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El Príncipe Feliz y otros cuentos fue publicado por Oscar Wilde en Mayo de 1888 y no ha perdido su atracción hasta nuestros días, combinando a la perfección el estilo de los cuentos de hadas con un trasfondo gótico y trágico. Temas recurrentes de la ficción tales como la entrega de uno mismo por el amado o la imposibilidad del amor si no hay eternidad se ofrecen aquí a los lectores de las nuevas generaciones como una perspectiva nueva e iluminadora. Su cuento más célebre le da el nombre al libro, «El Príncipe Feliz» expone la conocida tesis de Oscar Wilde sobre la diferencia entre la belleza interna y la externa y prefigura su novela más famosa, El Retrato de Dorian Gray. El otro cuento que ha tomado mucha notoriedad es «El ruiseñor y la rosa», donde el amor romántico es abordado para demostrar que en realidad el verdadero amante es al final un ruiseñor y los enamorados no son, en realidad, dignos del amor. Los otros cuentos también muestran su interés, sobre todo en la lectura y superación que Wilde ofrece acerca del Cristianismo y la sociedad victoriana.
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Seitenzahl: 79
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Oscar Wilde
El Príncipe Feliz y otros cuentos
Nueva traducción al español
Traducido del inglés por Guillermo Tirelli
Rosetta Edu
Título original: The Happy Prince and Other Tales
Primera publicación: 1888
© 2022, Guillermo Tirelli, por la traducción
All rights reserved
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Primera edición: abril 2022
Publicado por Rosetta Edu
Londres, abril 2022
www.rosettaedu.com
Rosetta Edu
CLÁSICOS EN ESPAÑOL
Rosetta Edu presenta en esta colección libros clásicos de la literatura universal en nuevas traducciones al español, con un lenguaje actual, comprensible y fiel al original.
Las ediciones consisten en textos íntegros y las traducciones prestan especial atención al vocabulario, dado que es el mismo contenido que ofrecemos en nuestras célebres ediciones bilingües utilizadas por estudiantes avanzados de lengua extranjera o de literatura moderna.
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Londres
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INDICE
EL PRÍNCIPE FELIZ
EL RUISEÑOR Y LA ROSA
EL GIGANTE EGOÍSTA
EL AMIGO FIEL
EL COHETE EXTRAORDINARIO
A
CARLOS BLACKER
EL PRÍNCIPE FELIZ
En lo alto de la ciudad, sobre una alta columna, se encontraba la estatua del Príncipe Feliz. Estaba dorado por todas partes con finas hojas de oro fino, por ojos tenía dos zafiros brillantes, y un gran rubí rojo brillaba en la empuñadura de su espada.
Era muy admirado. «Es tan bello como una veleta», comentó uno de los concejales que deseaba ganarse la reputación de tener gustos artísticos; «sólo que no es tan útil», añadió, temiendo que la gente lo considerara poco práctico, cosa que en realidad no era.
«¿Por qué no puedes ser como el Príncipe Feliz?», le preguntó una madre sensata a su hijito que lloraba pidiendo la luna. «El Príncipe Feliz ni siquiera sueña con llorar por nada».
«Me alegro de que haya alguien en el mundo que sea bastante feliz», murmuró un hombre decepcionado mientras contemplaba la maravillosa estatua.
«Parece un ángel», dijeron los Niños de la Caridad al salir de la catedral con sus brillantes capas escarlatas y sus limpios guardapolvos blancos.
«¿Cómo lo saben?», dijo el Maestro de Matemáticas, «si nunca han visto uno».
«¡Ah! pero claro que sí, en nuestros sueños», respondieron los niños; y el Maestro de Matemáticas frunció el ceño y se mostró muy severo, pues no aprobaba que los niños soñaran.
Una noche sobrevoló la ciudad pequeño Golondrina. Sus amigos se habían marchado a Egipto seis semanas antes, pero él se había quedado, pues estaba enamorado de la más bella Carrizo. La había conocido a principios de la primavera, mientras volaba por el río tras una gran polilla amarilla, y se había sentido tan atraído por su esbelta cintura que se había detenido a hablar con ella.
« ¿Puedo amarte?», dijo Golondrina, a quién le gustaba ir al grano de inmediato, y Carrizo le hizo una pequeña reverencia. Entonces él voló alrededor de ella, tocando el agua con sus alas, y haciendo ondas de plata. Este fue su cortejo, que duró todo el verano.
«Es una relación ridícula», decían las otras Golondrinas; «no tiene dinero y tiene demasiados parientes»; y, en efecto, el río estaba lleno de Carrizos. Luego, cuando llegó el otoño, todas las Golondrinas se fueron volando.
Cuando se marcharon, él se sintió solo y empezó a cansarse de su amada. «No tiene conversación», dijo, «y me temo que es una coqueta, porque siempre está flirteando con el viento». Y ciertamente, siempre que el viento soplaba, Carrizo hacía las más graciosas reverencias. «Admito que es doméstica», continuó, «pero a mí me encanta viajar, y a mi esposa, en consecuencia, también debería gustarle viajar».
«¿Quieres venir conmigo?», le dijo finalmente; pero Carrizo negó con la cabeza, tan apegada estaba a su hogar.
«Has estado jugando conmigo», gritó él. «Me voy a las Pirámides. ¡Adiós!», y se fue volando.
Durante todo el día voló, y por la noche llegó a la ciudad. «¿Dónde me alojaré?», dijo; «espero que la ciudad haya hecho los preparativos».
Entonces vio la estatua sobre la alta columna.
«Me alojaré allí», gritó; «es una buena posición, con mucho aire fresco». Así que se posó justo entre los pies del Príncipe Feliz.
«Tengo un dormitorio dorado», se dijo en voz baja mientras miraba a su alrededor, y se preparó para dormir; pero justo cuando metía la cabeza bajo el ala le cayó una gran gota de agua. «¡Qué cosa tan curiosa!», exclamó; «no hay ni una sola nube en el cielo, las estrellas se ven bien claras y brillantes, y sin embargo está lloviendo. El clima en el norte de Europa es realmente espantoso. A Carrizo le gustaba la lluvia, pero eso era sólo su egoísmo».
Entonces cayó otra gota.
«¿Para qué sirve una estatua si no puede proteger contra la lluvia?», dijo; «tengo que buscar un buen copete de chimenea», y decidió que se iría volando.
Pero antes de que abriera las alas, cayó una tercera gota, levantó la vista y vio... ¡Ah! ¿Qué fue lo que vio?
Los ojos del Príncipe Feliz estaban llenos de lágrimas, y las lágrimas corrían por sus mejillas doradas. Su rostro era tan bello a la luz de la luna, que pequeño Golondrina se llenó de compasión.
«¿Quién eres tú?», dijo.
«Soy el Príncipe Feliz».
«¿Por qué lloras entonces?», preguntó Golondrina; «me has empapado».
«Cuando estaba vivo y tenía un corazón humano», respondió la estatua, «no sabía lo que eran las lágrimas, pues vivía en el Palacio de Sans-Souci, donde no se permite la entrada del dolor. Durante el día jugaba con mis compañeros en el jardín, y por la noche dirigía la danza en el Gran Salón. Alrededor del jardín había un muro muy alto, pero nunca me preocupé de preguntar qué había más allá, todo lo que me rodeaba era tan hermoso. Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz, y feliz era, si el placer es la felicidad. Así viví y así morí. Y ahora que he muerto me han colocado aquí tan alto que puedo ver toda la fealdad y toda la miseria de mi ciudad, y aunque mi corazón es de plomo no puedo sino llorar».
«¿Qué? ¿No es de oro macizo?», se dijo Golondrina. Era demasiado educado como para hacer comentarios personales en voz alta.
«Muy lejos», continuó la estatua con una voz musical grave, «muy lejos, en una pequeña calle, hay una casa pobre. Una de las ventanas está abierta, y a través de ella puedo ver a una mujer sentada a la mesa. Su rostro está delgado y desgastado, y tiene las manos ásperas y rojas, pinchadas por la aguja, pues es costurera. Está bordando flores de la pasión en un vestido de satén para que la más bella de las damas de honor de la Reina lo vista en el próximo baile de la Corte. En una cama en la esquina de la habitación, su hijo pequeño está enfermo. Tiene fiebre y pide naranjas. Su madre sólo tiene agua del río para darle, así que llora. Golondrina, Golondrina, pequeño Golondrina, ¿no le llevarás el rubí de la empuñadura de mi espada? Mis pies están sujetos a este pedestal y no puedo moverme».
«Me esperan en Egipto», dijo Golondrina. «Mis amigos están volando Nilo arriba y Nilo abajo, y hablando con las grandes flores de loto. Pronto se irán a dormir a la tumba del gran Rey. El Rey está allí en su ataúd pintado. Está envuelto en lino amarillo y embalsamado con especias. Alrededor de su cuello hay una cadena de jade verde pálido, y sus manos son como hojas marchitas».
«Golondrina, Golondrina, pequeño Golondrina», dijo el Príncipe, «¿no te quedarás conmigo una noche y serás mi mensajero? El niño está tan sediento, y la madre tan triste».
«No creo que me gusten los chicos», respondió Golondrina. «El verano pasado, cuando me quedé en el río, había dos chicos rudos, los hijos del molinero, que siempre me tiraban piedras. Nunca me golpearon, por supuesto; las golondrinas volamos demasiado bien como para eso, y además, vengo de una familia famosa por su agilidad; pero aun así, era una falta de respeto».
Pero el Príncipe Feliz tenía un aspecto tan triste que pequeño Golondrina se apenó. «Hace mucho frío aquí», dijo; «pero me quedaré contigo una noche, y seré tu mensajero».
«Gracias, pequeño Golondrina», dijo el Príncipe.
Y Golondrina cogió el gran rubí de la espada del Príncipe y se fue volando con éste en el pico por encima de los tejados de la ciudad.
Pasó junto a la torre de la catedral, donde estaban esculpidos los ángeles de mármol blanco. Pasó por el palacio y escuchó el sonido de una danza. Una hermosa muchacha salió al balcón con su amante. «¡Qué maravillosas son las estrellas!», le dijo él, « ¡y qué maravilloso es el poder del amor!».
«Espero que mi vestido esté listo a tiempo para el Baile Oficial», contestó ella; «he ordenado que le borden flores de la pasión; pero las costureras son muy perezosas».
Pasó por el río y vio los faroles colgados en los mástiles de los barcos. Pasó por el gueto y vio a los viejos judíos regateando entre sí y pesando el dinero en balanzas de cobre. Por fin llegó a la casa donde vivían los pobres y miró dentro. El niño se revolvía febrilmente en su cama, y la madre se había quedado dormida, tan cansada. Entró de un salto y dejó el gran rubí sobre la mesa, junto al dedal de la mujer. Luego voló suavemente alrededor de la cama, abanicando la frente del niño con sus alas. «Qué fresco me siento», dijo el niño, «debo estar mejorando»; y se hundió en un delicioso sueño.
