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Un delicioso encuentro… ¡con su novia abandonada! A pesar de que el matrimonio entre Luca Cavallaro y Mia Marini tenía como objetivo una fusión empresarial, la química que había entre ambos era innegable. Pero cuando Luca descubrió que su futuro suegro le había mentido acerca de la situación financiera de su empresa, tuvo que marcharse, ¡y dejó plantada a Mia el día de la boda! Mia veía en el matrimonio una salida para distanciarse de sus controladores padres, por lo que el abandono de Luca la había dejado destrozada, en especial, después de haberse dado un maravilloso beso. Cuando Mia tuvo que aceptar una segunda propuesta de matrimonio de conveniencia, se alegró de no sentir nada por su nuevo prometido. Entonces, volvió Luca para hacerle una escandalosa proposición: arriesgarlo todo y disfrutar de la noche de bodas que nunca habían tenido.
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Seitenzahl: 175
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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28036 Madrid
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© 2024 Clare Connelly
© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El retorno del novio, n.º 3163 - mayo 2025
Título original: The Sicilian’s Deal for “I Do”
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9791370005474
Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
Doce meses antes
Bajo la ventana de la capilla, en aquella plazoleta situada en el antiguo corazón de Palermo, la vida continuaba. Los niños corrían con helados en la mano y el sol acariciaba sus mejillas regordetas, mientras sus padres los seguían, caminando brazo con brazo, sonriendo, mirándolos con adoración.
Mia vio a un niño de unos nueve años escondido detrás de un muro, sonriendo con malicia mientras esperaba a que su hermana, que debía de tener unos seis, pasase por su lado para darle un susto.
A pesar de que la estaban consumiendo los nervios, Mia sonrió antes de darle la espalda al mundo exterior para volver, muy a su pesar, a la realidad.
–Seguro que se ha retrasado.
Vio su imagen algo distorsionada en el reflejo de un viejo espejo y pensó que aquello era absurdo.
¿De verdad había pensado que Luca Cavallaro iba a casarse con ella?
Recordó algunos momentos de su breve relación. Su sorpresa ante la idea de casarse, la explicación de sus padres, de que era lo mejor para la familia, para el negocio y, después, el día que había conocido a Luca, que había hecho que se derritiese con solo mirarla.
Había sentido el mismo cosquilleo cada vez que se habían visto. Y cuando se habían tocado, aunque sus manos solo se hubiesen rozado, había sentido fuegos artificiales en su interior, y el único beso que se habían dado había dejado a Mia con la certeza de que estaba hecha para que Luca la abrazase.
Sintió ganas de llorar, pero respiró hondo para calmarse. No podía llorar allí, en aquel momento, mucho menos delante de sus padres, que la estaban mirando con gesto de decepción y, lo que era peor, sin rastro de sorpresa. Como si casi hubiesen esperado que ocurriese aquello, que los defraudase.
–¿Qué le dijiste? –le preguntó Jennifer Marini, cruzándose de brazos–. Estuvisteis a solas la otra noche, junto al coche. ¿Qué ocurrió?
Jennifer era alta y delgada, nada que ver con Mia, de menor estatura y con generosas curvas. «Como tu madre», le había recriminado Jennifer, como si parecerse a la mujer que le había dado la vida fuese un pecado.
Mia apartó la vista de ella y volvió a mirarse en el espejo. Vio el pomposo vestido blando y el ridículo peinado. La habían estado acicalando desde el amanecer, todo un ejército de mujeres había trabajado para preparar a la novia. Sintió calor en las mejillas y parpadeó.
A pesar de lo mucho que se habían esforzado, Mia pensó que no era su mejor día. No era tan ingenua como para considerarse una belleza, pero era guapa, suponía, con la luz adecuada y frente a la persona correcta. Se alegraba de parecerse a su madre biológica, pero le gustaba demasiado la pasta y, en general, prefería no sudar, por lo que no hacía ejercicios aeróbicos. Jamás estaría tan delgada como su madre adoptiva, ni quería estarlo. Jennifer era una mujer severa, a la que le faltaba alegría, y Mia siempre había relacionado aquello con su estricta dieta, así que había preferido comer pasta y helado, focaccia y mozzarela, y ser feliz.
–Nada –le respondió, aunque el recuerdo de aquel momento hizo que se le acelerase el pulso.
–He hecho todo lo que he podido por ti –le dijo Jennifer–. He hecho todo lo posible para facilitar esta boda. Has tenido que decirle algo.
–Hace una semana que no hablo con él –le contestó Mia.
Tal vez fuese extraño no haber hablado con su prometido en tanto tiempo, pero aquella no era una boda normal ni tampoco lo era su situación. No era una boda por amor. Al menos, para él. Mia frunció el ceño, notó que se le aceleraba el corazón mientras recordaba su primer encuentro. Cómo se habían cruzado sus miradas y algo había cambiado en su interior, había descubierto una Mia desconocida, por la que siempre se había preguntado.
Luca compensaba con creces la belleza física que a ella le faltaba.
Parecía un actor famoso o un ejemplo perfecto de cómo debía ser un hombre: alto, esculpido, musculoso, pero no en exceso, fuerte, y, cuando la había mirado, Mia no había podido creerse que fuese a convertirse en su marido.
Solo se habían visto un puñado de veces después de aquello, siempre con la presencia de los padres de Mia, salvo aquella noche. Y la conversación siempre había girado en torno a los negocios. La venta de la empresa familiar del padre de Mia a Luca Cavallaro y su reciente fortuna multimillonaria. Justo lo que el mundo necesitaba: ¡Otro macho alfa guapo y multimillonario!
Entonces, aquella noche, Jennifer le había dicho a Mia que lo acompañase hasta el coche y había ocurrido el beso. La luna había brillado sobre la casa que sus padres tenían en el campo, a las afueras de Palermo, el sonido del mar se había visto apagado por los latidos de su propio corazón mientras él la rodeaba con los brazos, fruncía el ceño un instante y, luego, la besaba como si aquello fuese lo más natural del mundo.
Tal vez lo fuese. Habían pasado horas juntos a lo largo de su noviazgo y tal vez él había esperado más besos, ¿o más de todo? Mia no lo sabía. El caso era que, aquella noche, Luca había dado el primer paso y la había besado, y ella había sentido que el mundo se detenía a su alrededor. Había gemido, porque Luca olía muy bien y sabía todavía mejor, y porque aquel beso había sido lo mejor que le había pasado en toda la vida. Había sido como llegar a casa, aunque Mia nunca se había sentido realmente en casa desde que sus padres habían fallecido.
Entonces, Luca la había abrazado con fuerza, la había pegado contra su cuerpo y había profundizado el beso, la había hecho temblar antes de apartarse y mirarla una vez más. ¿Con sorpresa? Eso había pensado Mia en aquel momento, pero al día siguiente ya no había sabido decir con seguridad si no había habido aburrimiento en su mirada, o peor, desprecio. Al fin y al cabo, Mia no tenía mucha experiencia en lo que a besos se refería.
Aquello había ocurrido una semana antes de la boda. Y no se habían visto ni se habían hablado después, pero ella no había tenido ningún motivo para dudar de él.
No había tenido ningún motivo para dudar de que la boda tendría lugar. Más bien, todo lo contrario. ¿Cómo la iba hacer sentirse así para después dejarla?
Le entraron ganas de llorar al pensar en sus fantasías, en cómo se había quedado despierta por la noche, pensando en él, deseándolo.
Cuando sus padres le habían hablado de la boda, no lo había visto claro. Su padre quería que siguiese habiendo un Marini trabajando en la empresa familiar, y también que alguien cuidase de Mia cuando vendiesen el negocio, y ella no había tardado en convencerse de que era buena idea.
No seguiría siendo una Marini, aunque, en cierto modo, nunca se había sentido así.
No volvería a estar sola.
Estar casada… con alguien como Luca. Más allá de su belleza física, era un hombre rico y poderoso, y Mia había estado segura de poder llevar las riendas de su propia vida bajo el techo de Luca, al que no le importaría verla ir y venir. Y luego estaba el tema de los hijos, que había acabado de convencerla. Había deseado desesperadamente tener hijos, una familia propia, desde que había perdido a sus padres y la seguridad de saber que la querían.
A pesar de parecer obediente con sus padres adoptivos, en su interior había ido germinando un impulso de rebelión, y casarse con Luca Cavallaro le parecía una manera brillante de ejercer, por fin, su independencia.
–Solo llega tarde –murmuró, intentando convencerse.
–¿A su propia boda? –inquirió Jennifer, apoyando una de las manos, con las uñas pintadas de rojo, en su cadera–. Debería estar ahí, esperándote, Mia. Así es como funciona el tema.
–Es un hombre muy ocupado e importante –replicó ella–. Por eso no ha llegado todavía.
Gianni Marini sacudió la cabeza, su gesto era de impaciencia.
–Lo único que tenías que hacer era permanecer sentada en un rincón y sonreír de vez en cuando.
Mia sintió calor en el pecho. ¿Había hecho algo mal? ¿Era ella la que había estropeado aquello? ¿Tan mal había estado el beso? Se giró con rapidez y buscó con la mirada a la familia cuyos hijos jugaban al escondite, pero se había marchado. La luz bailaba entre los altos árboles del centro de la plaza. A Mia siempre le había encantado la luz de Palermo. Había odiado tener que marcharse a Inglaterra, donde el cielo siempre estaba gris, pero Jennifer había insistido en que su hija tenía que asistir al mismo internado al que había ido ella. Había echado mucho de menos el sol y la sal del mar.
–Oh, no.
La voz de Jennifer rompió el silencio y Mia cerró los ojos sin girarse hacia ella. Había estado aferrándose a la esperanza, recordando los ojos de Luca, segura de que alguien con unos ojos tan bellos y la capacidad de mirar y ver realmente a otra persona jamás haría algo tan terrible. No obstante, también era consciente de la realidad. A pesar del trabajo de las peluqueras y de que la maquilladora le había puesto pestañas postizas y le había pintado las uñas, Mia había sabido, de algún modo, que aquello quedaría en nada.
–¿Qué ocurre? –preguntó Gianni en voz muy alta.
–No va a venir.
–¿Cómo lo sabes?
–Todo el mundo lo sabe –replicó Jennifer–. Mira.
Mia mantuvo los ojos cerrados, se quedó de espaldas a la habitación y contuvo la respiración.
Gianni leyó en voz alta:
Novio a la fuga. Parece ser que Luca Cavallaro ha preferido escapar a un aeropuerto que recorrer el pasillo nupcial. El soltero multimillonario fue visto abandonando Italia la noche pasada a pesar de que hoy debía tener lugar su enlace con Mia Marini, hija del magnate del acero Gianni Marini. ¿Hay problemas en el paraíso de las fusiones?
La última frase fue casi la peor para Mia, porque se dio cuenta de que todo el mundo sabía que aquel matrimonio era solo una fusión de dos empresas. Y lo era, pero ¿acaso era imposible que un hombre como Luca pudiese querer casarse con una mujer como ella?
Una lágrima solitaria corrió por su mejilla.
–¡Se marchó anoche! –exclamó Jennifer con la voz temblando por la ira–. Y no tuvo la decencia de decírnoslo. Todo esto, tanto esfuerzo, y no hemos podido ni guardar las apariencias. ¿Cómo ha podido hacernos esto, Gianni?
«¿A vosotros?», deseó gritarles Mia. Ella era la que llevaba puesto el ridículo vestido, un peinado horrible y un maquillaje exagerado. De repente, sintió claustrofobia, no podía respirar. Casi no se podía mantener de pie. Sintió que se mareaba, miró hacia sus padres, pero no los veía, y buscó la puerta de la pequeña habitación.
–Tengo que marcharme.
–¿A dónde, Mia? –inquirió Jennifer.
–Fuera. A donde sea. No me importa. No puedo… respirar.
–Mia, no –le advirtió su madre, pero ya era demasiado tarde.
Mia salió a la capilla, que estaba llena. Casi todo el mundo estaba con el teléfono, pero, cuando apareció, levantaron la cabeza casi a la vez y la miraron, unos, con pena, otros, casi como si se alegrasen. Mia no se fijó en nadie. Avanzó hacia el final de la capilla, pasó entre los invitados que no se habían podido sentar, ignorando sus palabras, sus voces, y abrió las pesadas puertas de madera para que la maravillosa luz de Palermo la bañase. Cerró los ojos e intentó recobrar las fuerzas, luego, corrió escaleras abajo y atravesó la plaza, hasta chocar con un niño cuyo helado de fresa fue a parar a su horrible vestido.
Y lo único que pudo hacer Mia fue quedarse inmóvil, en medio de la plaza, con los brazos en jarras, el rostro levantado hacia el cielo, y echarse a reír. No podía hacer otra cosa.
No había pasado ni un solo día desde entonces sin que Luca Cavallaro pensase que había hecho lo correcto. Y cada vez que pensaba en la familia Marini sentía ira y desprecio.
Le habían mentido.
Habían intentado venderle un negocio que no valía nada presentándole una contabilidad falseada. Y habían intentado hacer que se casase con su hija. Luca había estado a punto de caer en la trampa. Él, Luca Cavallaro, que había sabido desde niño que no se casaría jamás, que no quería amar jamás. No después de haber visto lo que el amor podía hacerle a una persona.
Aunque aquello no había tenido nada que ver con el amor, se había tratado de un mal necesario para hacerse con una empresa que había significado mucho para él. Apretó el puño a un lado de su cuerpo al recordar cómo se había sentido al enterarse de que Marini Enterprises iba a estar disponible… La empresa que su padre había codiciado y que no había conseguido jamás. Luca había decidido que sería suya, no porque quisiese la aprobación de su padre, sino porque estaba hecho para ganar, a cualquier precio, y si podía vencer a su padre, mucho mejor.
Así que había aceptado el matrimonio como parte de la fusión, e incluso le había empezado a gustar la idea de casarse con Mia Marini. No iba a ser un matrimonio de verdad, solo una unión por conveniencia, pero iba a tener ciertos beneficios. De hecho, había empezado a desear que llegase el día en que tendría a Mia en su casa y en su cama, pero no era lo mismo que casarse por amor.
Entonces, se había enterado de la verdad: los Marini habían intentado engañarlo. La compañía por la que su padre había luchado con uñas y dientes diez años antes ya no valía prácticamente nada. ¿El viejo Marini pensaba que lo había tomado por tonto?
Su equipo de contables había estudiado los documentos durante más de un mes y había encontrado pruebas del engaño de Gianni, y del verdadero estado de Marini Enterprises, que estaba casi en bancarrota, era todo fachada.
Lo mismo que Mia.
Luca no habría podido sentirse más indignado. No se trataba solo de dinero, sino de que lo habían tomado por tonto. Luca no buscaba la aprobación de nadie, mucho menos de su padre, pero sabía que, en el fondo, Carrick Stone estaba esperando verlo fracasar y regresar a Australia con la cabeza agachada. La familia Marini no habría arruinado a Luca, porque era demasiado rico, pero lo habría avergonzado si la verdad hubiese salido a la luz, y si su padre se hubiese enterado. Así que Luca se había marchado sin mirar atrás.
Y, no obstante…
Bajo el sol de aquella cálida tarde, de pie junto a su piscina, Luca volvió a tomar su teléfono y a mirar el artículo y la fotografía en la que aparecía Mia sonriendo dulcemente al lado de un hombre con el que Luca había coincidido en un par de ocasiones. Lorenzo di Angelo había heredado la responsabilidad de dirigir el negocio textil de su familia, con base en Milán, pero que en los últimos meses se había extendido hacia el sur del país y a toda Europa. Luca había observado aquella expansión con interés, como hacía siempre.
Al parecer, Gianni había encontrado a otro inversor.
Y Mia iba a prestarse a ello de nuevo, volvía a ser el señuelo para la próxima víctima.
Se sintió incómodo al pensarlo y no supo el motivo. Mia había seguido el plan de sus padres y, sin duda, era cómplice de sus mentiras. Y, no obstante, la cobertura mediática de su fallida boda había recaído toda en ella. Habían captado su imagen en la plaza, con el vestido de novia manchado de helado y un niño mirándola con asombro mientras ella alzaba la vista al cielo, con gesto de dolor, los labios separados.
Él se había sentido avergonzado a pesar de saber que había hecho lo correcto, a pesar de saber que Mia se lo merecía. Había ignorado las llamadas de su padre, Carrick no tenía ningún derecho a darle lecciones, y de su hermanastro, Max. Aunque esto le había resultado mucho más difícil por el afecto y el respeto que le tenía a Max Stone. No había querido responder ninguna pregunta acerca de la boda ni de los Marini, ni de por qué había dejado a Mia de aquella manera.
¿Acaso no se lo merecía?
Ella podría haberle contado la verdad, en especial, aquella noche, junto al coche, pero no lo había hecho. Luca cerró los ojos al recordar el beso y volvió a temblar. ¿Qué había pensado? ¿Que Mia iba a ser sincera con él solo por el deseo que sentían el uno por el otro?
Ella había formado parte del engaño y se había prestado a casarse con un hombre al que ni siquiera conocía para que comprase una empresa que no valía nada.
Eso la convertía en la más culpable de todos.
Mia Marini prometida… ¡de nuevo!
Después de que no se celebrase la boda del siglo, Mia Marini vuelve a probar suerte, en esta ocasión, con el hijo mayor de los di Angelo, uniendo así a dos de las familias más prestigiosas de Italia.
Bien por Mia, había engañado a otro.
Luca dejó el teléfono en la mesa y se acercó al borde de la piscina, clavó la vista en el agua cristalina que terminaba fundiéndose visualmente con el mar de Sicilia.
Al principio, Mia había sido irrelevante, pero cuando la había besado… Había deseado meterla en el coche y llevársela de allí, ir a algún lugar con una cama grande y cómoda y hacerle el amor, oírla gemir y gritar su nombre.
No necesitó volver a mirar la fotografía, tenía la imagen de Mia grabada en la mente. Se zambulló en el agua con una certeza: que volvería a ser suya.
Seguía enfadado con ella, pero su sangre siciliana le hizo admitir que, antes de que Mia se casase con otro, antes de que se vendiese a otro hombre, sería suya.
Suya, tal y como le había prometido cuando habían acordado casarse, como su cuerpo le había prometido aquella noche cuando la había besado bajo la luz de la luna. Luca había tomado una decisión, iba a ceder a la tentación.
Era evidente que aquel baile era una manera de mostrar respeto a sus padres. Cada año, la familia Marini organizaba aquella colecta de fondos para su organización benéfica, pero para Mia era una manera de poner de manifiesto lo sola que estaba. A pesar de su recién anunciado compromiso y del amor que sus padres le profesaban, todo le parecía una mentira. Iba a casarse con un hombre al que casi no conocía y al que no amaba, que le había dejado claro que pretendía seguir siendo libre después de que firmasen, lo que a ella no le parecía mal porque no se iba a engañar.