El poder del ritual - Casper Ter Kuile - E-Book

El poder del ritual E-Book

Casper Ter Kuile

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Beschreibung

Convierte actividades cotidianas en prácticas llenas de sentimiento Nos encontramos en medio de un cambio cultural. Ya no buscamos una finalidad ni un sentimiento de pertenencia a una comunidad en los espacios religiosos, sino que más bien lo hacemos en grupos en el gimnasio, noches de juegos virtuales, clubes de lectura, talleres de yoga y otros espacios laicos. A pesar de encontrarnos en un entorno de aislamiento social, ¿cómo podemos hacer para que las cosas que llevamos a cabo cada día satisfagan nuestra secular búsqueda de sentido? Aquí es donde entra en acción la antigua sabiduría del ritual.

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Casper ter Kuile

EL PODER DEL RITUAL

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Puede consultar nuestro catálogo en www.edicionesobelisco.com

Colección Espiritualidad y Vida interior

EL PODER DEL RITUAL

Casper ter Kuile

1.ª edición en versión digital: junio de 2023

Título original: The Power of Ritual

Traducción: David George

Corrección: M.ª Jesús Rodríguez

Diseño de cubierta: Enrique Iborra

Maquetación ebook: leerendigital.com

© 2020, Casper ter Kuile

(Reservados todos los derechos)

© 2023, Ediciones Obelisco, S.L.

(Reservados los derechos para la presente edición)

Extracto de No Man is an Island (Los hombres no son islas) de Thomas Merton, © 1955, The Abbey of Our Lady of Gethsemani, renovado en 1983 por The Trustees of the Merton Legacy Trust. Extracto de Gruteful: The Transformative Power of Giving Thanks, de Diana Butler Bass, © 2018, HarperCollins Publishers Extracto de To Bless the Space Belween Us A Book of Blessings de John O'Donohue, © 2009, John O'Donohue. Extracto de World as Lover, World as Self de Joanna Macy, © 1991, Parallax Press. Edita: Ediciones Obelisco S.L.

Collita, 23-25. Pol. Ind. Molí de la Bastida

08191 Rubí - Barcelona - España

Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23

E-mail: [email protected]

ISBN EPUB: 978-84-1172-043-4

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Índice

 

Portada

El poder del ritual

Créditos

Prólogo

Introducción. El cambio de paradigma

Capítulo 1. Conectar con el yo

Capítulo 2. Conectar con los demás

Capítulo 3. Conectar con la naturaleza

Capítulo 4. Conectar con la trascendencia

A mi padre, que me enseñó

cuándo seguir las reglas,

y a mi madre, que me enseñó

cómo cambiarlas.

PRÓLOGO

Vivimos en un era de fragmentación. Los académicos han estudiado cómo nuestras comunidades (familias, iglesias, vecindarios, equipos de trabajo y ligas de bolos) se están transformando. Antaño estables y duraderas, ahora, como resultado de fuerzas económicas y sociales, están llenas de gente que muestra un compromiso más pasajero con sus empleos, lugares, amistades y matrimonios.

Debido a razones profundas e históricas, nuestro sentido de la identidad está ahora más fragmentado, para mejor o peor. Tenemos unas identidades espirituales más complejas y ricas que en el pasado y unas identidades de género y étnicas también más complejas y ricas. Vivimos en un mundo globalizado.

Hay mucho que elogiar en esta era de fragmentación: el aumento de derechos y libertades, el creciente número de mujeres en puestos de poder, la democratización de formas de arte y de la información, y el movimiento lento pero en aceleración de alejamiento de la homofobia, el sexismo y el racismo que definieron nuestra historia reciente de conquistas colonizadoras.

Pero también hay muchas cosas por las que estar preocupado. La gente siente la ausencia de la comunidad. Los estudios han demostrado que el ciudadano medio de Estados Unidos, y probablemente de todo el mundo, es más solitario que nunca. La gente tiene menos amigos. Pasa una cantidad desorbitada de tiempo desplazándose diariamente en coche al trabajo o navegando por fuentes de noticias en Internet. La gente confía menos en sus conciudadanos y trabaja más duro que nunca. Las tecnologías a las que muchos dimos la bienvenida con gran entusiasmo hace una década están mostrando ahora no consistir en el nuevo mundo utópico y digital de conectar y compartir, sino en un nuevo mundo definido por la ansiedad, la soledad, la comparación interminable con los demás y quizás la vigilancia. Nuestra era de fragmentación ha sentado las bases de una era de ansiedad.

Y esta fragmentación tiene unos costes pronunciados para la mente y el cuerpo. Como profesor de psicología, enseño la ciencia de la felicidad en la Universidad de California en Berkeley, y también a cientos de miles de personas en cursos online y mediante contenidos digitales y mi podcast The science of happiness. A lo largo de los veinte años de este compromiso, me han hecho una pregunta clave: ¿Cómo puedo encontrar una felicidad más profunda?

La ciencia apunta a una respuesta en lo abstracto: Encuentra una mayor comunidad. Profundiza tus conexiones con los demás. Estate al lado de los demás de formas importantes. Encuentra rituales para organizar tu vida. Esto estimulará tu felicidad, te proporcionará una mayor alegría e incluso sumará diez años a tu esperanza de vida, tal y como sugiere la ciencia. Las conexiones profundas y el sentimiento de pertenencia a una comunidad reducen los niveles de cortisol (hormona relacionada con el estrés); activan los circuitos cerebrales de recompensa y seguridad; activan una región del sistema nervioso llamada nervio vago, que ralentiza nuestro sistema cardiovascular y hace que nos abramos a los demás, y conducen a la secreción de oxitocina, una sustancia neuroquímica que promueve la cooperación, la confianza y la generosidad. Sin embargo, me he visto en apuros para señalar formas profundas, prácticas y ejemplares de desarrollar conexiones, un sentimiento de pertenencia a una comunidad y un sentido del ritual.

Ahora puedo hacerlo. En el libro El poder del ritual: Convierte actividades cotidianas en prácticas llenas de sentimiento, de Casper ter Kuile, encontramos un mapa de carreteras hacia un mayor sentido en la vida a través de la comunidad. Un primer paso consiste en la creación de rituales laicos diarios. Los rituales son, desde mi punto de vista, formas repetidas y que siguen patrones en las que representamos las emociones morales (compasión, gratitud, asombro, dicha, empatía, éxtasis) que se han visto moldeadas por nuestra evolución como homínidos y que se han incorporado en el tejido de nuestra cultura mediante la evolución cultural. Aprendí esto de manos de Casper durante el verano de 2018. Me invitó a una experiencia ritualizada de Saint-Germain-des-Prés,mi catedral favorita de París. Antes de entrar en el espacio iluminado de su interior, dimos vueltas alrededor del edificio en sentido horario, asimilando el flujo de los sonidos y las imágenes que un paseo meditativo trae consigo. Entonces le dimos una limosna a un hombre que pedía en la entrada, sintiendo la profunda compasión de la caridad. Antes de sentarnos en un banco de la iglesia, hicimos una genuflexión e hicimos una petición y ofrecimos un pensamiento silencioso y reflexivo (una oración) por alguien que nos importa. Nos sumergimos en las vidrieras policromadas, que tan bien reflejaban los patrones y la belleza de la naturaleza (los nervios de las hojas, los colores de los árboles, los reflejos en los lagos). Nuestra atención se desplazó hacia arriba, hacia el ábside de la catedral, como si estuviéramos mirando por encima de nuestras cabezas hacia las nubes del cielo. Nos santiguamos en un acto de silencioso contacto. Aunque no soy religioso, estos simples actos rituales (como los que aparecen a lo largo de este libro) me proporcionaron un sentimiento de calma, reverencia e incluso gracia.

Los rituales generan patrones de las mayores capacidades que creo que nos fueron concedidas en el proceso de la evolución y desarrolladas en nuestra evolución cultural: nuestra capacidad de compartir, cantar, corear, venerar, encontrar belleza, bailar, imaginar, reflexionar tranquilamente y sentir algo más allá de lo que podemos ver. El libro de Casper señala hacia unos principios de nivel superior a través de los cuales puedes crear más rituales en tu vida fragmentada. Lee textos sagrados (este pasado junio releí «Canto a mí mismo», de Walt Whitman, un texto sagrado en mi familia y, una vez más, me conmoví). Crea días festivos en tu vida libres de trabajo, tecnología, vida social y nuestras horas frenéticas con unos horarios sobrecargados a lo largo de la jornada. Encuentra oportunidades para practicar lo que podríamos llamar oración (formas silenciosas y conscientes de reflexionar sobre el amor, la gratitud y la contrición). Come con otras personas. Busca en la naturaleza, esa fuente universal para trascender del yo y que tan frecuentemente sana, como apuntó Emerson, «las calamidades de la vida». En vista de nuestra vida fragmentada, Casper nos anima, mediante esta visión amplia y sintética de la vida espiritual, a urdir juntos un tejido de rituales para aportar a nuestra vida sentido y un sentimiento de pertenencia a una comunidad.

Casper también nos ofrece una idea que quizás sea más desafiante: despertar al ritual y a la comunidad que ya estás creando, instintivamente, en tu vida social. Tenemos la necesidad biológica, tal y como han mostrado los científicos, de pertenecer a algo. Sin un comunidad, tal y como sucede en los casos de confinamiento en solitario o aislamiento, perdemos la cabeza. Buscamos y creamos rituales con entusiasmo y energía. Durante veinte años jugué a baloncesto de manera informal hasta que me quedé sin cartílago en las rodillas. Jugué en prácticamente cada ciudad que visité, desde Santa Mónica (California) hasta Brockton (Massachusetts), e incluso en ciudades francesas. Jugaba con cualquiera. Ni siguiera era un jugador muy habilidoso. Luego, cuando tuve que colgar las botas, lo que más eché de menos no fueron los puntos anotados ni las victorias conseguidas, sino los rituales que unen a las personas en el baloncesto informal: choques de puños, formas de protesta y contrición, celebraciones y bailes, patrones ritualizados de cinco personas moviéndose juntas en una cancha de baloncesto. Es sublime.

El brillante libro de Casper nos desafía para que veamos y sintamos los rituales que ya forman parte de nuestra vida, para que cambiemos nuestro pensamiento hacia una mentalidad comunitaria. Probablemente esté sucediendo en tu clase de spinning, en viajes para practicar la escalada, en conciertos musicales, cuando vas a comprar comida, mientras cenas con tu familia, en los patrones de juego, en las conversaciones y al celebrar y consolar en los campos de los partidos de fútbol infantil; e incluso en cómo puedas usar tu teléfono mòvil, en tus mejores momentos, para compartir fotos, recetas, citas, chistes, GIF, memes y noticias. Después de leer El poder del ritual, llegué a ver cuántos rituales ya estaban presentes en mi vida cotidiana, y me sentí animado.

Las fuerzas sociales, económicas y arquitectónicas, como, por ejemplo, el aumento en la construcción de viviendas unifamiliares, han hecho que ésta sea una época de fragmentación. Hay mucho que condenar al respecto, y lo sentimos en forma del dolor del aislamiento y la soledad; pero hay mucha libertad y promesas en esta fragmentación para la generación de un sentimiento de pertenencia a una comunidad y rituales de una forma más rica y compleja que honre y celebre la diversidad que representa nuestra especie. El poder del ritual nos señala esta promesa.

DACHER KELTNER

Profesor de psicología, Universidad de California en Berkeley

Director del claustro docente Greater Good Science Center

Introducción

EL CAMBIO DE PARADIGMA

Cuando era adolescente, estaba convencido de que Tienes un e-mail era la mejor película de todos los tiempos.

Kathleen Kelly y Joe Fox, interpretados por Meg Ryan y Tom Hanks, se conocen en Internet en los primeros tiempos de las salas de chat de AOL (estamos en 1998: piensa en el tema musical «The Boy is Mine», de la cantante Monica, y en el escándalo sexual de Bill Clinton). Todo lo que saben el uno del otro es que les encantan los libros y la ciudad de Nueva York, y eso es todo. Ni siquiera saben cuáles son sus verdaderos nombres; y a través de los e-mails que se envían el uno al otro, se enamoran. Son honestos el uno con el otro con respecto a sus miedos y esperanzas secretas y su dolor. Comparten todo lo que no les cuentan ni siquiera a sus respectivas parejas. Esto es lo mejor del anonimato en Internet: sentirse íntimamente conectado y, al mismo tiempo, completamente seguro.

Y estar conectado y seguro eran dos cosas que yo no sentía en absoluto.

Yo era un muchacho gay que viví en un internado inglés junto con cincuenta chicos adolescentes llenos de testosterona. Me sentía como pez fuera del agua. Un vistazo a mi habitación, que compartía con otros tres compañeros, revelaba todo lo que necesitas saber. Al entrar podías ver pósteres de supermodelos semidesnudas y coches de carreras a la derecha, imágenes del grupo musical Slipknot, con sus terroríficas máscaras, a la izquierda, y luego, en mi esquina, una colección completa de los libros de Agatha Christie y bolígrafos de gel de purpurina.

No hace falta decir que no era el primer chico elegido para formar parte del equipo de rugby, o del de fútbol, o de ninguna otra cosa, en realidad (sí que me apunté a un curso de aerobic, rompiendo las barreras para todos los futuros chicos homosexuales de ese colegio, o eso espero, pero ésa es otra historia).

Me sentía solo todo el tiempo. Salía a pasear e imaginaba que era un peluquero, preguntándome a mí mismo en voz alta acerca de cualquier viaje en el que me iba a ir de vacaciones. Intenté congraciarme con los chicos mayores haciéndoles bocadillos de Nutella y pan tostado, como si fuera un babuino intentando mostrar mi sumisión en la sabana (por favor, no me hagáis daño, os traeré comida).

Por lo tanto, podrás imaginar por qué, una película sobre el amor y la conexión significaba tanto para mí. Y es importante decir que (¡cuidado, spoiler!), de hecho, los dos personajes de Tienes un e-mail no se conocen hasta el final, que es mi escena menos favorita. La película tiene que ver con la promesa de amor y conexión, más que con la experiencia real de esas sensaciones. Anhelaba ese tipo de conexión, y una pequeña parte de mí confiaba lo suficiente en el universo para saber que quizás, un día, idealmente en el glamuroso Manhattan, podría encontrar mi propia versión de un multimillonario del sector editorial que tuviera un perro llamado Brinkley.

He vuelto a ver Tienes un e-mail muchas veces, pero ahora representa, para mí, mucho más que una película, ya que la he convertido en algo mucho más significativo. Tengo unos rituales muy concretos sobre cuándo y cómo verla (siempre solo y siempre con una tarrina de helado de praliné y vainilla de Häagen-Dazs). No se trata de una película de «Bueno, ¿qué vamos a ver hoy?», sino un filme de tipo «Me siento solo y perdido, y necesito todo de lo que dispongo para salir de esta depresión». Ciertos diálogos están grabados en mi mente como los mantras. Los personajes son los emblemas de cómo quiero ser (o no ser) en el mundo. Mientras para la mayoría de la gente es, simplemente, una comedia romántica más, para mí Tienes un e-mail es sagrada.

Eso es en lo que consiste este libro: tomar las cosas que hacemos cada día y añadirle capas de significado y rituales, incluso a experiencias tan mundanas como leer o comer, pensando en ellas como en prácticas espirituales. Después de más de media década de investigación y miles de conversaciones con gente de todo EE. UU, estoy convencido de que nos encontramos en medio de un cambio de paradigma. Lo que solía mantenernos unidos a una comunidad ya no funciona. Las ofrendas espirituales del pasado ya no nos ayudan a medrar; y al igual que les pasaba a los astrónomos de siglo XVI, que tuvieron que redefinir el universo situando al Sol en el centro del sistema solar, nosotros debemos reconsiderar, en esencia, qué significa que algo sea sagrado. Los cambios de paradigma como éste se dan por dos razones. La primera es porque aparecen nuevas pruebas que refutan las suposiciones que se sostenían anteriormente (piensa en cómo El origen de las especies, de Charles Darwin, transformó nuestra forma de entender la biología evolutiva y la precisión histórica de la Biblia, por ejemplo). La segunda es porque las antiguas teorías se vuelven irrelevantes para las nuevas preguntas que la gente empieza a hacerse. Y eso es lo que está sucediendo en la actualidad. En esta época de rápidos cambios religiosos y en las relaciones, está surgiendo un nuevo panorama de búsqueda de sentido y de comunidad, y las estructuras tradicionales de la espiritualidad están luchando para estar al día con respecto al aspecto que tiene nuestra vida.

He escrito este libro para ayudarte a reconocer las prácticas de conexión de las que ya dispones: los hábitos y las tradiciones que ya están dentro de ti que pueden incrementar tu experiencia del sentido, de la reflexión, de tu santuario y de la alegría: quizás en una clase de yoga, o leyendo tus libros favoritos, observando una puesta de sol, creando arte o encendiendo velas. Puede que sea a través del levantamiento de pesas, el excursionismo por senderos en plena naturaleza, la meditación o bailando y cantando con otras personas. Sea lo que sea, empezaremos afirmando, aquí, que esas cosas son dignas de nuestra atención, y nos daremos cuenta de cómo constituyen un cambio cultural más amplio en la forma en la que desarrollamos conexiones con aquello que más importa.

Las tradiciones religiosas que se suponía que tenían que servirnos han fracasado frecuentemente. Lo peor es que muchas nos han excluido de forma activa. Por lo tanto, necesitamos dar con un camino a seguir. Recurriendo a lo mejor que ya había antes, podemos encontrarnos en medio de la historia emergente sobre lo que significa vivir profundamente conectado. Incluso aunque no abracemos creencias religiosas concretas, las prácticas que examinaremos en este libro, tanto se trate de rituales cotidianos como de tradiciones anuales, pueden, colectivamente, construir nuestra vida espiritual contemporánea. Estos dones y su sabiduría se han transmitido a lo largo de generaciones. Ahora ha llegado nuestro turno de interpretarlas. Aquí y ahora. Tú y yo.

Estoy muy contento de que estemos juntos en esto.

«El CrossFit es mi Iglesia»

He pasado los últimos siete años estudiando la idea de que el simple hecho de que la gente esté abandonando la Iglesia no quiere decir que sea menos espiritual. Como miembro del Departamento de Innovación en el Clero de la Facultad de Teología de la Universidad de Harvard, he estudiado el paisaje cambiante de la religión estadounidense con mi colega Angie Thurston. Publicamos «How We Gather» (Cómo nos juntamos),[01] un artículo que documentaba cómo la gente está creando comunidades de sentido en el ámbito laico, llevando a cabo, en esencia, las funciones gestionadas históricamente por las instituciones religiosas tradicionales. Ese artículo ha sido elogiado por obispos y por el antiguo director ejecutivo de Twitter, ya que hemos gozado de la oportunidad de hacer planes y conectar con los líderes de las comunidades más innovadoras y los creadores de sentido.

A lo largo de cientos de entrevistas, visitas a páginas web y muchas lecturas, Angie y yo hicimos un seguimiento de comunidades laicas que parecían estar haciendo cosas religiosas. Independientemente de a dónde fuéramos y con quién habláramos, se convirtió en nuestro hábito preguntar: «¿Así pues, a dónde acudís para encontrar la comunidad o hermandad?».

Una y otra vez, las respuestas nos sorprendieron. November Project (un grupo de ejercicio gratuito y abierto al público fundado en Boston, Massachusetts). Groupmuse (una Plataforma de Internet que pone en contacto a intérpretes de música clásica con público de un vecindario o localidad mediante «conciertos/fiestas en casa»). Cosecha (un movimiento que lucha por la protección, dignidad y respeto permanentes para todos los inmigrantes). Tough Mudder (una serie de eventos de resistencia en la que los participantes se enfrentan a carreras de obstáculos de entre dieciséis y diecinueve kilómetros). Camp Grounded (campamentos para adultos en los que están prohibidos el alcohol y las drogas, no se puede usar el nombre real y se deben dejar todos los dispositivos tecnológicos a la entrada). Sin embargo, la respuesta que de verdad me dejó confundido fue la del CrossFit.

La gente no hablaba de ello simplemente como si se tratara de su comunidad. «El CrossFit es mi Iglesia» se convirtió en un refrán. Cuando entrevistamos a Ali Huberlie, que entonces era estudiante en la Escuela de Negocios de Harvard, dijo: «Mi box [gimnasio] de CrossFit lo es todo para mí. He conocido a mi novio y a algunos de mis mejores amigos gracias al CrossFit… Cuando empezamos a buscar un apartamento esta pasada primavera, nos centramos de inmediato en el vecindario más cercano a nuestro box de CrossFit, pese a que eso haría que nuestro desplazamiento cotidiano al trabajo fuese más largo. Lo hicimos porque no podíamos soportar abandonar nuestra comunidad. En nuestro box tenemos a bebés y a niños pequeños gateando por todas partes, y ha sido una experiencia maravillosa ver crecer a esos pequeñajos».

«El CrossFit es familia, risas, amor y comunidad. No puedo imagi­narme mi vida sin la gente a la que he conocido gracias a él». En el gimnasio (o box, como se llama en el mundillo del CrossFit) de Ali, la gente se reúne los viernes por la noche para ir a tomar una copa, además de quedar cinco o seis veces por semana para entrenar juntos. En la otra punta de la ciudad, en un box afiliado, hay un grupo de madres gestantes, y el gimnasio celebra una noche de talentos en la que los miembros prueban con monólogos humorísticos o tocan el violoncelo por primera vez en veinte años.

El cofundador, Greg Glassman, nunca se propuso crear una comunidad, pero ha aceptado el papel de líder cuasi espiritual con los brazos abiertos. En una entrevista con nosotros en la Facultad de Teología de la Universidad de Harvard, explicaba: «Nos preguntaban, una y otra vez: “¿Sois un culto?”, y al cabo de un rato me di cuenta de que quizás lo fuéramos. Esta es una comunidad activa, que suda, cariñosa y que respira. No es un insulto que a un practicante de CrosssFit le digan que forma parte de un culto. Disciplina, honestidad, valentía, responsabilidad: lo que aprendes en el gimnasio también constituye un entrenamiento para la vida. El CrossFit hace que la gente sea mejor». Sus observaciones suenan a veces totalmente religiosas. «Somos los administradores de algo», decía. Pese a que CrossFit es una compañía privada, él piensa que su papel de liderazgo es claramente sacerdotal: habla sobre «cuidar de un rebaño» y «ocuparse de un huerto de árboles frutales» de gimnasios de CrossFit. Y el rebaño responde: le llama, simplemente, entrenador o coach.

Quizás esto no debería habernos sorprendido. Después de todo, el CrossFit es conocido por su fanático proselitismo. Al enviar una solicitud para abrir un box, se pide a los entrenadores que asistan a un seminario de dos días de duración y que escriban una redacción sobre por qué quieren abrir un gimnasio. Lo que la sede central busca en estas redacciones no es la destreza empresarial del solicitante, las habilidades como entrenador o su nivel de forma física: el ingrediente clave es si su vida se ha visto cambiada por el CrossFit y si el solicitante quiere cambiar la vida de otras personas con el CrossFit. Es así de sencillo (compara eso con cinco años de estudios rabínicos o tres años en la facultad de teología). El tono proselitista o evangélico no consiste sólo en conseguir un cuerpo sexy: la misión es mucho mayor. El CrossFit es una estrategia que salva vidas, de acuerdo con el coach Greg. «Trescientos cincuenta mil estadounidenses morirán el año que viene por estar todo el día sentados en el sofá. Eso es peligroso. La televisión es peligrosa. Hacer sentadillas no lo es». Glassman está, en especial, en guerra con la industria estadounidense de los refrescos. Como los índices de diabetes siguen aumentando y como Coca-Cola y PepsiCo financian investigaciones públicas sobre la salud que minimizan el impacto de una dieta hipercalórica, Glassman considera a la industria de los refrescos como la próxima frontera del crimen organizado. En efecto, el CrossFit se está implicando y comprometiendo cada vez más. En el sur de California, los líderes de gimnasios invitaron a un político local a celebrar mítines en sus vecindarios, uniendo fuerzas para enfrentarse a la industria de los refrescos. A nivel de Estados Unidos, CrossFit también está afiliado a una red de gimnasios sin ánimo de lucro que respalda a la gente en su viaje de recuperación de las adiciones.

Lo que resulta todavía más sorprendente, y de forma muy parecida a las congregaciones religiosas, es que CrossFit ha dado con una forma de honrar a sus miembros fallecidos: en concreto a socios que han muerto en acto de servicio, como miembros del ejército, policías y bomberos. Y no sólo se trata de nombrarlos: sus recuerdos están encarnados en la combinación de burpees, levantamientos de pesas y dominadas que constituyen un Entreno del Día que los socios de CrossFit practican fielmente en todo el mundo. El antiguo presentador de CrossFit en televisión Rory Mckernan introdujo un entrenamiento llamado «the Josie» en honor al subjefe de policía de Estados Unidos Josie Wells, que falleció mientras intentaba entregar una orden judicial a un sospechoso de un doble asesinato en Baton Rouge (Luisiana). Mckernan presenta el entrenamiento dedicado a este héroe en un vídeo en el que dice: «Pronunciad su nombre. Comprended lo que hizo. Pensad en dar la vida en el cumplimiento de algo mayor que vosotros mismos, y lo que eso significa para los que quedaron en el camino. Y hacedlo antes de iniciar el entrenamiento. Os prometo que transformará la manera en la que os enfrentaréis a él. Descansa en paz, amigo mío».

Con otras quince mil comunidades por todo el mundo, este fenómeno era algo a lo que Angie y yo debíamos prestar atención. E incluso aunque la gente que se iniciaba en el CrossFit solía ir para perder peso o desarrollar su musculatura, lo que hacía que siguiera regresando era la comunidad tan comprometida e involucrada.

El CrossFit era el ejemplo más sorprendente y extendido de gente construyendo una comunidad que recordaba a las tradiciones religiosas, pero no era la única. Otras comunidades dedicadas a la buena forma física, como Tough Mudder,[02] tenían unas características similares. En Tough Mudder, una comunidad de gente que se reúne para superar un circuito con obstáculos complejos (y que generalmente está cubierto de barro), sus líderes no temen en absoluto las comparaciones religiosas. Su fundador, Will Dean, explicó en Fast Company (una revista de negocios estadounidense) en 2017 que las carreras Tough Mudder son «como la peregrinación, como las grandes festividades anuales como las Navidades y la Semana Santa. Pero también tenemos el gimnasio, que se convierte en la iglesia local, el centro en el que se reúne la comunidad. Dispones de los medios, que es un poco como rezar. Además tenemos la vestimenta, que es un poco como llevar tu crucifijo o tu pañuelo para la cabeza o cualquier otro tipo de prenda religiosa».

Pese a ello, las comunidades para mantenerse en buena forma física no son la única forma que la gente está encontrando y con la que explora cuestiones relacionadas con la pertenencia. Los grupos que reúnen a gente en torno a juegos y las artes creativas también constituían espacios para desarrollar una comunidad. En Artisan’s Asylum (Asilo de los Artesanos), un espacio para creadores en Somerville (Massachusetts), se ha formado una comunidad de artistas, artesanos, reparadores, joyeros, creadores de robots, capitanes de bicicletas mutantes que parecen naves espaciales, ingenieros, diseñadores y más. El espíritu creativo que circula por ese espacio está encarnado en la generosidad de los miembros que se enseñan, los unos a los otros, cómo emplear máquinas o materiales con los que no están familiarizados. Una lista de correo activa ayuda a conseguir piezas difíciles de encontrar y ayuda a empezar a los nuevos artesanos. Una mujer compartió que quería hacer un complejo disfraz de mariposa para Halloween para su hija pequeña que incluyera luces que se encendieran y apagaran. Al cabo de horas, los materiales que necesitaba estaban en la puerta de su casa y un creador muy habilidoso estaba listo para orientarla a lo largo de todo el proceso. En el Día de Acción de Gracias, toda la comunidad se reúne para organizar una comida en la que cada invitado trae un plato a la que llaman Día de Acción de los Creadores, en la que sus creaciones adornan las largas mesas al lado de recetas caseras. Pero Artisan’s Asylum se ha convertido en algo más que una comunidad. Es el lugar al que la gente va para convertirse en la persona que quiere ser. Aprender una nueva habilidad, como la soldadura, proporciona a los miembros la confianza para probar algo nuevo como la improvisación o cantar. Convertirse en el mentor de alguien novato en un tipo de artesanía moldea el cómo se ven los miembros a sí mismos en el mundo; y como el espacio está abierto las veinticuatro horas del día y los miembros sufren de precariedad en temas de vivienda, toda la comunidad se ha involucrado mucho en proponer al gobierno municipal unas mejores condiciones de vivienda pública. No es difícil detectar los paralelismos de esta congregación.

Después de un año y medio de entrevistas y de observación de los participantes, Angie y yo estuvimos preparados para compartir lo que habíamos aprendido en nuestro artículo «How We Gather». Vimos que los espacios laicos no sólo ofrecen a la gente una conexión de formas similares a como lo hacían las instituciones religiosas en el pasado, sino que también proporcionaban otras cosas que satisfacían un objetivo espiritual. Las comunidades que hemos estudiado ofrecían a la gente oportunidades para la transformación personal y social, aportaban la oportunidad de ser creativo y aclarar su propósito y proporcionaban estructuras de responsabilidad y de conexión con la comunidad.

Y como los líderes de estas comunidades se convirtieron en personas de confianza y respetadas, los miembros de la comunidad acudían a ellos en relación con las grandes preguntas y transiciones de la vida. Oímos hablar de bodas y funerales oficiados por instructores de yoga y profesores de clases de arte, sobre gente que era aconsejada tras un diagnóstico médico o una ruptura sentimental por líderes más expertos en fitness que en asuntos más delicados del corazón y el alma. Un instructor de SoulCycle (una empresa de fitness que ofrece clases de ciclismo indoor y spinning en Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido) recordó haber recibido un mensaje de texto una tarde de domingo de una de sus ciclistas habituales en el que simplemente le decía: «¿Debería divorciarme de mi marido?». De todos modos y sin ninguna educación reglada ni preparación para gestionar estas transiciones cruciales en la vida, los líderes de estas comunidades lo hicieron lo mejor que pudieron. Las comunidades se reunían para ayudar a los miembros que estaban enfermos llevándoles comida, recaudando dinero para visitas al hospital y acompañándoles a sus citas con los médicos. Cada vez más, y pese a que no parecían congregaciones tradicionales en absoluto, vimos cómo los viejos patrones propios de las comunidades estaban encontrando nuevas expresiones en un contexto actual.

Lo que estudiar estas comunidades modernas me enseñó es lo siguiente: estamos construyendo vidas de sentido y conexión fuera de los espacios religiosos tradicionales, pero hacerlo sobre la marcha, a medida que avanzamos, sólo puede hacernos avanzar hasta un cierto punto. Necesitamos ayuda para fundamentar y enriquecer esas prácticas; y si somos lo suficientemente valientes para echar un vistazo, es en las antiguas tradiciones donde encontramos increíbles conocimientos y creatividad que podemos adaptar para nuestro mundo actual.

Por qué importa esto

Darse cuenta de estos cambios en el comportamiento de la comunidad no es simplemente interesante, sino que también es importante. En medio de una crisis de aislamiento, en la que la soledad conduce a la muerte debido a enfermedades de la desesperación, estar verdaderamente conectado no es un lujo, sino un salvavidas.

Los índices de aislamiento social están disparándose hasta niveles enormes. Cada vez más de nosotros somos solitarios y somos incapaces de conectar con otras personas de la manera que anhelamos. Un artículo publicado en 2006 en la revista American Sociological Review documenta cómo el número medio de personas con las que los estadounidenses dicen que pueden hablar de cosas importantes bajó de 2,94 en 1985 a 2,08 en 2004. En esencia, cada uno de nosotros hemos perdido a alguien que nos pudiera cuidar cuando más lo necesitábamos, y esa cifra incluye a miembros de la familia, además de cónyuges y amigos. Nuestro tejido social se está deshilachando.

Los funcionarios de salud hablan ahora del aislamiento social como una epidemia. Cuando el doctor Vivek Murthy pasó por su proceso de confirmación para convertirse en el decimonoveno director general de Salud Pública de Estados Unidos en 2014, le preguntaron qué problemas de salud esperaba poder abordar en especial. En una entrevista para la organización internacional de noticias Quartz, explicó que «no enumeró la soledad en esa prioridad porque no lo era en esa época». Pero mientras viajaba por todo el país, conoció a mucha gente que le explicaba historias de sus batallas con las adicciones y la violencia, con enfermedades crónicas como la diabetes y con trastornos mentales como la ansiedad y la depresión. Independientemente de cuál fuera el problema, el aislamiento social lo empeoraba. «Lo que frecuentemente no se mencionaba eran estas historias de soledad, que tardarían tiempo en salir a la superficie. No decían: «Hola, soy John Q y estoy solo». Lo que decían era: «He estado batallando con esta enfermedad, o mi familia está luchando contra este problema», y cuando profundizaba un poco acababa saliendo a la superficie». La desconexión amarga las cosas dulces de la vida y hace que cualquier dificultad resulte prácticamente insoportable. De hecho, los índices de suicidio están en sus niveles más altos en treinta años.

Los datos son claros. En un metaanálisis trascendental de más de setenta estudios, la doctora Julianne Holt-Lunstad demostró que el aislamiento social es más pernicioso que fumar quince cigarrillos diarios o ser obeso. Holt-Lunstad concluye, en su artículo de 2018 para la revista American Psychologist,que «puede que no haya otros aspectos que puedan tener un impacto tan grande en la duración de la vida y la calidad de la misma desde el momento del nacimiento hasta la muerte» como los contactos sociales.

Aunque nuestra cultura frecuentemente ensalza la importancia de cuidarse, necesitamos, desesperadamente, cuidados comunitarios. Sin ellos, el impacto del aislamiento social se manifiesta de numerosas formas. Resulta más difícil encontrar trabajo. Perdemos la costumbre de conservar hábitos saludables. Y en casos de olas de calor o de tormentas extremas es más probable que nuestros vecinos se olviden de nosotros y que perezcamos.

De forma perversa, cuando nos sentimos muy lejos los unos de los otros, nuestro cerebro ha evolucionado no para fomentar la conexión, sino, en lugar de ello, para luchar por la supervivencia. La doctora Brené Brown, experta en vulnerabilidad y empatía, explica en su libro Desafiando la tierra salvaje: «Cuando nos sentimos aislados, desconectados y solos, intentamos protegernos. Estando en ese modo queremos conectar, pero nuestro cerebro está intentando anular la conexión reemplazándola por la supervivencia. Eso significa menos empatía, más autoprotección, más entumecimiento y menos sueño… La soledad no controlada alimenta la soledad continuada manteniéndonos asustados de pedir ayuda». Mi marido y yo llamamos a esto entrar en la espiral de la fatalidad, en la que una cosa lleva a la otra y al poco tiempo parece imposible salir.

Una vez que nos encontramos en la espiral de la fatalidad, nuestro cerebro intenta, desesperadamente, contrarrestar la pérdida de contacto social, pero se encuentra con dificultades para hacer esto por su cuenta. En su trascendental libro Desbordados: Cómo afrontar las exigencias psicológicas de la vida actual, el doctor Robert Kegan, psicólogo del Desarrollo de la Universidad de Harvard, explica: «La carga mental propia de la vida actual puede que no consista en nada menos que en la extraordinaria exigencia cultural de que cada persona, en su edad adulta, genera internamente un nivel de conciencia comparable al que, generalmente, sólo se encontraría a escala de la inteligencia colectiva de una comunidad». Por expresarlo de forma sencilla, necesitamos recrear toda la red de apoyo de una localidad en nuestro cerebro, y hacerlo solos, y esto va mucho más allá del respaldo físico e incluso de la salud mental. «Nos sentimos solos a nivel de nuestra propia alma», escribe Kegan.

Pero a pesar de las nefastas advertencias que aportan estas estadísticas, hay esperanza. Las soluciones son antiguas y están a todo nuestro alrededor. Tanto en lo relativo a nuestra alegría como a nuestra salud, podemos intensificar nuestras relaciones existentes con el mundo que tenemos a nuestro alrededor y los unos con los otros. Podemos hacer crecer de nuevo esas relaciones que hemos dejado que se marchiten. Podemos ser los unos la medicina de los otros.

He aprendido que la desconexión tiene que ver con algo más que con nuestro bienestar físico y emocional. Nuestro espíritu también sufre. Sin unas relaciones ricas ni un sentido de conexión con algo mayor que nosotros mismos, las ocasiones que podrían tener el máximo significado en nuestra vida parecen más vacías. A medida que nos encontramos con los momentos importantes de la vida (bodas, nacimientos, funerales), solemos sentirnos perdidos en lo tocante a cómo marcarlos sin los rituales que antaño manteníamos con la religión. Piensa en la historia de Cheryl Strayed en su libro de memorias Salvaje, sobre cómo ella, sin una educación religiosa, no supo qué hacer cuando su madre falleció. ¿Qué sucedería en el funeral? ¿A quién podría acudir en busca de ayuda durante su duelo? Generaciones anteriores a la nuestra han recurrido a la Iglesia o el templo durante esos momentos: el sacerdote o el rabino dirigían la ceremonia del funeral, los miembros de la congragación organizaban servicios de comida a domicilio para la familia y todo estaba bajo control. Todos nosotros sabríamos qué hacer, pero ¿qué sucede en la actualidad? Al igual que le pasó a Strayed, nos vemos sobrepasados. Sin claridad sobre qué hacer cuando nos encontremos con estos hitos, dejamos que pasen, incapaces de vivirlos con todo el corazón.

Más que eso, el número de ocasiones que consideramos que son dignas de un ritual son embarazosamente bajas. Me sorprende que, a medida que el estrés y el coste de las bodas ha aumentado, el número de otros rituales y celebraciones haya descendido. Si ya no celebramos la primavera o la época de las cosechas o la mayoría de edad de la gente joven, ¿acaso es de sorprender que nuestro apetito humano por encontrar sentido se vea incrementado en ese día concreto de nuestra vida en el que estamos activamente implicados con el diseño de una experiencia ceremonial?

Lo que propongo es lo siguiente: mediante el compostaje de rituales antiguos para satisfacer nuestras necesidades en el mundo real, podemos hacer crecer de nuevo unas relaciones más profundas y hablarle a nuestro apetito por el sentido y la profundidad.

Pero ¿por qué nos encontramos en este caos? Necesitamos comprender los patrones, que definen esta era, del declive religioso en el que nos hallamos y lo que ese declive significa para nuestras vidas

El ascenso de los «Ningunos»