El secreto de su amante - Lynne Graham - E-Book
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El secreto de su amante E-Book

Lynne Graham

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Beschreibung

Estaba dispuesto a hacer lo que fuese necesario para volver a tenerla en su cama. La tinta de los papeles del divorcio de Giorgios Letsos todavía no estaba seca, pero este solo podía pensar en una cosa: encontrar a Billie Smith, la que había sido su amante antes de que él se casase. No obstante, la dulce y manejable mujer a la que había conocido le dio con la puerta en las narices nada más verlo. Billie se había esforzado mucho en recuperarse después de que Gio le hubiese roto el corazón al decidir casarse con otra mujer. Cuando Gio volvió repentinamente a su vida, ella decidió no volver a dejarse seducir. Sobre todo, porque tenía un secreto que proteger… su hijo.

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Seitenzahl: 169

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Lynne Graham

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

El secreto de su amante, n.º 2381 - abril 2015

Título original: The Secret His Mistress Carried

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6278-4

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

El multimillonario del petróleo griego, Giorgios Letsos había organizado la fiesta del año en su casa de Londres. No obstante, en vez de socializar con sus invitados, estaba respondiendo correos electrónicos y escapando de las mujeres que no habían cesado de perseguirlo desde que la noticia de su divorcio se había hecho pública.

–He oído –murmuró una voz femenina desde el otro lado de la puerta de la biblioteca, que se había quedado entreabierta cuando una de sus empleadas había ido a llevarle algo de beber–, que se ha deshecho de ella porque consumía drogas.

–He oído –añadió otra voz–, que la dejó con todas sus cosas en la puerta de casa de su padre en mitad de la noche.

A Gio le divirtió ver lo entretenidos que estaban sus invitados con tanta especulación. En ese momento sonó su teléfono móvil y lo descolgó.

–¿Señor Letsos? Soy Joe Henley de Henley Investigations…

–¿Sí? –respondió él, imaginando que el detective al que había contratado volvía a llamarlo para decirle que no tenía nada nuevo.

–La hemos encontrado… Al menos, en esta ocasión estoy seguro al noventa por ciento de que es ella –le dijo el otro hombre, consciente del error que había cometido en el pasado–. Le he hecho una fotografía y se la he enviado por correo electrónico. Tal vez quiera comprobar que es ella antes de que sigamos adelante.

De repente, Gio se olvidó de lo que estaba haciendo y se puso en pie de un salto, con los hombros muy rectos, mientras volvía a abrir el correo electrónico y buscaba el adecuado.

La foto no era demasiado buena, pero reconoció al instante la figura, pequeña y curvilínea, envuelta en un impermeable de flores, y se sintió nervioso y satisfecho al mismo tiempo.

–Le pagaré generosamente el hallazgo –le dijo al detective, con la mirada clavada en la fotografía por miedo a que desapareciese de repente, como ya había hecho en otra ocasión.

De hecho, Gio había pensado que jamás lograría encontrarla.

–¿Dónde está? –inquirió.

–Tengo la dirección, señor Letsos, pero todavía no tengo la información suficiente para hacer un informe completo –le explicó Joe Henley–. Si me da un par de días…

–Lo único que quiero es su dirección –lo interrumpió Gio con impaciencia.

Y entonces se dio cuenta de que estaba sonriendo por primera vez en mucho tiempo. Por fin la había encontrado. Eso no significaba que pretendiese perdonarla, se dijo, apretando los generosos labios en una expresión que habría hecho temblar a sus directores ejecutivos, porque Gio era un hombre duro, inflexible y testarudo, muy temido en el mundo de los negocios. Al fin y al cabo, Billie lo había dejado. De hecho, era la única mujer que se había atrevido a abandonarlo, pero allí estaba, su Billie, que seguía utilizando estampados florales y todavía tenía el pelo rizado y de color caramelo, aunque sus ojos verdes estaban demasiado serios.

–No eres un anfitrión muy activo –comentó una voz desde la puerta.

Era un hombre de estatura baja, todo lo contrario que él, y rubio, mientras que Gio era moreno, pero Leandros Conistis había sido su amigo desde el colegio. Ambos habían nacido en familias griegas ricas, privilegiadas y selectas, si bien disfuncionales, y a ambos los habían mandado a un exclusivo internado de Inglaterra.

Gio cerró el ordenador portátil y miró a su amigo.

–¿Acaso esperabas otra cosa?

–Eso suena arrogante, incluso viniendo de ti –le contestó Leandros.

–Los dos sabemos que aunque diese una fiesta sin alcohol en una cueva, estaría llena de gente –comentó él en tono seco, consciente de la importancia de su enorme riqueza.

–No sabía que ibas a dar una fiesta para celebrar tu divorcio.

–No estoy celebrando mi divorcio, sería de muy mal gusto.

–A mí no me engañas –le advirtió Leandros.

El rostro delgado y fuerte de Gio estaba desprovisto de expresión.

–Mi divorcio de Calisto ha sido muy civilizado…

–Y ahora vuelves a estar en el mercado y te ves rodeado de pirañas –comentó Leandros.

–Jamás volveré a casarme –le aseguró él muy serio.

–Nunca es demasiado tiempo…

–De verdad.

Su amigo no respondió y luego intentó animar el ambiente comentando:

–Al menos Calisto sabía que Canaletto no era el nombre de un caballo de carreras.

Gio se puso todavía más tenso. Tenía que admitir que aquel no había sido el momento más brillante de Billie.

–No me extraña que te deshicieras de ella –continuó Leandros–. ¡Vaya cabeza de chorlito!

Él no respondió. No le gustaba desnudar su alma ni siquiera con su mejor amigo.

 

 

En el garaje, Billie estaba repasando las prendas y la bisutería que había comprado esa semana para vender en su tienda de ropa vintage. Estaba haciendo montones para lavar, reparar o limpiar los artículos antes de sacarlos a la venta. Mientras lo hacía, no dejaba de hablarle a su hijo:

–Eres el bebé más bonito y adorable del mundo –le decía a Theo en tono cariñoso mientras el niño movía las piernas y le sonreía.

Suspirando, Billie estiró la dolorida espalda, pensando que al menos ya había empezado a perder los kilos que había ganado con el embarazo. El médico le había dicho que era normal, pero ella siempre había querido controlar su peso y sabía que engordar era mucho más fácil que adelgazar después. Y el problema era que siendo de estatura baja y pechos y caderas generosos, bastaban unos kilos de más para parecer un pequeño barril.

Decidió que se llevaría a todos los niños al parque y se dedicaría a darle vueltas a Theo con el cochecito.

–¿Quieres un café? –le preguntó Dee desde la puerta trasera.

–Sí, por favor, –respondió ella a su prima y compañera de casa.

Por suerte, no había vuelto a estar sola desde que había redescubierto su amistad con Dee, a los cuatro meses de embarazo. Se habían encontrado en el entierro de su tía en Yorkshire y había resultado que Dee también era madre soltera. Esta había aparecido en el funeral de su madre con un ojo morado y más hematomas que un boxeador y le había contado a Billie que estaba viviendo en un hogar de acogida con sus dos gemelos. En esos momentos, Jade y Davis tenían cinco años y habían empezado a ir al colegio. Para todos ellos, ir a vivir al pequeño pueblo en el que Billie había comprado una casa había sido empezar de cero.

Y vivían bien, se dijo Billie con firmeza, con un café entre las manos mientras oía quejarse a Dee de la cantidad de deberes que tenía Jade, aunque en realidad el problema fuese que a ella no se le daban bien las matemáticas. Billie se dijo que tenían una vida normal y corriente. Evidentemente, no había momentos de gran emoción, pero tampoco había enormes baches.

Ella jamás olvidaría lo mucho que había sufrido con su peor bache. Aquella época de su vida había estado a punto de destrozarla y todavía se estremecía al pensar en la depresión que había sufrido. Al final, había hecho falta un acontecimiento extraordinario y aterrador para que empezase a ver la luz al final del túnel. Contempló a Theo con una sonrisa de satisfacción.

–No es sano querer tanto a un bebé –le advirtió Dee con el ceño fruncido–. Los bebés crecen y acaban por dejarte. Theo es un bebé precioso, pero no puedes construir toda tu vida alrededor de él. Necesitas un hombre…

–De eso nada –le respondió Billie sin dudarlo–. Además, mira quién habla.

Dee, que era delgada, rubia y con los ojos azules, hizo una mueca.

–Tienes razón, pero yo no tengo las opciones que tienes tú –argumentó–. En tu lugar, por supuesto que saldría con hombres.

Theo agarró a Billie de los tobillos y se puso en pie muy lentamente. Teniendo en cuenta que había tenido las piernas enyesadas varios meses para corregir una displasia de cadera, era todo un avance. Por un segundo, Billie pensó en el padre del niño y eso no le gustó, no quería pensar en el pasado. Repasar los errores del pasado era contraproducente.

Dee miró a su prima con abierta frustración. Billie Smith era todo un imán para los hombres. Tenía el cuerpo de una Venus de bolsillo, una densa melena de rizos color caramelo y una cara muy guapa, además, su calidez y su atractivo sexual hacía que gustase mucho al sexo contrario. Intentaban ligar con ella en el supermercado, en un aparcamiento o en la calle, y si se les pinchaba una rueda se paraban a ofrecerle su ayuda. Dee habría sentido mucha envidia de ella si no hubiese sido porque Billie era también una mujer modesta y buena. Al igual que ella, había pagado un precio muy alto por enamorarse del hombre equivocado.

Llamaron con fuerza a la puerta.

–Yo iré –dijo Billie, ya que Dee estaba planchando y ella odiaba planchar.

Davis salió corriendo del salón y estuvo a punto de tropezar con Theo, que iba gateando detrás de su madre.

–¡Hay un coche enorme en la calle! –gritó el niño.

Billy pensó que sería una camioneta con la compra. Abrió la puerta y entonces retrocedió bruscamente, sorprendida y asustada.

–Ha sido muy difícil encontrarte –murmuró Gio, muy seguro de sí mismo.

El rostro de Billie se puso tenso, abrió mucho los ojos.

–¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y para qué querías encontrarme, si se puede saber?

Gio clavó en ella su mirada oscura. Billie tenía veinticuatro pecas adornando la nariz y los pómulos. Él las había contado, por eso lo sabía. El color de sus ojos, sus delicadas facciones y la generosa boca no habían cambiado nada, siguió bajando la vista por la camiseta de algodón azul, desgastada, que se apretaba a sus pechos y no pudo evitar deseo por primera vez en mucho tiempo.

Gio sintió más alivio que rabia, ya que hacía demasiado tiempo que no sentía aquello por ninguna mujer, tanto, que había temido que su matrimonio lo hubiese desprovisto de toda masculinidad. Aunque era el primero en reconocer que ninguna mujer lo había atraído como Billie. En una ocasión, la había hecho viajar a Nueva York para una sola noche porque no podía soportar pasar otra semana más sin estar con ella en la cama.

Billie estaba tan alterada, tan horrorizada con la presencia de Gio Letsos que sintió que los pies se le habían quedado pegados a la alfombra. Lo miró, incapaz de creer que pudiese tener delante al hombre al que había amado, al hombre al que había creído que no volvería a ver. El corazón le latía con tanta fuerza que tuvo que obligarse a tomar aire y se sobresaltó cuando Theo la hizo volver a la realidad tirándole de los pantalones vaqueros para ponerse en pie.

–¿Billie? –la llamó Dee desde la puerta de la cocina–. ¿Quién es? ¿Ocurre algo?

–No, nada –respondió ella, agachándose a tomar a Theo en brazos y mirando a sus sobrinos, que estaban observando a Gio como si fuese un extraterrestre–. ¿Te puedes ocupar de los niños?

La voz le salió ronca y temblorosa y tuvo que hacer un esfuerzo por volver a centrar la atención en Gio mientras Dee tomaba en brazos a Theo y pedía a sus propios hijos que fuesen a la cocina con ella, donde se encerraron los cuatro.

–Te he preguntado qué haces aquí y por qué me has buscado –le recordó Billie a su inesperado visitante.

–¿Vamos a mantener este anhelado encuentro en la puerta? –le preguntó Gio en tono suave.

–¿Y por qué no? –susurró ella, intentando apartar la mirada de su atractivo rostro, recordando la de veces que había pasado los dedos por su grueso pelo moreno–. ¡No tengo por qué dedicarte mi tiempo!

A Gio le desconcertó aquella respuesta de una mujer que, en el pasado, siempre lo había respetado y había hecho todo lo posible por complacerlo.

–Estás siendo muy grosera –le dijo en tono frío.

Billie agarró la puerta con fuerza mientras se preguntaba si solo se mantenía en pie gracias a ella. Gio era un hombre elegante, controlado y dominante, y no podía evitarlo. Aunque él no se diese cuenta, la vida lo había mimado. La gente lo adulaba y hacía todo lo que podía por ganarse su aprobación. Y ella también lo había hecho. Nunca se había enfrentado a él, nunca le había dicho lo que sentía en realidad, siempre le había dado demasiado miedo estropearlo todo y perderlo. Solo una mujer muy ingenua había podido evitar darse cuenta de que sería él quien decidiese dejarla.

Billie se dio cuenta de que la vecina los estaba mirando desde la verja del jardín y que estaba lo suficientemente cerca como para oír la conversación.

–Será mejor que entres.

Gio pasó al minúsculo salón y tuvo cuidado para no pisar los juguetes que había repartidos por todo el suelo. Mientras apagaba la televisión, Billie pensó aturdida que ocupaba todo el espacio disponible. Era tan alto, tan fuerte, y a ella se le había olvidado que su presencia dominaba siempre cualquier habitación en la que estuviese.

–Me has dicho que he sido grosera –le dijo, acercándose a cerrar la puerta.

Le dio la espalda el mayor tiempo posible, preparándose para el explosivo efecto que su carisma tenía en ella. No le gustaba seguir sintiendo que saltaban chispas al estar con él. Gio era tan guapo que casi dolía mirarlo y Billie no había podido evitar recordar.

–Has sido grosera –le dijo él sin dudarlo.

–Tenía derecho. Hace dos años, te casaste con otra mujer –le recordó Billie, mirándolo por encima del hombro.

Le enfadaba que todavía le doliese aquello, pero, por desgracia, la realidad era que había valido para acostarse con él, pero no para ser su esposa.

–¡Ya no tenemos nada que ver!

–Me he divorciado –le dijo Gio entre dientes, porque nada estaba saliendo como había planeado.

Era la primera vez que Billie lo atacaba, jamás se había atrevido a cuestionarlo. Aquella nueva Billie lo había tomado por sorpresa.

–¿Y a mí qué me importa? –replicó ella rápidamente–. Creo recordar que me dijiste que tu matrimonio no era asunto mío.

–Pero tú lo utilizaste como excusa para dejarme.

–¡No necesitaba una excusa! Lo nuestro se terminó cuando tú te casaste. Nunca te dije que iba a seguir…

–¡Eras mi amante!

Billie sintió calor en las mejillas, como si acabase de recibir una bofetada.

–Para ti era eso. Yo estaba contigo porque me había enamorado, no por las joyas, ni la ropa, ni el apartamento de lujo –le explicó, nerviosa, enfadada.

–No tenías por qué haberte marchado. A mi mujer no le importaba que tuviese una amante –insistió Gio en tono impaciente.

Billie sintió ganas de llorar, se odió a sí misma y lo odió todavía más a él. Gio era tan insensible, tan egocéntrico. ¿Cómo había podido quererlo? ¿Y por qué la había buscado él?

–En ocasiones tengo la sensación de que hablas como un extraterrestre –le dijo ella, controlando su ira y su dolor–. En mi mundo, los hombres decentes no se casan con una mujer y continúan acostándose con otra. Para mí no es aceptable, como tampoco lo es que te casases con una mujer a la que no le importe que te acuestes con otra. Me parece deprimente.

–Ahora estoy libre –le recordó Gio, frunciendo el ceño mientras se preguntaba qué le habría pasado a Billie para cambiar tanto.

–No quiero ser grosera, pero me gustaría que te marchases –admitió ella.

–Ni siquiera has escuchado lo que te quiero decir. ¿Qué te pasa? –inquirió Gio.

–No quiero oír lo que me quieres decir. ¿Por qué iba a hacerlo? ¡Hace mucho tiempo que rompimos!

–No rompimos… Tú te marchaste, desapareciste –la contradijo él.

–Gio… me dijiste que tenía que abrir los ojos cuando me informaste de que ibas a casarte, y eso fue exactamente lo que hice… Te obedecí, como hacía siempre –murmuró Billie–. Abrí los ojos y eso significa que ya no quiero escucharte.

–No te reconozco.

–Es normal. Hace dos años que no nos vemos y ya no soy la misma persona –le informó ella, orgullosa.

–Tal vez deberías mirarme a los ojos y repetirme eso –la retó Gio, dándose cuenta de que estaba muy tensa.

Billie se sonrojó, por fin se dio la vuelta y chocó peligrosamente contra su mirada oscura. La primera vez que había visto aquellos ojos Gio había estado enfermo, con fiebre muy alta, pero su mirada había sido igual de fascinante. Ella tragó saliva.

–He cambiado…

–No me convences, moli mou –respondió él, mirándola fijamente y disfrutando de la electricidad que había entre ambos.

Vio cómo Billie se ponía tensa de deseo y no necesitó saber más. Nada había cambiado, sobre todo, la química que había entre ambos.

–Quiero que vuelvas.

Sorprendida, Billie dejó de respirar, pero entonces se dio cuenta de que el matrimonio de Gio había fracasado y que a él no le gustaban los cambios en su vida privada. Así que lo más normal era que se reconciliase con su anterior amante.

–De eso nada –le respondió.

–Yo te sigo deseando, y tú me deseas a mí…

–Tengo una vida nueva y no puedo abandonarla –murmuró Billie–. Lo nuestro… no funcionó…

–Funcionaba estupendamente –la contradijo Gio.

–¿Y tu matrimonio no? –inquirió ella sin poder evitarlo.

Su expresión se volvió indescifrable.

–Dado que estoy divorciado, es evidente que no. Lo que sí funcionaba era lo nuestro… –insistió, agarrándole las manos.

–Depende de cómo definas tú el término funcionar –respondió Billie, notando que le temblaban las manos y que estaba sudando–. Yo no era feliz…

–Siempre estabas contenta –le aseguró Gio.

Ella intentó zafarse, pero no pudo.

–No era feliz –repitió, estremeciéndose al aspirar su característico olor, que ya casi había olvidado–. Por favor, suéltame, Gio. Has perdido el tiempo viniendo aquí.

Él la besó con una urgencia y un anhelo que Billie no había olvidado y que hizo que se estremeciese y que sintiese calor entre las piernas. Entonces oyó llorar a Theo en la cocina y su sentido maternal hizo que volviese a la realidad.

Se apartó de él y lo miró a aquellos ojos que le habían roto el corazón, y entonces le dijo lo que le tenía que decir:

–Por favor, márchate, Gio…

Lo vio subir a la limusina negra desde la ventana, con las uñas clavadas en las palmas de las manos. Casi sin intentarlo, Gio la había roto en dos y le había demostrado que no lo había olvidado por completo. Dejarlo marchar había sido muy difícil y todavía había una parte en ella que deseaba hacerlo volver, pero sabía que no tenía sentido, porque Gio se pondría furioso si se enteraba de que Theo era su hijo.

Billie lo había sabido desde el principio, desde que se había quedado embarazada por accidente y había decidido tener un hijo con un hombre que solo la quería por su cuerpo. Gio jamás la apoyaría ni la comprendería. A las pocas semanas de haber estado con ella, ya le había dicho que, si se quedaba embarazada, él lo consideraría un desastre y se acabaría su relación, así que Billie no podía decir que no se lo había advertido. Al final había decidido que si Gio no se enteraba, no sufriría. Y ella tenía tanto amor que dar que estaba segura de que Theo no echaría de menos tener un padre.

O eso había pensado… hasta que Theo había nacido y ella había empezado a preguntarse si había tomado la decisión correcta. Había habido momentos en los que se había sentido culpable y se había preguntado si no habría sido la mujer más egoísta del mundo por haber decidido tener un hijo que jamás tendría padre, y cómo reaccionaría el niño cuando fuese mayor y se lo contase todo.