El secreto de las sirenas - Simone Frasca - E-Book

El secreto de las sirenas E-Book

Simone Frasca

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Beschreibung

Seis niños descubren que tienen los mismos poderes que algunos personajes de la mitología, ya que son sus bis-bis-bis-bisnietos. Por eso, deben asistir a la escuela de la maga Circe, en la Isla de Eos. Pero las clases son un poco extrañas y la Isla esconde muchos secretos… En este episodio... Las clases de la maga Circe prosiguen: a la orilla de un mar maravilloso los niños tienen que entrar en contacto con sus animales guía... pero ¿dónde se ha metido Aracne en su obsesión por encontrar una red wifi?

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Título original: Il segreto delle sirene

© 2016 Giunti Editore S.p.A., Firenze – Milano

www.giunti.it

Texto original: Simone Frasca y Sara Marconi

Ilustraciones: Simone Frasca

Traducción: Carmen Ternero Lorenzo

© 2018 Ediciones del Laberinto, S.L., para la edición mundial en castellano

ISBN: 978-84-8483-930-9

Depósito legal: M-4121-2018

EDICIONES DEL LABERINTO, S.L.

www.edicioneslaberinto.es

Impreso en España

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com <http://www.conlicencia.com/>; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

La luz rosada del amanecer iluminaba la escuela de Circe y penetraba en la habitación de las niñas a través de las cortinas de la gran puerta de cristal.

Aracne se despertó sobresaltada y soltó un grito con el que casi mata del susto a su animal guía, una arañita violeta que estaba durmiendo en su almohada.

—Perdona, Web, he… he tenido... una pesadilla —balbuceó.

—Pues seguro que lo que nos espera en la cocina es todavía peor —se rio Medusa—. Porque el desayuno ya está listo, ¿verdad, Pica?

A la pequeña medusa voladora le entró un escalofrío y enseguida volvió a dar una voltereta sobre la cabeza de su dueña.

—No os preocupéis —intervino Atenea levantando la cabeza del libro que estaba leyendo—. Circe no nos dejará en manos de Arpía. Seguro que encontramos un exquisito desayuno mágico en el pasillo, igual que ayer. ¿A ti qué te parece, Omega?

Omega, la pequeña lechuza, no contestó, porque seguía roncando tranquilamente encaramada al cabezal de la cama.

—¿Puedo empezar a preocuparme? —preguntó Medusa, que fue a abrir la puerta de la habitación y vio que en la entrada no había nada, y que en la mesita en la que la mañana anterior se encontraron un montón de delicias tan solo había una miserable cucharita. Y una galleta.

—Mmm… —dijo Medusa pensativa mientras empezaba a movérsele el pelo.

Pica se puso fluorescente y se plantó delante de la habitación de los niños.

—Ares, ¿estás bien? —gorjeó Medusa al tiempo que llamaba a la puerta.

—Zí, zí, dodo bien, gaciaz —bufó una voz.

—¡Ares! ¡Si no nos devuelves el desayuno, te machaco con el pelo!

La puerta verde se entreabrió y apareció una cara avergonzada llena de mermelada y migas de pan.

—¡Glup! Perdona, pero como estaban todos durmiendo…

Uno de los rizos de Medusa ya tenía la forma de un puño, pero Ares fue más rápido y le dio a la niña la bandeja del desayuno.

Intacto: cruasanes calientes, tazas rebosantes de chocolate humeante, pasteles y zumo de naranja.

—Ayer no me di cuenta, pero esta bandeja es mágica, cuanto más comes, más llena está.

—¿Desayuno bueno? —dijo el pequeño Dionisos, que acababa de aparecer por detrás de Ares abrazado a Patty, una cabra de ojos mansos y apetito voraz.

Hades, que también se había despertado, los observaba desde la cama mientras jugueteaba con Zen, su salamandra.

—Sí, Dionisos —contestó Medusa mientras le daba un cruasán—, este es el desayuno bueno. El malo nos espera en la cocina. ¡Atenea! ¡Aracne! ¡Venid a comer!

Acababan de zamparse el desayuno riquísimo que les había dejado la maga Circe cuando Fiel, el perro de Ares, ladró.

—¡Rápido, esconded la bandeja! —ordenó Ares mientras cerraba la puerta que daba al pasillo.

—¡Jamoncito! —exclamó Dionisos.

—Me llamo Ulises —contestó molesto el cerdo—, y Arpía os está esperando con el desayuno en la cocina. —Mirando con cautela a su alrededor, añadió—: ¿No huele a cruasán?

—¡Guau! ¿De verdad eres el famoso Ulises convertido en el cerdo de Circe? —se apresuró a preguntar Aracne para distraerlo.

—Bueno —empezó a decir el cerdo pavoneándose—. Todo empezó con la guerra de Troya…

—¿No irás a contarnos otra vez la misma historia? —se oyó decir en el pasillo, por donde avanzaban dos escobas con rulos armadas con cubos y fregonas. En uno de los cubos llevaban una radio que retransmitía canciones y en el otro, unos cuantos cómics.

—Venga, niños —dijo una escoba—, daos prisa si no queréis que Arpía os despelleje vivos.

—Y tú, Jamoncito, deja de contar patrañas y ve a decirle a Circe que los niños ya se han despertado —añadió la otra.

Los Seis fueron a cambiarse a sus habitaciones mientras el cerdo se alejaba gruñendo bajo la mirada divertida de las escobas.

—Nosotras nos vamos, que tenemos mucho trabajo —se despidieron.

—Atenea, ¿lo has visto? ¡Llevaban rulos! —dijo Arac­ne—. Cuando vuelva a mi casa miraré el armario de las escobas con más respeto.

—¿Y un cerdo que habla te parece normal? —contestó Medusa.

—Aquí no hay nada normal —replicó Atenea—, ¿o ya se os ha olvidado lo que vimos y oímos ayer por la noche en el sótano? Durante el día nos enseñan a desarrollar nuestros poderes y por la noche se convierten en el Equipo Quimera, una organización secreta…

—Que lucha contra un misterioso individuo, al que llaman el Coleccionista, que por lo visto se entretiene disecando algo, aunque no me enteré qué era… —dijo Ares mientras entraba en el habitación con Hades y Dionisos.

—Los híbridos —dijo Hades—. Las criaturas que son medio hombre y medio animal.

—¿Y por qué la tiene tomada con ellos? No lo entiendo —dijo seria Aracne.

—A lo mejor porque no le gusta lo que no es normal, o sea, todo lo que sea fantástico —murmuró Atenea pensativa—. Porque, desde luego, ¡los híbridos como Arpía no son nada normales!

—Y eso por no hablar de Pan…, que, por cierto, ¿os habéis dado cuenta de las miradas apasionadas que le lanza a la mema de Arpía?

—¡Niñooooos! —la voz chillona de Arpía se impuso sobre la de los Seis, que enseguida echaron a correr por las escaleras que llevaban a la cocina.

La cocinera los estaba esperando delante de la mesa agitando amenazadoramente un enorme cucharón requemado como si fuera una porra. Pan, su ayudante, los saludó con un gesto y siguió limpiando con el dedo las sobras de comida de la sartén que tenía en la mano.

—¡Llevo un siglo esperando! —exclamó Arpía—. ¿Es que nunca tenéis hambre, o qué?

—Bueno… ya que lo dices… —se atrevió a murmurar Medusa.

—¡A comer! ¡Hoy tenemos crepes!

Como era de esperar, Ares fue el primero en sentarse, y observó perplejo una especie de lasaña blanca que había en el plato.

—B… buena… un poco dura… —farfulló después de morderla.

—Eso es la servilleta —replicó Arpía muy seria—. Las crepes están al llegar. ¡Pan, deja de chupar la sartén y tráeles el desayuno a los niños!