Enamorada del chico malo - Heidi Rice - E-Book
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Enamorada del chico malo E-Book

Heidi Rice

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Beschreibung

Se había encaprichado de él. El oscuro, inquietante e increíblemente atractivo Monroe Latimer podía estar con la mujer que quisiera, pero no se comprometía con ninguna. En cuanto lo vio, Jessie Connor supo que debía mantener las distancias con él. Pero había un problema: que la excitaba más de lo que la había excitado ningún hombre y que, por si eso fuera poco, se había convertido en el objetivo de sus preciosos ojos azules. Jessie sabía que se acostaría con ella, pero también que no le podía ofrecer una relación estable. ¿Cambiaría Monroe cuando supiera que se había quedado embarazada?

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Seitenzahl: 156

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2007 Heidi Rice

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Enamorada del chico malo, n.º 2044 - junio 2015

Título original: Bedded by a Bad Boy

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

I.S.B.N.: 978-84-687-6279-1

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

–Sea quien sea, está completamente desnudo.

Jessie Connor lo dijo con tanta tranquilidad como le fue posible. Y no fue fácil, teniendo en cuenta que las mejillas se le habían ruborizado y el corazón le latía a martillazos.

A menos de quince metros de distancia, sin una sola prenda encima, se alzaba el hombre más magnífico que había visto en toda su vida. Oscuros mechones de cabello mojado acariciaban unos hombros asombrosamente anchos en un cuerpo de músculos perfectamente definidos. Y la piel bronceada brillaba bajo el sol de la tarde, derramando gotas de agua que caían sobre las blancas baldosas del patio.

Jessie dio un paso atrás y se ocultó tras la esquina. Estaba en el domicilio de su hermana Ali, en Long Island, apoyada contra una pared que podía sentir a través de un fino vestido de algodón azul.

–¿Quién es? ¿Lo conoces? –susurró Ali.

Jessie se giró hacia su hermana. Después, miró su ceño fruncido y su redonda figura, hinchada por el embarazo, y dijo:

–No lo veo bien desde aquí, pero creo que no.

–Apártate, voy a echar un vistazo.

Ali le dio un empujón suave, se asomó a la esquina y se escondió de nuevo.

–Guau... Casi está tan bueno como Linc.

Jessie hizo caso omiso del comentario de Ali, que se refería a su marido.

–Sí, pero ¿sabes quién es?

–¿Cómo lo voy a saber? Soy una mujer casada.

–Pues cualquiera lo diría –ironizó.

–Será mejor que llamemos a Linc.

–No seas gallina. Nos ocuparemos nosotras.

Ali arqueó las cejas.

–De eso, nada. Estoy embarazada de ocho meses, y ese hombre es gigantesco. ¿Te has fijado en sus hombros?

–Sí. En sus hombros y en otras cosas.

–No te acerques a él. Estamos en los Estados Unidos. Podría tener una pistola.

–Si la tiene, me gustaría saber dónde se la ha metido. Ha entrado sin permiso y se lo voy a decir. ¿Cómo se atreve a meterse en tu propiedad y usar la piscina como si le perteneciera? Quédate aquí. Y no te preocupes, Linc volverá con Emmy en cualquier momento.

–¿Y qué pasará si te ataca?

–No te preocupes. Tengo un plan.

Ali frunció el ceño.

–Sospecho que no lo quiero oír.

–Pues a Bruce Willis le funcionó en Die Hard 2.

–¡Oh, por Dios!

–Calla... –Jessie se llevó un dedo a los labios–. Puede que sea grande, pero seguro que no es sordo.

Jessie respiró hondo y echó otro vistazo. Luego, se mordió el labio inferior y pensó que su hermana tenía razón. Quizás fuera demasiado peligroso. Pero la adrenalina crepitaba en sus venas desde que al volver del hospital donde su hermana tenía la revisión vieron una motocicleta negra en el vado.

Siempre había sido impulsiva. Era una de las características más notorias de su personalidad. De hecho, su último novio se lo había echado en cara durante la discusión que puso fin a su noviazgo: le había dicho que era una pena que no fuera tan temeraria en la cama como fuera de ella.

Al recordar el insulto de Toby se enfadó y pensó que se podía meter sus palabras donde le cupieran. Ni era temeraria ni frígida. Simplemente había tardado en darse cuenta de que Toby Collins no era el hombre que necesitaba. Él no quería sentar cabeza. No quería hijos. No quería una familia. Solo buscaba una mujer que fuera un volcán en la cama y un ratón en lo demás.

El desconocido se secó con una camiseta de aspecto viejo y, acto seguido, se puso unos vaqueros. Jessie se sintió decepcionada al ver que su precioso culo desaparecía bajo la tela.

–Bueno, ya me he cansado de esperar. Allá voy –anunció Jessie mientras se quitaba los zapatos–. Será mejor que vuelvas al coche y llames a Linc.

–Jess, no...

Jessie no le hizo el menor caso. No iba a permitir que aquel tipo se fuera tan tranquilo después de haberse metido sin permiso en una propiedad privada.

Monroe Latimer se abrochó los vaqueros y se metió las manos en los bolsillos para estirarlos. Al meterlas, sus dedos tocaron la carta que había llevado encima durante más de un año. Cuando la sacó, una gota de agua cayó en el sobre y empañó la dirección en Key West de Jerry Myers, el funcionario que se había encargado de su libertad condicional.

Se preguntó por qué diablos la seguía llevando en el bolsillo. Y, a continuación, se preguntó qué lo había empujado a tomar esa desviación aquella mañana al ver el cartel de East Hampton.

Fuera cual fuera el motivo, abrió la carta y la leyó, aunque la conocía de memoria.

Querido Monroe:

No nos conocemos en persona, pero soy Alison Latimer, tu cuñada. Estoy casada con Lincoln, tu hermano mayor. Linc no ha conseguido localizarte, así que envío esta carta a Jerry Myers con la esperanza de que te la pueda dar.

Linc y yo nos casamos hace cinco años. Vivimos en Londres, pero pasamos todos los veranos en Long Island, en una casa de Oceanside Drive, en East Hampton.

Ven a visitarnos, por favor. A Linc y a mí nos encantaría que te quedaras con nosotros una temporada. Por lo que Jerry me ha dicho, Linc es el único familiar que te queda; y aunque sé que no te ha visto en veinte años, puedes estar seguro de que no ha dejado de pensar en ti.

La familia es muy importante, Monroe.

Ven, por favor.

Con cariño,

Ali

Monroe dobló la carta y se la volvió a guardar. Ya había visto el barrio donde vivían Linc y su esposa. Y no iba a aceptar su invitación. No pertenecía a ese lugar. Él tenía su Harley, su caja de óleos, su ropa y su saco de dormir, además de tenerse a sí mismo. Eso era todo lo que necesitaba.

Alison Latimer estaba en un error. La familia no era tan importante. O, por lo menos, no lo era para él. Durante los últimos catorce años había sido libre de hacer lo que quisiera y cuando quisiera, y no tenía intención de cambiar de vida. La familia no era más que otra especie de cárcel.

Al menos había tenido la oportunidad de darse un chapuzón en una de las casas más bonitas que había visto en toda su vida. Estaba entre dunas y bosques, en un cabo que se adentraba en el Atlántico. Y al ver el precioso y moderno edificio de madera y cristal había decidido echar un vistazo.

Cuando llegó a la puerta de la verja, llamó al timbre para asegurarse de que no había nadie en casa. Luego, comprobó que el sistema de seguridad no estaba conectado y entró a disfrutar un rato de la piscina.

Pero sería mejor que pusiera fin a su pequeña aventura. Los dueños podían volver en cualquier momento y, si llamaban a la policía, tendría un problema. Las autoridades no eran muy tolerantes con las personas que habían estado en prisión.

Jessie cruzó el patio de puntillas y se detuvo en seco al ver que el hombre se sentaba en el suelo y se empezaba a poner los calcetines mientras tarareaba una canción. Luego, se le acercó sigilosamente por detrás, le puso dos dedos en la espalda y dijo, con su tono de voz más firme:

–No te muevas. Tengo una pistola.

Él dejó de tararear, tiró el calcetín que intentaba ponerse y se quedó inmóvil.

–Está bien... Tranquilízate, por favor.

Por su acento, Jessie pensó que era estadounidense. Pero tenía algo extraño, algo que no pudo reconocer.

–Levanta las manos. Y no te des la vuelta.

Monroe levantó los brazos. Jessie vio que llevaba un tatuaje en el bíceps izquierdo y que tenía varias cicatrices en la espalda. Pero también se fijó en que no le sobraba ni un gramo de grasa.

–Si bajas la pistola, te prometo que me iré de inmediato.

Él intentó girarse, pero ella bramó:

–He dicho que te quedes como estás.

–De acuerdo... Pero, si no te importa, voy a bajar los brazos. Llevo todo el día en la moto y estoy agotado.

Monroe bajó los brazos.

–Bueno, ¿qué hacemos ahora? –continuó él.

Jessie se empezó a poner nerviosa y pensó que quizás había cometido un error. ¿Dónde se habría metido Linc?

–¿De dónde eres? Tienes acento inglés –declaró Monroe.

–Las preguntas las hago yo –dijo Jessie, que no estaba dispuesta a dejarse intimidar.

Él se inclinó súbitamente hacia delante y ella se asustó.

–¿Qué estás haciendo?

–Ponerme los calcetines. ¿Puedo?

–Sí, póntelos si quieres. Pero la próxima vez pregunta antes de hacer nada.

Jessie no llegó a saber lo que pasó a continuación. Solo supo que él se movió tan deprisa que, cuando se quiso dar cuenta, estaba atrapada entre sus brazos.

–¡Suéltame! –gritó.

Él la miró con humor.

–Oh, vaya... El viejo truco de poner los dedos como si fueran el cañón de una pistola. Jamás habría pensado que me podían engañar con algo así.

Jessie se quedó atónita; pero no de miedo, sino de admiración. Tenía los ojos azules más bonitos que había visto nunca, y una cara perfecta con una cicatriz bajo el ojo izquierdo que le hacía parecer aún más interesante. Era una especie de Adonis. Un Adonis de rasgos duros como el granito y apariencia peligrosa.

Respiró hondo e intentó sobreponerse al pánico. No era el momento más adecuado para perder la calma. Tenía que hacer algo.

Rápidamente, echó hacia atrás una pierna y le pegó una patada en la espinilla.

–¡Suéltame! –insistió ella.

Jessie intentó pegarle otra patada, pero él retrocedió. Entonces, ella se dio media vuelta e intentó huir, aunque no llegó muy lejos. Monroe la alcanzó por detrás, cerró los brazos alrededor de su cuerpo y la alzó en vilo como si no pesara nada.

–¡Basta ya! ¡Mi hermana está en la casa! ¡Tiene una pistola!

–Sí, claro que sí –dijo él con ironía–. ¿Sabes que eres un peligro para la sociedad?

Jessie se maldijo por no haber hecho caso a Ali. ¿Cómo se las arreglaba para meterse siempre en líos? ¿Y cómo iba a salir de ese?

Se preguntó qué habría hecho Bruce Willis en esa situación y dijo entre dientes:

–Te lo advierto por última vez. Si no me sueltas, te voy a hacer daño. Mucho daño.

Monroe sonrió. No podía negar que era valiente. Pero medía casi veinte centímetros menos que él. Y, además, era muy esbelta. A pesar de las impresionantes curvas que podía sentir bajo los brazos.

–Eres pura dinamita, ¿eh?

Ella debió de notar la admiración que había en su voz, porque se quedó muy quieta. Monroe aflojó un poco. Sabía que tenía que soltarla y marcharse a toda prisa, pero el contacto de su cuerpo era tan cálido y tentador que no pudo. Además, merecía un pequeño castigo por lo que había hecho. Al fin y al cabo, le había dado un susto de muerte.

–Y dime, ¿qué me vas a hacer, exactamente? –continuó.

–No me das miedo. No eres más que un idiota.

–¿Un idiota? ¿Yo?

Él volvió a sonreír. Había hablado como una aristócrata inglesa dirigiéndose a un criado. Le recordó a los veranos que pasaba en Londres durante su infancia, en la casa de su abuela. Uno de los pocos recuerdos buenos que tenía.

–Sí, definitivamente eres inglesa. Lo sé por tu acento –dijo–. ¿Y sabes una cosa? Resulta que yo soy medio inglés.

–Espléndido –bramó ella con sarcasmo.

–No deberías hablar en ese tono. Mi abuela siempre decía que los modales británicos son los mejores del mundo.

–Ya te daré yo modales –lo amenazó.

Monroe soltó una carcajada. Se lo estaba pasando en grande. La notaba rígida entre sus brazos, pero también notaba su furia contenida y, a pesar de estar a su espalda, imaginaba el rubor de aquella pelirroja de pómulos altos, mejillas con pecas, nariz pequeña y respingona y grandes y expresivos ojos verdes. Solo la había visto un momento, pero le había parecido extraordinariamente bella.

–Eres un encanto, ¿sabes? –le susurró al oído–. Bueno, cuando no intentas matarme...

–Te vas a arrepentir de lo que estás haciendo –replicó, tensa.

–¡Suéltala!

Monroe miró hacia atrás.

Un hombre de aspecto salvaje caminaba hacia ellos a grandes zancadas. Iba en compañía de una mujer embarazada y de una niña pequeña, pero eso no le daba un aspecto menos salvaje. Soltó a Jessie, que le lanzó una mirada llena de odio y corrió hacia la mujer embarazada.

–¿Qué demonios haces en mi propiedad? –preguntó el recién llegado.

Monroe lo observó con detenimiento. Era un poco más alto que él y parecía estar en buena forma pero, por su polo y sus pantalones de vestir, supo que era un hombre de familia que no estaba acostumbrado a pelear.

En otras circunstancias, se lo habría llevado por delante y habría huido. Sin embargo, no quería empezar una pelea delante de una niña.

–Solo he usado un rato la piscina. Creía que no había nadie.

–Pues hay alguien –bramó el hombre, de ojos tan azules como lo suyos–. Emmy... aléjate de aquí, por favor. Quédate con Jessie.

Monroe vio que la pelirroja tomaba a la niña de la mano.

–Voy a darle una lección a este cretino –continuó el hombre.

–¡No, Linc! –exclamó la embarazada–. ¡Basta!

Monroe pensó que no tenía más remedio que dejarse golpear pero, justo entonces, la embarazada se acercó y lo miró detenidamente.

–¿Quién eres? –preguntó con suavidad.

–Nadie... Solo alguien que pasaba por aquí y se ha querido dar un chapuzón.

–No, no... ¡Eres Monroe!

–¿Cómo? –preguntó el hombre.

–¡Es tu hermano, Linc! ¿Cómo es posible que no os hayáis reconocido?

Monroe se quedó boquiabierto.

–¿Monroe? ¿Eres tú? Dios mío, jamás pensé que volvería a verte...

–Ha sido un error... –acertó a decir–. No debería haber entrado en tu casa. No debería haber usado tu piscina.

–¿A quién le importa la maldita piscina? –dijo su hermano con la voz rota.

–En fin... Será mejor que me vaya.

La esposa de su hermano dio un paso adelante.

–No te puedes ir, Monroe. Linc y tú tenéis muchas cosas de las que hablar. Queremos que te quedes con nosotros. Por eso te invitamos.

–Mira, te lo agradezco mucho, pero...

–No te vayas –insistió–. Eres Monroe, el hermano de mi marido... el tío de nuestra hija, de Emily. Quédate, por favor. Eres de nuestra familia.

Monroe no supo qué decir.

–Yo soy Ali, por cierto, la esposa de Linc –prosiguió ella–; la niña es Emmy; y la mujer que está a su lado es Jessie, mi hermana.

Monroe asintió y la niña lo miró y dijo:

–Hola.

–Tenemos cinco habitaciones en la casa. –Ali le puso una mano en el brazo–. Seguro que te puedes quedar durante una temporada, para que nos conozcamos mejor.

–No me parece una buena idea...

–Si lo prefieres, te puedes alojar en el apartamento que está encima del garaje. Así tendrás más independencia.

–Yo...

–Linc, ¿por qué no llevas a tu hermano al interior de la casa? Ofrécele una cerveza y enséñale el apartamento.

–Claro... Ven conmigo, Roe.

Monroe se estremeció al oír su antiguo diminutivo. Hacía veinte años que nadie lo llamaba así.

–Creo que los dos nos merecemos una cerveza –añadió Linc con una sonrisa–. Venga, recoge tus cosas.

Monroe intentó protestar, pero su cuñada alcanzó sus botas y su camiseta y se las plantó en los brazos. Al parecer, no tenía más opción que seguir a su hermano y entrar en la casa.

Jessie lo miró con asombro cuando pasó a su lado, cargado con las botas y la camiseta. Ni siquiera sabía que Linc tuviera un hermano. Estaba tan sorprendida que no podía ni hablar.

–Es absolutamente maravilloso –dijo Ali, radiante de alegría–. Escribí hace un año al agente de la condicional con la esperanza de que le diera mi carta. No puedo creer que haya venido.

–¿Agente de la condicional? –preguntó Jessie–. Entonces, es un delincuente de verdad...

–Yo no diría tanto. Era poco más que un niño cuando lo metieron en la cárcel. Y por lo que Jerry Myers me dijo, no le han puesto ni una multa en los últimos catorce años.

Jessie no se lo podía creer.

–Por cierto –dijo Ali con una sonrisa de descaro–, parecía que os estabais divirtiendo mucho...

Jessie se puso tensa.

–Yo no me estaba divirtiendo. Quería que me soltara.

Ali la miró con escepticismo.

–Ya. ¿Y por qué te susurraba cosas al oído?

Jessie se ruborizó.

–Cosas de lo más groseras –dijo, mirándola fijamente–. Intentaba asustarme.

–Te dije que no te acercaras. Te está bien empleado por haberte metido con él. Vamos, entremos en la casa. Tenemos que hacer lo posible para que no se marche.

–Yo no voy a entrar. No quiero volver a ver a ese hombre.

–Jess, no podrás evitarlo... Si Linc y yo nos salimos con la nuestra, se quedará aquí una temporada.

–Pues yo creo que Linc y tú estáis locos. ¿Por qué invitáis a este tipo? –preguntó–. Ni siquiera lo conocéis...

Ali se puso seria.

–Lo siento. No debería haberte tomado el pelo. Supongo que te has llevado un buen susto.

–Y que lo digas.

–Pero tendrás que pedir disculpas a Monroe.

–¿Qué? No le voy a pedir disculpas. Se ha metido en una propiedad ajena sin permiso...

–No, eso no es verdad. Lo invitamos nosotros, ¿recuerdas?

–Esa no es la cuestión.

–Mira, Jess... Hay cosas que no te puedo explicar. Son complicadas –dijo con paciencia–. Cosas que tienen que ver con la infancia de Linc y Monroe.

Jessie la miró con curiosidad.

–¿En serio?

Jessie sospechaba que en la familia del esposo de Ali había pasado algo extraño. El único familiar del que Linc hablaba era de una abuela inglesa que había fallido años atrás. Cuando era niño, pasaba las vacaciones con ella. Pero ni él ni Ali hablaban nunca de la rama estadounidense de su familia.