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En esta divertida comedia, de la mano de Puck, el pícaro duendecillo, vemos cómo el amor se convierte en magia. ¡Si hasta el rocío de la mañana parece mágico!Aunque sea una comedia, no creáis que está tan lejos de la realidad. En esta obra, la persecución del amor parece convertirnos en seres tontos e irracionales. ¿Lo creéis así, o no? Es como si Shakespeare quisiera darnos a entender que el amor es una carrera de obstáculos, que a todos nos enloquece un poco.El amor es difícil; como dice Lisandro, "el curso del amor nunca fue fácil."En la comedia los sueños aparecen ligados a lo extraño, a lo mágico y lo irreal, que sin embargo de alguna manera están siempre presentes en nuestra vida, ¿o no?En Sonolibro, y partiendo del respeto debido a Shakespeare, nos hemos permitido adaptar varias de sus obras más conocidas. Nuestra intención ha sido despertar el interés de aquellas personas que, por una razón u otra, todavía no se han acercado a la riqueza inagotable que es su obra. -
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Seitenzahl: 87
Veröffentlichungsjahr: 2020
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William Shakespeare
Luis Astrana Marín
Saga
El sueño de una noche de veranoTranslated by Luis Astrana Marín Original titleA Midsummer Night's DreamCopyright © 1600, 2019 William Shakespeare and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726355116
1. e-book edition, 2019
Format: EPUB 2.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
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Biblioteca digital abierta
Atenas. Cuarto en el palacio de Teseo.
Entran TESEO, HIPÓLITA, FILÓSTRATO y acompañamiento.
TESEO.—No está lejos, hermosa Hipólita, la hora de nuestras nupcias, y dentro de cuatro felices días principará la luna nueva; pero ¡ah!, ¡con cuánta lentitud se desvance la anterior! Provoca mi impaciencia como una suegra o una tía que no acaba de morirse nunca y va consumiendo las rentas del heredero.
HIPÓLITA.—Pronto declinarán cuatro días en cuatro noches, y cuatro noches harán pasar rápidamente en sueños el tiempo; y entonces la luna, que parece en el cielo un arco encorvado, verá la noche de nuestras solemnidades.
TESEO.—Ve, Filóstrato, a poner en movimiento la juventud ateniense y prepararla para las diversiones: despierta el espíritu vivaz y oportuno de la alegría y quede la tristeza relegada a los funerales. Esa pálida compañera no conviene a nuestras fiestas.
(Sale FILÓSTRATO.)
Hipólita , gané tu corazón con mi espada, causándote sufrimientos; pero me desposaré contigo de otra manera: en la pompa, el triunfo y los placeres.
(Entran EGEO, HERMIA, LISANDRO y DEMETRIO.)
EGEO.—¡Felicidades a nuestro afamado duque Teseo!
TESEO.—Gracias, buen Egeo ¿Qué nuevas traes?
EGEO.—Lleno de pesadumbre vengo, a quejarme contra mi hija Hermia. Avanzad, Demetrio. Noble señor, este hombre había consentido en casarse con ella... Avanzad Lisandro. Pero éste, bondadoso duque, ha seducido el corazón de mi hija. Tú, Lisandro, tú le has dado rimas y cambiado con ella presentes amorosos; has cantado a su ventana en las noches de la luna con engañosa voz versos de fingido afecto, y has fascinado las impresiones de su imaginación con brazaletes de tus cabellos, anillos, adornos, fruslerías, ramilletes, dulces y bagatelas, mensajeros que las más veces prevalecen sobre la inexperta juventud; has extraviado astutamente el corazón de mi hija y convertido la obediencia que me debe en ruda obstinación. Así, mi benévolo duque, si aquí en presencia de vuestra alteza no consiente en casarse con Demetrio, reclamo el antiguo privilegio de Atenas: siendo mía, puedo disponer de ella, y la destino a ser esposa de este caballero o morir según la ley establecida para este caso.
TESEO.—¿Qué decís, Hermia? Tomad consejo, hermosa doncella. Vuestro padre debe ser a vuestros ojos como un dios. Él es autor de vuestras bellezas, sois como una forma de cera modelada por él, y tiene el poder de conservar o borrar la figura. Demetrio es un digno caballero.
HERMIA.—También lo es Lisandro.
TESEO.—Lo es en sí mismo; pero faltándole en esta coyuntura el favor de vuestro padre, hay que considerar como más digno el otro.
HERMIA.—Desearía solamente que mi padre pudiese mirar con mis ojos.
TESEO.—Más bien vuestro discernimiento debería mirar con los ojos de vuestro padre.
HERMIA.—Que vuestra alteza me perdone. No sé qué poder me inspira audacia, ni como podrá convenir a mi modestia el abogar por mis sentimientos en presencia de tan augusta persona; pero suplico a vuestra alteza que se digne decirme cual es el mayor castigo en este caso si rehúso casarme con Demetrio.
TESEO.—O perder la vida o renunciar para siempre a la sociedad de los hombres . Consultad pues, hermosa Hermia, vuestro corazón, daos cuenta de vuestra tierna edad, examinad bien vuestra índole para saber si en el caso de resistir a la voluntad de vuestro padre podréis soportar la librea de una vestal, ser para siempre aprisionada en el sombrio claustro, pasar toda la vida en estéril fraternidad entonando cánticos desmayados a la fría y árida luna. Tres veces benditas aquellas que pueden dominar su sangre y sobrellevar esta casta peregrinación; pero en la dicha terrena más vale la rosa arrancada del tallo que la que marchitándose sobre la espina virgen crece, vive y muere solitaria.
HERMIA.—Así quiero crecer, señor, y vivir y morir, antes que sacrificar mi virginidad a un yugo que mi alma rechaza y al cual no puedo someterme.
TESEO.—Tomad tiempo para reflexionar; y por la luna nueva, día en que se ha de sellar el vínculo de eterna compañía entre mi amada y yo, preparaos a morir por desobediencia a vuestro padre, o a desposaros con Demetrio, o a abrazar para siempre en el altar de Diana la vida solitaria y austera.
DEMETRIO.—Cede, dulce Hermia. Y tú, Lisandro, renuncia a tu loca pretensión ante la evidencia de mi derecho.
LISANDRO.—Demetrio, tenéis el amor de su padre. Dejadme el de Hermia. Casaos con él.
EGEO.—Desdeñoso Lisandro, es verdad que tiene mi amor y por eso le doy lo que es mío. Ella es mía, y cedo a Demetrio todo mi poder sobre ella.
LISANDRO.—Señor, tan bien nacido soy como él y mi posición es igual a la suya; pero mi amor le aventaja. Mi fortuna es en todos los casos considerada tan alta, si no más, que la de Demetrio. Y lo que vale más que todas estas ostentaciones, soy el amado de la hermosa Hermia. ¿Por qué, pues, no habría yo de sostener mi derecho? Demetrio, lo digo en su presencia, cortejó a Elena, la hija de Nedar, y conquistó su corazón; y ella, pobre señora, ama entrañablemente, ama con idolatría a este hombre inconstante y desleal.
TESEO.—Confieso haber oído referir esto mismo y me proponía a hablar sobre ello con Demetrio; pero agobiado por innumerables negocios, perdí de vista aquel intento. Sin embargo, venid, Egeo y Demetrio; debo comunicaros algunas instrucciones. Y en cuanto a vos, bella Hermia, haced el ánimo de acomodaros a la voluntad de vuestro padre; o, si no, a sufrir la ley de Atenas, que en manera alguna podemos atenuar, la cual os condena a la muerte o al voto de vida célibe. Ven, Hipólita mía, ¿qué regocijo idearemos, amor mío? Venid también Egeo y Demetrio; tengo que emplearos en lo relativo a mis nupcias y conferenciar con vosotros acerca de algo que de un modo más inmediato os concierne.
EGEO.—Por deber y por afecto os seguimos.
(Salen TESEO, HIPÓLITA, EGEO, DEMETRIO y el séquito.)
LISANDRO.—¿Y bien, amor mío? ¿Por qué palidecen tanto tus mejillas? ¿Cómo es que sus rosas se decoloran tan pronto?
HERMIA.—Parece que por falta de lluvia; si bien podría yo regarlas de sobra con la tormenta de mis ojos.
LISANDRO.—¡Ay de mí! Cuanto llegué a leer o a escuhcar, ya fuese de historia o de romance, muestra que jamás el camino del verdadero amor se vio exento de borrascas. Unas veces nacen los obstáculos de la diversidad de las condiciones.
HERMIA.—¡Oh manantial de contradicciones y desgracias, el amor que sujeta al príncipe a los pies de la humilde pastora!
LISANDRO.—Otras veces está la desproporción en los años.
HERMIA.—Triste espectáculo ver el otoño unido a la primavera.
LISANDRO.—Otras, en fin, forzaron a la elección las ciegas cábalas de amigos imprudentes.
HERMIA.—¡Oh infierno! ¡Elegir amor por los ojos de otro!
LISANDRO.—O si cabía afecto en la elección, la guerra, la enfermedad, la muerte la asediaron; haciendo que el goce fuese momentáneo como el sonido, rápido como la sombra, breve como un corto sueño y fugaz como el relámpago que en la oscuridad de la noche ilumina cielo y tierra, y antes que el hombre tenga tiempo de decir «¡mira!», se ha perdido ya en el seno de las tinieblas: tan pronto las cosas brillantes se abisman en las sombras de la confusión.
HERMIA.—Pues si los verdaderos amantes siempre fueron contrariados, ha de ser por decreto del destino. Armémonos, pues, de paciencia en nuestra prueba, ya que ésta no es sino una cruz habitual, tan propia del amor como los pensamientos, las ilusiones, los suspiros, los deseos y las lágrimas, triste séquito de la fantasía.
LISANDRO.—Prudente consejo. Escucha, por tanto, Hermia. Tengo una anciana tía viuda, y muy opulenta y sin hijos, que me considera como su hijo único. Su casa dista siete leguas de Atenas; y allí, gentil Hermia, podremos desposarnos, pues la dura ley de Atenas no puede perseguirnos hasta allí. Si me amas, abandona sigilosamente la casa de tu padre mañana por la noche, que yo te aguardaré en el bosque a una legua de la ciudad, en el punto donde te encontré una vez con Elena para observar el rito de la mañana de mayo.
HERMIA.—Buen Lisandro mío, te juro por el más firme arco de Cupido, por el candor de las palomas de Venus, por cuanto une las almas y ampara los amores y por aquel fuego que abrasaba a la reina de Cartago al ver la vela fugitiva del falso troyano; por todos los juramentos que los hombres han quebrantado y que ninguna mujer podría enumerar, te juro que me encontraré mañana a tu lado en el mismo sitio que designas.
LISANDRO.—Cumple tu promesa, amor mío. Mira, aquí viene Elena.
(Entra ELENA.)
HERMIA.—Sed con Dios, bella Elena. ¿Adónde te vais?
ELENA.—¿Bella me llamas? Retirad ese nombre. Demetrio ama vuestra hermosura. ¡Oh hermosura feliz! Vuestros ojos son estrellas, y la música de vuestra voz en más armoniosa que el canto de la alondra a los oídos del pastor cuando verdea el trigo y asoman los capullos del blanco espino. ¿Por qué, si las enfermedades son contagiosas, no hubo de serlo el favor? Entonces tomaría yo el vuestro antes de irme, mi oído adquiriría vuestra voz, mis ojos el encanto de los vuestros, mi lengua la dulce melodía de la vuestra. Si todo el mundo fuera mío..., excepto Demetrio, os daría el mundo todo. ¡Oh! ¡Enseñadme vuestro hechizo y por qué arte dirigís los impulsos del corazón de Demetrio!