El origen de la familia, la propiedad privada el estado - Engels Friedrich - E-Book

El origen de la familia, la propiedad privada el estado E-Book

Engels Friedrich

0,0

Beschreibung

Esta obra, publicada en 1884, pretende visualizar de manera conjunta la evolución de las sociedades humanas mediante la comparación de algunas ideas expresadas por Karl Marx en El capital y en las investigaciones de importantes sociólogos y etnólogos de la época, entre ellos el estadounidense L. H. Morgan. Mientras que la mayoría de los investigadores sostenía la tesis de que la familia monógama moderna, la propiedad privada y el Estado eran formas permanentes de la existencia social, Engels las entendía como el resultado histórico del desarrollo y la evolución de las fuerzas productivas y ante todo mantenía la distancia con la teoría de la familia monógama como núcleo primitivo de la sociedad y el Estado.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 338

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



El origen de la familia,

la propiedad privada y

el Estado

Primer edición digital, febrero de 2024

Segunda edición, agosto de 2021

Primera edición en Panamericana Editorial Ltda.,

septiembre de 1993

Título original: Der Ursprung der Familie, des

Privateigenthums und des Staats

© 1993 Panamericana Editorial Ltda.,

de la versión en español

Calle 12 No. 34-30. Tel.: (601) 3649000

www.panamericanaeditorial.com.co

Tienda virtual: www.panamericana.com.co

Bogotá D. C., Colombia

ISBN DIGITAL 978-958-30-6567-5

ISBN IMPRESO 978-958-30-6552-1

Editor

Panamericana Editorial Ltda.

Diagramación

Karen Lorena Sáenz Riveros

Diseño de carátula

Jairo Toro

Prohibida su reproducción total o parcial

por cualquier medio sin permiso del Editor.

Hecho en Colombia - Made in Colombia

Contenido

Prólogo

Cap. 1 Estados prehistóricos de la cultura

Cap. 2 La familia

Cap. 3 La gens iroquesa

Cap. 4 La gens griega

Cap. 5 Génesis del estado ateniense

Cap. 6 La gens romana

Cap. 7 La gens entre los celtas y entre los germanos

Cap. 8 La formación del Estado de los germanos

Cap. 9 Barbarie y civilización

Prólogo

El colaborador vitalicio, defensa auxiliar e intérprete de Marx, Friedrich Engels, escribió en 1884 El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, al revisar los manuscritos de Marx, en los cuales descubrió un guion detallado del científico Morgan, acompañado de notas críticas y de opiniones propias de Marx, además de observaciones de otras fuentes. Engels complementó este trabajo con sus investigaciones y consideró que esto sería, en cierto modo, el cumplimiento del testamento de Marx.

En 1880, después de haber reunido más datos sobre la historia de la comunidad primitiva, Engels preparó la cuarta edición de su libro, que vio la luz en Stuttgart (Alemania), a finales de 1891, cuando se editó sin modificación alguna.

Este texto ofrece un recuento histórico y científico de la humanidad desde las etapas iniciales de su desarrollo, revela el proceso de la descomposición de la comunidad primitiva y la formación de la sociedad en clases —basada en la propiedad privada— subrayando las peculiaridades de la evolución de las relaciones familiares según la producción económica, el Estado y su inevitabilidad histórica y como último punto el triunfo de la sociedad comunista.

Para describir este proceso, Engels comienza por la familia: “La infancia del género humano” aparece como un periodo de apropiación de los productos de la naturaleza donde la vida es una lucha constante contra el hambre, el frío y las fieras, y el único refugio posible son los árboles. Solamente mediante el trabajo conjunto, los seres humanos podrían alimentarse. En estas condiciones es imposible la desigualdad. Paulatinamente se produce la transición a la sociedad de los gens, unidos por lazos de sangre, hasta llegar de la promiscuidad sexual a la monogamia, una forma de la familia a beneficio de los hombres, producto del desarrollo de las fuerzas productivas. Como consecuencia aparecen el adulterio y la prostitución.

Engels ofrece una serie de ejemplos de los distintos pueblos con su diversidad económica y social, la observancia de las costumbres establecidas, que corresponden a las necesidades de toda colectividad. En la sociedad de gens, los pleitos en torno a la tierra y a otros bienes traían consigo una repulsa enérgica en forma de venganza de sangre, obligación sagrada. Una vez el individuo tiene conciencia de lo suyo y de su individualidad, se apropia de las tierras para cultivarlas y sacar provecho de estas.

De allí nace la división entre ricos y pobres, entre esclavistas y esclavos. Pero las normas establecidas no podían ser aceptadas por todos los miembros de los gens, y entonces Engels habla del nacimiento del Estado, el ente que se erige como “cuidador” de la fuerza de la opinión pública que no es de ningún modo una fuerza impuesta desde fuera de la sociedad, es un producto de esta, un estadio de su desarrollo: así como en las sociedades primerizas no hubo necesidad del Derecho, este va a tener que hacer su aparición en cuanto las costumbres pierden su sentido de reglas, es decir, en cuanto desaparezca la base de su cumplimiento voluntario.

Pero la atribución del poder que se le confiere pronto va a proveer su necesario desenlace: el Estado se convierte en el poder y, con este, en la riqueza. Entonces la sociedad habrá de reorganizarse, devolviendo al Estado al lugar que le corresponde: “Mi museo de antigüedades”.

Así, Engels termina su exposición y deja claramente abierta la puerta a la solución comunista. Pero lo valioso de su escrito no es su filiación histórico­materialista a la doctrina marxista ni sus conclusiones parciales. El mérito principal de este texto radica en la novedad que, en 1880, constituye la aparición de un análisis sobre el desarrollo histórico de la familia y la propiedad, que deje a un lado, como el mismo Engels lo ha dicho, los cinco libros de Moisés.

Mal pretendería este ser, al menos, un modesto resumen de una obra que tomó cuarenta años de investigación, grandes estudios y toda la dedicación posible para ver finalmente la luz. Para comprender su sentido a cabalidad, están, ante nosotros, la totalidad de sus páginas. De todas maneras, confiamos a Elliot el honor de una introducción: “La cultura de un individuo no puede aislarse del grupo, y la del grupo no puede aislarse de la sociedad”. Engels lo sabía perfectamente.

Estados prehistóricos de cultura

Cap. 1 Estados prehistóricos de la cultura

Morgan es el primero que con conocimiento de causa ha tratado de introducir un orden preciso en la prehistoria de la humanidad; las agrupaciones adoptadas por él permanecerán de seguro en vigor todo el tiempo en que no obliguen a modificarlas documentos mucho más abundantes.

Dicho se está que de las épocas principales —salvajismo, barbarie, civilización— solo se ocupa de las dos primeras y del paso a la tercera. Divide cada una de las dos en los estadios inferior, medio y superior, según los progresos realizados en la producción de los medios de existencia. Porque dice: “La habilidad en esa producción es lo más a propósito para establecer el grado de superioridad y de dominio de la naturaleza conseguido por la humanidad: el ser humano es, entre todos los seres, el único que ha logrado hacerse dueño casi en absoluto de la producción de sus víveres. Todas las grandes épocas del progreso de la humanidad coinciden de una manera más o menos directa con las épocas en que se extienden los medios de alimentarse”. El descubrimiento de la familia camina al mismo paso, pero sin presentar caracteres tan salientes en lo que atañe a la división de los periodos.

Estado salvaje

1. Estadio inferior: Es la infancia del género humano, el cual, viviendo encima de los árboles, por lo menos una parte de él (y esta es la única explicación de que pudiera continuar existiendo en presencia de las grandes fieras), permanecía aún en sus mansiones primitivas: los bosques tropicales o subtropicales. Los frutos, las nueces1 y las raíces servían de alimento; el principal producto de esa época es la elaboración de un lenguaje articulado. Ninguno de los pueblos del periodo histórico que conocemos pertenecía ya a ese estado primitivo. Aun cuando ha podido durar miles de años, no por eso podemos demostrar su existencia con testimonios directos; pero admitiéndose que el ser humano ha salido del reino animal, no hay más remedio que aceptar esa transición.

2. Estadio medio: Comienza con el empleo alimenticio de los pescados (entre los cuales están los crustáceos, los moluscos y otros animales acuáticos) y con el uso del fuego. Los dos van juntos, porque solamente el fuego permite hacer comestible de un modo perfecto la pesca. Pero, con esa nueva alimentación, los hombres se hicieron independientes del clima y de los lugares; siguiendo el curso de los ríos y las costas de los mares, aun en estado salvaje pudieron difundirse por la mayor parte de la Tierra. Los instrumentos de piedra de la primera edad, trabajados sin pulimentar, conocidos con el nombre de paleolíticos, que pertenecen la mayoría de ellos a este periodo y se encuentran desparramados por todos los continentes, son pruebas de hecho en apoyo de esas emigraciones. La ocupación de nuevas zonas, el instinto descubridor, siempre despierto, y la posesión del fuego por medio del frotamiento crearon alimentos nuevos, como las raíces y los tubérculos amiláceos cocidos entre ceniza caliente o en hornos excavados en el suelo; y también como la caza, que con la invención de las primeras armas —la maza y la lanza— llegó a ser para la alimentación un recurso ocasional. Jamás hubo pueblos exclusivamente cazadores, como se dice en los libros, es decir, que vivían solo de la caza, porque el producto de esta es inseguro. Por efecto de la constante incertidumbre de los medios para alimentarse parece establecerse durante ese estadio la usanza de la antropofagia, que desde entonces se sostiene durante largo tiempo. Los australianos y muchos polinesios se hallan aún en ese estadio medio del salvajismo.

3. Estadio superior: Comienza con la invención del arco y de la flecha, gracias a los cuales llega la caza a ser un alimento corriente; y el cazar una de las ramas habituales del trabajo. El arco, la cuerda y la flecha forman ya un instrumento muy complejo, cuya invención supone larga experiencia acumulada y facultades mentales superiores, así como el conocimiento simultáneo de otra multitud de inventos. Si comparamos los pueblos que conocen el arco y la flecha, pero no el arte de la alfarería (del cual deriva Morgan el tránsito a la barbarie), encontramos ya algunos comienzos de residencia fija en aldeas, cierto dominio de la producción de los medios de subsistir, vasijas y trebejos de madera, el tejido a mano (sin telar) con fibras de corteza, cestos trenzados con cortezas o con juncos, armas de piedra pulimentada (neolíticas). En la mayoría de los casos, el fuego y el hacha de piedra han producido ya la piragua formada por un solo tronco de árbol (monoxila), y en ciertas comarcas las vigas y las tablas necesarias para construir casas. Todos estos progresos los encontramos, por ejemplo, entre los indios del noroeste de América, que conocen el arco y la flecha, pero no la alfarería. El arco y la flecha fueron para el estadio salvaje lo que la espada de hierro para la barbarie y el arma de fuego para la civilización: el arma decisiva.

Barbarie

1. Estadio inferior: Empieza al introducirse el uso de la alfarería. En muchos casos, y verosímilmente, nació esta de la costumbre de recubrir con arcilla los objetos de cestería o de madera, para hacerlos refractarios al fuego; lo cual no tardó en hacer descubrir que la arcilla moldeada no tenía necesidad del objeto interior para prestar este servicio.

Hasta aquí hemos podido considerar la marcha del progreso de un modo general, aplicándose en un periodo determinado a todos los pueblos, sin distinción de localidades. Pero con el advenimiento de la barbarie hemos llegado a un estadio en que se marca la diferencia de los dones naturales entre los dos grandes continentes terrestres. El momento característico del periodo de la barbarie es la domesticación y cría del ganado y el cultivo de los cereales. Pues bien, el continente occidental, el llamado antiguo mundo, poseía casi todos los animales domesticables y toda clase de cereales propios para el cultivo, menos uno de estos; el continente occidental (América) no tenía más mamíferos mansos que la llama (y aun así, nada más que en una parte del sur), y uno solo de los cereales cultivables, pero el mejor, el maíz. Estas condiciones naturales diferenteshacen que desde ese momento siga su marcha propia la población de cada hemisferio, y que las señales puestas como límites de los estados particulares difieran en cada uno de los dos casos.

2. Estadio medio: Comienza en el este con la cría de los animales domésticos; en el oeste, con el cultivo de las hortalizas por medio del riego y con el empleo de adobes (ladrillo sin cocer y seco al sol) y de la piedra para la construcción de edificios.

Comenzamos por el oeste, porque este estado no ha sido sobrepasado en ninguna parte hasta la conquista europea.

Entre los indios del estadio inferior de la barbarie (de los cuales forman parte todos los que se encuentran al este del Misisipi) existía ya en la época del descubrimiento cierto cultivo hortense del maíz y quizá de la calabaza, del melón y otras plantas de huerta que les suministraban una parte muy esencial de su alimentación; vivían en casas de madera, en aldeas protegidas por empalizadas. Las tribus del noroeste, principalmente las del valle de Columbia, se hallaban aún en el estadio superior del estado salvaje, sin conocer la alfarería ni el cultivo de ninguna clase de plantas. Por el contrario, los indios de los llamados pueblos2 de Nuevo México, los mexicanos, los centroamericanos y los peruanos de la época de la conquista, se hallaban en el estadio medio de la barbarie; vivían en casas de adobes y de piedra en forma de fortalezas, cultivaban el maíz y otras plantas alimenticias, diferentes según la orientación y el clima, en huertos de riego artificial que suministraban la principal fuente de alimentación; hasta habían reducido a la domesticidad algunos animales: los mexicanos, el pavo y otras aves; los peruanos, la llama. Además, sabían laborear los metales, excepto el hierro; por eso continuaban en la imposibilidad de prescindir de sus armas e instrumentos de piedra. La conquista española cortó en redondo todo ulterior desenvolvimiento autónomo.

En el este comenzó el estadio medio de la barbarie con la domesticación de animales para el suministro de leche y carne, mientras que el cultivo de las plantas parece que permaneció desconocido allí hasta una época muy avanzada de ese periodo. La domesticación de animales, la cría de ganados y la formación de grandes rebaños parecen haber hecho que los arios y los semitas se apartasen del resto de la masa de los bárbaros. Los nombres que designan animales son aún comunes a los arios de Europa y de Asia, pero de ningún modo lo son los de las plantas cultivadas.

La consecuencia de la formación de rebaños fue hacer que se eligiesen comarcas adecuadas para la vida pastoril; los semitas, en las praderas del Éufrates y del Tigris; los arios en las de las Indias, el Oxus y el Yaxartes, el Don y el Dniéper. En las fronteras de esos países de pastos, primero debieron domesticarse animales de ganadería. Así pues, a las generaciones posteriores les parece que los pueblos pastores procedían de comarcas que, lejos de ser la cuna del género humano, eran, por el contrario, casi inhabitables para sus salvajes abuelos y hasta para gens del estadio inferior de la barbarie. Y a la inversa, en cuanto esos bárbaros del estadio medio se habituaron a la vida pastoril, nunca se les hubiera podido ocurrir la idea de abandonar voluntariamente las llanuras herbosas para volver a los territorios selváticos donde habitaron sus antepasados. Y ni aun cuando fueron rechazados más lejos les fue posible a los semitas y a los arios retirarse a las regiones de los bosques en el Asia occidental y en Europa, antes de haberlas puesto por el cultivo de los cereales, en estado de alimentar sus ganados en este suelo menos favorable y, sobre todo, de invernar en él. Es más que verosímil que el cultivo de los granos naciese aquí en primer término de la necesidad de forrajes para las bestias, y que hasta más tarde no se utilizasen aquellos para alimentar al hombre.

La civilización superior de arios y semitas quizá deba atribuirse a la abundancia de la carne y de la leche en los territorios ocupados por estas dos razas, y en particular a su benéfica acción sobre el desarrollo de la infancia. Es un hecho que los indios de los pueblos de Nuevo México, que se ven reducidos a una alimentación casi exclusivamente vegetal, tienen un cerebro mucho más pequeño que los indios del estadio inferior de la barbarie, que comen más carne y pescado. En todos los casos, en el curso de este estadio desaparece poco a poco la antropofagia y no se sostiene ya sino como acto religioso o como sortilegio, lo cual viene a ser casi lo mismo.

3. Estadio superior: Comienza con la fundición del mineral de hierro, y pasa al estadio de la civilización con el invento de la escritura alfabética y su empleo para la notación literaria. Este estadio, que, como hemos dicho, no ha existido de una manera independiente sino en el hemisferio occidental, supera por los progresos de la producción a todos los anteriores juntos. A este estadio pertenecen los griegos de la época heroica, las tribus itálicas poco antes de la fundación de Roma, los germanos de Tácito, los normandos del tiempo de los vikingos.

Ante todo, nos hallamos aquí con el arado de hierro arrastrado por animales, que hace posible el cultivo de la tierra en gran escala, la agricultura. Y por lo mismo produjo un aumento prácticamente casi ilimitado de los medios de existencia para las condiciones de entonces; el arado hizo aprovechables la tala de los bosques y su transformación en tierras de labor y en praderas, transformación imposible antes de que se introdujesen el hacha y la reja de hierro. Pero también resultó de ello un rápido aumento de la población y de la densidad de esta en un espacio pequeño. Antes de la era de la agricultura, debió necesitarse un estado de cosas muy excepcional para que medio millón de seres humanos pudieran reunirse bajo una misma y única dirección central, y es de creer que esto no aconteció nunca.

En los poemas homéricos, principalmente en la Ilíada, encontramos la época más floreciente del estadio superior de la barbarie. La principal herencia que los griegos llevaron de la barbarie a la civilización fue: trebejos de hierro perfeccionados, el molino de brazo, la rueda de alfarero, la preparación del aceite y del vino, el trabajo de los metales ascendido a la categoría de oficio artístico, la carreta y el carro de guerra, la construcción de barcos por medio de tablones y vigas, los comienzos de la arquitectura como arte, las ciudades amuralladas con torres y almenas, la epopeya homérica y el conjunto de la mitología. Si comparamos con esto la descripción hecha por César y hasta por Tácito, de los germanos, que estaban al principio del estadio de cultura, del cual iban a pasar los griegos a un grado más alto, vemos qué espléndido desarrollo de la producción abarca el estadio superior de la barbarie. El cuadro del desenvolvimiento de la humanidad a través del salvajismo y de la barbarie hasta los comienzos de la civilización, cuadro que acabo de bosquejar siguiendo a Morgan, es bastante rico ya en caracteres nuevos e innegables, puesto que están deducidos inmediatamente de la producción. Y, sin embargo, parecerá empañado e incompleto si se compara con el que se desarrollará al final de nuestro viaje; solo entonces será posible presentar con toda claridad el tránsito de la barbarie a la civilización y el pasmoso contraste entre ambas. Pero desde ahora podemos generalizar así la clasificación de Morgan:

Salvajismo: Periodo en que predomina la apropiación de productos naturales enteramente formados; las producciones artificiales del hombre están destinadas, sobre todo, a facilitar esa apropiación.

Barbarie: Periodo de la ganadería y de la agricultura y de adquisición de métodos de creación más activa de productos naturales por medio del trabajo humano.

Civilización: Periodo en que el ser humano aprende a elaborar productos artificiales, valiéndose de los productos de la naturaleza como primeras materias, por medio de la industria propiamente dicha y del arte.

. No debe tomarse en el sentido específico sino en el genérico de “semillas oleaginosas”, como el coco, la castaña, etcétera.

. Esta palabra está en castellano en el original alemán.

La familia

Cap. 2 La familia

Morgan, que pasó gran parte de su vida entre los iroqueses, establecidos aún en el estado de Nueva York, y fue adoptado en una de sus tribus (la de los senekas), encontró vigente entre ellos un sistema de parentesco en contradicción con sus verdaderos vínculos de familia.

Reinaba allí esa especie de matrimonio, fácilmente disoluble por ambas partes, llamado por Morgan “familia sindíásmica”. La descendencia de una pareja conyugal de esta especie era, pues, patente y reconocida por todo el mundo; ninguna duda podía quedar acerca de saber a quién debían aplicarse los apelativos de padre, madre, hijo, hija, hermano, hermana. Pero el empleo de estas expresiones está en completa contradicción con aquella manera de ver. El iroqués no solo llama hijos e hijas a los suyos propios, sino que también a los de sus hermanos; y los hijos del segundo llaman padre también al primero. Por el contrario, llama sobrinos y sobrinas a los hijos de sus hermanas, los cuales le llaman tío. Inversamente, la iroquesa, a la vez que a los propios, llama hijos e hijas de ella a los de sus hermanas, quienes le dan el nombre de madre. Pero llama sobrinos y sobrinas a los hijos de sus hermanos, hijos que la llaman tía. Los hijos de hermanos se llaman entre sí hermanos y hermanas, y lo mismo hacen, por su parte, los hijos de hermanas. Los hijos de una mujer y los del hermano de esta se llaman mutuamente primos y primas. Y no son simples nombres, sino expresión de la idea que se forma de lo próximo o lejano, de lo igual o desigual del parentesco consanguíneo, expresiones que sirven de base a un sistema de parentesco completamente elaborado y capaz de expresar muchos centenares de relaciones de parentesco diferentes para un solo individuo.

Hay más. Este sistema no solo se halla en pleno vigor entre todos los indios de América (hasta ahora no se han encontrado excepciones), sino que además existe, casi sin cambio alguno, entre los aborígenes de la India, en las tribus dravidianas del Decán y en las tribus goras del Indostán. Los nombres de parentesco de los tamilas del sur de la India y los de los senekas-iroqueses del estado de Nueva York aún hoy están de acuerdo para más de doscientos géneros de parentesco diferentes, y en esas tribus de la India, como entre los indios de América, las relaciones de parentesco resultantes de la vigente forma de la familia están en contradicción con el sistema de parentesco.

¿Cómo explicarlo? Por el papel fundamental que la consanguinidad representa en el orden social entre todos los pueblos salvajes y bárbaros; es imposible suprimir con mera palabrería la importancia de un sistema tan difundido. Un sistema que está universalmente en vigor en América, que existe en Asia entre pueblos de razas diferentes del todo, del cual se encuentran formas más o menos modificadas por todas partes en África y en Australia, semejante sistema requiere explicarse históricamente y no soslayarse con frases, como, por ejemplo, ha intentado hacerlo Mac-Lennan. Los apelativos de padre, hijo, hermano, hermana no son simples títulos honoríficos, sino que, por el contrario, traen consigo serios deberes recíprocos perfectamente definidos, y cuyo conjunto forma una parte esencial de la constitución social de esos pueblos.

Se ha encontrado la explicación del hecho. En las islas Sandwich (Hawái) aún existía en la primera mitad de este siglo una forma de familia que suministraba el mismo género de padres y madres, hermanos y hermanas, hijos e hijas, tíos y tías, sobrinos y sobrinas que requiere el sistema de parentesco de los indios primitivos de América.

Pero (¡cosa extraña!) el sistema de parentesco que estaba vigente en Hawái tampoco respondía a la forma de familia que allí existía de hecho; es decir, en este país todos los hijos de hermanos y hermanas, sin excepción, son hermanos y hermanas entre sí y se reputan como hijos comunes, no solo de su madre y de las hermanas de esta o de su padre y de los hermanos de este, sino que también de todos los hermanos y hermanas de sus padres y madres sin distinción. Por tanto, si el sistema americano de parentesco presupone una forma más primitiva de la familia, que ya no existe en América, por otra parte el sistema hawaiano nos lleva a otra forma aún más rudimentaria de la familia, cuya existencia es cierto que ya no podemos demostrar en ninguna parte, pero que ha debido necesariamente existir, puesto que sin eso no hubiera podido nacer el sistema de parentesco que le corresponde.

“La familia, dice Morgan, es el elemento activo; nunca permanece estacionaria, sino que pasa de una forma inferior a una forma superior a medida que la sociedad evoluciona de un grado más bajo a otro más alto. En cambio, los sistemas de parentesco son pasivos; solo después de largos intervalos registran los progresos hechos por la familia en el curso de las edades, y no sufren una modificación radical sino cuando se ha modificado radicalmente la familia”.

Y, añade Karl Marx: “Lo mismo sucede con los sistemas políticos, jurídicos, religiosos y filosóficos”.

Al paso que la familia continúa viviendo, el sistema de parentesco se osifica; y mientras este se mantiene por la fuerza de la costumbre, la familia sigue independiente de aquel.

Pero así como Cuvier, al descubrirse en el suelo parisiense huesos marsupiales de un esqueleto, pudo deducir que este pertenecía a un animal didelfo1 y que animales de este género, desaparecidos entonces, vivieron en otros tiempos en aquella comarca; de igual manera, de un sistema de parentesco históricamente transmitido, podemos deducir que existió una forma de familia correspondiente, hoy extinta.

Los sistemas de parentesco y las formas de familia que acabamos de recordar difieren de los reinantes hoy, en que cada hijo tenía varios padres y madres. En el sistema americano de parentesco, al cual corresponde la familia hawaiana, pueden ser padre y madre de un mismo hijo un hermano y una hermana; pero el sistema de parentesco hawaiano presupone una familia en la cual, por el contrario, esto es la regla.

Llegamos aquí a una serie de formas de familia que están en contraposición absoluta con las admitidas hasta ahora como únicas valederas. Según las ideas corrientes, nuestra sociedad no conoce más que la monogamia, junto a ella la poligamia de un hombre y, en rigor, la poliandria de una mujer; como conviene al fariseo moralista, pasa en silencio que en la práctica se salta tácitamente y sin escrúpulos por encima de las barreras impuestas por la sociedad oficial.

En cambio, el estudio de la historia primitiva nos manifiesta condiciones en que la poligamia de los hombres y la poliandria de las mujeres van juntas, y en que, por consiguiente, se considera que los hijos comunes les pertenecen en común.

A su vez, esas mismas condiciones pasan por toda una serie de modificaciones hasta que se resuelven en la monogamia.

Estas modificaciones son de tal especie, que el círculo que abarca la unión conyugal común, y que era muy amplio en su origen, se estrecha poco a poco hasta que, por último, ya no deja subsistir sino la pareja aislada que hoy predomina.

Reconstituyendo de esta suerte la historia de la familia, Morgan llega a estar de acuerdo con la mayor parte de sus colegas acerca de un primitivo estado de cosas según el cual, en el seno de una tribu imperaba que cada mujer pertenecía igualmente a todos los hombres y cada hombre a todas las mujeres.

Desde el siglo anterior se había hablado de un estado primitivo de esta clase, pero solo de una manera general; Bachofen fue el primero (y este es uno de sus mayores méritos) que lo tomó en serio, e investigó sus vestigios en las tradiciones históricas y religiosas.

Sabemos hoy que esos vestigios descubiertos por él no conducen a ningún periodo social de comercio sexual sin trabas, sino a una forma muy posterior: el matrimonio por grupos.

Aquel periodo social primitivo, incluso admitiendo que haya existido realmente, pertenece a una época tan remota, que de ningún modo podemos prometernos encontrar pruebas directas de su existencia, ni aún en los fósiles sociales, entre los salvajes más atrasados.

El mérito de Bachofen consiste precisamente en haber puesto este punto en el primer término de la discusión2.

En estos últimos tiempos se ha puesto de moda negar ese periodo inicial de la vida sexual del hombre. Se quiere ahorrar esa “vergüenza” a la humanidad. Y para ello se apoyan no solo en la falta de pruebas directas, sino sobre todo en el ejemplo del resto del reino animal. De este, ha sacado Letourneau (Evolution du mariage et de la famille, 1988) numerosos hechos, con arreglo a los cuales un comercio sexual sin trabas no es propio sino de las especies inferiores.

Pero de todos estos hechos no puedo inducir más conclusión que esta: no prueban absolutamente nada respecto al hombre y a sus primitivas condiciones de existencia. El emparejamiento por largo plazo en los vertebrados tiene suficiente explicación en los motivos fisiológicos, por ejemplo, en las aves por la necesidad de proteger a la hembra mientras incuba los huevos; los ejemplos de fiel monogamia que se encuentran en las aves no prueban nada respecto al hombre, puesto que este no desciende precisamente del ave.

Y si la estricta monogamia es el colmo de la virtud, la palmera tiene que ceder ante la tenia solitaria, que en cada uno de sus cincuenta a doscientos anillos posee un aparato sexual masculino y femenino completo, y se pasa la existencia entera ayuntándose casualmente consigo misma en cada uno de esos anillos reproductores. Pero si nos atenemos a los mamíferos, encontramos en ellos todas las formas de la vida sexual, la promiscuidad, la unión por grupos, la poligamia, la monogamia; solo falta la poliandria, a la cual nada más que los seres humanos podían llegar. Hasta nuestros parientes más próximos, los cuadrumanos, presentan todas las variedades posibles del agrupamiento entre machos y hembras; y si nos encerramos en límites aún más estrechos y no ponemos mientes sino en las cuatro especies de monos antropomorfos, Letourneau no sabe decirnos acerca de ellos sino cuándo viven en la monogamia, cuándo en la poligamia; mientras que Saussure (en la obra de Giraud-Teulon) declara que son monógamos. También distan mucho de probar algo los recientes asertos de Westermarck (The History of Human Marriage, London, 1891) acerca de la monogamia del mono antropomorfo.

En resumen, los datos son de tal naturaleza, que el honrado Letourneau conviene en que “no hay en los mamíferos ninguna relación entre el grado de desarrollo intelectual y la forma de la unión sexual”. Y Espinas dice con franqueza (Des sociétésanimales, 1877): “El aduar es el más elevado de los grupos sociales que hemos podido observar en los animales. Parece compuesto de familias, pero hasta en su origen son antagónicos la familia y el aduar; se desarrollan en razón inversa una de otro”.

Según lo que acabamos de decir, no sabemos nada positivo acerca de los grupos de familia y otras agrupaciones sociales de los monos antropomorfos; los datos que de eso tenemos se contradicen diametralmente, y no hay que extrañarlo.

¡Las nociones que tenemos de las tribus humanas en estado salvaje están ya tan llenas de contradicciones y tan necesitadas de pasarlas por el tamiz del examen crítico! Pues las sociedades de los monos son mucho más difíciles de observar que la de los hombres. Por tanto, hasta una información amplia, necesitamos renunciar a deducir una conclusión definitiva de datos por completo insuficientes.

Por el contrario, la frase de Espinas que hemos citado nos da mejor punto de apoyo. La horda y la familia, en los animales superiores, no son complementos recíprocos, sino antagónicos. Espinas demuestra muy bien cómo la rivalidad de los machos durante el periodo del celo relaja o suprime momentáneamente los lazos sociales de la horda. “Allí donde está íntimamente unida la familia no vemos formarse hordas, salvo raras excepciones. Por el contrario, las hordas se constituyen de un modo natural, hasta cierto punto, donde reinan la promiscuidad o la poligamia... Para que se produzca la horda se necesita que los lazos domésticos se hayan relajado un poco y que el individuo haya recobrado su libertad. Por eso escasean de tal manera entre las aves las hordas organizadas... En cambio, entre los mamíferos encontramos sociedades un poco constituidas, precisamente porque en esta clase el individuo no se deja absorber por la familia...

Así, pues, la conciencia colectiva de la horda no debe tener en su origen enemigo más grande que la conciencia colectiva de la familia. No titubeamos en decirlo: si se establece una sociedad superior a la familia, no puede ser sino incorporándose a ella familias profundamente alteradas, salvo el permitir a estas más adelante reconstituirse en el seno de aquella, al amparo de condiciones infinitamente más favorables” (Espinas, citado por Giraud-Teulon: Origines du mariage et de la famille, 1884, págs. 518-520).

Vemos pues, que, en efecto, las sociedades animales tienen cierto valor para las conclusiones que pueden inducirse de ellas respecto a las sociedades humanas, pero un valor puramente negativo. Según nos es posible saberlo hasta ahora, el vertebrado superior no conoce sino dos formas de familia: la poligamia y la monogamia. Los celos del macho, lazo y límite de la familia a la vez, hacen de la familia animal la antagonista de la horda; la horda, que es la forma más elevada de la sociabilidad, se hace imposible: se relaja o se disuelve durante el periodo del celo; y, en el caso más favorable, entorpecen su desarrollo los celos de los machos. Esto basta para probar que la familia animal y la sociedad humana primitiva son dos cosas incompatibles; que los hombres primitivos, en la época en que pugnaban por elevarse por encima de la animalidad, o no tenían ninguna noción de la familia, o, a lo sumo, solo conocían una forma que no se encuentra en los animales. Un animal tan inerme como el hombre pudo en pequeño número sostenerse aun en estado de aislamiento; mientras que la forma de sociabilidad más elevada es la monogamia, tal como bajo la fe de cazadores la atribuye Westermarck al gorila y al chimpancé.

Para salir de la animalidad, para realizar el mayor progreso que presenta la naturaleza, era preciso un elemento nuevo, hacía falta reemplazar la carencia de poder defensivo del hombre aislado, por la unión de fuerzas y la acción común de la horda. En condiciones como en las que viven hoy los monos antropomorfos, sería sencillamente inexplicable el tránsito a la humanidad. Estos monos producen más bien el efecto de líneas colaterales desviadas, que caminan a la extinción y que de todas maneras están en decadencia. Con esto basta para rechazar toda especie de paralelo entre sus formas de familia y las de la humanidad primitiva. Pero la tolerancia recíproca entre machos adultos, la falta de celos, eran las primeras condiciones necesarias para formarse esos grupos extensos y duraderos en el seno de los cuales únicamente es donde ha podido realizarse la evolución de la animalidad hacia la humanidad.

Y, en efecto, ¿qué encontramos como forma más antigua y primitiva de la familia, aquella cuya existencia indudable nos manifiesta la historia y que aún podemos estudiar en algunas partes? El matrimonio por grupos, la forma en que grupos enteros de hombres y grupos enteros de mujeres se poseen recíprocamente, deja poquísimo lugar a los celos. Y además encontramos, en un estadio posterior de desarrollo, la forma excepcional de la poliandria, que excluye en absoluto los celos, y que, por tanto, es desconocida entre los animales.

Pero como las formas de matrimonio por grupos que conocemos van acompañadas por una complicación tan característica que recuerdan, necesariamente, formas anteriores más sencillas de la unión sexual, y, en último término, un periodo de promiscuidad correspondiente al tránsito de la animalidad a la humanidad, el retorno a las uniones animales nos conduce exactamente al punto que se nos debía hacer pasar de una vez para siempre.

¿Qué significa lo de comercio sexual sin trabas? Eso significa que no existían los límites prohibitivos de ese comercio, vigentes hoy o en una época anterior. Ya hemos visto caer las barreras de los celos. Hay un hecho de los más ciertos de todos y es: los celos son un sentimiento que se ha desarrollado relativamente tarde.

Lo mismo sucede con la idea del incesto. No solo en la época primitiva eran marido y mujer el hermano y la hermana, sino que aún hoy es lícito en cierto número de pueblos el comercio sexual entre padres e hijos. Bancroft (The Native Races of the Pacific Coast of North America, 1885, tomo 1) atestigua este hecho respecto a los kadiakos, cerca de Alaska, y respecto a los tinnehs, en el centro de la América del Norte inglesa; Letourneau reúne numerosos ejemplares del mismo hecho, relativos a los indios chippenways, los cucús de Chile, los caribes, los karens del fondo de la India; y esto, dejando a un lado los relatos de los antiguos griegos y romanos acerca de los parthos, los persas, los escitas, los hunos, etcétera.

Antes de la invención del incesto (porque es una invención, y hasta de las más preciosas), el comercio sexual entre padres e hijos no podía ser más horripilante que el habido entre otras dos personas que pertenecieran a generaciones diferentes. Y esto último sucede aún muy a menudo en nuestros días, hasta en los países más mojigatos, sin producir grande horror. “Señoritas” viejas de más de sesenta años se casan con hombres jóvenes menores de treinta años, con tal de que sean bastante ricas.

Pero si a las formas primitivas de la familia que conocemos les quitamos las ideas de incesto que corresponden a aquellas (ideas que difieren en absoluto de las nuestras, y que a menudo las contradicen por completo), vendremos a parar a una forma de trato carnal que solo puede llamarse comercio sexual sin reglas, en el sentido de que aún no existían las restricciones impuestas más tarde por la costumbre. Pero de esto no se deduce de ninguna manera que en la práctica cotidiana hubiese un confuso revoltillo.

De ningún modo quedan excluidas las uniones temporales a plazo, hasta el punto de que forman la mayoría de los casos, aun en el casamiento por grupos. Y cuando Westermarck, que es quien más recientemente ha negado ese estado de cosas, designa con el nombre de matrimonio a todo estado en el cual permanecen unidos los dos sexos hasta el nacimiento de un vástago, puede respondérsele que esta clase de matrimonio podía muy bien hallarse en el estado del comercio sexual sin reglas, sin contradecir en nada a la falta de trabas, es decir, a la carencia de límites señalados por la costumbre al comercio sexual. Verdad es que Westermarck parte del punto de vista de que “la falta de trabas supone la restricción de las inclinaciones individuales”, de tal suerte que “su forma por excelencia es la prostitución”. Me parece más bien que es imposible formarse la menor idea de las condiciones primitivas, mientras que para examinarlas se mire a través del cristal del lupanar. Cuando hablemos del matrimonio por grupos volveremos a tratar este asunto.

Según Morgan, salieron verosímilmente pronto de ese estado primitivo del comercio sexual sin trabas:

1. La familia consanguínea: Es la primera etapa de la familia. Los grupos conyugales se separan aquí según las generaciones: todos los abuelos y abuelas, en los límites de la familia, son maridos y mujeres entre sí; lo mismo sucede con sus hijos, es decir, los padres y las madres; los hijos de estos forman, a su vez, el tercer círculo de cónyuges comunes; y sus hijos, es decir, los bisnietos de los primeros, el cuarto. En esta forma de la familia, los ascendientes y los descendientes, los padres y los hijos, son los únicos que están excluidos entre sí de los derechos y de los deberes (pudiéramos decir) del matrimonio. Hermanos y hermanas, primos y primas en primero, segundo y restantes grados más lejanos, son todos ellos entre sí hermanos y hermanas, y por eso mismo todos ellos maridos y mujeres unos de otros. El vínculo de hermano y hermana, en ese periodo, tiene consigo el ejercicio del comercio carnal recíproco3. La fisonomía típica de una familia de esta clase consiste en descender de una pareja; y en que, a su vez, los descendientes en cada grado particular son entre sí hermanos y hermanas, y por eso mismo maridos y mujeres unos de otros.

La familia consanguínea ha desaparecido. Ni aun los pueblos más groseros de que habla la historia nos presentan ejemplos de ella. Pero nos vemos obligados a admitir que ha debido existir, puesto que el sistema de parentesco hawaiano que aún reina en toda la Polinesia expresa grados de parentesco consanguíneo que solo han podido nacer con esa forma de familia; y nos vemos obligados a ello por todo el desarrollo ulterior de la familia, que exige esa forma como estadio previo.

2. La familia punalúa: Si el primer progreso de la organización ha consistido en excluir a los padres y los hijos del comercio sexual recíproco, el segundo ha consistido en la exclusión de los hermanos y las hermanas. Por la mayor igualdad de edades de los interesados, este progreso ha sido infinitamente más importante, pero también mucho más difícil que el primero. Es verosímil que se haya realizado poco a poco, excluyendo del comercio sexual a los hermanos y hermanas uterinos (es decir, por parte de madre), al principio en casos aislados, luego como regla general (en Hawái aún había excepciones en los comienzos de este siglo), y acabando por prohibirse el matrimonio hasta entre hermanos colaterales (es decir, según nuestros actuales nombres de parentesco, los primos carnales, primos segundos y primos terceros). Este progreso constituye, según Morgan, “un pasmoso ejemplo de la influencia del principio de la selección”. Sin duda, las tribus donde ese progreso limitó la reproducción entre consanguíneos debieron desarrollarse de una manera más rápida y más completa que aquellas donde continuó siendo la regla general el matrimonio entre hermanos y hermanas.

La institución de la gens nos hace comprender hasta qué punto se dejaba sentir la acción de ese progreso: la gens, nacida inmediatamente de él, y que pasándose con mucho del fin que se le había señalado, formó la base del orden social de la mayoría, si no de todos los pueblos de la tierra, y desde la cual pasamos en Grecia y en Roma, sin transiciones, a la civilización.

Cada familia primitiva tenía que escindirse a lo sumo después de algunas generaciones. El hogar doméstico comunista primitivo, que domina exclusivamente hasta muy entrado el estadio medio de la barbarie, prescribía una extensión máxima de la comunidad familiar, variable según las circunstancias, pero bastante determinada en cada localidad.