El precio de una pasión peligrosa - Jane Porter - E-Book

El precio de una pasión peligrosa E-Book

Jane Porter

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Beschreibung

La vida podía cambiar como consecuencia de mezclar el placer con el trabajo. Para el magnate Brando Ricci que un hijo suyo pudiera no criarse en la Toscana, rodeado de toda su familia, era algo inimaginable. Por eso, cuando Charlotte Parks, experta en Relaciones Públicas, se presentó en su casa para decirle que estaba embarazada, él le propuso la única solución posible, el matrimonio. Charlotte se había saltado una de sus reglas de oro al rendirse a la tentación y acostarse con Brando. Él había sido cliente suyo e… increíblemente experto en la cama. Pero… ¿casarse por un sentido del deber? No, de ninguna manera. A menos que también Brando se saltara una de sus reglas de oro y se permitiera amar.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Jane Porter

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El precio de una pasión peligrosa, n.º 2838 - febrero 2021

Título original: The Price of a Dangerous Passion

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-213-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Nochevieja

 

CHARLOTTE SEGUÍA unas normas de comportamiento. Nunca se desviaba de ellas. Sin excepción. Y tampoco había tenido que esforzarse para cumplirlas, al margen del valor de sus clientes. Todos sus clientes eran igualmente importantes para ella, clientes que requerían sus servicios debido a su buena reputación profesional. Acudían a ella porque necesitaban que los ayudara con problemas relativos a la imagen, las relaciones públicas y las redes sociales. ¿Cómo iban a poder fiarse de su raciocinio si este le fallaba?

¿Si no lograba razonar con objetividad?

¿Si olvidaba el motivo por el que estaba allí?

Charlotte Parks sabía todo eso y, sin embargo, Brando Ricci estaba logrando que le resultara imposible recordar la importancia de las normas por las que se regía. Hacía semanas que había cerrado el caso con la familia Ricci-Baldi, bastante antes de las navidades. Estaba allí, como invitada, en la gran fiesta de Nochevieja que daba la familia Ricci, porque a la familia Ricci le gustaba dar grandes fiestas e invitar a todo aquel que los había ayudado. Y ella los había ayudado, había pasado el otoño entero en Florencia tratando de rebajar las tensiones causadas por una opinión pública negativa debido a luchas internas en el seno de la familia por cuestiones de poder y asuntos de herencias.

No todos los asuntos estaban resueltos, pero había mucha menos tensión y la familia había logrado presentar un frente unido de cara a la opinión pública. La fiesta de esa noche era para representar esa imagen de frente unido de cara a la galería.

No obstante, ella no debería estar allí. Su trabajo había acabado. Le habían pagado muy bien. No tenía motivos para haber regresado a Florencia con el fin de asistir a una fiesta.

La música cambió, se hizo lenta, y Brando la atrajo hacia sí, pegándole los senos a su pecho.

–Piensas demasiado –murmuró Brando, su aliento acariciándole la oreja.

–Sí. Sé que pienso, pero no demasiado. Pienso que eres peligroso.

–Yo nunca te haría daño. Te lo prometo.

Y Charlotte lo sabía. También sabía que él sería maravilloso en la cama, y fuera de la cama. Se atraían desde el momento en que se conocieron, en septiembre. Pero esa atracción le preocupaba, justo porque nunca le había gustado un hombre tanto como Brando.

–No debería haber venido –murmuró ella entrelazando los dedos con los de Brando.

El corazón le latía con fuerza. Tenía mucho calor. Estaba exquisitamente excitada. Hacía unos dos años que no se acostaba con nadie. Por una parte, quería rendirse a la pasión, a pesar de saber que era un error, que con ello podía poner en peligro su reputación profesional y… su corazón.

Alzó el rostro y clavó los ojos en el hermoso semblante de él. Brando era realmente guapo. Pero no solo era guapo, también era inteligente, fascinante y cautivador. Durante los meses que había trabajado con la familia Ricci, era con Brando con quien mejor se había entendido. A pesar de ser el miembro más joven de esa familia, era el que poseía más sabiduría y entendimiento. En los momentos en los que no había habido forma de que Enzo, Marcello y Livia se pusieran de acuerdo, ella había acudido a Brando con la esperanza de que este encontrara la forma de lograr que se entendieran. Y lo había conseguido.

Había vuelto aquella noche a Florencia por él.

Por ese momento…

–¿De qué tienes miedo? –preguntó Brando mirándola fijamente.

–Tengo miedo de perder la cabeza, de perder el control.

Brando sonrió y le acarició la espalda.

–Somos adultos y no tenemos que pedir permiso a nadie.

–Sí, pero nunca hay que mezclar los negocios con el placer…

–Ya no estamos trabajando juntos –le recordó Brando antes de bajar la cabeza y acariciarle el cuello con los labios.

Charlotte tembló, cerró los ojos y trató de ignorar sus pechos, sus hinchados pezones, el deseo que la consumía… Le resultaba cada vez más difícil mantener la mente despejada. Lo único que quería era sentir la boca de Brando en la suya, las caricias de sus manos en todo el cuerpo… Le quería encima, llenándola, quería el placer que sabía que él podía darle. El placer que ella anhelaba y buscaba en él, solo en él, en Brando Ricci, viticultor, empresario, multimillonario.

Amante.

No, todavía no era su amante.

–No deberíamos estar así –susurró Charlotte con la respiración entrecortada.

–No estamos haciendo nada malo. Solo estamos bailando –murmuró él.

Charlotte alzó el rostro y lo miró a los ojos, unos ojos plateados que no tenían nada de fríos, unos ojos que eran ardientes. Llevaba meses reprimiendo su atracción por él, luchando contra su deseo, pero aquella noche estaba a punto de claudicar.

–Es casi medianoche –dijo ella desviando la mirada hacia el enorme reloj que colgaba de una de las paredes del salón de fiestas del palacio.

–Faltan diez minutos –observó Brando mirando el reloj.

Charlotte paseó la vista por el escenario en el que se encontraba la orquesta y también por la pista de baile. El salón, del siglo xvii, estaba abarrotado de gente, gente famosa y adinerada de toda Europa. Esa gente se divertía, reía, bailaba, bebía y festejaba la ocasión. Y cuando el reloj diera las doce campanadas, el alboroto sería ensordecedor.

A ella nunca le habían gustado los sitios concurridos y, por lo general, no iba a fiestas. Pero al recibir la invitación de la familia Ricci, no había podido rechazarla. No había podido decir que no.

–¿En qué estás pensando, cara?

El termino cariñoso la hizo temblar. Había ido a esa fiesta por él. Solo por él. Y, sin embargo, no se atrevía del todo a romper una de sus reglas. Sus estúpidas reglas.

–No mezclo…

–Los negocios con el placer, sí, ya lo sé –interpuso Brando–. Pero esta noche no es una noche de negocios. Hemos concluido con los negocios, hemos dado por zanjados los asuntos de la familia, ya no tenemos por qué hacer lo que nos digan los demás.

Brando le acarició los labios con los suyos, un leve beso que prometía infinitas y deliciosas posibilidades…

Charlotte siempre había llevado una vida solitaria, controlada y contenida. Pero esa noche se sentía como si, quizás, perteneciera a otro lugar, a otra persona. Aunque solo fuera por una noche.

–Solo esta noche –declaró Charlotte con voz ronca–. Debes aceptar que se trata solo de una noche, nada más. Prométemelo, Brando.

Brando volvió a deslizar los labios por los suyos.

–De acuerdo. Será nuestra noche. Esta noche es nuestra noche.

–Y mañana….

–No pensemos en eso. Mañana aún no existe.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

CHARLOTTE Parks se recogió el pelo detrás de la oreja, se alisó la solapa del abrigo de moda y llamó al timbre del elegante edificio del siglo xvii en el corazón de Florencia, a escasos metros del puente Vecchio. Aunque originalmente el edificio era un palacio, había sido dividido en varias viviendas posteriormente, una de ellas era la de Brando Ricci.

Había ido allí en dos ocasiones anteriormente: el octubre anterior, por cuestión de trabajo, y la Nochevieja. Era una casa grande de tres pisos y por eso esperó con calma a que alguien le abriera la puerta.

Charlotte sabía controlar los nervios. Como el miembro más joven de una familia inglesa extensa y bastante famosa, se había acostumbrado a desenvolverse en situaciones estresantes y de mucha tensión, debido a la tendencia de sus aristocráticos y ricos padres a casarse y divorciarse, regalándole así una docena de hermanos, medio hermanos y hermanastros. Había nacido en Inglaterra, después había ido a Los Ángeles con su madre, cuando esta se casó con el director de cine Heath Hughes, y allí había pasado diez años; después, regresó a Europa, a los quince años, para acabar los estudios preuniversitarios en Suiza.

Sus hermanos y hermanastros eran también gente famosa: modelos, actrices, corredores de coches y envidiados miembros de la alta sociedad inglesa. Las dos familias, Parks y Hughes, incluso habían tenido un programa de televisión durante un tiempo, antes de que ciertos miembros de la familia se quejaran de que aquello era demasiado vulgar, demasiado grosero, demasiado americano. No ayudaba mucho que ahora la mitad de la familia era americana, con muchos planes y muy ambiciosa. Charlotte, que había pasado diez años con su madre en América, ahora vivía allí también sola en su bonita casa en Hollywood Hills, y tenía su pequeña y exitosa empresa de relaciones públicas.

Su capacidad para resolver problemas era lo que la había llevado a Florencia. Había conocido a Brando Ricci nueve meses atrás, cuando él la contrató para resolver una situación muy complicada en la que se veía involucrada la legendaria familia Ricci, una de las familias de mayor reconocimiento en toda Italia, famosa por sus vinos, sus artículos de cuero y modernos diseños de moda.

El negocio familiar de los Ricci databa de principios de siglo, cuando sacaron al mercado un magnífico Chianti. Después de la Segunda Guerra Mundial, comenzaron a fabricar artículos de cuero de lujo. Los tres hermanos Ricci, nietos del fundador de la empresa, habían seguido manteniendo y ampliando el negocio; no obstante, la situación se había complicado desde hacía un tiempo, porque cada uno de los tres hermanos tenía dos o tres hijos, ya en edad de trabajar en la empresa. Una cosa era dirigir un negocio entre tres y otra muy distinta era una corporación con ocho dirigentes.

Charlotte había intervenido el agosto pasado para contrarrestar una publicidad negativa que las luchas internas en el seno de la familia habían provocado y había tenido éxito, a pesar de que la familia seguía dividida y los problemas de sucesión no habían sido resueltos. No obstante, ella ya había cumplido con su trabajo, la prensa había dejado de hablar de los Ricci y a ella le habían pagado bien por sus servicios. Asunto concluido.

Pero no, no era así.

Charlotte, que casi nunca se equivocaba, había cometido un error descomunal la Nochevieja pasada. No debería haber pasado la noche con Brando Ricci. Sí, había sido una noche extraordinaria, pero había bajado la guardia con catastróficas consecuencias.

Y ahí estaba, temiendo el momento de enfrentarse a él cara a cara. Brando era inteligente, poderoso, interesante e ingenioso. La había hecho sentir cosas que no había sentido nunca mientras se deslizaban por la pista de baile. Después, en la casa de él, Brando la había llevado en brazos a su dormitorio y el sexo entre ambos había sido lo más extraordinario que había sentido en su vida. Al día siguiente, había regresado a su casa como si hubiera estado flotando, completamente anonadada.

Por suerte, vivían muy lejos el uno del otro, a nueve mil novecientos cincuenta y ocho kilómetros de distancia, para ser precisos. Tras su regreso, había decidido no pensar en el pasado, sino en el futuro, y olvidarse del hombre que sabía cómo hacer que una mujer se sintiera la mujer más maravillosa del mundo.

Pero era imposible ocultar las repercusiones de su unión. A pesar de que ella había estado tomando la píldora y de que Brando había utilizado un preservativo…

La puerta se abrió de repente y Charlotte se encontró delante de una joven alta, delgada con el cabello negro revuelto, labios rojos y obviamente desnuda bajo la bata de seda blanca.

Charlotte reconoció inmediatamente a la modelo. Era una belleza argentina que aparecía en todas las revistas dedicadas a la moda.

–¿Si? –preguntó Louisa al tiempo que la bata se deslizaba por su hombro dejando al descubierto uno de sus pechos.

–¿Brando è disponibile? –preguntó Charlotte ignorando el pecho de la modelo y haciendo gala del italiano que había aprendido en la escuela de Suiza.

Louisa, con una pícara sonrisa, la miró de arriba abajo.

–È un po legato.

«Está un poco atado», había contestado la modelo. Y a juzgar por la ladina sonrisa de esta, Charlotte tomó literalmente la contestación.

–¿Sería tan amable de desatarle? –dijo Charlotte–. Dígale que Charlotte Parks está aquí. Le esperaré en el gran salón.

Tras esas palabras, Charlotte entró en la casa y echó a andar por el vestíbulo de suelo de mármol. A sus espaldas, oyó cerrarse la puerta y luego unos pasos en dirección a la escalera que conducía al piso donde Brando tenía su dormitorio. Lo sabía porque había estado allí, desnuda, con el cuerpo de Brando pegado al suyo.

Y ese cuerpo de un metro ochenta y ocho centímetros de estatura, en ese momento, entró en el salón vestido con unos gastados pantalones vaqueros y un jersey de pico de cachemira color gris que hacía juego con el color de sus ojos, todo ello acompañado de un espeso cabello negro.

Brando era alto, delgado, estaba en buena forma y más guapo que nunca. El corazón le dio un vuelco. La piel que asomaba por el escote del jersey de Brando la hizo recordar esa noche en la que ambos, desnudos, habían estado abrazados. Y Brando también sabía cómo moverse; dentro de ella, la satisfacción que la había hecho sentir había sido algo extraordinario, algo único.

Pero Brando no la había proporcionado placer físico solamente, también la había hecho sentir… paz, plenitud. Lo que no tenía sentido, ya que Brando era un rompecorazones. Nunca había tenido relaciones duraderas. Brando se negaba a comprometerse emocionalmente.

Por ese motivo, estaba convencida de que Brando aceptaría lo que iba a proponerle, que se sentiría aliviado al saber que ella podía encargarse de todo.

–Charlotte –dijo él y, acercándose a ella, se inclinó y le dio un beso en cada una de las mejillas–. ¿Qué es lo que te trae a Florencia?

–Tú –Charlotte le dedicó una sonrisa–. Espero no haber venido en un momento inoportuno.

Brando sonrió irónicamente, indicándole que sabía que ella sabía que sí había llegado en el momento menos indicado.

–¿Te parece que nos sentemos? –sugirió Brando indicándole uno de los sillones con un tapizado en tonos rojos y anaranjados.

–Sí, gracias –respondió ella, y ambos tomaron asiento, el uno frente al otro, guardando las distancias–. Supongo que Louisa se estará impacientando.

Brando volvió a sonreír, perezosamente, casi con una nota de paternalismo.

–Louisa sabe entretenerse sola –contestó él, pero sus ojos empequeñecieron y su expresión se tornó más dura–. ¿Cuándo has venido a Italia?

–He llegado hoy. He dejado el equipaje en el hotel, pero aún no he reservado habitación.

–¿Tantas ganas tenías de verme?

–No sabía si estarías aquí o en la casa que tienes en el campo. Si hubieras estado en el campo, habría alquilado un coche para ir a verte.

–Justo mañana voy a la villa –Brando la miró fija e intensamente–. Tienes buen aspecto.

–Gracias. Me encuentro bien.

Charlotte no sabía cómo continuar, no lograba recordar todo lo que había pensado decirle. Se había convencido a sí misma de que Brando no iba a darle importancia a su embarazo; igualmente, se había convencido de que él iba a sentir un gran alivio cuando ella le dijera que se encargaría de todo, que él no tenía de qué preocuparse. Pero el pulso se le había acelerado y se veía presa de una gran angustia.

–¿Te importa si me quito el abrigo? Hace mucho calor.

–Sí, estás muy colorada.

En el momento en que se quitara el abrigo Brando lo vería. Se daría cuenta… Pero titubeó, vacilaba…

¿Y si Brando no reaccionaba como ella había imaginado que haría? ¿Y si Brando…?

No, Brando era un soltero empedernido. Un donjuán. No tenía madera de padre. No le interesaría ejercer como tal.

–Charlotte, ¿te encuentras mal? –preguntó él.

«Díselo. Díselo ahora mismo».

En vez de decírselo, se sacó los brazos de las mangas del abrigo y lo dejó caer sobre el sillón. El fino tejido de su vestido verde dejaba ver el abultado vientre en contraste con su delgado y pequeño cuerpo.

–Estoy embarazada de seis meses –declaró ella logrando que no le temblara la voz–. Está siendo un embarazo fácil, sin complicaciones. No quería decir nada hasta que pasara un tiempo, hasta que se me notara… Pero ya no podía seguir ocultándolo y pensé que tampoco debía hacerlo.

–¿Quieres que te felicite?

–Solo si te incluyes en la felicitación.

Se hizo un tenso y breve silencio.

–¿Quieres decir que quien te ha dejado embarazada soy yo?

–Sí.

–¿Estás segura?

–Sí.

Brando clavó sus grises ojos en los de ella. No había censura en su expresión, ni enfado, ni sorpresa y ni siquiera decepción.

–Los dos tomamos precauciones.

–Al parecer, un ser tiene muchas ganas de nacer y ser parte de este mundo –respondió ella enderezando los hombros.

–Un ser con mucha fuerza de voluntad –replicó él.

Charlotte le dedicó la más encantadora de las sonrisas, consciente de que ambos estaban jugando a lo mismo.

–Lo que es admirable.

–Estoy de acuerdo –Brando titubeó unos segundos–. ¿No consideraste la posibilidad de abortar?

–No. ¿Habrías preferido que lo hubiera hecho?

–Soy italiano. Católico. Así que la respuesta es no.

–Yo no soy ni italiana ni católica, pero tampoco quería abortar.

–Y ahora estás aquí –declaró él.

–Sí –respondió ella alzando la barbilla–. Me pareció mejor decírtelo en persona. Sabía que preferirías saberlo, que mereces saberlo. Pensé que no era justo tomar todas las decisiones sin consultarte.

Brando arqueó las cejas.

–No me has consultado nada.

–Lo sé. Es por eso por lo que he venido.

Se hizo un prolongado silencio. Ese no era el Brando que ella conocía. Se estaban comportando como dos desconocidos, a pesar de haber tenido una relación íntima. Se había entregado a él y no se había arrepentido hasta descubrir las consecuencias de aquella noche de pasión.

–Me sentí muy confusa al enterarme de que estaba embarazada –dijo ella, interrumpiendo el silencio–. Me llevó varias semanas asimilarlo. Pero ahora, la verdad es que me hace ilusión la idea de ser madre.

–Esta visita tuya… ¿Qué es lo que pretendes? ¿Quieres dinero? ¿Quieres apoyo económico?

–No.

–Entonces… ¿qué?

Su plan era ofrecer a Brando justo lo que él no quería, la oportunidad de ejercer de padre. Iba a ofrecerle criar a su futuro hijo con ella, algo que sabía que Brando rechazaría; entonces, le ofrecería encargarse de todo ella sola y él aceptaría. Brando era un hombre guapo e inteligente, pero no estaba listo para sentar la cabeza. La propia hermana de Brando lo había dicho en más de una ocasión. Brando era el rebelde de la familia y, sobre todo, valoraba su independencia. Cosa que ella comprendía muy bien porque le ocurría lo mismo.

–Quiero que seas un padre para el niño o la niña… si quieres serlo –declaró Charlotte en voz baja–. Y si no quieres, no hay problema, estoy segura de que me enamoraré y me casaré con alguien que quiera ser el padre de mi hijo. Entretanto, reconozco tus derechos y quiero incluirte en la toma de decisiones… si es que quieres participar.

–Cuando fui a Los Ángeles al principio del año, ya sabías que estabas embarazada, ¿verdad?

–Sí.

–¿Por qué no me lo dijiste entonces?

–Hacía poco tiempo que me había enterado y no sabía qué iba a pasar con mi embarazo. Mis hermanas han tenido abortos naturales en los tres primeros meses y me advirtieron de que a mí podía ocurrirme lo mismo.

–Entonces… ¿lo sabe tu familia?

–No. He conseguido disimular hasta ahora, pero a partir de este momento va a resultar imposible. Se me nota.

–¿Por qué no se lo has dicho a tu familia?

–Porque no tiene nada que ver con ellos –Charlotte se llevó una mano al vientre–. Y antes de decírselo a nadie más, sabía que tú eras el primero que debía saberlo.