El perro apaleado - Agatha Christie - E-Book

El perro apaleado E-Book

Agatha Christie

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Beschreibung

Lily Murgrave visita a Hércules Poirot porque el señor Ruben Astwell ha sido asesinado, y aunque todos los indicios apuntan a su sobrino, la señora Astwell, para quien Lily trabaja, tiene el presentimiento de que el culpable es otro. El detective belga se instalará en Mon Repos, la mansión de los Astwell, para dilucidar el misterio e investigar bien de cerca a cada uno de los sospechosos.

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Seitenzahl: 93

Veröffentlichungsjahr: 2022

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1

Lily Murgrave alisó los guantes que tenía apoyados encima de su rodilla, y con gesto nervioso dirigió una mirada rápida a quien ocupaba el sillón que tenía enfrente. Había oído hablar mucho de Hércules Poirot, el famoso investigador, pero ésta era la primera vez que lo veía en vivo y en directo. El cómico, casi ridículo aspecto del caballero modificaba la idea previa que se había forjado de él ¿Podría haber llevado a cabo, en realidad, las cosas maravillosas que se le atribuían con aquella cabeza de huevo y esos bigotes desmesurados?

Curiosamente Poirot estaba absorto en una labor verdaderamente infantil: amontonaba pequeños dados de madera, de diversos colores, uno sobre otro, y la tarea parecía demandar una atención mayor que la conversación. Sin embargo, cuando Lily guardó silencio él la miró agudamente.

—Continúe, mademoiselle, por favor. La escucho; esté segura de que la escucho con interés.

Enseguida volvió a apilar los dados de madera. La muchacha reanudó la historia, terrorífica, violenta, pero su voz era serena e inexpresiva, y su narración tan precisa, que parecía al margen de todo vestigio de humanidad.

—Confío —observó Lily al terminar— que me habré expresado con claridad.

Poirot hizo un gesto afirmativo y enfático repetidas veces. De un manotazo derribó los dados diseminándolos sobre la mesa, y luego se recostó en el sillón, unió las puntas de los dedos y fijó la mirada en el techo.

—Veamos —dijo—, a Ruben Astwell lo asesinaron hace diez días, y el miércoles, o sea antes de ayer, la policía detuvo a su sobrino Charles Leverson. Lo acusan de los hechos siguientes… si me equivoco en algo, dígalo, mademoiselle: hace diez días, Ruben escribía, sentado en la habitación de la torre, su sancta sanctórum. El señor Leverson llegó tarde y abrió la puerta con su llave. El mayordomo, cuya habitación estaba situada precisamente debajo de la torre, oyó que el tío discutía con su sobrino. La disputa concluyó con un golpe seco. Esto alarmó al mayordomo y pensó en levantarse para ver qué sucedía, pero pocos segundos más tarde oyó salir a Leverson, dejar la habitación tarareando una canción de moda y renunció a su intención. Sin embargo, a la mañana siguiente la doncella encontró muerto a Ruben Astwell sobre la mesa escritorio. Le habían pegado un golpe en la cabeza con un instrumento pesado. De todas maneras, el mayordomo no refirió de inmediato su historia a la policía, ¿verdad, mademoiselle?

La pregunta inesperada sobresaltó a Lily Murgrave.

—¿Cómo? —preguntó.

—Digo que en estos casos todos solemos alardear de humanidad. Mientras me refería lo sucedido en casa de Ruben, de manera admirable y detallada, debo confesar, convertía en muñecos a los actores del drama. Pero yo siempre busco en ellos lo que tienen de humano. Por eso digo que el mayordomo ese... ¿cómo se llama?

—Parsons.

—Supongo, entonces, que ese Parsons debe poseer las características de su clase. Es decir: alberga cierta prevención por los agentes de policía y está poco dispuesto a dar explicaciones. Sobre todo no declarará nada que pueda comprometer a los habitantes de la casa. Estará convencido de que el crimen es obra de cualquier escalador nocturno, de un ladrón vulgar, y se aferrará a la idea con una obstinación extraordinaria. Sí, la fidelidad de los asalariados es curiosa y digna de estudio, es muy interesante.

Poirot se recostó en el sillón con el rostro radiante.

—Por otro lado —continuó—, los demás actores habrán referido cada uno una historia, entre ellos Leverson, que asegura volvió a casa a hora avanzada y no fue a ver a su tío. Se fue directamente a la cama.

—Eso es lo que dice, en efecto.

—Y nadie duda de la afirmación —murmuró Poirot— a excepción, quizá, de Parsons. Luego le toca entrar en escena al inspector Miller, de Scotland Yard, ¿no? Lo conozco, nos hemos visto una o dos veces en otras épocas. Es lo que se llama un hombre listo, astuto como un zorro viejo. ¡Lo conozco bien! El inspector ve lo que nadie ha visto y Parsons no está tranquilo porque sabe algo que no ha revelado. Sin embargo, el inspector lo pasa por alto. Por el momento, queda suficientemente demostrado que nadie entró en casa de Ruben Astwell durante la noche y que debe buscarse dentro, y no fuera, al asesino. Y Parsons se siente mal, tiene miedo, por lo que lo aliviaría enormemente compartir con alguien su secreto. Hizo cuanto estuvo en su mano para evitar un escándalo, pero todo tiene un límite y por eso el inspector Miller escuchó su historia, y luego de una o dos preguntas, ha llevado a cabo averiguaciones que sólo él conoce. El resultado es peligroso, muy peligroso para Charles Leverson, porque ha dejado la huella de sus dedos manchados de sangre en un mueble que se encontraba en la habitación de la torre. La doméstica ha declarado también que a la mañana siguiente del crimen vació una palangana llena de agua y sangre que sacó de la habitación de Leverson y que a sus preguntas el señor contestó que se había cortado un dedo. En efecto, tenía un corte ridículamente insignificante. Y aun cuando lavó uno de los puños de la camisa que llevaba puesta la noche anterior, se descubrieron manchas de sangre en la manga de la chaqueta. Todo el mundo sabe que tenía necesidad urgente de dinero y que por la muerte de Ruben debía heredar una fortuna ¡Oh, sí, mademoiselle! Se trata de un caso muy interesante.

Poirot hizo una pausa.

—¿Por qué ha venido a verme?

Lily Murgrave se encogió de hombros.

—Me manda aquí lady Astwell, como le he dicho.

—Pero vino de mala gana, ¿no es cierto?

La muchacha no contestó y el hombrecillo le dirigió una mirada aguda.

—¿No quiere responder?

Lily volvió a calzarse los guantes.

—Me es difícil, monsieur Poirot. Deseo ser fiel a lady Astwell. No soy más que una dama de compañía a la que le pagan por sus servicios, pero ella me ha tratado mejor que a una hija o una hermana. Es muy afectuosa y aunque conozco sus defectos no deseo criticar sus actos... ni impedir que usted se encargue de solucionar el caso. No quiero influir en su decisión.

—Monsieur Poirot no se deja influir por nada ni por nadie, cela ne se fait pas —expresó, gozoso, el hombrecillo—. Me doy cuenta de que usted cree que lady Astwell ha oído zumbar una mosca junto a su oreja, ¿me equivoco?

—Para ser franca...

—¡Hable, mademoiselle, hable!

—Estoy convencida de que cree una tontería...

—¿Sí?

—Sin que esto sea una crítica en contra de lady Astwell.

—Comprendo —murmuró Poirot—. Comprendo perfectamente.

Sus ojos la invitaban a continuar.