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🕳️ Oscuridad total. Un péndulo mortal. Y la angustia de una mente al borde del abismo. El pozo y el péndulo es uno de los relatos más angustiosos y visualmente potentes de Edgar Allan Poe, maestro del terror gótico. Ambientado durante la Inquisición española, este cuento nos sumerge en una pesadilla sensorial donde el miedo, la tortura y la incertidumbre se convierten en protagonistas absolutos. Sin necesidad de elementos sobrenaturales, Poe logra aquí un terror físico y psicológico, llevando al lector a experimentar en carne propia la agonía del encierro, la espera de la muerte y la lucha desesperada por sobrevivir. 📚 Aspectos destacados del cuento: Narrador en primera persona sometido a tortura física y mental Escenario siniestro y claustrofóbico Uso magistral de la tensión, el ritmo y la descripción sensorial Una de las obras más cinematográficas y perturbadoras de Poe Referencias históricas a la Inquisición Perfecto para lectores de terror psicológico, cuentos oscuros, y fanáticos del estilo único de Poe que mezcla horror, simbolismo y suspenso existencial. 📚 Lo que dicen los lectores: "Una obra maestra de tensión y angustia. Sientes cada movimiento del péndulo." – Lector en Amazon "Inquietante, intenso y poético. Poe en estado puro." – Crítica literaria 👉 Haz clic en "Comprar ahora" y adéntrate en la oscuridad de El pozo y el péndulo, uno de los relatos más angustiosos de Edgar Allan Poe.
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Seitenzahl: 28
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Impia tortorum longas hic turba furores sanguinis innocui,
non satiata, aluit, sospite nunc patria, fracto nunc funeris antro, mors ubi dira fuit vita salusque patent. (Cuarteto compuesto para las puertas de un mercado que debió erigirse en el solar del Club de los Jacobinos, en París.)
Estaba agotado, agotado hasta no poder más, por aquella larga agonía. Cuando, por último, me desataron y pude sentarme, noté que perdía el conocimiento. La sentencia, la espantosa sentencia de muerte, fue la última frase claramente acentuada que llegó a mis oídos. Luego, el sonido de las voces de los inquisidores me pareció que se apagaba en el indefinido zumbido de un sueño. El ruido aquel provocaba en mi espíritu una idea de rotación, quizá a causa de que lo asociaba en mis pensamientos con una rueda de molino. Pero aquello duró poco tiempo, porque, de pronto, no oí nada más. No obstante, durante algún rato pude ver, pero ¡con qué terrible exageración! Veía los labios de los jueces vestidos de negro: eran blancos, más blancos que la hoja de papel sobre la que estoy escribiendo estas palabras; y delgados hasta lo grotesco, adelgazados por la intensidad de su dura expresión, de su resolución inexorable, del riguroso desprecio al dolor humano. Veía que los decretos de lo que para mí representaba el Destino salían aún de aquellos labios. Los vi retorcerse en una frase mortal, les vi pronunciar las sílabas de mi nombre, y me estremecí al ver que el sonido no seguía al movimiento.
Durante varios momentos de espanto frenético vi también la blanda y casi imperceptible ondulación de las negras colgaduras que cubrían las paredes de la sala, y mi vista cayó entonces sobre los siete grandes hachones que se habían colocado sobre la mesa. Tomaron para mí, al principio, el aspecto de la caridad, y los imaginé ángeles blancos y esbeltos que debían salvarme. Pero entonces, y de pronto, una náusea mortal invadió mi alma, y sentí que cada fibra de mi ser se estremecía como si hubiera estado en contacto con el hilo de una batería galvánica. Y las formas angélicas convertíanse en insignificantes espectros con cabeza de llama, y claramente comprendí que no debía esperar de ellos auxilio alguno. Entonces, como una magnífica nota musical, se insinuó en mi imaginación la idea del inefable reposo que nos espera en la tumba. Llegó suave, furtivamente; creo que necesité un gran rato para apreciarla por completo. Pero en el preciso instante en que mi espíritu comenzaba a sentir claramente esa idea, y a acariciarla, las figuras de los jueces se desvanecieron como por arte de magia; los grandes hachones se redujeron a la nada; sus llamas se apagaron por completo, y sobrevino la negrura de las tinieblas; todas las sensaciones parecieron desaparecer como en una zambullida loca y precipitada del alma en el Hades. Y el Universo fue sólo noche, silencio, inmovilidad.
Estaba desvanecido. Pero, no obstante, no puedo decir que hubiese perdido la conciencia del todo. La que me quedaba, no intentaré definirla, ni describirla siquiera.
Pero, en fin, todo no estaba perdido. En medio del más profundo sueño… , ¡no! En medio del delirio… , ¡no! En medio del desvanecimiento… , ¡no! En medio de la muerte… , ¡no! Si fuera de otro modo, no habría salvación para el hombre. Cuando nos despertamos del más profundo sueño, rompemos la telaraña de algún sueño. Y, no obstante, un segundo más tarde es tan delicado este tejido, que no recordamos haber soñado.