La ira del coleccionista - Simone Frasca - E-Book

La ira del coleccionista E-Book

Simone Frasca

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Beschreibung

Seis niños descubren que tienen los mismos poderes que algunos personajes de la mitología, ya que son sus bis-bis-bis-bisnietos. Por eso, deben asistir a la escuela de la maga Circe, en la Isla de Eos. Pero las clases son un poco extrañas y la Isla esconde muchos secretos… En este episodio... Obligada a marcharse para recargar su energía y no perder sus poderes, Circe confía el cuidado de la isla y la escuela a Anubis. ¿Qué mejor ocasión podía tener el Coleccionista para atacar a su odiado Equipo Quimera? Pero esta vez también ha hecho mal las cuentas, ya que no puede imaginarse de qué medios tan extraordinarios puede valerse Anubis…

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Este libro está dedicado a todos los niños que han seguido y disfrutado con los Seis Míticos y, en particular, a Giulio y Teresa, nuestros primeros lectores, críticos y consejeros.

Simone y Sara

Título original: L’ira del Collezionista

© 2017 Giunti Editore S.p.A., Firenze – Milano

www.giunti.it

Texto original: Simone Frasca y Sara Marconi

Ilustraciones: Simone Frasca

Traducción: Carmen Ternero Lorenzo

© 2018 Ediciones del Laberinto, S.L., para la edición mundial en castellano

ISBN: 978-84-8483-955-2

Depósito legal: M-29008-2018

EDICIONES DEL LABERINTO, S.L.

www.edicioneslaberinto.es

Impreso en España

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com <http://www.conlicencia.com/>; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Era media mañana. Los Seis habían pasado las primeras horas del día vagueando, cada uno a su manera. Ares y Medusa se habían ido con Fiel y Pica a darse una vuelta por el bosque, Hades estuvo meditando en la terraza, Aracne se encerró en su habitación para intentar mejorar su pantalla de telarañas (la arañita Web la ayudaba corriendo de un lado a otro de la pared) y Atenea estuvo leyéndole un libro al pequeño Dionisos. Habían quedado en la terraza con Circe, la gran maga.

«¿A qué hora tenemos que estar allí?», le había preguntado Aracne.

«Dejaos guiar por vuestro instinto, el cielo y el sol os harán entender que os estoy llamando», le contestó la maga con la imprecisión de siempre.

Pero, al final, los que los llamaron fueron las escobas:

—¡Gandules! —gritó la primera a un paso de la oreja de Atenea.

—¡Qué escándalo! ¡Nunca tienen ganas de hacer nada! ¡Son una vergüenza! —añadió la otra y, golpeando el mango contra la pared, consiguió llamar la atención de Hades, que acababa de llegar justo a tiempo para ver que Omega, la lechuza de Atenea, salía a toda prisa a llamar a los demás.

Y enseguida llegaron todos a la terraza.

—Bienvenidos —los recibió la maga con su dulce voz—. Atenea, mi tesoro de ojos relucientes —añadió volviéndose hacia ella—, ¿te importaría volver a la Tierra con nosotros?

Atenea se espabiló. Estaba en el cielo con Omega. Veía a través de sus ojos y cada vez más a menudo aprovechaba para explorar la isla desde arriba. Los días en los que tenía vértigos aunque solo fuera subiéndose a un taburete ya habían quedado atrás. A Atenea no le dio tiempo a contestar, porque Circe siguió hablando, dirigiéndose a Aracne:

—Mi querida niña de manos llenas de gracia, ¿podrías dejar de confabular con la sabia Web? —Aracne estaba hablando con su arañita violeta sobre las modificaciones que acababan de hacerle a la pantalla. Ella susurraba y Web le contestaba creando unas pequeñas formas de telaraña que Aracne ya lograba leer con toda naturalidad.

—Perdona, Circe —susurró la niña ruborizándose. Ella tampoco se acordaba ya de cuando vio a su araña por primera vez y le dio asco.

Los Seis se rieron al oír las altisonantes palabras que les dirigía la maestra (¡no se acostumbrarían jamás!), pero enseguida la miraron en silencio. Circe seguía siendo bellísima, pero últimamente parecía cansada. Los niños temían que hubiese alguna mala noticia que ellos no supieran. Tal vez el terrible Coleccionista se había vuelto más fuerte que nunca o alguna criatura estaba en peligro o incluso herida. Le habían preguntado a Argo, su amiga nave, pero ella les había contestado con una sonrisilla: «A las señoras no se les pregunta la edad».

Haría falta mucho más que eso para aplacar la curiosidad de los niños.

—Circe no está bien, ¡tenemos que indagar! —le susurró Ares a Medusa mientras Fiel, que estaba a su lado, le lamía cariñosamente la mano.

—¡Por supuesto! —contestó Medusa mientras su medusita Pica se le posaba delicadamente en el brazo.

Luego se hizo el silencio. Circe, inspirada, alzó los brazos al cielo.

—Los animales son criaturas preciosas, su alma habla con la voz de la naturaleza y una sabiduría que los hombres a menudo desconocen…

—¡Ya estamos otra vez! —murmuró Medusa negando con la cabeza.

—¡Shhh! —la calló Atenea.

—Los animales saben lo que tienen que hacer. Los hombres, no —continuó implacable la maga haciendo tintinar sus pulseras.

Los niños se distrajeron otra vez. Dionisos y su cabra Patty eran los únicos que no se perdían una palabra y asentían.

—Tesoros —dijo de repente Circe al tiempo que alzaba de nuevo los brazos y los miraba de uno en uno—. La primera parte del aprendizaje está a punto de concluir.

—¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? —exclamaron todos muy atentos.

—Va a cerrarse un Gran Ciclo. Los planetas casi están alineados. El momento ha llegado. Además —añadió cambiando el tono de voz—, he de admitir que ya lo hacéis todo muy bien.

Los niños se miraron desconcertados.

—Veo que estáis en armonía con vuestros animales, cogéis su energía, la usáis y… ¡Hades! —se interrumpió preocupada—. ¿Dónde está Zen? ¿No se habrá perdido?

Hades sonrió. Se apartó con cuidado un mechón y apareció la salamandra, que estaba durmiendo entre las llamas del pelo del niño.

—La meditación siempre le produce este efecto, pero dentro de nada se despierta, ya veréis.

—Bien, bien —continuó Circe—. Eso quiere decir que vuestros compañeros son también vuestros ojos y vuestros oídos, os comprenden y os ayudan a desarrollar y controlar vuestros poderes. Por cierto —añadió mirando a Medusa—, no siempre hay que usar esos poderes.

La niña asintió convencida. El pelo animado le encantaba, pero había descubierto que podía petrificar con la mirada y eso no le gustaba nada, por lo que había decidido no volver a hacerlo nunca más, con nadie.

—Muy bien —concluyó la maga—, pues ya os he dicho lo que os tenía que decir. Ahora… tenemos… tenemos… tengo la reunión de evaluación con los maestros —improvisó—. Además, ya es la hora de comer. Arpía os ha preparado… bah, no sé lo que era. De todas formas, en vuestra habitación —añadió chasqueando los dedos— os esperan unas lasañas y, como habéis sido tan buenos —dijo y volvió a chasquear los dedos—, también hay tarta de grosella. ¡Rápido, corred!

No se lo tuvo que repetir. La comida de la maga era siempre maravillosa. Pero su discurso no lo había sido tanto y todos tenían muchas dudas en la cabeza.

—¡Me encantan las tele-cenas! —exclamó Ares, que estaba compartiendo una generosa porción de lasaña con Fiel.

—En todo caso, los tele-almuerzos —objetó Atenea—, ya que es la hora de comer. Pero tienes razón, ¡sobre todo si cocina Circe!

Estaban en la habitación de las niñas, cada uno con su animal guía a su lado y un plato de lasaña caliente en la mano, esperando a que la pantalla de telarañas de Aracne se encendiera y empezara a transmitir las imágenes de la reunión secreta del Equipo Quimera.

Circe no había engañado a ninguno de los Seis. Si la maga decía que había un claustro solo podía significar una cosa: quería reunir a Anubis, Arpía, Pan y Lica para hablar de algo importante.