El precio de un matrimonio - Chantelle Shaw - E-Book

El precio de un matrimonio E-Book

Chantelle Shaw

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Beschreibung

¿Podría el novio inapropiado… convertirse en el marido adecuado? La boda de la dulce Leah Ashbourne tenía que seguir adelante. Era la mejor manera de salvar a su madre de la ruina. ¡Así que la ruptura de su compromiso significaba el desastre! Hasta que llegó el multimillonario Marco… Marco necesitaba una niñera para su hijo, y rápido. ¿Quién podría ser mejor profesora que Leah? Pero había un problema: ¡la explosiva y eléctrica conexión entre ellos! Las cicatrices que le dejó su última relación implicaban que nunca se permitiría a sí mismo amar. Pero aquel era el último de sus problemas. Leah quería negociar… ¡y su precio era el matrimonio!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Chantelle Shaw

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El precio de un matrimonio, n.º 2842 - abril 2021

Título original: Her Wedding Night Negotiation

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-343-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

MARCO De Valle odiaba las bodas. Odiaba todo el revuelo que se montaba cuando dos personas hacían públicamente unas promesas que alguno de los dos probablemente no podría cumplir.

Deseó poder saltarse la boda de su hermanastro y volar aquella noche a casa, a Capri, con su hijo. Pero quería complacer a su madre, aunque no entendía por qué se molestaba en intentarlo cuando era obvio desde hacía años que no era su hijo favorito, y por eso había accedido a asistir a la boda de James con su ñoña novia.

La madre de Marco quería que estuviera al día siguiente en la ceremonia porque su presencia atraería el interés de la prensa, y tal vez apareciera en alguna revista una fotografía de la boda.

El ensayo de la ceremonia tendría que haber empezado hacía veinte minutos, pero James llegaba tarde. Marco contuvo la impaciencia y se apoyó contra un pilar en el sombrío repecho del fondo de la capilla privada, que pertenecía a Nancarrow Hall. Observó a la novia, que estaba frente al altar.

La primera impresión que tuvo de Leah Ashbourne cuando la conoció aquel día por la mañana fue que nunca había visto a una mujer con la piel tan blanca ni con tan mal gusto para vestir. Tenía la blusa blanca abotonada hasta el cuello, y llevaba la falda azul marino varios centímetros por debajo de la rodilla. El cabello castaño rojizo estaba recogido en una trenza absurda que le colgaba entre los hombros, y podría haber pasado por una monja… o por Mary Poppins.

Su personalidad parecía tan poco emocionante como su aspecto, aunque a Marco le intrigó el sonrojo rosado que le tiñó las mejillas cuando murmuró un saludo en el momento en que James los presentó. Hacía mucho tiempo que no veía a una mujer sonrojarse. Marco corrigió en aquel momento la opinión que tenía de Leah, reconociendo que en realidad era muy guapa, aunque no su tipo. A él le gustaban las mujeres sexualmente seguras de sí misma que entendían que no estaba interesado en ningún compromiso y que nunca se casaría con ellas. Con una vez había sido suficiente.

Consultó el reloj y maldijo entre dientes. Nicky se acostaría dentro de una hora, y Marco quería pasar un rato con su hijo. Ya se sentía culpable por haber tenido que dejarlo la semana anterior con la niñera en Nancarrow Hall debido a un inesperado viaje de trabajo.

La culpa jugaba un papel muy importante en su relación con Nicky, reconoció con un profundo suspiro. La psicoterapeuta que había estado trabajando con el niño insistía en que un niño de cinco años no tenía la capacidad emocional para culpar a Marco del accidente en el que había muerto la madre de Nicky. Pero Marco se culpaba a sí mismo. Le había fallado a su hijo en el pasado y le fallaba ahora porque al parecer no era capaz de encontrar una manera de conectar con su traumatizado hijo.

¿Dónde diablos estaba James?

Marco vio cómo Leah miraba el móvil y se le hundían los hombros. Parecía una figura triste esperando en el altar con el vestido de novia, pero Marco se recordó que no le correspondía a él explicarle que James no era el príncipe azul que ella parecía creer.

 

 

–¿Seguimos sin tener noticias del novio? –preguntó el vicario sonriendo con simpatía a Leah.

–No entiendo qué le ha podido pasar –murmuró ella mirando el móvil otra vez–. Iba a ir a Padstow a recoger algunas cosas de última hora para nuestra luna de miel, pero prometió que regresaría a las seis y media para el ensayo.

No había ningún mensaje de su prometido explicando por qué se retrasaba, pero Leah recordó que James era muy prudente conduciendo, y si hubiera tenido un accidente, los servicios de emergencia habrían avisado a sus padres. Era más probable que hubiera perdido la noción del tiempo, algo que le sucedía con frecuencia. Tenía tendencia a la ensoñación y era muy desorganizado. Leah se sentía a veces más una niñera que su pareja, y cuando llegaron a Nancarrow Hall y conoció a sus padres, se dio cuenta de que lo habían mimado y protegido durante toda su vida. Pero era amable y alegre, y en su relación no tenía nada del drama y la tensión que Leah recordaba de su infancia, cuando su madre pasaba de una desastrosa aventura amorosa a otra.

Solo llevaban seis meses saliendo, pero Leah había apartado las dudas de que su noviazgo no había sido lo bastante largo para estar segura de que quería pasar el resto de su vida con James Fletcher. Él había estado de un humor raro desde que llegaron a la mansión gótica de su familia en Bodmin Moor, pero sin duda era natural que ambos tuvieran los típicos nervios anteriores a la boda.

Leah sintió una punzada en la conciencia. Sabía que tendría que haberle contado a James lo del dinero que le había dejado su abuela. Pero le preocupaba que la estipulación del testamento de su abuelo que indicaba que debía casarse para recibir la herencia complicara su relación con James. Ella lo amaba. Claro que sí.

Leah se negó a escuchar a la voz de su conciencia, que la advertía de que se estaba precipitando a aquel matrimonio porque anhelaba el tipo de vida asentada que nunca conoció durante su caótica infancia.

–Tengo una cita con el obispo esta tarde –dijo el vicario–. Tendremos que empezar el ensayo sin James. ¿Quizá alguien podría ocupar su lugar hasta que él llegue?

Leah miró el pequeño grupo de personas reunidas en la capilla privada. Iba a ser una boda íntima, con solo cuarenta invitados. Treinta y nueve eran amigos y familia del novio. Leah miró directamente a Amy, su mejor amiga de la universidad y su dama de honor. Amy era compañera de colegio de James, y se lo había presentado en una fiesta a Leah, quien se sintió muy halagada por su atención. No se consideraba especialmente atractiva, y daba por hecho que un hombre como James, guapo y bien educado, estaba fuera de su alcance.

Se había dejado arrastrar por la sensación de seguridad que representaba. Cuando estuvieran casados se trasladarían fuera de Londres y comprarían una casita con rosas en el porche, y con el tiempo tendrían dos hijos y un perro. Otras mujeres ansiaban riquezas, ropa buena y joyas deslumbrantes, pero el sueño de Leah era una familia.

Amy se encogió de hombros y un silencio incómodo siguió a la pregunta del vicario.

–Seguro que hay una buena razón por la que James se está retrasando –dijo con voz ahogada Davina, la ultraeficaz organizadora de bodas–. Lo ideal sería que alguien que no tenga un papel destacado en la ceremonia haga de novio.

–Yo ocuparé el lugar de James.

Aquella voz profunda y con acento marcado surgió del fondo de la capilla.

Leah se puso rígida y experimentó una sensación peculiar, como si el estómago se le hubiera caído a los pies. Aquella voz solo podía pertenecer a Marco De Valle, el hermanastro italiano de James.

Por la mañana había visto salir a un hombre alto de cabello oscuro de un deportivo plateado, y el estómago le dio el mismo vuelco que en aquel momento.

Cuando el desconocido entró en la salita y James se lo presentó, Leah se sintió abrumada por el magnetismo de Marco. La seguridad que tenía en sí mismo hacía que todo a su alrededor palideciera. Leah lo miró de reojo antes de bajar al instante la mirada, sonrojándose como una quinceañera que acabara de conocer a su ídolo.

Aquella breve mirada le había servido para comprobar que los hermanos no se parecían en nada. James, con el cabello rubio y una imagen limpia y aliñada, era de una belleza infantil. Pero Marco tenía algo salvaje, y le daba la sensación de que vivía siguiendo su propio dictado.

Aquella sensación se vio reforzada cuando lo vio por la ventana del dormitorio cruzando el jardín, una figura imponente con el abrigo negro ondeando al viento y el oscuro cabello revuelto.

James le había contado que la cicatriz que cruzaba el rostro de Marco era el resultado del terrible accidente en el que su esposa había muerto, dejando sin madre a su hijo de cinco años. Pobre Nicky. El niño estaba claramente traumatizado por la tragedia, y apenas hablaba ni sonreía. Para Leah estaba claro que, al haber perdido a su madre, necesitaba estar con su padre lo más posible, pero James le había contado que Marco dejaba al pequeño con mucha frecuencia en la mansión de Nancarrow Hall mientras él viajaba. Tal vez las ausencias de Marco fueran inevitables, pero al haberse criado sintiendo que no era la prioridad de su madre, a Leah se le rompía el corazón por Nicky. Sus grandes ojos marrones le recordaban mucho a los de su hermanito, que había muerto más o menos a la misma edad que Nicky. No había día en que Leah no pensara en Sammy, y pasar tiempo con Nicky durante la semana pasada, mientras James estaba ocupado, le había resultado agridulce.

Los pensamientos se le hicieron añicos en ese instante, al ver a Marco avanzar por el pasillo hacia ella, y sintió cómo se le aceleraba el pulso como respuesta a él. Se fijó en la cicatriz que le cruzaba la mejilla justo debajo de ojo derecho hasta la comisura del labio, haciendo que el labio superior se le curvara ligeramente y le concediera una expresión cínica permanente que se reflejaba también en sus ojos grises. En cualquier otro hombre, aquella cicatriz habría resultado una desfiguración, pero en el caso de Marco, le acentuaba la virilidad. Y lo mismo podía decirse de su cabello algo largo y revuelto, como si acabara de levantarse de la cama. Desnudo.

Leah no supo de dónde había surgido aquel pensamiento, pero la imagen del cuerpo desnudo de Marco extendido sobre sábanas de seda no ayudó a que recuperara la perdida compostura.

Nunca había visto a un hombre desnudo.

Marco se movió con el silencio y la velocidad de una pantera acechando a su presa. Antes de que Leah tuviera tiempo para recuperarse, lo tenía delante. Se le secó la boca y trató de sostenerle la mirada, mientras se preguntaba si podría escuchar su corazón chocando contra las costillas. Nunca había sentido nada parecido. «Ni siquiera con James», le susurró la conciencia, que al parecer estaba empeñada en causarle problemas.

–No tienes por qué hacer esto –le dijo a Marco con tono tirante–. Seguro que James aparecerá en cualquier momento.

–Tu confianza en mi hermano resulta admirable –respondió él con ironía–. Pero James es tan malo para calcular el tiempo como para conservar un trabajo.

–No fue culpa suya que lo despidieran de la galería de arte –saltó Leah en defensa de su prometido–. Fue mala suerte que no le funcionara la alarma y se quedara dormido. Solo llegó tarde al trabajo unas cuantas veces.

–Bueno, pues yo no estoy dispuesto a seguir esperando que aparezca ahora –Marco entornó la mirada al ver que Leah se sonrojaba–. Creo que solo conoces a mi hermano desde hace unos meses, ¿verdad? Si quieres mi consejo, te diría que deberías posponer la boda hasta asegurarte de que ambos estáis preparados para el matrimonio.

–No quiero tu consejo, gracias –le espetó ella con frialdad.

A Marco le brillaron los ojos.

–¿El ratoncito tiene carácter? –murmuró–. Tal vez no seas tan poco interesante como me pareciste cuando James nos presentó.

Marco ignoró la furiosa mirada de Leah y se giró para hablar con la organizadora de la boda.

–El reverendo Tregarth tiene razón. Deberíamos seguir con el ensayo sin James. La responsable del servicio de mi casa va a servir una cena de bufé frío esta noche para que el personal de cocina pueda empezar a preparar el banquete de boda de mañana.

Leah vio cómo Davina asentía mansamente. Estaba claro que Marco esperaba que todo el mundo aceptara su liderazgo. Pero le sorprendía que hubiera hablado del servicio de «su casa». Seguramente el personal había sido contratado por los padres de James, que sin duda eran los dueños de Nancarrow Hall, ¿verdad? James había dicho que Marco vivía principalmente en Italia, donde dirigía Café De Valle, una famosa franquicia de cafeterías conocida mundialmente.

La organizadora de la boda abrió la carpeta que tenía en la mano.

–Empezaremos sin James y luego le pondré al día de lo que necesita saber. Como los invitados están aquí, os pido a todos que os quedéis en vuestro sitio mientras repasamos la ceremonia.

Leah se colocó en su posición, frente al altar, y miró hacia atrás con la esperanza de ver a James entrando a toda prisa. Se fijó en la expresión satisfecha del rostro de su madre, y supuso que Olivia Fletcher no se llevaría una desilusión si James cambiaba de opinión y cancelaba la boda. Olivia tenía los aires y los modos de un miembro de la nobleza, y había dejado claro que consideraba que su hijo pequeño se estaba casando con alguien situado por debajo de él.

–¡Qué lástima que tu madre esté dando la vuelta al mundo en crucero y no pueda compartir contigo tu gran día! –dijo Olivia con falsa sinceridad cuando Leah le contó que su padre estaba muerto y su madre no asistiría a la boda.

Lo del crucero de su madre había sido una mentira necesaria. Leah se estremeció ante la idea de que su madre entrara en la iglesia y se comportara de forma inadecuada, como había hecho Tori muchas veces en el pasado. Incluso había aparecido borracha en la ceremonia de la graduación universitaria de Leah, estropeando por completo el día.

James solo había visto a Tori una vez. Leah le había invitado a su casa un sábado por la mañana temprano, cuando su madre estaba todavía sobria habitualmente. El encuentro transcurrió sin incidentes hasta que James se marchó, y su madre sacó la botella escondida de vodka y empezó a beber.

Leah se sentía demasiado avergonzada para contarle a James el problema de su madre con la bebida. Se había pasado la infancia deseando que su madre fuera como las demás. Se estremeció al recordar las funciones del colegio, a las que su madre asistía borracha y hablando a gritos. Una vez incluso se puso a coquetear con el director y vomitó delante de todo el mundo en una entrega de premios.

Después de la boda le explicaría a James la situación. Estaba convencida de que la apoyaría en su intención de destinar parte de la herencia al pago de un tratamiento especial para su madre.

¿Dónde estaba?

–Al principio de la ceremonia, el novio y la novia se pondrán uno frente a otro y se tomarán de las manos.

Leah trató de concentrarse en las palabras del vicario y se giró a regañadientes hacia Marco. El corazón le dio un vuelco cuando él le tomó las manos. Estaba a punto de decirle que no hacía falta practicar hasta el último detalle de la boda, pero antes de que pudiera hablar, Marco le envolvió con sus fuertes dedos los suyos.

Leah contuvo el aliento al sentir la corriente eléctrica que le subió por los dedos hasta los brazos. El tacto de Marco era cálido y firme, y ella percibió una fuerza inherente de sus manos. Tragó saliva y alzó la mirada hacia el pecho de Marco. Tenía desabrochados los botones superiores de la camisa, revelando un atisbo de piel bronceada y suave vello negro. Olía a jabón y a especias exóticas que se mezclaban con una esencia indefinida puramente masculina.

Su reacción ante Marco De Valle era inexplicable. Trató de retirar las manos de las suyas, pero él la sostuvo con más fuerza y le acarició el dorso de la mano con el pulgar. Tal vez la intención fuera tener un gesto tranquilizador, pero logró el efecto contrario, haciendo que a Leah le latiera el corazón con tanta fuerza que creyó que se le iba a salir del pecho.

–Tras los votos y el intercambio de anillos, los invitados se sentarán mientras los novios y los testigos me acompañan a la sacristía –continuó el vicario–. Cuando se haya procedido a la firma, los recién casados regresarán frente al altar, y yo invitaré al novio a que bese a la novia.

Leah alzó la mirada hacia el rostro de Marco y se quedó mirando su boca sensual mientras él inclinaba la cabeza. El corazón le dio un vuelco. ¡No se atrevería a besarla!

Su oscura cabeza se acercó todavía más. Leah contuvo el aliento. Se quedaron en aquella posición, cerca pero no lo suficiente, durante lo que le pareció una eternidad. Pero seguramente solo transcurrieron unos segundos antes de que el hechizo que Marco había lanzado sobre ella se hiciera añicos.

–¡Siento llegar tarde!

La voz que surgió de la parte de atrás de la capilla hizo que Leah recuperara el sentido. Abrió los ojos de golpe y suspiró. Marco ya se había incorporado. Tal vez solo se había imaginado que estaban al borde de besarse. Él tenía una expresión reservada que no daba nada a entender.

Leah separó las manos de las de Marco con un gritito y corrió por el pasillo.

–James, ¿dónde estabas? ¿Por qué no has contestado cuando te llamé por teléfono?

–Me quedé sin batería –James apartó la mirada de la suya–. Ya sabes que siempre se me olvida cargarlo.

Leah se mordió el labio inferior.

–Hemos tenido que empezar el ensayo sin ti… tu hermano se ofreció a ocupar tu lugar –explicó cuando Marco se acercó a ellos.

Leah había percibido con anterioridad la frialdad entre los hermanos, y ahora la temperatura de la capilla pareció bajar unos cuantos grados cuando los hombres se colocaron uno enfrente del otro.

–Confío en que tendrás la cortesía hacia tu novia de presentarte a tiempo mañana para tu boda de verdad –dijo Marco con sequedad.

–No eres la persona adecuada para darme consejos sobre cómo tratar a mi novia –murmuró James–. Tu matrimonio solo duró un año, y se rumorea que tu mujer murió cuando intentaba escapar de ti.

Leah dirigió la mirada hacia Marco. Esperaba que dijera algo en su defensa, pero guardó silencio. Su rostro parecía tallado en el mismo granito de las paredes de la capilla.

Estaba asombrada por el devastador efecto que Marco tenía sobre ella. Sintió un nudo en el estómago al preguntarse si su madre sentiría la misma fascinación cada vez que iniciaba una nueva relación con un hombre.

Ella no cometería los mismos errores que su madre, se prometió. Menos mal que se iba a casar con el querido y predecible James, pensó mientras veía a Marco salir de la capilla a grandes zancadas.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

EL ENSAYO de la cena-banquete ya había empezado cuando Marco entró en el enorme invernadero adecuado para la ocasión. Se había dispuesto un bufé en largas mesas, y los invitados se servían ellos mismos. Marco aceptó la copa de vino que le ofreció un camarero, pero no tenía nada de hambre. Cuando regresó a su casa a toda prisa tras el ensayo de la ceremonia para ver a su hijo y darle su regalo, Nicky no mostró el menor atisbo de emoción. Sus ojos solo reflejaban un cansancio que rompía el corazón de Marco.

Se pasó los dedos por el pelo mientras sus pensamientos se dirigían a la otra razón por la que estaba de mal humor. Tenía que haber sufrido un ataque de locura temporal para haber estado a punto de besar a la novia en la iglesia. Se dijo a sí mismo que el aire de inocencia de Leah debía ser un espejismo. Le resultaba inconcebible que James y ella no fueran amantes, teniendo en cuenta que estaban a punto de casarse. Sin embargo, según la responsable del servicio doméstico, James y su prometida no compartían habitación en Nancarrow Hall.

Marco había percibido una vulnerabilidad en Leah cuando la tuvo delante de él en el altar. El lugar en el que había jurado no volver a encontrarse nunca tras su desastrosa experiencia con el matrimonio. Los preparativos de esta boda le traían recuerdos amargos de Karin y le recordaban por qué no debía volver a confiar en ninguna mujer.

Miró a su alrededor y vio a James en la barra con la organizadora de la boda. Parecían tener una conversación informal, pero Marco esbozó una sonrisa cínica. No ocurría nada en Nancarrow Hall que no llegara a sus oídos, pero no era asunto suyo en qué anduviera metido su hermanastro, se dijo. Ni tampoco contarle a la novia las sospechas que tenía sobre James.

Marco vio a Leah al lado de una ventana y sintió una descarga eléctrica al comprobar su transformación de sosa y aburrida a absolutamente impresionante. Apenas la reconocía. Llevaba puesto un vestido de cóctel color melocotón pálido que enfatizaba el color de su cabello. Ahora que no estaba recogido, Marco vio que era de un glorioso tono rojo y rizado. El vestido sin tirantes le dejaba al descubierto los delicados hombros, y la falda del vestido estaba hecha de varias capas de tela vaporosa que se movían alrededor de las piernas al caminar.

Desde donde estaba Marco, al otro lado del invernadero, no podía distinguir el color de sus ojos, pero sabía que eran de un verde vívido y brillante. Era preciosa, pensó mientras le daba un sorbo a la copa de vino. Maldijo entre dientes por el modo en que su cuerpo respondía a su presencia, pero no podía apartar los ojos de ella. Sabía que su boca encajaría perfectamente en la suya. Pero gracias a Dios prevaleció la cordura y resistió la tentación de besarla en la capilla.

Cuando vio a Leah salir a la terraza se dio la vuelta, y frunció el ceño al ver a la niñera acercarse a él con tacones y un vestido que apenas dejaba nada a la imaginación.

–¿Se ha dormido Nicolo? –le preguntó.

Marco tenía una actitud relajada con su personal de servicio, y había invitado a Stacey a unirse a la fiesta cuando Nicky se durmiera.

–No parecía cansado, así que pensé que no te importaría que retrasara su hora de dormir –la joven se le acercó más y se pasó la mano por el rubio cabello en un gesto que Marco encontró irritante.

La anterior niñera de Nicky se había marchado repentinamente para cuidar a su padre enfermo, y Marco había contratado temporalmente a una sustituta a través de una agencia mientras estuviera en Nancarrow Hall. Desafortunadamente, Stacey parecía más interesada en coquetear con él que en cuidar de su hijo.

–¿Dónde está Nicky? –preguntó mirando a su alrededor.

–Seguramente ha salido al jardín. ¡Qué niño! –murmuró Stacey–. Le dije que se quedara dentro.

Marco se dirigió a las puertas de la terraza. El sol se ocultaba tras los espinos del jardín, y se puso la mano a modo de visera para protegerse los ojos de los rayos dorados. Sintió una punzada en el corazón al ver la pequeña figura de pelo rizado y negro al lado del lago.