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¿Qué significa vencer a la muerte?, ¿puede haber felicidad alguna en la eterna juventud cuando el tiempo continúa corriendo para los demás? Alicia, lejos de su Colombia natal y aislada en Barcelona, encuentra en Richard un gran apoyo en plena pandemia mundial. No sospecha que el científico a quien le ha entregado su corazón planea someterla a un experimento que cambiará la historia de la humanidad y su vida para siempre… dejándola suspendida en el tiempo. A través de nuestra protagonista, se exploran cuestiones sobre la pérdida de la autonomía, las consecuencias de la ambición desmedida del ser humano y los horrores que se esconden tras la promesa de la vida eterna.
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Seitenzahl: 360
Veröffentlichungsjahr: 2023
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© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com
© Laura Isabel Montoya Hoyos
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz Céspedes
Diseño de portada: Rubén García
Supervisión de corrección: Ana Castañeda
ISBN: 978-84-1181-239-9
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».
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A Dios y a mi madre, Laura Montoya, que siempre está a mi lado.
A mis nietos, María del Mar y Matías, los amo más de lo que las palabras pueden expresar.
A mis hijos, Diego Andrés y Catalina, razón de mi vida.
A mi yerno, Juan David, que ha sido un hijo más para mí.
A mi padre, que fomentó mi amor por la escritura; y mi madre, que siempre me llenó de amor.
A mi esposo, Diego Botero, mi socio de vida y compañero de ruta, quien me sostiene cuando tambaleo hasta recuperar las fuerzas y continuar.
PRÓLOGO
El ser humano siempre se ha sentido atraído por lo prohibido, por lo imposible; siempre ha buscado superar los límites de la realidad y lograr lo que muchos consideraron un simple sueño inalcanzable. La historia que tienes entre tus manos se acerca sin miedo ni tabúes a la idea de la eterna juventud —ansiada por algunos, temida por otros— y la convierte en un hecho a través de la ciencia… y del sacrificio de la ética y la moral. Con todo lujo de detalles, explora lo que comporta, para el primer humano inmortal, convertirse —en contra de su voluntad— en un símbolo del progreso científico, en la prueba de que es posible derrotar a la muerte.
Constantemente, la narración plantea una pregunta: aun conociendo lo que en realidad conlleva la inmortalidad, ¿querríamos alcanzarla? ¿Qué sentido puede tener la vida cuando deja de tener fin, cuando nos mantenemos congelados para siempre en una misma edad, sin importar cuánto tiempo pase, mientras todos a nuestro alrededor van dejándonos, sucumbiendo a la muerte?
Vivir eternamente nos enseña los peligros subyacentes en la juventud eterna; también en los avances científicos y tecnológicos que abogan por lo artificial y la destrucción de todo lo que nos hace humanos, únicos, diferentes y reales. A través de una mirada distópica a la sociedad actual, muestra cómo el progreso, en las manos equivocadas —de personas sin escrúpulos ni principios—, puede convertirse en un arma peligrosa, capaz de quebrar el ánimo y la razón; y abre un sinfín de debates éticos en cuyo corazón se encuentra, en último término, el verdadero significado de la vida y la libertad.
PRIMERA PARTE
De aquel suceso efímero surgía algo eterno. Si sueño, es porque el sueño es una realidad y la vida solo una sombra de mi paso sobre la eternidad. Si la vida fuera eterna, no la viviríamos con la misma intensidad.
ATRAPADA
Hay una diferencia entre
estar atrapado y decidir quedarse,
entre ser encontrado y encontrarte a ti mismo.
Martina Boone
Esa tarde, 14 de marzo del año 2020, Alicia llegó cansada, le dolían los pies, todo el día había estado dando vueltas terminando el diplomado y ultimando los detalles de su matrimonio.
Mientras se duchaba y disfrutaba del agua que corría por su cuerpo, alcanzó a escuchar en las noticias que se cerraban todas las fronteras y se cancelaban los vuelos en todo el mundo. La gente debía quedarse en su casa confinada para evitar la propagación del COVID. Se preocupó mucho, se enjuagó el jabón y salió de la ducha sin secarse. Solamente tuvo tiempo de envolverse en una toalla. Sentía el pulso acelerado y una gran opresión en el pecho, como si no pudiera respirar. Tomó el celular y trató de comunicarse con la aerolínea, pero nadie le atendía el teléfono.
No quiso desayunar, solo se bebió un yogur que guardaba en la nevera. Había amanecido un poco melancólica. Miró el reloj y vio que se estaba haciendo tarde, tenía que darse prisa y ver cómo solucionaba su regreso a Colombia. Era obvio que no podía seguir allí.
Alicia había escuchado del coronavirus como una plaga que azotaba a China, pero nunca pensó verla extenderse en el resto del mundo y mucho menos convertirse en una pandemia. Por eso continuó en Barcelona. Un mes pasaba rápido y ella estaría de regreso en su país para comenzar una nueva vida al lado del hombre que amaba. Ahora esto la tomaba por sorpresa y debía correr para no quedarse atrapada en un país que no era el suyo y lejos de sus seres queridos. Comenzaba a extrañar muchas cosas estando fuera de casa. Casi no se acostumbra al horario, en el día se mantenía con sueño, pero poco a poco se fue habituando. Le había tocado familiarizarse con las jergas usadas allí y muchas veces le dificultaba entenderlas. Para ellos, «chévere» era «guay»; e ir a trabajar es ir «al curro». Le parecía increíble cómo cambiaban tanto el significado de un país a otro. La gente era demasiado culta; por ejemplo, cuando ella iba a pasar una calle, el conductor detenía el auto. El limón también lo extrañaba mucho, no había podido encontrarlo pequeño, amarillo y ácido. En Barcelona, los limones eran grandes y algo dulzones. La amabilidad de la gente, la cercanía, era lo que le hacía más falta. Los europeos son más distantes y frívolos. La comida no le había dado dificultad. Amaba la paella, le encantaban las tapas, las tortillas españolas; y el vino siempre había sido su compañero de vida. Sin embargo, también comenzaba a extrañar esos deliciosos jugos con los cuales acompañaba el almuerzo: maracuyá, fresa, mora y mandarina. Su tierra poseía una gran variedad de frutas que le hacían falta.
Sacó su maleta, empacó lo principal y se fue para el aeropuerto. Debía conseguir un vuelo que la regresara a casa.
—¡Dios! ¡Dios! ¡Esto no puede ser cierto! —exclamó con voz imperiosa mientras se sostenía la cabeza y caminaba por toda la habitación, preparándose para salir de prisa.
Tomó un taxi y le solicitó al conductor que la llevara al aeropuerto. Le comentó que necesitaba llegar pronto para conseguir un vuelo que la regresara a su país, antes de que todo se cerrara por motivo de la pandemia.
Desde que ingresó al aeropuerto, pudo ver el caos del lugar. Alicia aceleró el paso, pues veía interminable el pasillo hasta el counter de la aerolínea, donde había una multitud de personas enardecida. Todos repetían que necesitaban viajar, y ella se sintió aturdida observando aquel espectáculo. Solo se oían gritos y llantos desesperados. Parecía que el mundo estaba a punto de acabarse y que la única manera de salvarse era subirse en un avión. Con un gran esfuerzo, logró escabullirse entre la gente y acercarse al mostrador para solicitar un tiquete en el primer vuelo hacia Colombia. Estaba completamente descompuesta y sentía la necesidad de salir de Barcelona como fuera.
La auxiliar que atendía en el counter de la aerolínea se veía angustiada e impotente.
—¡No puedo hacer nada por vosotros, señores! Si estuviera en mis manos, los despacharía a todos, pero en este momento no tengo ningún espacio. Hay miles de personas en lista de espera y a partir de mañana estarán cerrados los vuelos. ¡Por favor, entiéndanme!
Junto a Alicia, había un hombre tratando de viajar con desesperación. Este señalaba de manera insistente que debía cerrar un negocio en Massachusetts y no podía faltar. A Alicia le pareció un hombre autoritario y mandón. Creía que él tenía que ser el único privilegiado.
—Señor, usted está en su país y yo estoy lejos del mío. Ante las circunstancias, lo mejor es que no viaje para que no se quede atrapado como yo.
—¿Sabes, guapa? Todos estamos en iguales condiciones. Yo tengo que acudir a esa cita. Es el negocio más importante de mi compañía y no puedo dejar de asistir. Por favor, déjeme que voy a ver cómo puedo solucionar mi problema.
Alicia se quedó en silencio. No imaginaba que aquel hombre debía viajar como fuera, porque andaba buscando una persona con la que pudiera desarrollar un proyecto científico que iba a cambiar la historia de la humanidad.Iba a firmar el acuerdo donde su empresa, Coral Corporations, recibiría los recursos para comenzarcon los estudios genéticos, esos que les permitirían a las personas, después de muertas, entrar en animación suspendida.
Pensó que lo más conveniente era no opinar, ella era una extraña, estaba en un país lejano al suyo y tampoco le afectaba el asunto. La pandemia era un duro golpe para todos y aquellas personas que estaban allí aglomeradas, al igual que ella, también tenían trastornada la vida en ese momento. Richard era un apasionado por el progreso científico, y al ver a Alicia, le llamó poderosamente la atención, ya que, además de ser una mujer bella, se veía que tenía carácter.
La auxiliar encargada del mostradorestaba desesperada y no tenía ninguna solución.
—De verdad, señores, lo mejor es que se retiren, no hay nada que se pueda hacer. Esta situación no depende de nosotros. Los vuelos están cerrados en todo el mundo. Esto no es cuestión de las aerolíneas. Esta disposición ha sido decretada por el Gobierno como consecuencia de una pandemia que azota al mundo.
Alicia tenía mucha impotencia, y al ver que no podía hacer nada, cogió sus cosas y salió a tomar un taxi. Era absurdo quedarse en medio de semejante caos, pues no había ninguna solución inmediata que le permitiera regresar. Debía tranquilizarse, pronto iban a abrir los vuelos y todo volvería a la normalidad. Al caminar hacia la salida, sintió que alguien la seguía. Al darse la vuelta, vio al mismo antipático señor, quien minutos antes le había respondido con tres piedras en la mano.
Alicia lo miró con desconfianza. «¿Qué le ocurre a este hombre?», pensó. Hace unos segundos se comportaba como un patán, pero ahora le está ofreciendo su auto para llevarla.
—¡Eh, guapa, espera! ¿Adónde vas? Puede que yo pueda acercarte. En estos momentos de tanta confusión, no viene mal tener compañía.
—Le agradezco mucho su ofrecimiento. Tomaré un taxi —Alicia replicó de mala gana y con la personalidad impetuosa que la caracterizaba.
Richard le insistió con toda su fuerza de persuasión para convencerla. Ella se vio obligada a aceptar, aunque no quería hablar con nadie. No entendía el comportamiento de ese hombre. A lo mejor, estaba desesperado igual que ella y no era el momento de juzgar. Quería regresar a su apartamento, llamar a su casa y contarles lo ocurrido. Aunque, sin duda, ya estaban al tanto, era una noticia mundial y solo se mencionaba eso en todas partes.
—¿Qué pensará usted de mí, si ni siquiera me he presentado? Mucho gusto, me llamo Richard Rocha —dijo, estrechando su mano con un gesto de amabilidad y cortesía.
—Soy Alicia. Alicia Ferreira —le dijo sonriendo.
—El ofrecimiento va en serio. ¿Quieres que te acerque a alguna parte? Te ves muy mal, puedo acercarte a dónde vas.
—Parece que se te ha ido el mal humor —replicó ella.
—Discúlpame; ahora, con esto del coronavirus, la situación del cierre de fronteras y el confinamiento, todos estamos alterados.
Sin lugar a dudas, para Alicia, conversar con alguien le venía bien en un momento de tanta soledad. Le dio la dirección a Richard, quien de inmediato respondió sorprendido:
—¡Mira qué casualidad! Queda muy cerca de donde yo vivo. No será ningún lío para mí acercarte.
En el camino hubo un gran silencio, interrumpido solo por el ruido del motor del carro y una suave música que sonaba en la radio del vehículo. Parecían los únicos seres humanos en medio de todas esas calles vacías. De pronto, Richard arremetió con un sinfín de preguntas, quería saber todo acerca de Alicia. Le parecía una mujer hermosa e interesante y era la oportunidad perfecta para conocer un poco más de ella, podía ser Alicia la mujer que andaba buscando y suspender su viaje a Massachusetts.
—¿Y qué te ha traído a estas tierras?
Alicia no tenía muchas ganas de hablar, sus ojos almendrados se veían tristes y aguados por las lágrimas. Pero no quiso ser descortés con su recién conocido, así que le contestó:
—Llevo poco más de un mes aquí, vine a hacer un diplomado y a conseguir todo lo de mi boda.
—Te ibas… perdón. ¿Te vas a casar?
—Sí, la boda era en veinte días, pero ya con todo esto, toca posponerla.
—¿Y en qué estabas haciendo el diplomado?
Ella le contó que era científica de datos y que había hecho un máster en Business Intelligence y Análisis de Datos. Pensaba abrir una empresa junto a su futuro esposo y por eso había viajado a Barcelona, para terminar el diplomado e investigar más sobre la empresa que iban a montar. También había aprovechado para comprar su vestido de novia. Los vestidos españoles le parecían hermosos, finos y delicados.
—¡Qué coincidencia, yo soy científico! Actualmente, adelanto unos estudios para la industria de la inteligencia de datos junto al advanced computing. ¡La inteligencia artificial no para de crecer! En este momento estoy necesitando una data scientist que me ayude con todo el análisis de los estudios que voy desarrollando. De pronto te animas y puedas ayudarme mientras estés aquí en Barcelona y pasa lo de la pandemia.
—Muchas gracias por traerme y por tan generoso ofrecimiento. La verdad es que en este momento no tengo cabeza de nada.
—Alicia, toma mi tarjeta. Tal vez te pueda ser útil. No dudes en llamarme si necesitas algo. Ahora que vamos a quedar encerrados, podemos tomarnos un café en tu piso o en el mío.
Alicia tomó su tarjeta. Le sonrió, pero en sus ojos se veía la tristeza y la soledad que tenía en ese momento. Se bajó del auto, Richard se quedó mirándola hasta que ingresó al edificio. Era muy observador y muy buen conversador. Estaba acostumbrado a lanzar preguntas para desnudar el corazón de las personas. Había aprendido a descifrar en el rostro el espíritu de la gente. No en vano se decía que los ojos son el espejo del alma y en la joven había visto una mujer valiente, con carácter, decidida e inteligente.
Alicia necesitaba reclamar las llaves del apartamento en la portería. Las había dejado allí cuando salió de prisa para el aeropuerto con el fin de que se las devolvieran al dueño. No encontraba al portero, no estaba en la recepción.
—Es el colmo que don Luis no esté en su puesto —dijo segundos antes de verlo aparecer.
Ella, afanada, le solicitó que le devolviera las llaves. Le contó que no había podido viajar. Le había tocado devolverse porque los vuelos estaban cerrados en todo el mundo. Subió a su piso. No tenía ganas de nada. Se sirvió un martini. Lo dejó en su mesa de noche mientras se ponía la pijama. Miró por la ventana; solo lograba ver la densa niebla, la cual indicaba que ya caía la tarde. Debía llamar al dueño y decirle que continuaría con el contrato de arrendamiento, por lo menos otro mes más.
Buscó el celular en su bolso. Siempre lo mantenía en silencio y únicamente lo utilizaba en el apartaestudio porque allí tenía wifi. Había miles de mensajes por el WhatsApp. Comenzó a leerlos y en todos hablaban de que buscara un vuelo como fuera porque el mundo entero quedaría paralizado por la pandemia. En ese mismo instante entró una llamada. Era su madre, estaba con Esteban Oliveira, su prometido, y querían saber a qué hora llegaba. Ella les contó sobre la imposibilidad de viajar en ese momento, por eso le tocaba quedarse hasta la reanudación de los vuelos. Se sentía desanimada y le pidió que por favor le pasara a Esteban al teléfono.
—Amor, estoy desesperada. ¡Cómo me pudo suceder esto! ¿Qué va a pasar con nuestra boda? —Alicia no pudo evitarlo, quería mantenerse fuerte, pero comenzó a llorar desesperada. Las lágrimas caían por todo el rostro.
—¡Tranquila, mi amor! Vamos a tener que postergarlo, pero será por unos días nada más. —Él trataba de calmarla, pues la situación ya estaba bastante difícil para agregarle otra preocupación más.
—Estoy angustiada; todo esto que está pasando me tiene estresada. Parece como si estuviera en una oscura pesadilla de la cual quiero despertar.
Alicia se acostó y puso las noticias. Los noticieros solo hablaban de lo mismo: la pandemia; la llegada del COVID-19, las cuarentenas y el resto de medidas adoptadas por los Gobiernos para mantener a la gente en casa. El mundo pareció detenerse y ella estaba impotente. No podía explicarse lo que pasaba. Por las noches la embargaba la soledad, y se debatía contra las angustias que acosaban su alma, pero al día siguiente se sobreponía; debía hacer frente a esa realidad y mostrarles a todos y a ella misma que no era tan débil como parecía. Miraba por la ventana: el cielo estaba encapotado y las calles se veían desoladas. Pensó en Richard, el hombre que la había acercado a su apartamento cuando estaba en el aeropuerto. Pero no se atrevió a llamarlo. La lluvia azotaba su ventana y al fondo se escuchaba una sirena de policía alertando a la población que debía permanecer en casa. Así, poco a poco, con el arrullo de la lluvia, se fue quedando dormida.
Duró varios días sin querer levantarse. Veía películas en la televisión y leía para entretenerse. Lo único que escuchaba del mundo exterior eran las campanas de la iglesia. Estaba muy deprimida. A las duras restricciones de movilidad se les sumaba la difícil situación económica por la que estaba atravesando. Sentía que su vida se había trastornado de un momento a otro. Pasaron dos semanas y se iba prolongando la cuarentena… Dos semanas más, luego otras dos y otras dos. No había nada para hacer y estaba desesperada.
Los días se hacían largos e interminables. Una rutina que parecía no tener fin. Se levantaba tarde. Prendía el computador, se conectaba con sus padres, luego con Esteban. Comenzaba a navegar por internet buscando opciones que le permitieran conseguir un vuelo humanitario para regresar, pero nada. Seguía allí atrapada librando su propia batalla.
Recostada en la cama se quedó mirando fijamente al techo. Comenzó a pensar en Esteban, en todo lo que tenían planeado. Querían montar la empresa después de la boda y, por eso, ella había viajado a Barcelona a prepararse. Esteban era un hombre trabajador, honesto, sociable y muy emprendedor. Recordaba esos bellos ojos grises medio verdosos en los que solía perderse para encontrar la calma. Estaba muy desganada. Pasó días sin vestirse y muchas veces ni se bañaba. En ese encierro en el cual se encontraba, nada le provocaba. Pero ese día era distinto, sentía por primera vez el deseo de olvidarse por un rato de esa pesadilla que estaba viviendo. Tenía que hacer algo por ella o si no, iba a enloquecer. Decidió que tenía que hacerle frente a la situación y se vistió, porque quería volver a verse bella y, además, lo necesitaba.
La esperanza de regresar se iba diluyendo con las dos cancelaciones de vuelos que le habían hecho. Alicia ya tenía el presupuesto cada vez más ajustado. Había arrendado un piso por dos meses y no sabía qué hacer, puesto que el tiempo estaba por vencerse. Tenía pocos euros y ni siquiera encontraba dónde cambiar más dinero. Ya no diferenciaba los días, no sabía si era lunes o domingo. De pronto volvió Richard a su mente y pensó que debía hablar con alguien o iba a perder el juicio.
Recordó la propuesta de trabajo ofrecida por él y decidió marcarle al teléfono; tal vez era cierto, no solo ganaría algo de dinero, sino que a la vez se iba a entretener.
—¡Aló! —lo escuchó decir al otro lado de la línea.
—¿Richard?
—Sí —respondió él, de manera ágil.
Estaba un poco asustada, pero actuó con amabilidad y cortesía. No sabía si él se acordaba de ella, debido a que había pasado casi dos meses de su encuentro en el aeropuerto.
—Richard, ¿cómo estás? Te habla Alicia. ¿Te acuerdas de mí? Hace algunos días me acercaste a mi apartamento —dijo con voz suave y pausada—. Espero no interrumpirte.
—Claro, ¡claro, guapa, que me acuerdo de ti! ¡Cómo olvidar ese rostro angelical lleno de miedo! Me alegro de que te hayas decidido a llamarme, ¿cómo has pasado?
—Ya te lo imaginarás, en este encierro tan terrible, el aburrimiento que tengo. No puedo ni ir a la esquina a tomarme una cerveza y unas tapas. Hoy me resolví a llamarte porque recordé la propuesta que me hiciste para ayudarte con lo del análisis de datos y, si todavía está en pie, me gustaría aceptarla.
—Sí, ¡claro que sigue en pie! ¡Me emociona que me hallas llamado! —afirmó él con voz animada—. Reunámonos y hablamos del tema. ¿Te parece? Tú sabes que ahora todo está cerrado y no se puede salir. Yo puedo aprovechar el día del pico y cédula y voy hasta tu piso. Me invitas a un café y hablamos.
Alicia se sintió feliz, un nuevo aire le llegaba. Era hora de ver qué hacía y dejar de lamentarse. Llamó a su madre a contarle, tenía mucho entusiasmo, pero la notó triste y ausente, muy diferente a como ella estaba acostumbrada a escucharla.
—¿Qué te pasa madre?, ¿acaso no te alegras con lo que te estoy contando?
—¡Claro, hija! ¡Cómo no va a alegrarme! Es solo que tu padre no ha estado bien de salud. No sabemos todavía si es COVID.
—¿Cómo? —Tras un corto silencio, se escuchó su voz—. ¡No puede ser! Y yo aquí tan lejos, y sin poder viajar. ¡Esto es terrible madre!
Llevaba semanas agobiada consumiéndose en sus preocupaciones y, ahora que comenzaba a tener una ilusión, le daban semejante noticia. Alicia nuevamente se derrumbó. Sentía que ahora sí se le complicaban más las cosas. Se encontraba en un país ajeno para ella y ahora su padre se contagiaba de esa atroz enfermedad la cual tenía al mundo en jaque. Tanta desgracia junta no la iba a poder soportar. Esa noche dio vueltas en la cama, sin poder conciliar el sueño. Pensaba en su madre, en si su padre salía con COVID qué iban a hacer, en Esteban y en la reunión que tendría al día siguiente con Richard.
Al otro día, Alicia se levantó temprano. Había un sol luminoso que le despertaba cierto optimismo. A ella le encantaba el astro rey. Un día lleno de luz le hacía ver la vida de manera diferente. En cambio, los días grises le generaban melancolía. Igual le sucedía con el día y la noche, cuando la tarde caía comenzaba a sentir un hondo vacío en el estómago que le producía angustia y no lograba saber por qué.
No había dormido muy bien, la visita de Richard la tenía ansiosa. Se arregló el cabello, las uñas, se maquilló y se vistió con un jean, un buzo amarillo para verse enérgica y unos zapatos bajitos. Se aplicó su perfume favorito y aspiró la fragancia hasta que se perdió en ella. Alicia era una mujer alta, medía 1,72 de estatura, delgada; pelo largo, lacio, de color caoba; ojos color almendra; cejas tupidas, cuello largo, sonrisa amplia y una dentadura impecable. Organizó su apartaestudio para que Richard lo encontrara perfecto. No quería que se llevara una mala imagen de ella.
Sonó el citófono, el portero le indicaba que abajo estaba el señor Richard Rocha, que si lo hacía seguir.
—¡Por supuesto! —exclamó. Lo estaba esperando.
Abrió la puerta, vio un señor elegante, bastante apuesto, con tez blanca, delgado, alto, cejas pobladas y ojos azules. La primera vez no se había percatado de él; es más, trataba de recordar su rostro y no lo lograba. Se recibieron con beso en la mejilla, como si se conocieran de toda la vida; además, una costumbre muy española. Richard la vio hermosa, acababa de verla por segunda vez y ya sentía que su vida tenía que estar ligada a la de ella de alguna manera.
—Pasa, Richard, ¡bienvenido a mi humilde morada aquí en Barcelona! Te estaba esperando con el café que te prometí y le adicioné unas galletas deliciosas que le van muy bien. Sé que te va a gustar.
—Gracias, ¡eres muy buena anfitriona! Pues bien, entremos en materia.
Alicia le sirvió el café y se preparó para ella uno más suave. No le gustaba tan fuerte.
—Y cuéntame, Alicia, ¿te ha gustado Barcelona?
—¡Barcelona me encanta! No he tenido mucho tiempo de salir para conocerlo. Desde que llegué, me concentré en el estudio y el poco tiempo libre me dediqué a buscar las cosas de mi matrimonio. ¡Pero España en general me encanta! Y si alguna vez tuviera que mudarme a algún otro lugar fuera de Colombia, seguro escogería Madrid o Barcelona.
—¿Y en Colombia trabajas en ciencia de datos?
—Sí. Trabajé cinco años como analista de inteligencia de negocios. Me retiré antes de venirme para acá porque la idea es que, cuando me case con Esteban, vamos a trabajar juntos en nuestra empresa.
—Maravilloso, Alicia. Se ve que tienes mucha experiencia. Bueno, entremos en materia. Primero que todo, quiero decirte que esto es un trabajo supremamente importante y hace parte de una investigación secreta; por lo tanto, deberás firmar términos de confidencialidad. La compañía donde trabajo no sabe que voy a confiar, en una persona ajena a la organización, datos y cifras de esta información, la cual es absolutamente top secret.
Alicia asintió, sin saber a dónde quería llegar Richard. Pero estaba de acuerdo. Ella era una persona seria y sabía de la existencia de esas cartas de confiabilidad en las empresas. Aun si no iba a estar vinculada directamente con la compañía, el hecho de que Richard le confiara datos secretos la obligaba a no divulgarlos. Sin embargo, quería escucharlo antes de comprometerse. Sobre todo, porque a lo mejor se devolvía a su país muy pronto. Pensó: «En este momento y con la noticia de mi padre posiblemente contagiado, cualquier ocupación me podría ayudar a salir del estado de angustia en el cual me encuentro». Estaba dispuesta a ser diligente, proactiva, colaboradora y, sobre todo, a ayudarle en todo a Richard, que aun sin conocerla bien, estaba confiando en ella.
A FONDO
Se vale sentirse cansado, se vale no sentirse fuerte,
se vale tener esos días donde solo quieres descansar del mundo,
se vale ser humano. Pero tienes que levantarte y seguir,
tienes que tomar ese segundo aire y continuar con todo.
Trabajar en el piso de Alicia se hacía muy difícil. El espacio era reducido y de un solo ambiente. Nada más había un salón amplio donde estaban su cama y las mesitas de noche. Encima de una de ellas, había varios libros, los cuales siempre mantenía cerca para leer; al igual que sus gafas y una lámpara de luz tenue. Desde su estancia en Barcelona, le daba dificultad conciliar el sueño. En la misma habitación estaba la cocineta, una barra americana y el cuarto de baño. Entraba poca luz. Había una sola ventana muy pequeña, la cual conectaba con el exterior. El lugar era apenas para ella, puesto que su permanencia en la ciudad iba a ser corta, por eso se sintió cómoda cuando se alojó allí; pero ahora era distinto, cada vez se sentía más estrecha, sobre todo ahora, cuando pasaba todo el tiempo dentro del apartamento. Se sentía asfixiada y aunque nunca había padecido de claustrofobia, comenzaba a ver cómo el encierro la estaba afectando. A la primera semana de estar frecuentándola, Richard se dio cuenta de que era imposible seguir trabajando desde allí. Le propuso trasladarse a su casa, la cual era más cómoda y más iluminada.
—Alicia, ven a mi casa. Puedes quedarte hasta que regreses a tu país. El sitio es confortable. Así podemos trabajar mejor y no tendré que estar de aquí para allá en estos momentos de tanta limitación por la pandemia. Te ahorras lo del arriendo. Te va a gustar y seguro estaremos más cómodos.
—Te lo agradezco Richard. Es muy generoso de tu parte. Pero no sé qué vayan a decir mi novio y mis padres.
—No van a decir nada, porque no les vas a contar; además, no será por mucho tiempo. Apenas pase todo esto de la pandemia, te vas y ya verás que nadie se va a dar cuenta.
—¿Puedo pensarlo un poco y contestarte después?
—¡Claro que puedes! Pero no te quedes pensándolo, por favor. No es por nada, pero aquí en tu apartaestudio estamos muy estrechos. No hay cabida ni para las ideas. ¡Joder! —Y, diciendo esto, ambos soltaron una carcajada.
Alicia sabía que a sus padres ni a Esteban les iba a gustar la idea. Pero el ofrecimiento le pareció sensato; además, estaba agradecida con él por todo lo que hacía por ella. Richard era el único capaz de doblegar su voluntad de hierro. Sin darle más vueltas al asunto, pensó que era lo mejor para ella en este momento y aceptó sin ponerle reparos.
Le organizó un cuarto espacioso con baño privado y se esmeró en que no le hiciera falta nada. La complacía en todo, la trataba como una reina y continuamente le decía que admiraba su valentía y su capacidad para aguantar oleadas y tempestades. La veía como una mujer sólida, igual que un roble. Tenía el temperamento fuerte, justamente como él necesitaba.
Alicia descubrió en Richard el mástil para sostenerse, por lo que comenzó a acostumbrarse a él y a sentirse menos sola en su compañía. Pasaban todo el día juntos, veían películas y hacían la cena, aunque tuvieran a Bernarda que los atendía; ¡les encantaba cocinar juntos! Ella se había convertido en una gran compañera y una excelente asistente para sus negocios.
Richard venía de una familia española adinerada. Sus padres ya habían fallecido y había heredado la fortuna de ellos. Tenía un solo hermano menor; y después de la repartición de la herencia, no lo había vuelto a ver. Más adelante se dio cuenta de que andaba por el mundo dilapidando la fortuna que le habían dejado sus padres. Pensaba con frecuencia en él. ¿Dónde estaría? Siempre fue tan cabeza dura y nada raro sería que ya se hubiera malgastado la plata entre bares, mujeres y juego.
Alicia les ocultó a sus padres y a Esteban que se había trasladado a la casa de Richard. Su papá se agravó y su prometido trataba de localizarla por todos lados, pero ella no respondía los WhatsApp. Él tampoco quería darle esa noticia por ese medio, entonces llamó a la portería del edificio donde ella vivía y Luis, el portero, le contestó que Alicia se había trasladado a vivir a otro sitio y hacía más de un mes no vivía allí. Esteban quedó sorprendido y desconcertado.
A la mañana siguiente, cuando Alicia apenas comenzaba a despertarse intentando despegar sus párpados, le sonó el celular. Era Esteban. Lo notó de mal humor y cortante; ella, en cambio, estaba muy tierna y cariñosa con él. Se alegró mucho de escucharlo. Aún desconocía la clase de lío en el que estaba metida.
—¿Por qué no me contaste que te habías ido del piso que tenías arrendado? Estoy tratando de localizarte desde ayer, pero no respondes el teléfono ni los WhatsApp. Veo que ya no te importan ni tus padres y mucho menos yo. ¡Qué ligero te has adaptado a Barcelona!
Alicia estaba medio aturdida. Todavía no había logrado despertarse del todo. El día anterior había estado trabajando hasta tarde en el proyecto con Richard y después, para relajarse un poco, se había tomado unos vinos con él.
—¿Se puede saber dónde o con quién estás viviendo? —le dijo Esteban en un tono bastante fuerte.
Alicia tartamudeó, no sabía cómo decirle que estaba en el apartamento de Richard.
—Esteban, deja la paranoia. Me mudé por acá cerca. Tú sabes que el dinero se me está acabando y esta situación se está alargando mucho. Después te mando la dirección y los datos. ¿Para qué me llamas si tienes tanto mal genio y cuál es la urgencia? ¿Pasó algo?
—Tu padre está grave. Puede que no pase de esta noche. —Le soltó la noticia sin anestesia y de una manera brusca, sin importarle el dolor que le causaba.
—¿Cómo? —Su rostro palideció y se aferró a las sábanas. Sus pupilas se dilataron—. ¿Por qué dices que no pasará de esta noche? ¿Así está de delicado?
Rompió en llanto. Recordó lo importante que era su padre para ella. Todo le daba vueltas en la cabeza, sentía el sudor que le rodaba por la frente, y lo peor, nadie podía entender lo que estaba sintiendo en ese momento. Él siempre le decía que ella era «la niña de sus ojos», ¡su perla!, como dulcemente la llamaba. La vida era muy cruel con ella si se lo llevaba sin permitirle darle el último adiós.
Su padre le había enseñado el amor por los números y siempre decía que con la data nadie se peleaba, pues quien tenía la información tenía el poder. Reflexionó en la noche anterior, cuando le contó a Richard acerca de su familia, y sintió un gran vacío en la boca del estómago. Ahora entendía por qué estaba así. Su padre agonizaba en un hospital, sin que nadie pudiera estar a su lado. Pensó en su madre, ¿¡qué iba a hacer ella?! ¡¿Podría aguantar ese golpe sola?! Su hermano Daniel tampoco estaba cerca. Él estudiaba en otra ciudad y con el cierre de todos los vuelos, seguro tampoco podía acompañar a su madre. ¡Por Dios, cuánto quería ver a sus padres! Se sentía lejos de ellos; sin embargo, debía llenarse de fortaleza y fe para poder seguir viviendo.
—¡No puede ser! Yo hablé con mi madre ayer y me dijo que papá estaba mejorando. Pobre mamá. ¿Dónde está ella? Pásamela.
—En este momento está con tu padre. Por la situación del coronavirus, solo lo puede ver a través de un vidrio. Los enfermos no pueden tener cercanía con nadie, debido a que el peligro de contagio es muy grande. Pero es bueno que estés preparada para la noticia; igualmente te digo: no me parece razonable que te hubieras guardado el cambio de apartamento. En un momento así, aunque nos encontremos lejos, debemos estar más unidos.
—¿Tú crees que la situación para mí ha sido fácil? Estoy sola, en un país donde no conozco a nadie, sin mi familia y ahora sin poder ir a darle el último adiós a mi padre. ¿Y tú te preocupas por si estoy o no en el mismo apartamento de antes? ¡Por Dios, Esteban!
—Perdóname, tienes razón. Tú… ¿Sabes cómo he estado yo sin ti? Esto de la pandemia nos ha tomado a todos por sorpresa. A estas alturas ya estaríamos casados.
Colgó el teléfono, se echó a llorar desconsoladamente. Le dio en el pie un calambre que casi no la dejaba mover, se incorporó como pudo, tenía que despertarse bien y tratar de hablar con su madre. Sintió que toda su vida se estaba desmoronando. A duras penas podía sobrevivir lejos de los suyos.
Richard le tocaba la puerta, pero ella no quería hablar ni ver a nadie. No podía hacer nada más que seguir con su vida mientras le tocara quedarse en Barcelona. Los días antes de trasladarse para la casa de él se le hacían interminables, parecía que el tiempo no pasaba; en cambio, ahora, las horas volaban y su vida cobraba otro sentido. Por otra parte, esta situación de la enfermedad de su padre la tenía devastada.
Se secó las lágrimas y abrió la puerta, se tapó la cara con las manos y abrazó a Richard; aferrada a su cuello, siguió llorando sin parar. Él, en ese momento, sintió la necesidad de abrazarla y estrecharla entre sus brazos. En ese instante se dio cuenta de que estaba naciendo en él un sentimiento importante y estaba decidido a no dejarla ir. Debía mantenerla a su lado como fuera.
—¿Qué te pasa? Cuéntame. Creo que ya vamos teniendo la suficiente confianza. —La acogió en su regazo y la abrazó.
—Es mi padre. Se está muriendo y yo estoy aquí, sin poder ir a verlo. Mi madre está allá sola, porque mi hermano tampoco ha podido viajar. ¡Dios, no voy a poder con todo esto!
—Joder, guapa, ¡claro que vas a ser capaz! Yo estoy aquí contigo. Sé lo difícil que debe ser. Yo también perdí a mis padres en un accidente y fue terrible, tanto que pensé que iba a morir. Mi hermano y yo quedamos solos. Siéntate un momento, respira hondo e intentas calmarte un poco. —Le solicitó a Bernarda una aromática.
Alicia se sentó, trataba de calmar su agitada alma. Richard la abrazó fuerte y le susurró al oído sin soltarla:
—¡Claro que vas a ser capaz!
Al día siguiente, Richard quiso distraer a Alicia, sentía su dolor. Le hubiera gustado poder invitarla a cenar a un restaurante, llevarla a un cine o a un teatro, pero todo estaba cerrado. Las calles se veían desoladas, no se veía ninguna actividad humana. El confinamiento obligó a que la gente no estuviera en entornos compartidos y convirtió la ciudad en un escenario sin actores.
Desde las diez de la noche había toque de queda y la vida estaba reducida a permanecer entre cuatro paredes, justo delante de una pantalla. Solo se escuchaba el ruido de los carros, de algunos trabajadores que regresaban a sus domicilios y de las sirenas producidas por los vehículos de emergencias, rompiendo el silencio.
A Richard se le ocurrió una cena en la terraza, a la luz de las estrellas y la luna. Consiguió un chef que les preparara la mejor paella y la más exquisita sangría. También un mesero los atendió como a reyes y un grupo musical de tres personas tocaban todo tipo de música amenizando la velada. De igual manera, improvisó un teatro con una pantalla gigante por si a Alicia le apetecía ver alguna película. Él estaba dispuesto a ganarse su corazón y a hacerle olvidar el duro momento que atravesaba.
Esa noche fue mágica. Richard logró su cometido. Aunque ella reflejaba en su rostro la tristeza que llevaba consigo, por un momento la hizo olvidar de toda la pesadilla que estaba viviendo. Al otro día, muy temprano, sonó su celular, Esteban le avisaba la muerte de su padre. Fue muy doloroso para ella no poder viajar, pero no tenía cómo hacerlo.
Esa semana se pasó volando, Alicia seguía trabajando, aunque no podía ocultar ese sentimiento de desolación que tenía. Solamente se alimentaba con la esperanza de regresar pronto.
A los pocos días, Esteban le notificó que su madre también se había contagiado de COVID. Después de la muerte de su padre, Alicia la llamaba hasta tres veces en el día, pero la notaba muy deprimida, se le veía sumida en un gran sentimiento de tristeza. Ella y su hermano tampoco estaban para mitigarle un poco el dolor, así que se agravó y en el transcurso de un mes, murió. Perder a su padre y a su madre en tan poco tiempo la dejó derrumbada. En los días siguientes, a duras penas, se levantaba de su cama, no probaba bocado alguno y no quería nada con la vida. Richard se preocupaba al verla en ese estado.
—¡Maldito coronavirus! ¡Me estás arrebatando todo! —Y no paraba de llorar—. Mis padres, que eran lo que más amaba. Mi libertad. Mi mundo. ¡Todo lo que he sido! Ya no vale la pena vivir.
Richard la escuchaba gritar desde afuera y veía cómo el sufrimiento la debilitaba. Su mirada había perdido el brillo. Había adelgazado mucho. Por esos días parecía atrapada por un remolino de tragedias, como si la fatalidad se hubiera ensañado con ella. Estuvo una semana que ni siquiera quería contestarle a Esteban, quien se había encargado de todo lo de los sepelios con la ayuda de Daniel, el hermano de Alicia, quien consiguió un permiso para viajar por carro y pudo llegar al entierro de su madre. La situación del mundo con la pandemia se agravaba aún más, eran muchos los muertos y las funerarias no daban abasto. Tenían que esperar hasta más de ocho días para cremar los muertos. No se permitía acompañar los cuerpos, la gente moría sola y sin poderse despedir de sus seres queridos. El mundo vivía un terrible drama, estaba sumido en una inmensa ola de contagios y una grave escasez de oxígeno acrecentaba los temores en torno al sistema de salud, que se encontraba saturado.
Con el paso de los días, Alicia fue saliendo de ese estado de letargo en el que se encontraba y se entregó de lleno a trabajar con Richard en su actual proyecto. Él estaba llenando ese vacío de su corazón. Para ella, él era ese faro de luz en el horizonte, más ahora que los problemas con Esteban se habían acrecentado y la distancia comenzaba a hacer mella. Lejos quedaban las conversaciones de amor, ya no tenían puntos de encuentro, pasaban días en donde ni siquiera hablaban y, para Alicia, pasó a un segundo plano regresar a su país. Ya sin sus padres, nada la ataba a su tierra.
Su rostro poco a poco fue adquiriendo de nuevo lozanía y belleza. Richard era un buen hombre, la entendía y sabía el dolor de ella en ese momento. A Alicia la deslumbraban su inteligencia y esa capacidad que él tenía de encontrar las palabras perfectas para todo, así como sus conversaciones profundas y la manera de complacerla. Por otro lado, él debía ganarse su amor y confianza a como diera lugar. Estaba convencido de que Alicia era la persona perfecta para comenzar con su proyecto de investigación.
SUCUMBIR
El mayor error es sucumbir al abatimiento;
todos los demás errores pueden repararse, este no.
Confucio
Hacía un día soleado, se sentía correr la brisa. El confinamiento ya no era tan estricto. Richard quería darle a Alicia motivos para seguir viva. La invitó a un paseo en yate y también invitó a su jefe y a su esposa, Natacha. Desde el mar, ver el horizonte de Barcelona era todo un espectáculo y, al final de la tarde, el apreciar la puesta del sol era un gran plan para disfrutar de la ciudad. Soplaba un viento cálido, lleno de aroma a océano. Ella se veía feliz, hacía mucho tiempo no sentía correr la brisa sobre su cara y había congeniado muy bien con la esposa de Samuel, el jefe de Richard. En cambio, a este, no le caía nada bien Alicia. Él sentía que ella podía entrometerse en los planes que tenía con su socio y tirar por la borda todo lo que habían adelantado.
—Richard, ¿pudiste concretar algo con Alicia?
—¿Qué coño pasa contigo? Acaban de morir sus padres. Esa tía está deshecha. No creo que sea el momento más oportuno. Apenas me estoy ganando su confianza.
—¿Sientes algo por ella? ¡Dime la verdad! Necesito estar preparado.
—Te confieso que Alicia está bien guapa. Me encanta y me he apegado mucho a ella en este par de meses. Me ha ayudado mucho con las cifras del proyecto que estamos desarrollando.
—Richard, sabes de sobra que no te puedes involucrar sentimentalmente. Muy bueno que te guste, porque al fin y al cabo tendrás que casarte con ella, pero debes tener cuidado igualmente. Si te enamoras, tío, perdemos todo.
—Es cierto. En el momento que Alicia sea mi esposa, se nos facilitará el tema de la criogenización.
—¡Oye, ¿no le habrás contado de nuestro proyecto?! —exclamó Samuel con tono de rabia y preocupación.
—¡Claro que no! ¡¿Cómo se te ocurre?! Me ayuda con el análisis de datos, nada más. Mira, para que no andes preocupado, también firmó la cláusula de confidencialidad. Ni siquiera se fijó en la letra menuda, donde autoriza plenamente a nuestra empresa a que se le practique la criogenización. No te inquietes, ya todo está listo. Solo falta que llegue el momento adecuado.
—No lo sé. —Samuel frunció el ceño—. Es mejor que tengas cuidado. No podemos exponer el mayor descubrimiento de nuestras vidas por un embeleco de faldas. Esto nos ha costado mucho. Nuestro plan se vendría abajo.
—Hay mucho en juego para hacer algo así. Déjate de hostias, tío.
—Pues me gusta que lo entiendas y que te quede lo suficientemente claro. Después, tío, no quiero sorpresas, ¿vale?
Eran casi las ocho de la noche cuando regresaron al muelle. Se despidieron de los amigos. Natacha, la esposa de Samuel, se había entendido muy bien con Alicia. Al darse cuenta por la situación que estaba pasando, le ofreció su amistad y su apoyo.
—Richard, no sabía que eras un excelente timonel —le dijo Alicia.
—No sabes muchas cosas de mí —le contestó.
—De eso me estoy dando cuenta. —Y con cierto pudor y ruborizada bajó la mirada.
—Yo creo en el destino, ¿y tú, Alicia?, ¿crees en él?
—Claro que sí, pero también pienso que uno puede ejercer control sobre su propia vida. Y… ¿Por qué me preguntas eso?
—Porque el hecho de que estemos tú y yo aquí y ahora no es gratuito. El destino te ha puesto en mi camino. Te quedaste atrapada en Barcelona, nos cruzamos en el aeropuerto y mira, ¡ahora hasta trabajamos juntos!
—Es cierto, el azar existe. Mis padres decían siempre que se debe cumplir con lo que está escrito. Pero yo hubiera querido estar junto a ellos, al menos para despedirme.