El pozo y el péndulo - Edgar Allan Poe - E-Book

El pozo y el péndulo E-Book

Edgar Allan Poe

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Oscuridad, tortura y el filo mortal del tiempo. Publicado en 1842, El pozo y el péndulo es uno de los relatos más intensos y angustiosos de Edgar Allan Poe. Ambientado durante la Inquisición española, nos sitúa en la mente de un prisionero condenado que enfrenta torturas inimaginables: la oscuridad, la soledad y un péndulo afilado que desciende lentamente hacia su cuerpo. Con una prosa hipnótica y un dominio absoluto de la tensión, Poe logra transmitir la desesperación y el horror psicológico como pocos autores en la historia de la literatura. Por qué los lectores lo disfrutan: Un clásico del terror. Una de las historias más intensas y visuales de Poe. Suspenso puro. Una narración que mantiene la tensión de principio a fin. Influencia eterna. Ha inspirado películas, óperas, cómics y adaptaciones teatrales. Un legado inmortal Con su atmósfera asfixiante y su inolvidable final, El pozo y el péndulo sigue siendo un referente imprescindible para los amantes del terror clásico y el suspenso psicológico. ✨ Enfrenta la oscuridad, el miedo y el filo del tiempo. 👉 Haz clic en "Comprar ahora" y añade El pozo y el péndulo de Edgar Allan Poe a tu biblioteca de clásicos de terror.

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Seitenzahl: 28

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Índice de contenido
El pozo y el péndulo
Edgar Allan Poe
Capítulo

El pozo y el péndulo

Edgar Allan Poe

Publicado: 1842

Capítulo

Impia tortorum longas hic turba furores sanguinis innocui,

non satiata, aluit, sospite nunc patria, fracto nunc funeris antro, mors ubi dira fuit vita salusque patent. (Cuarteto compuesto para las puertas de un mercado que debió erigirse en el solar del Club de los Jacobinos, en París.)

Estaba agotado, agotado hasta no poder más, por aquella larga agonía. Cuando, por último, me desataron y pude sentarme, noté que perdía el conocimiento. La sentencia, la espantosa sentencia de muerte, fue la última frase claramente acentuada que llegó a mis oídos. Luego, el sonido de las voces de los inquisidores me pareció que se apagaba en el indefinido zumbido de un sueño. El ruido aquel provocaba en mi espíritu una idea de rotación, quizá a causa de que lo asociaba en mis pensamientos con una rueda de molino. Pero aquello duró poco tiempo, porque, de pronto, no oí nada más. No obstante, durante algún rato pude ver, pero ¡con qué terrible exageración! Veía los labios de los jueces vestidos de negro: eran blancos, más blancos que la hoja de papel sobre la que estoy escribiendo estas palabras; y delgados hasta lo grotesco, adelgazados por la intensidad de su dura expresión, de su resolución inexorable, del riguroso desprecio al dolor humano. Veía que los decretos de lo que para mí representaba el Destino salían aún de aquellos labios. Los vi retorcerse en una frase mortal, les vi pronunciar las sílabas de mi nombre, y me estremecí al ver que el sonido no seguía al movimiento.

Durante varios momentos de espanto frenético vi también la blanda y casi imperceptible ondulación de las negras colgaduras que cubrían las paredes de la sala, y mi vista cayó entonces sobre los siete grandes hachones que se habían colocado sobre la mesa. Tomaron para mí, al principio, el aspecto de la caridad, y los imaginé ángeles blancos y esbeltos que debían salvarme. Pero entonces, y de pronto, una náusea mortal invadió mi alma, y sentí que cada fibra de mi ser se estremecía como si hubiera estado en contacto con el hilo de una batería galvánica. Y las formas angélicas convertíanse en insignificantes espectros con cabeza de llama, y claramente comprendí que no debía esperar de ellos auxilio alguno. Entonces, como una magnífica nota musical, se insinuó en mi imaginación la idea del inefable reposo que nos espera en la tumba. Llegó suave, furtivamente; creo que necesité un gran rato para apreciarla por completo. Pero en el preciso instante en que mi espíritu comenzaba a sentir claramente esa idea, y a acariciarla, las figuras de los jueces se desvanecieron como por arte de magia; los grandes hachones se redujeron a la nada; sus llamas se apagaron por completo, y sobrevino la negrura de las tinieblas; todas las sensaciones parecieron desaparecer como en una zambullida loca y precipitada del alma en el Hades. Y el Universo fue sólo noche, silencio, inmovilidad.

Estaba desvanecido. Pero, no obstante, no puedo decir que hubiese perdido la conciencia del todo. La que me quedaba, no intentaré definirla, ni describirla siquiera.

Pero, en fin, todo no estaba perdido. En medio del más profundo sueño… , ¡no! En medio del delirio… , ¡no! En medio del desvanecimiento… , ¡no! En medio de la muerte… , ¡no! Si fuera de otro modo, no habría salvación para el hombre. Cuando nos despertamos del más profundo sueño, rompemos la telaraña de algún sueño. Y, no obstante, un segundo más tarde es tan delicado este tejido, que no recordamos haber soñado.