El regreso de la princesa - La dulce espera - Unidos por el destino - Christine Rimmer - E-Book

El regreso de la princesa - La dulce espera - Unidos por el destino E-Book

Christine Rimmer

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Beschreibung

El regreso de la princesaElli Thorson, una princesa nórdica alejada de su familia, estaba acostumbrada a que de vez en cuando ocurriera algo que le recordara su procedencia. Pero le sorprendió encontrar en su casa a aquel guapísimo hombre que decía estar allí por deseo de su padre, el rey, con la misión de llevarla a casa fuera como fuera. Aunque no quería ir, la idea de hacer un viaje con él le resultaba extrañamente atrayente…La dulce esperaLa princesa Liv Thorson creía de veras que podría esconderse en Estados Unidos y conseguir que aquella única noche de pasión tan impropia de ella siguiera siendo un secreto que sólo conocía su hermana… y el príncipe vikingo con el que había compartido aquel momento inolvidable. Pero entonces empezó a sentir ciertas molestias que hicieron que se diera cuenta de que aquella noche Finn Danelaw y ella habían hecho algo más que el amor…Unidos por el destinoBrit Thorson creía que había sido la suerte lo que había hecho que aquel medallón acabara en sus manos, pero cuando el príncipe Eric Greyfell le dijo que aquella joya debía ser para su futura esposa, Brit supo que era verdad. El hombre que tenía delante no solo era una gran tentación… también era su destino.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 169 - mayo 2024

© 2003 Christine Rimmer

El regreso de la princesa

Título original: The Reluctant Princess

© 2003 Christine Rimmer

La dulce espera

Título original: Prince and Future... Dad?

© 2003 Christine Rimmer

Unidos por el destino

Título original: The Marriage Medallion

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2007

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Tiffany y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

I.S.B.N.: 978-84-1062-847-2

Índice

Créditos

El regreso de la princesa

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

La dulce espera

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Unidos por el destino

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 1

La última cosa que esperaba encontrarse Elli Thorson al entrar en su salón aquella soleada tarde del mes de mayo era un vikingo.

Poco después de las cinco de la tarde, Elli había aparcado el pequeño BMW plateado detrás de su edificio y había sacado dos bolsas llenas de comida del maletero. Había pedido al dependiente de la tienda que se lo pusiese todo en bolsas de papel porque no le quedaba ninguna. Lo más probable era que todo hubiese sido diferente si las hubiese elegido de plástico.

Si hubiesen sido de plástico, las habría agarrado por las asas y nada habría entorpecido su visión. Habría visto al vikingo antes de cerrar la puerta y tal vez hubiese podido salir corriendo.

Pero había subido las escaleras que llevaban a su piso con ambas bolsas en los brazos, el bolso caído en el antebrazo izquierdo y la llave preparada en la mano derecha. Tal vez, si no hubiese tenido preparada la llave, si hubiese dejado las bolsas en el suelo para buscarla, y hubiese abierto la puerta antes de recoger las bolsas...

Pero no había sido así, y el curso de una vida podía verse alterado por semejantes nimiedades.

Elli había apoyado la bolsa que llevaba en la mano derecha en la puerta. Así, había metido la llave en la cerradura de arriba. Luego había doblado las rodillas y se había girado un poco para meter la llave en la cerradura de abajo y abrirla también. Después había empujado la puerta hacia dentro, agarrando con fuerza las bolsas.

La entrada de su piso, que separaba la cocina del salón, era muy pequeña. Elli tropezó con el felpudo. Le dio una patada a la puerta y la cerró. La pequeña mesa de la cocina estaba allí mismo, así que dejó las bolsas.

—¡Tachán! —hizo una floritura, dejó las llaves y el bolso al lado de las bolsas y fue hacia el salón.

Fue entonces cuando lo vio.

Ahí estaba. Un hombre vestido con pantalones muy negros, botas negras y una camiseta negra que le marcaba los pectorales. Era rubio y tenía cicatrices y el rostro duro. Y era grande. Muy, muy grande.

Elli no era pequeña, pero aquel hombre era mucho más alto que ella. Y tenía el cuerpo fuerte y musculado. Sólo su tamaño ya le habría dado miedo, aunque no hubiese estado en medio de su salón, sin que nadie lo hubiese invitado, de un modo inesperado y poco grato.

Elli se quedó tan sorprendida al verlo que dio un paso atrás y gritó.

El hombre, que la miraba fijamente con sus penetrantes ojos azules grisáceos, se llevó el puño derecho al corazón y dijo con gravedad:

—Princesa Elli, su padre, el rey Osrik de Gullandria, le manda saludos.

Fue entonces, cuando la llamó princesa, cuando Elli se dio cuenta de que era un vikingo, y no un vulgar ladrón al que hubiese pillado con las manos en la masa. Era un vikingo porque eso era lo que eran, básicamente, los habitantes de Gullandria.

Gullandria. A pesar de que Elli había nacido allí, el lugar siempre le había parecido sacado de un cuento de hadas, un cuento que recordaba a duras penas de lo que le había contado su madre.

Pero Gullandria era real. Una isla con forma de corazón, situada entre las islas Shetland y Noruega, en el mar de noruega, donde seguían dominando los legendarios escandinavos.

Su madre, Ingrid Freyasdahl, se había casado a los dieciocho años con Osrik Thorson, que poco después se había convertido en el rey de aquel país. Cinco años más tarde, Ingrid había abandonado al rey para siempre, llevándose a sus tres hijas de vuelta a California, de donde ella misma procedía. Por aquel entonces había sido un escándalo, y la historia seguía apareciendo de vez en cuando en alguna revista. En dichas revistas, su madre aparecía siempre como la Reina Huida de los Gullandrianos.

A Elli le latía el corazón con fuerza. ¿Qué más daba que su padre hubiese enviado a aquel hombre? No recordaba a su padre. Sólo sabía lo que su madre le había contado y los absurdos escándalos que había leído en ciertas ocasiones. Osrik Thorson le parecía tan poco real como el país en el que reinaba.

—¿Cómo ha entrado aquí? —preguntó Elli.

El intruso abrió la mano para saludarla. En la palma tenía tatuado un rayo dorado y azul.

—Hauk FitzWyborn, guerrero del rey, fiel a su padre, su Majestad, el rey Osrik de la Casa de Thor. Y estoy a su servicio, princesa.

Ella resistió el impulso de alejarse de aquella enorme mano, pero se limitó a burlarse de él.

—¿Cuál era mi pregunta? Porque no creo que le haya preguntado eso.

El hombre parecía un tanto afligido.

—Me parecía más sensato, Alteza, esperarla dentro.

—¿Más sensato que llamar a la puerta, como cualquier ser humano normal y civilizado?

Como respuesta, él asintió levemente con aquella cabeza rubia.

—Aquí, en Estados Unidos, lo que ha hecho se llama allanamiento de morada. ¿Le parece sensato su comportamiento?

En aquella ocasión, el hombre se encogió de hombros.

Elli intentó pensar con rapidez. Se sentía amenazada, a pesar de saber que aquel enorme intruso no representaba ningún peligro.

Lo miró de reojo.

—Ha dicho que estaba a mi servicio.

—Soy fiel servidor de su padre, lo que significa que también la sirvo a usted.

—Estupendo. Pues empiece por marcharse de mi casa.

Él cruzó aquellos musculosos brazos, no parecía dispuesto a marcharse a ningún sitio.

—Su padre desea su presencia en la corte. Desea verla, hablar con usted. Tiene... asuntos importantes que discutir con usted.

A Elli aquello le parecía tan insultante que se ruborizó.

—Mi padre no ha hecho ningún esfuerzo a lo largo de los años para ponerse en contacto conmigo. ¿Qué puede ser tan importante para que quiera verme ahora?

—Permítame que la lleve frente a él. Su Majestad se lo explicará todo.

—Escuche. Escuche atentamente —le pidió Elli utilizando el mismo tono que empleaba con sus obstinados alumnos de cinco años—. Quiero que se vuelva a Gullandria y que le diga a mi padre que si quiere hablar conmigo, que me llame por teléfono. Una vez que sepa qué está pasando, yo decidiré si quiero verlo o no.

El vikingo frunció el ceño. Estaba confundido, pero no lo suficientemente como para tirar la toalla y marcharse.

—Haga la maleta, princesa —dijo—. Tome sólo lo necesario, el resto se le proporcionará en Isenhalla.

Isenhalla. La pared de hielo. El palacio de los reyes de Gullandria...

Qué extraño. Un vikingo en su salón. Un vikingo que pensaba que iba a llevársela al palacio de su padre.

—Creo que no me ha escuchado bien. Le he dicho que no iré a ningún sitio con usted, y que está en mi casa sin mi consentimiento. Quiero que se marche.

—Haga las maletas, por favor.

—Le he dicho que quiero que se vaya —repitió ella con más firmeza que la primera vez.

—Lo haré cuando haya hecho las maletas. Nos iremos juntos.

Se hizo el silenció. Elli miró al vikingo y él le devolvió la mirada sin parpadear. Del exterior, se oían los sonidos de todos los días: los pájaros cantando, un claxon, una sirena a lo lejos.

Aquellos sonidos hicieron que a Elli le entrasen ganas de llorar. Aunque estaban en la calle, eran sonidos que, de repente, le daba la sensación haber perdido.

Aquello le hizo pensar en los hermanos que nunca había conocido. Había tenido dos, Kylan y Valbrand. Kylan habían muerto siendo todavía un niño, pero Valbrand había crecido en Gullandria con su padre, el rey. A lo largo de los años, sus hermanas y ella habían hablado de cómo sería conocer a su hermano algún día.

Algo que ya no sería posible.

Valbrand también había muerto. Como Kylan.

¿Sería ésa la clave de lo que estaba ocurriendo en esos momentos? Su padre ya no tenía más hijos, tal vez por eso sus hijas fuesen de pronto valiosas, lo quisieran o no.

Sí. Elli suponía que aquello tenía sentido, o que lo tendría si, para empezar, a aquel vikingo lo hubiese enviado realmente su padre.

Tal vez fuese todo una trampa. Tal vez aquel hombre hubiese sido enviado por un enemigo de su padre. O quizás fuese un simple criminal, como Elli había pensado al principio, que quería secuestrarla...

¿Cómo iba a saberlo? Todo le parecía tan confuso...

Lo que era evidente era que el tal Hauk FitzWyborn no aceptaría un no por respuesta y tenía la intención de llevársela... a algún sitio.

Lo único que podía hacer era escapar. Se dio la vuelta hacia la puerta y agarró el pomo.

Pero no pudo abrirla.

El hombre se movió con una velocidad sorprendente para alguien tan grande y la agarró. Ella gritó... una vez. Y luego una enorme mano le tapó la boca y la nariz.

En aquella mano había un pañuelo, un pañuelo que tenía un olor fuerte, amargo.

La había drogado...

—Perdóneme, Alteza —murmuró el vikingo.

Y todo se volvió negro para Elli.

Capítulo 2

Hauk miró a la princesa que descansaba en sus brazos.

Era delgada, pero no era pequeña. Tenía los huesos largos y unos pechos turgentes, el tipo de pechos que podían servir para complacer a un hombre y para alimentar a los hijos que éste le diera. Sus labios eran generosos y, en esos momentos, guardaban silencio y estaban relajados.

«La dócil», la había llamado su amo. Lo era gracias a la droga. Pero Hauk había mirado en la profundidad de sus ojos azules y había visto acero en su interior. Si su amo esperaba que se mostrase complaciente cuando despertase, iba a llevarse una desagradable sorpresa.

—Tráemela —le había dicho el rey—. Dile que su padre quiere verla y hablar con ella. Intenta convencerla para que venga por su propia voluntad. De acuerdo con mis espías, ella es, de las tres, la más dócil.

—¿Y si se niega a acompañarme? —le había preguntado Hauk.

Se había hecho un silencio, un silencio que hablaba por sí solo. Finalmente, su amo le había dicho:

—No puede negarse. Tienes que traerla. Pero, por favor, trátala con cuidado.

Hauk sacudió la cabeza y la llevó al sofá que había pegado a la pared del fondo. Eran los cortesanos quienes utilizaban las palabras para convencer. Le colocó un cojín debajo de la cabeza, le quitó los zapatos y le arregló la falda, que le llegaba por encima de aquellas bonitas rodillas.

Dio un paso atrás y la miró, pensando qué hacer. El efecto de la droga pasaría pronto y ella no estaría contenta cuando se despertase. Tendría que inmovilizarla.

Odiaba tener que hacerlo. Parecía tan dulce, allí tumbada.

A duras penas, Hauk buscó en la bolsa que había dejado detrás de una silla una cuerda y una mordaza.

Con cuidado puso a la princesa de lado, de cara a la pared.

Se le daban bien los nudos. En un par de minutos le había atado las manos a la espalda, las rodillas juntas y también los tobillos. Luego, le pasó otro trozo de cuerda por la espalda y unió las cuerdas de las muñecas con las de los tobillos, estirándole los pies ligeramente hacia arriba y hacia atrás.

Quizás fuese una exageración ponerle la cuerda final, la que se apretaba cuando aumentaba la resistencia, pero no podía arriesgarse. Cuando se despertase, la princesa intentaría escaparse y él tenía que demostrarle que no podía hacerlo.

Una vez que hubo acabado, volvió a alejarse.

Aunque no era su trabajo hacerse preguntas, se preguntó por qué su señor había enviado a un soldado a por ella si lo que quería era que la convenciesen de que fuese a verlo.

Le dio la vuelta y la puso de nuevo de cara al salón. No le gustaría estar atada cuando despertase, pero al menos vería lo que había a su alrededor.

Vio con el rabillo del ojo que algo se movía y se puso tenso. Luego, volvió a relajarse. No eran más que los dos gatos que había visto al entrar al apartamento. Uno era grande y blanco, el otro, elegante y negro. Ambos estaban sentados debajo de la mesa de la cocina, lo miraban.

—Ojos de Freyja —murmuró Hauk, y se sonrió. Era un comentario muy adecuado. Freyja era la diosa del amor y la guerra. Y su carro estaba tirado por gatos.

Luego se volvió hacia ella, Hauk tenía una misión que cumplir antes de que cayese la noche.

Elli gimió y abrió los ojos. Estaba tumbada de lado en su sofá, tenía una bola de pelo blanco delante de la cara y un cojín debajo de la cabeza.

Y, hablando de la cabeza... le dolía. Tenía el estómago revuelto y la boca...

¡La habían amordazado! Le dolía la mandíbula y tenía la garganta seca y áspera, mientras que la mordaza estaba empapada de saliva.

Y aquello no era todo. La habían atado de pies y manos.

—¿Rrr? —el sonido provino de la bola de pelo blanco que tenía delante de la cara. Doodles le apoyó la nariz en la mejilla y volvió a preguntar—: ¿Rrr?

Luego saltó a la moqueta y fue a la cocina, con la esperanza de que Elli hubiese pillado la indirecta y fuese detrás de él a prepararle la cena.

Elli gimió y tiró de las cuerdas que la apresaban. Aquello pareció empeorar.

—Será mejor que no haga fuerza, Alteza —le dijo una voz profunda y tranquila desde el otro lado del salón.

Era él, el vikingo. Estaba sentado en un sillón, frente a ella.

—Si hace fuerza, la cuerda se apretará todavía más —su tono amable la hizo desear poder clavarle algo largo y puntiagudo en el corazón.

Al lado del sillón en el que estaba sentado aquel extraño estaba una de sus maletas.

—Nos marcharemos enseguida, princesa. Estamos esperando a que oscurezca.

Normal, no iba a meter a una mujer atada y amordazada en un coche a plena luz del día.

Él la observó en silencio, con expresión implacable. Ella le devolvió la mirada, furiosa.

Elli solía ser una persona buena y fácil de tratar, no era tan ambiciosa como su hermana mayor, Liv, ni tan valiente y aventurera como la pequeña, Brit. Siempre había pensado que era la más normal de las tres, que quería un trabajo sin importancia, que no le ocupase todo su tiempo, un hogar que llenar de amor y, tal vez, un buen hombre a su lado. Solían bromear las tres y decir que Liv gobernaría algún día el mundo y Brit lo exploraría. Sería Elli la que se casaría y daría al mundo la siguiente generación.

No obstante, en esos momentos, lo único que sentía era enfado.

No, aquella era una palabra demasiado suave. Lo que de verdad sentía era una creciente ira.

¿Cómo se había atrevido aquel hombre? ¿Quién le había dado derecho a entrar en su casa, darle órdenes, dejarla sin sentido y atarla?

¿Su padre?

Eso había dicho el vikingo.

¿Acaso su padre tenía derecho? No, no lo tenía. Las había abandonado hacía más de veinte años.

Y, aunque su padre tuviese cierto derecho, nada en el mundo justificaba un secuestro. Era una atrocidad, un crimen.

Elli quería que la desatasen y le quitasen la mordaza. Y quería que lo hiciesen en ese preciso instante. Gruñó y se retorció, colérica.

Tal y como le había dicho el vikingo, la cuerda se apretó más, hasta que los talones le tocaron las manos y sintió un calambre en el muslo derecho. Era terriblemente doloroso.

Gimió y se quedó quieta, y se obligó a respirar despacio y profundamente, para relajarse lo máximo posible dada su postura. Empezó a sudar. Cerró los ojos y se concentró en su respiración, esperando que el calambre pasase.

Sintió que el dolor disminuía y abrió los ojos. El vikingo estaba a su lado. Dio un grito ahogado al ver la empuñadura negra de la navaja.

El vikingo se agachó sobre ella y cortó la cuerda que le unía las manos y los tobillos.

Elli se sintió aliviada. Estiró las piernas y se le pasó el calambre por completo. Entonces, a pesar de que sabía que era una locura, intentó darle una patada.

Él se apartó, cerró la navaja y se la metió en la bota. Luego volvió a ponerse en pie.

—Siento haber tenido que atarla, princesa, pero su padre me pidió que la llevase hasta él, quisiese o no. No puedo permitir que se me escape, ni que grite para pedir ayuda.

Ella hizo una serie de gruñidos, acompañados de un movimiento de cabeza cada uno.

—¿Quiere que le quite la mordaza? —preguntó él a regañadientes.

—Umm, uhgh, ummngh —dijo ella asintiendo.

—Lo haré si me promete por su honor como descendiente de reyes que no gritará.

Elli volvió a asentir con firmeza.

El hombre la miró en silencio y ella le pidió con la mirada que le quitase la mordaza.

—Es una princesa de la casa de Thor. El honor debería serlo todo para usted —dijo con escepticismo— Pero ha crecido en este... —hizo un gesto señalando hacia la puerta del balcón. El sol ya se estaba poniendo—. California es un lugar cálido y agradable, nada que ver con las duras nevadas y los fiordos de nuestra isla natal. No conoce las interminables noches de invierno. Los gigantes helados de Ragnadok no la acosan en sus sueños. Tal vez el honor no sea para usted tan importante como debería.

Elli conocía los mitos escandinavos, pero, no obstante, aquellas palabras parecían sacadas de El señor de los anillos. Aquello debía haberle sonado ridículo, pero no, entendía perfectamente lo que aquel hombre quería decirle. Creía que Elli no sería capaz de mantener su palabra, que gritaría todo lo que pudiese en cuanto le quitase la mordaza.

Y eso era exactamente lo que había planeado un minuto antes. Pero había cambiado de opinión. No gritaría. Aunque estaba mucho más enfadada que un minuto antes. Estaba furiosa.

No se movió, no respiró. Se limitó a mirarlo fijamente, deseando ser capaz de reducirlo a cenizas con aquella mirada.

Era evidente que aquella mirada era lo que él había estado esperando, porque se agachó una vez más a su lado y le quitó la mordaza.

—Perdóneme, Alteza. Quiero que esté cómoda, pero también quiero saber que puedo confiar en usted.

—No le perdono —murmuró ella—. Así que no vuelva a pedirme que lo haga.

Elli apretó los labios, se pasó la lengua por los dientes y tragó saliva varias veces para aliviar su garganta. Finalmente, dijo en voz baja:

—Agua, por favor.

Él fue a la cocina y enseguida volvió con un vaso. Lo dejó en la mesita del café y la ayudó a sentarse. Se le había subido la falda hasta la mitad de los muslos. Él se la bajó hasta las rodillas. Elli deseó poder darle una bofetada para que le quitase esas enormes y ásperas manos de encima, pero se limitó a apretar los labios. En el fondo, quería bajarse la falda, pero ella sola no podía con las manos atadas.

Luego, el vikingo le llevó el vaso a los labios. Elli se bebió el vaso entero.

—¿Más? —preguntó él.

Ella sacudió la cabeza. Lo tenía muy cerca. Tan cerca que podía olerlo. Su piel olía a especias y a limpio, como a clavo, a césped y a ramas de cedro recién cortado. Todas las navidades, su madre decoraba los manteles y la barandilla de las escaleras con ramas de cedro. A Elli siempre le había encantado aquel olor...

¿Qué le estaba pasando? ¿Acaso había perdido la cabeza?

Aquel hombre la había atado y se la iba a llevar de su casa a la fuerza. En lo último en lo que debería estar pensando era en lo bien que olía.

Se separó de él todo lo que pudo.

Sin decir una palabra, él dejó el vaso vacío en la mesita, se puso en pie y atravesó el salón para volver a sentarse en el mismo sillón que un rato antes, como si le resultase incómodo estar cerca de ella. Bien. Ella se sentía del mismo modo.

Durante varios minutos, ninguno de los dos habló. El vikingo estaba quieto. Elli se movió inquieta y no pudo evitar intentar liberarse de las cuerdas, que no se aflojaron.

Entonces, pensó que la única arma que tenía a su disposición era su propia voz. No podía gritar para pedir ayuda, le había prometido que no lo haría. Pero no le había prometido que no fuese a hablar. Y las palabras, bien utilizadas, podían servir de armas.

Se irguió y dejó escapar un largo suspiro.

—¿Sabe que esto es un secuestro? En Estados Unidos se sanciona con la pena de muerte.

Él apartó la mirada, hacia la cocina, donde los dos gatos, Doodles y Diablo, esperaban la cena que tanto estaba tardando. Elli empezó a preguntarse si el vikingo le respondería.

Entonces, aquella mirada azul grisácea volvió a posarse en ella.

—No sufrirá ningún daño. La llevaré ante su padre. Él se lo explicará todo.

Ella se sintió furiosa y frustrada, pero se contuvo.

—Eso no importa. El caso es que...

Él levantó la mano tatuada.

—Ya vale, le he dicho lo que va a pasar. Ahora, guarde silencio.

«De eso nada».

—Desáteme. Tengo que dar de cenar a los gatos.

Él se limitó a mirarla con reproche.

—Le prometo que no intentaré escapar —dijo ella luchando contra sí misma—, no mientras esté aquí, en mi apartamento. Tiene mi palabra de honor.

Él la estudió un rato con intensidad, como si fuese capaz de leerle la mente y saber si le estaba diciendo la verdad. Finalmente, se agachó y sacó la navaja de la bota. La abrió.

Se levantó y volvió a acercarse a ella, que se puso de lado para acercarle las muñecas.

Se arrodilló delante de ella. Elli sintió el frío de la navaja y que aquella piel áspera rozaba la suya un momento. Entonces la cuerda se soltó. Se llevó las manos hacia delante y se frotó las muñecas.

El vikingo hizo lo mismo con la cuerda que ataba sus tobillos y con la que le unía las rodillas. Después, cerró la navaja y recogió los trozos de cuerda y la mordaza.

Se guardó el arma en la bota y se puso en pie. Retrocedió sin levantar la mirada y sacó una bolsa de detrás del sillón en el que había estado sentado. Guardó las cuerdas y volvió a sentarse.

Sólo entonces la miró.

—Vaya, princesa. Dé de comer a sus animales.

Ella se puso en pie despacio. Pensaba que se sentiría aturdida y dolorida, pero no estaba tan mal. La cabeza le dio vueltas un momento, y se le hizo un nudo en el estómago, pero ambas sensaciones pasaron enseguida.

Los gatos la siguieron. Les sirvió la comida, tapó la lata, que estaba a medias, y volvió a guardarla en la nevera. Luego aclaró la cuchara y la metió en el lavaplatos.

Encima del fregadero había una ventana. Miró hacia el edificio de enfrente y a la calle, pero no vio a nadie. No pudo evitar preguntarse... si hacerle una señal a un vecino contaría como un intento de escaparse.

—Princesa.

Elli dejó escapar un grito y se retiró de la ventana. El vikingo estaba justo detrás de ella. ¿Cómo lo habría hecho para llegar hasta allí sin hacer ruido?

Él sacudió la cabeza, como si supiese exactamente lo que había estado pensando.

—¿Le importa si coloco la comida? —preguntó ella.

—Como desee.

Pero nada era como ella deseaba.

No obstante, ya se lo había dicho a aquel hombre, y él seguía allí y tenía planeado llevársela a Gullandria en cuanto se hiciese de noche.

Elli suspiró y empezó a vaciar las bolsas. Él se quitó del medio, pero no volvió al salón, se quedó allí, de brazos cruzados, observando cómo guardaba la lechuga y una botella en la nevera, y la mostaza en un armario.

Cuando lo hubo colocado todo, ambos volvieron a ocupar sus respectivos asientos en el salón.

Volvió a hacerse el silencio. Él observaba, ella esperaba. O tal vez fuese al revés. Doodles y Diablo se acomodaron al lado de su ama. Ella los acarició y se sintió reconfortada.

De pronto, sonó el teléfono. Había estado evitando mirar al vikingo, pero tuvo que hacerlo en ese momento.

—No responda.

—Pero... —antes de que a Elli le diese tiempo a dar una buena razón por la que contestar, dejó de sonar. A ella le entraron ganas de gritarle a la persona que había llamado y decirle: «Maldito seas, ¿no te das cuenta de que necesito ayuda? ¿Por qué no has podido esperar un poco más?».

En el exterior seguía habiendo luz, pero no tardaría en oscurecer. Cuando eso ocurriese, aquel hombre la sacaría de allí de los pelos, metafóricamente hablando.

¿Estaba preparada para ello? No. Tenía que haber un modo mejor.

Se obligó a mirarlo de nuevo e hizo un esfuerzo por hablarle en tono amistoso.

—Hauk... ¿Puedo llamarte Hauk?

Él se aclaró la garganta.

—Llámeme como quiera. Yo estoy...

—Estás a mi servicio. Ya. Pero, ¿Hauk?

—¿Alteza?

—¿Podrías llamarme Elli?

—Eso no sería apropiado —respondió él apartando la mirada.

Ella lo miró y contó hasta diez. Luego, suspiró.

—Por favor, tenemos que hablar —él volvió a mirarla, pero no dijo nada—. ¿Y si te acompaño por mi propia voluntad?

Él ni parpadeó, su rostro era como una máscara.

—Eso nos facilitaría las cosas a todos.

—Pero con condiciones —añadió Elli esperanzada.

A aquello siguió otro interminable silencio. «Sorpresa, sorpresa», pensó ella. «No le interesan mis condiciones».

—Te lo explicaré —continuó Elli.

Con aquello, consiguió que él levantase una ceja.

—No necesito explicaciones. Me han dado unas órdenes y tengo que cumplirlas.

—Pero...

—Alteza, no va a conseguir nada con sus argucias.

—¿Argucias? —repitió ella volviendo a sentirse furiosa—. ¿Crees que utilizo argucias?

—No —respondió él en un susurro—. No.

Ella apretó los labios y entrelazó los dedos de las manos, como si estuviese rezando.

En realidad, estaba rezando para que se le ocurriese cómo comunicarse con el vikingo antes de que este la agarrase y la sacase por la puerta.

—¿Por qué quiere verme mi padre tan de repente?

—Como ya le he dicho antes, él se lo explicará.

—¿Pero qué te ha dicho a ti? ¿O ni siquiera se ha molestado en darte la orden directamente?

—¿Está intentando provocarme, princesa?

Ella abrió la boca para decirle que no, pero volvió a cerrarla. Tenía la sensación de que no le serviría de nada mentir a aquel hombre.

—Sí, estaba intentando provocarte. Lo siento.

Él se encogió de hombros.

Elli lo miró bajando las pestañas y la cabeza con modestia.

—Por favor, quiero saberlo. ¿Te ordenó él, en persona, que vinieras a buscarme?

—Sí —admitió el vikingo después de unos segundos de silencio.

—¿Y qué te dijo?

—Ya se lo he dicho. Que quería verla y que se lo explicaría todo cuando estuviese allí.

—¿Pero por qué quiere que vaya allí?

—No me lo dijo. Ni tenía por qué hacerlo. Un rey no está obligado a compartir sus razones con quienes le sirven.

—Pero tuvo que decirte algo.

Hauk volvió a mirarla de aquel modo frío que le decía que no iba a sonsacarle nada más.

Pero Elli quería más respuestas.

—Has dicho en más de una ocasión que estás a mi servicio.

—Y lo estoy, princesa Elli.

—Estupendo, pero supongo que, a pesar de servirme a mí, sirves antes a mi padre.

—Sí, Alteza.

—Así que si te pido algo que no afecte a lo que te ha pedido mi padre, lo harás. Me servirás, como has dicho —esperó. Sabía que el vikingo tendría que asentir.

—Sí, Alteza.

Ya lo tenía.

—Cuando mi padre te ordenó que me llevases a Gullandria, ¿te dijo también que no me contases lo que él te había dicho?

—No, princesa.

—Entonces, quiero que me digas lo que dijo mi padre.

Él se irguió en el sillón.

—Las instrucciones de su Majestad fueron breves. Tenía que ser... amable con usted. Primero, debía pedirle que me acompañase, tenía que decirle que su padre deseaba verla, hablar con usted y que él se lo explicaría todo.

Elli ya conocía el resto.

—Y si yo me negaba, tenías que secuestrarme y llevarme ante él de todos modos.

Hauk parecía ofendido.

—Él nunca utilizó la palabra secuestro.

—Pero eso es lo que se esperaba de ti... lo que estás haciendo, ¿verdad?

Él se limitó a encogerse de hombros.

—¿Por qué no me ha llamado él para pedirme que vaya? —insistió Elli.

—Alteza, no lo sé. Ya le he dicho que un rey no le da motivos a sus guerreros. Su padre ha dicho que él le contará lo que tenga que contarle, y su Majestad es un hombre de palabra.

—Pero no...

—Alteza —aquello fríos ojos azules la miraron con algo de calidez por primera vez.

—¿Umm? —ella le sonrió.

Hauk parecía darle vueltas a algo.

—La paciencia es una cualidad muy valorada en las mujeres. Esto le servirá para ejercerla un poco.

—Piénsalo un momento, Hauk. Mi padre te dijo que prefería que fuese por mi propia voluntad. Y eso es lo que estoy pensando hacer.

—Lo está pensando.

—Sí. De verdad.

Tal vez fuese un hombre fuerte y silencioso, pero no tenía nada de tonto. Sabía a dónde quería ir Elli a parar.

—Lo está considerando, pero tiene una condición.

—Eso es. Una condición muy razonable. Quiero que llames a mi padre y que me permitas hablar con él.

Capítulo 3

Quería hablar con su padre.

Hauk no daba crédito. Aquella mujer era demasiado astuta. Lo había acorralado hasta pedirle algo que no estaba seguro de poder negarle.

No debía haberle quitado la mordaza, pero su señor le había dicho que la tratase bien.

La verdad era que las instrucciones que le había dado eran contradictorias.

Y aquella maldita mujer no callaba.

—Hauk, venga. Sé que tienes que poder ponerte en contacto con él. Quiero que lo llames y me dejes hablar con mi padre.

Él no sabía qué hacer, así que no hizo nada. Se quedó sentado, en silencio.

Pero la princesa Elli insistió.

—Mi padre quiere que vaya a verlo, pero, sobre todo, quiere que lo haga voluntariamente. Eso es comprensible, cualquier padre lo querría. Y si con sólo una llamada de teléfono yo accediese, entonces mi padre querría que lo llamases y me dejases hablar con él, ¿no?

«¿Por qué no se calla de una vez?», se preguntó Hauk. Si nunca se había cuestionado las órdenes de su rey, ¿por qué iba a empezar a hacerlo entonces?

Las órdenes de su rey le retumbaban en la cabeza, le había pedido que intentase llevarla hasta él por su propia voluntad. Pero si hubiese creído que ella accedería, ¿por qué había enviado a un guerrero a buscarla en vez de a alguien con más labia, que supiese cómo camelarla?

—Lo primero y más importante —continuó la princesa—, mi padre quería que fuese. ¿Qué te cuesta llamar? Nada. Pero si no lo haces, mi padre sabrá que has tenido la posibilidad de llevarme voluntariamente y que no...

—De acuerdo.

Elli no podía creerlo.

—¿Quieres decir que vas a llamarlo?

Él metió la mano en la bolsa negra que tenía al lado y sacó un pequeño aparato electrónico, algo parecido a un busca. Apretó varios botones y miró el aparato durante unos quince segundos. Luego volvió a meterlo en la bolsa. Después, volvió a erguirse en el sillón y miró hacia delante.

—¿Qué has hecho? ¿Qué ocurre? —inquirió Elli.

—He contactado con su padre. Si no pasa nada, nos llamará en la próxima hora.

Cuarenta y tres minutos más tarde, sonó el teléfono. Elli se puso en pie de un salto, empujando a los gatos, que bajaron del sofá y fueron hacia la entrada.

—Espere —ordenó el vikingo.

—Pero si...

—Quédese donde está.

Ella se quedó quieta. Estaba tensa. El vikingo contestó al teléfono.

—FitzWyborn al habla... Sí, mi señor. Está aquí. Ha accedido a venir conmigo, con la condición de hablar antes con usted. Sí, mi señor. Como desee —Hauk le tendió el teléfono—. Su padre desea hablar con usted, princesa Elli.

Elli no podía moverse.

Volvía a tener aquella sensación de irrealidad, estaba petrificada. El padre al que nunca había conocido no podía estar al otro lado del teléfono. Y, pensándolo bien, ¿cómo podía saber que el hombre con el que iba a hablar era realmente su padre?

El vikingo avanzó hacia ella y le tendió el teléfono.

—¿Dígame? —dijo con voz débil.

—Elli —contestó una voz cariñosa y profunda—. Pequeña gigante.

Pequeña gigante. Nadie la llamaba así. Nadie. Salvo su madre, cuando era niña...

«—Eres mi pequeña gigante, Elli —solía decirle.

—No, mamá, no soy un gigante, soy demasiado pequeña.

—Es un nombre mítico, sacado de las leyendas del país donde naciste.

—¿En Gullandria, mamá?

—Eso es. Y en Gullandria, se cuenta la leyenda de Elli, la giganta. Elli era una giganta muy vieja, era la vejez misma. El dios del Trueno, Thor, fue engañado para que luchase con ella, aunque todo el mundo sabe que...».

—No se puede luchar contra la vejez —le dijo Elli a su padre.

Su padre, porque en esos momentos ya estaba segura de que era su padre, rió.

—Bueno, al menos tu madre te ha enseñado algo acerca de tus raíces.

Elli sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Hauk había vuelto al sillón, tenía su mirada azul glacial clavada en ella.

Elli miró hacia otro lado y le preguntó a su padre:

—Si querías verme, ¿por qué tenías que hacerlo de este modo?

—Necesito que vengas, Elli. Por favor, confía en Hauk. Él nunca te hará daño y te protegerá.

—Padre —le resultaba tan extraño estar hablando con él, después de tantos años—. No has contestado a mi pregunta.

Se hizo el silencio. Elli pensó en los miles de kilómetros de distancia que separaban su casa, en Sacramento, de la isla en la que había nacido, en el mar de Noruega. ¿Qué hora sería allí? De madrugada. ¿Estaría su padre hablando con ella desde la cama o vestido en algún despacho o salón de altos techos de palacio?

—He perdido dos hijos —le explicó él—. ¿Es tan extraño que quiera conocer al menos a una de mis hijas?

—¿Pero por qué no me has llamado para pedirme que vaya?

—¿Habrías accedido?

Elli no habría sido capaz de responder a aquella pregunta cinco minutos antes, pero en esos momentos, después de oír la voz triste y amable de su padre, llamándola de un modo que sólo su madre había utilizado, lo tenía claro.

—Sí.

No obstante, hablar con su padre no lo arreglaba todo. Seguía habiendo dolor en su corazón y amargura. Al fin y al cabo, su padre las trataba, a ella y a sus hermanas, como hijas de usar y tirar. Sabía que había ocurrido algo terrible hacía muchos años entre él y su madre, que había dividido en dos la familia y había hecho que su madre se volviese a Estados Unidos con sus tres princesitas, dejando atrás a sus hijos. Elli y sus hermanas habían intentado averiguar qué había pasado, pero su madre no había querido contárselo.

Elli se volvió hacia el vikingo que estaba sentado en su sillón. Lo miró con insolencia. Aquel loco plan de secuestro de su padre debía de ser un torpe intento de hacer bien las cosas en la familia. Ella quería ir, ver a su padre y conocer el país en el que había nacido.

—Quizás cometí un error no llamándote antes —comentó su padre.

—Desde luego que sí —contestó ella—. ¿Y qué pasa con Liv y Brit? ¿También has mandado que las secuestren?

—No, Elli. Sólo a ti.

—¿Por qué sólo a mí?

—Cuando eras un bebé, lo mirabas todo con curiosidad. Ya veo que algunas cosas no han cambiado —rió él.

—Por el momento, haces como el hombre al que has mandado a secuestrarme, no respondes a mis preguntas.

—Ven a verme, te lo contaré todo.

—Eso dice él también.

—Elli, estoy deseando ver tu cara, charlar contigo, conocerte, al menos un poco...

A ella se le volvió a hacer un nudo en la garganta. Tragó saliva.

—Ya te he dicho que voy a ir.

—Bien.

—Pero primero...

Su padre suspiró.

—Creo que no me va a gustar lo que vas a decirme.

—Padre, sé razonable. No puedo desaparecer así como así. Tengo mi propia vida. Tengo que conseguir que alguien se ocupe de los gatos y que riegue las plantas. Tengo que llamar al director del colegio, pedirle unos días. Y tengo que ver a mamá y contarle...

—No quiero que le digas nada a tu madre —de pronto la voz de su padre era fría.

—No puedo desaparecer sin decirle adonde voy. Se asustaría.

—Si Ingrid sabe adonde vienes, no lo permitirá.

—No puedes estar seguro de eso. Además, mamá no me dice lo que tengo que hacer.

—Claro que estoy seguro. Ya le he planteado el tema.

—¿Has hablado con mamá acerca de mi viaje a Gullandria? —aquello era nuevo para Elli.

—Sí.

—¿Cuándo?

—Hace un par de días.

—¿La llamaste? ¿Por teléfono?

—Sí.

—Pero hacía mucho tiempo que no hablabais... No me ha dicho nada.

—No me sorprende.

—No lo entiendo.

—Es muy sencillo. Llamé a tu madre, le pedí que os mandara a ti y a tus hermanas. Ella se negó. Le dije que era vuestro padre, que había esperado muchos años y que tenía derecho a conocer a mis hijas, pero ella no me escuchó. Me dijo que vosotras no queríais saber nada de mí, que os dejase en paz y que me mantuviese alejado de vuestras vidas. Luego me colgó el teléfono.

Elli decidió que no se marcharía de Sacramento hasta que no hablase seriamente con su madre.

—Padre —seguía resultándole extraño utilizar aquella palabra—, soy una persona adulta, mi madre no decide por mí. Voy a ir a verte. Es lunes. Dame dos días. Tomaré un avión el jueves por la mañana lo más tarde. Tienes mi palabra de honor.

Se hizo un silencio. Después, su padre repitió pensativo:

—Tu palabra de honor...

—Sí. Mi palabra de honor.

—Pásame a Hauk.

—¿Para qué necesitas hablar con...? —empezó a preguntar, irritada.

—Por favor, Elli, pásamelo.

Elli se acercó al vikingo.

—Toma. Dile que puede confiar en mi palabra.

Él agarró el teléfono.

—Sí, señor... sí... sí... —escuchó. La expresión de su rostro no cambió—. Sí, Majestad.

Luego, le devolvió el teléfono.

—¿Satisfecho? —inquirió Elli a su padre.

—Trato hecho. Habla con tu madre si tienes que hacerlo. Y toma un avión el jueves por la mañana.

—Gracias, padre. Estoy deseando verte por fin.

—Yo también estoy deseando verte a ti —dijo de nuevo con voz tierna—. Mucho. Hauk se quedará contigo.

El vikingo seguía mirándola. Elli se dio la vuelta y se sentó en el sofá, luego, le lanzó una mirada fulminante y murmuró al teléfono:

—Tienes mi palabra. No hace falta...

—Elli, se queda contigo —sentenció su padre.

—Eso me da a entender que no crees en mi palabra —ella también era capaz de hablar fríamente.

—Dale la razón a este viejo —le pidió él en tono zalamero.

Su padre tenía poco más de cincuenta años. Era viejo para Elli, pero no tanto.

—No intentes camelarme.

—No puedo ceder en este punto. Te doy tiempo para hacer lo que tengas que hacer antes de venir, pero Hauk se quedará a tu lado hasta que estés aquí sana y salva.

—Crees que mamá va a convencerme para que no vaya, ¿verdad?

—Sí.

—Te prometo que no dejaré que lo haga.

—Es mejor prevenir que curar. Conozco a tu madre.

Elli volvió a mirar a Hauk, tendría que estar con él hasta el jueves.

—No estoy nada contenta con esto.

—Es mi única condición —dijo él como si fuese algo sin importancia—. Acéptala y ambos estaremos contentos.

Nada más despedirse de su padre, Elli llamó a su madre. Quería verla en persona y hablarle de su viaje, y de la conversación que ésta había tenido con su padre, algo que Ingrid no le había mencionado por el momento.

—¿Estás bien? —le preguntó su madre—. Pareces... pensativa.

Elli miró hacia el otro lado del salón. Hauk seguía allí.

Sería mejor que se acostumbrase. Le aseguró a su madre que estaba bien y quedó a cenar con ella, en casa de Ingrid, al día siguiente.

Después consiguió localizar al director del colegio y le explicó vagamente que tenía un problema familiar y que faltaría al trabajo unos días. A su jefe no le hizo ninguna gracia, pero accedió. Después, le hizo una pregunta que era de esperar:

—¿Cuántos días vas a estar fuera?

Ni siquiera lo había pensado. No mucho tiempo. Sólo era una visita. Una visita de...

—Tres semanas —dijo poniéndose en pie para mirar el calendario que tenía en la cocina—. Estaré de vuelta el veintisiete.

El director le deseó suerte a regañadientes y Elli se dio cuenta, al colgar el teléfono, de que tal vez aquel viaje le costase su trabajo.

No obstante, tenía la suerte de no necesitar el dinero. Al fin y al cabo, su madre era una Freyasdahl y eso, en California, significaba que tenía mucho dinero. No obstante, a Elli le gustaba la enseñanza y estaba orgullosa de su trabajo, y le molestaba dejar plantados a sus alumnos.

Volvió a mirar a Hauk, enorme, musculoso, implacable.

Había hecho una promesa e iba a cumplirla, así que sería mejor que lo hiciese con el mejor humor posible.

Le dedicó al vikingo una amplia sonrisa. Él frunció el ceño y miró hacia otro lado.

—Haz como si estuvieras en casa —le dijo alegremente, atreviéndose a acercarse a él para recoger su maleta—. Si no te importa, prefiero hacerme yo la maleta.

Fue a su habitación y dejó la maleta encima de la cama. La dejó allí, cerrada, y fue al baño. Echó el cerrojo.

Iba a utilizar el váter, pero, sin saber cómo, se encontró mirándose al espejo. Había angustia en sus ojos y estaba pálida.

—Quiero conocer a mi padre —le dijo a su reflejo—. Quiero hacerlo.

Todavía no podía creer lo que había pasado, sólo hacía unas horas que había estado en el coche, de vuelta a casa, escuchando la radio y decidiendo qué haría de cena.

De pronto, todo había cambiado. Iba a ir a Gullandria.

Utilizó el váter, se lavó las manos, se peinó, bebió agua del grifo y se pintó los labios.

Cuando salió del cuarto de baño, el vikingo estaba de pie al lado de su cama.

—¡Fuera de aquí! —gritó, enfadada.

—Princesa, no ha sido mi intención asustarla.

—¡Fuera, fuera, fuera!

—¡Silencio! —replicó él—. Recuerde su promesa. No iba a gritar.

Ella bajó la voz y susurró furiosa:

—Eso era antes. Ahora, no eres más que mi... escolta. Y quiero que salgas de mi habitación.

En vez de marcharse, Hauk avanzó hacia ella.

Elli no se asustó, pero no pudo evitar apartarse de su camino. Era tan alto que su pelo rozó el marco de la puerta cuando entró en el cuarto de baño.

Ella se cruzó de brazos para evitar darle un puñetazo a algo.

—¿Se puede saber qué estás haciendo?

Él ni siquiera se molestó en contestarle, sólo miró aquí y allí, abrió la ventana y miró el aparcamiento, abrió los armarios y apartó la cortina de la bañera para mirar dentro.

—¿Acaso crees que tengo a alguien escondido en la bañera? ¿O crees que voy a intentar escapar por la ventana?

—Tengo órdenes de vigilarla de cerca, princesa. Tengo que asegurarme de que no cambia de opinión. Ha entrado muy deprisa en el baño, tenía que estar seguro de que no pasaba nada.

—He entrado muy deprisa porque tenía que utilizar el váter. ¿Pasa algo?

—No, princesa.

—Espera un momento... ¿Es eso lo que te ha pedido mi padre, que me vigiles de cerca y que no te separes de mí?

—Sí, princesa.

—Creo que voy a tener que volver a hablar con él.

El vikingo no se movió.

—¿Me has oído? Quiero que vuelvas a contactar con mi padre. Quiero hablar con él.

—Lo siento, Alteza, no puedo hacer eso.

—Claro que sí puedes. Vuelve a sacar el aparato ese y...

—Princesa, su padre me ha dicho que no quería volver a ser molestado. Estaba seguro de que se le ocurriría una interminable lista de preguntas nada más colgar el teléfono. Me ha dicho que las contestaría todas...

—Cuando esté en Gullandria.

—Eso es, prin...

—Hauk.

—Sí, Alteza.

—Si vuelves a llamarme princesa o Alteza otra vez, voy a olvidarme de la promesa que he hecho y voy a empezar a gritar. Tendrás que volver a atarme y yo me enfadaré mucho, mucho. ¿Quieres que vuelva a enfadarme?

—No, p... No.

—Entonces, no me llames princesa, ni Alteza.

—Como desee.

—Y ahora, ¿quieres salir de mi habitación?

—Si usted sale también...

—Está bien, está bien. Vamos.

Elli fue directa a la cocina. Eran casi las ocho y tenía hambre.

Por supuesto, Hauk la siguió. Tendría que alimentarlo a él también.

—Siéntate —le ordenó señalando la mesa—. Allí.

Él tomó una silla y apoyó la espalda en la pared. Desde donde estaba, podía ver la entrada, el salón y, por supuesto, lo que ocurría en la cocina. Se tomaba muy en serio sus funciones.

Elli abrió la nevera y miró el pollo que había comprado para asar. Sería suficiente para ambos, pero tardaría al menos dos horas en hacerse.

No. No podía esperar. Tenía hambre.

Pensó en salir rápidamente a comprar comida preparada.

Pero le tendría que pedir permiso al guerrero. Y, si éste se lo daba, insistiría en ir con ella. No, tendría que pensar en otra cosa.

Miró en el congelador. Había dos pizzas. Perfecto. Miró al enorme hombre que estaba sentado en su cocina y decidió que haría las dos.

Cuando le puso un plato delante, él frunció el ceño.

—No tiene que cocinar para mí.

¿Qué iba a comer si no?

—Sólo voy a hacer pizza y una ensalada.

—Gracias, por... Esto... gracias.

Tenía una botella de vino blanco en la nevera que había comprado para acompañar el pollo. Lo sacó. Necesitaba algo que la ayudase a pasar la noche.

Colocó dos copas encima de la mesa, pero cuando fue a servir a Hauk, él tapó la copa con su enorme mano. «Como quieras, a más toco», pensó Elli. Llenó su propia copa, se sentó frente a él y se la bebió. Luego se sirvió una segunda.

Estaba algo aturdida cuando se levantó a dejar los platos en el lavaplatos. Hauk también se puso en pie. La ayudó a recoger, tomó la bayeta y limpió la encimera mientras ella aclaraba los platos. Elli se volvió y lo vio limpiando la mesa. No pudo evitar reír.

Él se irguió, con los restos de comida en la mano, y se volvió hacia ella.

—¿Le parezco gracioso?

—Esto... —respondió ella—. Da igual. No es nada.

Hauk se acercó a ella que, tal vez por el efecto del vino, ya no se sentía particularmente amenazada por aquel enorme hombre. Retrocedió un poco para que él tirase los restos a la pila. Hauk le dio la bayeta, ella la enjuagó y la dejó debajo de la pila.

—Bueno. Ya está —comentó Elli.

Él asintió. Y se quedó allí, sin moverse, probablemente esperando órdenes.

Eran las nueve menos diez, un poco temprano para irse a la cama en circunstancias normales. Pero aquella noche nada era normal. Elli quería tiempo para sí misma, un par de horas sin que la mirada de aquel guerrero la siguiese a todas partes. Y la única manera era cerrando la puerta de su habitación y dándole las buenas noches.

—Escucha —empezó sonriéndole.

Él asintió.

—Te voy a preparar el sofá-cama de la habitación de invitados. Si quieres ver la televisión, el salón es todo tuyo... Ah, y si tienes hambre, come lo que quieras.

Él se quedó allí, mirándola. Y Elli supo que iba a decirle algo que no iba a gustarle nada.

—¿Qué?

—¿Quiere que yo duerma en la habitación de invitados y usted en la suya?

—¿Hay algún problema?

—Parece que no ha entendido bien el trato que ha hecho con su Majestad.

—¿De qué hablas? He accedido a ir a verlo. Y a que estés en mi casa hasta que nos marchemos, para que yo no cambie de idea. He accedido a que me escoltes hasta Gullandria.

—Eso es.

—Bien. Entonces, estamos de acuerdo. Me voy a la cama —intentó avanzar, pero él no se apartó de su camino—. Hauk, ¿qué pasa?

—Su Majestad me ha pedido que la vigile en todo momento, lo que significa que tengo que dormir donde usted duerma.

Capítulo 4

Esa es la cosa más ridícula que he oído en toda mi vida —protestó la princesa—. Yo no he accedido a dormir contigo. ¿Por qué iba a querer mi padre que durmiese contigo?

Hauk se dio cuenta de que Elli había llegado a una conclusión equivocada.

—No va a dormir conmigo. Pero tengo que estar en la misma habitación que usted.

—¿Crees que voy a permitir que duermas en mi habitación?

—A mí me da igual dónde dormir. Sólo estoy informándola de que tengo que estar en la misma habitación que usted.

—Pero no... ¿Eso te ha dicho mi padre? ¿Qué duermas en la misma habitación que yo?

—Me ha pedido que no la pierda de vista.

—Ah. Pero eso ya ha pasado, ¿recuerdas? He entrado sola al cuarto de baño y no ha pasado nada. Sigo aquí.

Hauk odiaba discutir con aquella mujer, era demasiado lista.

—Tiene derecho a su intimidad, pero no durante horas. Hay ventanas en todas las habitaciones, podría escapar.

—Pero no voy a hacerlo, he dado mi palabra de honor.

—Pero mi rey me ha ordenado que me asegure de que la mantiene.

—No vas a permitir que me salga con la mía, ¿verdad?

A él le hubiese gustado decirle: «No, Alteza», pero tenía prohibido llamarla así.

También deseaba decirle que lo sentía, pero ella le había pedido que no volviese a pedirle disculpas.

Además, tal vez Elli tuviese razón. Aunque no con respecto al modo de dirigirse a ella. No le gustaba que lo obligase a tratarla con familiaridad, pero lo que él opinase daba igual.

Lo que importaba eran los actos de un hombre, no sus palabras. Y él iba a seguir las órdenes de su rey.

—¿Me dejarás sola al menos mientras me doy un baño?

Él le dio permiso.

Pero Elli no consiguió relajarse. Estuvo pensando en el enorme hombre que la esperaba en la habitación, sabiendo que si tardaba demasiado, entraría a ver qué estaba haciendo. Después de aproximadamente diez minutos, antes de que el agua empezase a enfriarse, salió, se secó, se puso su camisón rosa y se lavó los dientes.

Él la esperaba en medio de la habitación. Había buscado unas mantas y una almohada y las había tendido en el suelo, a los pies de su cama. La maleta seguía allí, llena de las cosas con las que él había decidido llenarla mientras ella estaba tumbada en el sofá del salón, drogada y atada.

—He buscado ropa de cama en el armario del pasillo —dijo Hauk bajando la cabeza, como si esperase una reprimenda.

¿Qué más le daba a ella si aquel hombre le tomaba prestada una manta? Podía tomar todas las que quisiera si se iba a dormir a la habitación de invitados.

Elli se cruzó de brazos. De repente, se sintió demasiado desnuda, a pesar de que el camisón era amplio y le llegaba casi a los tobillos. Miró al vikingo y se mordisqueó el labio.

Tal vez hubiese soportado que durmiese en su habitación si no hubiese sido tan... masculino. Parecía saber controlarse pero, no obstante, rezumaba testosterona por todos los poros de su piel. Y tenía un cuerpo tan fuerte y musculoso...

Elli se abrazó con fuerza y apartó la mirada de él. Miró la maleta.

—¿Quiere preparar el equipaje ahora? —preguntó él.

Ella se estremeció. Todo era tan extraño. Aquel hombre era su carcelero y, al mismo tiempo, se comportaba como un sirviente, parecía preparado a cumplir con su deber incluso antes de que ella se lo pidiese.

—No, lo haré en otro momento. Tengo hasta el jueves, ¿recuerdas?

A pesar de que el vikingo casi la había secuestrado, parecía un tipo con corazón, noble y honesto. Lo más probable era que a él tampoco le gustase dormir a los pies de su cama. Era normal que estuviese deseando que se fuesen a Gullandria lo antes posible.

Tal vez pudiese estar preparada para marcharse antes del jueves. Y tal vez a él le gustase saberlo. Pero hacer algo que complaciese al vikingo en su propia habitación era lo último en lo que quería pensar Elli en esos momentos.

Sin inmutarse, como era habitual en él, Hauk tomó la maleta y la dejó contra la pared. Cuando pasó por su lado, Elli se dio cuenta de que olía a pasta de dientes, debía de habérselos lavado mientras ella se daba el baño.

Qué imagen tan extraña: el vikingo lavándose los dientes en su cuarto de baño. Nunca se había imaginado a un vikingo lavándose los dientes. ¿Utilizaría también el hilo dental? Suponía que sí. Parecía preocuparse mucho por su salud y la higiene bucal debía de formar parte del paquete.

Volvió a pasar por su lado y se quedó de pie al lado de las mantas que estaban en el suelo.

—¿Quiere dormir ahora? —le preguntó.

Como si fuese a poder.

—En un minuto. Primero, voy a cerrar la puerta con llave.

—Ya lo he hecho yo.

Elli se metió en la cama y Doodles y Diablo aparecieron por la puerta.

—Venid —les dijo. Luego tomó el mando a distancia que estaba en la mesita de noche.

Los gatos se acomodaron. Ella encendió la televisión, le encantaba ver la televisión en la cama, con los gatos acurrucados a su lado.

Y estaban poniendo su programa favorito, una serie policíaca. Vincent D’Onofrio estaba con el acusado en la sala de interrogatorios.

Y el vikingo seguía de pie, esperando órdenes, suponía Elli.

—Hauk. Acuéstate.

Él obedeció y un minuto después estaba debajo de una manta, con las botas y el cinturón al lado. Elli se preguntó si llevaría la navaja encima mientras dormía, pero se dijo que lo que Hauk FitzWyborn hiciese con su navaja no era asunto suyo. Vio la serie hasta el final y luego cambió de cadena para ver una película antigua.

Hauk seguía inmóvil a los pies de la cama. Elli podría haber jurado que no se había movido desde que se había acostado, una hora antes.

Cuando hubo terminado la película, Elli apagó la televisión. La habitación estaba en silencio. Sólo se oía el ronroneo de Doodles.

¿Se habría muerto el vikingo?

No, no tendría tanta suerte.

¿Estaría dormido? Eso parecía.

Ése era todo un avance. Hauk dormido. Soñando con lo que soñasen los vikingos guerreros y, por primera vez desde que lo había visto, sin vigilarla.

Podía hacer algo. Como levantarse e ir a la cocina ella sola. O salir al balcón a mirar las estrellas. O salir de casa, subirse al coche y dar un paseo.

No huiría, mantendría su palabra.

Volvería a casa después de un rato. Él se habría despertado y se habría puesto frenético al ver que no estaba. Le encantaría ver aquel rostro impasible asustado.

Empujó un poco a los gatos, apagó la lámpara y se tumbó a esperar. Podía ver el reloj digital que tenía al lado de la cama. Esperaría media hora y, si seguía sin oír nada, se levantaría.

Tal vez fuese un comportamiento un tanto infantil, pero aquella situación la incomodaba. Si demostraba que podía marcharse si quería, le daría una lección a Hauk, y también a su padre. Si volviese después por su propia voluntad, Hauk se daría cuenta de que no era necesario que se tomase las órdenes de su rey tan en serio. Tal vez al día siguiente la dejaría dormir sola.

El tiempo pasaba despacio. Elli pensó qué hacer. ¿Debía ir hasta los pies de la cama para ver si de verdad estaba dormido?

No. Mejor no arriesgarse. Saldría con cuidado de entre las sábanas y se iría de puntillas hasta la puerta. Si él seguía despierto, pronto lo sabría.

Pasaron los minutos, y el hombre que había a los pies de su cama permaneció en silencio.

Por fin había pasado la media hora.

Con cuidado, Elli retiró las sábanas. Puso los pies hacia fuera y echó el peso de su cuerpo hacia ellos. No hizo ni un solo ruido. Doodles, que estaba dormido, no abrió ni un ojo. Diablo levantó la cabeza, la miró y volvió a apoyarla en la cama.

Bien. Perfecto. Maravilloso.

Se giró y fue hacia la puerta en completo silencio. Ni siquiera respiraba. Salió de la habitación.

—¿Adónde va?

Elli dio un grito ahogado y se giró. Allí estaba él, de pie, al lado de las mantas, mirándola. Y ella que habría jurado que ni siquiera se había movido.

—¡Agua fresca! Ya sabes, necesito beber agua fresca.

Él bajó la cabeza una vez, como dándole permiso. Elli echó los hombros hacia atrás y fue hacia la cocina.

Finalmente, ya de madrugada, Elli consiguió dormirse. Era de día cuando se despertó con el despertador. Alargó la mano y lo apagó. Los gatos se habían bajado de la cama.

Y el vikingo...

Desde la cama, Elli sólo podía ver sus mantas.

—Esto... ¿Hauk?

No hubo respuesta.

Le había demostrado la noche anterior que podía oírla aunque no hiciese nada de ruido, así que debía de haberse levantado, si no, habría respondido. Ella retiró sus mantas y fue hacia el pie de la cama. La ropa de cama de Hauk estaba toda doblada, con la almohada en lo alto.

Las botas, el cinturón y el hombre habían desaparecido.

¿Sería cierto? ¿Habría cambiado su padre de opinión y le habría hecho marcharse?