Deseo y remordimientos - Clare Connelly - E-Book

Deseo y remordimientos E-Book

Clare Connelly

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Beschreibung

Ella tenía un secreto: Él era el padre de su hija Imogen Grant no podía olvidar las noches enredada en las sábanas del multimillonario Luca Romano. Su hija era la prueba de esa pasión. Pero Luca rompió con ella sin saber que estaba embarazada, hasta que un encuentro fortuito, años después, los volvió a unir… Creyendo que él era la razón por la que su familia murió en un incendio, Luca había jurado no dejar que nadie se le acercase demasiado, pero no dejaría de lado a su hija. Sin embargo, compartir casa con Imogen era cada día más difícil. Había puesto distancia entre ellos para protegerla... pero esa distancia no era rival para la ardiente atracción que sentían.

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Seitenzahl: 186

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Portadilla

Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harlequiniberica.com

 

 

© 2025 Clare Connelly

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Deseo y remordimientos, n.º 3191 - octubre 2025

Título original: Billion-Dollar Secret Between Them

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9791370007782

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

 

 

Portadilla

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Luca Romano no tenía que darse la vuelta porque sabía lo que vería. Habría reconocido esa voz en cualquier sitio, a pesar de no haberla oído en tres largos años. Había algo en ese tono ronco, inocentemente sensual, honesto y emotivo, que provocaba en él una reacción instantánea y visceral.

Igual que la noche que se conocieron.

Apretó el vaso de whisky y, en un ejercicio de autocontrol, siguió mirando las botellas de licor alineadas en la pared del fondo de la barra.

Mientras tanto, en el escenario, Imogen cantaba una balada lenta; los sencillos acordes de su guitarra silenciando a los clientes del bar. Había una pureza en su música que hacía imposible no escuchar, no prestar atención.

Se le erizó el vello de la nuca, como la primera vez que la vio, y, de repente, mil recuerdos indeseables lo asaltaron. Esa noche, cuando llegó a ese mismo bar de mal humor, queriendo acallar los pensamientos que lo acosaban y su sentimiento de culpa, vio a Imogen por primera vez. Estaba cantando en el pequeño escenario al fondo del bar y su voz había hecho más que una botella de alcohol. Era un bálsamo como ningún otro. Se había permitido eso como regalo de cumpleaños, un momento de debilidad en el que se había rendido a un deseo apasionado, loco, diciéndose a sí mismo que solo sería por una noche.

Pero se había equivocado.

El bálsamo que le ofrecía Imogen Grant había sido adictivo. Después de esa noche siguió otra noche, y otra, y luego muchas más, todas tempestuosas, ardientes, abrumadoras. Era la clase de pasión que lo hacía desear más y más, hasta que se preguntó si alguna vez se cansaría de ella. Sabía que su aventura había durado demasiado, que la deseaba demasiado, que casi llegaba a necesitarla. Como si fuera una especie de hechicera, haciéndole creer que merecía esa felicidad cuando, después de lo que había hecho, él sabía que no la merecía.

Llevaba mucho tiempo cargando con la responsabilidad de la muerte de su familia y el sentimiento de culpa lo perseguiría durante el resto de su vida. Como la necesidad de hacer penitencia. Muchas veces deseaba no haber sobrevivido. Deseaba haber muerto con ellos y librarse así del destino de recordar su amargo fracaso.

Pero no fue así, de modo que se comprometió con una vida de sacrificio. Una vida en la que se negaba a sí mismo los placeres que otros daban por sentado.

Esa mañana, cuando ella le dijo que lo amaba, él quiso detener el mundo.

«No», quiso gritar. «No me quieres. Nadie puede quererme».

Pero en lugar de eso rompió con ella, terminando la relación de tal modo que ella no quisiera volver a verlo. Porque, en ese momento, supo que era lo mejor para los dos. Luca se negaba a permitirse la felicidad y sabía que no se podía confiar en él después de lo que le había sucedido a sus padres y a su hermana pequeña. Él había sido responsable de sus muertes. ¿Y si cometía otro error como el de aquella noche espantosa? No, era un riesgo demasiado grande.

No dudaba que ella lo hubiese amado; Imogen era ese tipo de persona. Abierta, honesta y emocionalmente disponible. Virgen cuando la conoció, en más de un sentido. Era inexperta sexualmente, pero también en su visión de la vida, y eso había sido parte de su atractivo. Era tan diferente a las mujeres con las que había estado en el pasado, tan serena, tan sincera. Tan relajada y feliz.

Tan cálida.

Él siempre había optado por cierto tipo de mujer antes de Imogen. Conociendo sus limitaciones, solo se acostaba con mujeres tan desinteresadas en una relación como él. Encuentros casuales, muy de vez en cuando, era lo máximo que estaba dispuesto a permitirse a sí mismo.

Luca miró el líquido ámbar en su vaso, deseando que lo fortaleciese mientras se daba la vuelta, preparándose para ver a Imogen, preguntándose si habría cambiado. Solo habían pasado tres años, pero de los veintidós a los veinticinco podía haber habido muchos cambios en la vida de una mujer.

Incluso podría estar casada.

Se volvió hacia el escenario con una lentitud casi mecánica, como para demostrarse a sí mismo que seguía llevando el control.

Y entonces la vio. Y lo supo: todavía la deseaba.

Tres años no habían cambiado eso.

Su cabello, de color miel, estaba recogido en una trenza suelta que caía sobre un hombro, con algunos mechones escapando a ambos lados de su rostro ovalado, enmarcándolo como una obra de arte. Sus ojos eran almendrados, de color caramelo, y tenía pecas en el puente de la nariz. Sus labios, normalmente de un rosa pálido, pero pintados de un rojo intenso esa noche, tenían la forma natural de un arco de Cupido.

Cantaba con los ojos cerrados, acariciando las cuerdas de la guitarra y produciendo una música que podía llegar al corazón de una persona y cambiarla radicalmente.

Luca se quedó inmóvil, odiándola.

Odiándola porque todavía la deseaba. Odiándola por haber arruinado su aventura cuando dijo que estaba enamorada de él. Odiándola por razones que ni siquiera podía comprender.

Luca se levantó del taburete para acercarse al escenario. Llevaba un traje de chaqueta negro hecho a medida y una camisa blanca impecable, el pelo negro peinado hacia atrás. Caminaba con esa energía que hacía que la gente se girase para mirarlo, aunque no supieran que era uno de los hombres más ricos del mundo. Se detuvo frente al escenario, con la mirada clavada en ella.

Imogen seguía cantando con los ojos cerrados y su boca despertó más recuerdos: sus labios, tentativos al principio de la relación y al final tan hábiles para excitarlo, para saber exactamente lo que le gustaba, lo que quería, lo que necesitaba.

Tuvo que contener un gemido.

Ella terminó la canción y sonrió cuando los espectadores aplaudieron. Su mirada recorrió al público, pasando brevemente por encima de Luca sin mostrar un atisbo de reconocimiento. Y luego volvió a mirarlo con una expresión de puro terror, de conmoción, sorpresa, resentimiento y furia.

Había pensado en ella a menudo, preguntándose si lo habría perdonado. Seguramente no, pensó. La había tratado de un modo imperdonable. Esa había sido su intención. Ella le había ofrecido algo hermoso, algo que él sabía que no merecía, y por eso había experimentado un placer perverso al destruirlo. Sin embargo, no había querido destruir a Imogen; ella había sido un daño colateral. Imogen Grant había inventado la fantasía de una relación amorosa entre ellos y Luca había tenido que aniquilar esa fantasía.

Y ahora veía que no lo había perdonado.

–Bueno, chicos –empezó a decir, con voz ronca, rasgueando la guitarra–. Solo una canción más para terminar. Probablemente la conozcáis.

Los acordes le resultaron inmediatamente familiares. Había sido un éxito un par de años antes, el número uno de una estrella del pop estadounidense que sonaba en la radio a toda horas.

La letra casi parecía escrita para él y Luca esbozó una sonrisa burlona mientras ella cantaba el estribillo.

 

Y cuando llegó la luz del amanecer

y el mundo empezó a brillar

te vi por lo que eras realmente,

un hombre al que no le debo nada.

Te vi en toda tu gloria,

pero la gloria no es nada para ti.

No te quiero en mi historia.

Me fui, me mantuve erguida.

La próxima vez lo pensaré mejor antes de caer.

 

Sí, debería haberlo pensado mejor. Había supuesto que ella lo sabía, que lo entendía.

Al mirar atrás, se preguntó cómo demonios había llegado a pensar que lo amaba. Tal vez porque era generosa por naturaleza.

Él se había empeñado en limitar el tiempo que pasaban juntos, reduciendo la conversación al mínimo, solo en la cama. Había sido una aventura de un mes, nada más.

O eso había creído tontamente.

Imogen terminó entre aplausos y se dispuso a salir del escenario y perderse entre la gente, pero Luca fue tras ella.

Era más que guapa, era interesante. Su rostro tenía la mística de la Mona Lisa. Vestía como entonces, con vaqueros ajustados, camiseta holgada, un chal de seda sobre los hombros y una serie de largas cadenas alrededor del cuello que le daban un aire bohemio. Se dio cuenta también de que llevaba varios anillos, pero ninguno era un anillo de compromiso.

–Disculpa –murmuró ella, como si no lo conociese.

Como si no hubieran pasado treinta noches en su cama, enredados entre las sábanas y el uno con el otro. Como si él no hubiera sido su primer amante.

No lo sabía. Si lo hubiera sabido se habría alejado de ella, pero Imogen bromeó al respecto, como si no tuviera importancia, de modo que se agarró a eso.

–Deja que te invite a una copa.

Ella abrió la boca para decir algo. Demonios, estaba a punto de empujarla contra la pared y reclamar esa boca con la suya. Luca maldijo para sí, con todo su cuerpo en llamas.

–No quiero nada de ti –replicó Imogen, desafiante.

–¿Estás segura?

–He quedado con unos amigos.

–¿Seguro que no prefieres quedarte conmigo?

Y entonces, sin poder evitarlo, movió una mano para rozar la suya y una chispa familiar estalló en su interior. Ella sintió lo mismo. Lo vio en el rubor de sus mejillas y en el brillo de sus ojos.

–No quiero saber nada de ti –dijo Imogen, con brutal honestidad.

–Eso es lo que quieres creer, pero en realidad…

–Tú no sabes nada de la realidad –lo interrumpió ella.

–Han pasado tres años y sé que nada ha cambiado entre nosotros –dijo Luca, bajando la cabeza para hablarle al oído.

Sabía que el roce de su aliento en el cuello la volvía loca y, al ver que seguía afectándola, se sintió poderoso.

–¿Tres años nada más? –logró decir ella, pero le temblaba la voz.

–¿No me has echado de menos?

–Como un tiro en la cabeza.

Imogen levantó una mano, quizá con intención de apartarlo, pero sus dedos se quedaron allí, rozando la pechera de su camisa.

–¿No te tienta volver a mi casa?

–Jamás.

Luca puso una mano en su cintura, acariciándola por encima de la camiseta.

–Podría ser nuestro secreto. Nadie tendría por qué saberlo.

–Yo lo sabría –dijo Imogen.

Sin embargo, no pudo contener un gemido cuando Luca la atrajo hacia él.

–O podríamos encontrar algún sitio por aquí –sugirió, enarcando una ceja.

La deseaba, la necesitaba. No pensaba con claridad, pero siempre había sido así con Imogen. Era una hechicera, pero ahora que lo sabía podía controlarlo. Una noche y la olvidaría de nuevo.

–Eres un cerdo –dijo ella, entre dientes, pero no se apartó.

–Siempre lo has sabido.

–Sí, bueno, entonces no lo sabía.

–Pero ahora lo sabes. –Luca deslizó los labios por su cuello, haciéndola temblar–. ¿No nos merecemos esto?

–Yo merezco algo mucho mejor –respondió Imogen.

Y él no podía evitar estar de acuerdo.

«Déjala ir».

Sería lo correcto. No podía jugar con ella. No podía volver a destruirla. Sabía que le había hecho daño la primera vez y, aunque se había alegrado de apartarla de su vida, de eliminar para siempre el placer que le daba, haberle hecho daño era algo de lo que se arrepentía.

Había algo entre ellos parecido a una droga. Era como un drogadicto en recuperación y ahora que la tenía delante necesitaba una dosis.

–Ven a casa conmigo.

Imogen dejó escapar un suave gemido. ¿De rendición?

–He quedado con unos amigos. No puedo…

–Claro que puedes. –Luca deslizó una mano hasta sus nalgas, empujándola contra su rígido miembro–. Sabes que haré que valga la pena.

Un gemido escapó de su garganta. Un gemido de desesperación, de rendición.

–Luca…

Le encantaba cómo pronunciaba su nombre.

Se había convertido en multimillonario antes de cumplir treinta años, pero era la capitulación en el gemido de Imogen lo que hacía que sintiera como si le hubiese tocado la lotería.

–Ven a casa conmigo y déjame oírte gritar mi nombre.

–Te odio –susurró ella.

–Estupendo. Eso me gusta mucho más que «te quiero».

–Eres un canalla.

–Esta vez, no lo olvides.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano, Luca se apartó para regresar a la barra. Tenía que ser ella quien lo buscase.

Imogen era consciente de él mientras se reunía con sus amigos. Mientras hablaba, reía, sentía su mirada oscura clavada en ella. Durante horas.

Quería hacerlo esperar, castigarlo de alguna manera. Ir a su casa era la mayor estupidez que podría hacer.

Por muchísimas razones.

Su pulso se aceleró mientras repasaba su relación como una cápsula del tiempo. Lo vertiginoso de todo, lo abrumador que había sido, lo poco preparada que había estado para alguien como Luca. ¡Qué ingenua había sido! Con qué rapidez le había entregado su corazón, convencida de que él sentía lo mismo. Y qué desolador había sido cuando le dijo que lo amaba y él se rio en su cara.

«Eres una ingenua si crees que esto es amor. Nos acostamos juntos, no tenemos una relación. No eres mi novia, ni yo tu novio. Solo eres alguien con quien me acuesto cuando quiero. Puedo reemplazarte en un segundo».

Imogen sintió que se le revolvía el estómago. De hecho, vomitó nada más salir de su casa. Y volvió a vomitar a la mañana siguiente. Esas palabras aún resonaban en sus oídos una semana después, cuando se hizo una prueba y supo que estaba embarazada.

Palideció al pensar en Aurora, su preciosa hija, en casa con su hermana melliza, Genevieve, que cuidaba de la niña mientras ella trabajaba. Aurora, la hija que él no habría querido ni merecía.

Imogen sabía que estaba jugando con fuego y que se quemaría si no tenía cuidado. No podía dejar que él supiera de la existencia de Aurora. Lo más inteligente sería alejarse del hombre que le había roto el corazón. Durante mucho tiempo, la luz en su vida se había extinguido y, de no haber sido por Aurora, no sabía si hubiera podido superarlo.

Luca había sido insensible y cruel, su cortante desdén una herida de la que nunca se recuperaría del todo.

Le había hablado como si nada de lo que habían compartido hubiera sido especial. Sin embargo, allí estaba, tres años después, y todavía se sentía atraído por ella. Imogen se despreciaba a sí misma por necesitar esa validación, pero era importante para ella.

Tres años antes se había creído enamorada de él. ¿Pero ahora? ¿Y si se acostase con él y luego le diese la espalda? ¿Y si fuera ella quien lo hiciera sentir inútil y fácilmente reemplazable?

Tenía que hacer que se tragase sus crueles palabras.

Imogen experimentó una descarga de adrenalina mientras se despedía de sus amigos. Miró a Luca y luego, sin esperar para ver si la seguía, salió del bar, sabiendo bien que se reuniría con ella y la locura volvería a empezar.

Aunque ya no era una locura, sino más bien un capricho. Un paso atrás en el tiempo para disfrutar de lo único bueno que había entre ellos: sexo.

Luca había encendido un fuego en su sangre tres años antes. Dejaría que lo avivase y luego tendría la satisfacción de darle la espalda. Porque no solo era un egoísta y un canalla al que odiaba con todo su corazón, sino el padre de una hija de la que no sabía nada.

E Imogen tenía toda la intención de que siguiera siendo así.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Apenas habían entrado en el coche cuando él la abrazó, buscando su boca, saboreándola como si hubiera esperado ese momento durante toda su existencia. Y ella hizo lo mismo. Su cuerpo pareció cobrar vida al sentarse en su regazo, a horcajadas, besándolo hasta que casi no podía respirar.

Luca enterró las manos en su pelo, deshaciendo la trenza, y el bulto bajo sus pantalones la inflamó, haciendo que empujase hacia él con un deseo desesperado y doloroso.

Tres años. ¿De verdad había pasado tanto tiempo? Todo parecía tan normal, tan natural, como si lo hicieran todas las noches. Aunque probablemente él sí lo hacía todas las noches.

No le cabía la menor duda de que había hecho lo correcto al ocultarle la existencia de Aurora. Hasta que conoció a Luca veía el mundo de color de rosa, pero no había sitio para un hombre como él en la vida de su hija.

No quería pensar en eso ahora y, por suerte, las caricias de Luca hacían que se olvidase de todo.

Él metió una mano bajo su camiseta y la acarició por encima del sujetador de encaje, jugueteando con un pezón, haciendo que arquease la espalda.

Un segundo después sintió el roce de su lengua por encima de la tela y dejó escapar un gemido, experimentando una euforia más intensa que nunca, tal vez por el tiempo que había pasado desde la última vez.

Que Dios la ayudase, pensó, mientras él acariciaba el otro pezón con la lengua y levantaba las caderas para apretarse contra su sexo. Imogen necesitaba sentirlo, necesitaba estar con él.

–¿Cuánto falta para que lleguemos? –preguntó, mirando por la ventanilla.

Por suerte, la mampara que los separaba del chófer era de cristal tintado.

–¡Demasiado tiempo! –replicó él con brusquedad, buscando su boca de nuevo para besarla como si su vida dependiera de ello.

La besaba con avidez y con rabia. Y era una rabia que ella comprendía perfectamente.

Estaba furiosa consigo misma por hacer aquello, por desearlo. Furiosa consigo misma por ser tan débil.

Aquel hombre era peligroso para ella. Lo sabía, y sabía que debía evitarlo como a la peste. Y, aun así, solo había tardado unos minutos en convencerla para que fuera a su casa. ¿Dónde estaba su cordura? ¿Dónde estaba su instinto de supervivencia?

Pero no sería como la última vez. Ahora era más fuerte, ahora lo entendía mejor.

Su idealismo había sido pisoteado, reemplazado por una visión de la cruda realidad. Al menos en lo que se refería a Luca Romano.

Después de lo que pareció una eternidad, el conductor giró hacia el callejón que había detrás de la casa y la puerta del garaje se abrió. Luca salió del coche y se la cargó al hombro para entrar en la casa a toda velocidad.

–Puedo caminar, ¿sabes? –dijo ella, burlona.

Pero todo su cuerpo temblaba de deseo, de modo que no estaba segura de poder hacerlo.

–¿Quieres que te deje en el suelo?

Lo odiaba. Lo odiaba por entender su debilidad, por conocer la profundidad de su deseo; lo odiaba tanto y por tantas razones.

La casa le resultó familiar al instante, llevando consigo mil recuerdos diferentes; unos recuerdos que deseaba evitar. Pero ella ya no era la ingenua que había sido tres años antes.

Nunca había estado allí de día. Él nunca había sugerido que se quedase cuando se iba a trabajar, y se iba muy temprano. Pasaban las noches en una especie de maravillosa fascinación y luego todo terminaba.

¿Cómo había pasado por alto que para él solo era sexo?

Había sido tan ingenua.

Luca cerró la puerta y la dejó en el suelo para besarla de nuevo, quitándole la ropa con manos ansiosas. Imogen se quitó las botas y él tiró de sus tejanos, acariciando sus muslos desnudos mientras ella tiraba de su chaqueta, de la cremallera del pantalón. Por fin, él sacó un preservativo de la cartera y se enfundó en él antes de tomarla por la cintura con un gruñido profundo y áspero, tan masculino y tan único como Luca. La penetró con fuerza y sus gemidos explotaron en la habitación mientras la llenaba como nunca. Quizá siempre había sido así, pero entonces estaba tan sumida en una fantasía, pensando que aquello duraría para siempre, que no había apreciado lo alucinantemente sexi que era estar con él.

Él dio un paso adelante, empujándola contra la pared, y con cada embestida Imogen sentía que perdía la cabeza. El deseo crecía, la pasión explotaba… y cuando por fin se dejó ir fue como si todas las moléculas del universo se reorganizasen, se reconstruyesen, desbordantes y enormes.

–¡Luca!

Gritó su nombre, tal como le había pedido, y lo repitió una y otra vez mientras él la penetraba. Por fin, dejó caer la cabeza sobre su hombro en señal de total y absoluta rendición. Ya no era consciente de dónde empezaba él y dónde terminaba ella.

Sin soltarla, Luca la llevó a su habitación y la depositó sobre la cama.

Había muchos fantasmas rondando allí.