el color de las entrañas de las rocas que forman están montañas, lo único que sé es que no es potable ―continuó mientras iniciaba su lento caminar por las calles del pueblo.

―¡Supongo! ―exclamé algo contrariada y en absoluto convencida, pues según entiendo, las aguas provenientes del subsuelo como en el caso de los manantiales y las fuentes termales, que forman muchos lagos, suelen encontrarse en lugares especiales y contener determinados elementos disueltos como minerales o sales que las confieren ciertas propiedades terapéuticas.

Precisamente es estos sitios es donde se suelen ubicar los balnearios, tan recomendados para las personas mayores o para superar ciertas dolencias reumáticas e incluso asmáticas, con el objetivo de aprovechar esas propiedades especiales del agua, convirtiéndose así en referente y uno de los mayores atractivos de la zona.

Con lo que la localidad que esté próximo a un lugar así se puede considerar bendecida, ya que alrededor de estos balnearios, lugares pensados para recuperar la salud o simplemente para descansar y relajarse, se montan todo tipo de negocios para atender cualquier necesidad o capricho que tenga el cliente.

Pero en este caso, no hay ninguna construcción próxima al lago con el que aprovechar y tomas sus aguas, ni siguiera un pequeño embarcadero donde normalmente se acercan los turistas a contemplar su extensión, por no haber no tenían ni barcas con las que salir de pesca o con las que llevar a los turistas a realizar algún paseo por el lago.

Mirando por doquier, me di cuenta de que aquella pequeña localidad de una escasa veintena de vecinos, parecía algo descuidada e incluso afirmaría que abandonada, con paredes algo desconchadas y techos con evidentes signos de su próximo desprendimiento, es como si no tuviesen demasiado interés en dar esa apariencia casi idílica de otros pueblos que intentan atraer al turismo de fin de semana o como en mi caso de montaña.

Como si no tuviesen prisa de que llegase el tan deseado progreso y la prosperidad económica. Una pequeña inversión en remodelar las fachadas, empedrar mejor la avenida principal, y en definitiva hacerla más atractiva, que se vería recompensado con creces con la afluencia masiva de visitantes y tras ellos, comerciantes, mercaderes y todo tipo de caza fortunas dispuestos a comprar, alquilar e invertir para poner sus puestos de recuerdos, hoteles, bares y restaurantes.

Pero aquella gente no mostraba el más mínimo interés por cambiar, viviendo tal y como lo hacían sus padres, y los padres de estos, desconectados del mundo exterior y lo peor de todos, sin un aparente interés por saber lo que pasaba fuera.

Esa impresión me dio al comprobar que en ninguna de las cimas colindantes se podía divisar ni uno de esos repetidores de telefonía tan polémicos, pues aunque todavía no había un veredicto científico claro, parecía que eran causa del aumento de enfermedades tan importantes como el cáncer, sobre todo entre la población más indefensa, como eran los niños, las embarazadas y los ancianos, lo que había llevado a varios países a promulgar leyes en contra de estas instalaciones próximas a los centros de estudio y escuelas infantiles.

Tampoco observé ni una de esas horrendas antenas de televisión encima de los tejados de las casas, las cuales son del todo antiestéticas y perjudican enormemente el paisaje. Tan sólo hay que fijarse en algunas ciudades, que al subir a sus azoteas se puede contemplar con tristeza cómo el horizonte ha sido tomado literalmente por miles de estos artefactos metálicos.

Y para mi sorpresa ni siquiera estaban los tan necesarios postes de luz que se ha convertido en parte indispensable del paisaje en campos y ciudades; tan necesarios para que la electricidad pueda llegar a cualquier casa y con ello ver, cocinar, lavar la ropa…, un sinfín de tareas que de cualquier otra forma sería imposible de realizar, al menos en un lugar civilizado.

Ese aspecto algo descuidado de lugar y la ausencia de todo indicio de modernidad, contrastaba con la aparente buena salud de sus gentes, que aun entradas en años se veían ágiles y sin achaques, pues nadie portaba ni un sólo bastón ni muleta, y eso que el suelo era bastante resbaladizo, lleno de cantos rodados, que se usaban a modo de adoquín para las calles, que garantizaban cuanto menos un esguince si no se andaba con cuidado.

Pero ellos parecían tan ajenos a todo esto, andando de un lugar a otro con tanta tranquilidad que dudo que no tuviesen ninguna obligación que cumplir, pues con la poca prisa con la que se movían no les daría tiempo a hacerlo.

Acercándome a una de las mujeres, que vestía con ropa oscura, tapando su cabeza con un pañuelo negro, la cual estaba sentada en el porche de su casa, en una mecedora, plácidamente tomando el sol, traté de conseguir algo más de información sobre aquella falta de interés aparente del pueblo por el lago.

―Buenos días señora, ¿le podría hacer unas preguntas? ―la pregunté sin saber siquiera si estaba despierta, pues sus ojos entrecerrados no me dejaban adivinarlo.

―¡Vaya, una turista! ―exclamó sin mostrar el más mínimo sobresalto y sin siquiera abrir los ojos.

―Sí, llegué anoche ―volví a responder tal y como hiciera con el anterior vecino, algo sorprendida de su actitud.

―¿Qué le ha traído por aquí? ―me preguntó antes de poderla interrogar sobre el lago, mientras iniciaba un repetitivo movimiento de mecerse acompañado del chirrido característico de su asiento.

―Me gusta el montañismo y esta era una zona que no conocía ―respondí aún sin saber dónde me encontraba.

―No me extraña ―afirmó mientras se ponía la mano frente a la cara para taparse el sol y verme mejor, a la vez que abría aquellos grisáceos ojos.

―Bueno, yo querría saber algo más sobre el lago, pues me ha llamado la atención su color… ―Intenté preguntarla rápidamente.

―¿Cuánto se va a quedar? ―me interrumpió la mujer sin dejarme explicar, haciendo ademán de levantarse, a la vez que detenía el lento balanceo y enmudecía el crujido de su balancín.

―No sé, uno o dos días ―respondí dubitativa sin saber muy bien el interés que aquello podría tener, pues lo mismo me había preguntado la anterior persona con la que había hablado.

―¡Una pena!, si tuviese tiempo se podría quedar hasta la próxima luna, entonces sí que está bonito el lago ―comentó con una amplia sonrisa, mientras volvía a recostarse e iniciaba su pausado movimiento oscilatorio.

―Bueno, no sé cuándo es eso, pero volviendo al tema, ¿sabe de dónde saca su color? ―pregunté tratando de volver al tema.

―No sé de esas cosas, es así y punto ―repuso indiferente mientras cerraba los ojos para continuar con su soporífero reposo.

―¿Y sabe por qué no es potable? ―insistí, recordando la información que me había dado su vecino anteriormente, contrariada por su pasividad.

―Lo único que le puedo decir es que es un lugar sin vida y por tanto no apto para su uso, por lo que preferimos dejarlo tranquilo ―concluyó algo molesta por que se alargaba demasiado aquella conversación, mientras movía la mano con parsimonia de un lado a otro, con gesto de que siguiese mi camino.

Después de agradecerle sus palabras me dirigí intrigada hacia el lago, para verlo más de cerca mientras quedaba pensativa con aquellas escuetas palabras de sus habitantes que parecían no preocuparse por tener delante un lago tan grande y además sin que se pudiese aprovechar de ninguna forma.

Había leído sobre tipos de aguas que no son buenas para su consumo por contener unos determinados microorganismos o simplemente porque en su composición aparecen elevados niveles de sustancias que son tóxicas para el cuerpo humano, ya sea arsénico, azufre o cualquier otro elemento nocivo proveniente del interior de la Tierra.

Llegando casi a la orilla me subí sobre unas rocas que hacía las veces de asiento improvisado desde el cual contemplar aquel extraño fenómeno líquido del cual apenas sí había conseguido sacarles unas cuantas palabras a los vecinos de la localidad, pero con una idea que se repetía, el agua no es buena para ellos.

Estuve sentada delante de aquel lago por espacio de un par de horas, admirando su color que impedía adivinar la profundidad de sus aguas, siendo su gran extensión lo único evidente, ya que no se advertía de ningún río o cascada próxima que suministrase agua corriente al mismo, algo que me sorprendía, pues a la escasa distancia a la que estaba todavía no había notado ningún efecto negativo en mi salud, ni siquiera el mal olor tan característico de las zonas con sustancias disueltas peligrosas o simplemente en las charcas y aguas estancadas.

Pronto me quedé embelesada observando cómo discurrían lentamente las nubes atravesando las hendiduras de las montañas, o superando sus cimas y no pude evitar la comparación con el pausado caminar de los habitantes de aquel lugar que parecían despreocupados del paso del tiempo, ajenos al frenético pulso de la ciudad.

Aquellos espumosos conglomerados de agua evaporada formaban curiosas imágenes, a veces fáciles de identificar con algún animal, que iban cambiando al capricho de los aires, quedando reflejadas como si de un espejo se tratase, en la superficie negra de aquel lago.

Pero por mucho que me empeñé, con conseguí ver el más pequeño atisbo de movimiento en su superficie, como si el agua de aquel lago fuese inmune a los influjos de la brisa que en cualquier otro lado levantaría suaves olas espumosas que estrellaría contra la orilla, pero no había rastro de la más mínima variación, como si de una sustancia viscosa e impenetrable se tratase, más propio de componentes aceitosos como el petróleo.

Además, tampoco había nada vivo a su alrededor, ninguna planta por pequeña que fuese, que suelen crecer en las proximidades de los lugares húmedos, ni líquenes en las rocas en que me encontraba, ni algas en la superficie de aquel lago, nada vivo que estuviese cerca.

Eso era con respecto a lo que veía, pero aun acostumbrada al cambio que supone ir de la ciudad al campo, en que los sonidos son más sutiles, no conseguía escuchar el más mínimo ruido en aquel lugar, propicio sin duda para descansar y relajarse, pero ni se escuchaba el canto de las ranas o ni el piar del pájaro.

Lo que sin duda me confundió bastante, pues en los lugares silenciosos, por pequeño que sea el ruido que se produce se expande a largas distancias, en cambio en la ciudad, a veces hay que chillar para que te pueda entender la persona que tienes a escasos metros de ti.

Tal es así que para comprobar si por algún motivo me había visto afectada en los oídos dije aquello que los niños con tanta euforia hacen cuando ven alguna oquedad, “Eco”, y tras unos momentos…, nada, volví a intentarlo orientándome hacia otro lado, esta vez con más fuerza, y… nada.

Bueno podía ser que como era un lugar abierto, no tuviese la necesaria sonoridad para que rebotase el sonido en forma de eco, lo que si estaba claro es que me escuchaba bien, por lo que estaba segura de que no tenía los oídos taponados ni nada parecido.

Pero por no haber, ni siquiera había esos inoportunos y diminutos animalitos que con frecuencia se ceban de todo lo que se mueve o simplemente molestan, como moscas, mosquitos y un sinfín de insectos que suelen encontrarse en el campo por doquier.

Y de todas aquellas incongruencias eso era lo que más me asombró, pues en muchos lugares en donde hay acumulación de agua se concentran gran cantidad de insectos, algunos atraídos por la vida que alrededor se genera y otros a la espera de visitantes sedientos para dar buena cuenta de ellos, pero en todo el tiempo que estuve allí no vi ninguno, por muy pequeño que fuese y eso me llenó por un momento de temor, tanto que hasta me provocó que me levantase dando un respingó mientras me preguntaba, ¿y si era cierto de que aquel agua era tóxica?, quizás me había precipitado al acercarme sin tomar ningún tipo de medida, pues aunque no tenían ningún síntoma de asfixia o mareo, no conseguía adivinar qué es lo que había provocado la huida de los animales de la zona, pues sin duda prefería pensar que se habían ido a que habían muerto todos por envenenamiento.

Después de mirar a todos lados y comprobar que estaba sola y que no parecía que hubiese ninguna señal de peligro me volví a sentar en la roca donde me sentía a salvo, pues a pesar de estar próxima a la orilla mantenía la suficiente distancia para que no pudiese caerme en un descuido.

Y abandoné cualquier idea que me pudiese sugerir aquel tórrido sol que había alcanzado su cenit, lo que me había hecho dudar antes sobre si sería conveniente entrarme o no en el lago para bañarme, o simplemente refrescarme los pies a la orilla sin llegar a entrar del todo.

Algo tan inocente que había realizado tantas otras veces sin ningún tipo de problema se me plantaba ahora como un posible riesgo para mi salud, ya que desconocía si el simple contacto con aquella agua negra era suficiente para enfermar o precisaba de su ingestión.

Estando ahí encima de la piedra, tumbada relajadamente, con los ojos entrecerrados, casi somnolienta, viendo hipnóticamente pasar las nubes muy lentamente por encima de mi cabeza, sentí de repente algo muy extraño, era como un sonido a hueco, como si llamasen a una puerta mientras estaba apoyando la oreja al otro lado.

Tal fue el susto que creí que alguno del pueblo me había visto y que se había molestado, y que de alguna forma había provocado aquel escándalo con un palo para que me marcharse del lugar.

Miré precipitadamente a todos lados, con el corazón todavía encogido, pero no vi a nadie, y tampoco pude adivinar de dónde provenía aquel contundente ruido. Me encontraba a solas en aquel paraje, sentada encima de la roca sin nadie alrededor cuando tuve de nuevo esa sensación, quizás aún más fuerte.

Ahora sí que estaba bien despierta, pero tampoco pude comprobar de dónde venía, sino supiese que era imposible pensaría que alguien golpeaba la roca desde abajo, pues hasta pude llegar a sentir cómo temblaba.

Estaba algo preocupada por aquello, todavía en estado de alerta, mirando por todos lados, pero sin ver qué nada hubiese cambiado, dispuesta a bajarme de allí y abandonar el lugar con prisas cuando volvió a suceder, es como si la roca estuviese hueca y la hubiesen golpeado con violencia; pero no podía ser, no había nadie por allí y además la roca que me sostenía parecía maciza.

En ese preciso instante, quizás por reflejo, miré al lago para comprobar si se habían producido ondas en su superficie tal y como sucede cuando se tira una piedra, y me di cuenta de que algo muy extraño estaba sucediendo, la superficie que hasta ese momento había permanecido en calma e inmóvil, parecía que se abombaba y se empezaba a hundir por el centro. Es como si hubiesen quitado el tapón de la bañera y que se produjera una gran absorción por el desagüe, pero no llegó a romperse la calma del lago, únicamente quedó cóncavo por unos segundos y luego volvió a su estado normal.

Aquello me volvió a alarmar, no entendía lo que estaba sucediendo, era la primera vez que veía algo así, como si algo debajo de la tierra lo deformara y se hubiese reflejado en la superficie.

Asustada por aquello que oía y veía, salí corriendo hacia el pueblo que no estaba lejos, con tan mala pata que casi me caigo de boca al bajar de aquellas grandes rocas, sino fuese porque me paré la caída en el último instante hubiera dejado mi rostro allí incrustado. Tras levantarme y sin mirarme las manos magulladas por aquel percance, seguí corriendo con la respiración entrecortada sin atreverme a mirar hacia atrás.

Corrí lo más rápido posible por encima de aquel pedregal que hacía las veces de calle, aun a riesgo de volverme a caer, sin saber lo que buscaba, explicaciones o refugio.

Miraba por todos lados a ver si conseguía encontrarme con algún vecino para pedirle auxilio, pues ahogada por el esfuerzo era incapaz de producir ni el más mínimo sonido con el que pedir auxilio. Pero a pesar de alejarme de aquel lago lo más rápidamente posible y con ello de aquel extraño peligro, seguía teniendo esa agobiante sensación de que no estaba bien.

Como pude seguí corriendo hasta donde se encontraban las casas del pueblo y cuando llegué no vi a nadie, algo que era más extraño todavía, pues cuando salí había como una docena de vecinos, entre los que andaban de un lugar a otro y los que estaban sentados tomando tranquilamente el sol y en cambio ahora…, todo estaba desierto.

Puede que asustados como yo se hubiesen encerrado en sus casas, refugiándose de aquello, a la espera de que éste pasase, sea como fuere no tenía ni tiempo, ni ganas de averiguar aquel misterio, demasiado preocupada por salvarme a mí misma.