El niño que pasaba desapercibido - Oscar Rodríguez Nieto - E-Book

El niño que pasaba desapercibido E-Book

Oscar Rodríguez Nieto

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[Plan Lector Infantil] Este libro tierno y risueño contiene un mensaje explícito: hay que aprender a escuchar. A su vez plantea la importancia de tener ideales justos y buscar el modo de llevarlos a cabo.   

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Seitenzahl: 55

Veröffentlichungsjahr: 2014

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El niño que pasaba desapercibido

Óscar Rodríguez Nieto

ILUSTRACIONES DESergio Camargo

FINALISTA DEL I PREMIO DE LITERATURA INFANTIL EL BARCO DE VAPOR-BIBLIOTECA LUIS ÁNGEL ARANGO

1 La huida

Esta es la historia de un niño que siempre pasaba desapercibido. Nadie se daba cuenta de su presencia y, como la gente normalmente estaba demasiado ocupada para escucharlo, nunca era tenido en cuenta.

Así fue como un buen día, al darse cuenta de esto, decidió irse de su casa.

Se llamaba Octavio porque era el último de ocho hermanos, todos muy parecidos entre sí. Sus dos hermanos mayores: Pedro y Pablo, tenían trece y doce años respectivamente, mas no lo aparentaban pues eran cortos de estatura. Luego estaban los trillizos, que tenían diez años y se llamaban: Diego, David y Daniel. Después venían unos gemelos llamados Armando y Alejandro, que habían cumplido nueve años. Y finalmente había nacido él, que ahora tenía ocho años.

La madre de todos estos niños era una mujer muy cariñosa y buena, que se llamaba Maria María (el primer nombre sin tilde en honor a Mario, su padre, y el segundo con tilde en honor a María, su madre). A pesar de amar a sus hijos, con toda su alma, ella siempre confundía a los unos con los otros. Esto podía comprenderse, pues todos tenían casi la misma estatura: los mayores eran muy bajitos, los trillizos eran un poco más pequeños que los otros niños de su edad, los gemelos tenían la estatura normal, y Octavio, en cambio, era alto para tener sólo ocho años. Cuando estaban todos juntos lo único que Maria María veía era una muchedumbre de niños de tamaños no muy distintos y con caras muy similares. Ella siempre hacía el esfuerzo por identificarlos, pero normalmente se equivocaba.

El esposo de Maria María y padre de todos estos niños se llamaba Jose José (el primer nombre sin tilde en honor a Jose María, su padre, y el segundo con tilde en honor a Maria José, su madre). Para llamar a sus hijos, Jose José era más práctico. Cuando les hablaba a varios, los llamaba simplemente «niños» o «mis amores» y si estaba con solo uno de ellos, le decía «campeón» o «hijo de mi corazón». De esta manera, todos sentían que eran especiales para su papá y él no se esforzaba en distinguirlos. Al fin y al cabo él los quería a todos por igual. Tanto Jose José como Maria María debían trabajar mucho para ganar dinero y poder mantener a una familia tan grande. Tenían una pequeña librería, la cual era atendida por Maria María, mientras que Jose José recorría las calles vendiendo enciclopedias y libros por catálogo en bibliotecas, colegios, empresas, o puerta a puerta por las casas de los barrios de la ciudad.

Todos los hermanos estudiaban en el mismo colegio, los dos mayores en un curso y los seis menores en otro, así que la confusión que se daba en su hogar, se presentaba también en el salón de clases. Las profesoras para poder calificarlos les pegaban con cinta, en el pecho, un letrero con el nombre correspondiente, antes de entregar los cuestionarios o revisar las tareas.

Todos los días, Jose José salía a trabajar antes de que los niños se despertaran para ir al colegio. Luego Maria María pasaba por las camas y daba turnos para la ducha. En una bolsa introducía los números del 1 al 8 y en ese orden debían usar los dos baños que había en la casa: los pares en uno y los impares en el otro. Así, cuando organizaba a sus hijos, de paso les inculcaba el gusto por las matemáticas. Mientras unos se bañaban, los otros debían arreglar su cama, recoger sus juguetes, alistar su lonchera y su maletín escolar. Al mismo tiempo, ella preparaba el multitudinario desayuno. Después, cuando llegaba el transporte escolar, Maria María salía por la ventana y hacía una seña para que la esperaran cinco minutos mientras se despedía de sus ocho hijos y les repartía besos y abrazos a todos. Después que se iban, ella se dirigía a su librería en donde trabajaba hasta el anochecer.

Al volver del colegio, los recibía Jose José quien los organizaba para que hicieran sus deberes mientras él destinaba la tarde para hablar por teléfono con los distribuidores, que le vendían las enciclopedias, y para concertar las citas de trabajo del día siguiente. Cuando los niños terminaban sus tareas, podían buscar un juguete, jugar fútbol en el patio interior o ver televisión hasta que su madre llegara. Así pasaban todos los días.

Un día, Octavio estaba viendo televisión cuando tuvo una idea muy especial y quiso comentársela a alguien. Sus dos hermanos mayores estaban hablando entre ellos y no lo escucharon. Los trillizos jugaban juntos a las escondidas y los gemelos estaban compitiendo en el videojuego. Octavio fue adonde estaba su padre y este no pudo atenderlo porque estaba conversando por teléfono. Se sentó frente a él y lo observó por varias horas mientras terminaba una llamada y recibía la siguiente. Colgaba el teléfono de la casa y entonces le sonaba el teléfono móvil. Entre llamada y llamada, Jose José se acercaba a Octavio, le acariciaba la cabeza y lo saludaba de nuevo, preguntándole cómo había estado en el colegio, aunque sin esperar a que le respondiera.

En cuanto escuchó sonar las llaves en la puerta –anuncio de que Maria María llegaba–, Octavio emprendió una carrera que tuvo como meta los brazos de su madre. Lo llenó de besos y caricias, pero cuando él le quiso hablar, ella le miró la cara y corrió al baño a traer una toalla mojada, para limpiarle la boca que estaba aún sucia por la barra de chocolate que se estaba comiendo en el momento en que se le ocurrió su gran idea. Por supuesto, nadie puede conversar mientras le están limpiando la boca. Cuando ya la tuvo limpia tomó aire y comenzó a hablar.

–Mami –le dijo agarrándole las mejillas con las dos manos–, hoy se me ha ocurrido una gran idea.

–Ah, ¿sí?, ¿qué idea se te ha ocurrido? –le preguntó. Sin embargo, en ese momento, todos sus otros hijos vinieron a saludarla y ella no pudo poner atención a lo que Octavio intentaba decirle.

Jose José salió del estudio y, aún despidiéndose por uno de los teléfonos, la saludó con un gran abrazo como lo hacía todas las noches.

–Hijos de mi corazón: su mamá y yo tenemos que hablar de un asunto de negocios, muy importante. Así que mientras les preparamos unos deliciosos espaguetis, ustedes vayan a ponerse las piyamas y luego nos reunimos en la mesa del comedor.

Todos salieron corriendo a sus habitaciones, mientras gritaban y discutían los unos con los otros haciendo un ruidaje increíble. Claro, excepto Octavio que se fue caminando en silencio, mientras pensaba en que esa noche iba a ser difícil comentar su idea con alguien.