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Cuando la heredera Skye se enteró de que su matrimonio con Matteo estaba construido sobre mentiras, exigió el divorcio. Se le rompió el corazón al enterarse de que no había sido más que un peón en el juego de su marido. El tiempo corría y necesitaba su firma. Pero Matteo no estaba dispuesto a dejarla ir tan fácilmente… ¡el precio de su libertad era una última noche juntos!
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Seitenzahl: 190
Veröffentlichungsjahr: 2019
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2018 Clare Connelly
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El precio de su libertad, n.º 2698 - abril 2019
Título original: Bound by the Billionaire’s Vows
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-826-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prologo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Seis años antes
–¿Lo ves, Matteo?
A los periódicos les encantaba decir que Matteo Vin Santo no tenía corazón, pero se equivocaban. Ver a su abuelo pálido y débil tumbado entre las blancas sábanas del hospital le hacía sentir una dolorosa punzada en ese mismo órgano. La idea de que solo le quedaban unas horas de vida le estaba destrozando.
–¿Ver qué, nonno?
–Nonno –Alfonso Vin Santo sonrió con labios secos–. Hacía mucho que no me llamabas así.
Matteo no respondió. Dirigió la mirada hacia las manos de su abuelo. Manos que habían creado un imperio empresarial, manos que habían seguido al frente durante la debacle. Apartó la vista y se centró en las poco inspiradoras vistas de las afueras de Florencia.
–¿Ves el agua? Siempre te ha gustado ver el reflejo del sol en el agua, ¿verdad?
Matteo cerró los ojos. Aunque estaban en una habitación de hospital con suelo de linóleo, veía exactamente lo que decía su abuelo. La vista desde la terraza del Grande Fortuna, el hotel de Roma que una vez fue suyo, y que daba al Tíber por un lado y al Vaticano por el otro.
La rabia, una respuesta familiar cuando pensaba en el hotel, le revolvió el estómago.
–Sí. Es precioso.
–Es más que precioso. Es perfecto –Alfonso suspiró y entonces un pensamiento fantasma le cruzó por el rostro. Un momento de claridad acompañado de dolor–. Fue culpa mía.
–No, nonno –Matteo no mencionó el nombre del malnacido de Johnson. No había necesidad de hacer más daño a su abuelo al final de su vida. Pero aquel era el hombre al que había que culpar. El causante de la tristeza actual de Alfonso, él y su obstinada negativa a vender de nuevo el hotel. Una negativa que se había llevado con él a la tumba.
Pero Matteo podía solucionarlo. Y lo haría.
–Lo recuperaré para ti –dijo. Y pronunció aquellas decididas palabras en voz tan baja que no tuvo claro que Alfonso las hubiera oído. Pero daba igual.
Era una promesa que Matteo se estaba haciendo a sí mismo además de al anciano.
Devolvería el hotel a su familia costara lo que costara.
TIENE usted cita?
¿Cita? ¿Con su propio marido? Skye apretó con más fuerza el bolso y pensó en los papeles del divorcio que llevaba dentro. Sintió un hilo de sudor entre los senos y se revolvió incómoda. A pesar de que en el lujoso vestíbulo había aire acondicionado, Skye se había sentido sofocada desde que llegó al aeropuerto de Marco Polo. El cansancio del viaje y el agotamiento que sentía desde que se separó de Matteo hacían que se sintiera abrumada por lo que le esperaba.
–El señor Vin Santo tiene toda la tarde ocupada. Lo siento –murmuró la recepcionista con cara de pocos amigos a pesar de la sonrisa empastada.
La voz de Skye sonó suave al hablar, debilitada por la dificultad de lo que le esperaba. El divorcio era esencial, y tenía que ser en aquel momento. Haría todo lo que fuera necesario para que Matteo accediera. Necesitaba su firma en aquellos papeles para poder largarse de Italia antes de que él descubriera la verdad.
–Si le dice a Matteo que estoy aquí le aseguro que cancelará lo que esté haciendo.
La recepcionista apenas pudo disimular su desdén.
–Signorina…?
La sonrisa de Skye reflejó la misma sensación que la otra mujer. Era un error común. Skye solo tenía veintidós años y solían decirle que parecía incluso más joven. Alzó la barbilla.
–Signora –le corrigió Skye con énfasis–. Señora Skye Vin Santo.
Skye tuvo la satisfacción de ver cómo la boca de la otra mujer componía una mueca de sorpresa, aunque se recompuso rápidamente. Agarró el teléfono y se lo llevó a la oreja.
–Lo siento mucho, señora Vin Santo –dijo presionando una tecla y esperando respuesta–. No sabía que el señor Vin Santo estuviera casado.
Skye asintió, pero aquellas palabras le habían molestado. ¿Por qué tenía que conocer aquella mujer el estado civil de su jefe? Aunque no habían estado casados mucho tiempo. Skye le dejó justo después de un mes. Un mes demasiado largo.
¿Cómo pudo haber estado tan engañada durante aquel tiempo? Es más, ¿por qué se había casado con él? Eso era fácil. De la nada surgió la imagen de Matteo en su mente, recordándole cómo estaba la noche que se conocieron. Vestido con un traje de chaqueta, tan guapo y encantador y tan empeñado en seducirla. Ella se dejó muy rápido y él fue muy persistente. Fue el destino, se dijo en aquel momento. Mentiras, descubrió más adelante. Todo mentiras.
Skye escuchó la veloz conversación en italiano sin entender nada. Tenía los ojos clavados en la vista de Venecia, la ciudad que una vez amó con todo su corazón. Una ciudad en la que pensaba que pasaría el resto de su vida. Ahora endureció el corazón a sus encantos, ignorando el suave deslizar de las góndolas cargadas de elegancia y orgullo, el modo en que el agua formaba pequeños picos de luz a través del remolino de actividad. Ignoró el brillante color del cielo y los pájaros que veía pero no podía escuchar. No le hacía falta oírlos para saber cómo sonaban. El batir de sus alas era el aliento de Venecia.
Todo era precioso, pero ya no le pertenecía. Skye se dio la vuelta para volver a mirar a la recepcionista, que se había levantado y se dirigía hacia ella.
–El señor Vin Santo la verá ahora. ¿Quiere tomar algo? ¿Agua, un refresco?
«Vodka», pensó Skye con una sonrisa amarga.
–Agua mineral, gracias.
–Claro, señora. Por aquí, por favor –dijo la recepcionista abriendo camino delante de ella–. La está esperando.
¿Por qué aquellas palabras conjuraban en ella la imagen clara de un lobo? Porque Matteo era un depredador. Un depredador fuerte y cruel. Y ella había sido su presa. Pero ya no.
Skye echó los hombros hacia atrás con gesto desafiante, se preparó mentalmente y estiró la espalda mientras aspiraba con fuerza el aire para reunir valor.
Pero nada podría haberla preparado para aquel momento. El momento en el que se abrió la puerta y vio a Matteo dentro.
Nada.
El aire dejó de existir, fue como si estuviera envasada al vacío. Era un espacio desprovisto de oxígeno, gravedad, razón y sentido. Solo estaban ella y Matteo, su marido. Su guapo, hipermasculino, y mentiroso marido.
Por pura coincidencia llevaba puesto aquel traje que a Skye le encantaba, el azul marino que dirigía la atención a sus anchos hombros y el bronceado. Alzó la mirada hacia su rostro: la mandíbula recta con la barba incipiente que no tenía nada que ver con la moda y sí con su impaciencia respecto a algo tan aburrido como afeitarse. Más arriba estaban los generosos labios y la nariz patricia, pómulos altos que señalaban su determinación, y unos ojos tan oscuros que casi parecían negros si no fuera por las motas doradas que brillaban en sus profundidades.
Unos ojos que ahora la miraban observadores, recorriéndole el cuerpo con aquella pasión y posesión que una vez le resultó hipnotizadora y adictiva. Unos ojos que no se perdían nada, que recorrieron sus pies embutidos en tacones de aguja, subieron por las piernas desnudas y el vestido ondulante que le llegaba justo por encima de la rodillas y la cubría en una misteriosa nube de tela amarillo claro. Tenía los brazos desnudos y Matteo vio un destello de su alianza. Torció el gesto.
Bien. Que se sintiera incómodo con aquello.
Matteo alzó los ojos más arriba hacia su rostro y lo recorrió libremente. ¿Buscando algún cambio?
No había muchos. De hecho Skye habría dicho que tenía exactamente el mismo aspecto que cinco semanas atrás, cuando dejó atrás su casa, su matrimonio y su vida. Todos los cambios eran internos excepto el flequillo que se había cortado la semana anterior porque decidió espontáneamente que necesitaba un cambio, alguna señal exterior de que ya no era la misma mujer que participaba en el show de Matteo Vin Santo.
Había crecido mucho en un corto espacio de tiempo. Apenas reconocía a la mujer que había sido antes, tan ingenua y estúpida y tan confiada.
–Gracias por recibirme –dijo rompiendo el silencio con tono profesional–. No te robaré mucho tiempo.
Ah, qué bien le conocía. Skye vio el brillo burlón en sus ojos y le molestó. Tenía la capacidad de hacerla sentir estúpida e inmadura incluso en aquel momento, la más adulta de las circunstancias.
Matteo no dijo nada, se limitó a entrar en el despacho dejando espacio para que ella lo siguiera. Lo hizo sin ninguna gana. Había estado en aquella oficina antes y dirigió la mirada hacia la mesa en la que se había sentado para firmar los papeles. Los papeles que fueron el principio del fin.
«–No me quieres, ¿verdad? –se quedó mirando los documentos y entonces todas piezas de información se unieron y cobraron sentido–. Le he preguntado a mi abogado al respecto. Me lo ha contado todo. Tú. Mi padre. La sórdida historia al completo. La razón por la que te casaste conmigo.
Matteo parecía sorprendido y eso la enfureció.
–¿De verdad creías que no me enteraría, que no preguntaría? –agitó el contrato en el aire–. Todo ha sido por este maldito hotel, ¿verdad?El hotel que mi padre le compró a tu abuelo. Un hotel que llevas quince años tratando de recuperar. ¡Dios mío! ¡Nuestro matrimonio es una farsa!
Se hizo el silencio entre ellos.
–Deberíamos hablar de esto más tarde –dijo finalmente Matteo con tono grave–. Tú firma los papeles y esta noche saldremos a cenar.
–¡No se te ocurra tratarme como a una niña! –Skye dio una fuere palmada en la mesa–. Merezco saber la verdad. Quiero oírla de tu propia boca. Este hotel es la razón por la que viniste a Londres. Por la que me conociste, ¿verdad?
Matteo entornó los ojos y durante un instante Skye se preguntó si diría algo para aliviar la situación.
–Sí.
A Skye se le rompió el corazón dentro del pecho. Se agarró al respaldo de la silla.
–¿Y la razón por la que te casaste conmigo?
Él guardó silencio durante un largo instante que la hizo pedazos. Y luego se limitó a asentir con la cabeza, la puntilla para la frágil esperanza que Skye albergaba en su corazón».
Los recuerdos le daban vueltas en la cabeza, pero cuando se cerró la puerta volvió al presente. Estaban solos.
–Vaya, Skye, esto es… inesperado.
–Debiste imaginar que volvería en algún momento –dijo encogiéndose de hombros, satisfecha con lo segura de sí misma que sonaba aunque le temblaban un poco los dedos.
–No imaginé nada de eso –respondió Matteo con tono grave–. Desapareciste al salir de mi despacho sin tener la cortesía de decir adiós.
Skye abrió de par en par sus ojos color caramelo.
–¿Cortesía? ¿Quieres hablar de cortesía?
Matteo entornó la mirada.
–Quiero hablar de dónde diablos has estado.
–Como si te importara –Skye puso los ojos en blanco.
–Mi esposa desaparece sin dejar una manera de contactar con ella. ¿Crees que no me importa?
–Para ti todo es una cuestión de posesión, ¿verdad? Mi esposa –Skye sacudió la cabeza enfada, consciente de que estaba librando una batalla perdida–. Estaba en Inglaterra.
–Pero no en tu casa –dijo Matteo.
Y durante un segundo ella sintió una punzada en el corazón. Porque era la prueba de que la había buscado.
–No –afirmó en rechazo de aquella ternura.
Sabía por qué la había buscado y no tenía nada que ver con la farsa de su matrimonio. Debió enfurecer al descubrir que Skye había cancelado la compra. Que había descubierto las piezas que estuvo manejando secretamente durante su corto y desastroso matrimonio. ¿Acaso creía Matteo que podía mantenerla en una nube sensual tan intensa que no se despertaría nunca y no se daría cuenta de lo que estaba pasando? Y en realidad casi acierta. Había estado a punto de quitarle el hotel sin que ella se diera siquiera cuenta.
–¿Dónde estabas? –insistió Matteo.
–No es asunto tuyo –le espetó ella mirándolo a los ojos.
–Eres mi mujer –Matteo se acercó más y Skye captó una ráfaga sutil de su aroma masculino–. Tengo todo el derecho a saberlo.
Pero aquello fue una mala frase. Su insistencia en sus derechos disparó toda la rabia de su cuerpo.
–Eso es vergonzoso –afirmó Skye sin apartar la mirada–. No tienes ningún derecho en lo que a mí respecta.
En aquel momento llamaron a la puerta y la recepcionista entró con una botella de agua mineral, un vaso con hielo y una rodajita de limón. Lo dejó todo en la mesa.
–Gracias –murmuró Skye agradecida por la interrupción. Cuando la joven se marchó vertió la mitad de la botella en el vaso.
–¿De qué has venido a hablar exactamente? –dijo de pronto Matteo cruzándose de brazos.
Ella agarró el vaso y se dirigió a la ventana para mirar hacia Venecia sin verla realmente.
–De nuestro matrimonio –aquellas palabras eran un fantasma. Conjuraban todos los recuerdos que quería olvidar, el romance a primera vista. La boda. Las noches de completo abandono sensual que habían marcado su matrimonio. Skye acababa tan agotada que dormía y comía en preparación para su regreso, y entonces se convertía en su deseosa esclava sexual.
Giró el anillo con el enorme diamante que tenía en el dedo antes de quitárselo por última vez.
–Y de cómo vamos a ponerle fin –se dio la vuelta y clavó los ojos en su rostro. Le sostuvo la mirada mientras colocaba el anillo en la mesa de juntas y se apartaba rápidamente de él como si quemara.
Matteo mantuvo una expresión adusta, pero al principio no dijo nada. No había conmoción. Ni indignación. Ni amago de discutir. De intentar recuperarla. Porque en realidad nunca se había tratado de ella. Todo estaba relacionado con Matteo, su abuelo, el padre de Skye y un estúpido hotel del que ella nunca había oído hablar. Una vendetta de la que ella no sabía nada y que al parecer controlaba la vida de todas las personas que quería. Su padre, su marido…
Skye estiró la espalda. El orgullo herido la ayudó a formar el escudo que necesitaba.
–He traído los papeles del divorcio –dijo con voz pausada tendiéndoselos–. Solo tienes que firmarlos y yo me ocuparé del resto.
Solo tenía cinco páginas. Matteo las leyó rápidamente y luego las dejó en la esquina del escritorio.
–¿Y si yo no quiero divorciarme de ti? –Matteo cruzó la estancia, acortando la distancia que los separaba.
Skye se quedó paralizada.
–No seas absurdo –murmuró haciendo un esfuerzo por mantenerse firme–. Este no ha sido un matrimonio de verdad y los dos lo sabemos.
–A mí me ha parecido muy real –sus palabras resultaron peligrosamente suaves.
Matteo le pasó la mano por la cintura, pillándola completamente por sorpresa. La atrajo hacia sí y sintió la dureza de su cuerpo de un modo que le resultó familiar al instante. El deseo la inundó. El calor le abrasó el alma y se le escapó un suave gemido de entre los labios. Era una locura seguir tan cerca de él, pero lo hizo. Se había negado aquel contacto durante demasiado tiempo, semanas de tristeza, y ahora quería disfrutarlo aunque solo fuera un instante. Una última vez.
–No lo ha sido –afirmó Skye con voz ronca–. Ahora lo sé todo –cerró los ojos–. Sé lo de tu padre y mi padre. Sé que se enamoraron de la misma mujer y tu padre se casó con ella. Sé que mi padre estaba enfadado. Sé que se excedió en su deseo de hacer daño a tu familia económicamente.
Matteo soltó una carcajada amarga.
–Haces que suene a poca cosa, pero no es el caso –se inclinó hacia delante con expresión amenazadora–. Carey Johnson llevó a mi abuelo a la bancarrota. Tu padre destruyó todo lo que mi abuelo se pasó la vida entera construyendo.
Su vehemencia la paralizó durante un instante, pero finalmente se atrevió a hablar.
–¿Y por eso querías castigarme a mí?
Se hizo un silencio cáustico y pesado. Skye se dio cuenta de que Matteo estaba eligiendo cuidadosamente las palabras.
–Nunca se trató de castigarte a ti –dijo finalmente.
–¿Entonces querías castigar a mi padre?
¿Qué podía decir al respecto? ¿Acaso no era verdad? ¿No había disfrutado del insulto final que le había lanzado al malnacido de Carey Johnson al tener a Skye gimiendo por él en su cama toda la noche? Sí. Quería tomarse una dulce venganza y Skye había sido un peón bien dispuesto en su juego.
–Te casaste conmigo porque me amabas, ¿recuerdas? –Matteo volvió al punto de partida con aparente facilidad.
Dios, sí le había amado. Se había enamorado perdidamente de él, pero todo fue una pantomima. Skye se dio cuenta de que Matteo no había incluido sus propios sentimientos en la frase.
–El amor y el odio son dos caras de la misma moneda. A mí también me sorprende lo rápidamente que el amor se puede convertir en otra cosa.
–¿Estás diciendo que me odias? –le espetó Matteo poniéndole la mano libre en la cadera y sosteniéndola en el sitio.
Skye sintió el despuntar de su erección y contuvo el aliento.
Sexo. Aquella era la única verdad de su matrimonio. Ni siquiera Matteo podía ser tan buen actor, el deseo había sido real. Le había controlado tanto como a ella.
–Claro que te odio –susurró consciente de que tenía que apartarse de él. Y lo haría… enseguida–. ¿Qué otra cosa puedo sentir por ti?
Su risa fue una sensual carcajada cargada de cinismo.
–Ten cuidado, cara. Los dos sabemos que me resultaría muy fácil demostrar que mientes –movió las caderas y llevó la erección a un contacto íntimo con su cuerpo. Skye sintió cómo la atravesaba un gemido de deseo.
–Eso es solo físico –susurró Skye–. Y creo que tienes suficiente experiencia para saber que eso no significa absolutamente nada.
–Pero tú no –le recordó él sin piedad. Le brillaban los ojos–. Fuiste completamente mía.
Más recuerdos. Su primera vez juntos, su primera vez con un hombre. Se mordió el labio inferior y odió el modo en que sus nervios respondieron. Matteo se había apoderado de ella aquella noche, de su mente y su cuerpo. Había desbloqueado partes de su ser de las que no fue consciente hasta aquel momento, y todo había formado parte de un juego. Su plan de venganza.
–Y creo que todavía lo eres.
Un sonido gutural surgió de la garganta de Skye. Pero no fue una negación. ¿Era un sonido de rendición? Porque Matteo tenía razón. Estaba desesperada por sentir su cuerpo una vez más.
Seguramente siempre ejercería aquel poder sobre ella, pero debía ser fuerte, recordar la razón por la que tenía que conseguir que firmara los papeles y apartarse rápidamente de él. No tenían futuro. ¿Cómo iba a seguir casada con un hombre al que amaba con toda su alma y criar un bebé con él sabiendo que la había utilizado de la manera más cínica posible?
Su única esperanza era no volver a verle jamás. Irse lo más lejos posible, donde no pudiera encontrarla. Y ese era su plan. Cuando Matteo firmara los papeles ella desaparecería de nuevo. Pensó en el billete que tenía en el bolso, un vuelo a Australia para aquella noche más tarde. Allí empezaría de cero en un lugar recóndito del país, algún sitio con playa donde curar su herido corazón.
–Te equivocas –Skye se apartó de él con decisión y se dirigió de nuevo a la ventana–. Vale, al parecer todavía te deseo. ¿Y qué? Fuiste mi primer amante. Me atrevería a decir que mi cuerpo no olvidará nunca del todo las lecciones que me enseñaste. Pero mi corazón tampoco.
–¿Y qué le enseñé a tu corazón, cara?
–A no confiar en desconocidos guapos –dijo con tono de humor teñido de desesperación–. Firma los papeles, Matteo. Este matrimonio se ha acabado. Querías venganza. Pues ya la tienes.
–Quería el hotel –dijo con peligrosa suavidad–. Tu eras… la parte buena.
–¿La parte buena? –repitió Skye enfadada–. ¡Por el amor de Dios, Matteo, yo te amaba! ¿Eso no significa nada para ti?
Él se la quedó mirando durante un largo instante.
–Lo que sentías no era amor. Era deseo. Sexo.
Skye tragó saliva. Matteo se equivocaba. Le había amado con todo su corazón. No se lo iba a decir ahora, pero saber que su bebé había sido concebido con amor, al menos por su parte, significaba mucho para ella.
–Tal vez tengas razón –dijo encogiéndose de hombros para fingir naturalidad–. Ahora da igual. Nuestro matrimonio ha terminado. No hay manera de que llegue a perdonar alguna vez lo que has hecho. Ni a ti por hacerlo –aspiró con fuerza el aire y se lo quedó mirando un largo instante–. Puedes quedarte con el hotel.
Matteo se quedó muy quieto, todos los nervios de su cuerpo en estado de éxtasis.
–¿Me estás diciendo que me vendes el Grande Fortuna?
–Con una condición –respondió Skye con frialdad, destrozada ante aquella prueba final–. Firma los malditos papeles y sal de mi vida para siempre.
Cuando Skye se marchó al enterarse de las motivaciones de Matteo para haberla perseguido tuvo que aceptar la realidad de que nunca recobraría el querido hotel de su abuelo.
Había puesto todas las fichas en un único número, apostando por un matrimonio con una rica heredera como la mejor manera de conseguir lo que quería. Y de paso divertirse un rato.
Su plan era muy sencillo: seducirla y cegarla con la pasión que habían compartido para que estuviera dispuesta a hacer, decir y firmar cualquier cosa que él le pidiera. Y estuvo a punto de conseguirlo. Skye comía de la palma de su mano. Hasta que dejó de hacerlo.