El peligro del deseo - Jane Porter - E-Book

El peligro del deseo E-Book

Jane Porter

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

El secreto que jamás le contó... Cuando Rowan le dijo a Logan que su vida corría peligro y la subió a su avión privado para sacarla del país y ponerla a salvo, el pánico se apoderó de ella. Tres años atrás, tras una noche de pasión, se había quedado embarazada de él y, aunque le había llamado para decírselo, Rowan se había negado a hablar con ella. Le había enfurecido descubrir que el padre de ella era Daniel Copeland, el hombre que había hecho que su padre acabara en la cárcel y que había destrozado a su familia. Logan era reacia a decirle que tenía una hija y que él era el padre, pero no podía marcharse sin ella. Rowan las llevó a su castillo en Irlanda, y en aquel lugar aislado Logan se encontró a su merced. Él insistía, implacable, en que se casase con él para criar juntos a su hija, pero Logan, aunque añoraba sus besos y sus caricias, se resistía a contraer matrimonio con un hombre que no la amaba.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 170

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Jane Porter

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El peligro del deseo, n.º 2789 - junio 2020

Título original: Her Sinful Secret

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-636-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LOGAN, ahí fuera hay un montón de gente. Logan… ¿me estás escuchando?

Frustrada por aquella nueva interrupción, Logan Copeland apartó la mirada del guion del espectáculo, se quitó los auriculares de un tirón y miró furibunda a su por lo general muy competente ayudante Joe López. Había empezado a considerarlo un genio y una bendición, pero en ese momento no estaba siendo ni lo uno ni lo otro.

–Tenemos un problema –le dijo Joe.

–¿Otro más? –inquirió ella con incredulidad.

Faltaban menos de veinticuatro horas para la gala benéfica que se celebraría al día siguiente por la noche. Iba a ser el mayor evento en su carrera hasta la fecha, y el ensayo técnico del desfile de moda estaba siendo un desastre.

–No tengo tiempo para nimiedades –le dijo a Joe–. A menos que quieras dirigir tú la gala de mañana y…

–Me temo que no es una nimiedad –la interrumpió él muy serio–. No puedo ocuparme de esto yo solo.

–¿Por qué no? ¿Y por qué de repente no hay más que problemas? –le espetó ella.

–Es una locura; hay un montón de cámaras y prensa ahí fuera.

El rostro de Logan se iluminó.

–¡Pero eso es estupendo! Eso significa que el equipo de publicidad está haciendo bien su trabajo.

–No han venido por la gala de mañana; la gala no les interesa. Han venido por ti.

De pronto a Logan le costaba respirar. Apretó la carpeta contra el pecho, con los auriculares colgándole de los dedos.

–¿Por la rueda de prensa sobre la gala? –inquirió con voz temblorosa.

–No –Joe hundió las manos en los bolsillos de los vaqueros.

Joe era un chico listo, de unos veintitantos, recién salido de la universidad. Hacía un par de años que había empezado a trabajar para Logan, poco después de que su mundo estallara en mil pedazos por el escándalo en torno a su padre, Daniel Copeland, y se había convertido en una ayuda inestimable para ella.

Muchos le habían dado la espalda al enterarse de que su padre era un estafador de la peor calaña y un ladrón que no solo robaba a los ricos, sino también a la clase trabajadora. Había dejado a todos sus clientes prácticamente en la bancarrota, o en una situación aún peor.

A Joe, que había crecido en un barrio marginal de Los Ángeles marcado por la violencia de las bandas callejeras, aquel escándalo no le había importado; él solo buscaba un empleo y ella necesitaba un ayudante.

Sabía, como lo sabía todo el mundo, lo que había hecho su padre, pero al contrario que la mayoría de la gente también sabía el terrible precio que ella había tenido que pagar. En la mayoría de los negocios y círculos sociales seguía siendo «persona non grata». Solo había podido encontrar trabajo como organizadora de eventos como aquel, de fundaciones sin ánimo de lucro.

–Han venido por ti –repitió Joe–. Por lo de tu padre –había preocupación y compasión en su mirada. Bajó la voz y añadió–: Ha pasado algo.

Logan sintió de nuevo esa tirantez en el pecho que le impedía respirar.

–¿No has mirado el móvil? –inquirió su ayudante–. Tienes que haber recibido alguna llamada o algún mensaje… Míralo.

Pero Logan, por lo general centrada y decidida, no podía moverse. Se había quedado helada, paralizada.

–¿Lo han liberado? –preguntó en un susurro–. ¿Sus secuestradores lo han…?

–Mira el móvil –repitió con impaciencia una voz profunda y áspera.

Ella se giró y puso unos ojos como platos al ver a Rowan Argyros. Sus ojos verdes la miraban con desprecio.

Logan alzó la barbilla y apretó los labios para disimular su ira y el pánico que se había apoderado de ella. Solo se le ocurría una posible explicación a la presencia de Rowan Argyros, porque era imposible que hubiera ido allí por voluntad propia. Hacía tres años le había dejado muy claro lo que pensaba de ella.

Pero no quería recordar esa noche, ni el día después, ni las semanas y los meses que siguieron… No quería darle más munición en su contra a Rowan, y menos tratándose de un excomandante militar.

No tenía un aire muy marcial allí, frente a ella, ni tampoco lo había tenido la noche que lo había conocido en una subasta de solteros en beneficio de los niños mutilados en países devastados por la guerra que necesitaban prótesis. Él había sido uno de esos solteros y ella había ayudado a organizar el evento. Las mujeres habían estado pujando como locas por él y la puja subía y subía. Ella no podía permitírselo, pero cuando él la había mirado se había encendido como una amapola y se había encontrado pujando también por él. O más exactamente por una noche con él.

«Solo» le había costado unos cuantos miles de dólares. Los remordimientos la habían asaltado cuando la subastadora había proclamado: «¡Adjudicado a Logan Lane!». No podía creerse lo que había hecho; se había gastado de una sentada todo el crédito de su tarjeta en una noche con un extraño.

Por aquel entonces ni siquiera había oído hablar de su compañía, Dunamas Maritime. No sabía si era una aseguradora de yates, una constructora naval o un exportador marítimo de mercancías. Y era evidente, a juzgar por la sonrisa burlona que le había dirigido al acabar la puja, que él era consciente de que ignoraba quién era. Sabía por qué había pujado por él: porque era alto, de anchos hombros y sus facciones rivalizaban con las de los modelos más atractivos del mundo. Había pujado por él porque le resultaba irresistible. La puja había sido muy competitiva, y no era de extrañar, porque era guapísimo: bronceado, de cabello oscuro con algunos mechones aclarados por el sol, y arrebatadores ojos pardos.

Aquella noche él le había sostenido la mirada con una media sonrisa desde el estrado, y solo ahora, en retrospectiva, era consciente de lo que se había ocultado tras esa sonrisa burlona: había estado retándola a continuar pujando, y ella lo había hecho, demostrándole así lo débil que era y lo fácil que era de manipular.

Esa misma noche, la había hecho suya una y otra vez, haciéndola gritar su nombre cada vez que había alcanzado el orgasmo. El sexo con él había sido tan ardiente, tan intenso… Con cualquier otro hombre se habría sentido incómoda, pero no con él. El horror había venido después, cuando Rowan había descubierto que no era Logan Lane, sino Logan Lane Copeland.

Si ya era desagradable que gente a la que ni conocía la odiase por ser una Copeland, peor aún había sido que el hombre con quien había perdido la virginidad la hubiera llamado «puta». Un hombre que, para colmo de males, había resultado ser uno de los mejores amigos del marido de su hermana gemela. De todos los hombres que había en el mundo… ¿por qué había escogido para su primera vez a alguien como Rowan Argyros?

Su fulgurante carrera en el ejército no podría sorprender a nadie: no temía correr riesgos y tenía unos nervios de acero. Además, sabía aprovechar la más mínima oportunidad y destrozaba cualquier obstáculo que encontrase en su camino. Demasiado bien lo sabía Logan: había hecho lo que había querido con ella y luego la había destruido.

Detestaba pensar en el pasado. De hecho, hasta hacía solo un año no había sido capaz de afrontar la realidad y empezar a abrigar la esperanza de un futuro mejor, aunque para eso tenía que perdonar a su padre y perdonarse a sí misma. Al menos estaba intentándolo.

–¿Queréis decir que mi padre está…? –murmuró mirando a Rowan.

Él vaciló un instante antes de asentir, pero sus facciones no se suavizaron ni un ápice.

Logan intentó que su voz no temblara cuando preguntó cómo lo habían matado.

Al ver que Rowan se quedó vacilante de nuevo, supo que conocía todos los detalles. ¿Cómo no iba a conocerlos? Era un especialista en la lucha contra la piratería en el mar. Su centro de operaciones estaba en Nápoles, aunque también tenía oficinas en Atenas y Londres, y una inmensa propiedad rural en Irlanda. Aunque no lo sabía por él, sino porque se lo habían contado su hermana Morgan y su cuñado, Drakon Xanthis, después de la boda.

–¿Acaso importa? –le preguntó Rowan en un tono frío.

A Logan el corazón le martilleaba contra las costillas. Habría preferido que hubieran sido sus hermanas Morgan o Jenna quienes le hubieran dado la noticia. O incluso su hermano mayor, Bronson. Se lo habrían dicho de un modo muy distinto.

–¿Qué le han hecho? –inquirió.

Se le revolvía el estómago de solo pensar que su padre, a quien los secuestradores habían mantenido retenido en algún lugar frente a la costa de África, hubiese sido ejecutado. Las piernas le flaqueaban, la cabeza le daba vueltas…

–No creo que quieras saberlo –oyó que respondía Rowan, pero su voz sonaba como si estuviera muy lejos.

No podía verlo bien; lo veía todo borroso. Parpadeó, confundida, y de pronto fue como si la oscuridad la envolviera…

 

 

Rowan se abalanzó hacia delante al ver que Logan iba a desmayarse, pero estaba demasiado lejos, igual que Joe, y ninguno pudo impedir que se desplomase, golpeándose en la cabeza con el borde del escenario por la caída. Maldijo entre dientes mientras se agachaba, y lanzó una mirada irritada al inútil de Joe, que tampoco había sido capaz de evitar su caída.

Aún estaba inconsciente cuando la alzó en volandas. Sus ojos se posaron en la sien de Logan. Se había hecho un corte con el golpe que se había dado, y la sangre había manchado un poco su cabello rubio. Iba a salirle un buen cardenal, y probablemente también tendría un buen dolor de cabeza cuando volviera en sí.

No había perdido ni un ápice de su belleza, pensó, permitiéndose un instante para admirar sus marcados pómulos, sus carnosos labios y su aristocrática nariz. Si fuese solo una cara bonita, podría haberse perdonado el error que había cometido acostándose con ella tres años atrás, pero no era solo una joven hermosa, era miembro de la familia Copeland, una gente profundamente inmoral. Y si lo había desagradado descubrir que era una Copeland, peor aún era pensar que el dinero que había pagado en la puja benéfica para pasar una noche con él era dinero proveniente de desfalcos.

–Recoge sus cosas –le dijo a Joe.

Le irritaba estar ocupándose personalmente de aquel asunto. Debería haber enviado a uno de sus hombres. Todos los miembros de su equipo de operaciones especiales, Dunamas Intelligence, había pertenecido a algún cuerpo militar de élite: los Navy Seals de los Estados Unidos, las Fuerzas Especiales británicas, el Grupo Alfa de Rusia, el Grupo de Intervención de la Gendarmería Nacional de Francia, las Fuerzas Especiales de la Marina española… Todos ellos estaban capacitados para misiones de rescate; podría haber enviado a cualquiera. Sin embargo, la verdad era que no quería a ninguno de sus hombres cerca de ella. Se había dicho a sí mismo que era para protegerlos de ella, pero en ese momento, con ella en brazos, sabía que se trataba de algo mucho más personal y primario. No quería a ningún otro hombre cerca de ella porque, aun tres años después de aquella noche juntos, sentía que le pertenecía.

 

 

Logan estaba intentando abrir los ojos, pero no podía. Le dolía la cabeza y sus pensamientos eran muy confusos. Sentía que alguien la llevaba en brazos y que estaban subiendo unas escaleras, pero… ¿adónde? Oía una fuerte respiración. Los brazos que la sostenían eran cálidos. Se esforzó por abrir los ojos, tratando de recordar qué había pasado. Miró hacia arriba y vio una mandíbula recia, angular, con una ligera sombra de barba. Y entonces aquella cara se inclinó para mirarla también, y cuando sus ojos se encontraron todo su cuerpo se tensó. ¡Rowan!

De pronto empezó a recordar: Joe diciéndole que había un problema –algo sobre su padre–, y Rowan apareciendo de repente…

–Suéltame ahora mismo –le dijo.

Él la ignoró y siguió subiendo un escalón tras otro. Una sensación de pánico se apoderó de Logan.

–¿Qué está pasando? ¿Por qué me llevas en brazos? –exigió saber, revolviéndose y pataleando.

Rowan no la soltó.

–Porque te has desmayado y estás sangrando.

–No es verdad.

–Ya lo creo que sí. Te golpeaste con el borde del escenario al caer, y puede que tengas una contusión.

–Estoy bien –replicó ella, revolviéndose de nuevo–. Bájame de una vez; puedo andar.

–Mira, tenemos que salir de aquí cuanto antes; no tenemos tiempo para discusiones.

Habían llegado a lo alto de la escalera. Rowan abrió de una patada la puerta que había frente a ellos, y Logan vio que estaban en la azotea del edificio.

–¿Dónde está Joe? ¡Necesito hablar con él!

–No te preocupes; viene detrás, con tus cosas –le contestó él, mientras salían al brillante sol de California.

–¿Con mis cosas…? ¿Pero por qué…?

–Te lo explicaré cuando hayamos despegado. Basta de cháchara por ahora.

Había un helicóptero esperándolos. El piloto se bajó de un salto y les abrió la puerta. Rowan acababa de depositarla en uno de los asientos cuando apareció Joe.

–Logan… –la llamó, intentando llegar hasta ella.

Sin embargo, Rowan levantó un brazo para impedir que se acercara.

–Dame a mí sus cosas y apártate –le dijo.

Logan se inclinó para agarrar a Joe de la manga.

–¿Irás a mi casa? –le suplicó–. Necesito que te hagas cargo de…

–Pues claro –la interrumpió él–. ¿Adónde vas? ¿Cuándo volverás?

–Ya te llamará –dijo Rowan con aspereza–. Y ahora despedíos.

–No te preocupes por nada –le dijo Joe a Logan–. Puedes contar conmigo.

Rowan lo apartó para subirse al helicóptero y cerró la puerta mientras Joe se alejaba, huyendo del vendaval que levantaban las aspas del aparato. Se sentó frente a Logan, y se inclinó hacia ella para comprobar que tuviera bien puesto el arnés de seguridad, tirando de una de las correas de los hombros que se ajustaban sobre el pecho. Al deslizar los dedos bajo la correa, sus nudillos rozaron el seno de Logan, que sintió como se le endurecía el pezón.

–¿Está demasiado tirante? –le preguntó.

–Con tus dedos ahí sí –le espetó ella, azorada.

Logan apartó la mano, pero al hacerlo sus nudillos volvieron a rozarla de nuevo, y la asaltó el recuerdo de aquella noche, años atrás, en que había tomado su pezón en la boca, succionándolo y lamiéndola hasta llevarla al orgasmo. Y, no contento con eso, Rowan se había aplicado a fondo, explorando su cuerpo y enseñándole todas las maneras en que un hombre podía hacer que una mujer alcanzara el clímax.

Logan se mordió el labio, esforzándose por apartar esos recuerdos, y el helicóptero se elevó, abandonando la azotea del hotel Park Plaza. Ascendieron tan deprisa que a Logan el estómago le dio un vuelco. Se llevó una mano a la sien y se notó algo pegajoso en el pelo. Al apartar la mano vio que sus dedos estaban manchados de sangre. Rowan había dicho la verdad.

–Sé que te estás especializado en rescates y espionaje –le dijo a Rowan–, pero… ¿esto de huir en helicóptero no es un poco… exagerado?

Rowan le tendió un pañuelo para que se limpiara la mano.

–En fin, quiero decir que me parece un poco peliculero hasta para ti –añadió ella mientras se frotaba los dedos con el pañuelo. Le proporcionaba un placer perverso provocarlo de esa manera, porque estaba segura de que detestaría que comparara su trabajo con una de esas películas de acción de Hollywood.

Según había sabido por Morgan y Drakon, Rowan era militar hasta la médula. Había servido tanto en la Marina de los Estados Unidos como en la Real Armada del Reino Unido antes de abandonar su carrera militar para montar una agencia de protección marítima, una iniciativa en la que su cuñado había hecho una importante inversión porque quería la mejor protección para su compañía mercante, Xanthis Shipping.

Le dolía que Morgan y Drakon se llevaran tan bien con Rowan. No le parecía justo que Rowan hubiese perdonado a su hermana que fuera una Copeland, pero a ella no.

–Mira abajo –le dijo Rowan, señalando las calles a sus pies–. Todo eso es por ti.

Logan se inclinó hacia el cristal para mirar. Un enorme gentío rodeaba la entrada del hotel. Estaban esperando a que ella saliera.

–¿Y cómo es que no han entrado? –inquirió.

–Le he puesto una cadena con candado por dentro a la puerta principal. Espero que Joe encuentre la llave o se quedará un buen rato ahí encerrado.

–¡¿Qué?! ¿Y dónde has dejado la llave? –exclamó Logan alterada, alcanzando el bolso para sacar de él su teléfono móvil–. Joe no puede quedarse ahí… Tiene que…

–Ah, sí, te oí darle instrucciones de que fuera a tu casa para que se encargara de algo y como él te respondía que por supuesto –murmuró Rowan, mirándola con los ojos entornados–. ¡Qué buen chico!

Logan lo ignoró y se puso a teclear un mensaje de texto, pero antes de que pudiera enviarlo Rowan le arrancó el móvil de las manos.

–¿Por qué eres tan odioso? –lo increpó. Tenía ganas de darle un puntapié.

–No tienes que preocuparte por Joe; se las apañará solo.

Irritada, Logan giró la cabeza hacia el cristal.

–¿Y adónde se supone que me llevas? –le preguntó.

–A un lugar seguro, lejos de los medios.

Logan volvió de nuevo la cabeza hacia él, tragó saliva y musitó:

–Respecto a lo de mi padre… ¿de verdad está muerto?

Rowan asintió.

–Murió de causas naturales… si eso te hace sentir mejor –añadió con una mueca cruel.

–Por supuesto que me hace sentir mejor –contestó ella indignada.

–Claro, claro… porque lo querías tanto…

–¡Como si tú lamentaras lo más mínimo la muerte de mi padre! –le espetó ella.

–No, no la lamento en absoluto. Creo que se merecía lo que le pasó; y más.

¡Cómo odiaba a Rowan…! Lo odiaba casi tanto como quería odiar a su padre, que los había traicionado a todos –y no solo a la familia, sino también a los cientos de clientes que había tenido. Habían confiado en él y él los había desvalijado. Y en vez de enfrentarse a la justicia, en vez de hacerse responsable de sus delitos, había huido del país en su yate privado. A unos kilómetros de la costa de África unos piratas habían asaltado su yate y lo habían hecho prisionero. A medida que pasaban los meses las exigencias de sus secuestradores y el rescate que pedían por él habían ido aumentando. Morgan había sido la única que había estado dispuesta a reunir ese dinero… pero eso era otra historia.

Y, sin embargo, a pesar de lo mucho que la avergonzaba la conducta de su padre, nunca había querido que sufriera. Quizá no lo odiara tanto como creía.

–Entonces, no lo asesinaron, ni lo torturaron –murmuró con la boca seca.

–Al final no.

–¿Quieres decir que sí lo torturaron?

Rowan la miró a los ojos.

–Dejémoslo en que sus secuestradores no lo trataron con guante de seda.

Logan cerró los ojos, espantada. Su padre estaba muerto y ningún tribunal podría perseguirlo ya por los delitos que había cometido, pero los medios seguían sedientos de sangre. Ahora que su padre ya no estaba iban a por sus hermanos y a por ella. Y aunque ella era capaz de capear el escrutinio de la prensa y el odio de la gente, como había estado haciendo esos últimos años, su hija era poco más que un bebé. Solo tenía dos años y no podía defenderse de la crueldad de la gente.

–Tengo que volver a casa –