Emparejada con su rival - Kat Cantrell - E-Book
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Emparejada con su rival E-Book

Kat Cantrell

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Beschreibung

Se suponía que ella debía emparejarlo con otra mujer… Elise Arundel no iba a permitir que Dax Wakefield desprestigiara el exitoso negocio con el que emparejaba almas gemelas. El poderoso magnate dudaba de ella y estaba decidido a demostrar que todo era un fraude. Por ello, Elise decidió encontrarle la pareja perfecta al guapo empresario. Sin embargo, cuando su infalible programa lo emparejó con ella, ¿qué otro remedio le quedaba a Elise sino dejarse llevar por la irrefrenable pasión que ardía entre ambos?

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Seitenzahl: 207

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Katrina Williams

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Emparejada con su rival, n.º 130 - junio 2016

Título original: Matched to Her Rival

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8122-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

En el mundo de los medios de comunicación, así como en la vida, la presentación primaba sobre todo lo demás. Por ello, Dax Wakefield jamás subestimaba el valor de causar una buena impresión.

La cuidadosa atención a los detalles era la razón del éxito de su imperio, un éxito que superaba lo que había podido nunca imaginar. Entonces, ¿por qué KDLS, la que había sido la joya de su corona, estaba teniendo unos índices de audiencia tan malos?

Dax se detuvo frente al mostrador de recepción del vestíbulo de la cadena de noticias que había ido a sacar a flote.

–Hola, Rebecca. ¿Cómo va Brian con las matemáticas este semestre?

La sonrisa de la recepcionista se amplió. Tras ahuecarse el cabello, echó los hombros hacia atrás para asegurarse de que Dax se percataba de su imponente figura.

Y claro que Dax se percató. Un hombre al que le gustaba tanto el cuerpo de una mujer como a él siempre se fijaba.

–Buenos días, señor Wakefield –gorjeó Rebecca–. En el último boletín de calificaciones ha sacado un aprobado. Ha mejorado mucho. ¿Cómo es posible que se acuerde de eso? Hace ya más de seis meses que le comenté lo de las notas de mi hijo.

A Dax le gustaba recordar al menos un detalle personal de cada uno de sus empleados para tener algo de lo que hablar con ellos. Un hombre de éxito no era solo el que tenía más dinero, sino el que dirigía mejor sus negocios, y nadie podía hacerlo solo. Si los empleados estaban contentos con su jefe, le eran fieles y se esforzaban al máximo por llevar a cabo sus cometidos.

Normalmente, Dax tenía pocas preguntas para Robert Smith, el director de la cadena, sobre los últimos índices de audiencia. Alguien estaba realizando mal su trabajo.

Dax se golpeó suavemente la sien y sonrió.

–Mi madre me anima a usar esto para el bien en vez de para el mal. ¿Está Robert?

La recepcionista asintió y apretó el botón que abría la puerta de seguridad.

–Están grabando. Estoy segura de que estará cerca del plató.

–Saluda a Brian de mi parte –le dijo Dax mientras atravesaba la puerta para adentrarse en el mayor espectáculo de la Tierra: las noticias de la mañana.

Los cámaras y los técnicos de iluminación iban de un lado a otro, los productores caminaban con mucha prisa por encima de los gruesos cables con una tableta en las manos. En medio de todo aquel bullicio estaba sentada la estrella de KDLS, Monica McCreary. Estaba charlando frente a las cámaras con una mujer menuda de cabello oscuro que, a pesar de su corta estatura, tenía unas piernas espectaculares. Sacaba mucho partido a lo que tenía, y Dax apreciaba el esfuerzo.

Se detuvo en medio de aquel caos y se cruzó de brazos. Por fin, cruzó la mirada con el director de la cadena. Robert asintió y se abrió pasó entre aquella marabunta de empleados y equipo para reunirse con él.

–Has visto los índices de audiencia, ¿no? –murmuró Robert.

El sensacionalismo era la clave. Si no ocurría algo merecedor de ser noticia, su trabajo era inventarse algo por lo que mereciera la pena ver televisión y asegurarse de que llevaba el sello de Wakefield Media.

–Sí –contestó Dax sin más. Tenía todo el día y el equipo estaba grabando en aquellos momentos–. ¿Qué segmento es este?

–El de los propietarios de negocios de Dallas. Dedicamos un programa a uno cada semana. Es asunto de interés local.

¿La de las piernas espectaculares era dueña de su propio negocio? Interesante. Las mujeres inteligentes le atraían mucho.

–¿Y a qué se dedica? ¿A los cupcakes?

Incluso desde la distancia, aquella mujer rezumaba fuerza. Era del tipo de las animadoras de fútbol, pizpireta y llena de energía, de las que nunca aceptaban nada que no les gustara.

A Dax no le importaría disfrutar de un cupcake.

–No. Dirige un servicio de citas –comentó Robert–. EA International. Acepta tan solo clientes muy exclusivos.

Dax sintió una extraña sensación en la nuca y dejó de pensar inmediatamente en cupcakes.

–Conozco la empresa.

Dax entornó la mirada y observó a la empresaria de Dallas por quien había perdido a su mejor amigo.

La presentadora se rio de algo que la casamentera le había dicho y se inclinó hacia su invitada.

–Entonces, ¿usted es el equivalente que se puede encontrar en Dallas a un hada madrina?

–Me gusta considerarme como tal. ¿Quién no necesita un poco de magia en su vida? –preguntó la casamentera. El cabello oscuro y brillante se le meneaba al hablar, dado que no paraba de gesticular con las manos. Su expresión era muy animada.

–Recientemente, emparejó al príncipe de Delamer con su prometida, ¿no es así? Estoy segura de que todas las mujeres la maldicen por ello.

–No puedo darme crédito por eso –respondió la casamentera con una sonrisa–. El príncipe Alain, más conocido como Finn, y Juliet tenían una relación previa. Yo simplemente les ayudé a darse cuenta de que lo suyo aún seguía vivo.

Dax no podía dejar de mirarla. Por mucho que no le gustara admitirlo, la casamentera iluminaba el plató. La presentadora estrella de KDLS no era más que un cuerpo celestial menor comparado con el sol que representaba aquella mujer. Y Dax nunca subestimaba el poder de las estrellas.

Ni el elemento sorpresa.

Entró en el plató e indicó a la presentadora que se marchara con un movimiento de cabeza.

–Ahora sigo yo, Monica. Gracias.

A pesar de aquella petición tan poco usual, Monica sonrió y se levantó de su silla sin realizar comentario alguno. Nadie se atrevió a pestañear. Al menos, nadie que trabajara para él.

Mientras Dax se disponía a tomar asiento, la invitada le espetó:

–¿Qué es lo que está pasando aquí? ¿Quién es usted?

Un hombre que reconocía una oportunidad de oro para mejorar los índices de audiencia.

–Dax Wakefield. Soy el dueño de esta cadena –dijo él sin inmutarse–. Y esta entrevista ha empezado de nuevo oficialmente. Se llama Elise, ¿verdad?

La confusión de ella pareció acrecentarse. Cruzó las espectaculares piernas y se reclinó sobre la silla con cautela.

–Sí, pero usted puede llamarme señora Arundel.

Ella había reconocido el nombre de Dax. Que empezara la diversión.

Él lanzó una suave carcajada.

–¿Y qué le parece si la llamo señora Abracadabra? ¿No es eso lo que hace usted, hacerles trucos a sus inocentes clientes? Usted ejerce de hada madrina con las mujeres para que engañen a hombres adinerados.

Aquella entrevista acababa de convertirse en la mejor manera de servir la venganza. Si además de subir los índices de audiencia lograba desacreditar a EA International, mucho mejor. Alguien tenía que salvar al mundo de las mercenarias clientas femeninas de aquella casamentera.

–Mi trabajo no consiste en eso –replicó ella mirándolo con desprecio. Su expresión distaba mucho de la típica sonrisa sensual que indicaba que una mujer estaría encantada de seguir hablando del tema mientras tomaban unas copas, que era la expresión que Dax solía encontrar en la mayoría de las mujeres.

Aquello le abrió el apetito para conseguir que saltaran las chispas en pantalla de un modo muy diferente.

–Ilumínenos entonces –comentó él con tono magnánimo y un suave gesto de la mano.

–Yo uno almas gemelas –replicó Elise Arundel tras aclararse la garganta y volver a cruzar las piernas como si no pudiera encontrar una postura cómoda–. Algunas personas necesitan más ayuda que otras. Algunos hombres carecen de tiempo y de paciencia para buscar pareja. Yo lo hago en su nombre. Al mismo tiempo, un hombre de posibles necesita una clase de compañera muy concreta, una que no se encuentra fácilmente. Yo amplío las posibilidades puliendo a algunas de mis clientas femeninas para convertirlas en diamantes dignos de aparecer en los círculos sociales más altos.

–Venga ya… Usted prepara a esas mujeres para convertirlas en unas cazafortunas.

Eso era lo que había hecho con Daniella White, cuyo apellido había cambiado por el de Reynolds porque había conseguido cazar a Leo, el amigo de Dax. Poco después, Leo dejó de lado a Dax en favor de su esposa. Una amistad de quince años al garete. Por una mujer.

La sonrisa de Elise se endureció.

–¿Acaso está sugiriendo que las mujeres necesitan que les enseñe cómo casarse con un hombre por su dinero? Dudo que nadie con ese objetivo en mente necesite ayuda para afinar su estrategia. Mi negocio es hacer que las vidas de las mujeres mejoren presentándoles a sus almas gemelas.

–¿Y por qué no les paga para que vayan a la universidad y deja que encuentren ellas solas sus propias parejas? –repuso Dax rápidamente.

Los que observaban la escena se rebulleron y murmuraron un poco, pero ni Dax ni Elise apartaron la mirada el uno del otro. El aire parecía restallar entre ellos. Aquella entrevista iba a quedar perfecta en pantalla.

–Las oportunidades académicas ya están disponibles. Yo estoy ocupando otro hueco, ayudando a la gente a conocerse. Se me da bien mi trabajo. Usted más que nadie debería saberlo.

Dax sonrió y decidió que lo mejor era seguir manteniendo el suspense. Sin embargo, no pudo contenerse.

–¿Y por qué iba a saberlo? ¿Porque usted, de un plumazo, arruinó una aventura empresarial y una larga amistad cuando le presentó esa cazafortunas a Leo?

Aparentemente, la herida no había cicatrizado.

Compañeros de habitación durante los años de universidad, amigos que veían el mundo a través de la misma lente, Leo y él creían completamente en el poder del éxito y de la hermandad. Las mujeres eran para disfrutarlas hasta que dejaban de ser útiles. Así fue entre ellos hasta que llegó Daniella. De algún modo, ella consiguió que Leo se enamorara y le lavó el cerebro a su amigo para que perdiera el olfato empresarial más implacable.

En realidad, no creía que todo aquello hubiera sido culpa exclusivamente de Daniella. Ella lo había instigado, pero Leo había sido el responsable de anular el trato con Dax. Los dos amigos habían perdido una cantidad de dinero que contaba con siete cifras. Después, Leo concluyó su amistad sin motivo alguno.

El dolor que sintió por la traición de su amigo aún tenía el poder de causarle el mismo efecto que un puñetazo en el estómago. Por eso no era bueno confiar en la gente. Todo el mundo terminaba pisoteándolo a uno.

–¡No! –exclamó ella con frustración. Cerró los ojos un instante para tratar de encontrar una respuesta–. Yo me limité a ayudar a dos personas a que se encontraran y se enamoraran. Algo real y duradero ocurrió ante sus ojos y usted pudo ser testigo de lo que ocurría desde la primera fila. La compatibilidad de Leo y Daniella es increíble. Y de eso se encarga mi programa informático. Empareja a las personas según quienes son.

–La magia a la que usted aludía antes –comentó Dax–. ¿Verdad? Desgraciadamente, es todo humo y espejos. Usted le dice a esas personas que son compatibles y ellos se lo creen. El poder de la sugestión. En realidad, es brillante.

Y lo decía en serio. Si había alguien que conociera los beneficios del humo y de los espejos era él. Mantenía a todo el mundo distraído de lo que realmente estaba ocurriendo detrás de la cortina, que era donde estaba lo importante.

Elise se sonrojó, pero no dejó de defenderse.

–Es usted un cínico, Dax Wakefield. Solo porque usted no crea en lo de ser felices para siempre no significa que no pueda ocurrir de verdad.

–Es cierto –admitió él–. Y falso. Estoy dispuesto a admitir que soy un cínico, pero lo de ser felices para siempre es un mito. Las relaciones largas consisten en que dos personas han acordado soportarse el uno al otro. No es necesario añadir ridículas mentiras sobre eso de amarse el uno al otro para siempre.

–Eso es… –susurró ella. No era capaz de encontrar la palabra, por lo tanto, Dax la ayudó.

–¿Realidad?

Su madre se lo había demostrado abandonando a su padre cuando Dax tenía siete años. Su padre jamás se había recuperado y nunca había dejado de esperar que ella regresara. Pobre infeliz.

–Triste –le corrigió ella con una frágil sonrisa–. Debe de estar usted muy solo.

Dax parpadeó.

–Vaya, jamás me habían llamado eso antes. Podría tener quince citas para esta noche en menos de treinta segundos.

–Está usted peor de lo que había pensado –replicó ella volviendo a descruzar y cruzar las piernas. Dax no pudo ignorar aquel gesto–. Usted necesita encontrar el amor de su vida –añadió inclinándose ligeramente hacia él–. Inmediatamente. Y yo puedo ayudarle.

La carcajada que Dax soltó al escuchar aquellas palabras le sorprendió hasta a él. Porque no tenía nada de gracia.

–¿Qué parte no le ha quedado clara? ¿La parte en la que le he dicho a usted que es un fraude o la parte en la que le he dicho que no creo en el amor?

–Me ha quedado todo muy claro –dijo ella tranquilamente–. Está usted tratando de demostrar que mi negocio, el trabajo de toda mi vida, es un fraude. Pero no podrá hacerlo, porque puedo encontrarle pareja hasta al más negro de los corazones. Incluso al suyo. ¿Quiere demostrar algo? Déjeme que ponga su nombre en mi ordenador.

Aquello había sido un golpe bajo. Lo había engañado y no se había dado cuenta hasta que había sido demasiado tarde.

Contra todo pronóstico, sintió un enorme respeto por Elise Arundel. Demonios. En realidad, hasta le gustaba su estilo.

* * *

 

 

Elise se secó las manos, sudorosas, contra la falda y rezó para que el pomposo señor Wakefield no se percatara. Aquella no era la entrevista estructurada y afable que le habían prometido. De haberlo sabido, jamás se habría sentado en aquel plató.

Aquello no era su punto fuerte, como tampoco lo era tratar con playboys ricos, mimados y demasiado atractivos que despreciaban todo en lo que Elise creía.

Dax Wakefield jamás aceptaría su oferta. Los hombres como él no necesitaban una casamentera. Las relaciones superficiales y sin sentimientos eran fáciles de encontrar, en especial para alguien a quien, evidentemente, se le daba tan bien llevarse a las mujeres a la cama.

Dax se acarició la mandíbula y la observó atentamente.

–¿Me está proponiendo buscarme una pareja?

–No solo una pareja –le corrigió ella inmediatamente. Apartó inmediatamente la mirada del pulgar con el que él se estaba acariciando la esculpida mandíbula–. El verdadero amor. Yo me ocupo de los finales felices y para toda la vida.

Sí. Así era. Y aún no había encontrado una persona a la que no pudiera proporcionárselo. No iba a ser aquella la primera vez.

Emparejar corazones le proporcionaba una profunda satisfacción en muchos sentidos. Casi le compensaba por el hecho de no haber encontrado su propia alma gemela. Sin embargo, la esperanza era eterna. Si los cinco matrimonios y las docenas de constantes aventuras de su madre no le hubieran arrebatado el optimismo y la creencia absoluta en el poder del amor, Dax Wakefield no iba a conseguirlo tampoco.

–Hábleme sobre su propio final feliz. ¿Es el señor Arundel su único y verdadero amor?

–Estoy soltera –admitió ella, Era una pregunta habitual que le hacían sus clientes–, pero eso no tiene nada que ver con la eficacia de mis servicios. Usted no decide no utilizar una agencia de viajes solo porque la persona que lo atiende no haya estado en el hotel al que usted quiere ir, ¿verdad?

–Es cierto, pero sí que me preguntaría por qué esa persona trabaja en una agencia de viajes si jamás se ha montado en avión.

Todos los presentes soltaron una risa.

A ella le encantaría montarse en un avión si aparecía el hombre adecuado. Sin embargo, sus clientes siempre eran la pareja perfecta para otra persona y no para ella. Además, no se le daba muy bien acercarse en público a hombres interesantes para presentarse. Los viernes por la noche, le resultaba más seguro ver una película romántica que enfrentarse a las dudas sobre si no era lo suficientemente buena o lo suficientemente delgada para salir con un hombre.

Solo había accedido a aquella entrevista para promocionar su negocio. Era un mal necesario y tan solo el éxito de EA International podría haberla animado a convertirse en un espectáculo público.

–Yo siempre vuelo en primera clase, señor Wakefield –respondió, aunque con voz algo temblorosa–. En cuanto usted esté listo para embarcar, venga a verme y le pondré en el avión adecuado para llegar al destino perfecto.

–¿Qué tengo que hacer? –preguntó él–. ¿Rellenar un perfil online?

¿Significaba aquella pregunta que estaba considerándolo? Tragó saliva.

Tenía que convencerlo para que no aceptara. En primer lugar, la idea era una estupidez. Sin embargo, ¿cómo si no podría haber respondido? Dax Wakefield estaba despreciando no solo su profesión sino también su empresa

–Los perfiles online no funcionan –respondió ella–. Para encontrar a su alma gemela, tengo que conocerlo a usted personalmente.

Dax entrecerró los ojos y le dedicó una devastadora sonrisa que produjo un efecto no deseado en Elise.

–Eso me intriga mucho. ¿Cómo de personal tiene que ser, señorita Arundel?

¿Estaba flirteando con ella?

–Muy personal. Le tengo que hacer una serie de preguntas muy íntimas. Cuando termine, le conoceré a usted mejor que su propia madre.

Una sombra oscura recorrió la mirada de Dax, pero él la disimuló rápidamente.

–Vaya, pero yo no le cuento a nadie mis cosas así como así, y mucho menos si no es mi mamá. Si accedo a esa entrevista, ¿qué ocurre si no encuentro el verdadero amor? Se demostrará que usted es un fraude. ¿Está usted dispuesta a eso?

–No me preocupa –mintió ella–. Lo único que le pido es que se lo tome en serio. Nada de engañarme. Si se compromete al proceso y no encuentra el verdadero amor, asegúrese de que todo el mundo se entera de que no soy tan buena como digo que soy.

Y, por supuesto, era muy buena. Ella misma había preparado el programa, había invertido horas y horas para crear un código que resultara ser blindado. Nunca se rendía hasta que solucionaba cualquier problema que este pudiera tener. Los números eran su refugio, el lugar donde encontraba la paz.

A un código bien escrito no le importaba cuántas barritas de chocolate se tomara ni la facilidad con la que se le acumularan en las caderas.

–En ese caso, trato hecho –dijo él–. Sin embargo, es demasiado fácil. No puedo perder bajo ningún concepto.

–En eso tiene razón. No puede perder de ninguna manera. Si no encuentra el amor, podrá destrozar mi negocio y convertirlo en lo que se le antoje. Si encuentra el amor… bueno… será feliz. Y estará en deuda conmigo –añadió encogiéndose de hombros.

–¿Acaso el amor no es su propia recompensa? –preguntó el levantando una ceja.

Estaba jugando con ella y Elise no iba a permitírselo.

–Yo dirijo un negocio, señor Wakefield. Estoy segura de que se hará cargo de que tengo gastos. El humo y los espejos no son gratuitos.

Dax soltó una carcajada que la atravesó por todas partes. Efectivamente, era una carcajada muy hermosa. Era lo único hermoso que tenía, aunque debía admitir que Daniella había dado en el clavo cuando describió a Dax Wakefield como «un bombón un poco arrogante y un cierto aire de reptil».

–Tenga cuidado, señorita Arundel. No creo que quiera dejar al descubierto todos sus secretos en un noticiario de la mañana.

Dax sacudió la cabeza y el cabello que tan cuidadosamente le habían peinado volvió a caer en su lugar.

–No estoy revelando nada, en especial nada relacionado con mis habilidades para emparejar almas gemelas –replicó Elise mientras se reclinaba en su butaca. Cuanto más lejos estuviera de Dax Wakefield, mejor para ella–. Entonces, si usted encuentra el verdadero amor, accederá a darle publicidad a mi empresa. Tal y como lo haría un cliente satisfecho.

Él levantó las cejas con gesto sorprendido. Esa reacción le proporcionó a Elise una ligera satisfacción que no le avergonzó en absoluto reconocer.

Si aquella conversación se hubiera referido a otro asunto que no fuera EA International, la empresa a la que le había dedicado toda su vida desde hacía siete años se habría quedado sin saber qué decir y habría buscado desesperadamente la salida más cercana.

Sin embargo, el hecho de que hubiera atacado a su negocio lo convertía en algo muy personal. ¿Y a qué se debía ese ataque? ¿Al hecho de que el amigo de Dax Wakefield había decidido distanciarse de él? Evidentemente, Dax necesitaba culpar a alguien por el hecho de que Leo se hubiera enamorado de Dannie, pero jamás estaría dispuesto a admitirlo. Elise se había convertido en su chivo expiatorio.

–¿Quiere que dé publicidad a sus servicios? –preguntó él lleno de incredulidad.

–Si encuentra el amor, por supuesto. Yo también debería sacar algo de este experimento. Un cliente satisfecho es la mejor referencia –observó ella. Un cliente satisfecho que antes se había mostrado contrario a su trabajo en público valía más de un millón de dólares en publicidad–. Incluso le perdonaré mis honorarios si así se diera el caso.

–Ahora sí que ha despertado mi curiosidad. ¿Y cuál es la tarifa estándar por encontrar el amor verdadero hoy en día?

–Quinientos mil dólares –dijo ella sin inmutarse.

–Eso es un escándalo –repuso Dax, aunque parecía impresionado.

–Tengo docenas de clientes que le mostrarían su desacuerdo. Por supuesto, garantizo mis honorarios. Si un cliente no encuentra a su alma gemela, le devuelvo su dinero. Bueno, no a usted, claro está –admitió–. Usted consigue que yo me quede sin negocio.

Fue entonces cuando Elise se dio cuenta de su error. Solo se podía encontrar el alma gemela para una persona que tuviera alma. Resultaba evidente que Dax Wakefield había vendido la suya hacía ya mucho tiempo. Aquel asunto no podía terminar bien.

Tenía que marcharse de aquel plató antes de que todos los ojos que los observaban, las luces y las cámaras la cocieran como si fuera un pastel.

Dax Wakefield, por su parte, se frotó las manos con algo muy parecido a la satisfacción y guiñó un ojo.

–Se trata de una propuesta que no puedo perder. Soy un hombre de negocios. Por ello, le ofrezco algo mejor que una simple referencia. Con esa cantidad de dinero se puede comprar un anuncio de quince segundos durante la Super Bowl. Si consigue salirse con la suya y emparejarme con mi verdadero amor, alabaré sus facultades para el negocio justo antes del descanso en un anuncio en el que moi será el protagonista.

–No lo hará –dijo ella mientras observaba atentamente el hermoso rostro de Dax para tratar de encontrar algo que le revelara las verdaderas intenciones que él tenía.

No encontró nada más que sinceridad.

–Lo haré –replicó él–, aunque estoy seguro de que no será necesario. Para ganar, necesitará usted mucho más que espejos y humo.

Para ganar. Como si aquello fuera una carrera.

–¿Por qué? ¿Porque, incluso aunque se enamore, fingirá que no ha sido así?

Dax la miró con un brillo letal en los ojos.

–Le he dado mi palabra, señorita Arundel. Tal vez sea un cínico, pero no soy un mentiroso.

Elise le había ofendido, pero la contrariedad desapareció de su rostro tan rápidamente que ella habría podido pensar que lo había imaginado. Sin embargo, sabía muy bien lo que había visto. Dax Wakefield no se permitiría ganar de otro modo que no fuera clara y limpiamente. Y eso le hizo decidirse.

Aquella apuesta tenía tanto que ver con ella como con EA International. Se trataba de la visión que Dax tenía del amor y de las relaciones frente a la que ella defendía. Si Elise lo emparejaba con su alma gemela, habría demostrado de una vez por todas que no importaba lo que ella y su empresa parecieran ser. Emparejar a personas que querían enamorarse resultaba muy fácil. Encontrar el amor para un recalcitrante cínico supondría un logro que merecería las alabanzas de todo el mundo.

Su inteligencia era su mejor cualidad, y lo demostraría públicamente. Por fin, conseguiría que desapareciera la niña gordita y de baja estatura que quería que su madre la amara a pesar de su excesivo peso y escasa altura.

–En ese caso, trato hecho.

Sin dudarlo, extendió la mano y estrechó la que él le ofrecía.