El primer amor de Rembrandt en San Telmo - Zhijiang Liu - E-Book

El primer amor de Rembrandt en San Telmo E-Book

Zhijiang Liu

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Beschreibung

Libro del autor Liu Zhijiang La vida es así. Si es tuyo, siempre va a ser tuyo. Si no es tuyo, por más que le ruegues, jamás va a ser tuyo. Lo mismo sucede con la fortuna.

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Seitenzahl: 59

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Liu Zhijiang

El primer amor de Rembrandt en San Telmo

Zhijiang, Liu El primer amor de Rembrandt en San Telmo / Liu Zhijiang. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-3462-0

1. Novelas. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

ÍNDICE

PRÓLOGO

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

EPÍLOGO

COMENTARIOS FINALES

Con este libro, dedico a todos aquellos amantes del arte, que creen en el amor, fortuna y el destino.

PRÓLOGO

Contemplando esa pintura, se me ocurrió que estaba escrito que yo debía ver esta escena algún día. No era la sensación de haberlo visto antes, sino el presentimiento de que algún día encontraría una pintura como aquella. No sabía exactamente qué era: si era solo una coincidencia de eventos, o una experiencia de vidas pasadas, o algo que estaba más allá de nuestra visión.

¿Qué harías si tuvieras que contarle a alguien la cosa más importante del mundo, sabiendo que nunca te creería?

CAPÍTULO 1

Después de varios meses de encierro a causa de la pandemia que comenzó en el año 2020, comienzan a verse nuevamente los turistas caminando por las características calles de adoquines, ahora llenos de pasto que busca crecer entre ellos, del barrio histórico de San Telmo en Buenos Aires. En el barrio se comienza a respirar un nuevo aire, más relajado; pero a pesar de ello, la pandemia trajo consigo otros problemas, como la desesperación de la gente por la inestable situación económica.

—Nunca me demoré en pagarle el alquiler. Ni siquiera durante la cuarentena –, escuché a mi padre refunfuñar, con la con la voz un poco quebrada entre una mezcla amargura y tristeza.

Mi padre alquilaba un local en este barrio y hace unos días se terminó su contrato. El dueño del local, desesperado por la situación económica, decidió aumentar el precio del alquiler hasta tres veces más de lo que actualmente pagaba. El local era nuestra fuente de trabajo y sustento, pero ese precio era excesivo. Yo bajé la mirada, sin saber qué decirle. Mi padre me miró y, tal vez presintiendo mi tristeza, se acercó a mí y apoyó su mano en mi hombro.

—Pero no te preocupes, Joaquín. El sábado que viene nos vamos a mudar a siete cuadras de acá. Ya casi cerré trato con un local casi del mismo tamaño y por la mitad de precio que nos piden por este–, mi padre dijo, tratando de alentarme.

—¿A siete cuadras de acá? –, pregunté, tratando de visualizar cuál sería el local.

Yo solía ayudar a mi padre en el local los sábados y domingos, y me gustaba recorrer el barrio a pie para perderme en todas sus callecitas y galerías. Me gustaría ayudarlo todos los días, pero estoy rindiendo mis últimas materias para recibirme de la Universidad Nacional de San Martín.

—¿Cómo vas con las materias de la universidad?–, preguntó mi padre mientras se alejaba, en un intento de cambiar el tema de conversación.

Yo lo ignoro, en cambio, me concentro en la pintura que tengo frente a mí, de un hombre con bigote un poco antigua. Mi padre se da vuelta para mirar lo que estaba haciendo.

—¡Así, no! ¡Tenés que hacerlo con mucho cuidado! –, gritó mi padre al verme limpiando la pintura.

—Sí, sí. Lo estoy haciendo despacio –, contesté, aún inmerso en la pintura, mientras movía el plumero bien despacio – Es linda esta pintura –, añadí.

No podía dejar de verla. Me concentré en los ojos del hombre de la pintura, en sus colores y en sus pequeños detalles.

—Esta pintura, ¿no es acaso una Rembrandt? –, le pregunté a mi padre mientras la miraba en profundidad.

—¡Ojalá fuera! –, exclamó mi padre mientras esbozaba una pequeña sonrisa – Pero no lo es. Si fuera una Rembrandt, no necesitaríamos trabajar más. ¡Ni en esta vida, ni en la próxima! –, río.

—Cuando vine el domingo pasado, todavía no estaba –, dije, pensativo.

—No. Ayer vino una mujer con esta pintura y me gustó. La compré, claro, tal vez si la puedo vender consigo el dinero que falta para que puedas viajar a Florencia para especializarte en tu carrera –, respondió mi padre, esperanzado, con un brillo en sus ojos.

Mis padres siempre quisieron que yo me especialice en mi carrera para tener mayores oportunidades y posibilidades en mi futuro. Por ello, en dos meses iba a viajar a Italia para estudiar en la Academia de Bellas Artes de Florencia. En realidad, iba a viajar antes, pero la situación en mi familia se complicó cuando mi madre nos abandonó en busca de su felicidad. Hace unos meses, mientras regía la cuarentena y toda la situación económica seguía empeorando, ella conoció, por redes sociales, a un reconocido y adinerado empresario americano y, en su desesperación por encontrar una vida más estable, decidió marcharse a Nueva York para seguir un nuevo rumbo que no podía encontrar en su humilde vida en San Telmo. A ella le afectó mucho la cuarentena sentimentalmente, ya no se la veía sonreír y, nosotros, nada pudimos hacer. Con lágrimas en los ojos, en una mezcla entre angustia, desesperación y culpa, ella se despidió y me entregó todo lo que ella tenía, que eran sus ahorros para mis estudios en el extranjero.

—Papá, ¿hablaste con mamá? –, pregunté sin pensar. Inmediatamente me arrepentí, aún todo era muy reciente.

—Sí, Joaquín. Ella está feliz. Allí vive bien –, respondió mi padre, un poco melancólico, pero tranquilo.

Me sorprendió su tranquilidad, pero me quedé pensando en aquella vez que me explicó que, cuando uno realmente ama a otra persona y sus caminos no están destinados a permanecer juntos, uno, en vez de enojarse y guardar rencor, le desea lo mejor a la otra persona por el amor que alguna vez sintieron. A veces, simplemente las vidas se escriben de diferentes maneras. Yo aun no comprendo mucho sobre el amor, pero mi padre me hacer ver las cosas de otra manera que yo no las puedo ver, en mi enojo con mi madre.

Yo sigo mirando la pintura, pero ya no estoy concentrado, un sentimiento de desazón y rabia me invade por la ausencia de mi madre. Mi padre me mira de reojo y se acerca a mí, apoya ambas manos sobre mis hombros. Yo alzo la mirada y lo veo a sus grandes ojos oscuros que me miran firmemente.

—Escuchame, Joaquín. La vida es así. Si es tuyo, siempre va a ser tuyo. Si no es tuyo, por más que le ruegues, jamás va a ser tuyo. Lo mismo sucede con el destino. Cuando dos personas no están destinadas a estar juntas, es mejor soltar. Uno aprende cuando ya es tiempo de soltar, y eso está bien –, explicó mi padre en su afán de hacerme sentir mejor.

En ese momento, y antes de que pudiera decir algo, se siente el ruido de la puerta del local abriéndose, y entran dos personas hablando otro idioma.

—Andá a atender a esos italianos, hijo –, mi padre pidió y yo asentí con la cabeza.