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Un joven aprendiz de mago elegido para ser guardián de cinco poderosas gemas pronto se ve envuelto en una conspiración que amenaza con cambiar para siempre todo lo que conoce poniendo en un peligro sin precedentes no solamente el mundo sino hasta la misma realidad.Ayudado por una amable anciana, un desconfiado guerrero de tierras lejanas y un misterioso personaje que parece saber demasiado, Nildav emprenderá un viaje que pondrá a prueba todo lo que creía saber del mundo.
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Seitenzahl: 481
Veröffentlichungsjahr: 2019
Simos, Carlos
El quinto guardián / Carlos Simos. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2019.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-87-0099-1
1. Novela. 2. Narrativa Argentina Contemporánea. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: [email protected]
Imagen de portada: Fabrizio Puzzella
Mapa y personajes: Emilse Silva
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
SUELO GRANDE
1
EN BUSCA DEL SIGUIENTE GUARDIÁN
Esta historia comienza hace mucho tiempo atrás, en un tiempo ya olvidado por el hombre, en una tierra que ya no existe debido al abrupto cambio de nuestro mundo y con la criaturas más maravillosas que hoy en día uno se pueda imaginar, tan irreales y extraordinarias que el solo hecho de mencionarlas deja un manto de oscuridad sobre la realidad de su antigua existencia. En esa mágica época, un día como otros tantos, amaneció sobre la tierra la luz dando color a la vida, los primeros rayos atravesaron las gigantes ventanas de la Torre de los Guardianes, iluminando el gran salón donde se encontraban cuatro magos muy importantes.
Cada uno de ellos pertenecía a una raza distinta de las tierras de aquellos tiempos donde transcurrió esta historia: un bidart, un sert, un gruthor, y un druidar.
Uno de ellos, el más notable, tomó asiento invitando a hacerlo a los otros tres magos presentes.
—Ya es hora de buscar al Quinto Guardián –dijo Felker, el bidart.
—Estos humanos son muy irresponsables –replicó Nat, el sert –hemos estado advirtiéndoles que nos prepararan a uno de los suyos, sin embargo aún seguimos esperando.
—Es una vergüenza y una burla para nuestra sociedad –continuó Atrhos, el gruthor, con voz grave y gutural.
Entonces Filgor, el druidar, que estaba sentado, interrumpió la reflexión.
—No los culpen –dijo– es obvio que son una raza débil e ignorante para tener a un mago digno; de todas maneras hemos estado pasando por esto todo el tiempo, mejor cabalguemos hacia las tierras de Aranei pues el camino es largo y el tiempo nos apura.
Así pues, se dispusieron los cuatro magos a salir acompañados del sol que asoma muy temprano en esa época del año y se dirigieron al sur.
Es importante hacer una pausa aquí para poder explicar las características de las razas que forman parte de este relato ya que difieren entre sí, no solo por sus características físicas sino también interiormente.
Se puede decir que un bidart se asemejaba físicamente al ser humano. Sumamente generosos y sociales; ellos eran seres hermosos de ojos verdes y largos cabellos blancos y lacios tanto hombres como mujeres, incluso los ancianos. Se cubrían con túnicas y vestidos de largas mangas, de seda y algodón. Sus edades alcanzaban hasta ciento cincuenta años en los hombres pero las mujeres podían vivir hasta los ciento noventa.
Un sert, en cambio, era un ser muy orgulloso de particularidades físicas humano/felino, cabellos color fuego, ojos de lince sin cejas, manos con notables uñas al igual que los pies. Lo que más se podía apreciar eran sus colmillos, que sobresalían por debajo del labio superior (si se puede decir que tenían labios). Eran guerreros por naturaleza, solían vestirse con atuendos de mangas largas y las prendas de la cintura para abajo llegaban a los tobillos, usando como calzado unas vendas que cubrían la mayor parte de sus pies dejando expuestas sus garras.
El gruthor podría considerarse el más diferente y misterioso de todos. Era, dicho de alguna manera, hombre/bestia u hombre/demonio, no se podría saber con certeza. Medían poco más de dos metros de largo, no tenían cabello ni vellos en ningún lugar del cuerpo, poseían dos pequeños cuernos en la frente, carecían de orejas mostrando un pequeño orificio en cada lado de la cara. El color de su piel era azul y su sangre negra; aunque su cuerpo era similar al del ser humano, sus músculos eran superlativamente desarrollados y no poseían ombligo, pues ellos nacían de la tierra y la sangre. Jamás cubrían sus torsos, solo usaban una especie de prenda larga hecha de cuero hasta los tobillos.
Estos seres llegaban a vivir hasta setecientos años, su origen siempre había sido un misterio, se solía decir con frecuencia que fueron los primeros seres vivientes sobre la tierra, cuando aún el mundo no tenía luz ni voz propia. Ellos mismos eran dioses y demonios; aunque otras historias contradecían esto y afirmaban que eran las primeras y únicas criaturas castigadas por dios, condenados a vivir como mortales sin merecer el mundo que en un principio había sido dado para ellas. Hasta la época en que ocurren los hechos narrados, estos seres permanecieron ocultos de todo individuo viviente y todo asunto ajeno a sus intereses, y es indispensable advertir que nadie deseaba encontrarse con estos seres a solas.
Finalmente el druidar, era el ser más especial de los cuatro mencionados, poseían un poder increíble que despertaba en todo su esplendor en las primaveras. Tenían un rostro similar al humano y sus orejas eran puntiagudas, sus manos tenían cuatro dedos al igual que los pies y en cada codo sobresalía un hueso similar a un cuerno, levemente inclinado hacia los hombros y de unos veinte centímetros de curvatura. Llegaban a vivir setenta años y usaban una larga túnica sin mangas que cubría todo el cuerpo. Siempre fueron conocidos también como los herederos de la tierra por su espíritu puro, por ser los primeros en dar vida a la tierra, cosechándola y dándole color.
Era mediodía, un ojo azul y profundo se abre de repente.
—Nildav ya es hora de comer hijo, levántate –llamó Sheirá, su madre.
—Madre, aún es temprano y no termino de soñar –bostezó Nildav.
—No es temprano para nada, debes apresurarte, acuérdate que hoy es un día muy importante para ti y debes estar con energías –replicó Sheirá.
De inmediato Nildav se levantó y miró por la ventana el esplendor de un día muy hermoso: las mujeres colgaban a secar sus prendas de vestir, los pequeños jugaban alrededor de un árbol y los pájaros no cesaban de cantar. Nildav era un joven de dieciocho años de edad, de cuerpo delgado, piel clara y largo cabello castaño atado en una sola trenza.
Después de lavarse se dirigió hacia la cocina donde su madre estaba cocinando y la saludó con el abrazo que solo un hijo puede demostrar, luego se sentó a la mesa, frente a un cuadro que colgaba de la pared donde estaba pintada la imagen de su padre, fallecido tiempo antes y la contempló un momento como hacía todos los días.
Era una jornada muy especial para él puesto que era uno de los magos que se postularían ante los Guardianes que venían en camino. Sheirá vio cómo su hijo miraba el cuadro de su esposo perdidamente y puso el plato de comida delante de él.
—¿Sabes que estoy orgullosa de ti, hijo? –dijo mientras se sentaba.
—Ojalá estuviera aquí para poder verme –susurró Nildav, sin quitar los ojos del cuadro.
—Estoy segura de que está viéndote en este momento y se siente orgulloso de ti, al igual que yo. Pero debes ser fuerte, te elijan o no, siempre te estaré apoyando. Ahora come –agregó con un gesto afectuoso.
Después de un par de horas un jinete que llegaba cabalgando desde el naciente, gritó con todas su fuerzas que se acercaban los magos guardianes. Inmediatamente todos los habitantes se prepararon y enviaron cerca de la entrada del pueblo a sus elegidos. Todo el mundo estaba presente para presenciar el gran suceso y la emoción de Nildav solo se comparaba con su nerviosismo.
Los Guardianes podían observar cómo los esperaba una gran muchedumbre, y divisaron a cuatro jóvenes un poco más adelante del numeroso grupo. Al llegar, se bajaron de sus caballos en medio de la gente que esperaba ansiosa el momento, agolpándose alrededor, uno de los ancianos del pueblo, se acercó para disuadirlos de no estorbar a los jinetes.
—¿Es que acaso no tienen respeto por los viajeros que vienen de tierras lejanas? –exclamó –Son autoridades muy importantes las que han venido. Primero los atenderé como se lo merecen, puesto que el viaje ha sido largo y luego se llevará a cabo la ceremonia –indicó.
Entonces invitó a los Guardianes a entrar en su casa, donde los atendió con comida y bebida. La impactante muchedumbre estaba un poco molesta por este suceso ya que el anciano los había avergonzado pero entendieron que era justo.
Dentro de la casa del anciano, tomaron asiento a la mesa los cuatro Guardianes, quienes fueron agasajados con abundante comida y refrescante bebida.
—Por favor, disculpen la ingratitud de nuestro pueblo –dijo el anciano– ya que este tipo de eventos no pasan muy a menudo y por lo tanto se encuentran impacientes. Ahora coman y beban cuanto quieran, si precisan algo más háganmelo saber.
—Anciano, has sido justo con nosotros, ¿Cuál es tu nombre? –dijo Nat, uno de los Guardianes
—Piros, mi señor.
—Recordaremos tu nombre –dijo Filgor–. Ahora dinos, ¿han preparado bien a los jóvenes de allá afuera? Pues he visto que no están en su mayoría de edad y no queremos volver a nuestra tierra con las manos vacías como otras veces –sentenció Filgor mirándolo seriamente al anciano que aún estaba parado junto a la puerta.
—Señor es verdad que son muy jóvenes todavía, incluso el menor tiene dieciocho años, pero se han esforzado en exceso para complacerlos este día.
—Eso está por verse…–dijo Atrhos mirando a Filgor.
Habían bebido y comido entonces los cuatro hasta quedar satisfechos y salieron luego de varios minutos y la gente volvió a juntarse en gran murmullo y curiosidad, los elegidos también volvieron a sus lugares mientras los Guardianes los observaban con determinado cuidado y severidad.
Entonces Filgor propuso la primera prueba: cada uno debía hacer levitar cuatro piedras de las tantas que habían en el suelo y sin mirar, ordenarlas por sus tamaños de mayor a menor haciéndolas estallar después en orden inverso utilizando sus poderes. Todos pudieron hacerlo aunque con algunos problemas, a veces uno espiaba u otro las hacía estallar demasiado fuerte provocando que volaran peligrosamente pedacitos de piedras hacia todos lados, mientras otro no lograba concentrar el poder suficiente para tal fin y las piedras solo se quebraban débilmente sin cumplir el objetivo. Pero cuando llegó el turno de Nildav, este levitó las más grandes desde el principio con los ojos cerrados, sin siquiera mover sus manos, luego las hizo estallar en perfecto orden y potencia. Esto llamó la atención de los Guardianes que vieron que habían pasado el primer desafío y luego pensaron en el siguiente.
Después de discutirlo unos segundos se acercó Filgor al mayor de todos que tenía veinticinco años y le preguntó:
—¿Cuál es tu nombre?
—Arafel, señor –contestó el muchacho muy nervioso.
—¿Crees que puedas doblar aquel árbol sin quebrarlo y luego volverlo a su forma original? –dijo Filgor señalándole uno muy grande que se encontraba a unos quince metros de él.
—Sí, señor, creo que puedo hacerlo.
Y procedió Arafel a extender su brazo hacia aquel árbol sin perder distancia y éste empezó a doblarse cual hoja, al tiempo que el muchacho sonreía orgulloso. Pero, al momento de regresarlo a su estado original, el árbol se quebró en dos partes de una manera tan brusca que salieron volando astillas por todos lados y la parte superior de la copa cayó al suelo. Arafel se sintió muy avergonzado por el hecho ocurrido y Filgor le dijo:
—Posees el poder de hacer pero tu confianza no te permite deshacer ¿con que objetivo has usado tu don?, piensa bien lo que vas a contestar.
—Creo que no estaba seguro de poder doblarlo como usted quería y menos de regresarlo como antes, así que solo me preocupé en concentrarme para lograr el primer fin –contestó pensativo y desilusionado Arafel.
—Correcto –aseveró Filgor pasando al segundo joven.
La gente ahí presente estaba muy sorprendida y de todas maneras apoyaron a Arafel.
—¿Cuál es tu nombre y tu edad? –preguntó el Guardián.
—Soy Ovich Sulcro, señor, y tengo veintidós años.
—Bien Ovich –dijo Filgor– ¿ves aquellas pequeñas flores que rodean el lago de tu pueblo?
—Sí, señor, las veo –respondió inquieto el joven.
—Bien, me gustaría que las hicieras florecer y multiplicar su número de tal manera que esa zona se convierta en un pequeño jardín.
Ovich miró atentamente y pensó un rato y al fin extendió sus dos brazos y pronunció: “Por favor, flores del campo que crecen alrededor del lago, permítanme llenarlas de espíritu para que florezcan aún más allá de sus vidas”. Y las flores comenzaron a crecer desenfrenadamente hasta convertirse en un escudo de ramas con espinas que cubrían todo el lago sin permitir visión alguna del mismo. Por supuesto Ovich se dio cuenta de la situación que había creado y miró muy avergonzadamente al viejo Guardián que contemplaba seriamente aquel error y al mismo tiempo volteaba hacia él.
—Si no puedes controlar la naturaleza de tu poder, ¿cómo pretender controlar la naturaleza exterior? No todo en la vida de un mago es el poder superficial sino que el espíritu contiene la verdadera esencia de nuestro poder –dijo Filgor mirando a Arafel y a Ovich.
—Y ahora tú –dijo al tercero– ¿Cuál es tu nombre y tu edad?
—Miradar, señor, y tengo veinte años.
—¡Eres aún más joven que los anteriores!, ¿Cómo seguir confiando? –y continuó– ¿Podrías hacer que todos los peces que abundan en el lago comenzaran a saltar fuera del agua, una vez al menos?
—Pero señor, el lago aún sigue cubierto por ese inmenso escudo de espinas, ¿cómo poder ver a los peces? –dijo Miradar.
Entonces Filgor dirigió su mirada al escudo de espinas e hizo que se convirtieran en un hermoso jardín alrededor del mismo. La muchedumbre estaba anonadada por aquel milagro.
—Ahora si podrán verse –sonrió Filgor mirando al joven.
Y se dispuso a contemplar otra difícil prueba, mientras los familiares, amigos y vecinos de los cuatro jóvenes ya no sabían qué pensar aunque sus esperanzas no estaban desechadas por completo. Si fallaba este joven quedaba la última de las oportunidades: la prueba de Nildav, que por cierto se veía muy tranquilo ante esta situación de decepción por parte de sus compañeros.
El que sí se encontraba intranquilo era Miradar por supuesto, que se acercó muy confundido al lago y quedó mirándolo por un buen rato hasta que se decidió a efectuar lo pedido y dijo en su interior: “Que la naturaleza me permita estar con ella y cambiar el destino de sus seres vivos, peces que nadan por debajo del agua naden ahora por encima de ella”. Y seguido a esto los peces comenzaron a flotar en el agua, pues estaban todos muertos. Miradar contempló con horror aquel suceso y comenzó a caminar hacia atrás desconcertado, hasta toparse con Filgor.
—¿Acaso no has escuchado nada de lo que he dicho? –preguntó disgustado.
—No sé cómo pasó, pronuncié las palabras correctas –respondió confundido el joven.
—Las palabras son solo eso: palabras. Los hechos nunca van de acuerdo con ellas al menos que entiendas lo que tu corazón te dice y por ese error tú y los demás se han equivocado. Es algo muy peligroso confiar solo en el poder y no en el espíritu que es la misma voz de la conciencia.
Y miró entonces Filgor al último joven, Nildav, quien en ningún momento pareció nervioso ni desconfiado.
—Y tú, joven –suspiró el mago– ¿Qué podrías demostrarme?
—Lo que usted pida, señor –contestó Nildav.
—¿Cuál es tu nombre?
—Nildav Eteis, hijo de Philop –dijo con firmeza.
—Bien, Nildav Eteis, has visto a tus compañeros y sus errores ¿podrías realizar alguna de las pruebas?
Y Nildav observó cada uno de ellos, entonces decidió ocuparse del árbol que había sido quebrado y procedió a realizar lo correcto con él. Todos esperaban con impaciencia lo que podría suceder, entonces el joven alzó sus brazos y de repente la mitad que estaba plantada en el suelo comenzó a florecer y dio en unos instantes un nuevo árbol el cual sorprendió por su belleza y perfección, pero no había terminado ahí, Nildav también había visto la otra mitad del árbol que yacía en el suelo, y en un instante comenzaron a brotar raíces desde su parte destruida y las mismas penetraron en el suelo y creció un nuevo árbol más bello que el anterior del que también brotaron flores y frutas.
Los Guardianes consideraron que este joven era el indicado, sin embargo guardaron silencio pues no había terminado su cometido ya que luego se dirigió al lago donde se quedó contemplándolo un rato hasta que por fin decidió empezar. Primero extendió sus brazos hacia los peces que yacían muertos y al cabo de un rato estos se hundieron al igual que como flotaron. Este hecho provocó gran confusión en la gente que seguía atenta los hechos cuando rápidamente los peces del lago emergieron con gran fuerza y empezaron a saltar hacia afuera del agua hacia todos lados, juntos y sin chocarse siquiera. Parecía como si estuvieran llenos de una nueva energía que los impulsaba inconscientemente hacia el aire y lo más sorprendente era que las gotas de agua que ellos salpicaban saltaban con potencia hacia diversos puntos e incluso fuera del lago, lo que provocaba el florecer de nuevas flores que crecían más hermosas que las del propio Guardián.
Ante este cuadro que llamó la atención de todos, los Guardianes no dudaron un segundo en que habían encontrado al indicado… al siguiente Guardián.
—Nildav acércate –dijo Filgor– has demostrado ser valioso en cuanto a tus actos y demostraste gran confianza y espíritu a la hora de cumplir con tu obligaciones, por lo tanto vendrás con nosotros para tomar el lugar que te corresponde.
—Gracias, señor, estoy muy feliz de que me hayan elegido para formar parte de su sociedad. No se arrepentirán.
—Pero tengo una pregunta más para hacerte –dijo seriamente Filgor.
—¿Si señor? –se interesó el joven.
—Si estuvieras ante un oso que está a punto de atacarte ¿Qué harías?, ¿usarías tu poder o correrías por tu vida?
Nildav sonrió un momento y contesto: “Me haría el muerto, señor”.
—¡Eres muy astuto Nildav! –rió Filgor.
En ese instante se acercó la madre de Nildav y le dio un fuerte abrazo casi entre lágrimas. También se aproximó el anciano Piros y les ofreció albergue para quedarse más tiempo en el lugar ya que a causa de las buenas nuevas la gente del pueblo organizaría una gran fiesta para despedir al nuevo Guardián.
—Debemos partir pronto Piros, ya que mañana por la mañana hay mucho que hacer, especialmente preparar a Nildav –dijo Filgor.
—Disculpe por favor la terquedad e insistencia señor, pero será la última vez posiblemente que el joven vea a su madre –que es todo lo que tiene– y sería muy triste por lo tanto que no tuvieran un momento para despedirse.
—Está bien, me has convencido, no obstante solamente nos quedaremos poco tiempo ya que como te lo he dicho anteriormente, debemos madrugar.
Accedió el anciano al trato y pronto comenzaron los preparativos de lo que sería una gran fiesta casi ya anocheciendo. Después de beber y comer los Guardianes decidieron que era hora de irse, Nat se lo comunicó a Nildav de inmediato y éste se despidió de su madre en privado a orillas del lago con el sol casi ocultado y las primeras estrellas visibles en el cielo, dándole un fuerte abrazo el cual deseaba que no terminara, pero consciente de que debía irse antes que fuera más difícil para ambos.
Subieron por fin los ya Cinco Guardianes a sus caballos y Nildav no dejaba de mirar a su madre, el viaje prometía ser largo pero más para él, y partieron entonces hacia la Torre de los Guardianes, abandonando las tierras de Aranei donde el joven había vivido toda su vida y conservaba los mejores recuerdos, prometiendo nunca olvidarlos y ser fuerte hasta el último momento, entendiendo que ahora tenía una gran obligación y había sido justamente lo que él había deseado.
Amaneciendo en lo que era la llamada Tierra Sagrada, Nildav pudo contemplar una belleza sin igual al ir bajando del horizonte de aquel lugar que se convertiría en su nuevo hogar. Era increíble, parecía un gran jardín donde podían verse los caballos corriendo libremente, los pájaros posados en una gran fuente de agua, en la que flotaban pétalos de flores violetas. También se observaba la torre, que se alzaba imponente con grandes puertas en la entrada y grandes ventanales, y el camino que conducía hacia ella eran baldosas de piedras uniformes que poseían un brillo particular a la luz del sol.
Era un gran parque que cubría una vasta extensión de tierra y más allá, al norte, se podía admirar el lindero del bosque que marcaba el límite para salir de Tierra Sagrada, hacia el este predominaba un amplio campo y al oeste una gran ladera.
Cuando por fin llegaron, Nildav que aún no dejaba de maravillarse con tanta belleza preguntó: “¿Y ustedes se ocupan de todo esto?”
—Sí –contestó Felker–, es fácil para nosotros ya que vivimos en armonía con la naturaleza, además debes saber que no cualquiera puede llegar aquí. Ahora, ven, entraremos a la torre para comer y descansar pues anoche nos quedamos más de lo planeado. Luego comenzarás con tus estudios.
Por la tarde Nildav estaba en una de las salas de la torre aguardando a Nat para iniciar sus estudios pero como tardaba en llegar, comenzó a curiosear los libros que se encontraban en las distintas estanterías de aquel cuarto, los cuales eran abundantes y venían al parecer de todas partes del mundo, cuando de pronto le llamó la atención un libro que contenía una urna de cristal, sin cerradura, ubicada sobre la pared separando un estante de libros de otro, este libro era de gran tamaño, de tapas marrones y al parecer duras pero degastadas por el tiempo al igual que las hojas que, según se podía ver, eran de color cetrina.
En la tapa se apreciaba una inscripción extraña, cuyas letras eran piezas de oro. Nildav no entendía el significado, pero era lo de menos. Siendo atraído por ese misterioso libro decidió por fin hojearlo. Cuando estaba a punto de abrir aquella urna entró Nat.
—¿Qué haces? –preguntó al adivinar su intención.
Nildav alejó sus manos rápidamente de la urna, asustado.
—Na…nada –tartamudeó– solo estaba mirando los libros que hay aquí.
—Estabas mirando aquél libro –señaló el Guardián.
Nildav miró hacia atrás donde estaba ese misterioso libro, se sentía un poco nervioso ya que el mago parecía muy serio.
—¿Sabes qué es ese libro? –preguntó Nat.
—No señor, no sé lo que es.
—Se llama Biblia Maestra. En ella se encuentran los Tres Libros del Presagio y cada uno de ellos contiene los escritos de los Primeros Guardianes donde se anuncian importantes profecías. Aún no lo estudiarás, falta mucho para eso, entenderás que es un libro muy importante y se lo debe proteger con la vida.
—Ahora lo entiendo –respondió Nildav.
Transcurrieron esa tarde estudiando varios libros, Nat le enseñaba a interpretarlos y analizarlos con sabiduría, pero Nildav no se podía sacar de la cabeza aquel misterioso libro por lo que todavía se sentía inquieto, aunque se tranquilizaba por momentos analizando que si adelantaba en sus estudios seguramente pronto se lo enseñarían.
Así pasaron los días que se convirtieron en largas semanas, mientras Nildav esperaba las enseñanzas sobre aquella Biblia Maestra, hasta que un día los Guardianes organizaron una junta para decirle algo importante.
Emocionado, Nildav tomó lugar en la gran mesa que se encontraba en la sala principal pensando que finalmente le permitirían el estudio de aquel libro; aquel libro que lo llamaba día y noche con un poder tan misterioso como su contenido, por el cual sentía un brillo especial casi inalcanzable, al parecer ya alcanzado ese mismo día.
Se encontraban entonces callados los Cinco Guardianes hasta que Filgor habló.
—Bien, Nildav, te hemos citado aquí para revelarte el secreto que pocos saben y del cual ya formas parte. Has avanzado considerablemente en tus estudios y creemos que ha llegado la hora de revelarte el verdadero motivo por el cual fuiste elegido.
Nildav se sentía como nunca antes, sus oídos se tornaron más agudos que nunca y su corazón latía con fuerza.
—El mundo nos conoce como protectores de la humanidad –continuó– pero nosotros guardamos un secreto que solo pueden saber los mismos Guardianes. ¿Nunca te has preguntado por qué somos Guardianes?
Nildav negó con la cabeza aunque sospechaba obviamente sobre la Biblia Maestra, entonces Filgor continuó.
—Nosotros somos los Guardianes de las Cinco Gemas Sagradas, construidas hace ya mil seiscientos años atrás y, desde ese tiempo, han sido protegidas y usadas en pos de la paz hasta el día de hoy. Cada cien años se eligen nuevos guardianes para protegerlas, aunque eso ya lo sabías, debes ahora conocer que las Gemas Sagradas contienen un poder increíble que solo los Guardianes pueden despertar, el cual no tiene límites para proteger a la tierra. Desde hoy tendrás responsabilidades mucho más importantes que solo vivir, porque tu vida pertenece desde este instante a las Gemas Sagradas. Cada vez que el mal se presente, estas gemas serán usadas para devolver la paz a la humanidad.
Después de que Filgor hubo terminado de hablar, Felker acercó un pequeño cofre de madera que poseía soportes de oro y tenía también un símbolo en la tapa en forma de cruz pero con las puntas unidas y más ovaladas y debajo del símbolo una frase escrita:
Ese rolev greao drieaé sipidrea
—Eso quiere decir en antiguo druidion –continuó Filgor– “El poder que no tiene límites” y el símbolo es el infinito, aquello que es insondable e inexistente y nunca nadie descubrirá su fin.
Al concluir estas palabras Filgor abrió el cofre, que curiosamente al igual que la urna de cristal que contenía la Biblia Maestra no poseía ningún seguro, y mostró frente a Nildav, cinco gemas de un tamaño promedio a quince centímetros de largo por siete de ancho con sus polos triangulares, no eran perfectamente lisas sino que parecían haber sido arrancadas abruptamente de alguna roca, como si hubieran sido erosionadas y maltratadas y su color era de un violeta oscuro y apagado y no referenciaban tener nada en especial.
Nildav quedó sorprendido, pues nunca había visto diamantes tan extraños, sus ojos reflejaban aquel color violeta oscuro y misterioso como si ocultaran algo, y en su mente todo palideció.
—Ahora eres protector –exclamó Filgor quebrando la atención de Nildav– de las cinco Gemas de Poder; deberás protegerlas con tu vida y lucharás al lado de nosotros el día en que los seres de este mundo quieran traspasar la frontera sagrada para consumir el poder ilimitado: para dominar las gemas a su antojo, pues ellas son ciegas de corazón y su voluntad es guiada por el deseo latente.
Comprendió Nildav por fin la gran responsabilidad que tenía y se olvidó por completo en ese momento de todas las preguntas que lo inquietaban y de muchos objetivos que deseaba cumplir en secreto.
Así sucedieron los días, cada mañana se podía contemplar el paisaje con un hermoso sol y Nildav –como era costumbre– se levantaba un poco más tarde que los demás Guardianes, aunque estos no recriminaban ese comportamiento, como tampoco le reprochaban no dejarle tomar el desayuno o hacerle ordenar los libros, limpiar el gran salón del primer piso y otras varias actividades; claro, todo eso sin usar poderes por supuesto.
Nildav acostumbraba a mirar todos los días por la ventana de su cuarto cuando se levantaba, y observaba siempre a los Cuatro Guardianes haciendo tareas diferentes en el jardín que rodeaba la torre o simplemente armonizándose con la naturaleza; uno leía un libro mientras hermosos pájaros y mariposas se posaban en sus hombros, otro daba de beber a los caballos, un tercero parecía hablar con los árboles y otro rodeado de los pequeños animales del bosque los alimentaba. Todo parecía perfecto, un verdadero paraíso al cual Nildav estaba acostumbrándose rápidamente.
No obstante, no pasaba desapercibido por él, el deseo de descubrir el secreto de aquella misteriosa Biblia Maestra, que lo atraía de manera extraña o se podría decir mejor que la curiosidad del muchacho era la verdadera mano que lo arrastraba hacia aquel libro prohibido por el momento para Nildav. Fue entonces que una mañana mientras todos hacían sus deberes en el jardín como era costumbre, Nildav se dirigió a la biblioteca donde se encontraba la Biblia Maestra y cuando por fin estuvo frente a ella sus manos empezaron a temblar por miedo a que lo descubrieran nuevamente así que volvió corriendo a su cuarto y miró por la ventana para asegurarse de no haber sido visto. Al parecer todo estaba normal, los Cuatro Guardianes se encontraban trabajando como siempre; volviendo al salón, sintiéndose más seguro, procedió a abrir aquella urna de cristal y tomó el pesado libro, entonces comenzó a hojearlo lentamente como si intentara comprenderlo ya que en sus clases había estudiado un poco de ese lenguaje tan propio, sin embargo estaba muy confundido y seguía por lo tanto hojeándolo.
Mientras Nildav seguía perdido en la convalecencia de la curiosidad, Atrhos había entrado a la torre, las grandes puertas no se habían escuchado crujir pues habían quedado abiertas desde temprano. El gruthor se dirigía molesto –como todos los gruthors– a despertar a Nildav pues era tarde ya y había mucho que hacer, pero al acercarse a la biblioteca que estaba a unos veinte metros antes que el cuarto del joven mago por un largo pasillo, oyó el doblar de unas hojas, entonces procedió a asomarse con cuidado y espió a Nildav en su infortunio, que seguía hojeando el libro entendiendo poco y nada. Sorpresivamente, el joven se sintió observado y temeroso dio media vuelta hacia atrás, pero nadie se encontraba ahí; al minuto se apresuró a guardar el libro y se dirigió abajo, pasó la puerta de entrada de la torre y ahí estaban los Cuatro Guardianes tal y como los había observado desde la ventana de su cuarto.
Pronto llegó la tarde y todo seguía su curso normal; el almuerzo, los estudios, las tareas de costumbre y la cena hasta que cayó la noche, Nildav continuaba preocupado, intuía que alguien lo había estado observando esa mañana. Trató de relajarse y olvidarse de ello. Pronto fue la hora de acostarse, el día se había ido sin demasiadas novedades.
Ya en noche avanzada los sueños de Nildav precipitaron su alma, la Biblia Maestra, los Guardianes, su madre, su misión, y despertó de súbito muy alterado, su frente y manos transpiraban y lo primero que hizo fue sonreír por su alteración sin sentido ya que ni siquiera había tenido una pesadilla. Se dispuso a levantarse por un vaso de agua ya que tenía mucha sed y encaminó el largo pasillo hacia las escaleras que bajaban al primer piso y se encontraban en el centro del mismo, pero entonces observó una luz muy tenue que provenía desde el salón donde el realizaba sus estudios y al ir acercándose lentamente se hicieron nítidos los murmullos que provenían del otro lado de la puerta. Decidió aproximarse para oír mejor, fue entonces que quedó de espaldas contra la pared, escuchando lo que parecía una conversación entre los cuatro magos.
—¡¿Pero cómo es posible que haya vuelto a hacer eso?! –exclamó Nat.
—Obviamente algo lo atrae de la Biblia Maestra –continuó Felker.
—Ese niño siempre me resultó muy extraño y, a decir verdad, no confío mucho en él –dijo Filgor.
—Podría poner en peligro nuestro plan –habló con voz grave Atrhos.
—Solo hay que hacer lo mismo que hicimos con los otros, no nos puede causar muchos problemas –propuso Felker.
—Sin embargo –interrumpió Filgor– este es el año, y debemos apresurarlo en sus estudios si queremos llevar a cabo lo planeado.
Nildav, totalmente confundido, no entendía nada de los que hablaban sus maestros, y empezó a tener una razón para temer, ya no deseaba estar en ese lugar y tuvo la idea de volver a casa; pero lo que escucharía luego lo haría cambiar de opinión y modificaría su vida para siempre: “después él morirá´, habían sido las últimas palabras de Filgor.
La mente de Nildav había quedado en blanco, su mundo se derrumbaba, el corazón quería escapar de su pecho pero se dio cuenta de que no había otra cosa que hacer que escapar y rápidamente. Se dirigió a su cuarto casi en puntas de pie, transpiraba mucho y no pensaba con claridad, solo sabía que debía irse de ahí cuanto antes. Mientras preparaba su talega oyó pasos provenientes del pasillo, por suerte no había hecho mucho ruido y se acostó rápidamente haciéndose el dormido; a pesar que estaba de espaldas a la puerta de su cuarto sintió que alguien yacía en el umbral observándolo en un inquietante silencio y después de unos segundos aquella presencia se marchó. Esperó un momento para tranquilizarse y pensar qué actitud tomar, y llegó a la conclusión de que no podía regresar a su hogar pues también allí lo buscarían y por supuesto nadie creería lo que había escuchado, ni siquiera su madre. Todos sabían que para llegar a ser un Guardián se debía estudiar y trabajar muy duro y ya muchos novatos habían escapado antes por aburrimiento y otros motivos. Esto era lo que pensaba Nildav por lo que decidió que se encaminaría a cualquier otra parte pero lejos de Tierra Sagrada.
Terminó pronto de empacar con intención de llevarse consigo la Biblia Maestra, si habría de escapar no sería sin lo que más ansiaba. No obstante, tenía miedo de ir en su busca ya que lo habían descubierto dos veces antes y una tercera vez lo comprometería seriamente. Decidió emplear su poder para atraer aquel libro y lo primero que hizo fue imaginar el camino hacia la biblioteca tan claramente como pudo, luego el cuarto donde se encontraba y por último la urna de cristal –que por supuesto yacía sin protección alguna–.
Concentrado en sus poderes logró que el libro comenzara a moverse y se liberara de aquella urna lentamente, luego flotó a lo largo del pasillo hasta llegar al cuarto de Nildav y a sus manos, posándose en ellas con suavidad.
Conseguido esto comenzó a atar las sábanas de su cama y algunas prendas de vestir hasta formar una especia de cuerda para poder descender por la ventana de su cuarto hasta el jardín. Su desilusión fue cuando vio que su improvisada cuerda no llegaba a rozar el suelo sino que se interrumpía a unos tres metros de él. Pero no podía detenerse en esos detalles, apresurado, ató una punta al pie de la cama que era muy pesada y comenzó a descender lo más rápido que pudo, mientras lo hacía oyó el ruido que producía la cama al arrastrarse debido al peso de su cuerpo descendiendo. Esto lo desesperó y trató de deslizarse con mayor premura por temor a que sus maestros hubieran oído aquel ruido de arrastre. Cuando llegó al final de la cuerda saltó sin pensarlo dos veces y al caer se lastimó una pierna, el dolor que experimentó se vio disminuido al momento por el temor que lo apremiaba y trató de soportarlo con todas sus fuerzas. A partir de ese momento empezó a correr como pudo hacia el bosque que se encontraba a poco más de kilómetro y medio de la torre; era el Bosque de las Sombras llamado así por los antiguos y pocos viajeros que penetraron su espesura.
Las intenciones de entrar en ese bosque a Nildav lo impulsaron pero, poco a poco, se fue cansando hasta que comenzó a caminar pausado, olvidado del dolor en su pierna, y sin rumbo. Se dirigió hacia adelante, iluminado por la luz de la luna llena que penetraba a través de las ramas de los árboles. Finalmente, cansado, se sentó en el suelo, mientras la luminosidad de aquella luna seguía inamovible.
Se despertó rodeado del tibio calor del amanecer, irguiéndose, calculó que no faltaría mucho para que los Guardianes se despertaran, por eso no se detuvo ni siquiera a buscar comida.
Desconcertado, lo embargó la desorientación pues nunca antes había estado en un bosque tan grande –al decir verdad nunca había estado en un bosque–. Hacia donde desviaba la vista había solo árboles y más árboles y supuso que si seguía el mismo camino saldría hacia algún poblado, sin embargo era como si aquel lugar le estuviera jugando una trampa, no importaba cuanto caminase terminaba en el mismo lugar, una y otra vez, como si alguien o algo lo guiara en círculos. Así pasó otra noche en el bosque.
Al día siguiente continuó con el mismo plan y se dio cuenta que no había probado bocado cuando su estómago empezó a rugir. Era muy extraño en ese lugar con tantos árboles la falta de algún fruto o plantas comestibles. También la sed lo atacaba sin piedad y eso era aún peor.
Nildav trató de pensar en otra cosa pero antes de que su mente pudiera distraerse, algo extraño se deslizó junto a él, corriendo. Nildav no distinguió su forma de inmediato, hasta que a unos metros a su izquierda se presentó ante sus ojos lo que parecía ser un niño, pero no como cualquier niño que hubiera visto antes, la figura pequeña era sombría, encorvada, desnuda, sin expresión en su rostro, casi con aspecto de intangible.
Si Nildav tenía que creer en lo que veía a plena luz del día sin duda alguna eran sombras con forma humana, moviéndose y mimetizándose con los árboles en las penumbras. Esto asustó mucho al joven mago pues a cada segundo, numerosas sombras aparecían moviéndose de un lado a otro, a metros de él. Más allá de querer salir corriendo, el hambre y la sed lo atacaban constantemente. Y así anduvo Nildav dos días, perdido en aquel bosque, hambriento y asustado, cansado y con frío.
Incansablemente trataba de escapar de aquellas sombras que lo perseguían con algún propósito, hasta que ya no pudo resistir el cansancio. Debilitado, solo tenía fuerzas para aferrarse al libro robado.
Reflexionó que se había equivocado al tomar la decisión de marchar hacia el bosque, sintió cómo la muerte se acercaba a él. Nada le quedaba sino dejarse caer duramente sobre el suelo sin ánimo de continuar ni energía para combatir, y se despidió del mundo mientras los espectros se acercaban a él.
2
NHANTRA, LA ANCIANA DEL BOSQUE
Los misterios del mundo suelen ser incomprendidos, negados y olvidados por aquellos que solo buscan otra verdad, pero acostumbran presentarse a menudo en situaciones diferentes y por diversos motivos, como si el espacio–tiempo fueran las puertas que los conducen hacia nosotros, y quien es víctima de ello no llega a comprenderlos en su totalidad definiéndolos simplemente como la “Suerte”. Quizás es así, quizás la suerte no existe.
El destino es uno de esos misterios, está presente pero no existe o es el camino sin escapatoria de muchos, aquel quizás que nunca tendrá respuestas ni modificaciones por más cambios que pudiéramos hacer a lo obvio: porque quizás también fue el destino quien así lo quiso.
Esta era en cierto punto la idea que tenía Nildav sobre dichos temas y que siempre lo llevaban a reflexionar. En su cuarto, escribía en sus memorias las respuestas que solo pertenecían a él, y muchas veces se esforzaba por tratar de comprender lo imposible e incomprendido. En todo momento importante él pensaba en estas cosas; en el juego del tiempo, la decisión de un destino que pareciera solamente pertenecer a algunos. Incluso cuando escapó de la Torre de los Guardianes se preguntó muchas veces si el destino había querido que él esa misma noche despertara con sed y hubiera escuchado lo que escuchó. ¿Y si no hubiera despertado? ¿Y si desde un principio no le hubiese interesado aquel libro? ¿Y si hubiera sido mejor no escapar y tomar el rumbo que tomó?
Para él, cualquier respuesta siempre era la misma: “porque el destino así lo habría querido”.
Por el momento los sueños de Nildav oscilaban entre la fantasía y la realidad, eran inconclusos y melancólicos. En uno de estos sueños él se encontraba en una oscuridad y silencio total sin saber hacia dónde miraba o si estaba de pie o flotando. De pronto, comenzó a nacer un cielo, un cielo nublado y gris que se extendió sin límites. Tan inmenso, solitario y profundo que abarcaba tristeza y nostalgia sin motivo alguno que pudiera entender. Entonces ya tenía donde mirar: hacia arriba. Luego, debajo de él, se extendió un mar de aguas tranquilas, sobre el que yacía afirmado, pero el silencio que reinaba en ese mundo le provocó una tristeza inmensa, y sintió ganas de llorar.
Se sentía completamente solo y su voz era un eco que no desaparecía. De pronto, su voz calló y pudo oír un lejano murmullo, miró hacia todos lados sin encontrar su origen. Poco a poco, este murmullo se convirtió en palabras que llegaban de todos lados. Iban y venían, lo rodeaban de arriba abajo, de lado a lado y parecían preguntarle algo hasta que se sintió desvanecer en el agua como si él mismo fuera cenizas de la misma tierra. Fue así que Nildav abrió los ojos y pudo ver borrosamente –tal vez por las lágrimas– un pequeño rostro que se le acercaba y sintió también que le daban de beber un líquido extraño. Finalmente oyó una voz clara y amistosa que le decía simpáticamente, “bien, pronto estarás mejor, ahora descansa, duerme. Y Nildav reposó en la convalecencia. Este encuentro era quizá, obra del destino.
Por supuesto en Tierra Sagrada, en la Torre de los Guardianes, los cuatro magos se habían enterado aquella misma mañana después de su oculta reunión en la que Nildav los oyera, del suceso ocurrido y no era por menos que estuviesen enfadados.
Nat dio aviso de la huida del joven aprendiz en el momento en que acudió a despertarlo, pues Nildav se había tardado más de lo normal. La noticia estremeció verdaderamente a los Guardianes que se encontraban en el gran salón del primer piso.
—¡No puede ser! –Exclamó Felker– ¡¿En qué momento escapó?! ¡¿Y cómo?!
—Fue por la ventana –dijo Nat– hay una cuerda hecha de trapos atada a la cama que desciende por la ventana hacia el jardín, también preparó una talega al parecer solo con ropa.
—¿Pero hacia dónde pudo haber ido? –Preguntó con disgusto Felker –.Esta mañana estuve cuidando a los caballos y no falta ninguno.
—Seguramente corrió hacia su hogar pues es el lugar más cercano que hay de Tierra Sagrada y también sospecho el motivo por el cual escapó –dijo Atrhos, pero guardó silencio, dejando a sus compañeros con la duda.
Estas eran algunas de las preguntas que se hacían los Guardianes mientras Filgor estaba en el segundo piso por algún motivo que no dio a conocer. Después descendía por las escaleras lentamente y como mirando hacia ningún lugar; los demás lo observaron en silencio, parecía estar perdido entre preguntas sin respuestas hasta que por fin habló mirando a los demás.
—Se ha llevado el libro –se lo oyó susurrar –Ese joven se ha escapado llevándose la Biblia Maestra.
Nat y Felker quedaron atónitos con el mensaje, excepto Atrhos claro, que permanecía tranquilo.
—Esto ha ido muy lejos –afirmó– ¿Por qué razón habría de robar la Biblia Maestra? Es lógico que no podemos quedarnos aquí sin hacer nada, ya pasó mucho tiempo y no sabemos si llegó a su hogar, por eso debemos apresurarnos antes de que pase algo con ese libro.
—Nildav escuchó todo anoche –acotó Filgor volviendo en sí–, escuchó cada palabra, no fuimos cuidadosos. Ahora lo sabe, aunque no comprendo el robo de la Biblia Maestra; de todas maneras debemos encontrarlo rápidamente, no hay tiempo que perder.
Así salieron los Cuatro Guardianes a caballo rápidamente hacia el sur, luego de unas horas divisaron las tierras de Aranei.
Piros, que se encontraba afuera de su casa fumando su pipa, sentado bajo el pequeño árbol cerca del sendero principal de Aranei, salió a recibirlos, pero ellos siguieron de largo sin siquiera mirarlo, incluso Atrhos casi lo embiste con su caballo por la premura del trote.
Al llegar a la casa donde vivía el joven mago, vieron a su madre colgando prendas de vestir en el exterior y se acercaron a preguntar por Nildav. Se sorprendieron mucho cuando ella respondió que el joven no se encontraba ahí. Acto seguido tuvieron que darle una buena explicación a la madre porque se mostró desesperadamente preocupada, aunque las excusas y mentiras de los Guardianes eran muy convincentes. Para tranquilizarla le dijeron que quizás habría ido a explorar el viejo bosque que se encontraba cerca de Tierra Sagrada y se habría perdido. Le aseguraron, de todas maneras, que lo buscarían incesantemente y le informarían cuanto antes.
Los Guardianes estaban furiosos mientras regresaban con las manos vacías hacia Tierra Sagrada.
—Se ha burlado de nosotros –decía Filgor mientras cabalgaba–. Pronto conocerá mi enojo.
Esto era, en pocas palabras, lo que había pasado aquel día que terminaba sin otros sucesos que nuevos planes de búsqueda, incluso hacia el Bosque de las Sombras, donde el muchacho deambulaba perdidamente.
Por fin Nildav volvía a abrir los ojos, miraba hacia arriba a un techo que parecía bastante descuidado. Se incorporó con dificultad y observó que el lugar era muy pequeño; al parecer una casa. Había una pequeña mesa redonda frente a él a unos pasos contra la pared, hacia la derecha se encontraba la puerta que también era pequeña y hacia la izquierda una pequeña cama que aparentaba ser muy vieja. Advirtió unas pequeñitas ventanas por las que se podía ver claramente los rayos del sol que pasaban a través de ellas.
Él yacía en el suelo sobre viejas mantas de piel, y al incorporarse más erguido, se dio cuenta de que el lugar tendría una altura de no más de un metro cincuenta y la longitud del cuarto aproximadamente de unos doce metros, así que prefirió sentarse en la cama. Aún sentía mareos y el estómago caliente, y lo último que recordaba era su derrota ante el hambre y el cansancio. Como ignoraba dónde se encontraba exactamente, decidió levantarse y salir a inspeccionar. Agachado se dirigió hacia la puerta y traspasándola con cierta dificultad salió al exterior.
Era un día hermoso, los rayos del sol cayeron sobre él, deslumbrándolo. Ahí afuera todo estaba lleno de vida, descubrió con sorpresa que aún se encontraba en aquel bosque donde se había desmayado, pero lo que realmente lo sorprendió fue cuando descubrió que no había salido de ninguna casa, ¡sino de un árbol!
Nildav no podía dejar de contemplarlo, pues era de veras un árbol gigante, muy similar a un secuoya pero de un color cobrizo y de mayor altura que cualquier otro secuoya que se conozca hoy en día, ¡y de más diámetro también! Los rayos del sol pasaban a través de sus hojas y parecía guardar en su madera todo un tiempo, era majestuoso e imponente y daba la impresión de ser el dueño del bosque.
Nildav aún lo estaba contemplando cuando una aguda y chirriante voz lo tomó por sorpresa: “¡Ah! Ya te has levantado. ¿Te sientes mejor ahora?”
Nildav observó hacia todos lados sin descubrir quién le hablaba, hasta que sintió un tirón en su ropa desde abajo, al mirar en esa dirección se encontró con una pequeña anciana que apenas sobrepasaba la rodilla de Nildav. Tenía un largo cabello que casi rozaba el suelo y unos ojos muy grandes y blancos con un punto negro en ellos, su rostro estaba arrugado al igual que toda su piel, parecía ser alguien que había vivido más de una vida entera.
—¿Acaso te estás burlando de mí? ¿No me has visto? –dijo enojada la anciana.
—¡No! No fue eso, solo estaba un poco distraído y no la vi, discúlpeme por favor.
—Jóvenes de hoy –dijo malhumorada –, nunca saben apreciar lo que uno hace por ellos –continuó la frase mientras entraba al árbol…o a su hogar.
Nildav se quedó un momento sin palabras, todo había sucedido muy rápido y confuso. Parado enfrente de aquella pequeña puerta oyó otra vez la voz de la anciana: “¿Te vas a quedar ahí todo el día, no piensas pasar? No creas que te mandaré una invitación”.
Entonces se apresuró a entrar con un poco más de cuidado que cuando salió y se acomodó al lado de la puerta. La anciana dejó sobre la mesa una pequeña canasta llena de frutas que había traído y haciendo una seña invitó al joven a tomar asiento. Era gracioso ver a Nildav, un muchacho grande comparado con aquellos muebles, sentado en esas pequeñas banquetas casi en cuclillas, un poco alejado de la mesa y con los brazos apoyados sobre las rodillas. La anciana invitó al muchacho a tomar una fruta de la canasta, hasta ese momento Nildav no se había dado cuenta del hambre que tenía y rápidamente la devoró.
—Parece que ya estás un poco mejor –dijo sonriendo la anciana– pero no te detengas, sigue comiendo, debes recuperar energías. No me explico que hacía un muchacho como tú por estos lugares, deambulando solo y sin provisiones. Obviamente no eres un viajero –acotó la anciana con una mirada como explorándolo de pies a cabeza.
—No, en realidad no lo soy –explicó Nildav– al decir verdad me perdí en este bosque después que…no importa.
La anciana volvió a mirar al joven como preguntándose qué era lo que ocultaba ya que actuaba de manera extraña y parecía estar perdido en recuerdos de algo trágico.
—¿Cuál es tu nombre, muchacho? –preguntó la anciana haciendo sobresaltar al joven.
—Nildav, señora, Nildav Eteis –contestó rápidamente.
—Bien Nildav, mi nombre es Nhantra y vivo en este bosque desde hace mucho tiempo, miles de viajeros han pasado por aquí y es la primera vez que veo a un muchacho tan joven desmayado en este bosque, sin equipajes ni provisiones. ¿Me podrías explicar que hacías por estos lugares?
—No sé si deba, señora –contestó preocupado Nildav– fue una tontería escapar así, sin tener idea de dónde ir y sin las prevenciones necesarias –susurró finalmente el joven.
—¡Tal como lo imaginé! Entonces eres tú el chico que andaban buscando hace unos días atrás. Tú eres uno de los Guardianes de Tierra Sagrada, ¿no es así?
Nildav quedó boquiabierto, no podía creer lo que había escuchado. Lo estaban buscando y aquella anciana lo sabía. ¿Acaso todo fuera una trampa? Ese pensamiento le derrumbó el ánimo, y se levantó rápidamente para salir del lugar pero se golpeó la cabeza con el techo de aquella casa/árbol. La anciana pudo percibir el temor del joven y dijo: “Tranquilízate, nadie sabe que te encuentras aquí”.
—¿Me estuvieron buscando? ¿Quién? ¿Cuándo? –preguntó Nildav que aún no salía del susto.
—Calma, calma –dijo la anciana mientras lo ayudaba a sentarse –; hace tres días uno de los Guardianes, Nat, llegó hasta el bosque y preguntó por un joven que había escapado. Desconfié de sus preguntas y aunque tú estabas en mi hogar, no le dije nada. Supuse que si habías escapado, primero debía averiguar el motivo. Nat no supo decírmelo con seguridad y decidí guardar el secreto hasta que tú me lo pudieras explicar.
—¿Pero cómo me encontró usted antes que ellos? –preguntó intrigado el joven.
—Fue gracias a mis queridos silfos, ellos acudieron a mí apenas te vieron y luego te trajeron hasta mi hogar.
—¿Se refiere a esas pequeñas criaturas sombrías?
—Si quieres llamarlos así está bien. Ahora cuéntame que sucedió en realidad, me gustaría conocer la verdad.
Aunque Nildav estaba muy sorprendido y con muchas dudas, contó a la anciana hasta el más mínimo detalle y luego hablaron de otros temas que Nhantra deseaba saber y así llegó la noche mientras charlaban.
—Ya veo –dijo la anciana– entonces ellos pretendían hacerte daño. Creo que actuaste correctamente en no volver a tu hogar, pero no sé cuánto tiempo puedas ocultarte aquí, seguro volverán.
—Es cierto –coincidió Nildav–. Debería hacer algo rápido pero no sé qué.
Nildav se quedó un momento pensando y preguntó: “¿Me podría decir que día es hoy?”
—Martes 17 de febrero –contestó la anciana.
—Ya han pasado cuatro días desde que escapé. Debo ir hacia otro lugar, buscar a alguien y pedir ayuda, no sé, algo debo hacer antes de que sea tarde.
—No te apresures, recién te has recuperado, te falta recobrar fuerzas –replicó Nhantra– quédate un par de días y después pensaremos en algo, obviamente estoy dispuesta a ayudarte.
—Gracias señora, pero no se preocupe, no quiero que se meta en problemas por culpa mía, ya encontraré alguna solución. Debo salir de esto yo solo.
—¡No seas malagradecido! ¿Cómo piensas cuidarte solo cuando fue gracias a una anciana como yo que estás bien? Solo preocúpate en descansar y luego veré qué puedo hacer.
Nildav pensó nuevamente los acontecimientos y como si algo hubiera vuelto a él, de repente recordó la Biblia Maestra y sus cosas.
—Señora, yo llevaba cosas conmigo pero las perdí, creo que debería buscarlas pues eran muy importantes.
—Si te refieres a ese libro y tus pocas ropas, todo está aquí, se encuentran en aquel arcón –dijo la anciana señalando un viejo baúl que se encontraba al lado de la cama.
Nildav se levantó con cuidado y se dirigió hacia él. Al abrirlo descubrió debajo de sus escasas pertenencias la Biblia Maestra. Sintió un enorme alivio al comprobar que aún poseía aquel libro cuidado con tanto recelo.
Ya en noche avanzada Nildav decidió descansar lo más cómodo posible y no pensar en los problemas que lo rodeaban. Sabía que primero necesitaba tranquilizarse para encontrar una solución. Por ahora todo estaba en orden, conservaba el libro, y aunque no entendiera sus escritos sentía que era necesario protegerlo pues algo importante se escondía dentro de él. Por lo menos eso era lo que presentía.
Al día siguiente, al amanecer, Nhantra despertó a Nildav temprano para recorrer el Bosque de las Sombras. Le enseñó los alrededores y sus secretos, la forma de no perderse de manera que él pudiera transitar sin peligros por el lugar. Descubrió que lo que tanto lo había atemorizado en la noche, en realidad era bello a la luz del día. Además ocurrió algo extraño: no volvió a encontrarse con las sombras de los silfos, aunque ellos siempre estaban presentes; pero no le preocupó, a decir verdad le daba lo mismo verlos o no, sabía que no eran peligrosos.
Ahora bien, cierto día Nildav regresaba de un corto paseo por el bosque, Nhantra preparaba unos bocadillos y el joven mago se sentó a la mesa a estudiar un poco la Biblia Maestra pues no solo contenía escritos sino que también mostraba algunas figuras y signos. A pesar de observarlos con detenimiento no lograba entenderlos y mucho menos dedicarle toda la atención necesaria pues tenía otras cosas en mente, como por ejemplo el lugar donde habitaba en esos momentos.
No se explicaba cómo podía ser posible que estuviera viviendo en un árbol, en realidad la pregunta era, ¿Cómo había hecho una anciana para tener un hogar así? Al ver Nhantra como el muchacho observaba todo el lugar y se frotaba el mentón, se acercó a él y preguntó: “¿En qué piensas?´, ¿no te agrada mi hogar?”
—No, no es eso. Solo me preguntaba cómo hizo usted para construir este lugar.
Nhantra miró a su alrededor antes de responderle.
—No fui yo, si lo quieres saber. Mi padre lo construyó hace mucho tiempo, yo únicamente planté el árbol.
—¿Lo plantó?, ¿Cómo que lo plantó? ¡Los árboles tardan mucho en crecer, no es posible! –exclamó sorprendido Nildav.
—¡No te estoy mintiendo! Ya sé que los árboles tardan mucho tiempo en crecer, este tiene dos mil quinientos años –explicó Nhantra haciendo ademanes.
—¿Dos mil quinientos años? ¿Y usted qué edad tiene? –quiso saber pasmado Nildav.
—Nunca se le pregunta la edad a una dama niño, debes ser más respetuoso.
—Es que me parece sorprendente, no puedo creer que usted haya vivido tanto, no conozco a nadie así –dijo Nildav sin salir de su asombro– ¿Me podría decir por qué vive mayor tiempo que los demás?
—Mira, tú no puedes entender todo lo que existe y a veces es bueno no preguntarse demasiado; las cosas son así y así fueron hechas. El mundo está lleno de misterios, por lo menos este es uno de ellos, y hay que dejarlo como está. No me malinterpretes, eres un buen muchacho y es común que seas curioso pues eres joven. Pero créeme, vive tranquilo y no tortures tu mente con lo que no puedes entender. Lo que existe sin motivo aparente quedará así y solo se dará a conocer si es necesario.
—Perdón por entrometerme –dijo un poco confuso Nildav pues Nhantra no se había acercado a lo que podría ser una respuesta orientadora, de manera que no intentó preguntar por el origen de los silfos –.Ya no preguntaré más –concluyó.
—No tienes porqué disculparte, ¿quieres un bocadillo? –ofreció la anciana y Nildav aceptó con gusto.
Esa noche Nildav se acostó pensando en su madre, en su infancia, en todo cuanto extrañaba: su pasado. Cuando se durmió soñó con ello, los tiempos se mezclaban al igual que sus sentimientos, reía y lloraba.
En un sueño él se encontraba junto a su madre recogiendo flores del pequeño jardín cerca del lago, era un bello día y él era un niño todavía, y mientras él recogía otras flores oyó a su madre gritar, cuando se volvió para verla ella caía ante él. Nildav miró la espalda de su madre, estaba cubierta de sangre y comenzó a llamarla a gritos pero no le respondía y al levantar la vista, observó a lo lejos un caballo blanco montado por…Filgor, con la mano extendida.
Nildav despertó inmediatamente. Transpiraba y respiraba agitadamente, descubrió con alivio que ya era de día. Nhantra dormía, así que el joven decidió salir a dar un paseo por el bosque a tomar un poco de aire para pensar un rato.
Era el cuarto día que estaba viviendo ahí y reflexionó que debía hacer algo, no quería pensar que nada malo le pudiera ocurrir a su madre. Al llegar el mediodía regresó a la casa/árbol, Nhantra preparaba de almuerzo un estofado. La anciana no salía a buscar los ingredientes, los silfos la ayudaban, conseguían siempre lo que ella necesitaba y aunque no se mostraban a los ojos de Nildav siempre estaban presentes, en el día y la noche, en todo momento.