El príncipe y la plebeya - Trish Morey - E-Book

El príncipe y la plebeya E-Book

Trish Morey

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Beschreibung

La condición era que el amor no entrara en el juego… Sienna Wainwright pasó una noche apasionada con el magnate Rafe Lombardi y al día siguiente él la echó sin ceremonias de la habitación. Sienna esperaba no ver nunca más a ese arrogante donjuán. Pero seis semanas después el mundo cambió irreversiblemente para ella… Descubrió que Rafe no era sólo un multimillonario, sino el príncipe de Montvelatte. Y lo que era peor, la había dejado embarazada… ¡de mellizos! ¿Qué alternativas tenía Sienna ahora? Rafe estaba decidido a reclamar a sus herederos y a hacerla a ella su esposa.

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Seitenzahl: 164

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2009 Trish Morey

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El príncipe y la plebeya, n.º 1978 - marzo 2022

Título original: Forced Wife, Royal Love-Child

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-589-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

El sexo fue bueno.

Sorprendentemente bueno.

Con un gruñido, Rafe se rindió a lo inevitable y estrechó el cuerpo de ella, aspirando profundamente el adormilado aroma de su piel, deleitándose con el olor mezclado de la pasión y el perfume femenino; e, inmediatamente, sintió una nueva oleada de deseo. Apenas había dormido, pero ya quería poseerla otra vez y no estaba dispuesto a desperdiciar ni un minuto de su primera noche juntos. Sobre todo, teniendo en cuenta que le había llevado casi una semana acostarse con ella.

No recordaba la última vez que eso le había ocurrido.

A través de las finas cortinas de su apartamento, las luces de París aún brillaban, a pesar de la suave luz del amanecer. Puso los labios en la garganta de ella y, al instante, se vio recompensado por un gemido de placer. Sonrió.

Ella se despertó entonces y se volvió hacia él con un suspiro.

Rafe se colocó encima, acoplándose entre sus piernas. Habían desperdiciado una semana. No iba a desperdiciar ni un segundo más.

Bajó la cabeza y capturó con los labios un maduro pezón, lo chupó y lo acarició con la lengua. Ella se arqueó bajo su cuerpo, gimió y enterró los dedos en sus cabellos.

Le encantaban esos senos, le encantaban su forma y su textura. Le encantaba hacer que esos pezones se irguieran. No lograba saciarse de ese olor a mujer, sal y sexo. Y cuando ella alzó las caderas, buscándolo, no encontró sentido a esperar más.

Incorporándose ligeramente, agarró una envoltura de encima de la mesilla de noche y lo abrió con los dientes.

–Déjame a mí –dijo ella con voz ronca y el deseo reflejado en sus ojos castaños.

Él sonrió cuando ella le quitó el condón y, casi con reverencia, se lo colocó. Alzó los ojos al techo al sentir el delicado roce de los dedos de esa mujer que la noche anterior se había mostrado tan nerviosa respecto al sexo. Las próximas semanas prometían ser extraordinarias.

Agonizando ya, él le agarró una mano, concluyó la tarea y, aplastándola contra el colchón, se adentró profundamente en ella.

La fusión de sus cuerpos le dejó sin pensamiento consciente…

El sexo con esa mujer era perfecto.

 

 

Esa imagen en el espejo no podía ser la suya. Sienna Wainwright se quedó inmóvil. La desconocida tenía los ojos desmesuradamente abiertos, a pesar de la falta de sueño, los labios hinchados y enrojecidos; y sus cabellos, normalmente recogidos y bien peinados, estaban revueltos. Su aspecto era lascivo y estaba a un millón de kilómetros de donde debía estar.

¡De donde había estado!

Hasta la noche anterior. Hasta que sus defensas se derrumbaron.

Cerró los ojos con fuerza y respiró profundamente, su respiración más dificultosa con el recuerdo de la maravillosa noche de amor.

Rafe Lombardi, experto en finanzas a nivel internacional y multimillonario, lo que no era de extrañar, dada su habilidad para darle la vuelta a negocios a punto de naufragar y convertirlos en empresas de éxito mundial. El soltero más deseado e inalcanzable de la tierra, según los rumores de los medios de comunicación. Un rompecorazones.

Y era por eso precisamente por lo que había querido mantener la distancia. No pertenecía al mundo de Rafe, ni económica, ni social ni sexualmente. Hasta ahora, su experiencia con los hombres había sido muy limitada y decepcionante.

Por el contrario, Rafe Lombardi se desenvolvía en los círculos de la alta sociedad: entre banqueros, hombres de negocios y mujeres de exquisita belleza que se aferraban a ellos como accesorios. ¿Qué podía ver un hombre así en una mujer que trabajaba para ganarse la vida?

Por eso Sienna había hecho lo posible por resistirse a él, pensando que Rafe acabaría por perder el interés en ella.

Pero no había sido así. En vez de abandonar la caza, Rafe la había seguido con una dedicación que la había aterrorizado y encantado simultáneamente.

Evidentemente, Rafe Lombardi era un hombre acostumbrado a salirse con la suya.

Sienna abrió el grifo de la ducha y cerró los ojos mientras dejaba que el agua le acariciase la piel en la que Rafe, recientemente, había ejercido su magia, y había prometido volver a hacerlo al decirle que se reuniría con ella en la ducha.

Rafe y agua. Una mezcla mortal.

Involuntariamente, lanzó una queda carcajada. ¿Cuántas veces lo había rechazado durante los últimos días? Debía de haber estado loca. Porque, después de sólo una noche con él, cualquier mujer aceptaría lo que Rafe Lombardi quisiera ofrecerle, lo retendría todo lo posible y… al demonio con las consecuencias.

Además, ella había sufrido mucho durante los últimos meses con su traslado de vuelta a Europa, hasta encontrar una casa y un trabajo. Se merecía un poco de descanso y diversión.

Se enjabonó el cabello mientras pensaba qué diferenciaba a Rafe del resto de los hombres que había conocido. Desde luego, la altura, la morena piel y el espeso y ondulado cabello que le acariciaba el cuello de la camisa eran suficientes detalles para distinguirlo.

Pero se trataba de algo más. Rafe tenía confianza en sí mismo y se le notaba. E irradiaba poder.

Sienna tembló al recordar lo vulnerable que él la había hecho sentirse con sólo mirarla. Tenía la habilidad de hacer que una mujer se sintiera atractiva, el centro del universo… Y luego Rafe utilizaba esa habilidad para doblegarla en la cama.

Sienna alzó el rostro hacia la cabeza de la ducha. No, Rafe Lombardi no se parecía a ningún otro. Y era la clase de hombre del que cualquier mujer podía enamorarse con facilidad…

«¡Oh, no!».

Sienna cerró el grifo bruscamente y agarró una toalla, enfadada consigo misma por dar rienda suelta a su imaginación. Recordar los momentos de pasión con él era una cosa, pero imaginar un cuento de hadas con un final feliz que jamás se realizaría…

Vivir en París debía de habérsele subido a la cabeza. Acababa de conseguir el trabajo de su vida. No había nada malo en tener una aventura amorosa, pero eso era todo.

Sienna se envolvió en la toalla y, ahora que el agua de la ducha no corría, pudo oír el sonido de un canal de noticias en el televisor de la habitación. Rafe debía de haberla encendido para ver el informe del mercado de divisas internacionales antes de reunirse con ella en la ducha. Cosa que no había hecho.

Con el cabello envuelto en una toalla estilo turbante y cubierta con un albornoz que había encontrado colgando en un gancho de la puerta del baño, Sienna salió a la suite.

En la habitación había un carrito con café y desayuno, pero Rafe estaba de pie junto a la cama con un par de pantalones vaqueros con la cremallera subida, pero el botón de la cinturilla desabrochado, escuchando absorto las noticias en italiano.

Sienna se le acercó y, por primera vez desde que estaban juntos, Rafe no se volvió hacia ella ni le sonrió.

–¿Qué pasa? –le preguntó Sienna, incapaz de evitar ponerle una mano en la espalda–. ¿Qué ocurre?

–Sssss –pronunció él, silenciándola, apartándose de ella.

Sienna sintió su distanciamiento. Oyó un nombre, Montvelatte, que reconoció como un pequeño principado entre Francia e Italia, y vio un reportero delante de un palacio de ensueño iluminado en la oscuridad de la noche; después, una hilera de casinos famosos bordeando el puerto y una foto del anterior príncipe, Eduardo. El periodista continuó hablando en italiano y se vieron imágenes de un grupo de gendarmes acompañando al príncipe y a su hermano hasta unos coches que, después, se alejaron de allí.

Sienna frunció el ceño. Era evidente que había problemas en Montvelatte.

El periodista acabó su informe con un enfático:

–¡Montvelatte, finito!

Rafe apagó el televisor con el mando a distancia y se volvió de espaldas a ella y a la pantalla mesándose el cabello.

Sienna se quitó la toalla de la cabeza y comenzó a secarse el pelo.

–¿Qué ha pasado? –preguntó–. Me ha dado la impresión de que la policía ha arrestado a toda la familia real.

Rafe se dio la vuelta, su hermoso y duro rostro expresaba dolor.

–Se ha acabado –dijo en un tono que la dejó helada–. Se ha acabado.

Un inexplicable temor se apoderó de ella. Por fin, Rafe había reconocido su presencia, pero realmente no la estaba viendo.

–¿Qué es lo que se ha acabado? ¿Qué ha pasado?

–Justicia –respondió Rafe crípticamente.

Entonces, colocándose frente a ella, con el pecho desnudo tan cerca que le quitó la respiración, le arrebató la toalla de las manos y la tiró al suelo.

Sienna tembló. El pulso se le aceleró como siempre que él le prestaba toda su atención.

–Dime, ¿qué significa lo que has dicho? –preguntó en un susurro.

Rafe no respondió. En su lugar, lo que hizo fue desabrocharle el cinturón del albornoz y abrírselo. Ella sintió sus besos en la piel.

–Significa que te deseo –dijo Rafe mientras le acariciaba un pecho–. ¡Ahora mismo!

Su cuerpo estaba dispuesto para ello, se lo decían el hinchazón de los pechos y el pulso caliente entre sus muslos. Pero algo asomó a los ojos de él, y sintió parte del tormento que estaba padeciendo Rafe, y el pánico se apoderó de ella al enfrentarse a la verdad: Rafe no la estaba viendo, no tenía verdadera consciencia de ella. Para él, ella se había convertido en un vehículo para aliviar la tensión a la que estaba sometido. De nuevo, se preguntó por qué parecía importarle tanto lo que ocurría en ese diminuto principado que, cuando aparecía en las noticias, era debido a los asuntos amorosos de sus príncipes, no a los intereses financieros que, normalmente, interesaban a Rafe.

Sienna le puso las manos en el pecho con el fin de apartarse de él.

–No creo que sea buena idea –le dijo, a pesar de que su cuerpo traicionaba sus palabras–. Además, tengo que ir a trabajar… o llegaré tarde.

–¡Pues llega tarde!

Rafe le puso una mano en la nuca y la atrajo hacia sí. Le capturó la boca y la besó con pasión. Rafe sabía a café y a deseo, un sabor que Sienna ya conocía. Pero ahora también sabía a otra cosa, a algo desencadenado por el reportaje que él había visto en televisión y que añadía furia contenida a su beso.

La boca de él se movió por su garganta y sus pechos al tiempo que, con las manos, le quitaba el albornoz para estrechar su cuerpo desnudo.

Sienna se rindió, sus sentidos llenos del sabor y el aroma de Rafe. Él le chupó los pechos y entonces oyó el sonido de la cremallera de los pantalones…

Una vorágine de sensaciones la embargaron y amenazaron con consumirla. Rafe la levantó y le hizo rodearle la cintura con las piernas. Por fin, sintió el duro miembro de Rafe empujando… y ella lo absorbió.

Rafe lanzó un gruñido al llenarla, un sonido semejante al de un animal herido, y ella se aferró a él.

Se movieron a un ritmo acelerado, furioso, hasta que Sienna estalló. Entonces, Rafe la tumbó en la cama y se salió de ella, quedándose muy quieto, al borde del orgasmo. Con ojos turbios aún por la pasión, ella lo miró, vio agonía en su rostro y recibió su mensaje: era ya demasiado tarde. Entonces, con un último empellón, Rafe se hundió completamente en ella, liberando su tensión y haciéndola caer en el abismo una vez más.

 

 

La voz de Rafe, en un tono bajo y urgente hablando por teléfono, la despertó. Abrió los ojos, miró el reloj y, levantándose instantáneamente, fue al baño a vestirse.

Rafe apenas notó los movimientos de Sienna, su atención al cien por cien centrada en lo que su socio le estaba diciendo. Yannis Markides era una de las pocas personas en el mundo que conocían la identidad del padre de Rafe y que sabía mejor que nadie lo que significaba para él el reportaje que había visto en televisión.

–Tienes que marcharte –le dijo Yannis–. Es tu deber.

–Hablas como Sebastiano, que ya está en París y, al parecer, de camino. Desde luego no ha perdido el tiempo y me ha localizado.

–Sebastiano tiene motivos para ello. Sin ti, Montvelatte dejará de existir. ¿Quieres ser el responsable de que eso ocurra?

–No soy el único. También está Marietta…

–Si cargas el peso de todo esto en los hombros de tu hermana pequeña perderás mi amistad para siempre. Además, sabes que, según la ley, el heredero tiene que ser un varón. Es tu deber, Raphael.

–Aunque fuera, no es seguro salvar el principado. La isla está en bancarrota. Ya has oído el reportaje: Carlo, Roberto y sus cómplices han saqueado la economía.

Se oyó una carcajada al otro lado de la línea telefónica.

–¿No es así como tú y yo nos ganamos la vida, salvando empresas en bancarrota?

–En ese caso, ve tú, si tanto te preocupa. A mí me gusta mi vida tal y como es.

Y era verdad. Había trabajado duramente para llegar a donde estaba y, sobre todo, se había demostrado a sí mismo que no necesitaba ser un miembro de la realeza para ser alguien.

–Pero no es cosa mía, Rafe. Tú eres el hijo. Sólo tú puedes hacer lo que hay que hacer –se hizo una pausa–. Además, ¿no crees que tu es lo que tu madre habría querido que hicieras?

Rafe debería haber visto venir el golpe bajo de Yannis. Se habían criado juntos y su amistad era más profunda que la relación que podía haber tenido con un hermano. Lo malo de eso era que Yannis conocía muy bien sus puntos débiles.

–De lo único de lo que me alegro es de que muriese antes de enterarse de que sus propios hijos fueron los que organizaron la muerte de él.

–No todos –lo corrigió Yannis–. Tú no.

Rafe lanzó una amarga carcajada.

–Eso es, yo, el hijo bastardo. El hijo al que él envió al exilio junto a su madre y a su hermana pequeña. ¿Por qué iba yo a querer salvar de la ruina a esa isla principado? Siento lo que le pasó y siento que sus propios hijos conspirasen contra él, pero… ¿por qué voy a querer yo encargarme del destrozo? Siento mucho lo que le pasó, pero no le debo nada.

–¿Que por qué tú? Porque la sangre de ese principado corre por tus venas. Es tu deber y un derecho tuyo, Rafe. Si no quieres hacerlo por tu padre, hazlo por tu madre.

Rafe sacudió la cabeza intentando aclarar sus ideas. Yannis lo conocía demasiado bien, sabía que no sentía ninguna lealtad por un padre que, para él, sólo había sido un nombre, alguien que le había despreciado y también a la mujer que lo había dado a ese hijo. Ni siquiera había sentido su muerte al enterarse de que no había sido un accidente. Era imposible sentir la pérdida de alguien a quien nunca se había tenido, y el príncipe Eduardo jamás había formado parte de su vida.

Pero su madre era diferente. Louisa había amado Montvelatte y había hablado incesantemente de sus aromáticos campos de naranjos, de sus viñedos y de las montañas salpicadas de olivos y flores silvestres que nunca más volvería a ver.

Louisa jamás había olvidado la pequeña isla que había sido su hogar durante veintiún años y de la que la habían exiliado durante el resto de su corta existencia.

Yannis tenía razón. Su madre siempre había soñado con regresar. No había ocurrido durante su vida, pero quizá él pudiera hacer que volviera en espíritu.

«¡Merda!».

Sienna salió del cuarto de baño lista para ir a trabajar y con el ceño fruncido. Habían hecho el amor rápidamente, con demasiada premura para pararse a pensar en protección. El riesgo a que se quedara embarazada era bajo, ya que pronto iba a tener la regla, pero no era imposible y ahora se arrepentía de haber dejado de tomar la píldora un mes atrás. En su momento, no había tenido sentido preocuparse por ello; y con todo lo demás que había estado ocurriendo en su vida, buscar un nuevo médico era lo último en lo que había pensado. Ahora, sentía no haberlo hecho.

Y a pesar de que iba a trabajar con retraso, no quería marcharse sin mencionar el tema a Rafe.

–Tenemos que hablar –le dijo, ahora que Rafe había colgado el teléfono, mientras recogía sus cosas y las metía en el bolso.

Sienna se volvió al ver que él no respondía. Rafe estaba sentado en la cama, de espaldas a ella, con las manos en la cabeza. Parecía tan desolado que casi no lo reconocía. Se le veía… vulnerable.

–¿Qué te pasa? –le preguntó, acercándosele, pero con miedo de tocarlo–. ¿Qué te ocurre? ¿Es por lo del reportaje de televisión sobre Montvelatte?

Rafe lanzó un suspiro y alzó el rostro, masajeándose las sienes.

–¿Qué es lo que sabes de esa isla? –le preguntó Rafe.

Sienna se encogió de hombros.

–Poco, como el resto de la gente. Sé que es una pequeña isla en el Mediterráneo, famosa por su belleza y por sus casinos, de los que depende su economía. Una meca para los turistas y los jugadores.

Rafe lanzó un gruñido antes de agarrarle las manos y besárselas.

–Y ahora resulta que también por sus gánsteres. Al parecer, a través de los casinos, han estado blanqueando dinero obtenido del tráfico de drogas desde que el príncipe Carlo se subió al trono hace cinco años.

El tiempo siguió corriendo y ella se lamentó en silencio. Tenía que ir a trabajar. Le había costado mucho conseguir trabajo en Sapphire Blue Charter, se lo debía a que hablaba francés y a tres extraordinarias referencias, a pesar de ser mujer y australiana; no obstante, estaba en periodo de prueba. Y con el retraso que llevaba, tendría suerte de tener aún trabajo cuando llegara al aeropuerto. Pero no podía dejarlo así.

–Sigo sin entenderlo. ¿Han arrestado al príncipe y a su hermano por blanqueo de dinero obtenido del tráfico de drogas? ¿No tienen primero que ver si son culpables en un juicio?

Rafe se levantó de la cama, y agarró una bata blanca y se la puso.

–No he dicho que los hayan arrestado por lo del blanqueo de dinero.

–Entonces, ¿por qué?

–Porque se los ha conectado con la muerte del príncipe anterior, su padre.

Durante un momento, Sienna guardó silencio mientras trataba de recordar lo poco que sabía de aquel principado.

–Pero… ¿el príncipe Eduardo no se ahogó? Según creo recordar, se cayó de su yate al mar y se ahogó.

–Las autoridades competentes acaban de descubrir nuevas pruebas. El príncipe Eduardo no se cayó del yate.

Súbitamente, la verdad la golpeó. ¿Habían matado a su propio padre? No era de extrañar que los noticiarios estuvieran hablando tanto de ello. Era más que un escándalo, era una monarquía en crisis, una pesadilla diplomática. Una pesadilla que, por algún motivo que ella desconocía, afectaba a Rafe.