El rey cuervo - Nora Sakavic - E-Book

El rey cuervo E-Book

Nora Sakavic

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Beschreibung

Los Zorros son un equipo fragmentado, pero puede que Neil Josten sea el milagro que estaban esperando. La única persona que no está de acuerdo es Andrew, y el único capaz de penetrar las férreas barreras de Andrew es Neil. El problema es que Andrew no da nada a cambio de nada y a Neil le cuesta horrores confiar en nadie que no sea él mismo. Sin embargo, puede que no tengan demasiado tiempo; desde el equipo rival de los Cuervos, Riko Moriyama está dispuesto a hacer todo lo que sea para destrozar la nueva y frágil vida de Neil. El rey cuervo es el segundo y esperadísimo libro de la trilogía All For The Game. La tensión sube y se vuelve electrizante mientras se revelan más y más lados desconocidos de los personajes. ¿Qué sucederá?

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Índice
Gracias
El rey cuervo
Avisos principales de contenido
CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO DOS
CAPÍTULO TRES
CAPÍTULO CUATRO
CAPÍTULO CINCO
CAPÍTULO SEIS
CAPÍTULO SIETE
CAPÍTULO OCHO
CAPÍTULO NUEVE
CAPÍTULO DIEZ
CAPÍTULO ONCE
CAPÍTULO DOCE
CAPÍTULO TRECE
CAPÍTULO CATORCE
CAPÍTULO QUINCE
CAPÍTULO DIECISÉIS
Agradecimientos de la autora
Créditos

Gracias

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El rey cuervo

(All For The Game 2)

 

Nora Sakavic

Avisos principales de contenido

Menciones de suicidio e intentos de suicidio, autolesiones, referencias a abusos sexuales a menores, violencia sexual, abuso psicológico, comportamiento agresivo y autoagresivo, homofobia, escenas de violencia gráfica.

CAPÍTULO UNO

Daba la sensación de que Halloween había llegado con dos meses de antelación. La semana anterior la Universidad Estatal de Palmetto había celebrado el inicio de curso cubierta de serpentinas blancas y naranjas. A lo largo del fin de semana, alguien había sustituido los lazos blancos por otros de color negro que cubrían el campus con una apariencia de luto. Para Neil Josten no era más que un homenaje barato, pero puede que fuera solo su cinismo el que opinaba así.

En su opinión, el hastío que sentía era comprensible. A sus dieciocho años había visto morir a más personas de las que podía contar. La muerte era algo desagradable, pero el dolor en su pecho le resultaba tolerable y familiar. La muerte por sobredosis de Seth Gordon, el pasado sábado por la noche, debería haberle afectado más, ya que había compartido equipo y cuarto con él durante tres meses, pero Neil no sentía nada. Seguir vivo ya era lo bastante difícil; no tenía tiempo para preocuparse de las desgracias ajenas.

La música rock retumbó en el coche, llenando el silencio durante un segundo, pero fue acallada tan rápido como había empezado. Neil dejó de prestar atención a la decoración y miró hacia delante. Nicholas «Nicky» Hemmick apartó la mano del salpicadero maldiciendo por lo bajo. En el otro extremo del asiento trasero, Aaron Minyard, el primo de Nicky, propinó un empujón al respaldo del conductor. Neil no estaba seguro de si intentaba regañarle por tratar de fingir que era un día cualquiera o mostrarle su apoyo silencioso. La relación entre los primos era un embrollo caótico y Neil no sobreviviría el tiempo suficiente como para desenredarlo.

Nicky volvió a alargar la mano hacia la radio. Kevin Day ocupaba el asiento del copiloto, por lo que fue el primero en verlo.

—No pasa nada —dijo, apartándole la mano—. Déjalo estar.

—No quiero hacer esto —dijo Nicky en un murmullo abatido.

Nadie respondió, aunque Neil creyó que estaban todos de acuerdo. Nadie tenía ganas de entrenar hoy, pero no podían permitirse más días de descanso en plena temporada. Al menos el entrenador Wymack había convocado su regreso a la cancha un miércoles por la tarde, el día en que Andrew Minyard, el hermano gemelo de Aaron, tenía su sesión semanal con su terapeuta.

Por lo general, los estados de ánimo incontrolables de Andrew no suponían un problema, pero su sonrisa no hacía de él una persona amistosa en absoluto. Teniendo en cuenta su temperamento, la reacción de Andrew a la muerte del miembro del equipo a quien más despreciaba solo podía acabar en desastre. La reunión de equipo del domingo debería haber sido una ocasión para que los Zorros se acompañaran mutuamente en su duelo, pero, en vez de eso, Andrew y Matt habían acabado a puñetazos.

Tras aquel incidente, Wymack había tomado la decisión inamovible de separarlos. Los veteranos se mudaron a casa de Abby Winfield, la enfermera del equipo, y Kevin y los primos fueron desterrados a la residencia de estudiantes. Neil se habría quedado allí también, pero Wymack no quería que estuviera solo en la habitación que había compartido con Matt y con Seth. Así que acabó pasando un par de noches en el sofá del entrenador. En lo que a él respectaba, Wymack no tenía de qué preocuparse, pero Neil sabía que no valía la pena discutir.

Seth murió la noche del sábado y fue incinerado el lunes por la tarde. Según decían, su madre había firmado todos los papeles, pero ni siquiera acudió al crematorio a recoger las cenizas de su hijo. Fue Allison Reynolds, la central de defensa de los Zorros y novia a ratos de Seth, quien se quedó con la urna. Neil no sabía si planeaba enterrarla o guardarla en su habitación lo que quedaba de curso. No tenía intención de preguntar. Aún no sabía qué pensar acerca del papel que él mismo podría haber jugado en la muerte de Seth. Hasta que se aclarara, prefería evitar a Allison por completo.

Allison no iba a estar en el entrenamiento, pero los demás sí. Neil no había visto a los veteranos desde el domingo por la mañana y sabía que el reencuentro sería complicado. Sin embargo, solo faltaban dos días para el segundo partido de la temporada y tenían que encontrar la manera de que aquello funcionase. Las probabilidades de los Zorros nunca habían sido especialmente alentadoras, pero esta temporada presentaba un panorama desolador. Si antes habían sido el equipo de exy más pequeño de primera división, ahora tenían el número mínimo de jugadores con el que podía contar un equipo y seguir cumpliendo los requisitos para jugar en la liga. Habían perdido a su único veterano de quinto año y lo que quedaba de su línea ofensiva eran un campeón nacional lesionado y un novato.

El naranja invadió los límites de su campo de visión. El estadio de exy de la Estatal de Palmetto no pasaba desapercibido. Estaba construido para albergar a sesenta y cinco mil aficionados y pintado del naranja y el blanco más intensos que la universidad había sido capaz de encontrar. Huellas de zorro gigantescas decoraban las cuatro paredes exteriores. Los lazos se extendían hasta allí: todas las farolas del aparcamiento y todos y cada uno de los veinticuatro accesos al estadio estaban cubiertos de negro. La gente había levantado un homenaje silencioso en la entrada de los Zorros. La puerta estaba cubierta con fotos de Seth con sus amigos y mensajes de sus profesores.

Nicky detuvo el coche junto al bordillo, pero no apagó el motor. Neil se bajó y miró por encima del capó para contar los coches patrulla que había en el aparcamiento. La presencia de Kevin en el equipo implicaba la necesidad de un despliegue de seguridad a tiempo completo, pero la cantidad de agentes se había duplicado desde el traslado del antiguo equipo de Kevin al distrito sureste. Neil empezaba a acostumbrarse a ver a la policía del campus allá donde fuera, pero nunca dejaría de detestar su presencia.

Nicky se marchó en cuanto Aaron y Kevin se hubieron bajado del coche. No tenía sentido que se cambiara para entrenar, ya que en media hora tendría que ir a recoger a Andrew del Centro Médico Reddin. Neil observó el coche salir del aparcamiento hacia la carretera y después se volvió hacia sus compañeros.

No era ningún secreto que el grupo de Andrew odiaba a Seth, pero Aaron y Nicky aún eran lo bastante humanos como para sentirse descolocados por su muerte repentina. La reacción inicial de Kevin fue insensible, pero también era cierto que había recibido la noticia mientras estaba borracho como una cuba. Neil no sabía si la resaca había traído consigo el arrepentimiento.

Desconocía cuál de ellos sería el primero en admitir su apatía, pero su paciencia tenía un límite. Tras treinta segundos sin que ninguno de los dos se moviera, Neil se dio por vencido y se dirigió a la entrada de los Zorros. Se suponía que el código cambiaba una vez cada dos meses, pero con los Cuervos en su distrito, ahora Wymack lo cambiaba todas las semanas. Esta semana eran los últimos cuatro dígitos del teléfono de Abby. Neil empezaba a pensar que sus compañeros tenían razón sobre la relación invisible entre Wymack y ella.

Caminaron en fila por el pasillo hasta los vestuarios. La puerta no estaba cerrada con llave y las luces de dentro estaban encendidas, pero en el salón no había nadie. Neil fue a investigar mientras Aaron y Kevin se acomodaban. Un pasillo unía el salón con el recibidor, la sala oficial para ruedas de prensa donde los Zorros hablaban con los periodistas antes y después de los partidos. La puerta en la pared del fondo del recibidor, que daba paso al estadio en sí, seguía cerrada con llave. Neil volvió sobre sus pasos hasta el pasillo donde estaban los vestuarios y los despachos. La puerta del despacho de Wymack estaba cerrada, pero si se paraba a escuchar podía oír el sonido de la voz apagada del entrenador a través de la madera. Satisfecho al saber que no había nadie allí que no debiera estar, Neil regresó junto a los otros.

Cuando llegó, Aaron y Kevin estaban recolocando los muebles. Los observó mientras empujaban los sofás y sillones hasta formar una V.

—¿Qué estáis haciendo?

—Estamos buscando la forma de que quepamos todos —dijo Aaron—. A no ser que quieras pasarte la temporada entera mirando un asiento vacío.

—El número de cojines no ha cambiado —dijo Neil.

—Cuatro personas apenas caben en un sofá. Cinco sería imposible.

—¿Cinco?

Kevin lo miró como si fuera idiota. A esas alturas, Neil conocía de sobra aquella mirada, pero tras cuatro meses entrenando con Kevin, aún le ponía de los nervios.

—Tienes claro cuál es tu sitio, ¿no? —preguntó Kevin.

Hasta la noche del sábado, Neil nunca habría sido lo bastante estúpido como para creer que había sitio para él allí. Andrew le había prometido que podía hacer que eso cambiara, pero su protección tenía un precio. Lo protegería de su pasado siempre y cuando Neil lo ayudara a evitar que Kevin abandonara la Estatal de Palmetto. Parecía bastante fácil, pero Nicky le había advertido que la situación era más compleja de lo que parecía. Hiciera lo que hiciera, tendría que ser como parte del grupo disfuncional de Andrew. Ya no podía seguir escondiéndose entre bambalinas.

Contempló otra vez la nueva disposición del salón y de pronto lo comprendió. Durante el verano, los cuatro miembros del grupo de Andrew se habían apelotonado en un solo sofá. Ahora podían dispersarse, tres en el sofá y los demás en dos sillones a cada lado de este. Al resto de veteranos les tocaba el sofá y el sillón que habían colocado enfrente.

Neil se dirigió a uno de los sillones laterales, ya que siempre había tenido el asiento exterior, pero Aaron se sentó en él antes de que pudiera reclamarlo. Neil tardó un segundo más de la cuenta en reaccionar.

—A ti te toca en el sofá, con Kevin y Andrew —explicó Aaron—. Siéntate.

—No me gusta estar rodeado —dijo Neil—, y no quiero sentarme al lado de tu hermano.

—Nicky ha aguantado un año entero —dijo Aaron—. Apáñatelas.

—Vosotros sois su familia —protestó Neil, aunque eso no significaba nada para ellos.

Wymack solo fichaba atletas que provenían de hogares rotos. En la Madriguera, la palabra «familia» era una fantasía creada para que las novelas y las películas fueran más entretenidas. Neil sabía que era una causa perdida antes incluso de terminar de decirlo, así que se sentó en el sitio que Aaron le había asignado.

Kevin fue el siguiente en sentarse, dejando un espacio libre para Andrew entre él y Neil. Este echó un vistazo alrededor y se preguntó cómo se adaptarían los veteranos a la nueva distribución de la sala. Su mirada se posó en el enorme calendario colgado encima de la televisión y sintió cómo se le formaba un nudo en el estómago conforme leía la lista. El viernes trece de octubre era el día en que los Zorros, los últimos de la liga, se enfrentaban a los cabezas de serie, los Cuervos de la Universidad Edgar Allan. El partido tenía todas las papeletas para ser un auténtico desastre.

Al fondo del pasillo, Wymack abrió la puerta de su despacho, pero medio segundo más tarde el teléfono empezó a sonar. El entrenador no se molestó en cerrar la puerta antes de contestarlo. Por lo que Neil fue capaz de escuchar, alguien estaba hostigándole sobre el tamaño del equipo. La evidente irritación de Wymack hacía que sus esfuerzos por tranquilizar a la otra persona no fueran muy convincentes, pero Neil sabía que su fe era sincera. Al entrenador le daba igual si había nueve Zorros o veinticinco. Los apoyaría hasta el amargo y sangriento final.

Wymack aún estaba al teléfono cuando se abrió la puerta del salón. La capitana Danielle Wilds fue la primera en entrar, con Matt Boyd, su novio, y Renee Walker, su mejor amiga, pisándole los talones. Apenas habían dado dos pasos cuando se detuvieron de golpe. Dan señaló a Neil, pero se dirigió a Kevin cuando habló:

—¿De qué va esto?

—Sabías lo que significaba que nos lo lleváramos el sábado por la noche —contestó Aaron.

Wymack colgó el teléfono de un golpe. Neil se preguntó si la discusión habría terminado de verdad o si había utilizado la llegada de más Zorros como excusa para colgar. Unos segundos después, el entrenador entró en el salón y siguió el dedo de Dan. Miró primero a Neil, luego a Kevin y después a Aaron para finalmente echar un vistazo a la nueva disposición de los muebles. Volvió a mirar a Neil.

—Si la memoria no me falla, Andrew no te soportaba —dijo Wymack.

—Sigue sin hacerlo —respondió él, pero no se molestó en explicarse.

—Interesante. —El entrenador lo repasó con la mirada una vez más antes de girarse hacia los veteranos—. ¿Por qué no os sentáis? Tenemos que hablar.

Wymack se apoyó en el mueble de la televisión y esperó a que se acomodaran. Cruzó los brazos y observó a cada uno de sus Zorros.

—Abby me ha escrito un discurso. Estaba bien, decía cosas sobre el coraje y la pérdida y la necesidad de estar unidos en tiempos difíciles. Lo hice pedazos y lo tiré a la papelera de mi despacho.

»No estoy aquí para daros palabras de apoyo y palmaditas en la espalda. No voy a ofreceros un hombro en el que llorar. Eso podéis pedírselo a Abby o acercaros a Reddin y hablar con Betsy. Mi trabajo es ser vuestro entrenador pase lo que pase, evitar que os quedéis quietos y teneros de vuelta en la cancha estéis preparados o no. Probablemente eso me convierta en el malo en este momento, pero todos vamos a tener que aprender a vivir con ello.

Wymack contempló los asientos vacíos frente a él. Aquel era el quinto año del equipo de exy de la Estatal de Palmetto. Wymack lo había construido desde cero y había escogido personalmente a Seth para formar parte de la alineación inicial. Entre los problemas personales de los jugadores, un contrato original defectuoso que los permitía abandonar y la opción de graduarse en cuatro años en lugar de cinco, Seth había sido el único en cumplir los cinco años con el equipo. Seth era muchas cosas, la mayoría desagradables, pero sin duda era un luchador. Y ya no estaba.

Wymack carraspeó y se pasó una mano por el pelo corto.

—Mirad, estas cosas pasan y van a seguir pasando. No necesitáis que os diga que la vida no es justa. Si estáis aquí es porque ya lo sabéis. A la vida le importa una mierda lo que queramos; es cosa nuestra dejarnos los cuernos y luchar para conseguirlo. Seth quería que ganáramos. Quería que pasáramos del cuarto partido. Creo que le debemos un buen espectáculo. Vamos a mostrarle al mundo lo que somos capaces de hacer. Hagamos que este sea nuestro año.

—Ya hemos perdido bastante, ¿no creéis? —Dan dirigió la pregunta al resto del equipo—. Es hora de ganar.

Matt entrelazó los dedos con los suyos y le dio un apretón.

—Hagámoslo. Vamos a llegar hasta la final.

—Decirlo no es suficiente —dijo Wymack—. Tenéis que demostrarme sobre el terreno de juego que sois capaces de llegar al campeonato. Os quiero en la cancha en cinco minutos con la equipación ligera u os apunto a correr una maratón.

Al supuesto discurso motivacional de Wymack le faltaba el tono de enfado que solía fingir, pero las palabras eran lo bastante familiares como para poner al equipo en marcha. El silencio reinó en el vestuario de hombres mientras se vestían. Neil se llevó sus cosas a uno de los cubículos del baño para cambiarse. Un tocador separaba los baños de las duchas y Neil se detuvo para mirarse en el espejo.

Su relación con su reflejo era de amor-odio por pura necesidad. Neil era la viva imagen de su padre, el asesino de quien llevaba ocho años huyendo. El tinte de pelo y las lentillas eran la manera más fácil de ocultar sus rasgos, pero mantener ambos hábitos mientras vivía con los Zorros resultaba agotador. Tenía que comprobar si se le notaba la raíz dos veces al día y dormía de espaldas a la habitación para poder quitarse las lentillas por la noche. Guardaba el estuche en la funda de la almohada y llevaba lentillas de repuesto en la cartera. Era engorroso, pero hasta ahora lo había mantenido con vida y a salvo. Sospechaba que ya no iba a ser suficiente.

No se dio cuenta de cuánto se había entretenido hasta que Matt y Kevin acudieron a buscarlo. Los vio entrar gracias al espejo, pero no se giró.

—¿Hasta la final? —preguntó.

—Los milagros existen —respondió Matt.

—No puedes depender de algo tan insustancial como un milagro —dijo Kevin—. No vas a ganar nada ahí parado. Termina de cambiarte y sal a la cancha.

—Un día de estos quiero que busques la palabra «desalmado» en el diccionario —dijo Matt, molesto—. Seguro que a tu ego le viene genial ver la foto tuya que han colocado justo al lado.

—No —dijo Neil antes de que Kevin pudiera contestar—. Tiene razón. Lo más probable es que el entrenador no pueda fichar a otro delantero con la temporada ya empezada. Hasta que encuentre una solución, Kevin y yo somos todo lo que hay y ninguno de los dos es lo bastante bueno.

—¿Has oído eso, Kevin? —dijo Matt—. Tu suplente te acaba de llamar inútil.

—Su opinión no significa nada para mí —dijo Kevin.

Aun así, no intentó refutar lo que había dicho Neil y este oyó lo que escondía el silencio en sus palabras, aunque Matt no lo hiciera. A Kevin lo habían criado como delantero zurdo, pero Riko le había roto la mano dominante el diciembre pasado en un violento ataque de celos. Llevaba desde marzo intentando aprender a jugar con la derecha, pero estaba muy lejos del nivel que había tenido con la izquierda. A pesar de que la opinión pública lo consideraba un genio por ser capaz de jugar siquiera, caer en desgracia había calado a Kevin hasta los huesos. Puede que machacara al resto del equipo, pero era aún más duro consigo mismo. Aquella era la única razón por la que Neil toleraba su condescendencia.

Neil se apartó del espejo y terminó de cambiarse. Dan y Renee los esperaban en el recibidor y entraron juntos en el estadio para calentar. Después de cuarenta minutos de vueltas alrededor de la cancha y carreras de intervalos, regresaron a los vestuarios a beber agua. Estaban haciendo estiramientos cuando se abrió la puerta.

Neil observó a los veteranos para evaluar sus reacciones una vez que Nicky y Andrew se unieron al resto en el recibidor. Dan les dedicó una mirada rápida y siguió con sus estiramientos. El rostro de Matt se tensó al ver la sonrisa de Andrew. Solo Renee consiguió sonreír y, aunque habló en voz baja, su tono era amistoso al saludarlos.

—Hola, Renee —Andrew le devolvió el saludo—. ¿Vas a volver pronto a la residencia?

—Esta noche —dijo ella—. Hemos cargado las maletas en la camioneta de Matt esta mañana.

Andrew lo aceptó sin discutir y desapareció por la puerta del vestuario para cambiarse. Nicky se quedó atrás, inseguro ahora que tenía que enfrentarse a sus compañeros por primera vez en varios días. Dan volvió a mirarlo, pero su expresión no era alentadora.

—Ey —dijo Nicky, apagado—. ¿Cómo lo estáis llevando?

—Tan bien como podemos —contestó Dan. No le preguntó a Nicky cómo estaba. Lo más probable era que no le interesara la respuesta.

—¿Cómo está Allison? —añadió Nicky después de una larga pausa.

—¿De verdad te importa? —preguntó Matt.

—Matt —lo regañó Renee antes de dirigirse a Nicky—: Como era de esperar, lo está pasando mal ahora mismo, pero hacemos todo lo posible para que no esté nunca sola. Aún no quiere ir a ver a Betsy, pero creo que pronto estará lista para hablar de ello.

—Ya —dijo Nicky en apenas un susurro.

Wymack esperó hasta asegurarse de que habían terminado antes de hacerle un gesto a Nicky.

—Vosotros dos, salid a la cancha y empezad a dar vueltas. No pago la factura de la luz para que estéis aquí cotilleando. El resto terminad los estiramientos y bebed agua. En cuanto Andrew y Nicky estén listos nos colocamos para los ejercicios. Tenemos… —El sonido del teléfono al otro lado del pasillo lo interrumpió—. Estas sanguijuelas me van a volver loco. Tendría que haber contratado a una secretaria.

Nicky se fue al vestuario mientras Wymack iba en busca del teléfono. Neil estaba al fondo del recibidor, al lado del pasillo, por lo que pudo escuchar al entrenador respondiendo. A pesar de que era obvio que estaba que echaba chispas, consiguió mantener un tono educado.

—Entrenador Wymack, de la Universidad Estatal de Palmetto. ¿Disculpe? Un momento. —Salió al pasillo con el teléfono en la mano. Pulsó un botón con el pulgar para silenciarlo y abrió la puerta del vestuario de hombres de una patada—. Andrew Joseph Minyard, ¿qué coño has hecho esta vez?

—¡Yo no he sido! ¡Ha sido el manco! —gritó Andrew desde dentro.

—¡Ven aquí! —gritó el entrenador mientras la puerta se cerraba. Andrew apareció un par de segundos más tarde, con la equipación ya puesta. Wymack lo señaló con el teléfono—. La policía te está llamando. Más te vale contarme lo que has hecho ahora antes de que ellos me den la versión detallada.

—Yo no he sido. Pregúntale a mi clon.

Wymack hizo una mueca, volvió a activar el micrófono y se llevó el teléfono al oído.

—¿Cuál es el problema, agente…? ¿Cómo había dicho? ¿Higgins?

—Oh —dijo Andrew, sorprendido—. Entrenador, no.

Wymack agitó una mano para indicarle que se callara, pero Andrew lo agarró por la muñeca y le quitó el teléfono de la mano. Wymack lo sujetó de la camiseta antes de que pudiera escaparse. Andrew no intentó escabullirse, sino que se quedó contemplando el teléfono que tenía en la mano como si nunca hubiera visto tecnología semejante.

—No lo tengas esperando todo el día —dijo el entrenador.

Andrew se retorció, no lo suficiente como para escapar, pero sí como para poder mirar a su hermano. Aaron se había quedado congelado en medio de un estiramiento, mirándolo. Andrew alzó las manos, encogiéndose de hombros en un gesto exagerado, y se llevó el teléfono a la oreja por fin.

—El cerdito Higgins, ¿de verdad eres tú? —preguntó Andrew—. Pues claro que sí. Menuda sorpresa. ¿Se te ha olvidado que no me gustan las sorpresas? ¿Qué? No, no me marees. No te habrías tomado la molestia de localizarme después de tanto tiempo solo para charlar, así que dime: ¿qué quieres? —Andrew no dijo nada durante unos segundos, escuchando—. No —dijo entonces, y colgó.

El teléfono volvió a sonar casi de inmediato. Los Zorros ya no hacían nada por disimular que lo estaban observando, habiendo abandonado los estiramientos. Wymack no les ordenó que continuaran, por lo que Matt se sentó en uno de los bancos a ver cómo se desenvolvía aquella extraña escena. Andrew tiró de su camiseta hasta que Wymack lo soltó y se apartó de él tan rápido como pudo. Se apoyó en la pared, se tapó la oreja con la mano que tenía libre y contestó al teléfono.

—¿Qué? No, no te he colgado. Yo nunca haría eso. Yo… No. Cállate.

Volvió a colgar, pero Higgins era lo bastante persistente como para llamar por tercera vez. Andrew dejó que sonara cinco segundos antes de contestar con un suspiro exagerado.

—Cuéntame —dijo, y esperó a que Higgins volviera a explicárselo todo.

El policía habló durante más de dos minutos. Fuera lo que fuera lo que estaba diciendo, no podía ser bueno; era evidente que la conversación estaba atravesando la manía medicada de Andrew. Su sonrisa se había desvanecido hacía rato y había empezado a dar golpecitos rítmicos con el pie contra el suelo cuando Higgins aún iba por la mitad de su historia. Apartó la mirada de Aaron mientras desaparecían los últimos rastros de alegría de su rostro y levantó la vista hacia el techo en su lugar.

—Retrocede —dijo, por fin—. ¿Quién se ha quejado? Ay, cerdito, no intentes marearme. Ya sé dónde trabajas, ¿me comprendes? Sé con quién trabajas. Eso quiere decir que hay un niño en su casa. Se supone que… ¿Qué? No. No me preguntes eso. He dicho que no. Déjame en paz. Oye —dijo Andrew, más alto, como si intentara ahogar los argumentos del agente—. Si vuelves a llamarme, te mato.

Colgó el teléfono. Esta vez no volvió a sonar. Andrew esperó para asegurarse de que Higgins había captado el mensaje y luego se cubrió los ojos con una mano antes de echarse a reír.

—¿Qué tiene tanta gracia? —preguntó Nicky, volviendo a unirse a ellos—. ¿Qué me he perdido?

—Ah, nada —dijo Andrew—. No te preocupes.

Wymack alternó la mirada entre los dos gemelos.

—¿Qué habéis hecho ahora?

Andrew separó los dedos para mirarlo a través de ellos.

—¿Qué te hace pensar que es culpa mía?

—Espero que esa pregunta sea retórica —dijo el entrenador, ignorando la inocencia fingida de Andrew—. ¿Por qué te llaman del Departamento de Policía de Oakland?

—El cerdito y yo nos conocemos desde hace tiempo —respondió Andrew—. Solo quería charlar para ponernos al día.

—Si vuelves a mentirme a la cara, tú y yo vamos a tener un problema.

—Es la verdad, más o menos. —Andrew bajó la mano y lanzó el teléfono al otro lado de la habitación. Este chocó contra el suelo con tanta fuerza que la carcasa salió disparada hacia un lado y la batería hacia otro—. Trabajaba en el programa de jóvenes de Oakland. Creía que podía salvar a chavales problemáticos usando el deporte como actividad extraescolar. Un poco como tú, ¿no? Un idealista rematado.

—Te fuiste de Oakland hace tres años.

—Sí, sí, es un gran halago que aún se acuerde de mí o algo así. —Andrew agitó una mano en un gesto vago de «qué le vamos a hacer» y echó a andar hacia la puerta—. Nos vemos mañana.

Wymack interpuso un brazo en su camino.

—¿Adónde vas?

—Me largo. —Andrew señaló la salida a espaldas de Wymack—. ¿No acabo de decir que nos vemos mañana? Igual no ha quedado claro.

—Tenemos que entrenar —dijo Dan—. Este viernes hay partido.

—Ya tenéis a Santa Juana del Exy. Apañáoslas sin mí.

—No me vaciles, Andrew —dijo Wymack—. ¿Qué coño está pasando?

Andrew se llevó la mano a la frente en un gesto dramático.

—Creo que me estoy poniendo malo. Cof, cof. Mejor me voy antes de contaminar a tu equipo. Te quedan tan poquitos. No puedes permitirte perder a nadie más.

El rostro de Kevin era una mueca tirante de impaciencia.

—Para ya. No puedes irte.

Un momento de silencio y Andrew se giró con una sonrisa enorme y cruel en el rostro.

—¿No puedo? Déjame decirte algo sobre lo que puedo y no puedo hacer. Si intentas meterme en la cancha hoy me aseguraré de no poder volver a entrar nunca. Que le den por culo a tu entrenamiento, a tu alineación y a tu puto juego.

—Suficiente. No tenemos tiempo para tus rabietas.

Andrew se dio la vuelta y le dio un puñetazo a la pared con tanta fuerza que se abrió la piel de los nudillos. Kevin dio un paso adelante con la mano extendida, como si pudiera evitar que Andrew diera otro puñetazo, pero Wymack estaba más cerca. Agarró a Andrew por el brazo y lo apartó de la pared de un tirón. Andrew siguió mirando a Kevin como si el entrenador no hubiera intervenido. Solo una vez que Kevin hubo dado un paso atrás, Andrew intentó zafarse del agarre de Wymack.

—Cof, cof, entrenador —dijo—. Me voy.

—Entrenador, deja que se vaya —intervino Aaron—. Por favor.

Este los miró a ambos, frustrado, pero Aaron tenía la vista clavada en el suelo y la sonrisa de Andrew no ofrecía ninguna explicación. Por fin, Wymack bajó la mano.

—Tú y yo vamos a hablar largo y tendido más tarde, Andrew.

—Claro —respondió este, una mentira alegre y descarada.

Un segundo después, se había marchado.

—En serio —dijo Nicky cuando la puerta se hubo cerrado tras Andrew—, ¿qué me he perdido?

—Aaron, confiesa —exigió Wymack.

—De verdad que no lo sé —dijo Aaron.

—Y una mierda.

—No lo sé —repitió este, más alto—. No sé por qué ha llamado Higgins. Llámalo o pregúntale a Andrew si quieres saber qué pasa. Era el mentor de Andrew, no el mío. Solo he visto a ese tipo una vez en mi vida.

—Es obvio que te causó impresión si aún te acuerdas de él.

—Oh —exclamó Nicky, como si se hubiera dado cuenta de algo de repente—, ¿es el que…?

No terminó la frase, pero Aaron supo qué era lo que estaba preguntando.

—Sí —confirmó—, él fue quien me dijo que tenía un hermano.

CAPÍTULO DOS

Aquella respuesta enigmática fue la única que consiguieron sonsacarle a Aaron durante el entrenamiento. Wymack dejó de insistir en cuanto la situación entró en el ámbito personal. Neil esperaba que los veteranos lo mencionaran una vez dentro de las paredes de la cancha, pero al parecer habían decidido seguir el ejemplo de su entrenador. Todos miraban de vez en cuando a Aaron y a Nicky con curiosidad, pero nadie los presionó para que se explicaran.

Sin Seth buscando pelea con Kevin y Nicky, Allison despotricando contra cualquiera que estuviera a mano ni Andrew parloteando en la portería, los ejercicios estaban cargados de un silencio casi alarmante. El entrenamiento habría sido una absoluta pérdida de tiempo si no fuera por Kevin y Dan. El primero estaba demasiado obsesionado con el exy como para distraerse en la cancha y Dan se tomaba muy en serio su papel como capitana. Los espoleaba cuando bajaban el ritmo y llenaba los silencios incómodos. Aun así, Neil sabía que fue un alivio para todos cuando Wymack anunció el final del entrenamiento.

Salieron del estadio a la vez, pero el desdén de Nicky por las normas de tráfico hizo que llegaran antes a la Torre. Este encontró sitio al fondo del aparcamiento para deportistas y juntos echaron a andar hacia la residencia. A mitad de camino repararon en la figura que los esperaba en la acera. Andrew los observó acercarse sentado en el bordillo con las piernas cruzadas y las manos en los tobillos.

—No deberías estar fuera si te encuentras mal —dijo Kevin.

—Qué bonito que te preocupes por mí. —Andrew respondió al tono frío de Kevin con una sonrisa—. No llores, Kevin. No es nada que no se cure con una siesta y un poco de vitamina C.

Nicky se agachó frente a Andrew.

—¿Todo bien?

—Haces preguntas muy raras, Nicky.

—Me preocupo por ti, eso es todo.

—Me parece que eso es problema tuyo. Ah, aquí están. Por fin.

Neil se giró al mismo tiempo que Matt entraba en el aparcamiento. Tuvo que dar dos vueltas antes de encontrar un hueco lo bastante grande para su camioneta. Andrew le hizo un gesto a Nicky para que se quitara de en medio. Este se puso en pie y se apartó. Andrew aguardó hasta que Dan, Matt y Renee estuvieron lo bastante cerca como para oírle antes de saludarlos con la mano.

—Renee, ¡ya estás aquí! Bienvenida de nuevo. Te voy a tomar prestada. No te importa, ¿verdad? Ya sabía yo que no.

Renee asintió.

—¿Necesito algo en especial?

—Ya lo llevo yo. —Andrew se puso en pie de un salto y empezó a andar a través del aparcamiento.

Renee hizo una mueca antes de ir tras él. Se puso a su altura con un par de zancadas y continuaron caminando juntos. Neil miró a Dan. Tenía la boca apretada en una línea fina y tensa, pero no parecía sorprendida ni intentó detenerlos. Matt abrió la boca, pero al final decidió seguir el ejemplo de Dan y guardó silencio. Nadie se movió del sitio hasta que Andrew y Renee llegaron al final del aparcamiento. Entonces, Aaron se apartó bruscamente. En vez de entrar en la residencia, echó a andar por la acera que rodeaba la Torre y llevaba de vuelta al campus.

—Vale —dijo Matt, por fin—. ¿Vamos a hablar de esto?

Nicky se frotó los brazos como si tuviera frío a pesar de que hacía casi cuarenta grados y señaló la puerta con el mentón.

—Sin una copa, no.

El equipo de exy de la universidad tenía tres habitaciones en la tercera planta. El grupo de Andrew ocupaba la más cercana a las escaleras, las chicas estaban en la central y Matt y Neil vivían en la habitación del fondo que antes compartían con Seth. Dan aferró la mano de Matt conforme se acercaban a la puerta de la habitación y la apretó hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Matt no parecía reconfortado. Contempló las llaves que sostenía en su mano libre como si hubiera olvidado cuál abría la puerta.

—Era un capullo —dijo, en voz baja.

—Lo sé —respondió Dan.

Matt respiró hondo muy despacio y abrió la puerta por fin. Tras empujar la hoja, vio algo que le hizo dar un paso atrás y apretar la mano de Dan con más fuerza. Ante la expresión sombría de Dan, Neil se acercó al umbral, pero era imposible ver nada con Matt en medio. Dan fue la primera en reunir el coraje necesario para moverse y tiró de Matt hacia el interior de la habitación. Neil se detuvo en la entrada a analizar los cambios.

No había pisado aquel cuarto desde el domingo por la mañana y en aquel momento solo se había pasado a recoger sus cosas para poder quedarse en casa de Wymack. El domingo, la habitación tenía el mismo aspecto de siempre. En algún momento desde entonces, alguien había venido a llevarse las cosas de Seth. El tercer escritorio ya no estaba, como tampoco la mesita de noche que Seth había convertido en una estantería para sus libros y apuntes. El resultado era un hueco evidente entre las cosas de Matt y las de Neil.

Dejó a Matt y a Dan contemplando el nuevo vacío y se dirigió al dormitorio. Su cama y la de Matt aún estaban colocadas la una encima de la otra en forma de literas, pero los de la residencia se habían llevado la de Seth. Las dos cómodas que antes habían estado debajo de la cama habían quedado al descubierto, con una fina capa de polvo sobre los tableros. Era como si Seth nunca hubiera estado allí, como si nunca hubiera existido siquiera.

Neil se preguntó si él también desaparecería con tanta facilidad.

Dejó su bolsa sobre la cómoda y regresó al salón. Matt y Dan estaban sentados en el sofá, apretados el uno contra el otro. Matt tenía la mirada clavada en la pared donde había estado el escritorio de Seth. Dan estudió el rostro de Neil, pero no dijo nada. Quizás sabía que no necesitaba que le consolaran o puede que simplemente no hubiera nada que decir.

Kevin y Nicky no tardaron en unirse a ellos. Nicky traía consigo una botella de ron y otra de refresco ya empezada, así que Kevin fue a la cocina a por vasos. Nicky apartó la mirada del hueco vacío en la habitación con esfuerzo evidente. Dejó la bebida en la mesa antes de arrodillarse en el lado opuesto a donde estaban Dan y Matt. Kevin puso cinco vasos sobre la mesa y se sentó al lado de Nicky.

Neil tomó el suyo antes de que Nicky pudiera servirle nada y se sentó a la cabecera de la mesa para poder observar a los demás. Nicky sirvió las copas, las repartió y alzó su vaso en un brindis mudo. Nadie lo acompañó, pero él no esperó a que lo hicieran. Se bebió la mitad de la copa de un solo trago y volvió a rellenarla con más ron. Su mirada se posó de nuevo en el hueco donde había estado el escritorio de Seth.

—Bueno —empezó Nicky, incómodo—. Esto es, mmm…

Matt no le dio tiempo para encontrar las palabras. Su expresión dejaba claro que aún no estaba listo para hablar sobre Seth, sobre todo con Nicky.

—¿Cómo es que Aaron no sabía que tenía un hermano? —preguntó, sacando un tema de conversación más seguro.

Nicky hizo una mueca, pero Neil no sabía qué le había molestado más: la pregunta o el tono seco de Matt.

—Son gemelos —dijo Nicky. Aguardó un segundo a que lo pillaran, observando uno a uno sus rostros vacíos, y frunció el ceño con incredulidad—. Pensad en ello un segundo. Imaginaos que sois mi tía Tilda. ¿Tendríais ganas de decirle a Aaron que abandonasteis a su hermano recién nacido? Ella tenía la esperanza de que lo que había hecho jamás saliera a la luz.

—Pero Aaron descubrió la verdad —dijo Neil.

Nicky le dirigió una sonrisa apretada.

—Sí, y por eso creo en el destino. Mirad, Aaron nació y pasó su infancia en San José. Por lo visto, la tía Tilda se cansó de salir con tipos del lugar y empezó a meterse en páginas de citas. Justo después de que Aaron cumpliera los trece, la tía Tilda se lio con uno de Oakland. A su novio se le ocurrió quedar en un partido de los Raiders, un sitio divertido y público, así que Tilda metió a Aaron en el coche y allá que fueron.

»Aaron dice que estaba en el puesto de comida cuando un policía se acercó a él, llamándole Andrew y hablando como si ya se conocieran. Aaron pensó que estaba loco o que se había confundido, pero el madero no tardó en darse cuenta de que pasaba algo.

—Higgins —supuso Matt.

—Sí. En cuanto Higgins se dio cuenta de que se había equivocado de gemelo hizo que Aaron lo llevara hasta la tía Tilda. Higgins pensaba que Tilda era otra madre de acogida y que Aaron y Andrew habían sido separados por el sistema. Higgins quería reunirlos, así que la tía Tilda le dio su número de teléfono para que se lo diera a la familia de acogida de Andrew y se llevó a Aaron a casa.

»No sé por qué se molestó en hacerlo. Puede que le diera vergüenza decir que no o que no quisiera explicarle a la policía lo que ocurría. En cualquier caso, la madre de acogida de Andrew llamó al día siguiente para organizar un encuentro entre los dos y la tía Tilda se negó. Les dijo que no quería tener nada que ver con Andrew, que no quería saber cómo era o cómo le iban las cosas. Nada. Incluso los obligó a prometerle que no volverían a contactar con ella.

Nicky se acabó la segunda copa y se sirvió una tercera.

—Pero Aaron sabía quién había llamado y estaba demasiado emocionado como para esperar a que su madre colgara antes de enterarse de los detalles. En cuanto ella contestó en la cocina, él subió corriendo al dormitorio para escuchar la conversación desde el otro teléfono. Así fue como descubrió la verdad. —Nicky clavó la mirada en su copa—. Aaron me dijo que fue el peor día de su vida.

—Joder —dijo Matt—. No le culpo. ¿Le dijo a su madre que había escuchado la conversación?

—Oh, sí. Aaron dice que tuvieron una buena bronca, pero la tía Tilda se negaba a ceder, así que Aaron actuó a sus espaldas y llamó al Departamento de Policía de Oakland. Localizó a los coordinadores del programa de jóvenes y les dio su información de contacto para que se la pasaran a Andrew. Dos semanas después recibió una carta que decía básicamente: «Que te jodan, déjame en paz».

Matt se frotó las sienes.

—Sí, eso le pega mucho a Andrew.

—Hay cosas que nunca cambian —dijo Nicky.

—¿Qué hizo Aaron para que Andrew cambiara de idea? —preguntó Dan.

Nicky la miró, extrañado.

—Nada.

—Espera —dijo Dan—. ¿Cómo que nada?

—Digo que no volvió a intentarlo. No sé quién les habló de Aaron a los padres de acogida de Andrew, si fue el propio Andrew o el poli ese, Phil, pero su madre de acogida le escribió una carta a Aaron. Quería que volviera a intentarlo en primavera y dijo algo sobre que las fiestas eran muy duras y que había muchos cambios en casa. Así que Aaron esperó, pero esperó demasiado. En marzo mandaron a Andrew al correccional y Aaron empezó a replantearse el tema de tener un hermano. Dos meses después la tía Tilda vendió la casa de San José y se mudó con Aaron a Columbia.

Dan parecía desconcertada.

—Entonces, ¿cuándo se conocieron?

—Mi padre se enteró de que Andrew existía hace como cinco años, así que… —Nicky contó con los dedos—. Hace cuatro años y medio, más o menos. Mi padre fue a California a entrevistar a la familia de acogida de Andrew y se pasó por el correccional. Un mes después llevó a Aaron para que él y Andrew pudieran hablar, pero yo no cuento esa charla supervisada de media hora como la primera vez que se conocieron. La de verdad fue cuando Andrew consiguió la condicional adelantada un año después y mi padre obligó a la tía Tilda a traerlo a casa.

Nicky le dio sorbos pequeños a su bebida durante un rato.

—Cuando lo piensas, es raro. Solo se conocen desde hace tres años.

—Es retorcido que te cagas —dijo Matt.

—Sí, y esa es la versión bonita de la historia —dijo Nicky—. Pues eso, de eso conocen Aaron y Andrew a Higgins. No sé por qué ha contactado con Andrew ahora, pero no pienso preguntar. Para mí el tiempo que Andrew pasó en casas de acogida es un tema tabú. No hablo de ello a no ser que él saque el tema.

—¿De verdad te parece lo mejor? —preguntó Dan—. No parecía una conversación rollo «cuánto tiempo, ¿qué tal?». ¿Y si alguien ha descubierto algún crimen que cometió en el pasado y que podría impedirle jugar? Puede que Phil lo haya llamado para avisarle de que han abierto una investigación.

—Andrew lo arreglará —aseguró Nicky.

—Eso no me tranquiliza —dijo Dan, pero lo dejó estar.

Por alguna razón, Nicky y Kevin acabaron quedándose a cenar con ellos. Era la primera vez desde junio, cuando los veteranos habían llegado al campus, que Neil veía a alguno de los miembros del grupo de Andrew socializar con el resto del equipo. Lo atribuyó a la ausencia de los gemelos. Había oído a Nicky quejarse a Aaron de la posición aislacionista del grupo, pero este no se había dejado convencer por la infelicidad de su primo. Ahora, sin Aaron allí para distraerle ni Andrew para apartarle del resto, Nicky era libre de hacer lo que quisiera.

Pidieron comida a domicilio para no tener que volver a salir y Dan puso una película para evitar conversaciones desagradables. La peli terminó antes de que el resto volviera, pero Nicky no se atrevió a jugársela más tiempo.

—Buenas noches —dijo tras ayudar a recoger los restos de la cena.

—Nos vemos mañana —se despidió Dan antes de cerrar la puerta tras Kevin y él. Una vez que hubo soltado la manilla, se volvió hacia Matt, extrañada—. Eso ha sido raro.

—Y que lo digas —confirmó Matt—. ¿Qué probabilidades crees que hay de que vuelva a pasar?

—Matt —empezó Dan, dubitativa. Miró hacia la pared del fondo, donde había estado el escritorio de Seth, como si no estuviera segura de tener el valor para decir lo que pensaba en voz alta—. ¿Cómo va a afectar esto a nuestra temporada?

Debido a que Wymack fichaba a individuos problemáticos a propósito, los Zorros habían sido un desastre desde el principio. Eran un equipo que no comprendía el concepto de trabajar en equipo y establecía su jerarquía en base a la fuerza bruta. Pero cuando empezaron los entrenamientos de verano, el noventa por ciento de los altercados sobre la cancha habían empezado con Seth. Él siempre andaba buscando pelea con Kevin y con los primos. Era incapaz de colaborar con ellos en la cancha y fuera de esta se negaba a tratarlos. Eso obligaba a los Zorros a escoger bandos.

Matt tenía una expresión cautelosa en el rostro, como si no estuviera seguro de poder tener aquella conversación con la muerte de Seth aún tan reciente.

—No te hagas muchas ilusiones. Seth les da igual. Su muerte no será lo que nos una —respondió de todas formas.

—Pero… —dijo Dan, porque tanto ella como Neil podían percibirlo en su tono.

—Pero —confirmó Matt y miró a Neil— ahora por fin tenemos a alguien de dentro.

Neil los miró a ambos.

—No lo entiendo.

—Ya hemos visto esto antes con Kevin —dijo Matt—. Te han marcado como uno de los suyos. Van a arrastrarte hasta su agujero.

Dan le puso las manos en los hombros y clavó la mirada en él.

—No dejes que te consuman hasta que te olvides de nosotros, ¿vale? Ten un pie a cada lado: uno allí con ellos y otro aquí con nosotros. Tienes que ser la pieza que una este equipo por fin. No podemos llegar al campeonato sin ellos. Prométeme que lo intentarás.

—La unidad no es exactamente lo mío —dijo Neil.

—Es obvio que tienes algo que Andrew quiere —dijo Matt—. Y allí donde va Andrew, los demás lo siguen. Solo tienes que tirar de él más de lo que él tire de ti.

Hacían que sonara fácil cuando Neil sabía que no lo era.

—Lo intentaré.

—Bien —dijo Dan, apretándole los hombros una vez más antes de soltarlo—. Solo te pedimos eso.

Dan se dejó caer en el sofá y tiró de Matt para que se sentara a su lado. Neil fue a su escritorio y trató de ponerse al día con los deberes. Llevaban solo dos semanas de clases y ya iba con retraso. Intentó leer sus apuntes de química, pero, tras un par de párrafos, empezó a distraerse. Consiguió avanzar otras tres páginas antes de rendirse y tirar el libro al suelo.

—¿Neil? —preguntó Dan.

—¿Por qué la química es tan aburrida? —se quejó Neil, pasando al siguiente trabajo.

—Si lo descubro, serás el primero en saberlo —dijo Dan—. Siempre puedes pedirle ayuda a Aaron. Está estudiando la carrera de Biología.

Neil prefería suspender a pasar más tiempo con Aaron. Los deberes de Español eran más fáciles, pero los de Historia le resultaban mortalmente aburridos. Tiró el libro encima del de Química y contempló el trabajo de Literatura. Hizo la redacción como pudo y después rebuscó en la mochila hasta encontrar el libro de Matemáticas. Mientras lo hacía se dio cuenta de que Matt y Dan lo observaban.

—¿Cuántas asignaturas tienes? —preguntó Dan con el ceño fruncido.

—Seis —respondió Neil.

—Tienes que estar de broma —dijo Dan—. ¿Por qué?

Neil los miró a los dos.

—Era lo que aconsejaban en el folleto.

Dan hizo una mueca, pero fue Matt quien contestó.

—Eso es para la gente que piensa graduarse en cuatro años. Tu contrato es de cinco años por una razón. Todo el mundo sabe que no puedes matricularte en todas las asignaturas y jugar en un equipo a la vez.

—Cuatro asignaturas —dijo Dan, mostrándole los dedos de una mano—. Es lo mínimo que necesitas para ser considerado un estudiante a tiempo completo. Es lo máximo que quiero que tengas este semestre, ¿vale? Decide qué dos asignaturas te van a joder más la vida y déjalas. No le haces un favor a nadie si acabas quemado a principios de curso.

—¿Puedo dejar las asignaturas? —preguntó Neil, sorprendido.

—Durante las dos primeras semanas, sí —dijo Matt—. ¿Dónde tienes tu horario? Déjame verlo.

Neil lo sacó del archivador y se lo llevó. Dan le hizo un gesto para que se sentara en el lado que tenía libre y levantó el horario para que los tres pudieran verlo.

—¿Ves esto? —preguntó, señalando las clases que se reunían los lunes, miércoles y viernes—. Esto no puede ser. Si no tienes tiempo para descansar te va a dar algo. Yo cuando estaba en el instituto trabajaba por las noches, iba a clase y era la capitana del equipo de exy. Acabé odiándolo todo. No quiero que a ti te pase lo mismo. Matt me ha dicho que además vas a entrenar con Kevin por las noches. Dime, ¿cuándo duermes?

—En clase —admitió Neil.

Dan le dio un cachete en la frente.

—Respuesta incorrecta. Tienes que mantener tu media.

—Ha tenido un par de años para perfeccionar su discurso —dijo Matt por encima de Dan—. Si tu objetivo es la selección no vas a necesitar nunca estas asignaturas. La universidad solo es un medio para un fin y una excusa para poder jugar al exy, así que no te esfuerces tanto. Espera, voy a por mi portátil para que entres en el portal de la universidad.

Neil se quedó mirando su horario mientras Matt sacaba el portátil de la bolsa y se planteó qué asignaturas dejar. A pesar de lo que había dicho Dan, lo importante no era cuáles requerían más tiempo, sino cuáles no necesitaba. Aunque no se lo había dicho a sus compañeros, solo pensaba pasar un año en la Estatal de Palmetto. Si abandonaba una asignatura ahora, no volvería a retomarla.

Eso hacía que Historia y Química fueran las candidatas ideales, porque las odiaba. Literatura y Oratoria tampoco le entusiasmaban, pero podrían venirle bien algún día cuando tuviera que salir huyendo. Las clases de Español eran necesarias y las de Matemáticas por lo menos le resultaban interesantes.

Matt le pasó el portátil una vez que se hubo encendido y tanto él como Dan lo observaron entrar en su perfil de estudiante. Matt pasó un brazo por encima de Dan para señalar los enlaces que tenía que pinchar.

—¿Mejor? —preguntó Dan cuando su horario modificado apareció en la pantalla—. Mira. Antes tenías un descanso entre Historia y Oratoria, ¿no? Pues ahora tienes dos horas libres. Ahí puedes meter las horas de tutoría si quieres. Los martes y los jueves solo tienes una clase por la mañana, así tendrás tiempo de sobra para dormir y hacer deberes antes de los entrenamientos. Todo encaja a la perfección, ¿no te parece?

A Neil le interesaba más la parte sobre dormir que la de los deberes.

—Sí, gracias.

—No hace falta que las des, pero no te olvides de nosotros —dijo Dan—. Somos tus compañeros. Estamos aquí para ayudarte con lo que haga falta, ya sea en esto, en los partidos o si estás estresado en general. La experiencia de cada uno es diferente, pero todos estamos acostumbrados a necesitar ayuda. A lo que no estamos acostumbrados es a que alguien nos la preste, pero ahora nos tienes a nosotros.

Neil no sabía cómo responder a aquello. No sabía qué le molestaba más: creer que lo decía en serio o saber que no podía aceptar su oferta. Los Zorros no podían lidiar con sus problemas. Andrew era el único a quien había sido capaz de semiconfesarle la verdad, y solo porque estaba desesperado.

Se libró de tener que responder cuando alguien llamó a la puerta. Neil fue a levantarse, pero tenía el portátil encima, por lo que Matt se puso en pie antes que él. Pensó que sería alguno de los otros deportistas de la residencia que conocían a Seth desde hacía años, pero era Renee quien esperaba en el pasillo. Matt se apartó para dejarla pasar. Dan, sentada al lado de Neil, soltó una palabrota. Neil captó el tono, pero no las palabras exactas; estaba distraído por la nueva cojera de Renee.

—Ojalá dejaras de hacerlo —dijo Dan.

—Lo sé —respondió Renee.

Se sentó con cuidado en el sitio que Matt había abandonado mientras este rebuscaba en la cocina. Regresó con una bolsa de hielo. Renee la tomó con una sonrisa y la apretó contra los nudillos de su mano derecha. El dolor le tiró de la comisura del labio, pero por lo demás mantuvo una expresión relajada mientras flexionaba los dedos. Neil habría esperado que Matt y Dan sofocaran a Renee con expresiones de alarma y preocupación, pero ninguno le preguntó si se encontraba bien.

—Si esto va a suponer un problema, dímelo —dijo Dan.

Renee negó con la cabeza.

—No será un problema para nosotros. Sea lo que sea, es algo personal. Mañana estará de vuelta en la cancha.

Neil se preguntó a qué clase de universo alternativo había ido a parar.

—Andrew te ha pegado.

—Ha conseguido darme un par de veces —dijo Renee—. Había olvidado lo rápido que es cuando está colocado.

Neil paseó la mirada por la sonrisa de Renee, su pelo con mechones arcoíris, la cruz que colgaba de su cuello. No entendía nada. Renee le había advertido que no sobrestimara su bondad, pero todos decían que era la buenaza del equipo. Desde que la conoció, solo la había visto apaciguar a los demás. Hasta aquel momento lo único cuestionable acerca de ella había sido su amistad con Andrew.

—Renee y Andrew practican combate cuerpo a cuerpo —dijo Matt.

Era obvio que la idea no les parecía tan ridícula como a Neil, pero este no sabía muy bien qué decir sin preguntar directamente qué hacía una chica dulce y cristiana luchando contra el sociópata extraoficial del equipo. Miró a Matt en busca de ayuda, pero este solo sonrió ante su confusión. Se volvió hacia Dan, pero ella estaba demasiado centrada en la mano de Renee para darse cuenta. Por fin, Renee alzó la vista y se apiadó de él.

—Soy una renacida, Neil. A Andrew no le interesa mi fe, solo le interesa la persona que fui antes de encontrarla. Él y yo tenemos más en común de lo que piensas. Por eso te pongo nervioso, ¿no es así?

Ante eso último, Dan y Matt le dedicaron una mirada de curiosidad a Neil. Al parecer no se habían dado cuenta de lo mucho que se había estado esforzando por no estar a solas con Renee.

—Me pones nervioso porque nada acerca de ti tiene sentido. No te comprendo —dijo Neil, ignorando sus miradas.

—Podrías preguntarme —dijo Renee.

—¿De verdad sería tan fácil?

—No estoy orgullosa de mi pasado, pero si lo escondo, no seré capaz de sanar. Cuando creas que estás listo para confiar en mí, dímelo. No quiero que haya problemas entre nosotros. Podemos tomarnos un café y hablar de lo que quieras. Pero ahora mismo… —Renee apoyó la mano sana en el brazo del sofá y se puso en pie— solo quiero darme una ducha caliente y meterme en la cama. Estoy agotada.

Dan enlazó un brazo con el de Renee y miró a Matt y a Neil.

—Podéis pasar la noche en nuestra habitación si queréis. Si pensáis que… —No terminó la frase, pero la forma en que miró a su alrededor fue suficiente—. Tenemos un futón para ti, Neil.

—Voy a dormir aquí —dijo Neil—, pero tengo entrenamiento con Kevin esta noche, así que llevaos a Matt.

—¿Estás seguro? —preguntó este.

—Sí —respondió Neil—. Estaré bien.

Matt dudó un instante y luego le dio un beso de buenas noches a Dan.

—Me quedaré con él hasta que llegue Kevin. Nos vemos en un rato.

Las acompañó hasta la puerta y la cerró tras ellas. Con su ausencia, la habitación parecía mil veces más grande y el silencio se instaló entre los dos como una roca.

—Llega tarde —dijo Matt, intentando romper ese silencio incómodo—. Puede que Andrew esté tan cabreado que no le deje venir.

—Puede.

Neil se sentó en su escritorio a esperar. Kevin solía pasar a recogerle a las diez para sus entrenamientos nocturnos, pero Andrew había estado en paradero desconocido con Renee durante horas. Eran ya pasadas las once. Neil bostezó, tapándose la boca con la mano mientras observaba el reloj. Se planteó acercarse a su habitación para preguntarle a Kevin si iban a cancelar el entrenamiento y decidió que lo haría a las once y media. Kevin apareció a falta de siete minutos para que venciera el límite que se había autoimpuesto.

—En algún momento tendrás que dejar que duerma —dijo Matt, saliendo al pasillo con ellos para ir a la habitación de Dan.

—Dormirá cuando hayamos ganado la final —replicó Kevin.

Andrew los esperaba en el coche como siempre. A pesar del altercado entre Kevin y él en el entrenamiento, ya no se percibía ninguna tensión entre ellos. Andrew no dijo nada cuando Kevin y Neil se subieron al coche y los llevó hasta el estadio en silencio. Puede que el combate con Renee lo hubiera agotado, o puede que su apatía hiciera que fuera incapaz de guardar rencor. Neil no estaba seguro, pero lo observó subir por las escaleras hasta las gradas para esperarlos y no pudo evitar preguntárselo a sí mismo.

—Neil, vamos —dijo Kevin desde la puerta de la cancha.

Neil hizo a un lado cualquier pensamiento sobre Andrew y entró con Kevin en la cancha de los Zorros.