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Cuando Mark conoció a Emily Todd, se quedó prendado de ella. Lo mismo le ocurrió a Seth, su hijo de cuatro años, y por eso Mark tuvo que cortar de raíz aquel sentimiento. Emily había sido sincera sobre su diagnóstico y Mark no podía hacer pasar a su hijo por el sufrimiento de otra enfermedad. Mark era el príncipe azul con el que Emily soñaba cuando era niña, pero nunca se había imaginado a sí misma padeciendo una esclerosis múltiple. No quería convertirse en una carga para nadie ni hacer daño al vulnerable hijo de Mark, así que estaba decidida a olvidarse de ellos. ¿Podrían dos adultos aprender una lección de amor de un niño de cuatro años?
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Seitenzahl: 250
Veröffentlichungsjahr: 2014
Editado por Harlequin Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Laura Bradford
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
El sueño de mi vida, n.º 28 - octubre 2014
Título original: Storybook Dad
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-5567-0
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Epílogo
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EMILY Todd fijó la mirada en el castillo plateado y en la princesa de ojos azules que permanecía ante su puerta sintiendo cómo se le iba haciendo un nudo en la garganta. ¡Qué no daría ella por poder dar marcha atrás en el tiempo y regresar a aquella época en la que planificar el futuro era tan fácil como agarrar otra cera de un flamante estuche de sesenta y cuatro colores!
Por aquel entonces, con la ayuda de un marrón intenso, había sido capaz de montar en el caballo perfecto bajo un follaje de hojas otoñales. Una mezcla de azul con un gris natural había plasmado las tonalidades de un río enfurecido con el criterio incuestionable de una futura practicante del descenso de rápidos, mientras que con el verde selva, había respirado la vida de los bosques que la niña del dibujo recorría con una brújula de tamaño un poco exagerado. ¿Y el color estanque rocoso? ¿Qué decir de aquella curiosa mezcla de marrón, azul y gris? De ese color era la montaña que había pintado con trazo intenso, una montaña majestuosa y sobrecogedora al mismo tiempo.
Era difícil contemplar los dibujos enmarcados de la pared que había tras su escritorio y no dejarse impresionar por la intensidad de los dibujos que ella misma había elaborado cuando proyectaba su vida con ceras de colores. No entendía por qué no había terminado aburriéndose de pintar sus sueños después del cuarto dibujo. Y tampoco cómo era posible que el cabello color chocolate y los ojos azul mar continuaran siendo el ideal para aquel príncipe azul que nunca se había materializado.
Sacudiendo la cabeza, Emily guardó el castillo que había dibujado décadas atrás en una carpeta que empujó por la superficie del escritorio para tendérsela a su mejor amiga.
–Mira, ya sé lo que estás intentando hacer, Kate, pero para mí esto ya no significa nada. Solo es un dibujo. Un dibujo estúpido y ridículo. ¿Qué tipo de hoy en día cruza una puerta con una mujer en brazos, a no ser que la mujer en cuestión sea una inválida y no pueda hacerlo por sí misma?
Pensó en sus propias palabras, comparándolas con la pesadilla que la había sacado de la cama antes del amanecer. Era una pesadilla que llevaba quitándole el sueño varias semanas.
–Umm, ahora que lo pienso, debería haber pasado las tardes de los sábados poniendo un quiosco para adivinar el futuro, en vez de uno de esos de limonada que solíamos poner de pequeñas, ¿eh? Creo que tengo un auténtico talento para predecir el futuro.
Ignorando el evidente sarcasmo de Emily, Kate Jennings señaló los dibujos enmarcados.
–Tú misma enmarcaste esos dibujos, ¿no? ¿Entonces, cuál es la diferencia?
Emily miró por encima del hombro, comparándose mentalmente con la niña que había en cada uno de aquellos cuatro dibujos. Continuaba teniendo el pelo rubio, aunque en aquel momento lo llevaba corto en vez de con los largos tirabuzones que prefería de niña. Sus enormes ojos castaños no habían cambiado en absoluto, aunque ya no brillaban tanto como entonces. Y las pecas, notablemente ausentes en los dibujos, continuaban donde siempre habían estado, salpicando el puente de su nariz.
–Se me ocurre una gran diferencia, Kate. Los sueños representados en esos dibujos se han cumplido. Y ese –señaló la carpeta–, no.
–¿Y qué? Los dibujaste todos al mismo tiempo.
–¿Tú crees que una médica enmarcaría un ensayo en el que hubiera fracasado y lo colgaría al lado de su diploma universitario? ¿Crees que una arquitecta querría mostrar sus primeros planos, aquellos en los que olvidó colocar los cimientos que mantendrían la estructura? –al ver que Kate fruncía el ceño, Emily continuó–. Creo que es genial que encontraras todos esos dibujos después de tanto tiempo, de verdad. Por eso enmarqué los cuatro. Pero no puedes esperar que esté dispuesta a ensalzar un sueño que no se ha cumplido colgándolo al lado de esos otros que consiguieron convertirse en realidad, ¿no te parece?
Sin esperar respuesta, Emily se levantó.
–Ahora tengo que volver al trabajo. Dentro de cinco minutos tengo una clase de orientación –cruzó el despacho y se detuvo en la puerta–. Pero el viernes nos veremos en la barbacoa, ¿verdad?
–Por supuesto –Kate agarró la carpeta y el bolso y se detuvo con Emily en la puerta–. Se supone que no hará mucho calor, así que supongo que estarás…
–Estaré perfectamente haga la temperatura que haga –contestó bruscamente, pero al darse cuenta del tono que había empleado, suavizó el tono–. El diagnóstico no va a machacarme, Kate, y tú lo sabes. He hecho todo lo que había dicho que iba a hacer, e incluso más.
–Si eso fuera cierto –Kate blandió la carpeta–, este dibujo debería estar enmarcado igual que todos los demás.
–¿Te importaría darme una tregua, por favor? No pienso colgar mis fracasos en una pared. Me parecería hasta morboso.
–Y lo comprendo –Kate se colocó la carpeta bajo el brazo–. Pero lo de montar a caballo, hacer rápidos y todo lo demás, se hizo realidad porque te propusiste que así fuera. Vamos, Emily, ¿cuánta gente conocemos de nuestra promoción que haya sido capaz de montar una empresa de la que se habla en cientos de kilómetros a la redonda? No se me ocurre una sola. ¿Y eso por qué ha sido? Porque hace mucho tiempo decidiste que era eso lo que querías. ¿Por qué no puedes hacer lo mismo a la hora de encontrar al hombre de tu vida?
–Porque he cambiado –susurró.
Kate alargó la mano para apartar un mechón de pelo del rostro de su amiga.
–¿Has considerado alguna vez la posibilidad de que todas esas cosas se hicieron realidad porque te lo propusiste en ese momento?
Emily cerró los ojos. El miedo que había acompañado el diagnóstico del médico amenazaba con volver a envolverla. No, se negaba a pasar por ello otra vez. Sobre todo cuando estaba a punto de dar una clase.
Abrió los ojos, le dio un abrazo a Kate y la empujó suavemente para que cruzara la puerta mientras decía con una voz que se debatía entre la determinación y la frustración:
–Era y soy capaz de hacerlas, Kate. Eso no va a cambiar, ya lo verás.
–Pero si te pararas durante el tiempo suficiente a conocer a alguien, podrías…
–Por favor, tengo que irme. Te veré el viernes por la noche.
Sin esperar respuesta, Emily se dirigió al aula que había al final del pasillo. Su amiga estaba equivocada. Las escenas que aparecían en los dibujos enmarcados se habían hecho realidad porque dependían de ella. El dibujo del príncipe azul que le había devuelto a Kate solo era una fantasía nacida en una época en la que era felizmente ajena al significado de palabras como «discapacidad» o «carga».
Pero la vida la había hecho más sabia.
Cuadró los hombros, abrió la puerta de par en par, entró y se enfrentó a los cinco pares de ojos que esperaban su llegada con la misma determinación que había guiado su propia vida.
–Bienvenidos a Bucket List 101. Me llamo Emily Todd y estoy aquí para ayudaros a hacer realidad vuestro sueño de aprender a orientaros en un bosque con solo una brújula y unas cuantas coordenadas. Como probablemente ya sabéis por la descripción del curso que os ha traído hasta aquí, pasaremos la primera hora de clase aprendiendo a utilizar la brújula y los mapas. Después, nos acercaremos al bosque a divertirnos un rato.
En la parte izquierda de la mesa de reuniones había un trío de jubilados pendiente de cada una de sus palabras. A la derecha, estaban la madre y la hija que se habían apuntado con la ilusión de hacer juntas algo verdaderamente digno de recordar.
–Parece que tenemos un gran grupo.
–Y espero que eso no cambie con mi presencia.
Emily giró y al ver al hombre que esperaba en el marco de la puerta con el documento de inscripción en la mano, se quedó completamente paralizada y el corazón comenzó a latirle violentamente en el pecho.
–Me llamo Mark Reynolds. Su ayudante me ha dicho que si me daba prisa, todavía podía entrar en clase.
Emily sabía que debería decir algo. Pero, por un instante, perdió por completo la capacidad de articular palabra. Jamás había visto a un hombre como Mark Reynolds, por lo menos, fuera de los confines de su imaginación. Y aun así, la versión en carne y hueso era mucho más alta que la que había recreado en su imaginación. En cualquier caso, el pelo era el epítome del marrón chocolate con leche y sus ojos eran idénticos al azul del mar.
Pero fueron sus brazos, unos brazos perfectamente capaces de levantar a una mujer y cruzar con ella la puerta de un castillo, los que hicieron volver a Emily a la dura realidad en la que ya no había lugar para aquellos sueños absurdos.
–¿Llego demasiado tarde? –preguntó Mark.
Emily soltó lentamente el aire que inconscientemente había estado conteniendo.
–Nunca es demasiado tarde, señor Reynolds. Al menos, para aprender.
Mark se rezagó ligeramente mientras se dirigían al aparcamiento, pensando mucho más en Emily Todd que en todo lo que había aprendido aquella mañana. Durante las primeras horas, habían estado sentados alrededor de la mesa y Emily les había enseñado a usar la brújula para encontrar una serie de coordenadas. Él había intentado escuchar educadamente las preguntas de sus compañeros de clase y concentrarse en las respuestas, pero al final, de lo único que estaba seguro era de que su profesora era preciosa.
Emily Todd parecía salida directamente de las páginas de uno de sus cuentos de hadas favoritos con aquel pelo rubio, la nariz ligeramente hacia arriba y esos enormes ojos castaños. Pero a diferencia de lo que ocurría con aquellas criaturas que volaban en la oscuridad esparciendo polvos de estrella, aquella mujer parecía tener los pies bien arraigados a la tierra y mostraba una confianza y una seguridad que no eran en absoluto infantiles.
Mark admiraba la determinación que la había llevado a montar una empresa como Bucket List 101. Hacían falta muchas agallas, y, a juzgar por las numerosas actividades al aire libre que ofrecían, estar también en muy buenas condiciones físicas, algo que atestiguaban las piernas bien tonificadas de Emily y su cuerpo fibroso.
–¿Le ha gustado la clase, señor Reynolds?
Mark se volvió hacia la joven ayudante de Emily.
–Sí, me lo he pasado muy bien, Trish. Me ha encantado pasar las últimas dos horas en el bosque.
–Esta es una de mis clases favoritas –Trish señaló con la tablilla hacia Emily, que justo en aquel momento estaba desapareciendo en el interior del bosque con una mochila–. Todas las veces pienso que la clase ha sido la mejor, pero Emily siempre consigue superarse en la siguiente. Si viene en enero, podrá repetir la misma clase con esquís.
–¿Con esquís?
–Es increíble, ¿verdad?
Sin esperar respuesta, Trish cruzó el aparcamiento y miró de nuevo hacia Mark.
–Si le interesa, mañana por la mañana estaré en la oficina. Podemos matricularle incluso antes de haber publicitado los programas de otoño e invierno.
–Gracias, Trish, parece divertido.
Sobre todo porque eso supondría pasar más tiempo con Emily Todd.
–¿No cree que debería devolverle eso a Emily antes de volver a su casa? –le preguntó alguien a Mark.
Mark desvió la mirada de Trish para volverse hacia uno de los jubilados que había estado haciendo reír a todo el grupo con sus constantes bromas durante las tres horas que había durado el curso.
–¿Eh?
El hombre señaló la brújula que Mark tenía en la mano.
–Todavía lleva la brújula encima. Se supone que había que dejarla en la barandilla del porche cuando hemos salido del bosque.
–¡Es verdad! Tiene razón. Voy a intentar alcanzar a Trish. No quiero que Emily piense que le he robado parte del equipo.
–Si yo estuviera en su lugar, pasaría de Trish e iría a buscar directamente a Emily. Así tendrá una excusa para mirarla durante otro par de minutos.
Mark se pasó la mano por el pelo y suspiró.
–No, me temo que las cosas no son tan fáciles. Tengo un niño en casa y no estoy aquí para…
–Es preciosa. Y una mujer valiente –el hombre avanzó unos pasos y se detuvo–. Además, no llevaba alianza.
Mark bajó la mirada hacia la mano en la que llevaba la brújula y se le hizo un nudo en la garganta al ver vacío el dedo en el que meses atrás llevaba él la alianza. ¿Qué demonios estaba haciendo? Había decidido hacer aquel curso para tomarse un respiro, no para buscar pareja. Era demasiado pronto. Seth necesitaba toda su atención.
Aun así, comenzó a retroceder para tomar el camino por el que Emily acababa de desaparecer. Paso a paso, fue adentrándose en el bosque y descubrió que la emoción que había sentido durante la clase resurgía.
Fue como si la luz del sol que se filtraba a través del denso follaje estuviera reavivando aquella parte de su espíritu que parecía haber desaparecido junto a todo el respeto que alguna vez había tenido por sí mismo tras la muerte de Sally.
Mark se subió a un tronco partido y miró a su alrededor. El corazón comenzó a latirle violentamente en el pecho cuando vio que Emily se dirigía hacia él con la mochila colgada al hombro y una libreta y un lápiz en la mano.
–¿Emily? He visto que volvías al bosque, ¿ha habido algún problema?
Emily se detuvo a medio paso y lo miró con extrañeza.
–No, solo estaba buscando unas cuantas coordenadas para la próxima vez. ¿Se ha olvidado algo, señor Reynolds?
–No, yo… –bajó la mirada y vio la brújula que sostenía con fuerza en la mano–. En realidad, sí. Me he olvidado de devolverte la brújula. Para cuando he querido darme cuenta, Trish ya había recogido todas las demás y no quería dejarla sola en el porche.
La sonrisa que tan cautivadora le había parecido durante toda la tarde, regresó.
–Uno se acostumbra a llevarla en la mano, ¿eh? No se preocupe, me he descubierto conduciendo a casa con una brújula en la mano después de una salida. Eso solo significa que comienza a resultarle algo natural.
Mark se metió la brújula en el bolsillo del pantalón y miró hacia el bosque, asintiendo.
–Me parece increíble lo bien que me lo he pasado aquí, jugando…
La risa de Emily los envolvió.
–¡Bienvenido a mi trabajo! Me dedico a jugar, y ayudar a otros a jugar, durante todo el día.
–Eso es como estar en el paraíso.
–¿De verdad? La última vez que lo comprobé, estábamos en medio de Winoka, Wisconsin –bromeó, antes de instarle a seguirla entre los árboles–. ¿Le importa que le pregunte qué le ha decidido a hacer este curso, señor Reynolds?
Mark consideró la mejor manera de responder. Si era demasiado sincero, el alivio que había experimentado al escapar de su propia realidad desaparecería. Si no respondía, parecería grosero. Así que optó por la que le pareció la respuesta más segura.
–En primer lugar, puedes llamarme Mark. Cuando me llamas señor Reynolds, me haces sentirme como si estuvieras hablando con alguien mucho mayor. Y en cuanto a la razón por la que estoy hoy aquí, supongo que podría decirse que estoy buscando algo que me ayude a mantenerme a flote.
–Parece una buena razón.
Salieron del bosque y cruzaron el claro que conducía hacia al antiguo establo que se había convertido en las oficinas de Bucket List 101. Cuando llegaron a la puerta, Mark intentó pensar en algo que decir, algo que le permitiera pasar unos minutos más cerca de Emily, pero no se le ocurrió nada.
–Bueno, gracias por el día de hoy. Ha sido realmente magnífico.
–Me alegro de que haya disfrutado, señor Reynolds.
–Mark –le recordó con amabilidad.
Emily asintió, él dio media vuelta y se dirigió hacia su coche. Al oír cómo se cerraba la puerta de la oficina, le resultó más fácil volver a respirar. No era capaz de recordar a una mujer que le hubiera afectado tanto como Emily.
Excepto, por supuesto, Sally, y en su caso, por razones muy diferentes.
Cuando llegó al coche, se metió la mano en el bolsillo para buscar las llaves y se quedó helado.
–¡Oh, no! –sacó la brújula–. ¡Qué tonto soy!
Sacudiendo la cabeza, retrocedió sobre sus pasos y entró en las instalaciones de la empresa. Sus pies le condujeron a lo largo del pasillo, guiados por el sonido de la música y la luz que salía por la rendija de una puerta entreabierta.
Llamó y oyó decir a Emily:
–¡Adelante!
Mark empujó la puerta, asomó la cabeza y encontró a Emily inclinada sobre el escritorio, revisando atentamente un catálogo sobre actividades al aire libre.
–Siento molestar, pero después de seguirte hasta el interior del bosque, he vuelto a quedarme con la brújula. Soy un caso, lo sé.
La risa de Emily pareció rebotar contra las paredes del despacho y puso el cuerpo entero de Mark en tensión.
–Teniendo en cuenta que me la has enseñado y yo no la he guardado, creo que no eres tú el único despistado. Pero no te preocupes, creo que la locura pasajera forma parte del curso. Me temo que pasar dos horas caminando por el bosque a ese ritmo termina afectando al cerebro.
Mark entró en el despacho y se apoyó contra la pared. La sinceridad y la autenticidad de Emily parecían conectar con él a un nivel inesperado.
–¿Nunca te cansas de correr de esa manera?
El brillo de los ojos de Emily languideció.
–No, nunca.
–Vaya.
A pesar de sus buenas intenciones, Mark se descubrió a sí mismo mirando a su alrededor, buscando cualquier excusa para pasar más tiempo con ella. Era como si al estar allí, hablando con Emily, pudiera olvidar lo inolvidable. Señaló los dibujos que había en la pared.
–Parece que tienes entre manos a un artista en ciernes.
Volvió el brillo a la mirada de Emily.
–No, era solo una soñadora que tiene una amiga muy sentimental.
–No te entiendo.
Emily sonrió.
–Hice esos dibujos cuando tenía diez años. Kate, mi amiga, que es sentimental, los descubrió en un baúl hace unas cuantas semanas y sintió la necesidad de compartirlos.
–¿Y eres tú la que apareces en todos esos dibujos?
–Sí, aunque me faltan las pecas, por supuesto. Cuando tenía diez años, odiaba mis pecas.
–Pues no deberías –señaló el primer dibujo–. ¿Una excursión a caballo?
–Esas empiezan en primavera.
Mark dio un paso hacia la derecha y miró el siguiente dibujo.
–Bonitos rápidos.
La risa de Emily le hizo estremecerse.
–Si metiera a mis clientes en rápidos como esos sin casco, me quitarían los permisos.
–Eso son licencias artísticas –rio con ella y se fijó en el tercer dibujo–. Algo me dice que yo no tenía un aspecto tan confiado en el bosque cuando intentaba guiarme con la brújula.
–Lo has hecho muy bien –Emily giró ligeramente la silla para mirarlo con atención–. Todo el mundo lo ha hecho muy bien.
Consciente de su mirada, Mark señaló el último dibujo.
–Siempre he querido escalar.
–¿Y por qué no lo has hecho?
–Supongo que lo fui postergando y al final, no encontré el momento de hacerlo.
–¿Y ahora?
–Soy más sensato –se aclaró la garganta, intentando disipar su repentina brusquedad–. A mí me parece que la soñadora que pintó esos dibujos tuvo un gran porcentaje de aciertos.
El silencio de Emily le hizo volverse justo a tiempo de verla forzar una sonrisa.
–Teniendo en cuenta que mi amiga tenía un quinto dibujo que he preferido no colgar, me temo que el éxito no ha sido completo.
–¿Ah, no? ¿Y qué ha sido del quinto sueño?
–Como tú mismo has dicho, ahora soy más sensata.
Sin saber qué decir, Mark hundió las manos en los bolsillos y volvió a apoyarse contra la pared.
–Bueno, cuatro de cinco no está nada mal. Cuando yo tenía diez años, en lo único que pensaba era en ser luchador y en intentar besar a la pelirroja que se sentaba detrás de mí en clase de matemáticas.
–¿Y qué tal te fue?
–Conseguí uno de dos objetivos.
Emily se echó a reír.
–¿Entonces eres luchador?
–No, contable.
–Así que aquella pelirroja inspiró tu carrera profesional.
–A lo que me ayudó fue a acostumbrarme a no dejar las cosas para el día siguiente.
–¿Y ahora no necesitas trabajo? –Emily arqueó las cejas–. Porque con ese lema, no nos vendrías mal como representante de la empresa.
–No, no necesito trabajo –consciente de la rapidez a la que comenzaba a desaparecer su buen humor, Mark se apartó de la pared–. Será mejor que me vaya. Tengo que preparar la cena.
Se dirigió hacia la puerta y se detuvo al ver algo en el suelo.
–¡Eh! Se te ha caído algo.
Se agachó y recogió de la alfombra un folleto que había al lado de la papelera. Lo giró y le sorprendió ver que era un folleto informativo sobre la esclerosis múltiple.
–¿Conoces a alguien que tenga esclerosis múltiple?
Al no obtener respuesta, buscó en el bolsillo trasero del pantalón y sacó una tarjeta.
–Trabajo como voluntario en una organización que se llama Personas que Ayudan a Personas. Ayudamos a gente con discapacidades construyendo rampas, instalando barras en los baños, equipando automóviles y haciendo cualquier cosa que pueda facilitarles el día a día.
Colocó la tarjeta encima del folleto y le tendió ambos a Emily. Como no respondía, volvió a ofrecérselos, pero ella permanecía con los brazos sobre el escritorio, como si se le hubieran pegado a la superficie. Y en el instante en el que miró el folleto y la tarjeta como si fueran un veneno peligroso, Mark comprendió el motivo de su silencio.
Lo comprendió porque él había estado en su situación. Había amado a alguien que también estaba enfermo. Conocía ese miedo. Y la necesidad de negar la enfermedad que acompañaba a aquella amarga experiencia.
Se inclinó sobre el escritorio y dejó el folleto en la mesa, con el corazón desgarrado por aquella mujer que le había permitido liberarse del dolor durante tres gloriosas horas.
–Entiendo por lo que estás pasando, Emily, de verdad. Pero por favor, quédate con esto y entrégaselo a quienquiera que conozcas que tiene la enfermedad. Lo único que vas a conseguir negando la enfermedad va a ser sufrir y hacer sufrir a esa persona, créeme.
Y entonces, sin ser consciente de lo que estaba haciendo, le apretó cariñosamente el hombro. El calor de aquella piel bajo su mano permaneció en sus pensamientos mucho después de haber perdido de vista las instalaciones de Bucket List 101 por el espejo retrovisor.
EMILY dejó la pala en la orilla, salió del kayak y lo dejó sobre la arena. La satisfactoria tirantez de los brazos le provocó un bienvenido alivio. Por más que había intentado concentrarse en el trabajo durante el resto del día, las imágenes que las palabras de Mark habían conjurado afloraban una y otra vez a la superficie, minando sus convicciones. Intentaba resistirse, por supuesto, pero las dudas reaparecían constantemente.
Cuando había estado presentando el curso de escalada, había intentando imaginarse subiendo un cortado en silla de ruedas. Cuando había atendido una llamada de una persona interesada en el descenso de rápidos, se había imaginado a sí misma equilibrando la balsa con un bastón. Y cuando se había descubierto encerrada en el despacho y considerando la posibilidad de hundirse en la autocompasión, había comprendido que tenía que hacer algo rápidamente.
Dos horas después, volvía a sentirse de nuevo ella misma y estaba dispuesta a enfrentarse a cualquier cosa que se cruzara en su camino. Alzó los brazos, se estiró y a sus labios asomó una sonrisa al ver a la criatura que estaba jugando con la arena a varios metros de distancia. Se acercó con curiosidad para ver lo que estaba haciendo.
–Qué castillo tan bonito –le dijo.
El niño alzó hacia ella la mirada y sonrió. El azul penetrante de sus ojos le robó por un momento la respiración.
–Gracias, señora.
–Me gustan mucho esas torres de las esquinas.
El niño sonrió mientras dejaba la pala para hacer que Emily se fijara en la torre.
–¿Ha visto esa? Esa es la habitación de la princesa. Es una princesa muy guapa. Y esa –señaló hacia la derecha–, si yo viviera allí, esa sería mi habitación.
Emily se sentó al lado del niño, tomó un palito del suelo y le colocó una hoja en la parte superior. Cuando terminó, lo giró entre sus dedos.
–Cuando era pequeña, yo también soñaba con vivir en un castillo. Pero en el mío, en vez de una princesa, había un príncipe muy guapo que me levantaba en brazos todas las mañanas y me daba un paseo por todo el castillo.
–¡Qué gracioso! –dijo el pequeño.
–Sí, ahora parece gracioso, pero entonces me parecía muy románico –sacudió la cabeza para liberarse de las imágenes que amenazaban con arruinar la inocencia del momento y colocó su improvisada bandera en la arena–. No te preocupes, ahora ya no quiero que nadie me lleve en brazos.
El niño señaló con la barbilla la bandera.
–Quedaría bien en mi castillo, ¿verdad?
Emily sacó la banderita de la arena y se la tendió.
–Que mi sueño fuera tonto, no significa que tú no puedas compartir el castillo con tu princesa algún día. De hecho, espero que lo hagas. Los sueños que se hacen realidad son muy especiales.
En cuanto colocó la bandera tal y como quería, el niño asintió.
–En el bosque que hay detrás de casa de abu, me encontré una cabaña en un árbol. Me gusta subir solo la escalera y soñar con los ojos abiertos. Así los sueños no me dan miedo como cuando estoy en mi cama.
Emily lo miró con atención e imaginó que debía de tener unos cuatro o cinco años. Era demasiado pequeño para estar solo en la playa.
–¿Y en qué sueñas cuando estás solo en esa cabaña? –le preguntó Emily antes de mirar hacia la orilla con los ojos entrecerrados.
–En sonrisas. En montones y montones de sonrisas.
–¿En sonrisas? –le preguntó Emily con extrañeza.
–En sonrisas felices. Como las que teníamos mi padre y yo antes de que mi madre se pusiera enferma y se fuera al Cielo. Yo quiero que volvamos a sonreír así algún día.
–Ese es un sueño muy especial –susurró Emily.
–Sí –el niño se levantó, estudió el castillo en silencio y lo catalogó como un éxito, aplaudiendo con sus manitas–. ¡Es el mejor castillo del mundo!
–¿No crees que eres demasiado pequeño para estar solo en la playa?
–No estoy solo. Estoy con mi papá –señaló hacia un hombre que estaba pescando en las rocas que se adentraban en el lago a unos veinte metros de distancia.
–¿Lo ves? Está ahí, pescando.
Con la mano a modo de visera para protegerse de los últimos rayos del sol, Emily forzó la vista y distinguió a un hombre alto, de hombros anchos y de pelo castaño, vestido con una camiseta gris y unos pantalones cortos.
No, no podía ser.
–¿Ese hombre es tu padre?
–Sí –Seth se sentó en cuclillas y comenzó a escribir con el dedo en la arena–. Mi padre es tan listo que me ha enseñado a escribir mi nombre. ¿Lo ves?
–¿Te llamas Seth?
–Sí –sonrió de oreja a oreja.
Los ojos de color azul del mar.
Emily desvió la mirada de Seth hacia el hombre otra vez y encontró la confirmación que buscaba. Pero aun así, preguntó:
–¿Sabes cómo te apellidas, Seth?
–Claro que lo sé, pero todavía no sé escribirlo. Es muy largo y muy difícil. Sobre todo la primera letra. La abu dice que lo que tengo que hacer es fingir que el círculo de arriba cambia de opinión y vuelve a bajar.
Emily se sentó al lado del niño y comenzó a trazar en la arena la letra que estaba describiendo Seth.
–¿Es esta?
–Sí –se levantó de un salto–. Es la erre de Reynolds.
Mark fue soltando el carrete lentamente, esperando que aquel ligero movimiento bastara para atrapar la atención de al menos un ejemplar de toda la población de peces que habitaba el lago Winoka, para tener así al menos en lo que pensar, además de en Emily Todd.
Desde el momento en el que había dejado Bucket List 101, sus pensamientos no habían dejado de volver una y otra vez a aquella mujer tan atractiva, lo que le había valido más de una mirada de curiosidad por parte de Seth a lo largo de toda la tarde. Mark comprendía el miedo de Emily, su necesidad de fingir que la persona a la que quería no estaba enferma. Había pasado por eso, había hecho lo mismo durante todo el año que había precedido a la muerte de Sally.