El secreto de las efes - Claudia Wydler - E-Book

El secreto de las efes E-Book

Claudia Wydler

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Beschreibung

Este libro es exactamente eso: el encuentro con una serie de textos inesperados. Así fue mi propia experiencia como lector. Dado que una de sus autoras es psiquiatra, suponía que me iba a sumergir en un ensayo de psiquiatría; sin embargo, me encontré con una novela. ¿Puede sucederle algo mejor a un lector? Sí. Y esa fue mi siguiente sorpresa. Cuando me disponía a leer una novela, me topé con otro hallazgo: un libro de cuentos hilvanado por el hilo biográfico de la protagonista: una psiquiatra que, entre historia e historia, construye un ensayo de psiquiatría con el material de sus pacientes y el testimonio de otros profesionales. Y así se cierra el círculo perfecto. Federico Andahazi

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Seitenzahl: 238

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Claudia Wydler Silvina Tejblum

El secreto de las efes

Wydler, Claudia El secreto de las efes / Claudia Wydler ; Silvina Tejblum. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-3011-0

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Tejblum, Silvina. II. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenidos

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO 1 | Enero 2021

F45 Trastorno Dismórfico Corporal

CAPÍTULO 2 | Enero 2020

F45.2 Trastorno hipocondríaco

CAPÍTULO 3 | Febrero 2020

F53.1 Psicosis puerperal

CAPÍTULO 4 | Marzo 2020

F52.7 Impulso sexual excesivo

CAPÍTULO 5 | Abril 2020

F02 Síndrome de acumulación

CAPÍTULO 6 | Mayo 2020

F31 Trastorno bipolar

CAPÍTULO 7 | Junio 2020

F95.2 Síndrome de Gilles de la Tourette

CAPÍTULO 8 | Julio 2020

F50.0 Anorexia nerviosa

CAPÍTULO 9 | Agosto 2020

F22 Trastorno de ideas delirantes celotípicas

CAPÍTULO 10 | Septiembre 2020

F60.8 Trastorno narcisista de la personalidad

CAPÍTULO 11 | Octubre 2020

F20 Esquizofrenia

CAPÍTULO 12 | Noviembre 2020

F50.81 Trastorno por atracón

CAPÍTULO 13 | Noviembre 2020

F60.2 Trastorno antisocial de la personalidad

CAPÍTULO 14 | Diciembre 2020

F00 Demencia en la enfermedad de Alzheimer

CAPÍTULO 15 | Primer día del secuestro

F63.2 Cleptomanía

CAPÍTULO 16 | Segundo día del secuestro

F32 Episodio depresivo

CAPÍTULO 17 | Séptimo día del secuestro

F16 Trastornos debidos al consumo de alucinógenos

CAPÍTULO 18 | Agosto 2021

F51.0 Insomnio

EL RETORNO

EPÍLOGO

El amor de nuestros seres queridos ha sido una gran fuente de inspiración a la hora de escribir. Y nunca sabremos dónde terminará su influencia.

Por lo tanto, yo, Claudia, dedico el libro a mis padres, a mi hermano, a mis hijos, a mis sobrinos y a mis amigas del alma.

Yo, Silvina, recordando a mis padres, lo dedico a mi hermano, a Marina, a mis sobrinos, y a quienes me sostuvieron en los momentos más difíciles.

Con la esperanza de derribar el estigma de las enfermedades mentales, es un honor que expertos hayan colaborado con este libro y que desde sus perspectivas profesionales y humanistas nos hayan brindado información de alta calidad científica.

Dr. Andrés A. Rousseaux, Dr. Eduardo Keegan, Lic. Teresa de Dann, Dr. Juan Carlos Kusnetzoff, Prof. Dr. Ricardo Marcelo Corral, Dr. Sergio Strejilevich, Dr. Sergio Grosman, Dra. María Gallegos, Dra. Juana Poulisis

Dra. Adriana V. Bulacia, Dra. María Norma Claudia Derito, Dr. Aníbal Goldchluk, Dra. Analía Yamaguchi, Dr. Esteban Toro Martínez, Dr. Hugo Pisa, Eduard Vieta Pascual, Fernando E. Taragano y Dra. Jimena Fernández, gracias.

A su vez, queremos agradecer al Rabino Ale Avruj y a Carlos Toro Montoro por la gentileza de permitir la mención de la letra de “Resistiré” de su autoría y por su comentario.

Agradecemos a Diego Wydler por su minuciosa lectura, su valiosa revisión del texto y su colaboración en la escritura de las F45.2 y F52.7.

Tomamos las opiniones de Ian, Ema, Alan y Nina por su frescura y espontaneidad.

PRÓLOGO

Uno de los problemas más complejos de la existencia humana reside en la inadecuación de tres conceptos que, en apariencia, comparten el mismo sentido: anhelo, deseo y objeto. Sabemos desde Freud que el síntoma es hijo del conflicto, del choque de los elementos de esta trinidad non sancta. El anhelo es lo que se enuncia, el deseo es lo que se expresa a pesar del enunciado y el objeto es lo que se viste con el disfraz del anhelo, pero en su interior guarda la fuerza invisible del deseo. Desde las palabras preliminares, queda claro el anhelo de esta obra. Nos advierten las autoras que está escrita “con la esperanza de derribar el estigma de las enfermedades mentales”. Sin embargo, esta advertencia es apenas la primera capa de lectura, el disfraz detrás del cual se ocultan las demás: la elegante apariencia del objeto bajo el ropaje de la novela que se nos revela, de pronto, con la potencia salvaje del deseo.

La lectura tiene la extraña fascinación que nos producen las serendipias, término que aparece como un guiño al principio del libro. En efecto, el hecho fortuito de encontrar por casualidad algo que no se buscaba, se convierte en la regla de la estructura narrativa. Este libro es exactamente eso: el encuentro con una serie de textos inesperados. Así fue mi propia experiencia como lector. Dado que una de sus autoras es psiquiatra, suponía que me iba a sumergir en un ensayo de psiquiatría; sin embargo, me encontré con una novela. ¿Puede sucederle algo mejor al lector? Sí. Y esa fue mi siguiente sorpresa. Cuando me disponía a leer una novela, me topé con otro hallazgo: un libro de cuentos hilvanado por el hilo biográfico de la protagonista: una psiquiatra que, entre historia e historia, construye un ensayo de psiquiatría con el material de sus pacientes y el testimonio de otros profesionales. Y así se cierra el círculo perfecto.

La cuerda narrativa se tensa desde el comienzo. La protagonista ha sido secuestrada. Hay un secreto cuya clave está oculta en la serie clasificada con la letra F en la International Statistical Classification of Diseases and Related Health Problems, la ICD. Habrá que atravesar ese “puente entre la realidad y la ficción” para develar el misterio. Es un puente hecho con las maderas quebradizas de la incertidumbre. Abajo, entre los resquicios, se ve el abismo. Cada tabla es una aventura peligrosa y fascinante. El camino se inicia con la primera F (45), la correspondiente al trastorno dismórfico corporal. “Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”, tal la cita de Jean Paul Sartre que da lugar a la historia. Frase discutible que pretende liberar de responsabilidad al sujeto y victimizarlo para siempre: la culpa siempre es de otro. Si se da un paso más en ese camino, la frase que debería seguir es: “El otro es lo que hicimos de él”. Y la tercera: “Somos lo que hicimos de los otros”. Eso es el cuento: la pregunta sobre lo que hace la medicina de nosotros. El lector se preguntará qué ha hecho la cirugía estética con esas dos pacientes, la que se cubría de pies a cabeza porque percibía defectos inexistentes, y la otra, la que quería corregir, si los hubiera, los errores de la naturaleza. En el siguiente paso, pisamos la segunda F, (F45.2). Una tabla resbaladiza que a lo largo de la historia ha recibido diferentes nombres: hipocondría, neurosis de angustia, ataque de pánico, crisis de ansiedad, trastorno hipocondríaco. Y nos encontramos entonces con una reflexión sobre la ética, la moral, la responsabilidad y la culpabilidad en relación con la enfermedad. Es decir, qué parte de la culpa le corresponde al paciente en la construcción de su propio sufrimiento. Pero también es una pregunta acerca de la pulsión del ejercicio del poder.

Cuando creímos superar con éxito el tramo frágil del puente, nos encontramos con un nuevo tablón astillado, el correspondiente a la F53, la psicosis puerperal. El enigma de la maternidad cuando queda distorsionada por el delirio, la mentira, la pantalla social y la vergüenza. La realidad y la actuación se mezclan con un desenlace mortal.

Y luego, acaso el jalón más resbaladizo, polémico y revulsivo del libro. La F inconfesable de todos los profesionales que navegan las aguas turbulentas del alma humana: F52.7, el impulso sexual excesivo. ¿Cuál es límite de la transferencia? ¿Cuáles son las fronteras de la neutralidad analítica, tan parecida por momentos a los votos de castidad? Mucho se ha hablado de las fantasías del paciente con el médico, pero pocos profesionales se atreven a confesar las fantasías en sentido contrario. El erotismo, la infidelidad profesional, los laberintos de la anatomía, el enigma del orgasmo y el de la anorgasmia, la fábula con moraleja de la ninfomanía, la adicción al sexo serán los senderos perturbadores de esta F.

Promediando este puente entre la ficción, la realidad, la ciencia y las creencias, se suceden, vertiginosas, las demás efes: el síndrome de acumulación, mal llamado por algunos síndromes de Diógenes; el trastorno bipolar a través de las preguntas sobre la identidad sexual; el síndrome de Tourette en la carne de Salmon y Delfina, una conmovedora versión de un Romeo con coprolalia y una Julieta con ecolalia; la Anorexia nerviosa y el Trastorno de ideas delirantes celotípicas. Mención aparte merece la F del Trastorno narcisista de la personalidad: una novia que se casa con ella misma y cae fascinada por su propia persona en un particular lago de Narciso. Esta historia se engarza como una perla detrás de la otra con la siguiente F: la de la esquizofrenia.

No hay padecimiento humano que quede fuera de esta suerte de tratado ficcional de psiquiatría: el trastorno por atracón, el trastorno antisocial de la personalidad y una pregunta de la que no escapa ningún psiquiatra, psicoanalista o psicólogo: ¿qué hacer con el secreto profesional ante un crimen?

Y así se suceden la demencia en la enfermedad de Alzheimer en la voz de dos hermanos que, como Caín y Abel, se dejan caer en el abismo de la rivalidad; la F de la cleptomanía, que, en un particular giro freudiano, resulta en la mujer de las ratas. La F del Episodio depresivo, la de los trastornos debidos al consumo de alucinógenos y la F desesperante del insomnio, transitado en la poética de Borges. Muchas veces se ha acusado a la psiquiatría de una presunta falta de humanidad. Antes y después de Michael Foucault fue imputada por los cargos de vigilancia social, castigo, ejercicio del poder al servicio del Poder, sometimiento físico y químico de los pacientes y otras inculpaciones no menos ominosas. Tironeados por la psiquiatría de un brazo y por la antipsiquiatría del otro, los pacientes se ven condenados a la reclusión hospitalaria o, en el extremo contrario, al abandono completo, a deambular en las calles sin cuidado alguno, bajo el pretexto de la desmanicomialización. Al margen de esta antinomia fatídica, este libro le pone carnadura, voz y corazón a la tragedia humana que significa el padecimiento mental. A la fría clasificación de los manuales, se sobrepone la comprensión, en el sentido más profundo, de la singularidad, del modo único e intransferible con que cada persona lleva, sufre, soporta o supera la enfermedad. Lo que sigue es el testimonio de esa aventura. Lo que sigue es la revelación de uno de los secretos más asombrosos que se ocultan entre los pliegues de la ciencia, la literatura y la existencia misma.

Federico Andahazi

A Max,tan admirado como enigmático

INTRODUCCIÓN

Mi notebook pasó por el escáner del aeropuerto. Voy a disponer de las horas de vuelo para plasmar mis memorias del último año, bisagra en mi historia personal.

Soy fruto de todas las vivencias de cuatro décadas, desde mi nacimiento en Buenos Aires.

El reflejo en la ventanilla del avión con destino a Panamá me devuelve mi imagen actual: la más joven del resto de mi vida.

Me sonrío. Me siento mejor.

Fui secuestrada por error, tuve la fortuna de liberarme luego de siete días de encierro. De permanecer en Argentina, hubiera tenido que soportar peligros, por eso tomé el consejo de asentarme a miles de kilómetros.

Mi profesión de psiquiatra la voy a ejercer en Panamá. Los diagnósticos de salud mental no son cuestiones regionales. Nos atañen a todas las personas.

La distancia de mi familia y mis amigos es lo que más me inquieta. Pero llevo en mi corazón lo que compartí con ellos.

Siempre fui curiosa, muy sensible y como muchas mujeres, multitasking; aunque cada vez me invento más tiempo para la escritura.

Mi vocación latente por escribir se potenció con la convocatoria al concurso literario lanzado por el Hospital Central Norte en el 2020.

Después de lo que pasó ese año, no puedo estar sin escribir. De todo lugar y circunstancia, rescato una idea, un concepto, una novedad que llama mi atención y quiero conservar en mi anotador para volcar en mis creaciones.

Asumo que voy a escribir hasta el último de mis días. Reparto mi tiempo entre el perfeccionamiento en psiquiatría y componer apasionada un “cuento efe”. Es lo que llamo “efetizar”.

La Clasificación Internacional de Enfermedades CIE-10, publicada por la OMS, me inspira. Enumera las enfermedades de salud mental, y las identifica con una letra F y unos números.

Nadie le escapa a las efes... A modo de distracción de mi fobia a volar, a diez mil metros de altura, voy a repasar mis escritos. Cada vez que me concentro en ellos, vislumbro un puente entre la realidad y la ficción.

Voy a aprovechar el vuelo para ensamblar “las efes” con los recuerdos más relevantes que viví en el 2020.

Ya que las efes fueron escritas con anticipación a esta serendipia, mi intención es que se puedan leer como capítulos independientes o entrelazados con mi biografía.

Maia Levkis

CAPÍTULO 1

Enero 2021

Mi letra está desprolija. Me tiembla la mano. Recién despegamos y quiero aliviarme del miedo a volar, redactando mis recuerdos del año anterior.

Un secreto es eso: secreto. Le prometí al guardián que de ayudarme a escapar se lo revelaría. Intuí que él podría hacer lo que sea por descubrirlo.

Ese día me dijo que volvería en breve. Necesitaba ir al baño. No podía por mis propios medios. Tenía debilidad en las piernas. Pero logré sentarme y me quedé ahí esperando a que el guardián regresara. Entró de pronto, empujando la puerta.

—Maia, ya nos vamos. Se fueron.

Me levanté de la silla y quise correr. Caí de bruces. Me raspé las rodillas y empecé a sangrar: él me tomó de los brazos y me levantó. Me llevaba casi a la rastra.

—No puedo más —suspiré.

Me condujo a un terreno baldío. Estaba muy nervioso y miraba continuamente hacia atrás y hacia ambos lados. Me dijo:

—La palabra clave: “efes”. Le voy a dar ese código a la policía para cuando se identifique con vos.

Y mirándome a los ojos, volvió a decirme:

—Vas a estar bien. Te vas a salvar.

Quedé escondida entre los escombros. Escuché un llanto. No distinguí si era de un bebé o de una gata. Yo también me largué a llorar y el guardián intentaba tranquilizarme. Me acarició la frente y las mejillas. Esperaba algo, no supe qué. De pronto, se levantó y me preguntó:

—¿Me vas a contar el secreto de las efes cuando nos volvamos a encontrar?

Afirmé con la cabeza. Me soltó la mano. Me dejó sola. Pasaron los minutos, hasta que, en un momento, dos hombres, vestidos de civil, se acercaron. ¿Quiénes eran? Dudé si gritar, y ellos notaron mi pánico. Uno subió su índice a los labios y me ordenó hacer silencio. Murmuró: “efes”. Sentí alivio. Comprendí que el guardián, anónimamente, había contactado a la policía para brindarle nuestro código. Seguí, como pude, las indicaciones del oficial.

Me trasladaron a la comisaría en un patrullero. A la espera de que me tomaran declaración, una mujer policía me acercó un vaso de agua y una manta y me preguntó: “¿Qué más necesita?”. Hojas y birome, respondí, con una taquicardia galopante.

—¿Hojas y birome? —me preguntó, sorprendida.

Los oficiales estaban preocupados por la venganza de los delincuentes: me había escapado de un secuestro millonario sin pagar lo que ellos esperaban por el rescate.

La oficial me miró como si hubiera perdido la cordura. Hojas y birome, repetí.

—Usted todavía está en peligro, Maia —me aclaró un oficial.

Luego de la declaración me notificaron que debía cambiar de identidad por tiempo indeterminado.

No me dieron ni hojas ni birome en ese momento, ni mucho después. Ya en mi casa, tomé el cuaderno y escribí la efe.

F45

Una joven llega al consultorio de la psiquiatra vistiendo un burka negro. Lleva cubierto todo el rostro excepto los ojos. Lo único que dice es que tiene la nariz larga y fea.

Su madre se disculpa:

—Mil perdones por esta facha. Me hubiera encantado arreglarme. Estoy despeinada porque mi hija me hizo sacar todos los espejos de la casa. No puedo mirarme.

Y continúa:

—Esto no da para más, ¡quiere cambiar de religión para andar con la cara cubierta! Pensé que era una locura pasajera, pero cada vez está peor. No nos deja alternativa. Ya junté la plata para la operación.

La paciente rechaza sacarse el burka. La psiquiatra, que apenas puede verle los rasgos, analiza el planteo y hace su diagnóstico: trastorno dismórfico corporal, paciente que autopercibe supuestos defectos inexistentes.

De inmediato, rechaza los psicofármacos y, junto a su madre resignada, se retira sin llevarse ni las indicaciones ni las recetas ni la bolsa del supermercado que trajeron.

El cirujano plástico de la Clínica “Beauté Infinie” llega apurado a su consultorio. La secretaria le reporta las cirugías programadas para el día y una mala noticia: su socio y colega avisó que está enfermo. Le dice que logró postergar una intervención, pero no así la otra. A su paciente le hacen la inducción prequirúrgica: permanece lista y sedada en el quirófano.

El cirujano mira las dos historias clínicas. La paciente suya tiene programada una reducción de mamas. Él la recuerda bien: sus tetas no son muy grandes, pero insistía con que le causaban dolor de espalda y que estaban muy caídas y fláccidas. Luego lee la otra historia clínica, junto con el informe de la psicóloga del centro de estética: la paciente de su colega cumple con los criterios de dismorfia y advierte su nariz muy abultada. “Se indica rinoplastia”. Y descifra, garabateado por su socio, en el margen de la receta: “Su nariz es normal pero no hay forma de convencerla de que evite la cirugía”.

El cirujano ingresa al quirófano y se encuentra con la paciente acostada, solo con la nariz recientemente descubierta. Luego se dirá que hasta último momento rechazó destapar su rostro, y la secretaria se excusará con este “capricho” ante él para negar absolutamente su responsabilidad en el giro inesperado de los acontecimientos.

Mientras finalizaba la cirugía, el doctor le indica a su secretaria que preparen en una hora a su próxima paciente. Realiza la segunda cirugía y da por terminado su trabajo, y el de su colega.

La mujer de las tetas despierta dolorida en su rostro. Enseguida se descubre el tremendo error: los equipos de prequirúrgico han confundido a las mujeres. a recién intervenida advierte que tiene el mismo contorno de busto.

De repente se escuchan los gritos de la otra paciente. El cirujano entra fugaz a la habitación: la mujer de la dismorfia ha despertado y descubre que su nariz está intacta, y sus tetas, debajo de unos vendajes extraños, diminutas.

El cirujano supo con seguridad que iba a tener que afrontar no uno, sino dos juicios por mala praxis.

Anotaciones

La lluvia entraba por la ventana, que estaba abierta de par en par. Valeria, quien me acompañó tantos años en mi profesión y en mis andanzas, movió los papeles de lugar.

—Se te va a inundar el departamento.

Ni bien terminó de enunciarlo, una ráfaga de viento cerró las puertas.

—Te felicito, Maia. A pesar de todo lo que padeciste, seguís inspirada. Me gustó mucho esta efe, aunque chequeá el tema del cirujano: no debería haber operado a ninguna de las dos pacientes.

Contemplé la tormenta y saqué el brazo por la ventana. Llovía un poco menos, necesitaba aire, necesitaba olvidar el cautiverio, pero igual la cerré.

—Desde que me secuestraron que no veo llover.

—¿Cómo pudiste sobrellevar el encierro?

—Escribir. Efetizar —le respondí, un poco confundida— Uno nunca sabe de quién viene la salvación en los peores momentos…. sino hubiese sido por el guardián…

Sonó el timbre. Un policía me trajo una caja de bombones surtidos abierta; lo revisaban todo. La tarjeta con la dedicatoria de Max, el productor de MiamiBayres, decía: Para Maia, con afecto.

—Conoce mi debilidad por el chocolate. Pero no pienso comer ni uno, viniendo de parte de él. Que lo coman los policías.

—¿Y esto qué es? —me preguntó Valeria sosteniendo un libro que había venido junto con los bombones.

Hojeé con velocidad las páginas del texto.

—Me parece que es la recopilación de “las efes” que editó Max. Dame, las voy a leer en el vuelo. Pero no lo voy a contactar.

Guardé el libro en mi cartera. Hice lo mismo con mi pasaporte, un fajo de billetes y algo de ropa en mi equipaje.

—¿Te mudás de país y te llevás tan poco?

No supe qué contestarle. ¿Cómo podría ella entenderlo? Cuando te escapás, te vas con lo puesto, me hubiese gustado decirle. Esto no era para nada una mudanza; me iba porque no me quedaba otra.

Mientras un policía entró y se llevó los bombones. Vale me dijo:

—Te voy a extrañar a vos y a tus historias.

—Vas a vivir otras, la vida sigue. Nadie es imprescindible —respondí con frialdad.

—Muy pronto vas a estar bien, Maia —me dijo con un tono nostálgico.

Volvimos a mirar por la ventana. Había parado de llover y el sol resplandeció el lugar.

Ya en el avión, entre las nubes, enciendo la notebook. Voy a volcar todos los hechos que me llevaron al secuestro.

Quiero encontrar una explicación. Quizá no la haya.

F45 - Trastorno Dismórfico Corporal

Dr. Andrés A. Rousseaux

Médico especialista en psiquiatría

Ex residente y Jefe de residentes Hospital Braulio Moyano

Actualmente psiquiatra de planta, Cesac Nro. 15, Hospital Argerich

Miembro del Capítulo de Historia y Epistemología (APSA)

Miembro de Revista Atlas

Verse casual requiere de mucho trabajo. Hasta en el más descuidado adolescente existe cierto gusto a mantener una coherencia de vestimenta o estilo.

Cyrano de Bergerac, quien portaba una nariz tan grande como su capacidad para las letras y la esgrima, también poseía una gran preocupación respecto a su aspecto físico y por este motivo se privó del amor de su vida, Roxanne.

El primer registro en el campo de la psiquiatría es de 1886 cuando Enrico Morselli acuña el término dismorfofobia. Tanto en su descripción original como en la actual, lo que predomina es una idea deliroide (entiéndase una idea con una intensa carga afectiva) respecto al propio aspecto o a un defecto real, que lleva a una preocupación que invade todas las facetas de la vida de la persona, alcanzando niveles de angustia inmanejables, depresión y/o suicidio.

Hay una percepción distorsionada y angustiante del propio cuerpo. Los manuales de diagnósticos actuales lo acercan al mundo obsesivo.

Capítulo 2

Enero 2020

Hay turbulencias. Dejo a un costado la lectura. Tengo náuseas. Recuerdo cuando las padecí en el embarazo.

Duró poco: el aborto espontáneo las interrumpió. Fue milagroso haber quedado embarazada. Ni siquiera una vez por semana teníamos relaciones con Uriel.

Era evidente que por más sexy que me pusiera, él casi ni me miraba. Llegué a preocuparme. Pero, simplemente, era así nuestro vínculo.

A partir de la angustia por la pérdida, cada día sufría una nueva dolencia física; quizá canalizaba por el cuerpo. Las interpretaba como indicios de enfermedades terminales rechazando cualquier otro pronóstico. Me sentía identificada con uno de mis pacientes con hipocondría. Cuando un viernes se presentó a la consulta, desplegó un sinfín de resultados de los estudios que solicitó a lo largo del mes a los más variados especialistas. La conclusión, casi siempre la misma: vaya a consultar a una psiquiatra.

Volqué sus expresiones en mi anotador y las ensamblé con algunos asuntos de actualidad, que integraron el texto efe que me entusiasmaba postular en el concurso literario.

F45.2

Sobre el escritorio se despliegan varias recetas, una historia clínica y una colorida carta astral.

—Ya no sé qué medicamento administrarle: la sertralina no le hace nada. Esta semana mencionó sentir un frío extraño varias veces al día. Ahora se suma que está inquieto por su hermana mayor, la que lo asesora en todo. Lidia Turner, ¿la ubicás?

—Sí, sí, fanática de la astrología; es panelista en varios programas de la tele.

—A eso iba. Está continuamente detrás de él, le hizo esta carta astral —la psiquiatra se la muestra y gesticula a su colega—. Parece que va a haber un eclipse y el cruce de este planeta con este otro. Por alguna razón, él lo interpretó así: infarto inminente.

—¿De Lidia o de nuestro futuro presidente?

—Al principio decía que lo de su hermana con los astros eran pavadas. Pero para mí, vive muy pendiente de los eventos astrológicos y los empezó a relacionar con sus propios miedos. Su obsesión es el estado de su corazón. A los cardiólogos los vuelve locos —dice la psiquiatra a su colega y refiere—, me da un poco de pánico asistirlo. Aprendí que es mejor no atender famosos. Nosotros, los psiquiatras, somos a quienes primero atacan cuando hay dificultades.

—En otras palabras, te da terror que el eclipse le genere un infarto.

Ambas psiquiatras ríen. Por la noche, en un programa de televisión, entrevistan al paciente: explaya con gran soltura por qué se involucró en política y anuncia que en dos semanas lanzará su candidatura a presidente con un acto multitudinario.

—¿Escuchaste qué bien habla en público? ¡Todo un orador! —le dice a su colega por teléfono.

Su colega lo recuerda del pasado. Él era el Jefe del Servicio de Cardiología cuando ella se recibió. Rememora el día en que, orgullosa, atendieron juntos.

Carlos Turner solo miró rápido el electrocardiograma y extendió unas recetas a su paciente con sobrepeso. Al cerrar la puerta y quedar con la médica recién graduada, explicó que, a veces, la angina de pecho puede confundirse con síntomas de la serie ansiosa.

De solo imaginar que alguien de su profesión, como ya ha sucedido en Uruguay, alcance la máxima autoridad nacional, desborda de alegría a la psiquiatra.

Pero su colega se muestra escéptica por los feos rumores en relación al pasado de Turner.

—¿Por qué, si es tan habilidoso en los negocios y la política, se permite abrirse por completo acá? —plantea la médica a su colega.

—No sé si es tan habilidoso como inescrupuloso.

—¿Por qué lo decís?

—Pensé que lo sabías: su monumental hazaña fue vaciar los institutos donde trabajó—. Ejerció en un centro médico prestigioso que era del padre de un compañero de la facultad, un cardiólogo famoso, y se ganó la confianza de todos. Después de dos años se llevó a muchos pacientes con sus historias clínicas y motivó a los mejores médicos de su equipo a que fueran a trabajar con él. Copió todo y armó su propio centro, entre otras cuestiones poco claras que nunca pudieron probarse. Y con la crisis del 2001 esta institución médica quebró.

—¿El caso Antañez?

—Sí, claro. El cardiólogo que paradójicamente murió de un infarto por el estrés de ver derrumbarse su proyecto de vida. El otro día leí en una nota: no sabían que Turner estaba involucrado. Se van a cumplir veinte años de su fallecimiento.

—Fue muy turbio todo eso. ¡Qué país! ¿Por qué a veces elegimos a personajes que solo buscan el poder? —reflexiona la psiquiatra.

A la sesión siguiente, Carlos Turner vuelve con su vestimenta impecable y su paso firme, que se torna lento y torpe, al ingresar al consultorio.

Se desmorona en el sillón y dice:

—Estoy eclipsado.

La psiquiatra sonríe y lo mira, ya sin asombro.

—Varias veces al día se me oprime primero este sector y luego este otro —se toca arriba y abajo del pecho—. Otras veces el dolor se me irradia al brazo izquierdo. No me quiero tratar a mí mismo. Mis amigos cardiólogos ya se cansaron de revisarme: mi corazón, para ellos, está perfecto —dice angustiado—. Recuerdo a mi papá: le decían lo mismo y murió de un infarto fulminante, apenas mayor a la edad que tengo.

—¿Por eso elegiste la especialidad?

—En parte. Actualmente ya no atiendo —y, entre distraído y confuso agrega —el estrés de las convocatorias políticas, las entrevistas, estar al día en las redes insume mi energía. ¿No me ves pálido? Son síntomas claros: algo no anda bien con la irrigación.

La psiquiatra le dice que no, pero repara que está más ojeroso que la vez anterior y mucho más respecto a quince años atrás.

En su casa, mientras hace el repulgue a las empanadas de la cena, la psiquiatra recibe un mensaje de audio: es él.

“¡Mi hermana me dijo algo terrible! Cada cosa que anuncia es peor… me di cuenta de que el eclipse es justo el día de mi lanzamiento… no debería escucharla, pero tuve una madre ausente y ella la reemplazó… es como una madre para mí, no puedo desestimarla… además cree que me ayuda con esa información”.