En nombre del amor - Laura Isabel Montoya Hoyos - E-Book

En nombre del amor E-Book

Laura Isabel Montoya Hoyos

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Beschreibung

En el corazón palpitante de un puerto francés, Marianne, una mujer exitosa en el mundo de las comunicaciones, se encuentra en la encrucijada de su vida. Casada con Salvador, su relación ha caído en la rutina, transformándose en un amor sereno, pero desprovisto de pasión. En medio de este mar de dudas, Marianne se encuentra con Clemente, un escritor carismático cuya presencia despierta en ella emociones olvidadas y una pasión que creía perdida. En nombre del amor es una novela que explora las encrucijadas del corazón humano, sus conflictos, sus deseos y su incansable búsqueda de felicidad. A medida que Marianne se embarca en un viaje emocional y físico, se ve atrapada entre la seguridad de lo que conoce y la tentación de lo desconocido. Cada encuentro con Clemente es como una marea alta que amenaza con arrastrarla lejos de la orilla firme de su matrimonio con Salvador. Pero el amor es un camino lleno de sorpresas, y Marianne pronto descubrirá que los sentimientos del corazón no son blancos y negros, sino tonos complejos y a menudo contradictorios. A través de encuentros clandestinos, secretos revelados y decisiones difíciles, Marianne debe enfrentar la realidad de sus emociones y las consecuencias de sus acciones. Entre las páginas de En nombre del amor, el lector se sumerge en una historia que es tan atemporal como actual, un relato que refleja la lucha interna entre el deber y el deseo, el amor y la libertad. Con personajes ricos y una narrativa envolvente, esta novela es un viaje a través de las complejidades del corazón humano, un espejo que refleja nuestras propias luchas y anhelos. Con un puerto francés como escenario, Marianne evalúa qué significa amar realmente. ¿Es el amor una llama salvaje que consume o un refugio seguro que protege? ¿Podrá Marianne encontrar el camino hacia su propia felicidad sin destruir lo que ya tiene? ¿O se dará cuenta de que el amor más puro y duradero es aquel que ya comparte con Salvador? En nombre del amor es una novela escrita con una prosa poética y un homenaje al amor. Es una exploración de la fuerza que tiene del corazón humano y a la vez un recordatorio de que el verdadero amor persiste, incluso cuando cambia de forma. Es una invitación a reflexionar sobre el verdadero significado del amor, la fidelidad y la felicidad. Una novela que no solo se lee, sino que se siente, se vive y se reflexiona.

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Seitenzahl: 305

Veröffentlichungsjahr: 2024

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© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

[email protected]

© Laura Isabel Montoya Hoyos

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

Diseño de cubierta: Rubén García

Supervisión de corrección: Celia Jiménez

ISBN: 978-84-1068-213-9

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

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Para mi esposo, mi refugio, mi ancla, mi maestro en el amor verdadero, cuya luz ha sido el faro que me ha guiado de regreso cuando me he perdido en esta aventura de la vida. A ti, mi compañero de ruta, que has caminado conmigo a través de las tormentas y los días soleados, sosteniendo mi mano con un amor inquebrantable.

Esta historia es también un homenaje a la resiliencia del corazón humano, a su eterna búsqueda, y a la belleza que emerge de las cenizas del amor. Porque el amor real es ese que perdura con los años y que sobrepasa las barreras de un amor más grande que el mismo amor.

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El amor no reside en el frenesí de los corazones desbocados, ni en la melancolía de los amores imposibles. El amor genuino es aquel que se construye desde los cimientos de la comprensión, el respeto y la entrega desinteresada. Es un puerto seguro, un refugio que, finalmente, libera.

PRÓLOGO

En la inmensidad de la experiencia humana, donde cada corazón es un universo de emociones, historias y secretos, surge una narrativa que desafía el curso del destino y las expectativas de la sociedad. En nombre del amor no es solo una historia sobre la pasión, el amor y sus desafíos, sino también un viaje introspectivo hacia la comprensión de lo que realmente significa amar y ser amado.

Marianne, nuestra protagonista, se encuentra en una encrucijada vital, donde el amor no es solo una cuestión de sentimientos, sino también de elecciones y sacrificios. Casada con Salvador, un hombre que representa la estabilidad y la seguridad, su vida parece completarse en la estructura de esta relación que, aunque cómoda, carece de la chispa que una vez encendió su alma. En este escenario de conformidad y quietud, Marianne se encuentra con Clemente, un hombre de un espíritu libre cuya pasión por la vida y la escritura despierta en ella los anhelos dormidos y las preguntas sin respuesta, porque el amor rara vez es sencillo, y el corazón a menudo nos guía por lugares inesperados.

En nombre del amor es una historia sobre la complejidad de este, las decisiones que nos definen, y el coraje necesario para seguir nuestro propio camino, incluso cuando el destino juega sus cartas. Es una inmersión en el laberinto del corazón humano,que explora los oscuros rincones del deseo, los altos picos de la pasión y los profundos valles de la duda. En este juego del destino, Marianne debe descubrir qué significa realmente encontrar el camino de retorno a casa.

Este libro es un testimonio de los senderos que recorremos en la búsqueda del amor verdadero, de los muros que construimos alrededor de nuestros corazones y de las batallas que libramos contra nuestros propios miedos e inseguridades. Es una celebración de los momentos de felicidad pura y un reconocimiento de los dolores que a menudo acompañan al amor más profundo y sincero.

A medida que te adentras en estas páginas, te invito a que acompañes a Marianne en su odisea emocional. Atravesarás con ella las tormentas de la duda, las montañas de la esperanza y los valles de la reflexión. Verás cómo el amor puede transformarse, cómo puede ser tanto un refugio como un campo de batalla y cómo, al final, llega a ser la fuerza más poderosa y compleja que guía nuestras vidas.

Este no es solo un relato de amor, sino también una historia sobre el amor propio, sobre el coraje de seguir el propio corazón y sobre la luz que encontramos en los rincones más inesperados de nuestras almas.

Así que, querido lector, prepárate para una experiencia que, espero, toque tu corazón, desafíe tu mente y te inspire a contemplar las maravillas y las pruebas del amor en todas sus formas.

Bienvenidos a En nombre del amor.

CONGRESO EN LOS ANDES

«Si no recuerdas la locura en

la que el amor te hizo caer,

es que nunca has amado»

William Shakespeare

En una ciudad portuaria, donde el alma de la naturaleza y el pulso de la vida humana convergen, el muelle se alza como testigo eterno de los secretos que la brisa marina susurra. Marianne, envuelta en un atardecer que juega con tonos dorados y rojizos, siente en su piel la nostalgia de un amor que, aunque puro, no logra llenar los vacíos de su corazón.

El amor es un sentimiento complejo y a veces puede resultar incomprensible. Aunque parezca contradictorio, es posible que incluso cuando se tiene todo en la vida, aún se sienta que algo falta.

A medida que Marianne avanza, sus pasos parecen seguir un camino predestinado, mientras su mente se pierde en las profundidades de recuerdos, dudas y sueños. El aire, cargado con el aroma del océano, trae consigo promesas y despedidas, como un amante persistente que se niega a soltar. Su corazón, en medio de un latido constante y en la inmensidad del vasto universo, busca respuestas en las olas que besan la orilla, en ese vaivén que parece hablar del amor y del desamor, de la pasión y de la renuncia.

Una enorme sensación la envolvía en ese momento, una ambigüedad de sentimientos que no lograba comprender, estaba plena, y a la vez, existía un vacío que se le clavaba en el fondo de su alma. ¿Cómo se podía sentir tan llena y tan vacía al mismo tiempo? Esas eran las ironías de la vida que Marianne estaba por comenzar a descubrir.

El muelle, con sus maderas desgastadas por el tiempo y la sal, parecía que la entendía y la acompañaba en su viaje introspectivo, ofreciéndole un refugio donde, aunque solo por un momento, lograra encontrarse a sí misma. Aquí, en este espacio entre el cielo y el mar, se permitía ser, sentir y soñar, a la espera de lo que el destino le tenía preparado.

El sol de la tarde se filtraba a través de las ramas de los árboles del parque en medio de las calles empedradas de El Porvenir, un puerto francés encantador y pintoresco, ubicado junto al mar, rodeado de hermosas playas de arena blanca y aguas cristalinas que reflejaban el resplandor del sol. Las calles estaban llenas de vida y color, con edificios históricos de arquitectura colonial que le daban un aire nostálgico pero a la vez vibrante. Los balcones adornados con flores añadían un toque romántico a la ciudad, mientras que las plazas públicas invitaban a los residentes y visitantes a relajarse y disfrutar del ambiente tranquilo que reinaba en el lugar.

La ciudad de El Porvenir era un sitio lleno de vida. A pesar de la tristeza que a veces se colaba en el alma de Marianne, ella encontraba alegría en cada rincón, como una castañuela bailando al ritmo de la música.

Las galerías de arte eran verdaderos tesoros para ella. Allí podía sumergirse en el mundo creativo y contemplar las obras maestras creadas por artistas locales. Cada pincelada y cada escultura transmitían un sinfín de emociones y despertaban su imaginación.

Los teatros también eran parte esencial de la escena cultural de la ciudad y Marianne disfrutaba perderse entre las butacas mientras los actores daban vida a historias fascinantes. La magia del escenario le permitía escapar por un momento de sus preocupaciones cotidianas y sumergirse en diferentes realidades.

Pero lo que realmente hacía que sus ojos brillaran, eran los cafés bohemios, donde el aroma del café y el vino se mezclaba con las risas y conversaciones animadas. Allí, artistas locales compartían sus talentos musicales, poéticos o literarios con una audiencia ávida por descubrir nuevas expresiones artísticas.

En esos momentos especiales, cuando la música resonaba en las calles durante festivales o eventos culturales, Marianne sentía cómo el corazón se llenaba de alegría. La energía contagiosa del ambiente creaba una atmósfera mágica donde todos parecían estar conectados por el amor, hacia el arte y la cultura.

La vida de Marianne, al igual que las calles de El Porvenir que ahora recorría, estaba llena de contrastes y matices. A veces, la melancolía se cernía sobre ella como una neblina matutina, suave y persistente, evocando recuerdos y sueños de lo que podría haber sido.

Pero Marianne no era una mujer de vivir en el pasado. Como las vibrantes calles de la ciudad, ella estaba en constante movimiento, fluyendo con la vida y sus infinitas posibilidades. Encontraba consuelo en los brazos de la cultura, abrazando cada concierto, exposición y recital. La música, el arte y la literatura eran sus cómplices, transportándola a un mundo donde podía bailar libre de las cadenas del remordimiento o de la duda.

Y así, como una castañuela en manos de una bailadora experta, Marianne marcaba su propio ritmo en la vida. Cada clic era una afirmación de su presencia, de su voluntad, de seguir adelante a pesar de todo. En sus momentos de soledad, cuando el peso de la melancolía la amenazaba con detener su danza, se recordaba a sí misma que la alegría no es una visita constante, sino una amiga que debemos tener siempre presente en nuestra vida. Porque Marianne había aprendido que la felicidad no es un estado permanente, al contrario, es una serie de momentos, brillantes y efímeros, como los destellos del sol.

Los habitantes eran amables y acogedores, siempre dispuestos a compartir historias sobre la ciudad o recomendar lugares para explorar. La comida era exquisita: pescados frescos capturados por los pescadores se convertían en platos sabrosos servidos en restaurantes frente al mar. Marianne continuaba caminando, absorta en sus pensamientos, y ajena al mundo que la rodeaba.

Una brisa suave mecía las hojas de los árboles, y el aire estaba cargado de un aroma fresco y refrescante. Observaba a las parejas paseando de la mano y a los niños jugando en el césped. En ese momento la nostalgia la invadía, recordándole los tiempos en que ella y Salvador eran una de esas tantas parejas que recorrían las calles.

Mientras caminaba, su mirada se cruzó de manera casual con la de un hombre que estaba sentado en un banco del parque, se hallaba absorto en la lectura de un libro, pero sus ojos miel se levantaron por un instante y se encontraron con los de Marianne. En ese breve momento, el mundo pareció detenerse.

Él bajó el libro, le dedicó una sonrisa cálida, como si hubiera comprendido el impacto de ese breve encuentro. Marianne le respondió con una sonrisa nerviosa y apresuró el paso, sintiendo que algo extraordinario había ocurrido, algo que no podía ignorar. Sin saber por qué sintió una corriente eléctrica recorrer su cuerpo, despertando emociones que ya creía olvidadas. Su corazón latía con fuerza mientras continuaba su camino. El parque estaba impregnado con el aroma del otoño; hojas crujientes que se deslizaban con el viento y un aire fresco que anunciaba el cambio de estación. El hombre se destacaba en medio del parque, su piel contrastaba con la portada del libro que sostenía entre sus manos, creando una imagen visualmente impactante.

Pero lo que realmente llamó la atención de Marianne fue la mirada profunda y penetrante del hombre. Parecía haber visto más allá de lo evidente, como si pudiera leerle los pensamientos y las emociones ocultas que tenía en su alma. Esa mirada despertó una curiosidad irresistible dentro de ella.

A medida que continuaba caminando, su mente seguía divagando sobre aquel encuentro fugaz. Se preguntaba quién era ese señor misterioso y qué historias o secretos podían habitar detrás de sus ojos intensos.

La conexión instantánea que sintió con él, había dejado una huella profunda en su corazón y había despertado un deseo por descubrir más sobre esa persona que logró intrigarla. Aunque físicamente se alejara cada vez más, la presencia del hombre permanecía arraigada en sus pensamientos.

Marianne sabía que aquel encuentro era casual, pero sentía la necesidad de explorar ese vínculo especial y extrañó que había surgido entre ellos. Tal vez el destino les daría otra oportunidad para encontrarse nuevamente, pensó ella mientras seguía su camino.

Cada paso que daba la alejaba más del hombre del banco, pero su mente se quedó con él. Su presencia en ese parque, el contraste de su piel con la portada del libro, la profundidad de esa mirada que parecía haber traspasado su mente.

El pulso le latía en las sienes, una sensación que no había experimentado en mucho tiempo. Quería darse la vuelta, regresar y sentarse a su lado, descubrir qué libro leía, conocer la historia detrás de esos ojos tan expresivos. Pero había algo dentro de ella, quizás el miedo o la prudencia, que la detenía.

Continuó caminando; aun así, sus pensamientos revoloteaban alrededor de ese encuentro. En su vida estructurada, donde todo tenía un orden, aquel momento había sido un paréntesis de magia, un destello de lo inesperado.

A medida que los días pasaban, Marianne no podía sacar de su mente aquel encuentro. La sonrisa de aquel hombre y sus ojos miel se habían grabado en lo más profundo de su ser, despertando una curiosidad y un anhelo que no podía ignorar.

Decidida a descubrir más sobre ese personaje misterioso, comenzó a frecuentar el parque con la esperanza de encontrarse nuevamente con él. Cada vez que veía un banco vacío, su corazón se aceleraba, pero no lo volvió a ver, parecía haber desaparecido sin dejar rastro.

A medida que caminaba, su mente divagaba, y los pensamientos la perseguían. ¿Quién era ese hombre misterioso que la miró con esos ojos tan penetrantes? Se preguntó si algún día volvería a cruzarse con él, o si aquel encuentro quedaría atrás como un fugaz resplandor en su vida.

Pasaron varios días desde aquel encuentro en el parque y se entregó como siempre a su trabajo, que solía ser su refugio, olvidándose por completo de aquel hombre.

Marianne tenía que viajar para cumplir con sus compromisos laborales, un congreso, que hacían cada año las empresas de comunicaciones. En esta ocasión la cita era en la cordillera de los Andes, límite entre Chile y Argentina, desde su estrechamiento final al sur de Chile, los Andes se extienden en cadenas paralelas por Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia. Los Andes es la cordillera más grande del continente americano y una de las más importantes del mundo. Este viaje la llevaría a un lugar que nunca había explorado antes.

La altura y el movimiento constante de los aviones le gustaban porque la llevaban a un mundo alejado del mundanal ruido y del tedio diario. Arriba, con el azul infinito y el manto de nubes debajo, Marianne se permitía soñar. Las ciudades eran vistas como pequeños retazos de tierra desde el cielo, y le recordaban lo insignificantes que pueden parecer todas las preocupaciones cuando se observan desde la distancia.

En tierra, siempre estaba rodeada de gente, en reuniones, conferencias y cenas de trabajo. Pero en el aire, en su asiento, junto a la ventana, encontraba su rincón de soledad. A menudo, sacaba su diario y escribía. Plasmaba sus pensamientos más profundos, sus anhelos y miedos, las historias que se tejían en su mente mientras observaba las nubes formando caprichosas figuras. Otras veces, mientras el avión cruzaba océanos y continentes, cerraba los ojos y se dejaba llevar por la música que sonaba en sus auriculares. Se perdía en melodías que le recordaban tiempos más simples, amores pasados, aventuras soñadas. Cada aterrizaje la devolvía a la realidad, pero esos vuelos eran sus escapadas, sus momentos de desconexión con el mundo.

Aunque su matrimonio había perdido el brillo, y su vida diaria se había vuelto predecible, ella encontraba un refugio en el aire. Cada vez que viajaba a una nueva ciudad y se hospedaba en un hotel diferente, sentía que podía respirar de nuevo. En esos momentos, se permitía perderse por las calles desconocidas, sin rumbo fijo. Descubría nuevos rincones llenos de encanto, se dejaba envolver por los aromas característicos de cada lugar y absorbía las diferentes culturas que encontraba a su paso. Estos pequeños viajes le daban una sensación renovadora y la fuerza necesaria para seguir adelante en esa vida que siempre llevaba deprisa. Aunque volviera a su rutina diaria, a su matrimonio y a su hogar, esos momentos fugaces le recordaban la importancia de buscar la aventura y la exploración, incluso en medio de lo cotidiano.

Marianne comprendió que no era necesario hacer grandes cambios o tomar decisiones drásticas para encontrar alegría y satisfacción personal. Los pequeños escapes eran como bocanadas de aire fresco que le recordaban la importancia de mantener viva esa chispa interior.

A través de sus escapadas momentáneas, aprendía a apreciar más los detalles simples pero significativos de la vida. Descubría cómo podía encontrar belleza en lo ordinario e inyectar emoción en lo que se había convertido en monotonía.

Estos respiros también le ayudaban a reflexionar sobre sí misma y sobre qué era lo realmente importante para ella. Le daban una nueva perspectiva sobre sus deseos más profundos y la ayudaban a inspirar nuevos sueños y emociones.

Aunque su matrimonio y su vida diaria pudieran parecer predecibles, encontró en esas pequeñas salidas la clave para mantenerse viva y seguir adelante. Le recordaron que a menudo hay oportunidades para explorar, descubrir y encontrar momentos de felicidad en medio de la rutina. Cada nuevo viaje que hacía la llenaba de energía nueva, permitiéndole regresar a casa llena de un nuevo aire. Apreciaba aún más los momentos compartidos con su pareja y encontraba formas creativas de avivar el fuego en su relación.

Al aterrizar en los Andes, se encontró con un aeropuerto acogedor y lleno de vida. Todo el personal, muy amable, estaba dispuesto a ayudarla. La recibió la gente del congreso que esperaba ansiosa la llegada de los participantes, allí mismo le brindaron toda la información para que su estadía fuera placentera.

Mientras caminaba con paso decidido por el concurrido aeropuerto, llevando su maleta de ruedas en una mano y su bolso de trabajo en la otra, podía observar el contraste entre el moderno aeropuerto y la majestuosidad eterna de la cordillera de los Andes que se imponía ante sus ojos. Aunque rodeada de tecnología y ajetreo, las cimas nevadas de las montañas le recordaban que estaba en un rincón único y ancestral del mundo. Los Andes, con sus historias de civilizaciones antiguas y sus leyendas que hablaban de dioses montañeses, le ofrecían un telón de fondo que le prometía no solo un viaje de trabajo sino también maravilloso.

Tomó un taxi hacia el hotel donde se celebraría el congreso, no quiso esperar la salida del bus que llevaría a los demás participantes. Estaba cansada por el viaje y prefirió adelantarse. No podía evitar quedar maravillada con el paisaje. Las montañas se elevaban con gran majestuosidad, como guardianes silenciosos que habían visto pasar siglos y civilizaciones. El taxi serpenteaba por carreteras que ofrecían vistas panorámicas de valles, ríos y pequeños pueblos que parecían detenidos en el tiempo.

El hotel era una mezcla perfecta de lujo moderno y encanto local. Piedra, madera y textiles tradicionales adornaban los espacios, ofreciendo una cálida bienvenida a los visitantes. Al registrarse, Marianne sintió una mezcla de nervios y emoción. Este congreso reunía a los profesionales más destacados en su campo y estaba decidida a dejar una buena impresión y demostrar su valía en un mundo laboral dominado por hombres.

Aquí, lejos de la rutina y las preocupaciones habituales, se sentía renovada. Se prometió a sí misma que, después del congreso, tomaría unos días para explorar más profundamente la cordillera y, tal vez, encontrar esa paz que su alma estaba anhelando. Quería regalarse ese espacio para pensar, ya que su relación con Salvador había comenzado como un cuento de hadas, con promesas de amor eterno y pasión desbordante, y con el tiempo se había vuelto rutinaria y distante. Sin duda, Salvador era un hombre excepcional, también estaba atrapado en su propia carrera, y sus vidas sin darse cuenta habían divergido hacia caminos separados.

Había llegado a su vida en un momento que lo necesitaba convirtiéndose al igual que su nombre en un Salvador para ella, y así solía llamarlo: ¡mi Salvador!

Marianne era una mujer de carácter fuerte, y ambiciosa. Había luchado incansablemente para llegar donde estaba, escalando peldaño por peldaño en una industria competitiva. Su éxito profesional era innegable, había llegado a un punto en el que su carrera se había convertido en su refugio. Era su armadura y su escudo, el lugar donde las inseguridades y vulnerabilidades se transformaban en triunfos y logros. Pero detrás de esa fachada de mujer invencible, y con solo treinta y cinco años, había momentos en los que se sentía atrapada en una red de expectativas y responsabilidades que ella misma había tejido.

A menudo se preguntaba si el precio de sus logros había sido demasiado alto. Las noches se habían convertido en una extensión de su jornada laboral, y las relaciones personales eran a menudo sacrificadas con la llegada de la próxima gran cuenta o proyecto. Su ambición la había llevado a la cima, pero una vez allí, la vista no era siempre lo que había esperado.

La carrera había sido su pasión, su amor, su batalla; sin embargo, ahora comenzaba a sentir el peso de una corona que nunca había pretendido ser tan pesada. Marianne empezó a anhelar momentos de paz, escapadas donde el único objetivo fuera respirar y permitirse ser. Quería redescubrir quién era más allá de los títulos y los logros, explorar las partes de sí misma que había dejado de lado en su ascenso. Quizás ella era la culpable de que su relación con Salvador hubiese tomado ese camino que hoy en día reprochaba.

Salió a explorar las calles de la ciudad, se encontró con paisajes impresionantes y una cultura vibrante que despertaron su curiosidad y avivaron su espíritu aventurero. Cada rincón parecía contar una historia diferente, y ella se dejaba llevar por la magia del lugar. Se dio cuenta de que estaba comenzando a redescubrirse a sí misma, lejos de la sombra opresiva de la rutina. Caminó sin descanso, quería sacudirse de todos esos sentimientos represados que tenía. Mientras paseaba por un mercado local lleno de colores y sabores exóticos, un vendedor amigable le ofreció una muestra de fruta fresca. Ella aceptó con una sonrisa y la probó con gusto. La dulzura de la fruta la transportó a recuerdos de infancia, cuando las cosas eran más simples y la felicidad se encontraba en los pequeños momentos. Esa fruta, tan distinta a lo que había probado antes, pero tan familiar en su esencia, fue como un espejo del viaje que estaba emprendiendo: algo nuevo, pero intrínsecamente conectado con su yo interno.

El vendedor, un hombre mayor con arrugas en el rostro y un sombrero típico de la región, le preguntó con curiosidad:

—¿De dónde eres? No te he visto por aquí antes.

Marianne respondió con entusiasmo:

—Vengo de muy lejos, soy de un puerto francés hermoso llamado El Porvenir, estoy aquí por un congreso de trabajo. Es mi primera vez en esta hermosa ciudad.

—Sí, definitivamente es un lugar especial, ¿verdad? Aquí el tiempo parece detenerse, y la vida es más simple —le respondió el vendedor mientras le entregaba un pequeño paquete de frutas diciéndole con una sonrisa—: Lleve esto como un regalo de bienvenida. A veces, las respuestas a nuestras reflexiones se encuentran en los lugares más inesperados.

Agradecida, Marianne continuó su paseo por el mercado, con el paquete de frutas en la mano y pensamientos revoloteando en su mente. La amabilidad del vendedor y las palabras sabias que compartió resonaban en su interior.

Regresó a su hotel cansada. Al día siguiente tenía que madrugar a inscribirse en el congreso, reclamar la escarapela y pasearse por el lugar para ver si encontraba a algún colega conocido.

Esa noche no podía conciliar el sueño, quería recuperar la pasión y la alegría que había perdido. En el fondo sabía que ese viaje a los Andes era más que una conferencia de trabajo; una búsqueda en su interior para descubrir qué era lo que verdaderamente quería hacer con su vida. Al día siguiente se levantó temprano, se dio una ducha, y se arregló para bajar a desayunar y dirigirse al lugar donde tendría que inscribirse y recibir su escarapela y material de trabajo. El aroma del café recién hecho y los murmullos de otros huéspedes llenaban el amplio comedor del hotel. Aunque la ciudad aún estaba sumida en el fresco del amanecer, dentro del hotel se palpaba la energía de un nuevo día.

Eligió una mesa junto a una ventana, desde donde podía contemplar las majestuosas montañas. Mientras saboreaba el café y degustaba el pan recién horneado con mermelada, repasó mentalmente la agenda del congreso. Había tantas conferencias interesantes y talleres programados, pero su mente divagaba hacia aquel encuentro casual en el mercado y la promesa que se había hecho a sí misma la noche anterior.

Una vez terminado su desayuno, se dirigió al centro de convenciones que quedaba enseguida del hotel donde estaba hospedada. El edificio, una estructura moderna de cristal y acero, contrastaba con el paisaje natural, pero ofrecía una vista panorámica de la cordillera. Tras recibir su escarapela y el material del congreso, se detuvo un momento para observar la gran sala. Vio rostros conocidos, antiguos colegas y competidores. Algunos la saludaron con cordialidad, otros con una inclinación de cabeza respetuosa.

De pronto sintió que alguien se acercó y con mucha amabilidad le dijo:

—Perdona si te parezco atrevido, pero no podía dejar pasar la oportunidad de saludarte. Soy Clemente. Te vi la otra vez que estaba leyendo un libro sentado en un banco del parque en El Porvenir. Quizá no me recuerdas.

Marianne parpadeó, sorprendida, mientras sus labios se curvaban lentamente en una sonrisa cálida y auténtica. Su postura, inicialmente rígida por la sorpresa, se relajó ligeramente.

«El hombre del parque… Aquí, en este congreso, entre todas las personas», pensó. «¿Será el destino? ¿O simplemente una coincidencia increíblemente afortunada?».

—¡Claro que me acuerdo de ti! ¿Cómo estás, Clemente? Soy Marianne.

Clemente, con una expresión amable, extendió la mano en un gesto amistoso. Sus ojos, aquellos ojos miel que Marianne recordaba, brillaban expectantes.

—Es increíble venir a vernos aquí tan lejos —dijo Clemente finalmente.

—Sí, realmente es inimaginable. ¿Pero qué estás haciendo aquí?

—A veces, la vida nos sorprende de la manera más inesperada. Soy escritor, y uno de los conferencistas del congreso. Jamás me imaginé encontrarte aquí. ¡Estoy sorprendido!

Era inevitable, el destino los había puesto en el camino, el trabajo y el mismo mundo que habitaban los había juntado por primera vez.

El ruido del congreso, las voces altas, las risas, el eco de los pasos en el amplio vestíbulo, todo parecía desvanecerse en el fondo mientras Marianne y Clemente conversaban. Cada palabra, cada anécdota compartida, creaba un puente entre ellos, uniendo dos vidas que, hasta ese momento, habían seguido rumbos distintos. Los rayos del sol que se filtraban a través de las grandes ventanas del centro de convenciones daban a la escena un toque dorado, casi mágico. La cordillera de los Andes, con su majestuosidad y grandeza, se alzaba en la distancia, siendo testigo mudo de ese reencuentro. Era como si la naturaleza misma hubiera conspirado para crear un escenario perfecto para ellos.

Las palabras fluían con una facilidad sorprendente, como si se conocieran de toda la vida, y cada historia compartida revelaba capas más profundas de sus almas. Marianne se sorprendió a sí misma riendo con una libertad que había olvidado que poseía, mientras que Clemente la miraba con una mezcla de admiración y curiosidad, como si cada frase que ella pronunciara fuera una pieza más en el rompecabezas que quería resolver.

Mientras hablaban, el mundo alrededor comenzó a desdibujarse, reduciendo su universo a la mesa donde se sentaban. Los demás delegados del congreso, las presentaciones y los talleres, todo se convirtió en un murmullo distante. En ese momento, solo importaban las palabras que intercambiaban, las miradas que se cruzaban, y la creciente sensación de que se conocían de toda la vida.

A medida que la tarde avanzaba, ambos se dieron cuenta de que este encuentro no era simple casualidad. Había algo más profundo, una conexión que iba más allá de lo tangible. La conversación fluyó naturalmente, desde el trabajo y el congreso hasta sus pasiones, sueños y deseos más profundos. Finalmente, con una mirada cómplice, Clemente sugirió:

—¿Qué te parece si continuamos esta conversación más tarde? Hay un pequeño café cerca de aquí que ofrece una vista espectacular de las montañas al atardecer.

Marianne aceptó entusiasmada la invitación.

Ambos se levantaron, y mientras se alejaban juntos del bullicio del congreso, Marianne sintió un cosquilleo en el estómago, una emoción que hacía mucho tiempo no sentía.

UN ENCUENTRO DEFINITIVO

«Si no ardes por algo o alguien, si nada te sacude

hasta el alma, si apenas te llega el entusiasmo, vas mal,

algo te detiene: vives a medias»

Walter Riso

Las luces de la ciudad comenzaban a encenderse una a una, acompañando el descenso del sol que teñía el cielo con tonos cálidos y anaranjados. Marianne y Clemente caminaban lado a lado por las calles adoquinadas, dejándose llevar por el ritmo pausado y el murmullo suave de la ciudad al atardecer.

La fachada del café al que Clemente la había invitado se mostraba acogedora, con ventanas amplias que dejaban ver su interior cálido, iluminado por luces tenues y velas encendidas sobre las mesas. Una suave música instrumental flotaba en el aire, creando un ambiente perfecto para una conversación íntima. Al ingresar, Clemente eligió una mesa junto a la ventana, donde podían disfrutar de la vista panorámica de las montañas de los Andes que, aun en la oscuridad, se alzaban imponentes bajo el cielo estrellado.

Marianne es una mujer de una belleza serena, que captura la esencia de lo clásico mezclado con un aire de modernidad. De estatura mediana, posee una figura elegante y equilibrada, con movimientos que reflejan una mezcla de confianza y gracia natural. Su rostro es expresivo, con grandes ojos que varían entre tonos de verde y marrón, dependiendo de la luz, y que a menudo son el espejo de sus emociones. Tiene una sonrisa cálida y acogedora que ilumina su rostro y que puede ser tanto reflexiva como llena de alegría.

Su cabello, de un tono castaño oscuro, cae en suaves ondas sobre sus hombros, a menudo llevándolo suelto o en un peinado simple pero elegante. Su piel es de un tono claro, con un leve rubor natural que acentúa sus expresiones. En cuanto a su estilo, Marianne prefiere la simplicidad elegante, optando por colores que complementan su tono de piel y su personalidad. No es una seguidora de las tendencias de moda, sino que elige lo que mejor se adapta a su estilo personal apostando siempre por la comodidad.

La camarera se acercó con una sonrisa amable y les ofreció la carta. Ambos decidieron optar por cafés aromáticos y un surtido de pastelería local para compartir. Mientras esperaban sus pedidos, Marianne y Clemente se sumieron en una conversación que fluía con naturalidad, como si fueran viejos amigos reencontrándose después de mucho tiempo. Descubrieron que compartían intereses similares: el amor por la literatura clásica, el vino, la pasión por viajar y las ganas de vivir cada día al máximo.

Clemente se recostó en su silla, cruzando los brazos sobre la mesa y mirándola fijamente. Sus ojos brillaban bajo la luz tenue. Es un hombre cuya presencia física tiene un atractivo innegable y carismático. De estatura ligeramente superior al promedio, posee una figura atlética y bien proporcionada, resultado de su afición a mantenerse activo y saludable. Su rostro es marcado, con rasgos definidos que reflejan su fortaleza y su carácter apasionado. Tiene ojos color miel, profundos y expresivos, que pueden cambiar de una mirada pensativa a una chispeante en un instante, revelando su espíritu vivaz.

Su cabello es de un tono castaño, usualmente llevado en un corte moderno un poco desordenado, que le da un aspecto juvenil y relajado. La barba, bien cuidada, enmarca su rostro y añade un aire de madurez y sabiduría a su apariencia. Clemente tiene un estilo distintivo que equilibra la elegancia con un toque de informalidad, reflejando su personalidad artística y su enfoque práctico de la vida.

—Es increíble cómo un lugar tan distante puede sentirse tan hogareño. Los Andes, este café, la música, todo es mágico —le decía Marianne.

—Desde aquel encuentro en el parque, no sé por qué sentí un extraño vínculo contigo. Ahora, sentados aquí, siento que no me equivoqué. Hay lugares que, por alguna razón, se sienten como si hubiésemos estado allí antes. Me alegra compartir este momento contigo, Marianne.

Poco a poco, Marianne Britton comenzó a abrirse ante este extraño pero familiar hombre llamado Clemente Lazarescu. Un hombre maduro, de unos cincuenta años, lleno de vida, sus años estaban cargados de experiencia, de una vida intensa, apasionada y repleta de historias realizadas. Clemente es un hombre de pasiones profundas y un espíritu libre. Su personalidad magnética atrae a los demás de manera natural, siendo tanto un soñador como un pensador. Es inteligente y articulado, capaz de expresar sus ideas y emociones con una claridad que cautiva a su audiencia.

Como escritor, es creativo y profundamente introspectivo, explorando los recovecos del alma humana con una sensibilidad que se refleja en sus obras. Es alguien que valora la autenticidad y busca la verdad en sus relaciones y en su arte. A pesar de su encanto exterior, lucha con sus propios demonios internos, un hombre marcado por sus experiencias pasadas y por las decisiones difíciles que le ha impuesto la vida.

A nivel emocional, es complejo y a menudo contradictorio. Puede ser increíblemente cariñoso y atento, pero también distante y reflexivo, sumergiéndose en sus pensamientos y emociones. Su vida amorosa es un reflejo de su búsqueda constante de vincularse de verdad con alguien y de entender que las relaciones son un viaje que conduce a través de altibajos emocionales.

A medida que avanzaba la noche, la conversación entre Marianne y Clemente se profundizaba. Hablaron de sus sueños, de sus miedos, de sus pasiones, pero no ahondaron en sus vidas personales. Entre risas y momentos más serenos, ambos comenzaron a descubrir que tenían más en común de lo que hubieran imaginado. La música del café creaba un ambiente íntimo, y el mundo exterior parecía no existir, dejándolos únicamente a ellos, dos almas que se encontraban en un cruce inesperado del destino. En medio de esa profundidad emocional que tenía Marianne y de su inteligencia aguda, poseía una personalidad reflexiva y empática, siempre dispuesta a escuchar y comprender a los demás.

Aunque puede parecer reservada al principio, Marianne tiene un corazón cálido y generoso, y una vez que se abre, muestra un sentido del humor sutil y una risa contagiosa. Es apasionada en sus convicciones y valiente en su enfoque de la vida, enfrentando los desafíos con una mezcla de optimismo práctico y realismo.

En sus relaciones, buscaba la autenticidad y la profundidad. Valoraba la honestidad y la integridad, tanto en sí misma como en los demás. Como profesional, era dedicada y creativa, a menudo se encontraba inmersa en proyectos que reflejaban su pasión por las comunicaciones y el arte.

Marianne Miró su reloj y suspiró ligeramente, mostrando su renuencia a que el momento terminara. Deslizó su taza de café vacía hacia un lado y se estiró con delicadeza. Ella deseaba que ese momento fuera eterno.

—Ha sido una noche realmente especial, Clemente. Pero mañana comienza el congreso y será un día largo. Debemos ir a descansar.

Clemente aceptó con comprensión. Tomó la cuenta que el camarero había dejado en la mesa y comenzó a revisarla.

—Tienes razón. Mañana es un día importante para ambos. Ya habrá tiempo de seguir conversando.

—Claro, me encantaría —le respondió. Se levantaron, para dirigirse hacia el hotel donde ambos estaban hospedados. El camino de regreso estaba iluminado por farolas que proyectaban un suave resplandor en las aceras. La noche estaba fresca, y los sonidos de la ciudad parecían haberse atenuado, dejando un silencio cómodo entre ellos.

Marianne caminó al lado de Clemente con una postura erguida, aunque cada tanto sus hombros se encogían ligeramente debido al frío. De vez en cuando, lanzaba pequeñas miradas de reojo hacia él.

—Mañana, antes de que todo inicie, ¿qué te parece si desayunamos juntos en el hotel? Será un buen comienzo antes del ajetreo del congreso —le preguntó Clemente mientras que, con un gesto caballeroso, le ofreció su abrigo a Marianne al notar que tenía frío.

—Me parece una excelente idea. A las 7:30, ¿te parece bien?

Con un asentimiento y sonrisas compartidas, continuaron su camino hacia el hotel. Al llegar a la entrada, Clemente detuvo sus pasos y miró a Marianne.

—Hasta mañana, Marianne. Espero con ansias nuestro desayuno.

—Hasta mañana, Clemente —respondió suavemente.

Ambos se dirigieron a sus respectivas habitaciones, con la promesa del nuevo día y el encuentro que les esperaba. La noche, con su manto de estrellas, parecía cómplice de esa nueva amistad que estaba naciendo entre ellos.

Marianne subió a su habitación y trató de conciliar el sueño. Acostada en su cama, mirando fijamente el techo de su habitación de hotel, reflexionaba sobre la casualidad, o tal vez el destino, que había llevado a Clemente de nuevo a su camino. Las imágenes del día se entrelazaban en su mente: la mirada casual que se convirtió en una conversación profunda, la forma en que sus risas llenaron el aire, la facilidad con la que se abrieron el uno al otro. Era como si una pieza que faltaba en el rompecabezas de su vida hubiera encajado de repente, sin previo aviso.

Marianne se preguntaba si el encuentro con Clemente era simplemente una agradable coincidencia o algo más intencionado por el universo. ¿Qué probabilidades había de que, en un mundo tan vasto y lleno de gente, se cruzaran de nuevo en un lugar tan lejano de donde se habían visto por primera vez? Con el corazón lleno de preguntas sin respuesta, se dejó llevar por el sueño, con la esperanza de que el nuevo día trajera consigo más claridad.