El retrato de Dorian Gray - Oscar Wilde - E-Book

El retrato de Dorian Gray E-Book

Oscar Wilde

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Beschreibung

La eterna juventud a cambio del alma, o una obra de arte con lección moral. Dorian Gray es un joven de una belleza extraordinaria y actitud inocente, que tras observar su retrato queda fascinado por su propia imagen. Cuando le aconsejan que aproveche al máximo esos dones, será consciente del paso del tiempo y de que tarde o temprano estos se perderán. A partir ese momento, su actitud cambiará y se volverá hedonista, corrupto y cruel. Algo que no se reflejará en su rostro, pero sí en el retrato que guardará a buen recaudo para que su secreto no se descubra.

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Seitenzahl: 208

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Índice

Introducción

El retrato de Dorian Gray

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Apéndice

Créditos

Novela psicológica y fantástica a la vez

El escritor irlandés Oscar Wilde era ya muy conocido en Reino Unido y Estados Unidos cuando publicó El retrato de Dorian Gray, su única novela. Concebida en un principio como un relato breve para una revista literaria estadounidense (la Lippincott’s Monthly Magazine), la novela fue ampliada posteriormente por Wilde y publicada por la editorial Ward Lock&Co en 1891.

Antes de escribir El retrato de Dorian Gray, Wilde había publicado algunos cuentos en los que se mezclaban realismo y fantasía, como El príncipe feliz o El ruiseñor y la rosa. En este relato más largo, Oscar Wilde vuelve a explorar el territorio de lo fantástico, inspirándose en la tradición de la novela de terror, que había conocido un gran éxito en Europa y los Estados Unidos durante el siglo XIX, con títulos aún célebres hoy en día como Frankenstein, de Mary Shelley; El corazón delator, de Edgar Allan Poe; El Horla, del francés Guy de Maupassant o algunos relatos cortos de Henry James.

El retrato de Dorian Gray es, por un lado, una historia fantástica en la que se narra la evolución de un retrato mágico que refleja los cambios en el alma de su modelo; pero, por otro lado, es también un estudio psicológico de la personalidad de ese modelo, el personaje de Dorian Gray, y de su progresiva degradación a lo largo del tiempo. Oscar Wilde se esforzó por recrear con fidelidad en el libro los ambientes culturales más refinados del Londres de la época, y, al mismo tiempo, utilizó esta ambientación realista para subrayar, por contraste, la extrañeza que rodea al misterioso cuadro que se sitúa en el centro de la trama. Para ello, se inspiró en las distintas corrientes literarias del XIX, fusionándolas con maestría y consiguiendo un relato sorprendente por su originalidad.

El retrato de una época

El retrato de Dorian Gray es también el retrato de la época en la que le tocó vivir a su autor. Estamos hablando del final de la era victoriana (en alusión a la reina Victoria de Inglaterra, que se mantuvo en el trono desde 1837 hasta 1901).

Fueron tiempos de enormes transformaciones para la sociedad británica y para el mundo en su conjunto. En pleno apogeo de su imperio colonial, el Reino Unido se había convertido en uno de los países más industrializados del planeta, pero este desarrollo industrial había generado enormes desigualdades sociales entre el proletariado ligado a las fábricas y las minas y las clases acomodadas, que vieron aumentar su riqueza a un ritmo asombroso. Precisamente son las costumbres y el clima cultural y moral de esas clases acomodadas los que sirvieron de inspiración a Wilde en buena parte de su obra. El escritor irlandés refleja como nadie el refinamiento de la alta sociedad londinense a finales del siglo XIX, pero también sus contradicciones, su cinismo y su inmoralidad. Para Wilde, el objetivo no era mostrar esa realidad a sus lectores con el fin de aleccionarlos o adoctrinarlos, sino, simplemente, utilizar sus vivencias y las de su entorno como inspiración para su arte. Quizá esa ausencia de intenciones moralizantes es la que permite que El retrato de Dorian Gray muestre con tanta sinceridad las miserias y perplejidades de la sociedad en la que se movía Oscar Wilde.

Lo paranormal en la era victoriana: entre la ficción y la ciencia

Aunque la era victoriana se caracteriza por sus enormes progresos científicos y tecnológicos, también fue una época fascinada con lo sobrenatural. En un momento en el que los límites entre ciencia y pseudociencia aún no estaban claros, muchas personas intentaban aplicar los métodos de la Biología, la Física y la Química a la realización de experimentos para resucitar criaturas fallecidas, comunicarse con los muertos o dotar de alma a los objetos inertes. Personajes como madame Blavatsky, una supuesta médium creadora del movimiento teosófico, gozaron de enorme popularidad en el Londres victoriano, e incluso intelectuales conocidos por su defensa del método científico (como sir Arthur Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes, el primer «detective científico» de la historia) se interesaban vivamente por los fenómenos paranormales y trataban de investigarlos.

Lo paranormal formaba parte también de algunos espectáculos para el entretenimiento de las clases acomodadas, e inspiraba relatos de terror que se publicaban en las revistas literarias más famosas de la época. Es en ese contexto en el que hay que situar El retrato de Dorian Gray, una historia sobre el poder sobrenatural de lo diabólico en cada ser humano, aunque para Oscar Wilde el recurso a lo paranormal en su relato es un instrumento simbólico y no refleja una creencia auténtica en dichos fenómenos. Hay que recordar que él mismo había parodiado estas creencias en una novela corta humorística titulada El fantasma de Canterville, en la que un fantasma vive aterrorizado por los nuevos propietarios americanos de su mansión.

Las ideas detrás de Dorian Gray

Al leer El retrato de Dorian Gray, el lector del siglo XXI puede encontrar chocantes algunas de las teorías defendidas por los personajes de la novela, en particular por lord Henry y el propio Dorian Gray. También cuando se publicó el libro, estas ideas resultaban escandalosas para muchos. Sin embargo, estaban inspiradas en algunas corrientes artísticas y filosóficas muy difundidas a finales del siglo XIX, entre ellas las siguientes:

•El vitalismo neopagano, que proponía un abandono de la moral judeocristiana para regresar a los supuestos valores de la Grecia Clásica, con su aprecio por la belleza y la juventud. Esta teoría tiene como máximo exponente al filósofo alemán Friedrich Nietzsche.

•El dandismo, que se caracterizaba por la búsqueda de la elegancia, así como por el refinamiento en la forma de vida y el ingenio en la conversación, características que podemos encontrar por ejemplo en el personaje de sir Henry.

•El hedonismo, que defendía la búsqueda del placer como el más alto ideal del ser humano, y que se basaba en la escuela del filósofo helenístico Epicuro.

•El decadentismo, corriente artística que aspiraba a cultivar el arte por el arte y rechazaba la moral burguesa, que intentaba convertir la obra artística en un instrumento aleccionador.

¿Una historia moral o inmoral?

Cuando se publicó El retrato de Dorian Gray, la crítica fue demoledora con la obra, que fue acusada de inmoralidad. Oscar Wilde se defendió activamente de estas acusaciones argumentando que un libro en sí mismo no es bueno ni malo, y que solo hay que juzgarlo por su calidad literaria. Paradójicamente, sin embargo, en la propia novela se afirma que Dorian Gray fue «envenenado por un libro», y que debido a su influencia emprendió el camino de la degradación moral. En su ensayo autobiográfico De Profundis, escrito durante su estancia en prisión, Wilde cuenta que también él se sintió en cierta medida «envenenado» moralmente por una obra literaria, en su caso un libro sobre el Renacimiento italiano escrito por Walter Pater.

En todo caso, se puede hacer una lectura completamente distinta de Dorian Gray e interpretar la historia como una fábula moral en la que el protagonista es finalmente castigado por sus excesos. Lo que está claro es que la intención de Wilde no era aleccionadora ni moralizante, y que, más que adoctrinar a sus contemporáneos sobre los peligros del pecado, concibió El retrato de Dorian Gray como un estudio psicológico de un individuo que se deja arrastrar hacia la degradación del espíritu.

El retrato de Dorian Gray es una fábula simbólica sobre el problema del mal en el ser humano. La interpretación escandalosa que se hizo en la novela tuvo mucho que ver con los «delitos» que el público atribuía a Dorian, relacionados con su orientación supuestamente homosexual (hay que recordar que en la Inglaterra victoriana la homosexualidad estaba prohibida, y que el propio Wilde fue encarcelado más tarde por esa causa). Sin embargo, lo cierto es que en la novela nunca quedan demasiado claros cuáles son los crímenes de Dorian (hasta que comete un crimen real). Oscar Wilde afirmaba que cada lector identificaba los pecados de Dorian Gray con los suyos, y que por eso producía en muchas personas un gran rechazo e incomodidad.

Las ideas detrás de Dorian Gray

Lo cierto es que Dorian Gray se ha convertido en un mito literario, en un arquetipo que todo el mundo asocia con la hipocresía moral y el narcisismo. Dorian Gray, el joven que se enamora de su propia belleza y juventud y que lo sacrifica todo para conservarla, aparece de este modo emparentado con el mito de Fausto, creado por el escritor alemán Goethe. La diferencia es que el personaje de Goethe vende directamente su alma al diablo a cambio del amor. Dorian Gray, en cambio, no realiza ningún pacto deliberado con las fuerzas del mal. Es más bien su debilidad la que le lleva a aceptar que su retrato cargue con todos los signos visibles de sus pecados. Además, Dorian Gray no persigue el amor, sino el conocimiento de todas las experiencias posibles para un ser humano. Son la curiosidad intelectual y su búsqueda de la belleza las que le conducen por el camino de la degradación. Por eso, más de un siglo después, Dorian Gray sigue simbolizando el orgullo intelectual y artístico, el individualismo extremo y el narcisismo. También se asocia al personaje a la impunidad del criminal que sale indemne de todos sus delitos gracias a su encanto personal y a su posición social (aunque en la novela, al final recibe su castigo).

Esta edición

Esta versión de El retrato de Dorian Gray no incluye el texto íntegro de la obra de Oscar Wilde. Se trata de una traducción directa del original en inglés en la que se han omitido algunas de las conversaciones entre los personajes, especialmente aquellas en las que se reflexiona de manera abstracta sobre distintos temas no relacionados de manera directa con los problemas psicológicos del protagonista de la novela. También se han simplificado algunas descripciones y se han eliminado ciertas reflexiones sobre obras artísticas y literarias que, para los lectores jóvenes del siglo XXI, podrían resultar desconocidas y dificultar la lectura. Se ha procurado mantener, en cambio, el tono y el estilo literario del original, así como numerosas muestras de los chispeantes diálogos de Wilde, que utiliza con maestría el ingenio y las paradojas para expresar la psicología de sus personajes y su peculiar sentido del humor.

Capítulo 1

Un intenso olor a rosas llenaba el estudio, y cuando la brisa veraniega agitaba el jardín se colaba a través de la puerta el denso aroma de las lilas mezclado con el perfume más delicado del espino.

Desde el diván persa donde se hallaba fumando, según su costumbre, lord Henry Wotton captaba los destellos color miel de las flores del laburno1, y de vez en cuando las fantásticas sombras de los pájaros tras las cortinas de seda que cubrían la amplia ventana, produciendo un curioso efecto de sombras chinescas.

El zumbido de las abejas entre la hierba sin segar volvía aún más opresiva aquella quietud. El rumor apagado de Londres sonaba como el eco de un órgano distante.

En el centro de la habitación, sobre un caballete, se encontraba un retrato a tamaño natural de un joven de extraordinaria belleza, y frente a él permanecía sentado Basil Hallward, el artista cuya repentina desaparición unos años atrás había provocado tanta curiosidad pública, dando lugar a las más extrañas conjeturas.

Mientras el pintor observaba la figura encantadora del cuadro, una sonrisa de placer iluminó su cara. Pero de pronto se sobresaltó, y, cerrando los ojos, apretó los dedos sobre sus párpados, como si intentase atrapar en su cerebro un extraño sueño del que temía despertarse.

—Es tu mejor obra, Basil, lo mejor que has hecho nunca —dijo lord Henry lánguidamente—. El año que viene debes enviarla a Grosvenor2, sin duda. La Academia es demasiado grande y demasiado vulgar. Cada vez que voy, o hay tanta gente que no puedes ver los cuadros, lo que es horrible, o hay tantos cuadros que no puedes ver a la gente, lo que es aún peor. Grosvenor es el sitio adecuado.

—No creo que lo envíe a ninguna parte —contestó él.

Lord Henry alzó las cejas y lo miró con sorpresa a través de las volutas de humo azulado de su cigarro.

—¿A ninguna parte? Mi buen amigo, pero ¿por qué? ¿Qué motivos tienes? ¡Qué raros sois los pintores! Hacéis lo que sea con tal de labraros una reputación, y cuando la tenéis, parecéis tener prisa por deshaceros de ella. Es una estupidez, porque solo hay una cosa en el mundo peor que el que hablen demasiado de ti, y es que nadie hable de ti para nada. Un retrato como este te colocaría por encima de todos los jóvenes de Inglaterra, y provocaría los celos de los viejos, si es que a los viejos les queda alguna capacidad para emocionarse.

—Sé que vas a reírte de mí —replicó—, pero de verdad que no puedo exponerlo. He puesto demasiado de mí mismo en él.

Lord Henry se estiró en el sofá y se echó a reír.

—Sí, sabía que te reirías. Pero es la verdad.

—¡Demasiado de ti mismo en él! En serio, Basil, no sabía que fueras tan vanidoso. Sinceramente no encuentro ninguna semejanza entre tu rudo y enérgico rostro y este joven adonis3, que parece hecho de marfil y rosas. A ver, mi querido Basil, él es un narciso4, y tú… por supuesto, tienes una expresión intelectual y todo eso. Pero la belleza, la verdadera belleza, termina donde empieza esa expresión intelectual. El intelecto es en sí mismo una forma de exageración, y destruye la armonía de cualquier rostro. En cuanto uno se sienta a pensar, se vuelve todo nariz, o todo frente, o cualquier otra cosa horrible. Mira a los hombres que han tenido éxito en cualquier profesión de gente instruida. ¡Qué absolutamente feos son todos! Excepto los hombres de Iglesia. Pero claro, en la Iglesia no tienen que pensar. Un obispo continúa diciendo a los ochenta años lo que le dijeron que repitiera a los dieciocho, y por eso conservan una apariencia tan encantadora. Tu misterioso amigo, cuyo nombre no has querido revelarme, pero cuyo retrato realmente me fascina, no piensa nunca. De eso estoy seguro. Es una criatura bella y sin cerebro que debería quedarse aquí todo el invierno cuando no hay flores que mirar, y en verano cuando necesitamos refrescar nuestra inteligencia. No te hagas ilusiones, Basil: no te pareces a él en lo más mínimo.

—No me entiendes, Harry —dijo el artista—. Claro que no me parezco a él, lo sé perfectamente. De hecho, lamentaría mucho parecerme a él. ¿Te encoges de hombros? Estoy diciendo la verdad. La fatalidad persigue a cualquiera con cierta distinción física e intelectual. Es mejor no sobresalir entre tus semejantes. Los feos y los estúpidos se llevan lo mejor de este mundo. Pueden sentarse a sus anchas y disfrutar del espectáculo. Aunque no sepan lo que es la victoria, también se ahorran la experiencia de la derrota. Viven como deberíamos vivir todos: indiferentes y sin ningún desasosiego. Ni acarrean la ruina a otras personas, ni nadie provoca la suya. Tu posición social y tu riqueza, Harry; mi inteligencia y mi arte, valga lo que valga; la belleza de Dorian Gray… Todos sufrimos a causa de los dones de los dioses. Sufrimos terriblemente.

—¿Dorian Gray? ¿Así se llama? —preguntó lord Henry atravesando el estudio hacia Basil Hallward.

—Sí, ese es su nombre. Aunque no pensaba revelártelo.

—¿Por qué no?

—No puedo explicarlo. Cuando alguien me gusta mucho, nunca digo su nombre a nadie. Sería como entregar una parte de él. Me gustan los secretos. Son lo único que puede hacer misteriosa o maravillosa la vida moderna. La cosa más vulgar se vuelve deliciosa cuando uno la oculta. Cuando salgo de la ciudad, por ejemplo, nunca le digo a mi gente adónde voy. Si lo hiciera, perdería toda su gracia. Puede que sea una costumbre idiota, pero añade algo de romanticismo a tu vida. Supongo que me considerarás un bobo por ello…

—En absoluto —contestó lord Henry—. Pareces olvidar que estoy casado, y el único encanto del matrimonio es que convierte el engaño en una necesidad por ambas partes. Yo no sé nunca dónde está mi mujer, y mi mujer nunca sabe lo que estoy haciendo yo. Cuando coincidimos (porque de vez en cuando coincidimos en una cena o en Casa del Duque) nos contamos uno a otro las historias más absurdas con las caras más serias. Mi mujer es muy buena en eso; mucho mejor, en realidad, que yo. Nunca se confunde con las fechas, y yo siempre. Pero cuando me caza, no monta un escándalo. A veces me gustaría que lo hiciera; pero simplemente se ríe de mí.

—Por tu forma de hablar sobre tu vida de casado, Harry, creo que debes de ser un marido estupendo, y que te avergüenzas de tus propias virtudes. Eres un tipo excepcional. Todo lo que dices es inmoral, y nunca haces nada malo. Tu cinismo5 es una pose.

—Ser natural es una pose también, la más irritante que conozco —replicó lord Henry riendo; y los dos jóvenes salieron al jardín juntos para sentarse en un sofá de bambú a la sombra de un laurel. El sol se filtraba entre sus hojas brillantes, y en la hierba temblaban las margaritas.

Después de un rato, lord Henry sacó su reloj.

—Creo que debo irme, Basil —murmuró—, pero antes insisto en que me contestes a una pregunta que te hice hace un momento.

—¿Qué pregunta?

—Lo sabes muy bien.

—No, Harry.

—Está bien, te la repito. Quiero que me expliques por qué no quieres exponer el retrato de Dorian Gray. Quiero el verdadero motivo.

—Te lo he dicho.

—No. Me has dicho que es porque hay demasiado de ti en él. Eso es infantil.

Basil Hallward miró a su amigo directamente a los ojos.

—Harry, todos los retratos pintados con sentimiento son retratos del artista, no del modelo. El modelo es solo un accidente, un pretexto. No es él quien se revela en la pintura, es el propio pintor. La razón de que no quiera exponer el cuadro es que temo haber mostrado en él el secreto de mi propia alma.

Lord Henry se echó a reír.

—¿Y cuál es? —preguntó.

—La verdad es que no hay mucho que contar, y creo que no lo vas a entender. A lo mejor ni siquiera me crees.

Lord Henry sonrió y arrancó una margarita del suelo.

—Seguro que lo entenderé. Y en cuanto a creer, puedo creerme cualquier cosa, siempre que sea lo suficientemente increíble.

El pintor permaneció callado un momento.

—La historia es esta —dijo finalmente—. Hace dos meses acudí a una velada en casa de lady Brandon. Ya sabes que los pobres artistas de vez en cuando tenemos que mostrarnos en sociedad para recordarle a la gente que no somos salvajes. Cuando llevaba unos diez minutos en la habitación, charlando con herederas excesivamente elegantes y académicos aburridísimos, sentí que alguien me estaba observando. Me di la vuelta y vi a Dorian Gray por primera vez. Cuando nuestros ojos se encontraron, palidecí. Se apoderó de mí una extraña sensación de terror. Sabía que me encontraba frente a alguien con una personalidad tan fascinante que si se lo permitía, absorbería mi esencia, mi alma, incluso mi propio arte. Nunca he querido influencias externas sobre mi vida. Tú sabes bien, Harry, lo independiente que soy. Siempre he sido mi propio jefe. Al menos lo era, hasta que conocí a Dorian Gray. Luego…, pero no sé cómo explicártelo. Algo me dijo que me encontraba frente a una crisis en mi vida. Tuve la sensación de que el destino me reservaba exquisitas alegrías y exquisitas penas. Me asusté y salí de la habitación. No lo hice movido por mi conciencia, sino por una especie de cobardía.

—Conciencia y cobardía vienen a ser lo mismo, Basil. Conciencia es el nombre comercial del producto, eso es todo.

—No para mí, Harry, y creo que para ti tampoco. Sin embargo, y fuera cual fuera el motivo (podría haber sido también el orgullo, porque yo solía ser muy orgulloso) realmente intenté llegar hasta la puerta. Allí me tropecé con lady Brandon. «No irá a dejarnos tan pronto, ¿verdad, señor Hallward?», me preguntó con su voz chillona. No pude librarme de ella. Me presentó a miembros de la realeza, a individuos llenos de condecoraciones y a ancianas damas con tiaras6 gigantes y nariz de loro. Me hablaba como si yo fuera su mejor amigo. Yo solo la había visto una vez, pero se empeñó en exhibirme. Uno de mis cuadros había tenido bastante éxito en aquella época y había salido en los periódicos. De repente me encontré cara a cara con el joven cuya personalidad me había conmovido de un modo tan extraño. Estábamos muy cerca, casi nos tocábamos. Nuestros ojos se encontraron de nuevo. Fue una imprudencia por mi parte, pero le pedí a lady Brandon que me lo presentara. Quizá no fuera una imprudencia, después de todo. Sencillamente, era inevitable. Habríamos terminado hablando aunque no nos hubieran presentado. Estoy seguro. El propio Dorian me lo dijo después. Él también sintió que estábamos destinados a conocernos.

—¿Y cómo describió lady Brandon a ese joven?

—Oh, algo así como… «un muchacho encantador… Su pobre madre y yo éramos inseparables. Se me ha olvidado a qué se dedica… Me temo que a nada… Ah, sí, toca el piano. ¿O es el violín, señor Gray?» No pudimos evitar reírnos, y de ese modo fue como nos hicimos amigos.

—La risa no es una mala manera de comenzar una amistad, y desde luego es la mejor forma de terminarla —dijo el joven lord arrancando otra margarita.

Hallward meneó la cabeza.

—No entiendes lo que es la amistad, Harry —murmuró—. Ni la enemistad tampoco. A ti te cae bien todo el mundo. Es decir, que todo el mundo te resulta indiferente.

—¡Qué injusticia por tu parte! —exclamó lord Henry echándose el sombrero hacia atrás para mirar hacia las nubecillas que flotaban en el cielo—. Yo hago grandes distinciones entre la gente. Elijo amigos que tengan buen aspecto, conocidos que tengan buen carácter, y enemigos que tengan buen cerebro. Esto es especialmente importante. Nunca he tenido un enemigo tonto. Todos son hombres de cierta altura intelectual, y por ello me aprecian. ¿Te parece vanidoso por mi parte? Yo creo que sí es vanidoso.

—Yo creo que sí, Harry. Pero, según tu clasificación, yo no soy más que un conocido.

—Mi querido Basil, tú eres mucho más que un conocido.

—Y mucho menos que un amigo. ¿Una especie de hermano, supongo?

—¿Hermanos? No me interesan los hermanos. Mi hermano mayor no se muere nunca, y los más jóvenes no hacen más que morirse.

—¡Harry! —exclamó Hallward frunciendo el ceño.

—Amigo mío, no hablo en serio. Pero no puedo evitar detestar a mis parientes. Supongo que se debe que nadie soporta a la gente que tiene sus mismos defectos. Sigue contándome lo de Dorian Gray. ¿Lo ves a menudo?

—Todos los días. No podría ser feliz si no lo viese cada día. Me resulta imprescindible.

—¡Qué extraordinario! Pensé que nunca te importaría nada que no fuera tu arte.

—Él es todo mi arte ahora —dijo el pintor gravemente—. No es solo que lo pinte, que lo dibuje, que lo represente en bocetos. He hecho todo eso, por supuesto. Pero para mí es mucho más que un modelo. No diré que no estoy satisfecho con el retrato, o que su belleza es tal que el arte no puede expresarla. No hay nada que el arte no pueda representar, y sé que el trabajo que he hecho desde que conocí a Dorian Gray es bueno, lo mejor que he hecho en mi vida. Pero, además, de algún modo extraño, su personalidad me ha dado una perspectiva completamente nueva sobre el arte. Veo las cosas de otra manera, pienso en ellas de otra manera. Ahora soy capaz de reproducir la realidad de un modo que antes no podía. La sola presencia de ese muchacho (porque a mí me parece un muchacho, aunque en realidad tiene más de veinte años), su sola presencia… ¡Ay! No sé si puedes comprender lo que significa para mí. Inconscientemente ha definido las líneas de una nueva escuela, una escuela que contiene toda la pasión del espíritu romántico y toda la perfección del espíritu griego. La armonía de alma y cuerpo… ¡Nada menos que eso! Nosotros, como insensatos, los hemos separado, y hemos inventado un realismo vulgar y un idealismo vacío. ¡Harry! ¡Si supieras lo que es Dorian Gray para mí! ¿Te acuerdas de ese paisaje por el que Agnew me ofreció un precio altísimo pero que no quise vender? Es una de las mejores cosas que he hecho. ¿Y por qué? Porque, mientras lo estaba pintando, tenía a Dorian Gray a mi lado. Ejerció una sutil influencia sobre mí, y por primera vez en mi vida vi en los sencillos bosques la maravilla que siempre había buscado y que siempre se me escapaba.

—¡Basil, eso es extraordinario! Tengo que ver a Dorian Gray.

Hallward se levantó y comenzó a pasear por el jardín. Después de un momento, volvió.