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Antes de Aquilonia, Nemedia, Ofir y Cimeria existieron Valusia, Grondar, Thule y Commoria. Antes de que se hundiera la Atlántida y el consiguiente cataclismo cambiase el mundo hubo un rey bárbaro que gobernó con mano firme desde el trono de Valusia. Antes de Conan existió Kull, el exiliado de la Atlántida que tomó la ensangrentada corona del cuerpo aún caliente del anterior rey y la puso sobre su frente. Kull no sería quien es sin Brule el lancero, tan leal como letal. Kull y Brule, atlante y picto, una amistad que reventaría los prejuicios tribales de ambas razas bárbaras. El rey no tardará en descubrir que es más fácil conseguir el trono que conservarlo, y a lo largo de su reinado tendrá que hacer frente a numerosas conspiraciones. No siempre los conspiradores serán humanos. En este volumen se incluyen los relatos de Robert E. Howard dedicados a Kull de Valusia, completando así la saga de espadas y brujería ambientada en la ficticia prehistoria de nuestro planeta.
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Seitenzahl: 435
Veröffentlichungsjahr: 2024
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ROBERT E. HOWARD
EL REINO DE LAS SOMBRAS
(Las crónicas de Thuria)
Edición y traducción de Rodolfo Martínez
Primera edición: Mayo, 2024
© 2024, Spórtula por la presente edición
© 2024, Rodolfo Martínez por la traducción
© 2024, Carlos Díaz Maroto, por «Érase una vez en la Atlántida»
Ilustración de cubierta: Breogán Álvarez
Diseño de cubierta: Spórtula
Revisión de textos: Antonio Rivas
ISBN (tapa dura): 978-84-18878-18-3
ISBN (rústica): 978-84-18878-19-0
ISBN (ebook): 978-84-18878-20-6
D.L: AS-01404-2024
SPÓRTULA
https://sportula.es
SPÓRTULA y sus logos asociados son marca registrada de Rodolfo Martínez
Prohibida la reproducción sin permiso previo de los titulares de los derechos de autor. Para obtener más información al respecto, diríjase al editor en [email protected]
ÍNDICE
ÉRASE UNA VEZ EN LA ATLÁNTIDA
EL REINO DE LAS SOMBRAS
PRÓLOGO el exiliado de la atlántida
1 EL REINO DE LAS SOMBRAS
2 LA GATA Y LA CALAVERA
3 ¡POR ESTA HACHA GOBIERNO!
4 LA CALAVERA AULLANTE DEL SILENCIO
5 LOS ESPEJOS DE TUZUN THUNE
6 ESPADAS DEL REINO CÁRDENO
7 EL tañido DEL GONG
EPÍLOGO el río al final del mundo
RUMORES, SUSURROS Y LEYENDAS
LA MALDICIÓN DE LA CALAVERA DORADA
EL ALTAR Y EL ESCORPIÓN
REYES DE LA NOCHE
EL REY Y EL ROBLE
FRAGMENTOS, BORRADORES Y SINOPSIS
FRAGMENTO (LA CIUDAD NEGRA)
FRAGMENTO
FRAGMENTO (EL REINO DE LAS SOMBRAS)
APÉNDICES
originales de los poemas
LAS EDICIONES DE KULL
KULL EN EL CÓMIC
KULL EN EL CINE
MAPA
NOTAS
CARLOS DÍAZ MAROTO
¡Por esta hacha gobierno! ¡Este es mi cetro! He luchado y sudado para ser el rey marioneta que deseabais que fuera, para reinar a vuestro modo. ¡Ahora seguiré mi propio camino! ¡Si no lucháis, obedeceréis! Las leyes justas se mantendrán; las leyes que han sobrevivido a su tiempo las haré añicos como hice con aquella. ¡Soy el rey!
—Kull en «¡Por esta hacha gobierno!».
El hacha del gobierno
En cierta manera, Conan es hijo de Kull. Robert E. Howard había escrito el relato «By This Axe I Rule!», protagonizado por el atlante, y lo ofreció sucesivamente a las revistas pulp Argosy y Adventure en 1929, pero ambas lo rechazaron por la carencia de elementos fantásticos. Decepcionado, más adelante reescribiría la historia, modificándola y ampliándola, efectuando diversos cambios argumentales (en particular, reemplazando la historia de amor por la subtrama sobrenatural) y convirtiéndola en una aventura de Conan que tituló «The Phoenix on the Sword». Ese relato sí sería publicado, en concreto por Weird Tales, en su volumen correspondiente a diciembre de 1932. Y cabe referir que en el proceso mejoró el texto, tanto en estilo como en contenido narrativo.
Sin embargo, Howard no cejó en el empeño y escribió más historias del personaje. De hecho, su primera narración publicada del atlante fue «The Shadow Kingdom», que había escrito entre 1926 y 1927 y apareció en el Weird Tales de agosto de 1929. La «biografía» de Kull, por supuesto, no se ajusta al orden de publicación de las narraciones escritas por Howard, de igual modo que sucede con sus demás personajes. Y es que, en realidad, solo tres relatos aparecieron en vida del autor: el citado más «The Mirrors of Tuzun Thune» (Weird Tales, septiembre de 1929) y «Kings of the Night» (Weird Tales, noviembre de 1930), además de una poesía, años después.
El resto de los cuentos, en su mayoría, fueron escritos entre 1929 y 1930, aunque el fragmento posteriormente titulado «Exile in Atlantis» es de 1925. Esas «nuevas» historias, junto a las ya conocidas, vieron la luz por vez primera en el volumen King Kull, publicado en 1967 por Lancer Books, que contenía además tres historias completadas por el polémico Lin Carter a partir de sendos fragmentos o borradores obra de Howard. A la salida de ese volumen, Algis Budrys, escritor de ciencia ficción, pero también crítico, describió el texto de Howard como «combinación de una megalomanía masoquista con una fuerte veta de literatura terrorífica»1, e incluso alabó positivamente que Lin Carter completara «con sorprendente éxito» el relato «Black Abyss».
Nuestro personaje, el rey Kull, vive en la Atlántida, antes de la famosa catástrofe que la hundiría, hace unos veinte mil años. En el famoso ensayo «La Era Hibórea», Howard menciona:
Poco se sabe de la época que los cronistas nemedios denominan Era Precataclísmica, salvo sobre los últimos años, e incluso estos se hallan velados por la niebla de la leyenda. La historia conocida comienza con el declive de la civilización precataclísmica dominada por los reinos de Kamelia, Valusia, Verulia, Grondar, Thule y Commoria.2
Junto con Zarfhaana, serían conocidos como los Siete Imperios o los Siete Reinos. Dentro de esas brumas de la leyenda se circunscribirían las crónicas sobre Kull de Valusia que narraría un escriba desconocido, y que transcribiría más adelante, muchos siglos después, un oscuro escritor texano...
El reino de la Atlántida
La Atlántida3 es un reino ficticio que fue citado por primera vez por Platón en sus clásicos diálogos Timeo (Τίμαιος, ca. 350 a. C.) y Critias (Κριτίας, ?), donde relata también su hundimiento en el océano Atlántico. Platón la define como una potencia militar cuya existencia se remonta a nueve mil años previos al legislador ateniense Solón (c. 638 a. C.-558 a. C.); sitúa su ubicación más allá de las Columnas de Hércules, es decir, del estrecho de Gibraltar, y describe su tamaño como más grande que Libia y Asia Menor juntas. Su poder llegó al punto de tomar el dominio del oeste de Europa y el norte de África, pero Atenas lo detuvo. Entonces devino una catástrofe, que no describe, pero que hizo desaparecer la isla, así como a los ejércitos rivales atenienses, en «un solo día y una noche terrible»4.
Durante el Renacimiento, el mito fue retomado tanto por Tomás Moro en Utopía (Utopia, 1516) como por Francis Bacon en su incompleta Nueva Atlántida (New Atlantis, 1626); por aquel entonces era considerado como una alegoría: para Bacon supone un punto de referencia para glosar una humanidad futura de carácter utópico, y Moro efectúa una sátira sociopolítica sobre una isla-estado. Fue en el siglo xix cuando esa legendaria isla, o continente, vivió una resurrección diríase apasionante, destacando en especial con el ensayo del congresista estadounidense Ignatius L. Donnelly Atlantis: The Antediluvian World (1882). Con bases arqueológicas más bien peregrinas, que podrían anteceder a las famosas teorías extraterrestres de Erich von Däniken, y a partir de las semejanzas que percibe entre las culturas egipcia y mesoamericana, Donnelly proclama las referencias en el texto de Platón como alusiones a un lugar real. Todo el mundo pareció aceptar sus teorías como plausibles, hasta el punto de que el gobierno británico organizó una expedición con rumbo a las Azores, donde el escritor situaba el continente perdido, con el fin de hallar sus restos arqueológicos (por supuesto, sin que encontraran nada).
Ya antes fue citada, si bien de pasada, por Jules Verne en 20.000 leguas de viaje submarino (Vingt mille lieues sous les mers, 1870). Helena Petrovna Blavatsky, la fundadora de la teosofía, escribió La doctrina secreta: síntesis de la ciencia, la religión y la filosofía (The Secret Doctrine, the Synthesis of Science, Religion and Philosophy, 1888), en cuyo segundo volumen describe los orígenes de la humanidad a través de un relato de las «Razas Raíces» que se remontarían a millones de años atrás. La primera raza raíz era, según ella, «etérea»; la segunda raíz poseía cuerpos más físicos y vivía en Hiperbórea; la tercera, ya por completo humana, habría existido en Lemuria, y la cuarta, en la Atlántida. Basándose en los conceptos teosóficos, en la obra ocultista Un habitante de dos planetas o La bifurcación del camino (A Dweller on Two Planets, 1894), su autor Filos el Tibetano, o Phylos the Thibetan (en realidad, Frederick Spencer Oliver), hace que su protagonista recuerde su etapa cuando fue regente de la Atlántida (lo cual podría evocar la memoria racial howardiana). The History of Atlantis (1927), del periodista, poeta, folclorista y estudioso de lo oculto Lewis Spence, recogió las teorías de Donnelly, y considera la Atlántida como una civilización de la Edad de Bronce que formaba un vínculo cultural con el continente americano, que invocó a través de los ejemplos que encontró de paralelismos entre las primeras civilizaciones del Viejo y del Nuevo Mundo. Howard compartía la opinión de Spence de que los atlantes y los cromañones podían estar relacionados, y escribió sobre este tema en una carta a Harold Preece5 recibida el 20 de octubre de 1928.
En una vena ya más aventurera surgirían libros como El continente desaparecido (The Lost Continent, 1900) de C. J. Cutcliffe Hyne, una narración en primera persona enmarcada por el descubrimiento de un antiguo manuscrito en las islas Canarias. O, en un tono más político, The Scarlet Empire (1906), de David M. Parry, ambientada en el presente de la época de su redacción, que incorpora la Atlántida preservada bajo una enorme cúpula estanca y que pretende ser una sátira del socialismo.
Sin embargo, la obra más célebre sobre el continente perdido será La Atlántida (L’Atlantide, 1919), de Pierre Benoît, donde el autor ubica ese reino nada menos que en el desierto del Sahara, en la Argelia francesa, y en la cual dos oficiales franceses conocen a Antinea, la reina de aquel dominio fabuloso. Benoît fue acusado de plagio por parte de Sir Henry Rider Haggard, en cuya obra El dios amarillo (The Yellow God, 1908) pareció inspirarse, aunque también se perciben obvias semejanzas con Ella (She, 1887). De hecho, el primero en desvelar ese parecido fue el crítico Henry Magden, que planteó las similitudes en octubre de 1919. Añadamos también, al menos, el poema La Atlántida (L’Atlàntida, 1877), de Jacinto Verdaguer, que narra cómo un ermitaño cuenta a Colón la historia del continente; en sus últimos años, Manuel de Falla lo convirtió en una cantata titulada Atlántida, que tras su muerte completó Ernesto Halffter en 1976.6
Muchas de estas obras, sin duda, debían ser conocidas por parte de Robert E. Howard cuando concibió su propio reino atlante. Estamos cien mil años antes de Cristo y la Tierra se halla habitada por tribus bárbaras. En este contexto, la Atlántida es más bien un archipiélago de islas donde diversas tribus bárbaras se enfrentan unas con otras.
Según Scott Connors7, la versión de Howard de la Atlántida era una tierra salvaje e indómita habitada por bárbaros altamente avanzados de piel clara, cabello oscuro y ojos azules y grises, trabajadores cualificados del metal y la piedra, a quienes, tras su idea del cataclismo (tal como se explica en «La Era Hibórea») sucedieron los cimerios, y luego los celtas. En 1929, Howard publicó una historia corta titulada «The Shadow Kingdom»; en ella presenta a los lectores al rey Kull de Valusia, un bárbaro atlante que alcanza el trono de un reino precataclísmico. Unos pocos meses antes de que la historia apareciera en Weird Tales, asiento principal de Howard entre las revistas pulp, escribió sobre la Atlántida en términos que podrían no haber sonado extraños a un völker8 germano en una carta a Preece (sin fechar pero recibida el 20 de octubre de 1928):
Acerca de la Atlántida... Creo que algo similar debió existir, aunque no sustento especialmente ninguna teoría sobre la existencia de un alto tipo de civilización allí; de hecho, dudo que la hubiera. Pero algún continente quedó sumergido antaño, o alguna gran masa de tierra, pues prácticamente todos los pueblos tienen leyendas sobre una inundación.9
La tierra de Kull
Entre los distintos reinos que imperaban en aquella época, el más importante de ellos, de cara al propio Kull, sería Valusia, pero había otros, como ya vimos. Más adelante, Howard acuñaría el nombre de Thuria10 como un macrocontinente, cuando intentó conectar el mundo de Kull con el de Conan en su ensayo «The Hyborian Age» en 1936.
Kull nació en una tribu ubicada en el Valle del Tigre de la Atlántida. Cuando aún era un niño, tanto el valle como la tribu fueron destruidos por una inundación, lo que provocó que viviera como un chico salvaje durante años. Capturado por la tribu de las Montañas del Mar, Kull fue adoptado por esta. Ya de adolescente, en «Exile of Atlantis», Kull concede a una mujer una muerte rápida para evitar que sea quemada por una turba. Sin embargo, por este acto de generosidad será desterrado de la Atlántida. A lo largo de su vida será esclavo, pirata, forajido, gladiador, soldado y, al fin, rey de Valusia.
Refiérese que la ciudad de Valusia fue fundada por los hombres serpiente, adoradores de la Gran Serpiente. Mas sus esclavos humanos los derrocaron, y a partir de entonces hubieron de habitar en la oscuridad, si bien urdirían periódicamente planes malvados para reinstaurar su poder, para lo cual aprovechaban sus capacidades de camuflaje, que les permitían adquirir los rasgos de personas concretas. En el relato de H. P. Lovecraft «El morador de las tinieblas» («The Haunter of the Dark», Weird Tales, diciembre de 1936), este menciona a los «hombres serpiente de Valusia».
A través de sus narraciones, Howard expondría la leyenda de Kull, rey de Valusia. Una Valusia que, en palabras del propio autor, es «una Valusia desvanecida y degenerada, una Valusia que vive sobre todo en los sueños de una gloria pasada». Y, tal como diría el autor francés Lauric Guillaud:
Estos reinos prehistóricos, que el propio Howard consideraba imaginarios, incluidos los «bárbaros» —los pictos, los atlantes y los lemurianos— se oponían a los «pueblos civilizados» de Valusia y Grondar, mientras tierras remotas e inexploradas albergaban razas de «primitivos salvajes». La geografía mentalmente proyectada del autor origina que coexistan tierras brotadas de su imaginación, países legendarios o míticos (Thule, la Atlántida, Lemuria) y pueblos reales, como los pictos11, a quienes Howard tomó prestados de la Historia oficial con el fin de dar cuerpo a su ficción. Este aspecto ecléctico es precisamente una de las características de la fantasía heroica.12
Kull, el personaje
Puestos a comparar a Conan y Kull, pese al aire circunspecto de ambos y a la importancia que ambos conceden a las armas, Conan es diríase un hombre de acción, mientras que Kull resulta más introspectivo. De igual modo, Conan se ve impulsado muy a menudo por su amor hacia las mujeres, mientras que Kull se muestra poco interesado en el sexo. Es amable, incluso caballeroso, y en ocasiones ayuda a parejas de amantes a seguir unidas pese a los inconvenientes, aunque él parezca ajeno a esos intereses.
Reflexionando en ese sentido, el escaso interés de Kull hacia las mujeres, resaltado por Howard en diversas ocasiones en los relatos, no podría interpretarse como un acto de misoginia, ni tampoco de homosexualidad. Dentro del contexto de estas historias, el «interés hacia las mujeres» se entiende como el acto de la seducción, el flirteo, esto es, la estructura romántica. Eso, sin embargo, no atrae a Kull. Podría dilucidarse que el rey muestra ese desinterés al igual que otro personaje de ficción: Sherlock Holmes. Mientras la creación de Sir Arthur Conan Doyle prefiere inclinar sus querencias hacia la meditación y la reflexión, Kull las volcaría hacia la asunción del gobierno y la épica combativa, aunque también, como se ha referido, a la introspección. En el aspecto erógeno, ambos por tanto serían asexuales.
Precisamente, sobre Kull deliberarían los autores del libro Speculative Modernism: «Lo que hace que Kull sea tan convincente son sus “meditaciones” y su inclinación por la autorreflexión»13. Y poco más adelante añaden:
Se cuestiona su existencia, su sentido, sus motivaciones. Aunque se determina por la acción y la batalla, e incluso las anhela, los lectores ven las consecuencias en sus tranquilos momentos de meditación.14
Y finalizarán, en lo que aquí nos atañe:
Al cuestionar la naturaleza de la realidad y su propia existencia, Kull abre un nuevo camino como héroe del Modernismo Especulativo15. Le preocupa mucho la posibilidad de que existan múltiples universos sincrónicos y no puede comprender tales complejidades. Por mucho que lo intente, solo puede recurrir a lo que conoce y a la seguridad que le aporta la violencia que le es familiar.16
Sobre el origen de Kull, el escritor Alvin Earl Perry dice:
En cuanto a sus personajes de ficción, dejaremos que el Sr. Howard hable por sí mismo. [...] «El rey Kull se diferenciaba de estos otros en que fue puesto en papel en el momento en que fue creado, mientras que los demás existían en mi mente años antes de que intentara ponerlos en historias. De hecho, apareció por primera vez como un personaje secundario en una narración que nunca fue aceptada. Al menos, pretendía que fuera un personaje secundario, pero no llegué muy lejos antes de que dominara la trama».17
Mientras rememoraba, en sus conversaciones epistolares con H. P. Lovecraft, la creación de las historias de Kull, Howard declararía:
Las tres historias que escribí sobre ese personaje parecían escribirse solas, sin ningún plan por mi parte; no hubo esfuerzo consciente alguno para elaborarlas. Nacieron sin más en mi mente en su forma final y fluyeron sobre el papel desde la punta de mis dedos.18
Mencionado este hecho por Patrice Louinet en su obra sobre el autor de Texas19, inmediatamente después el estudioso francés añadía: «Claro que Howard “olvidaba” los otros diez cuentos de la serie, abortados o rechazados»20, manifestando la complicada manera en la cual la bibliografía howardiana se fue dando a conocer, y no solo con respecto a este personaje.
Dentro del mundo de Kull también tienen una importancia fundamental los dioses. En este sentido, la deidad principal es Valka, por quien el rey está jurando constantemente, y que es denominado por nuestro héroe como «dios del mar y de la tierra». Existen otros dioses «menores», como podrían ser Hothat, Honan (o Honen), Holgar, Hark, Vala y Xerxux, y dentro de las deidades «oscuras» habría que citar al Dios Serpiente, el Dios Escorpión, la Sombra Tenebrosa o Zog-Thuu.
Para terminar este apartado, un elemento frívolo: en finlandés hay una palabra muy parecida a «kull», y que significa «pene», por lo cual en las ediciones a ese idioma se cambió el nombre de nuestro personaje a Kall (que es como, más o menos, se pronuncia en inglés).
Kull en la pantalla
En 1997 se estrenó la película Kull el conquistador (Kull the Conqueror), con dirección de John Nicolella y protagonismo de Kevin Sorbo. En principio, el proyecto consistía en una adaptación de la novela La hora del dragón / Conan el conquistador (The Hour of the Dragon / Conan the Conqueror, 1935), llevando de nuevo a la pantalla, pues, al célebre bárbaro. Al parecer, pretendía ser una tercera entrega de la saga fílmica protagonizada por el cimerio, titulada Conan the Conqueror, pero Arnold Schwarzenegger rechazó participar en el film. Por cierto que en esta fase inicial del proyecto se anunció que la acción de la película se desarrollaría, dentro de la biografía de Conan, unos treinta años después de la de John Milius, y que, en tono, el resultado estaría cerca de la excelente Sin perdón (Unforgiven, 1992) de y con Clint Eastwood.
El actor Kevin Sorbo, protagonista de la serie de televisión Hércules: Sus viajes legendarios / Hércules: Los viajes legendarios (Hercules: The Legendary Journeys, 1995-1999), donde daba vida al héroe mitológico, fue contratado pues para reemplazar a Arnold, pero no se sentía a gusto poniéndose en la piel de un personaje ya interpretado por otro actor, según refirió, o quizá tenía miedo de las comparaciones; en todo caso, el cambio radical de imagen del personaje debería, sin duda, chocar al espectador.
Así pues se optó por transformar en el guion a Conan en Kull, y de paso se hicieron algunos cambios en el libreto, añadiendo elementos del relato «By This Axe, I Rule». El guion había sido escrito por el curioso Charles Edward Pogue —Psicosis III, La mosca (versión Cronenberg), Muerto al llegar, Dragonheart—, quien después se mostraría disconforme con el resultado, debido a las sempiternas injerencias de los ejecutivos de los estudios. A requerimiento de Sorbo también se cambió el tono adulto del film, y el guionista se mostró disgustado por este otro detalle y declaró que «el estudio cedió a las exigencias de un imbécil y convirtió la muy adulta creación de Robert E. Howard en una película familiar».21
John Nicolella, el realizador, es un cineasta muy gris que comenzó como ayudante de dirección; en esa etapa, su película más prestigiosa fue El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas (The Effect of Gamma Rays on Man-in-the-Moon Marigolds, 1972), con puesta en escena de Paul Newman. Como director solo tiene un film más, la cinta criminal Pasado turbulento (Sunset Heat, 1992), que interpretan Michael Paré, Adam Ant y Dennis Hopper, aunque en televisión ha estado más activo, dirigiendo, por ejemplo, nueve episodios de la serie Corrupción en Miami (Miami Vice, 1984-1989) y un telefilm biográfico sobre Rock Hudson.
La trama nos traslada hasta el reino de Valusia, que sufre una lucha intestina por el poder. En su agonía, el rey vigente cede su cetro al bárbaro atlante Kull, quien se enfrentó en lucha con él, dejándolo mortalmente herido. Sin embargo, una vez Kull gobierna Valusia hay elementos que traman usurparle el trono, y para ello reviven a una bruja muerta tres mil años atrás.
El film arranca con una situación que el lector de las aventuras literarias del atlante siempre echó de menos: el momento en que este adquiere la corona de Valusia. Previo a ello hay una escena de batalla, muy caótica y sin mucho sentido, sobre la cual se superponen de un modo no menos caótico los títulos de crédito. Después se nos muestra la llegada a la sala del trono de todos los pretendientes al mismo y a Kull haciéndose con el poder. Hay una serie de elementos que podrían recordar al relato «¡Por esta hacha gobierno!», tal como dijimos, y a esto le sigue una adaptación libre de la novela corta La hora del dragón / Conan el conquistador, con el atlante reemplazando al cimerio y la bruja Akivasha tomando el lugar del hechicero Xaltotun. El final engarza de nuevo con el cuento de Kull, con la mítica frase que da título al relato.
Llama la atención cómo el desinterés del Kull literario hacia las mujeres se convierte aquí en todo lo contrario, aunque es posible que ello proceda de cuando el guion se centraba en Conan, pues de este se conserva también su continua comparación con un tigre, elemento destacado de La hora del dragón pero que también podría adecuarse a la definición del rey atlante. Del relato de Kull mantiene el nombre del personaje Ascalante, pero mientras que en el cuento se trataba de uno de los conspiradores que pretendían acabar con el atlante, en el film es un monje que lo ayuda. Tu es el Primer Consejero de Kull en varias de las historias, y aquí es el eunuco que le sirve para igual fin. El general Taligaro de la película procede de un poeta del mismo nombre de un fragmento que Howard escribiera sobre el rey atlante titulado «La ciudad negra». Lo mismo ocurre con Zareta, la esclava echadora de cartas, que en su origen es una cantante, y Mandara, otro de los habituales de la corte, que es un príncipe en el texto inconcluso. Dalgar, uno de los pretendientes al trono, en la obra howardiana es Dalgar de Farsun, un amante que aparece en el cuento «Espadas del reino cárdeno», y el rey Borna que cede el trono a Kull es otro antiguo rey en el mismo relato.
La trama de La hora del dragón, aun siendo una novela de corta extensión, se simplifica de forma extraordinaria en el film, como todo en realidad. Pogue, que es un guionista con cierto fuste, se quejó de las manipulaciones que efectuaron los productores, amén de lo inducido por Sorbo, como dijimos, y puede que todo eso sea el motivo de la aplastante ligereza que exhibe el film en su totalidad. Hay además un humor que funciona pésimamente y que simplifica aún más el conjunto. Se habla de muchas muertes pero prácticamente no se ve ninguna, y la única sangre que distinguimos es el arañacito accidental que Zareta le infringe a Kull. Existe un instante, cuando héroes y villanos confluyen en el gélido templo de Valka, que podría haber remitido a las aventuras de Simbad rodadas por Ray Harryhausen, pero el encanto mágico se disipa al instante debido a la convencionalidad reinante.
Sin embargo, si flojo es el guion, peor es aún la puesta en escena. Nicolella, al fin y al cabo, se ha forjado en la televisión, y su forma de dirigir es tan volátil como los productos de la pequeña pantalla. Utiliza espantosos ralentíes para enfatizar las situaciones, pero lo que provoca es tornarlas formularias, y concibe movimientos de cámara ampulosos que no sirven para reforzar la narración, sino que parecen gratuitos y caprichosos. Y las escenas de acción están atrozmente rodadas, hasta tal punto que muchas veces no se distingue qué está sucediendo.
Por otro lado, la música de Joel Goldsmith funciona bastante bien; el compositor se muestra digno heredero de su padre Jerry, aunque hay un tema de sonoridad heavy, con guitarra eléctrica, que parece le ha sido obligado añadir para otorgar comercialidad al film. Los actores son pésimos, empezando por Kevin Sorbo —quien físicamente me convence como Kull, pero no me habría valido como Conan— y terminando por Tia Carrere; ni siquiera el habitualmente excelente Harvey Fierstein logra sobresalir, dado su muy convencional personaje de comerciante traidor. Acaso como episodio piloto de una serie televisiva podría pasar, dentro del nivel de la época, pero como producto cinematográfico carece por completo de entidad.
En 2009 surgió la noticia de una nueva adaptación al cine, obra de la compañía Paradox Entertainment —responsable de la pésima Conan el bárbaro (Conan the Barbarian, 2011) dirigida por Marcus Nispel y protagonizada por Jason Momoa—, pero hasta el momento no se han dado más avances en ese proyecto. Esperemos que sigan así.
Y también hay que añadir que, en el constante cruce entre Kull y Conan, en la película de este último Conan el bárbaro (Conan the Barbarian, 1982), de John Milius, el enemigo al que se enfrenta el cimerio es Thulsa Doom, que procede de una historia del rey atlante, amén de algunos pequeños elementos más derivados de las aventuras de este.
Los relatos de este volumen
«El exiliado de la Atlántida» («Exile of Atlantis» [King Kull, Lancer Books 1967])22, con la cual arranca este volumen, es una historia muy breve, la primera que Howard escribió sobre el personaje, y trata sobre la juventud de Kull, antes de llegar a ser rey. Sirve como presentación de su personalidad, la de un hombre lleno de arrojo que no se detiene cuando cree que ha de actuar y que tiene tendencia a luchar por los débiles. En su texto «Atlantean Genesis»23, el estudioso Patrice Louinet estima que el relato debió de ser escrito «entre julio de 1925 y enero de 1926 o entre agosto y septiembre de 1926», pero quedaría inédito hasta la famosa antología de 1967, donde se efectuaron ligeros cambios de puntuación.
Marvel lo adaptó como un flashback en medio de Kull the Conqueror nº 1, con guion de Roy Thomas y dibujo de Ross Andru y Wally Wood. En Savage Sword of Conan nº 3 se ofreció la versión del mítico dibujante Barry Windsor Smith sobre la misma historia, en blanco y negro. En principio, Roy Thomas pensaba adaptar la historia al cómic, algo que no llegó a hacerse; esta visión de Windsor Smith ilustra la narración pero utiliza íntegro el texto de Howard.
En «El reino de las sombras» («The Shadow Kingdom» [Weird Tales, agosto de 1929]), que se supone escribió Howard hacia 1926, Kull ya es rey de Valusia, y se interna en una intriga palaciega de luchas por el poder contra una facción rival de «hombres serpiente». Aquí se presentan ya personajes clave en la historia del atlante, como el consejero Tu, y sus amigos pictos Ka-nu, Caudillo del Consejo, y Brule, el Lancero. Los referidos «hombres serpiente», por cierto, que pueden tomar apariencia humana e intentan instalarse en altas instancias de poder, recuerdan no poco a la actual leyenda urbana de los reptilianos que supuestamente ocupan la personalidad de grandes dignatarios de todo el mundo. El relato se adaptó al cómic dos veces, uno en el nº 2 de la serie de Marvel Kull the Conqueror, en septiembre de 1971, con guion de Roy Thomas, dibujos de Marie Severin, y entintado de John Severin, y otro en el Kull nº 2, en diciembre de 2008, publicado por Dark Horse, adaptado por Arvid Nelson e ilustrado por Will Conrad.
«La gata y la calavera» («The Cat and the Skull»), escrita hacia 1928, desvela, a partir del título, los dos protagonistas que aparecen junto a Kull. «La gata de Delcardes» («Delcardes' Cat»), como se conoce también esta narración24, es un felino llamado Saremes que pertenece a Delcardes o, mejor dicho, tal como ella misma refiere, es invitada en su casa hasta que así lo estime oportuno, y tiene la facultad de hablar y decretar profecías. Podría recordar un tanto al gato de Cheshire de las aventuras de Alicia de Lewis Carroll, y sus orígenes mágicos podrían estar conectados con un cuento de H. P. Lovecraft, «Los gatos de Ulthar» («The Cats of Ulthar», 1920). El otro personaje importante que se refiere aquí es Thulsa Doom, antagonista del rey Kull. Aquí es denominado Thulses Doom, pero luego Howard revisó el relato, le cambió el nombre por el ya conocido e incluyó algunos elementos más, aparte de variar el título con el que aquí se ofrece.
En 1928, Howard envió el relato a Weird Tales, pero fue rechazado; apareció al fin en la antología de 1967, con notorios cambios por parte de De Camp. En este relato, Thulsa Doom está en cierta medida vinculado (no especificaré de qué modo para no adelantar acontecimientos al lector) a otro personaje llamado Kuthulos. Con posterioridad, Howard escribiría la novela corta «Rostro de Calavera» / «El cráneo viviente» («Skull-Face», Weird Tales octubre-diciembre de 1929), una aventura del marino Steve Costigan donde el protagonista se enfrenta a un pérfido mago atlante llamado Kathulos, que tiene una cabeza que es una calavera, como el propio Thulsa Doom. Más adelante, este aparecería en el campo del cómic en diversas aventuras de Kull y de Conan, y, en literatura, en las aventuras de Cormac mac Art, el personaje howardiano tal como fue retomado por Andrew J. Offutt. En cine es el antagonista, como vimos, en Conan el bárbaro, encarnado por James Earl Jones. Otros hechiceros malvados de Howard, como Thoth Amon, Thugra Khotan o Xaltotun tienen sin duda connotaciones thulsadoomianas.
Marvel adaptó la historia como «Delcardes’ Cat» en Kull the Conqueror nº 7, con guion de Gerry Conway, dibujos de Marie Severin y entintado de John Severin, y supuso la primera aparición de Thulsa Doom en cómic, donde se prodigaría mucho más que en la prosa original de su creador. Después, Dark Horse lo adaptó utilizando el título de la versión revisada por Howard, «The Cat and the Skull», en una miniserie de cuatro números (2011-2012), con guion de David Lapham (que introdujo diversos cambios) y arte de Gabriel Guzmán.
«¡Por esta hacha gobierno!» («By This Axe, I Rule») es la célebre historia con la que comenzábamos el presente texto, cuya publicación fue rechazada y que, debido a ello, daría origen a Conan de Cimeria. Apareció en King Kull (1967), con ligeros cambios de estilo, amén de variar el nombre de algunos personajes: Ascalante se convierte en Ardyon, Volmana en Ducalon y Gromel en Enaros, mientras que Ridondo y Kaanuub quedan sin alterar. Si en el relato previo se nos ofrecía como telón de fondo a una mujer de alta cuna que deseaba casarse con un extranjero de bajo extracto y que solicita la mediación de Kull para ello, aquí es el noble el que buscará la ayuda del rey para casarse con una esclava, siendo este el punto de partida de toda la intriga. En el número 1 de la revista Kull the Conqueror (1971) de Marvel se adapta el presente relato en ciertos aspectos, aunque se halla con más fidelidad en el nº 11 (1973), adoptando de hecho su título, si bien Roy Thomas cambió el final. Y también daría lugar, en parte, a la película de Kevin Sorbo ya referida.
«La calavera aullante del silencio» («The Screaming Skull of Silence», también conocida como «The Skull of Silence») escrita hacia 1928, es un relato más alegórico que narrativo. Parece difícil que una historia como esta, pese a sus indudables elementos fantásticos, hubiera podido pasar el filtro en la época de su redacción, debido a sus características casi abstractas, y de hecho fue rechazada por Farnsworth Wright cuando fue remitida a Weird Tales. Más adelante, en 1966, Glenn Lord la mandó a Fantastic Stories, y también fue rechazada.25 Finalmente, aparecería en King Kull (1967), eliminado el «Screaming» del título y con algunos cambios textuales además de las diferencias de puntuación, mayúsculas y ortografía. Manifiesta la peculiaridad de reunir a todos los personajes «fijos» que suelen acompañar a Kull en sus historias (inclusive el Khatulos de «La gata y la calavera»), y juntos parten a una misión de ignotos resultados, dejando el reino abandonado. Marvel adaptó la historia en Creatures on the Loose nº 10 (1971), obra de Roy Thomas en el guion y Bernie Wrightson al dibujo, y supuso la primera aparición (tras algún cameo) de Kull en la Casa de las Ideas.
«Los espejos de Tuzun Thune» («The Mirrors of Tuzun Thune» [Weird Tales, septiembre de 1929]) es otra de las escasas historias del personaje que se publicaron en su día y, tal como dijo Howard en una carta a Tevis Clyde Smith26, cobró por ello veinte dólares; también refiere que el relato es «oculto y místico, vago y mal escrito; es la historia más profunda que he intentado escribir y se me fue de las manos». Arranca con unos versos de Edgar Allan Poe, correspondientes al poema «Dream-Land» («Las tierras del sueño» y otras variantes en España), y ofrece un nuevo enemigo para el rey, el hechicero malvado del título, que posee unos espejos de peculiares poderes en su mansión. Muestra también la predisposición de Kull para perdonar, pues una de sus sirvientas lo traiciona y él, simplemente, la deja ir en paz. Y, de igual manera, el carácter reflexivo del rey tiene gran preponderancia aquí, planteándose dilemas casi metafísicos.
El relato se adaptó al cómic, pero convirtiendo a Kull en Conan, en el número 25 de Conan the Barbarian, correspondiente a abril de 1973, y cambió el título a «The Mirrors of Kharam-Akkad», con guion de Roy Thomas y Barry Smith, lápices de John Buscema y entintado de Sal Buscema y John Severin. El tal Kharam-Akkad, sumo sacerdote de Tarim, apareció en más ocasiones en las aventuras del cimerio, y Thuzun-Thune surge aquí en un flashback.
«Espadas del reino cárdeno» («Swords of the Purple Kingdom») fue escrita acaso hacia junio de 1929, y publicada en King Kull (1967) con muchos cambios: aparte de retoques de estilo, Glenn Lord alteró algunos elementos de la narración. Aquí reaparece Delcardes, de nuevo encaprichada de otro hombre y solicitando los parabienes del rey. Pero en realidad el relato se centra en una traición contra Kull, y depara una muy atractiva estructura narrativa, con cada capítulo enfocado desde el punto de vista de uno de los personajes, retrocediendo la acción hasta confluir con el final del previo para continuar desde ese punto; además, brinda un clímax final de lo más emocionante. Sin duda no aparecería publicada en su época por carecer de elementos fantásticos, aunque Howard podría haber probado con las revistas pulp de temática aventurera; en todo caso, ignoro si siquiera lo intentó. Marvel adaptó el relato, fusionándolo con el final de «The Altar and the Scorpion», en Kull the Conqueror nº 9, titulando la historia «The Scorpion God», acaso para conferirle elementos fantásticos; dispuso de guion de Gerry Conway, lápiz de Marie Severin y entintado de John Severin.
También en el volumen King Kull (1967) apareció originalmente el siguiente relato, «El golpe del gong» («The Striking of the Gong»), con alteraciones introducidas por parte de Lin Carter; aparecería después en The Second Book of Robert E. Howard (Zebra Books, 1976) en su forma original, que es como aquí se presenta. Ese texto primigenio procede de un manuscrito sin título; en una carta de febrero de 1929 a Tevis Clyde Smith, Howard lo cita como «The Chiming of the Gong», pero figuraba como «The Striking of the Gong» en los archivos de Otis Adelbert Kline, que actuó como agente de Howard durante un tiempo, y con esa frase concreta termina el relato. Howard lo envió a Argosy, pero le fue rechazado, y Carter lo alteró notablemente en su edición. Se trata de una historia muy breve, casi una anécdota, donde se plantea la idea del paso de una vida a otra, casi como en las experiencias cercanas a la muerte que narrarían autores como Raymond Moody.27 Marvel lo adaptó en The Savage Sword of Conan nº 23, con guion de Roy Thomas y arte de Rick Hoberg y Bill Wray.
Con «El río al final del mundo» («Riders Beyond the Sunrise») finaliza la primera parte del volumen. Se trata de un fragmento sin título, de dieciocho páginas, que fue completado por Lin Carter y publicado en King Kull (1967).28 En su forma original se publicó en Kull: The Fabulous Warrior King (1978), que es como aquí se presenta. Su final abrupto, en cierta manera, no resulta punible: queda poco claro cuál es el destino del rey y los suyos, quedando como algo brumoso, indefinido, lo cual resulta muy acorde con el tono apocalíptico y premonitorio de la historia, que arranca con Kull y sus huestes persiguiendo a una noble que se ha fugado con un indeseable. En un momento determinado se menciona el río Stagus y al barquero Karon; la referencia es tan obvia que en el párrafo siguiente Howard explica la alusión. Marvel adaptó tanto el fragmento de Howard como la terminación de Lin Carter en Marvel Preview nº 19, separando cada versión en dos capítulos distintos; ambas partes —tituladas «Riders Beyond the Sunrise (Part 1)» y «Beyond the River of the Dead (Part 2)»— tienen el mismo equipo creativo: Roy Thomas al guion, Sal Buscema en los lápices y Tony DeZúñiga en el entintado.29
El siguiente apartado, dedicado a otros relatos de Howard que no son de Kull pero tienen alguna conexión con él, se inicia con «La maldición de la calavera dorada» («The Curse of the Golden Skull»), que apareció originalmente en The Howard Collector30 nº 9 (primavera de 1967). De muy breve extensión, en él el «protagonista» es Rotath de Lemuria, que en sus últimos instantes vitales rememora a Kull de Valusia. Existe una adaptación muy libre al cómic, donde Conan se enfrenta a Rotath, escrita por Roy Thomas e ilustrada por Neal Adams, y aparecida en Conan the Barbarian nº 37 (abril de 1974).
«El altar y el escorpión» («The Altar and the Scorpion») fue escrito por Howard en 1928 y enviado a Weird Tales, pero Farnsworth Wright lo rechazó, por lo cual no sería publicado hasta el volumen King Kull (1967), donde, siguiendo la tónica, Glenn Lord hizo diversos cambios de estilo. Está protagonizado por una pareja enfrentada a un hechicero maligno, Guron, sumo sacerdote de la Sombra Negra, pero de nuevo Kull es citado en la trama. Existe una versión en cómic, ya mencionada más arriba.
Seguimos con «Reyes de la noche» («Kings of the Night»), que se publicó originalmente en Weird Tales, en la entrega correspondiente a noviembre de 1930. Fue el estupendo primer relato publicado del ciclo de Bran Mak Morn, cuyas aventuras se ambientarían hacia el siglo iii de nuestra era, cuando Roma era gobernada por los coemperadores Diocleciano y Maximiano. Morn es líder de los pictos, directo descendiente de Brule el Lancero, y en esta aventura surge Kull de un modo bastante peculiar, otorgando a la narración un ambiente fantasmagórico. Se suele catalogar la aparición del rey atlante como secundaria, pero posee bastante trascendencia en la trama y, personalmente, no me chirriaría que se incluyera en su continuidad (el lugar exacto ya es otro tema). La historia se adaptó al cómic en dos partes en Savage Sword of Conan volumen 1, números 42 y 43, escrita por Roy Thomas y dibujada y entintada por David Wenzel.
«El rey y el roble» («The King and the Oak») se publicó en Weird Tales, en febrero de 1939, y con este breve poema finaliza este segundo apartado.
La siguiente sección corresponde a fragmentos y esbozos concebidos por Howard y referentes, obvio es, al rey Kull. Comienza con el relato «La ciudad negra» («The Black City»), escrito probablemente hacia 1929. Apareció por vez primera en el volumen King Kull (1967), y fue completado por Lin Carter a partir del capítulo 3, retitulado «The Black Abyss». En su forma original se publicó en el volumen Kull: The Fabulous Warrior King (Bantam, 1978). Tuvo una versión al formato de cómic, muy libre, en Savage Sword of Conan nº 2, como «The Beast from the Abyss», con guion de Steve Englehart y dibujo de Howard Chaykin y The Crusty Bunkers.
El segundo fragmento, sin título, surgió como «Wizard and Warrior» en King Kull (1967), con ciertas alteraciones en su parte original y completado por Lin Carter.31 En su forma original apareció en Second Book of Robert E. Howard (1976). La versión de Carter fue adaptada al cómic en The Savage Sword of Conan nº 55, con guion de Roy Thomas y dibujos de Alfredo Alcalá. Después, en Conan the Barbarian nº 29 se utilizó el título de «Wizard and Warrior», pero para una aventura distinta.
La sección finaliza con un tercer fragmento, «El reino de las sombras» («The Shadow Kingdom»), que es una versión paralela del arranque de la versión definitiva que tenemos al inicio del libro. Esta variante apareció por primera vez en el volumen Kull: Exile of Atlantis (Del Rey / Ballantine, 2006).
Con la luz del sol poniente, una última llamarada carmesí llenó la tierra y coronó como un halo sanguinolento los picos salpicados de nieve. Los tres hombres que contemplaban el día agonizante inhalaron con fuerza la fragancia del viento tempranero que salía de los bosques lejanos y luego se dedicaron a tareas más prosaicas. Uno de ellos asaba carne de venado sobre una pequeña hoguera; tocó con un dedo la vianda humeante y la probó con aire experto.
—Todo listo, Kull, Gor-na; vamos a comer.
Quien así hablaba era joven, poco más que un muchacho. Era alto, de cintura esbelta y hombros anchos; se movía con la gracia indiferente de un leopardo. Uno de sus acompañantes era un hombre mayor, poderoso, peludo y de constitución masiva, con un rostro agresivo. El otro casi parecía un doble del cocinero, salvo que era algo más alto, de pecho un poco más amplio y hombros más anchos. Daba la impresión, incluso más que el primer joven, de que una velocidad endiablaba se agazapaba en aquellos músculos largos y suaves.
—Bien —dijo—, tengo hambre.
—¿Cuándo no la tienes? —se burló el joven cocinero.
—Cuando estoy peleando —respondió Kull con seriedad.
El otro lanzó una rápida mirada a su amigo, como si tratase de sondear sus pensamientos más hondos; no siempre estaba seguro lo que le pasaba por la cabeza.
—En esos momentos estás hambriento de sangre —intervino el hombre mayor—. Deja de bromear y córtanos la comida, Am-ra.
La noche cayó y asomaron las estrellas. El viento del crepúsculo soplaba sobre las sombrías colinas. En la lejanía se oyó el repentino rugido de un tigre. Gor-na tendió de forma instintiva la mano hacia la lanza con punta de pedernal que tenía al lado. Kull volvió la cabeza y una extraña luz parpadeó en sus fríos ojos grises.
—Los hermanos rayados cazan esta noche —dijo.
—Adoran a la luna creciente —dijo Am-ra señalando hacia el este, donde asomaba un resplandor rojo.
—¿Por qué? —preguntó Kull—. La luna los delata a sus presas y a sus enemigos.
—Una vez, hace muchos cientos de años —dijo Gor-na—, un rey tigre perseguido por los cazadores invocó a la mujer de la luna. Ella le mandó una enredadera por la que trepó hasta ponerse a salvo, y permaneció muchos años en la luna. Desde entonces, el pueblo rayado la adora.
—No me lo creo —dijo Kull sin rodeos—. ¿Por qué el pueblo rayado debería adorar a la luna por ayudar a uno de su raza que murió hace tanto tiempo? Muchos tigres han trepado por el Acantilado de la Muerte y han escapado de los cazadores, pero no veneran ese acantilado. ¿Cómo van a saber lo que ocurrió hace tanto tiempo?
El ceño de Gor-na se nubló.
—Es vergonzoso que te burles de tus mayores o de las leyendas de tu tribu adoptiva, Kull. La historia es cierta, pues se ha transmitido de generación en generación desde tiempos inmemoriales. Lo que siempre fue, siempre debe ser.
—No me lo creo —insistió Kull—. Estas montañas siempre han sido, pero algún día se desmoronarán y desaparecerán. Algún día el mar fluirá sobre estas colinas...
—¡Basta de blasfemias! —exclamó Gor-na con vehemencia cercana a la ira—. Kull, somos amigos íntimos y soy tolerante contigo a causa de tu juventud, pero debes aprender a respetar las tradiciones. Te burlas de las costumbres y modos de nuestro pueblo; tú, a quien ese pueblo rescató del desierto y le dio un hogar y una tribu.
—Yo era un mono sin pelo que vagaba por los bosques —admitió Kull con franqueza y sin vergüenza—. No podía hablar la lengua de los hombres y mis únicos amigos eran tigres y lobos. No sé quién era mi gente, ni de qué sangre soy.
—Eso no importa —lo interrumpió Gor-na—. Aunque tu aspecto sea como el de los miembros de esa tribu de forajidos que vivía en el Valle del Tigre y que pereció en el Gran Diluvio, poco importa. Has demostrado ser un valiente guerrero y un poderoso cazador...
—¿Dónde vas a encontrar un joven que lo iguale en el lanzamiento de la lanza o en la lucha? —interrumpió Am-ra, con los ojos encendidos.
—Muy cierto —dijo Gor-na—. Sus actos honran la tribu de las Montañas Costeras, pero debe controlar su boca y aprender a reverenciar las cosas sagradas del pasado y del presente.
—No me burlo —dijo Kull sin malicia—. Pero he corrido con los tigres y conozco a las bestias salvajes mejor que los sacerdotes, así que sé que mucho de lo que estos afirman no es cierto. Los animales no son ni dioses ni demonios, sino humanos a su manera, aunque sin la lujuria y la codicia de los humanos.
—¡Más blasfemia! —gritó Gor-na con rabia—. El ser humano es la creación más poderosa de Valka.
—Esta mañana, temprano, oí los tambores de la costa —intervino Am-ra, tratando de cambiar de tema—. Hay guerra en el mar. Valusia lucha contra los piratas lemurios.
—Que les parta un rayo a ambos —gruñó Gor-na.
Los ojos de Kull volvieron a parpadear.
—¡Valusia! ¡Tierra de Ensueño! Algún día veré la gran Ciudad de las Maravillas.
—Maldito sea ese día —masculló Gor-na—, pues irías cargado de cadenas con la amenaza de la tortura y la muerte sobre tu cabeza. Nadie de nuestra raza ve la Gran Ciudad salvo como esclavo.
—La mala suerte la acompaña —murmuró Am-ra.
—¡Suerte negra y roja perdición! —exclamó Gor-na, agitando el puño hacia el este—. ¡Por cada gota de sangre atlante derramada, por cada esclavo que se afana en sus galeras malditas, que una negra plaga caiga sobre Valusia y todos los Siete Imperios!
Am-ra, enardecido, se puso en pie de un salto y repitió parte de la maldición; Kull cortó otro trozo de carne.
—He luchado contra los valusios —dijo—. Y eran gente valiente, pero no resultaban difíciles de matar. Tampoco me parecieron especialmente malvados.
—Luchaste contra la guardia costera del norte, que es débil —gruñó Gor-na—, y contra la tripulación de los barcos mercantes varados. Espera a enfrentarte a la carga del Escuadrón Negro, o al Gran Ejército, como he hecho yo. ¡Entonces correrá sangre en abundancia! Asolé las costas de Valusia cuando era más joven que tú junto a Gandaro de la Lanza. Sí, llevamos la antorcha y la espada al corazón del imperio. Éramos quinientos de todas las tribus costeras de la Atlántida. ¡Solo regresamos cuatro! ¡A las afueras de la aldea de los Halcones, que quemamos y saqueamos, nos alcanzó la vanguardia del Escuadrón Negro! ¡Ja, las lanzas bebieron y las espadas aliviaron la sed! Matamos y mataron, pero cuando el trueno de la batalla se acalló, cuatro de nosotros escapamos del campo, y ninguno estaba ileso.
Kull no se inmutó.
—Ascalante me ha dicho que las murallas que rodean la Ciudad de Cristal tienen una altura diez veces superior a la de un hombre alto, que el brillo del oro y la plata deslumbra y que las mujeres que pululan por las calles o se asoman a las ventanas van ataviadas con túnicas extrañas y sedosas que crujen y brillan.
—Bien lo sabrá él —dijo Gor-na, sombrío—, pues fue esclavo suyo tantos años que acabó olvidando su nombre atlante y no le queda otra que usar el valusio que le dieron.
—Huyó de ellos —comentó Am-ra.
—Por cada esclavo que escapa de las garras de los Siete Imperios, siete se pudren y mueren cada día en las mazmorras. El destino de un atlante no es vivir como esclavo.
—Hemos sido enemigos de los Siete Imperios desde el principio de los tiempos —reflexionó Am-ra.
—Y lo seremos hasta que el mundo se rompa —dijo Gor-na con salvaje satisfacción—. Pues la Atlántida, Valka sea loado, es enemiga de todos.
Am-ra se levantó, tomó la lanza y se dispuso a hacer guardia. Los otros dos se tumbaron en la hierba y se quedaron dormidos. ¿Con qué soñaba Gor-na? Tal vez con una batalla, o con el estruendo de los búfalos, o con una chica de las cuevas.
En cuanto a Kull...
A través de las nieblas del sueño resonaba, débil y lejana, la dorada melodía de las trompetas. Nubes de radiante gloria flotaban sobre él y una poderosa visión tomó forma ante su yo onírico. Una gran multitud de personas se extendía en la distancia y un estruendoso rugido en un idioma extraño surgía de ellas. Se oyó tañer el acero a lo lejos y grandes ejércitos sombríos se lanzaron unos contra otros; la niebla se desvaneció y un rostro arrogante sobre el que reposaba la corona real se hizo visible; era como el de un halcón, desapasionado, inmóvil, de ojos grises y fríos como mar. El pueblo vitoreó de nuevo:
—¡Salve al rey! ¡Salve al rey! ¡El Rey Kull!
Despertó con un sobresalto. La luna brillaba sobre la montaña lejana y el viento suspiraba entre la hierba alta. Gor-na dormía a su lado y Am-ra estaba en pie, una estatua de bronce desnuda contra las estrellas. Los ojos de Kull se desviaron hacia su escasa vestimenta: una piel de leopardo enroscada en sus lomos de pantera. Un bárbaro desnudo. Sus fríos ojos resplandecieron. ¡El rey Kull! Volvió a dormirse.
Se levantaron por la mañana y partieron hacia las cuevas de la tribu. El sol aún no estaba alto cuando el ancho río azul se encontró con su mirada y asomaron las cavernas tribales.
—¡Mirad! —exclamó Am-ra de repente—. ¡Están quemando a alguien!
Ante las cuevas había una pesada estaca a la que habían atado a una joven. No había el menor asomo de piedad en las duras miradas del gentío que se arremolinaba a su alrededor.