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Miniserie Bianca 196 La última Navidad, ella le robó el corazón. ¡Ahora le regalará un heredero! Cuando Lara encontró a Gaetano herido en medio de una tormenta de nieve, con un golpe en la cabeza que le hizo perder la memoria, nunca imaginó que en pocas semanas se casaría con él. Ni tampoco que, cuando se revelase su verdadera identidad como futuro rey, su apasionado matrimonio se vendría abajo… Tras su sorprendente ascenso al trono y sin saber que su amada está embarazada, Gaetano se verá obligado a dar prioridad a su país y sus vidas quedarán separadas. Ahora que Gaetano sabe que es padre, no piensa renunciar a su hijo… Pero ¿podrá convencer a su reina para que se quede?
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Seitenzahl: 203
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2022 Lynne Graham
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El rey sin recuerdos, n.º 196 - febrero 2023
Título original: The King’s Christmas Heir
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411413961
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Caía tanta nieve que el excursionista no podía ver más allá de sus pies. En la vida había pasado semejante frío, lo cual no decía mucho de su carísimo equipo de primera calidad ni de los innumerables viajes de esquí que había disfrutado desde niño. Aquellas experiencias le habían hecho creer que era un duro montañero capaz de enfrentarse a las inclemencias del tiempo.
Pero era demasiado tarde para darse cuenta de lo imprudente que había sido, reconoció con tristeza. Enterarse de la enfermedad de su hermano Vittorio le había dejado algo desorientado, y su petición de que se fuera a vivir su propia vida mientras él estaba convaleciente casi le había hecho perder la cabeza. No era impulsivo ni un inconsciente, pero había sentido la necesidad de estar solo para aceptar tanto el diagnóstico de Vittorio como sus deseos. En medio de aquel torbellino de dolor que lo envolvía, había decidido dejar a un lado todo lo que hasta ahora había tenido que ver con su mundo: los guardaespaldas, los alojamientos de cinco estrellas y los jets privados. Lo cierto era que detestaba ese estilo de vida, por más que la mayoría de la gente lo deseara. No se le había ocurrido que ir a contracorriente de los demás podría ponerle en peligro. Por otro lado, su excesiva confianza en sí mismo le hacía creer que nada malo le podía pasar. Y lo peor de todo era que no había llevado consigo el teléfono, pensado que, de ese modo, estaría más tranquilo. Al fin y al cabo, tenía veintisiete años. ¿Hasta qué punto habían sido maduras sus decisiones?
Ahora que estaba perdido y que probablemente moriría congelado, reconocía que había pecado de inocente pensando que tenía todo bajo control. Sus razonamientos confusos y autocríticos iban a la deriva, se hacían borrosos, y sus pasos ya no eran tan seguros en aquella pesada nieve. Hipotermia, adivinó abstraído, agarrando su mochila, que parecía volverse más pesada a cada segundo. Con un movimiento brusco, se deshizo de ella, sintiéndose mucho más ligero y libre. Avanzó unos metros más y se sorprendió al ver unas luces de colores por entre la nieve que caía. Parecía una guirnalda envolviendo un pequeño árbol navideño. Era una visión extraña, teniendo en cuenta que estaba al borde de la muerte. Avanzó un poco más y logró ver una casa con un vallado ladera abajo. No le gustaba la Navidad, se dijo. De hecho, nunca había disfrutado de ella, pero ver aquella señal de civilización a lo lejos le sabía a gloria. Llevado por la emoción, descendió la empinada cuesta sin atender a los peligros del terreno y resbaló en una placa de hielo. Al caer, se golpeó la cabeza con una roca y perdió el conocimiento.
Dos años después
Su majestad, el rey Gaetano del país europeo de Mosvakia, se paseaba delante de la ventana de su despacho mientras esperaba la llegada de su mejor amigo y asesor jurídico, Dario Rossi.
Dario le había telefoneado para decirle que la agencia de investigación por fin la habíaencontrado. Gaetano estaba ansioso por conocer los detalles. No porque tuviera especial interés en lo que pudiera estar haciendo su esposa o en dónde vivía, se aseguró a sí mismo, sino simplemente por la natural curiosidad humana. Lo que hubiera sucedido dos años atrás era cosa del pasado, concedió con sorna, con su rostro delgado y moreno tenso por el recuerdo. Mientras sufría de amnesia temporal, Gaetano se había casado con una mujer a la que apenas conocía y con la que había mantenido una relación de seis semanas. Considerando que antes de cometer aquella locura había sido un príncipe playboy, famoso por sus aventuras y su alergia a todo lo convencional, como casarse y mantener una vida respetable y discreta, ¿qué demonios le había pasado después de aquel accidente en las montañas?
Dos años después, seguía luchando por encontrar una respuesta. Y no le quedó ninguna duda de que había cometido un error.
Gaetano, hijo de una madre que lo había abandonado de pequeño, sentía poca simpatía por las mujeres mentirosas y desleales que se desentendían de sus responsabilidades. El hecho de que él también se hubiera casado con el mismo tipo de mujer le enfurecía y no hacía más que confirmar la inadecuada elección de su esposa. Una mujer que le había dicho que lo amaba solo unas horas antes de huir, cuando él más la necesitaba.
Mosvakia era un pequeño país de la costa adriática, que había estado en crisis durante el primer año del regreso de Gaetano a casa.
Vittorio había tenido leucemia, pero en lugar de la larga y lenta convalecencia que había previsto, el hermano mayor de Gaetano había muerto muy repentinamente de un ataque al corazón. No hubo tiempo para la meticulosa preparación y la transferencia de poderes que Vittorio había planeado para su hermano pequeño, y tampoco lo hubo para despedirse.
Y lo peor había sido que Gaetano tampoco había tenido tiempo para desahogarse y asimilar la enorme responsabilidad de subir al trono sin previo aviso. Había tenido que enterrar sus sentimientos personales en lo más profundo y mantener la compostura por el bien del pueblo mosvakita. Las ideas descabelladas, como la abdicación, tuvieron que ser apartadas de su mente cuando las calles se llenaron de multitudes con velas que lloraban el fallecimiento de su hermano, y la lealtad y el respeto por la ejemplaridad de Vittorio se apoderaron de él con fuerza.
Se entregó en las interminables semanas de luto oficial, en los solemnes ritos funerarios de Estado y en su propia coronación posterior como un autómata, limitándose a pronunciar los discursos y a realizar las tareas que se esperaban de él en su nuevo y desconocido papel de monarca. Al igual que el resto de Mosvakia, Gaetano seguía conmocionado porque Vittorio había sido la joya más preciada de la corona mosvakita, imposible de reemplazar. Además, nadie habíaesperado que Gaetano acabara siendo rey. Él era un infante, fruto del breve segundo matrimonio de su padre, alguien que en teoría no debería llegar al trono. Lo esperable hubiera sido que Vittorio, veinte años mayor que Gaetano y que había reinado casi el mismo tiempo, hubiera dejado un heredero. Por lo menos fue eso lo que todo el mundo pensó cuando a los cuarenta años contrajo matrimonio con Giulia. Pero el descendiente no llegó, y después el pobre Vittorio cayó enfermo y murió.
A los pocos meses de ser coronado Gaetano, los altos cargos de la corte habían comenzado a insinuar que debía encontrar una novia, y el monarca pensó al instante en la esposa fugitiva que nadie más que Dario y él conocían. Por eso había redoblado sus esfuerzos para localizarla y conseguir el divorcio.
De repente, un rayo de luz iluminó su memoria. Recordó a una mujer diminuta de pelo rubio rojizo y enormes ojos aguamarina que dominaban su delicado rostro pecoso, una mujer de pie frente a un árbol de Navidad cubierto de luces multicolores. Sonreía, le sonreía siempre, como si él iluminara su mundo. Si aquellas imágenes se le antojaban desagradables, era por el dolor de la pérdida. Pero ¿cuál era la razón? Gaetano había sido un rompecorazones, un hombre sexualmente desenfrenado, y al verla a ella había tenido un flechazo instantáneo, o como la gente llamara a ese deseo incontrolable de poseer a otro ser humano en cuerpo y alma.
Gaetano parpadeó y apretó los dientes con fuerza. No quería que aquellos recuerdos perturbadores e ilógicos siguieran infiltrándose en su cerebro cuando bajaba la guardia, aunque fuera por un momento.
Ella lo había dejado tan marcado que incluso después de dos años seguía recordándola. Se giró con alivio cuando llamaron a la puerta y Dario entró con aspecto triunfante y un expediente en la mano. Era un hombre alto y corpulento, y tenía una barba pulcramente recortada. Su amistad se remontaba a la más tierna infancia.
–¡Por fin! –exclamó Dario, dejando el expediente sobre la mesa de Gaetano–. Ahora podremos resolver ese pequeño problema tuyo y hacer que tu vida vuelva a la normalidad.
Gaetano frunció el ceño al oír aquellas palabras.
–Lamentablemente, mi vida nunca volverá a ser normal. –En cuanto lo dijo, levantó una mano con gesto de disculpa–. Olvida lo que he dicho. Sé que debería estar agradecido de que nuestra gente haya aceptado tan fácilmente que ocupe el lugar de Vittorio.
–No te disculpes por admitir que nunca quisiste el trono. No fuiste preparado para ello, y no disfrutas de la pompa y la ceremonia de la misma manera que Vittorio. Tampoco me mires así, noestaba criticando a tu querido hermano –declaró el abogado–. Solo quiero decir que Vittorio no era perfecto.
–Fue un buen rey –dijo Gaetano en su defensa.
–Él era introvertido, y tú, extrovertido. Eres diplomático, y salvaste a la corona de la bancarrota sin ayuda hace años. Sois y habéis sido hombres muy diferentes con puntos fuertes divergentes. Deja de compararte con él –le reprochó en voz baja su viejo amigo–. Si te sirve de consuelo, mi esposa cree que las mujeres te prefieren a ti porque eres muy guapo. Y ya sé que es un comentario muy estúpido en una situación tan seria, pero pretendía hacerte reír.
–Carla me hace reír a menudo –respondió Gaetano finalmente con una sonrisa. Se guardó para sí que, desgraciadamente, hacía mucho tiempo que no podía disfrutar de la compañía de sus amigos en cenas agradables y distendidas debido a su nuevo estatus. Ahora los guardaespaldas y la policía le rodeaban allá donde iba. Su intento de disminuir el personal de seguridad y de reducir la larga lista de normas que debía cumplir no había sido bien recibido. Después de haber perdido a su abuelo en el mar, a su padre en un accidente de coche y a su hermano Vittorio por su mala salud, el gobierno mosvakita consideraba a los miembros de la realeza como seres extremadamente frágiles y en constante peligro.
Y ahora solo quedaba unúnico miembro de la casa real. Todo el mundo temía que algún acto fortuito o violento pudiera acabar también con Gaetano, sobre todo cuando no tenía ningún heredero que lo reemplazara.
Cuando Gaetano se apoyó en el borde de su mesa para estudiar el expediente, se hizo el silencio. Dario pidió un café mientras Gaetano lo ojeaba rápidamente por encima, para acabar mirando la única fotografía que había. No era una foto muy buena, ya que mostraba a una mujer joven envuelta en un grueso chaquetón acolchado, con una trenza de pelo rubio rojizo y en la que solo se veía un pequeño trozo de su rostro pecoso.
–¿Ha retomado los estudios? –Gaetano respiró sorprendido, con la atención puesta en la foto.
–Sí, la mayoría son online. Por lo que veo, no hablasteis mucho durante esas seis semanas, ¿verdad? –murmuró el abogado–. Cuando conociste a Lara Drummond, ella estaba trabajando como cuidadora de una casa.
–¡Me dijo que era camarera y limpiadora! –se indignó Gaetano, apretando la mandíbula con fuerza.
–Y no mentía. Actualmente trabaja por las noches como limpiadora. Me imagino que estará dispuesta a aceptar un divorcio rápido si le ofreces una buena indemnización –opinó Dario con convicción.
–Noes una cazafortunas –defendió Gaetano–. ¡Si quisiera dinero no hubiese huido de mí y de esta vida de lujos que me rodea!
–Gaetano…, soy tu abogado, además de ser tu amigo. Mi objetivo principal es protegerte. Te casaste con ella sin un acuerdo prematrimonial y por eso podría pedirte hasta la camisa que llevas y conseguirla en un tribunal británico –le advirtió Dario con preocupación–. Pero tal y como están las cosas, ella te dejó. Habéis vivido separados durante dos años y probablemente no se oponga al divorcio.
Gaetano asintió en silencio, luchando por controlar las emociones que bullían en su interior, emociones que había conseguido reprimir con éxito durante la mayor parte de su vida. Estaba convencido de que dejar que sus emociones se desataran era lo que le causaba problemas. No sabía quién era cuando conoció a Lara, y su amnesia había aprovechado al máximo esa nueva y estimulante libertad. Sin las restricciones impuestas por su condición al nacer ni la constante presencia de los paparazzi, Gaetano se había convertido en una versión mucho más inocente y mundana de su verdadero yo y había permitido que las emociones lo controlaran.
Estaba decidido a no volver a cometer un error semejante. Vittorio se había enamorado varias veces de mujeres inadecuadas antes de casarse finalmente con Giulia, una mujer a la que solo había querido como amiga. Gaetano había crecido viendo cómo le rompían el corazón a su hermano, siendo testigo de todas esas cazafortunas capaces de mentir y fingir algo que no eran.
–Sí, conseguir el divorcio debería ser sencillo. En el supuesto caso de que no haya ninguna posibilidad de que el hijo de Lara Drummond sea tuyo… –puso Dario sobre la mesa, sacando a Gaetano de sus reflexiones.
–¿Tiene un hijo? –preguntó Gaetano, incrédulo ante la noticia, acercándose a la ventana con el expediente en la mano y dándole la espalda a su amigo para leerlo de nuevo.
Efectivamente, Lara había tenido un niño, pero como aún no se había localizado su certificado de nacimiento, el equipo de investigación solo podía hacer una estimación de su edad. ¿De dieciocho a veinticuatromeses? Gaetano hacía cuentas en su cabeza, y lo hacía con tal dificultad que nadie habría adivinado que estaba dotado para las matemáticas.
–Está claro que la fugitiva no ha sido tan célibe como tú –dijo su amigo con un tono triste–. Puede que ella ya estuviera embarazada cuando la conociste. Pero no importa. Es, con suerte, otra razón por la que puede estar feliz de volver a ganar su libertad. Sin embargo, el único hombre que se le conoce en su vida es el dueño de la casa donde vive, y parece que son amigos.
–¿Un amigo? –se burló Gaetano mientras se giraba para mirar a Dario.
–La agencia no puede ser más precisa porque se trata de un soldado que está en una misión en el extranjero y nadie la ha visto con él.
–Pero ella está viviendo en sucasa…
–Originalmente era la casa de los padres del soldado, y la hermana de él también vive allí con ella –explicó Dario con ironía–. Así que no hay pruebas de nada malo que pueda sernos de utilidad.
–Gracias por la información –dijo Gaetano, intentando resistir la tentación de golpear la pared con el puño.
–Solo estuviste con ella durante seis semanas y no estabas en tu sano juicio. Supongo que ahora podemos seguir con lo que teníamos planeado, ¿o me equivoco? –Dario lo estudió expectante. La mirada oscura de Gaetano se estrechó.
–No. Quiero verla primero… Ahora que estoy en mi «sano juicio», como tú dices, quiero saber cómo reacciono ante ella.
–Eso no te conviene por muchas razones –le advirtió su amigo, frunciendo el ceño–. La prensa podría darse cuenta. No hiciste nada malo al casarte con ella, pero sé que preferirías que esa relación no fuera de dominio público. También podrías volver a encontrarte con ella y…
–No voy a caer en la misma trampa una segunda vez. Tengo la intención de verla y hablar con ella sin convertirlo en un enfrentamiento. Ten un poco de fe en mí, Dario. No soy un completo idiota. Sé que necesito este divorcio, pero también tengo que superar lo que pasó con ella, y no creo que pueda hacerlo sin verla por última vez.
Sin saber que la vida que había reconstruido cuidadosamente después de que su corazón se hiciera añicos estaba a punto de desmoronarse, Lara salió de la ducha con una sonrisa y empezó a secarse el pelo. Le encantaban los sábados por la mañana porque Alice, su amiga y hermanastra, les daba el desayuno a los niños, de ese modo ella podía descansar antes de llevarlos al parque. Los domingos le tocaba a Lara levantarse temprano y cuidar de sus pequeños monstruos. Se sujetó el pelo con una pinza, lo tenía muy largo y le resultaba incómodo. Tal vez era el momento de cortárselo un poco. Se sentía nostálgica al pensar en su abuelo alisando su trenza y diciéndole lo largo que tenía el cabello.
Un pequeño y agudo dolor le atravesó el pecho cuando el odio hacia sí misma volvió a instalarse en su interior. Gaetano era imposible de olvidar. En cuanto lo vio por primera vez se le aceleró el corazón. Pelo negro despeinado que necesitaba un buen corte, mandíbula fuerte cubierta por una barba negra y ojos oscuros como la noche. Tan guapo que tuvo que pellizcarse para comprobar que no estaba soñando.
Aunque en realidad sí había sido un sueño, pensó Lara, porque solo en un sueño de niña tonta un hombre como Gaetano se habría enamorado de ella. La pequeña Lara, una chica del montón, que la mayoría de la gente pasaba por alto y olvidaba. Carecía de los atributos que atraían la atención masculina. No era buena coqueteando y sus curvas eran modestas. No había nada excitante en ella, nada que la hiciera destacar entre la multitud y, sin embargo, durante aquellas seis semanas, Gaetano la había hecho sentir como la mujer más bella y deseable del mundo. La había valorado cuando otros no lo habían hecho, se había fijado en ella mientras otros la ignoraban, sobre todo su madre adoptiva. Su aparente amor por ella la había seducido de tal manera que acabaron lanzándose de cabeza a una boda exprés. No era de extrañar que ella huyera una vez que él salió de su amnesia y se arrepintiera de su relación. Tampoco habría soportado hablarle de su hijo, porque si él no la quería a ella ni quería seguir casado, ¿por qué iba a querer un hijo fruto de su error?
Vestida con unos vaqueros desgastados y un jersey grueso para combatir las temperaturas invernales, Lara se comía la tostada de pie mientras Iris, la hija de Alice, de cinco años, se peleaba por la bicicleta con Freddy, el hijo de Lara. La bicicleta era de Iris, pero a Freddy, que aún no tenía la suficiente destreza para montarla, le encantaba sentarse en ella y tocar el timbre, mientras clavaba sus grandes y oscuros ojos expectantes en su madre, con una mirada de culpabilidad. Freddy tenía tendencia a las rabietas y a llorar con facilidad. Ese dramatismo fascinaba a Lara, que tenía un carácter tranquilo y sosegado, pero también le recordaba dolorosamente a su padre. Iris agarró la bicicleta y Freddy se tiró al suelo y sollozó ruidosamente.
–Si quieres mi consejo –le susurró Alice al oído–, no lleves la bicicleta al parque hoy.
–De todos modos, no sabe montar. Tiene que aprender. –Lara sabía que su hijo solo gritaría y chillaría más fuerte si intentaba levantarlo del suelo–. No es justo privar a Iris de su bicicleta.
–Es tan testarudo –comentó Alice mientras Freddy pataleaba y gritaba e Iris salía con su bicicleta hacia el pequeño vestíbulo y volvía para intentar consolarlo. Era una niña amable, muy consciente de que Freddy era todavía un bebé. Sin embargo, era un niño bastante alto y robusto, a pesar de que solo tenía dieciséis meses. Parecía mucho mayor de lo que era debido a su gran tamaño.
–Él es así y no hay nada que hacerle. –Alice suspiró resignada.
–Tía Lara… –Iris daba pequeños saltos de impaciencia en la puerta–, ¿podemos irnos ya?
Freddy se levantó, las lágrimas se secaron mágicamente mientras su madre lo ayudaba a ponerse el abrigo y lo colocaba en el cochecito. Cuando Iris se fue corriendo a los columpios del parque, Lara subió a su hijo al tobogán para bebés. Levantó los brazos de alegría al deslizarse y fue corriendo torpemente hacia ella en cuanto bajó. Todavía no podía subir los escalones por sí solo y le molestaba ver a otros niños que sí podían, aunque fuesen todos mayores que él.
Mientras Freddy corría para ver a Iris en el columpio, Lara lo seguía, pensando en el café que se tomaría una vez que los niños estuvieran cansados. La vida era tan ajetreada que valoraba mucho sus escasos momentos de relax. Alice trabajaba en casa como contable y las dos mujeres compartían el cuidado de los niños, aunque Lara era muy consciente de que Alice hacía más de lo que le correspondía porque Freddy no iba al colegio como Iris por las mañanas, momento en que Lara dormía y cuando más atención requería el niño. Lara quería mucho a Alice y a su hermano, Jack. Aunque la madre de Lara se había divorciado del padre de los mellizos después de solo dieciocho meses de matrimonio, Lara había permanecido en contacto con sus hermanastros. Todavía estaba agradecida de que no la hubieran culpado del cambio de opinión de su madre y de la miseria de su padre. Por supuesto, ahora sabían muy bien cuántas parejas diferentes había amado y dejado Eliza Drummond, y cómo Lara se había visto obligada a refugiarse con sus abuelos cuando tenía dieciséis años porque había empezado a sentirse amenazada por el novio de su madre. Por decirlo suavemente, Lara había tenido una educación muy variopinta.
Aunque sus primeros años habían comenzado tranquilos, seguros y felices.
Stewart y Eliza Drummond la habían adoptado cuando era recién nacida. Su padre era médico y ella lo adoraba. Trágicamente, había muerto de un aneurisma cuando ella tenía nueve años y su madre adoptiva había tomado posteriormente algunas decisiones muy equivocadas. Devastada por la muerte de su marido, Eliza había dado vueltas sin rumbo, con el único objetivo de encontrar un hombre que sustituyera al que había perdido. Por desgracia, había encontrado más hombres malos que buenos. Los malos le habían robado el dinero y la habían golpeado, y los buenos la habían aburrido. El padre de Alice y Jack había sido uno de esos escasos hombres buenos.
Hacía mucho tiempo que Lara no veía a su madre. A los dieciséis años se había mudado con sus abuelos, los padres de su difunto padre, y mientras vivía con ellos había empezado a ponerse al día con su educación. Por lo que ella sabía, su madre, que regentaba un bar en España, no había vuelto al Reino Unido en los últimos años. Eliza no se mantuvo en contacto con su hija adoptiva. Había perdido el interés en cuanto ella regresó al Reino Unido. El dolor causado por esa falta de interés era algo recurrente en la vida de Lara. «Eres adoptada, no es lo mismo», había declarado una vez la hermana de su padre, su tía Jo. «No tienes ningún parentesco con nosotros y no podemos evitar recordarlo porque no te pareces ni remotamente a ninguno de nosotros. Es una pena que mi hermano muriera, porque realmente te consideraba suhija. Siento que le hayas perdido».
Lara también se había lamentado a menudo por ese motivo, pero no tenía sentido llorar por el pasado. Ahora que también era madre, había intentado dejar atrás sus traumas de la infancia y seguir adelante.
Mientras llevaba a los niños a dar de comer a los patos, se fijó en un hombre que caminaba por el sendero que había al otro lado del lago. Iba inusualmente bien vestido para lo que se estilaba allí, con un abrigo formal oscuro que cubría lo que parecía un traje. Caminaba muy erguido y confiado, y Lara se congeló al instante al creer que se trataba de Gaetano.