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«Daría mi alma por ser siempre joven». Dorian Gray posee la juventud perfecta, el rostro de un dios antiguo y un alma aún intacta. Pero al contemplar su retrato —un lienzo que empieza a reflejar los estragos de sus excesos—, se entrega a una vida de belleza, hedonismo y destrucción. Mientras su imagen permanece inalterable, su conciencia se marchita en secreto, entre fiestas, susurros y crímenes. El tiempo no pasa por su piel, pero deja huellas indelebles en su alma. La única novela de Oscar Wilde, en una nueva y vibrante traducción de José Rafael Hernández Arias y con un posfacio del escritor Jorge Dioni López. Más de un siglo después, El retrato de Dorian Gray sigue interrogando nuestro culto a la imagen, al deseo y a la eterna juventud.
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Seitenzahl: 417
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Oscar Wilde
Traducción de Ricardo García Herrero
Título original: The Picture of Dorian Gray
© de la traducción y del prólogo: José Rafael Hernández Arias, 2025
© del posfacio: Jorge Dioni López, 2025
© de esta edición: Arpa & Alfil Editores, S. L.
Primera edición: julio de 2025
ISBN: 979-13-87833-12-1
Diseño de colección: Anna Juvé
Maquetación: Compaginem Llibres, S. L.
Producción del ePub: booqlab
Arpa
Manila, 65
08034 Barcelona
arpaeditores.com
Reservados todos los derechos.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.
Cubierta
Título
Créditos
Índice
Prólogo de José Rafael Hernández Arias
Prefacio
El retrato de Dorian Gray
Posfacio de Jorge Dioni López
El escritor de origen irlandés Oscar Wilde, consciente de su brillantez en géneros como el teatro, el cuento y la poesía, donde podía desplegar su virtuosismo retórico, reconoció que la novela no era su terreno natural. Por ello, El retrato de Dorian Gray, su única incursión en el género novelístico, se erige como una pieza singular en su obra. Concebida inicialmente como un relato corto, publicado en 1890 en la revista Lippincott’s Monthly Magazine, esta novela revela una faceta menos conocida del prolífico autor.
La versión inicial ya contenía muchos de los elementos clave que caracterizarían a la novela completa, como la premisa del retrato que envejece en lugar de la persona y la exploración de la corrupción moral. Pero, ante el éxito de la versión corta, Wilde decidió expandir la historia y convertirla en una novela, no sin someter el texto a una revisión para limar algunas expresiones demasiado explícitas. La versión novelada, publicada en 1891, incluía nuevos personajes y escenas y una mayor profundidad psicológica; en ella Wilde aborda temas trascendentales y nos invita a reflexionar sobre la naturaleza humana, la búsqueda de la belleza y el poder de la corrupción. A través de la historia de Dorian Gray, Wilde nos incita a cuestionar nuestros valores y a reflexionar sobre el precio que estamos dispuestos a pagar por nuestros deseos.
Desde su publicación en 1891, El retrato de Dorian Gray desencadenó un intenso debate en la sociedad victoriana. La novela, con su audaz exploración de asuntos como la belleza, la moral y la decadencia, fue recibida con una fascinación mezclada con escándalo, especialmente por sus insinuaciones sobre la homosexualidad, la supuesta apología del hedonismo o de una actitud cínica o nihilista. Sin embargo, a pesar de las críticas, la novela se convirtió rápidamente en un éxito de ventas y consolidó a Wilde como una figura controvertida y sugerente. Ofendido por la mala acogida en algunos sectores que, según el escritor, habían malinterpretado el mensaje de la novela, respondió que si de algo pecaba su libro era de todo lo contrario, de ser demasiado moral. Wilde escribió al editor de la St. James’s Gazette, con objeto de defender su novela de los cargos de inmoralidad:
El pobre público, al oír de una autoridad tan alta como la suya, que este es un libro perverso que debe ser prohibido y suprimido por un gobierno tory, se apresurará, sin duda, a leerlo. ¡Pero, ay!, descubrirán que es una historia con moraleja. Y la moraleja es esta: todo exceso, así como toda renuncia, trae su propio castigo. El pintor, Basil Hallward, adorando demasiado la belleza física, como hacen la mayoría de los pintores, muere a manos de alguien en cuya alma ha creado una monstruosa y absurda vanidad. Dorian Gray, habiendo llevado una vida de meras sensaciones y placeres, intenta matar la conciencia, y en ese momento se suicida. Lord Henry Wotton pretende ser un mero espectador de la vida. Descubre que los que rechazan la batalla reciben heridas más profundas que los que participan en ella. Sí, hay una terrible moraleja en Dorian Gray, una moraleja que los libidinosos no podrán encontrar, pero que se revelará a todos aquellos cuyas mentes estén sanas.
Curiosamente, fueron publicaciones cristianas las que supieron ver esta moraleja aducida por Wilde, como Christian Leader, Christian World o Light, y que destacaron el aura de parábola que emanaba de la novela. Tampoco se podía obviar, si se quería hacer justicia a la obra de Wilde, el elemento sobrenatural presente en el argumento. En cualquier caso, después de la publicación de El retrato de Dorian Gray comenzaron a circular rumores cada vez más insistentes sobre la homosexualidad de Oscar Wilde, también debido a su comportamiento en sociedad.
La obra de Wilde se encuentra influenciada por diversas corrientes literarias y filosóficas de su época, como el esteticismo y el decadentismo. El tema fáustico, presente en la leyenda de Fausto, quien vende su alma al diablo a cambio de conocimiento y poder, es una influencia clara en la novela. Aunque Wilde parece inspirarse también en obras como Melmoth, el errabundo, de C. R. Maturin, y en La piel de zapa, de Balzac. Dorian Gray, al desear la eterna juventud y belleza, parece someterse a un pacto similar, aunque en este caso, el precio a pagar sea la corrupción de su alma. Dorian representa, asimismo, la dualidad de la naturaleza humana: por un lado, anhela la belleza y el placer, pero, por otro, siente culpa y remordimiento por sus acciones. Su personaje plantea la pregunta de si es posible separar la apariencia de la esencia.
El personaje más polémico de la obra es, sin duda, lord Henry, que expone una amalgama de ideas hedonistas, estéticas, nihilistas y darwinistas sociales. A través de su figura, Wilde explora los límites de la moralidad y cuestiona los valores de la sociedad victoriana. La influencia de lord Henry en Dorian Gray es fundamental para comprender la transformación del protagonista y la crítica social que subyace en la novela.
El epítome del hedonista, lord Henry, postula que el placer es el bien supremo en la vida, pues constantemente exalta la búsqueda del placer sensual y la satisfacción de los deseos como los únicos fines dignos de la existencia. Paralelamente, abraza un esteticismo radical, pues considera que la belleza es el único bien absoluto y que la vida debe ser una obra de arte. Aunque no de forma expresa, el personaje parece asumir una actitud nihilista, puesto que niega la existencia de cualquier valor objetivo o significado en la vida. Su cinismo y su desprecio por las convenciones morales sugieren, además, una cierta desesperanza y una falta de fe en la trascendencia. A esto se suma cierta inclinación por el darwinismo social, por la idea de que los más fuertes y los más bellos tienen derecho a dominar y a disfrutar de la vida. En este sentido, la belleza se entiende como un privilegio y una fuente de poder, y la juventud como la única fase en la que se puede experimentar plenamente la vida.
Lord Henry, que, en realidad, lleva una vida harto convencional y goza manipulando la de los demás, esto es, vive a través de los demás, promueve el egoísmo como una virtud, al propugnar que cada individuo debe buscar su propio placer y satisfacción sin preocuparse por las consecuencias para los demás. Y aquí radica la importancia del arte: el arte es visto por lord Henry como una forma de escapar de la realidad y de crear un mundo propio, libre de las limitaciones de la moral y la sociedad. Es curioso que muchas de estas ideas fueran pensadas con una mayor profundidad filosófica por Friedrich Nietzsche, sin que sepamos si Oscar Wilde tuvo alguna vez conocimiento de su existencia.
En la novela de Wilde, el lector encontrará también ecos de uno de los principales exponentes del esteticismo en Inglaterra, Walter Pater, cuyos estudios sobre la historia de las religiones tanto influyeron en el autor irlandés. Pater defendía la idea de que la vida debía ser vivida como una obra de arte, buscando la belleza en cada momento. El crítico de arte John Ruskin también se convirtió en un autor de referencia para Wilde. Pero la sustancia de Dorian Gray procede en su mayor parte de Francia, de Charles Baudelaire, figura clave en el desarrollo del simbolismo y el decadentismo. Su exploración de los placeres perversos y su visión pesimista de la modernidad influyeron en la atmósfera decadente de la novela de Wilde.
Jules Barbey d’Aurevilly, con sus personajes moralmente ambiguos, su estilo provocativo y su dandismo ejerció una influencia irresistible en Wilde, así como Joris-Karl Huysmans y su novela A contrapelo. Tanto Des Esseintes, el protagonista de Huysmans, como Dorian Gray se caracterizan por su búsqueda incesante de experiencias nuevas y sensaciones intensas, a menudo a costa de su propia moralidad. Huysmans lleva el esteticismo a extremos paródicos en su protagonista Des Esseintes, al crear un personaje que busca la perfección sensorial en un mundo decadente y artificial. Esta búsqueda de la belleza absoluta y la construcción de un mundo personal, aislado de la realidad, guarda muchas similitudes con las preocupaciones de Wilde. Des Esseintes llevaba una doble vida: una vida pública, convencional, y otra privada, oculta, donde da rienda suelta a sus pasiones más oscuras. Como afirma Huysmans, «Des Esseintes sentía un ansia insaciable de sensaciones nuevas y extremas, una sed de placer que lo llevaba a explorar los límites de lo permitido». Esta búsqueda desenfrenada de gratificaciones inmediatas conducirá a Dorian Gray por un camino oscuro y lleno de consecuencias imprevistas.
Entre los lectores de Dorian Gray surgió desde un principio la cuestión de con qué personaje de la novela se identificaba Oscar Wilde: ¿con el mismo Dorian Gray, con el autor del retrato, el pintor Basil Hallward, o con lord Henry Wotton? Los críticos victorianos no dudaron en identificar las ideas de lord Henry con las de Oscar Wilde. Es más, la novela fue presentada como prueba en el juicio por sodomía contra Wilde en 1895. Los fragmentos de la obra que se leyeron en el tribunal contribuyeron a su condena y a la posterior ruina de su reputación. Al margen de la sordidez del juicio y de los gravísimos errores de Wilde en sus decisiones, quien conozca su biografía no podrá sino reconocer que en el alma del escritor convivían rasgos de Dorian, lord Henry y Basil. El hombre ingenioso y cultivado, el gran erudito, podía coexistir con el homosexual promiscuo que buscaba satisfacción en la prostitución de jóvenes, que abandonaba a su mujer y a sus hijos durante meses para acabar abatido por los remordimientos y deseoso de ingresar en un monasterio. Sin embargo, irónicamente, este hecho también sirvió para consolidar la fama de la novela y darle una autenticidad imperecedera.
A lo largo del siglo XX y hasta nuestros días, El retrato de Dorian Gray ha sido objeto de numerosas adaptaciones cinematográficas, teatrales y televisivas. La obra ha sido reinterpretada y analizada desde diversas perspectivas, convirtiéndose en un clásico de la literatura universal. Su temática atemporal y su exploración de los conflictos internos del ser humano continúan resonando en el lector contemporáneo.
Como conclusión, puede resultar conveniente recordar las palabras de Jorge Luis Borges en su libro Otras inquisiciones: «Leyendo y releyendo, a lo largo de los años, a Wilde, noto un hecho que sus panegiristas no parecen haber sospechado siquiera: el hecho comprobable y elemental de que Wilde, casi siempre, tiene razón». Para Borges, Wilde dio al siglo lo que el siglo exigía —comédies larmoyantes para los más y arabescos verbales para los menos— y ejecutó esas cosas disímiles con una suerte de negligente felicidad. Según el autor argentino, Wilde era un hombre que guardaba, pese a los hábitos del mal y la desdicha, una invulnerable inocencia. Como Chesterton, como Lang, como Boswell, Wilde es de aquellos venturosos que pueden prescindir de la aprobación de la crítica y, aun a veces, de la aprobación del lector, pues el agrado que nos proporciona su trato es irresistible y constante. Nada más que añadir.
JOSÉ RAFAEL HERNÁNDEZ ARIAS
El artista es el creador de cosas bellas. Revelar el arte y ocultar al artista es el objetivo del arte. El crítico es aquel que puede traducir de otra manera o a un nuevo material su impresión de las cosas bellas.
La forma más elevada, como la más baja, de crítica es un modo de autobiografía. Aquellos que encuentran significados feos en las cosas bellas son corruptos sin ser encantadores. Esto es un defecto.
Aquellos que encuentran significados bellos en las cosas bellas son los cultos. Para ellos hay esperanza. Son los elegidos para quienes las cosas bellas significan solo Belleza.
No existe tal cosa como un libro moral o inmoral. Los libros están bien escritos o mal escritos. Eso es todo.
La aversión del siglo XIX por el Realismo es la rabia de Calibán al ver su propio rostro en un espejo.
La aversión del siglo XIX por el Romanticismo es la rabia de Calibán al no ver su propio rostro en un espejo.
La vida moral del hombre forma parte del tema del artista, pero la moralidad del arte consiste en el uso perfecto de un medio imperfecto.
Ningún artista desea demostrar nada. Incluso las cosas que son verdad pueden demostrarse.
Ningún artista tiene simpatías éticas. Una simpatía ética en un artista es un imperdonable manierismo estilístico.
Ningún artista es morboso. El artista puede expresarlo todo.
El pensamiento y el lenguaje son para el artista instrumentos de un arte.
El vicio y la virtud son para el artista materiales para un arte.
Desde el punto de vista de la forma, el modelo de todas las artes es el arte del músico. Desde el punto de vista del sentimiento, el arte del actor es el modelo.
Todo arte es a la vez superficie y símbolo.
Quienes van más allá de la superficie lo hacen por su cuenta y riesgo. Quienes leen el símbolo lo hacen por su cuenta y riesgo.
Es al espectador, y no la vida, lo que el arte realmente refleja.
La diversidad de opiniones sobre una obra de arte muestra que la obra es nueva, compleja y vital.
Cuando los críticos no están de acuerdo, el artista está de acuerdo consigo mismo.
Podemos perdonar a un hombre por hacer algo útil siempre que no lo admire. La única excusa para hacer algo inútil es que uno lo admire intensamente.
Todo arte es completamente inútil.
1. Publicado por primera vez en The Fortnightly Review, n.º 44, de marzo de 1891. (Todas las notas son del traductor).
El estudio se llenaba del intenso olor de las rosas, y cuando la ligera brisa estival se agitaba entre los árboles del jardín, a través de la puerta abierta entraba el denso aroma de las lilas o el perfume más delicado de las espinas de flores rosadas.
Desde la esquina del diván de alforjas persas2 en el que estaba tumbado, fumando innumerables cigarrillos, como era su costumbre, lord Henry Wotton alcanzaba a ver el brillo de las flores dulces y coloreadas como la miel de un laburno, cuyas ramas trémulas apenas parecían capaces de soportar el peso de una belleza tan llameante como la suya. De vez en cuando, las sombras fantásticas de los pájaros revoloteaban sobre las largas cortinas de seda de tusor que se extendían delante del enorme ventanal y producían una especie de momentáneo efecto japonés, lo que le hacía pensar en esos pálidos pintores de rostro de jade de Tokio que, mediante un arte que es necesariamente inmóvil, tratan de transmitir la sensación de rapidez y movimiento. El murmullo sombrío de las abejas abriéndose paso a empujones entre la hierba alta sin podar, o dando vueltas con monótona insistencia alrededor de los polvorientos cuernos dorados de la dispersa madreselva, parecía conseguir que el silencio fuera más opresivo. El tenue rugido de Londres era como la nota de bordón de un órgano distante.
En el centro de la habitación, sujeto a un caballete vertical, se alzaba el retrato de cuerpo entero de un joven de extraordinaria belleza, y delante de él, a cierta distancia, estaba sentado el propio artista, Basil Hallward, cuya repentina desaparición hacía unos años había causado, en su momento, tanta conmoción pública y dado lugar a tantas conjeturas extrañas.
Mientras el pintor contemplaba la graciosa y atractiva figura que tan hábilmente había reflejado en su arte, una sonrisa de placer se dibujó en su rostro y pareció que iba a quedarse allí. Pero de pronto se levantó de un salto y, cerrando los ojos, se puso los dedos sobre los párpados, como si quisiera aprisionar en su cerebro algún extraño sueño del que temía despertar.
—Es tu mejor obra, Basil, lo mejor que has hecho nunca —dijo lord Henry, lánguidamente—. Sin duda, debes enviarla el año que viene al Grosvenor.3 La Academia es demasiado grande y vulgar. Siempre que he ido allí, o había tanta gente que no he podido ver los cuadros, lo cual era terrible, o había tantos cuadros que no he podido ver a las personas, lo cual era peor. El Grosvenor es realmente el único lugar.
—No creo que la envíe a ninguna parte —respondió, echando la cabeza hacia atrás de esa manera extraña que solía hacer reír a sus amigos en Oxford—. No, no la enviaré a ninguna parte.
Lord Henry enarcó las cejas y lo miró, asombrado, a través de las delgadas y azules columnas de humo que formaban volutas extravagantes al salir de su pesado cigarrillo impregnado de opio.
—¿No enviarlo a ninguna parte? Querido amigo, ¿por qué? ¿Tienes algún motivo? ¡Qué tipos tan raros sois los pintores! Hacéis cualquier cosa por ganaros una reputación. En cuanto la tenéis, parece que quisierais tirarla a la basura. Es una tontería por tu parte, porque solo hay una cosa en el mundo peor que el hecho de que hablen de ti, y es que no hablen de ti. Un retrato como este te situará muy por encima de todos los jóvenes de Inglaterra y pondría de lo más celoso a los viejos, si es que los viejos son capaces de sentir alguna emoción.
—Sé que te reirás de mí —replicó—, pero la verdad es que no puedo exhibirlo. He puesto demasiado de mí en él.
Lord Henry se estiró en el diván y se rio.
—Sabía que lo harías, pero es muy cierto, de todos modos.
—¡Que has puesto demasiado de ti mismo! Te lo aseguro, Basil, no sabía que fueras tan vanidoso; y realmente no puedo ver ningún parecido entre tú, con tu rostro fuerte y rudo y tu cabello negro como el carbón, y este joven Adonis, que parece hecho de marfil y pétalos de rosa. Mi querido Basil, él es un Narciso, y tú… bueno, por supuesto que tienes una expresión intelectual y todo eso. Pero la belleza, la verdadera belleza, termina donde comienza una expresión intelectual. El intelecto es en sí mismo un modo de exageración y destruye la armonía de cualquier rostro. En el momento en que uno se sienta a pensar, se vuelve todo nariz, o todo frente, o algo horrible. Mira a los hombres que triunfan en cualquiera de las profesiones cultas. ¡Qué absolutamente horribles son! Excepto, por supuesto, en la Iglesia. Pero una vez en la Iglesia no piensan. Un obispo sigue diciendo a la edad de ochenta años lo que le dijeron que dijera cuando era un muchacho de dieciocho, y como consecuencia natural siempre parece absolutamente encantador. Tu misterioso joven amigo, cuyo nombre nunca me has revelado, pero cuyo retrato realmente me fascina, nunca piensa. Estoy completamente seguro de ello. Es una criatura hermosa y sin cerebro, que debería estar siempre aquí en invierno, cuando no tenemos flores que mirar, y siempre aquí en verano, cuando necesitamos algo que nos enfríe la inteligencia. No te hagas ilusiones, Basil: no te pareces en lo más mínimo a él.
—No me comprendes, Harry —respondió el artista—. Por supuesto que no soy como él. Lo sé perfectamente. En realidad, lamentaría parecerme a él. ¿Te encoges de hombros? Te estoy diciendo la verdad. Hay una fatalidad en toda distinción física e intelectual, la clase de fatalidad que parece perseguir a través de la historia los pasos vacilantes de los reyes. Es mejor no ser diferente de los demás. Los feos y los estúpidos son los que tienen más suerte en este mundo. Pueden sentarse a sus anchas y contemplar boquiabiertos la obra. Si no saben nada de la victoria, al menos se ahorran el conocimiento de la derrota. Viven como todos deberíamos vivir: tranquilos, indiferentes y sin inquietud. No traen la ruina a los demás ni la reciben de manos extrañas. Tu rango y tu riqueza, Harry; mi cerebro, tal como es; mi arte, sea cual sea su valor; la belleza de Dorian Gray… ¡Todos sufriremos por lo que los dioses nos han dado, sufriremos terriblemente!
—¿Dorian Gray? ¿Se llama así? —preguntó lord Henry, cruzando el estudio hacia Basil Hallward.
—Sí, ese es el nombre. No tenía intención de decírtelo.
—Pero ¿por qué no?
—Oh, no puedo explicarlo. Cuando alguien me gusta mucho, nunca le digo su nombre a nadie. Es como entregar una parte de él. He aprendido a amar el secreto. Parece ser lo único que puede hacer que la vida moderna nos resulte misteriosa o maravillosa. Lo más común es delicioso si uno lo oculta. Cuando ahora dejo la ciudad, nunca le digo a mi gente adónde voy. Si lo hiciera, perdería todo mi placer. Diría que es una costumbre tonta, pero de alguna manera parece aportar una gran cantidad de encanto a la vida. Supongo que me consideras terriblemente tonto por ello.
—Nada de eso —respondió lord Henry—, nada de eso, mi querido Basil. Pareces olvidar que estoy casado, y el único encanto del matrimonio es que hace que una vida de engaños sea absolutamente necesaria para ambas partes. Nunca sé dónde está mi esposa, y ella nunca sabe lo que estoy haciendo. Cuando nos vemos (nos vemos de vez en cuando, cuando cenamos juntos o vamos a casa del duque), nos contamos las historias más absurdas con las caras más serias. Mi esposa es muy buena en eso, mucho mejor, de hecho, que yo. Nunca se confunde con las fechas, y yo siempre lo hago. Pero, cuando me descubre, no arma ningún escándalo. A veces desearía que lo hiciera, pero se limita a reírse de mí.
—Odio la forma en que hablas de tu vida de casado, Harry —dijo Basil Hallward, caminando hacia la puerta que daba al jardín—. Creo que eres realmente un marido muy bueno, pero que te avergüenzas por completo de tus virtudes. Eres un tipo extraordinario. Nunca dices nada moral y nunca haces nada malo. Tu cinismo es simplemente una pose.
—Ser natural es simplemente una pose, y la pose más irritante que conozco —exclamó lord Henry, riendo; y los dos jóvenes salieron juntos al jardín y se acomodaron en un largo banco de bambú que se alzaba a la sombra de un alto arbusto de laurel. La luz del sol se deslizaba sobre las hojas pulidas. En la hierba, las margaritas blancas temblaban.
Después de una pausa, lord Henry sacó su reloj.
—Me temo que debo irme, Basil —murmuró—, y antes de hacerlo, insisto en que respondas a una pregunta que te formulé hace algún tiempo.
—¿Qué pregunta? —dijo el pintor, con la mirada fija en el suelo.
—Lo sabes muy bien.
—No lo sé, Harry.
—Bueno, te diré cuál es. Quiero que me expliques por qué no expones el cuadro de Dorian Gray. Quiero la verdadera razón.
—Te he dicho la verdadera razón.
—No, no lo has hecho. Dijiste que era porque había demasiado de ti en él. Pero eso es infantil.
—Harry —dijo Basil Hallward, mirándole directamente a la cara—, todo retrato pintado con sentimiento es un retrato del artista, no del que posa. El modelo es simplemente el accidente, la ocasión. No es él a quien el pintor revela; es más bien el pintor quien se revela a sí mismo en el lienzo coloreado. El motivo por el que no exhibiré el cuadro es que temo haber mostrado en él el secreto de mi propia alma.
Lord Henry se rio.
—¿Y cuál es? —preguntó.
—Te lo diré —dijo Hallward; pero una expresión de perplejidad se dibujó en su rostro.
—Estoy de lo más expectante, Basil —continuó su compañero sin apartar la mirada de él.
—Oh, en realidad hay muy poco que contar, Harry —respondió el pintor—, y me temo que apenas lo entenderás. Quizá apenas lo creerías.
Lord Henry sonrió y, agachándose, arrancó una margarita de pétalos rosados de la hierba y la examinó.
—Estoy seguro de que lo entenderé —respondió, mirando fijamente el pequeño disco dorado con plumas blancas—, y en cuanto a creer cosas, puedo creer cualquier cosa, con tal que sea completamente increíble.
El viento sacudió algunas flores de los árboles, y las pesadas lilas, con sus estrellas agrupadas, se movían de un lado a otro en el aire lánguido. Un saltamontes empezó a chirriar junto a la pared, y como un hilo azul, una libélula larga y delgada pasó flotando con sus alas de gasa marrón. Lord Henry sintió como si pudiera oír los latidos del corazón de Basil Hallward y se preguntó qué vendría ahora.
—La historia es simplemente esta —dijo el pintor después de un rato—. Hace dos meses fui a una fiesta en casa de lady Brandon. Ya sabes que nosotros, los pobres artistas, tenemos que mostrarnos en sociedad de vez en cuando, solo para recordarle al público que no somos salvajes. Con un frac y una corbata blanca, como me dijiste una vez, cualquiera, incluso un corredor de bolsa, puede ganarse la reputación de ser civilizado. Bueno, después de haber estado en la habitación unos diez minutos, hablando con enormes viudas vestidas con excesiva elegancia y aburridos académicos, de repente me di cuenta de que alguien me estaba mirando. Me di la vuelta y vi a Dorian Gray por primera vez. Cuando nuestras miradas se encontraron, sentí que palidecía. Una curiosa sensación de terror me invadió. Sabía que me había encontrado cara a cara con alguien cuya personalidad era tan fascinante que, si se lo permitía, absorbería toda mi naturaleza, toda mi alma, mi arte mismo. No quería ninguna influencia externa en mi vida. Tú mismo sabes, Harry, lo independiente que soy por naturaleza. Siempre he sido mi propio amo; al menos así fue siempre, hasta que conocí a Dorian Gray. Entonces, aunque no sé cómo explicártelo, algo pareció decirme que estaba al borde de una terrible crisis vital. Tuve la extraña sensación de que el destino me tenía reservadas exquisitas alegrías y exquisitas penas. Me asusté y me di la vuelta para salir de la habitación. No fue la conciencia lo que me hizo hacerlo, sino una especie de cobardía. No me atribuyo ningún mérito por intentar escapar.
—Conciencia y cobardía son realmente la misma cosa, Basil. Conciencia es el nombre comercial de la empresa. Eso es todo.
—No lo creo, Harry, y tampoco creo que tú lo creas. Sin embargo, cualquiera que haya sido mi motivo (y puede que haya sido el orgullo, porque solía ser muy orgulloso), ciertamente me esforcé hasta llegar a la puerta. Allí, por supuesto, tropecé con lady Brandon. «¿No se va a escapar tan pronto, señor Hallward?», gritó. Ya conoces la voz tan estridente y rara que tiene.
—Sí, es un pavo real en todo, menos en belleza —dijo lord Henry, mientras desmenuzaba la margarita con sus largos y nerviosos dedos.
—No pude deshacerme de ella. Me presentó a miembros de la realeza, a gente con estrellas y ligas y a señoras mayores con tiaras gigantes y narices de loro. Hablaba de mí como de su mejor amigo. Solo la había visto una vez antes, pero se le metió en la cabeza ensalzarme. Creo que uno de mis cuadros había tenido un gran éxito por entonces, al menos se había hablado de él en los penny newspapers,4 que es el estándar de inmortalidad del siglo XIX. De repente me encontré cara a cara con el joven cuya personalidad me había conmovido tan extrañamente. Estábamos muy cerca, casi tocándonos. Nuestras miradas se cruzaron de nuevo. Fue una imprudencia por mi parte, pero le pedí a lady Brandon que me lo presentara. Tal vez no fuera tan imprudente, después de todo. Era simplemente inevitable. Nos habríamos hablado sin necesidad de presentación. Estoy seguro de eso. Dorian me lo dijo después. Él también sentía que estábamos destinados a conocernos.
—¿Y cómo describió lady Brandon a ese maravilloso joven? —preguntó su compañero—. Sé que le gusta dar un resumen rápido de todos sus invitados. Recuerdo que me llevó hasta un anciano y truculento caballero de rostro enrojecido, cubierto de órdenes y cintas, y me susurró al oído, en un susurro trágico que debió de ser perfectamente audible para todos los que estaban en la habitación, los detalles más asombrosos. Simplemente hui. Me gusta descubrir a la gente por mí mismo. Pero lady Brandon trata a sus invitados exactamente como un subastador trata sus mercancías. O bien los explica por completo o bien te cuenta todo sobre ellos excepto lo que uno quiere saber.
—¡Pobre lady Brandon! ¡Eres muy duro con ella, Harry! —comentó Hallward con indiferencia.
—Mi querido amigo, ella intentó fundar un salón y solo logró abrir un restaurante. ¿Cómo podría admirarla? Pero, dime, ¿qué dijo sobre el señor Dorian Gray?
—Oh, algo así como: «Un chico encantador…, su pobre madre y yo somos absolutamente inseparables. Me he olvidado por completo de lo que hace… Me temo que no hace nada… Ah, sí, toca el piano… ¿O es el violín, querido señor Gray?». Ninguno de los dos pudo evitar reírse y nos hicimos amigos al instante.
—La risa no es en absoluto un mal comienzo para una amistad, y es con diferencia el mejor final—, dijo el joven lord, arrancando otra margarita.
Hallward sacudió la cabeza.
—No entiendes lo que es la amistad, Harry —murmuró—, ni lo que es la enemistad, en realidad. Te gusta cualquiera; es decir, eres indiferente a todo el mundo.
—¡Qué terriblemente injusto de tu parte! —exclamó lord Henry, echándose el sombrero hacia atrás y mirando las pequeñas nubes que, como madejas deshilachadas de brillante seda blanca, se desplazaban por el cóncavo turquesa del cielo estival—. Sí; terriblemente injusto de tu parte. Yo establezco grandes diferencias entre las personas. Elijo a mis amigos por su buena apariencia, a mis conocidos por su buen carácter y a mis enemigos por su buen intelecto. Un hombre nunca es demasiado cuidadoso a la hora de elegir a sus enemigos. No tengo ninguno que sea tonto. Todos son hombres de cierta capacidad intelectual y, en consecuencia, todos me aprecian. ¿Es eso muy vanidoso por mi parte? Creo que es más bien vanidoso.
—Creo que lo es, Harry. Pero según tu categoría debo de ser simplemente un conocido.
—Mi querido Basil, eres mucho más que un conocido.
—Y mucho menos que un amigo. Algo así como un hermano, me imagino.
—¡Oh, hermanos! A mí no me importan los hermanos. Mi hermano mayor no hay manera de que se muera, y los menores no hacen otra cosa.
—¡Harry! —exclamó Hallward enarcando las cejas.
—Mi querido amigo, no hablo del todo en serio, pero no puedo evitar detestar a mis parientes. Supongo que se debe a que ninguno de nosotros puede soportar que otras personas tengan nuestros mismos defectos. Simpatizo plenamente con la rabia de la democracia inglesa contra lo que llaman «los vicios de las clases altas». Las masas creen que la embriaguez, la estupidez y la inmoralidad deberían ser su propiedad especial y que, si alguno de nosotros hace el ridículo, está cazando furtivamente en su coto privado. Cuando el pobre Southwark tuvo que comparecer ante el tribunal de divorcios, su indignación fue magnífica. Y, sin embargo, no creo que el diez por ciento del proletariado viva correctamente.
—No estoy de acuerdo con una sola palabra de lo que has dicho y, es más, Harry, estoy seguro de que tú tampoco.
Lord Henry se acarició la puntiaguda barba castaña y se golpeó la puntera de la bota de charol con un bastón de ébano adornado con borlas.
—¡Qué inglés eres, Basil! Es la segunda vez que haces esa observación. Si uno le propone una idea a un verdadero inglés (siempre es una acción temeraria), nunca se le ocurre pensar si la idea es correcta o no. Lo único que considera importante es si uno mismo la cree. Ahora bien, el valor de una idea no tiene nada que ver con la sinceridad del hombre que la expresa. De hecho, lo más probable es que cuanto más insincero sea el hombre, más puramente intelectual será la idea, ya que en ese caso no estará teñida ni por sus necesidades, ni por sus deseos, ni por sus prejuicios. Sin embargo, no me propongo discutir contigo de política, sociología o metafísica. Me gustan más las personas que los principios, y me gustan más las personas sin principios que cualquier otra cosa en el mundo. Cuéntame más sobre el señor Dorian Gray. ¿Con qué frecuencia lo ves?
—Todos los días. No podría ser feliz si no lo viera todos los días. Es absolutamente necesario para mí.
—¡Qué extraordinario! Pensé que nunca te interesarías por nada más que tu arte.
—Para mí, él es todo mi arte ahora —dijo el pintor con gravedad—. A veces pienso, Harry, que solo hay dos épocas de alguna importancia en la historia del mundo. La primera es la aparición de un nuevo medio para el arte, y la segunda es la aparición de una nueva personalidad, también para el arte: lo que la invención de la pintura al óleo fue para los venecianos, el rostro de Antínoo fue para la escultura griega tardía y el rostro de Dorian Gray será algún día para mí. No se trata simplemente de que pinte partiendo de él, dibuje partiendo de él, haga bocetos partiendo de él. Por supuesto, he hecho todo eso. Pero él es mucho más para mí que un modelo o una persona que posa. No te diré que estoy insatisfecho con lo que he hecho de él, o que su belleza es tal que el arte no pueda expresarla. No hay nada que el arte no pueda expresar, y sé que el trabajo que he hecho, desde que conocí a Dorian Gray, es un buen trabajo, es el mejor trabajo de mi vida. Pero de alguna manera curiosa (me pregunto si me entenderás) su personalidad me ha sugerido una forma de arte completamente nueva, un estilo completamente nuevo. Veo las cosas de otra manera, pienso en ellas de otra manera. Ahora puedo recrear la vida de una manera que antes me estaba oculta. «Un sueño de la forma en tiempos de pensamiento»,5 ¿quién dijo eso? No lo recuerdo, pero es lo que Dorian Gray ha sido para mí. La presencia meramente visible de este muchacho (pues me parece poco más que un muchacho, aunque en realidad tiene más de veinte años), su presencia meramente visible… ¡ah! Me pregunto si puedes comprender todo lo que eso significa. Inconscientemente define para mí las líneas de una nueva escuela, una escuela que debe tener en sí toda la pasión del espíritu romántico, toda la perfección del espíritu que es griego. ¡La armonía del alma y el cuerpo… cuánto es eso! En nuestra locura hemos separado los dos y hemos inventado un realismo que es vulgar, una idealidad que es vacía. ¡Harry! ¡Si supieras lo que Dorian Gray es para mí! ¿Recuerdas aquel paisaje mío por el que Agnew me ofreció un precio tan alto, pero del que no quise desprenderme? Es una de las mejores cosas que he hecho nunca. ¿Y por qué? Porque, mientras lo pintaba, Dorian Gray estaba sentado a mi lado. Una sutil influencia pasó de él a mí, y por primera vez en mi vida vi en la pradera la maravilla que siempre había buscado y que siempre había echado de menos.
—¡Basil, eso es extraordinario! Tengo que ver a Dorian Gray.
Hallward se levantó del asiento y caminó de un lado a otro del jardín. Después de un rato regresó.
—Harry —dijo—, Dorian Gray es para mí simplemente un motivo en el arte. Puede que no veas nada en él. Yo lo veo todo en él. Nunca está más presente en mi obra que cuando no hay ninguna imagen de él. Es una sugerencia, como he dicho, de una nueva manera. Lo encuentro en las curvas de ciertas líneas, en la belleza y las sutilezas de ciertos colores. Eso es todo.
—Entonces, ¿por qué no exhibes su retrato? —preguntó lord Henry.
—Porque, sin proponérmelo, he puesto en ello alguna expresión de toda esa curiosa idolatría artística de la que, por supuesto, nunca me he preocupado de hablarle. Él no sabe nada al respecto. Nunca sabrá nada al respecto. Pero el mundo podría adivinarla, y yo no desnudaré mi alma ante sus ojos superficiales y curiosos. Mi corazón nunca será puesto bajo su microscopio. Hay demasiado de mí en el asunto, Harry…, ¡demasiado de mí!
—Los poetas no son tan escrupulosos como tú. Saben lo útil que es la pasión para la publicación. Hoy en día, un corazón roto puede dar de sí muchas ediciones.
—Los odio por eso —exclamó Hallward—. Un artista debe crear cosas bellas, pero no debe poner nada de su propia vida en ellas. Vivimos en una época en la que los hombres tratan el arte como si fuera una forma de autobiografía. Hemos perdido el sentido abstracto de la belleza. Algún día mostraré al mundo lo que es; y por ese motivo el mundo nunca verá mi retrato de Dorian Gray.
—Creo que estás equivocado, Basil, pero no discutiré contigo. Solo los intelectualmente perdidos son los que discuten. Dime, ¿Dorian Gray te quiere mucho?
El pintor reflexionó durante unos momentos.
—Le gusto —respondió después de una pausa—. Sé que le gusto. Por supuesto que lo halago muchísimo. Encuentro un extraño placer en decirle cosas que sé que me arrepentiré de haberle dicho. Por lo general, se muestra encantador conmigo y nos sentamos en el estudio y hablamos de mil cosas. De vez en cuando, no obstante, es terriblemente desconsiderado y parece disfrutar haciéndome sufrir. Entonces siento, Harry, que he entregado mi alma entera a alguien que la trata como si fuera una flor para poner en su abrigo, un adorno para encantar su vanidad, un adorno para un día de verano.
—Los días de verano, Basil, tienden a dilatarse —murmuró lord Henry—. Tal vez te canses antes que él. Es algo triste de pensar, pero no hay duda de que el genio dura más que la belleza. Eso explica el hecho de que todos nos esforcemos tanto en educarnos demasiado. En la desenfrenada lucha por la existencia, queremos tener algo que perdure, y por eso llenamos nuestras mentes de basura y hechos, con la estúpida esperanza de mantener nuestro sitio. El hombre completamente bien informado: ese es el ideal moderno. Y la mente del hombre completamente bien informado es algo terrible. Es como una tienda de antigüedades, llena de monstruos y polvo, con todo a un precio superior a su valor. Creo que, de todos modos, te cansarás primero. Un día mirarás a tu amigo y te parecerá que está un poco fuera de tono, o no te gustará su tez, o algo así. Le reprocharás amargamente en tu corazón y pensarás seriamente que se ha portado muy mal contigo. La próxima vez que te llame, serás completamente frío e indiferente. Será una gran lástima, porque te cambiará. Lo que me has contado es todo un romance, un romance de arte, podríamos decir, y lo peor de tener un romance de cualquier tipo es que te deja sin romanticismo.
—Harry, no hables así. Mientras viva, la personalidad de Dorian Gray me dominará. Tú no puedes sentir lo que yo siento. Cambias demasiado a menudo.
—Ah, mi querido Basil, es exactamente por eso que puedo sentirlo. Los que son fieles solo conocen el lado trivial del amor: son los infieles los que conocen las tragedias del amor.
Y lord Henry encendió una llama en una delicada petaca de plata y comenzó a fumar un cigarrillo con aire consciente y satisfecho, como si hubiera resumido el mundo en una frase. Se oía el gorjeo de los gorriones entre las lacadas hojas verdes de la hiedra, y las sombras azules de las nubes se perseguían por la hierba como golondrinas. ¡Qué agradable era el jardín! ¡Y qué deliciosas eran las emociones de los demás! Mucho más deliciosas que sus ideas, le parecía. La propia alma y las pasiones de los amigos: esas eran las cosas fascinantes de la vida. Se imaginó con silenciosa diversión el tedioso almuerzo que se había perdido por quedarse tanto tiempo con Basil Hallward. Si hubiera ido a casa de su tía, seguramente se habría encontrado allí con lord Goodbody, y toda la conversación habría girado en torno a la alimentación de los pobres y la necesidad de albergues modélicos. Cada clase habría predicado la importancia de aquellas virtudes cuyo ejercicio no era necesario en sus propias vidas. Los ricos habrían hablado del valor del ahorro y los ociosos habrían hablado elocuentemente de la dignidad del trabajo. ¡Era encantador haber escapado a todo eso! Mientras pensaba en su tía, pareció asaltarlo una idea. Se volvió hacia Hallward y dijo:
—Mi querido amigo, acabo de recordar.
—¿Recordar qué, Harry?
—Dónde he oído el nombre de Dorian Gray.
—¿Dónde fue? —preguntó Hallward, frunciendo ligeramente el ceño.
—No te enojes tanto, Basil. Fue en casa de mi tía, lady Agatha. Me dijo que había descubierto a un joven maravilloso que la iba a ayudar en el East End, y que se llamaba Dorian Gray. Me veo obligado a decir que nunca me dijo que fuera apuesto. Las mujeres no aprecian la belleza; al menos, las buenas mujeres no. Dijo que era muy serio y tenía un carácter encantador. De inmediato me imaginé a una criatura con anteojos y cabello lacio, horriblemente pecoso y que caminaba torpemente con pies enormes. Ojalá hubiera sabido que era tu amigo.
—Me alegro de que no lo supieras, Basil.
—¿Por qué?
—No quiero que lo conozcas.
—¿No quieres que lo conozca?
—No.
—El señor Dorian Gray está en el estudio, señor —anunció el mayordomo, entrando en el jardín.
—Ahora me tendrás que presentar —exclamó lord Henry riéndose.
El pintor se volvió hacia el sirviente, que permanecía pestañeando a la luz del sol.
—Ruega al señor Gray que espere, Parker. Estaré con él en un momento.
El hombre se inclinó y se retiró.
Entonces miró a lord Henry.
—Dorian Gray es mi amigo más querido —dijo—. Tiene un carácter simple y bello. Tu tía tenía toda la razón en lo que dijo sobre él. No lo estropees. No trates de influenciarle. Tu influencia sería mala. El mundo es grande y tiene a gente maravillosa en él. No me quites a la única persona que da a mi arte todo el encanto que posee: mi vida como artista depende de él. Tenlo presente, Harry, confío en ti —habló muy lentamente, y las palabras parecían salir a la fuerza de él, casi contra su voluntad.
—¡Qué tonterías dices! —dijo lord Henry con una sonrisa; y, tomando a Hallward por el brazo, casi le condujo hasta la casa.
2. Se refiere a sillones cuyo diseño imitaba las grandes alforjas que llevaban los camellos en el oriente.
3. La Grosvenor Gallery, en Londres, cuyo propietario era sir Coutts Lindsay, exponía a menudo obras de vanguardia, mientras que la Academia solía preferir temas más convencionales y ajustados a las reglas clásicas.
4. Prensa barata para las clases populares.
5. La cita proviene de un poema de Austin Dobson (1840-1921), publicado en el libro Proverbs in Porcelain.
Cuando entraron, vieron a Dorian Gray. Estaba sentado al piano, de espaldas a ellos, pasando las páginas de un volumen de las Escenas del bosque de Schumann.
—Tienes que prestármelas, Basil —exclamó—. Quiero aprenderlas. Son absolutamente encantadoras.
—Eso depende totalmente de cómo poses hoy, Dorian.
—Oh, estoy cansado de estar sentado y no quiero un retrato mío de tamaño natural —respondió el joven, balanceándose en el taburete de forma voluntariosa y petulante. Cuando vio a lord Henry, un leve rubor coloreó sus mejillas por un momento y se levantó de un salto—. Te pido perdón, Basil, pero no sabía que tenías compañía.
—Este es lord Henry Wotton, Dorian, un viejo amigo mío de Oxford. Le estaba diciendo lo buen modelo que eras y ahora lo has echado todo a perder.
—No me ha estropeado el placer de conocerlo, señor Gray —dijo lord Henry, dando un paso adelante y extendiendo la mano—. Mi tía me ha hablado muchas veces de usted. Es uno de sus favoritos y, me temo, también una de sus víctimas.
—Estoy en la lista negra de lady Agatha en este momento —respondió Dorian con una divertida mirada de arrepentimiento—. Le prometí ir con ella a un club en Whitechapel el martes pasado, y realmente me olvidé por completo de ello. Íbamos a tocar un dúo juntos, tres dúos, creo. No sé qué me dirá. Estoy demasiado asustado para ir a verla.
—Oh, me ocuparé de que haga las paces con mi tía. Ella es muy devota de usted. Y no creo que importe realmente que usted no estuviera allí. Es probable que el público pensara que era un dúo. Cuando la tía Agatha se sienta al piano, hace suficiente ruido como para dos personas.
—Eso es terrible para ella y no muy agradable para mí —respondió Dorian, riendo.
Lord Henry lo miró. Sí, en efecto, era maravillosamente apuesto, con sus labios escarlata finamente curvados, sus francos ojos azules, su cabello dorado y crespo. Había algo en su rostro que hacía que uno confiara en él al instante. Allí estaba todo el candor de la juventud, así como toda la pureza apasionada de la juventud. Uno sentía que se había mantenido inmaculado ante el mundo. No era extraño que Basil Hallward lo adorara.
—Es usted demasiado encantador para dedicarse a la filantropía, señor Gray… Demasiado encantador.
Y lord Henry se dejó caer en el diván y abrió su pitillera.
El pintor había estado ocupado mezclando sus colores y preparando sus pinceles. Parecía inquieto y, cuando oyó el último comentario de lord Henry, lo miró, vaciló un momento y luego dijo:
—Harry, quiero terminar este cuadro hoy. ¿Pensarías que es algo terriblemente grosero de mi parte si te pidiera que te fueras?
Lord Henry sonrió y miró a Dorian Gray.
—¿Tengo que irme, señor Gray? —preguntó.
—Oh, por favor, no lo haga, lord Henry. Veo que Basil está de mal humor y no le soporto cuando se enfurruña. Además, quiero que me diga por qué no debería dedicarme a la filantropía.
—No sé si se lo diré, señor Gray. Es un tema tan tedioso que habría que hablar seriamente de él. Pero desde luego no me marcharé, ahora que me ha pedido que me quede. En realidad, no te importa, Basil, ¿verdad? A menudo me ha dicho que le gustaba que sus modelos tuvieran a alguien con quien charlar.
Hallward se mordió el labio.
—Si Dorian lo desea, por supuesto que debes quedarte. Los caprichos de Dorian son leyes para todos, excepto para él mismo.
Lord Henry tomó su sombrero y sus guantes.
—Eres muy insistente, Basil, pero me temo que debo irme. He prometido encontrarme con un hombre en el Orleans.6 Adiós, señor Gray. Venga a verme alguna tarde a Curzon Street. Casi siempre estoy en casa a las cinco. Escríbame con la indicación de cuándo va a venir. Lamentaría que no me encontrara.
—Basil —exclamó Dorian Gray—, si lord Henry Wotton se va, yo también me iré. Nunca abres los labios mientras pintas, y es terriblemente aburrido estar de pie en una plataforma y tratar de parecer agradable. Pídele que se quede. Insisto en ello.
—Quédate, Harry, para complacer a Dorian y para complacerme a mí —dijo Hallward, mirando fijamente su cuadro—. Es muy cierto, nunca hablo cuando estoy trabajando, y tampoco escucho nunca, y debe ser terriblemente tedioso para mis desafortunados modelos. Te ruego que te quedes.
—Pero ¿qué pasa con mi hombre en el Orleans?
El pintor se rio.
—No creo que haya ninguna dificultad en eso. Vuelve a sentarte, Harry. Y ahora, Dorian, sube a la plataforma y no te muevas demasiado ni prestes atención a lo que dice lord Henry. Tiene una muy mala influencia sobre todos sus amigos, con la única excepción de mí.
Dorian Gray subió al estrado con el aire de un joven mártir griego e hizo una ligera mueca de descontento hacia lord Henry, de quien se había encaprichado. Era muy distinto a Basil. Formaban un contraste delicioso. Y tenía una voz muy hermosa. Después de unos momentos le dijo:
—¿De verdad tiene una influencia tan mala como dice Basil, lord Henry?
—No existe tal cosa como una buena influencia, señor Gray. Toda influencia es inmoral… inmoral desde el punto de vista científico.
—¿Por qué?
—Porque influir en una persona es darle la propia alma. No piensa según sus pensamientos naturales ni arde con sus pasiones naturales. Sus virtudes no son reales para ella. Sus pecados, si es que existen, son prestados. Se convierte en un eco de la música de otro, en un actor de un papel que no ha sido escrito para él. El objetivo de la vida es el autodesarrollo. Realizar la propia naturaleza a la perfección: para eso estamos aquí todos. Hoy en día, la gente tiene miedo de sí misma. Ha olvidado el más alto de todos los deberes: el deber que uno tiene para consigo mismo. Por supuesto, son caritativos. Alimentan al hambriento y visten al mendigo, pero sus propias almas se mueren de hambre y están desnudas. El coraje ha desaparecido de nuestra raza. Tal vez nunca lo tuviéramos realmente. El terror a la sociedad, que es la base de la moral, el terror a Dios, que es el secreto de la religión: esas son las dos cosas que nos gobiernan. Y, sin embargo…