Enamorada - Diana Palmer - E-Book

Enamorada E-Book

Diana Palmer

0,0
5,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Soldados de fortuna. 3º de la saga. Saga completa 6 títulos. Lo suficientemente fuertes como para ser tiernos, seguros de sí mismos para seguir su propio camino e inteligentes para conseguir lo que quieren. Son los Soldados de Fortuna. Diego Laremos vivía atormentado por el recuerdo de la noche en que Melissa escapó de su lado. Después de una violenta discusión sufrió una caída que estuvo a punto de costarle la vida al hijo que esperaban. La joven lo había abandonado y él no podía perdonárselo, a pesar de que era consciente de lo cruel que había sido. Ver a Melissa cinco años después había hecho renacer en él la esperanza de iniciar una nueva vida a su lado. Los sentimientos de Melissa eran similares, pero le había mentido y ahora tendría que demostrarle que siempre lo había amado y que la verdad los haría libres... para ser por fin felices.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 217

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 1988 Diana Palmer

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Enamorada, nº 10 - agosto 2014

Título original: Enamored

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicado en español en 1990.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Hqn y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-4671-5

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Sumário

Portadilla

Créditos

Sumário

Prólogo

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Prólogo

La atractiva cara que yacía sobre la almohada, estaba pálida e inmóvil. El hombre que la miraba, frunció el ceño con una preocupación poco usual en él. Durante años se había visto obligado a reprimir sus emociones, ya que éstas constituían un lujo fuera del alcance de los mercenarios, y mucho menos de un hombre con la reputación de Diego Laremos. Sin embargo, la mujer que tenía ante él no era una extraña y emociones encontradas comenzaron a atormentarlo. Aunque no la había visto desde hacía cinco años, no había envejecido nada. Faltaba muy poco para que cumpliera veintiséis años y él ya tenía cuarenta.

Nunca había pensado encontrarla en estado inconsciente. Cuando le telefonearon del hospital, estuvo a punto de no ir a verla. Melissa Sterling le había traicionado unos años antes y no le agradaba recordar ese episodio tan doloroso de su vida; sin embargo, la curiosidad y el sentido del deber, le habían impulsado a volar a Arizona. Ahora ya estaba junto a ella; y en esa ocasión no se trataba de un subterfugio ni de una trampa. Se encontraba enferma y sola; él la había dado por muerta durante todos esos años y ahora se había enterado de que aún vivía. La frialdad habitual de Diego comenzaba a ceder ante la fuerza de sus recuerdos y eso no podía tolerarlo.

Se dirigió hacia la ventana de la habitación que Melissa ocupaba en el segundo piso, para admirar los hermosos jardines del hospital. Diego era un hombre alto, de aspecto impecable y tez morena en la que destacaba un varonil bigote. Su cuerpo había madurado y eso le hacía parecer a las mujeres más atractivo que nunca. Sus ojos oscuros se deslizaron por la cama para detenerse en el esbelto cuerpo de aquella joven que ahora era una extraña y que después de tenderle una trampa para obligarle a casarse con ella, lo había abandonado.

Melissa era una mujer alta, aunque la estatura de Diego superaba la suya. De jovencita llevaba el pelo hasta la cintura; ahora se lo había cortado. Profundas ojeras rodeaban sus ojos cerrados; su boca de labios bien delineados estaba casi tan pálida como su cara, y en ocasiones fruncía la pequeña y recta nariz como protesta silenciosa por la molestia que debían ocasionarle los tubos de oxígeno.

El médico de guardia había informado a Diego por teléfono el día anterior de que Melissa había tenido un accidente aéreo en un vuelo local que acababa de salir de Phoenix y que el piloto y otros pasajeros se habían salvado de milagro. El avión había caído en el desierto cerca de Tucson y a ella la habían trasladado inconsciente al hospital general. El personal de la sala de urgencias encontró en su cartera un papel doblado que era la única evidencia de su estado civil. Una licencia de matrimonio, escrita en español; la tinta borrosa constataba que era la esposa de un tal Diego Alejandro Rodríguez Ruiz Laremos, de Dos Ríos, Guatemala. Si Diego era su esposo, ¿estaría dispuesto a autorizar la operación para salvarle la vida?

Diego apenas recordaba haber preguntado si ella tenía otros parientes y la respuesta del médico fue que en sus exiguas pertenencias no habían encontrado ningún indicio. Diego dejó su rancho de Guatemala en manos de la milicia que trabajaba a su servicio, para dirigirse inmediatamente a Tucson.

Durante las últimas veinticuatro horas no había dormido. Fumaba un puro tras otro y a su mente acudieron recuerdos de su tormentoso pasado.

La mujer que yacía en la cama comenzó a moverse y a gemir y después de abrir los ojos un momento, los cerró otra vez. Esos ojos eran la única prueba de que era hija de una mujer guatemalteca, cuya traición había llenado de tristeza y deshonor a la familia Laremos.

Diego vio su mirada en su cara pálida y, al hacerlo, se preguntó por qué él y Melissa habían llegado a aquella situación.

Uno

A Melissa Sterling no le importaba la pertinaz lluvia, ya que mojarse era un precio muy bajo por pasar unos momentos inolvidables con Diego Laremos.

La familia de Diego era propietaria de la gigantesca finca que colindaba con las tierras del padre de la joven. Y a pesar de que su difunta madre había sido la causa de la enemistad que existía entre las familias Laremos y Sterling, Melissa siempre había admirado al heredero del apellido Laremos. A Diego, le resultaba indiferente la adoración de aquella jovencita aunque siempre tuvo caballerosidad suficiente como para no burlarse de ella.

La noche anterior había caído una fuerte tormenta y Melissa acudió de inmediato a la pequeña casa de mamá Chávez para saber cómo estaba y ahí se encontró con Diego, quien también estaba preocupado por su vieja nana. A Melissa le gustaba visitarla y escuchar sus historias sobre la juventud de Diego y las leyendas secretas de los mayas.

Diego había llevado algunos melones y pescado a la buena mujer, cuyo árbol genealógico se remontaba a los comienzos del imperio maya; y ahora se disponía a acompañar a Melissa en el trayecto de regreso a la casa de su padre.

Los ojos gris oscuro de la muchacha no dejaron de admirar la apostura de Diego, la gallardía con que montaba a caballo y su abundante pelo negro cubierto por un sombrero panamá. Aunque era un hombre sencillo, su personalidad y don de mando saltaban a la vista. Nunca levantaba la voz a sus criados y Melissa sólo en una ocasión le había visto pelear. Era un hombre digno y seguro de sí mismo. A menudo desaparecía durante semanas y una vez había vuelto con cicatrices en la mejilla y una pierna rota. A pesar de su curiosidad, Melissa siempre se había abstenido de hacerle preguntas. En realidad, aunque tenía veinte años, era tímida con los hombres y, sobre todo, con Diego. Una tarde lluviosa se perdió en el bosque adonde había ido a buscar unas ruinas mayas, Diego la rescató y a partir de ese momento comenzó a amarlo en secreto.

—Supongo que tu abuela y tu hermana se morirían si supieran que he estado tan cerca de ti —Melissa suspiró echando hacia atrás su rubio y largo pelo y lo miró con sus ojos gris oscuros.

—Es verdad que ellas no quieren a tu familia —comentó Diego—. A mi familia le resulta difícil olvidar que Edward Sterling robó a la novia de mi padre la víspera de la boda. Mi padre la recordaba a menudo con gran tristeza y mi abuela jamás dejó de echar la culpa a tu familia de su infortunio.

—Mi padre la amaba y ella le correspondía —Melissa salió en su defensa—. En cambio, para tu padre hubiera sido sólo un contrato y no un matrimonio por amor. Él era mucho mayor que mi madre y llevaba varios años viudo.

—Tu padre es súbdito británico —dijo con frialdad—. Jamás comprendió nuestra forma de vivir. Para nosotros, el honor es la vida. Cuando huyó con la prometida de mi padre, pisoteó el honor de mi familia.

Diego miró a Melissa, sin atreverse a añadir que a su padre le interesaba la fortuna de la madre de la chica para salvar el patrimonio familiar. Diego calificaba de mercenaria la actitud del señor Sterling, aunque a su manera, había hecho feliz a su esposa.

Diego agarró las riendas de su cabalgadura sin dejar de admirar el esbelto cuerpo de Melissa cubierto por unos vaqueros y una camisa azul que dejaba entrever el nacimiento de sus senos. La chica lo atraía más de lo conveniente. No podía permitirse el lujo de mezclarse con la hija de la mujer que había ocasionado la desgracia de su familia.

—Tu padre no debería dejarte ir sola a todas partes —dijo de forma inesperada—. Sabes que las guerrillas son muy frecuentes por aquí. Es peligroso.

—No había pensado en eso.

—Jamás piensas en nada, chica —suspiró—. Algún día pagarás muy cara tu costumbre de soñar despierta. Vivimos tiempos difíciles.

—Todos los tiempos son difíciles —replicó con una sonrisa tímida—. Pero cuando estoy contigo, me siento segura.

—Y ése es tu sueño más peligroso —reflexionó. Pero no me cabe duda de que no has logrado hacerlo realidad. Ven, debemos irnos.

—Espera un momento —sacó una cámara de fotos—. Supongo que piensas que ya te he hecho demasiadas fotografías. Necesito una más para terminar el cuadro que te estoy pintando. Te prometo que sólo será una más —hizo la fotografía sin darle tiempo a protestar.

—Ese famoso cuadro está durando demasiado tiempo, niña —comentó—. Llevas ocho meses haciéndolo y todavía no me has permitido verlo.

—Trabajo muy lentamente —mintió.

La verdad era que no sabía ni siquiera trazar una línea sin el auxilio de una regla. Aquella fotografía sería una más en su colección para suspirar y soñar en la intimidad de su habitación. Diego jamás podría ser para ella algo más que un sueño irrealizable, y Melissa era consciente de ello, porque la familia de él no veía con buenos ojos su amistad.

—¿Cuándo irás a la universidad? —preguntó de forma inesperada.

—Muy pronto. Cuando salí del instituto pedí un permiso de un año para estar con mi padre, pero debido a la situación política de Guatemala, quiere que me vaya a estudiar a Estados Unidos, aunque prefiero quedarme aquí.

—Tu padre tiene razón en insistir —murmuró Diego, a pesar de que iba a extrañar a Melissa en sus paseos a caballo por los alrededores de sus propiedades.

Se había acostumbrado a ella. Para un hombre tan audaz y con tanta experiencia como Diego, Melissa era como una ráfaga de aire fresco en su vida. Le encantaba su inocencia y su tímida admiración por él. Incluso tenía miedo de que, si se le presentara la oportunidad de disfrutar de aquel cuerpo joven tan exquisito, no pudiera controlarse. Melissa era delgada, alta, con piernas largas y bronceadas por el sol, senos firmes de hermosas proporciones, cintura pequeña y caderas incitantes. Aunque no era precisamente una muchacha hermosa, su delicada y blanca piel enmarcada por un pelo rubio y sedoso, y sus ojos grises oscuros que tenían la serenidad de una persona mucho mayor que ella, le daban un increíble atractivo. Su nariz era recta y su boca suave y bien delineada. Con la ropa y el entrenamiento adecuado, Melissa podría ser una excelente anfitriona y la esposa capaz de hacer feliz al hombre más exigente del mundo...

Aquellos pensamientos asustaron a Diego. No debía pensar en Melissa en esos términos. Si se llegara a casar, lo haría con una chica guatemalteca de buena familia, y no con alguien cuyo padre había causado la deshonra de los Laremos.

—Casi nunca sales de tu casa —comentó Melissa mientras cabalgaban por el valle con el enorme volcán Atitlán como fondo.

A ella le encantaba Guatemala con sus volcanes, sus lagos y ríos, su selva tropical y sus plantaciones de plátanos, y café. Sin embargo, lo que más admiraba eran las ruinas mayas, los mercados de los pequeños poblados y la amabilidad de los guatemaltecos, cuyos antepasados habían reinado allí.

—La finca necesita toda mi atención desde que mi padre murió —contestó—. Además, niña, mi edad ya no me permite seguir con mis antiguas actividades.

—Nunca me has hablado de ellas —lo miró con curiosidad—. ¿A qué te dedicabas?

—En otra ocasión te lo contaré —Diego sonrió—. ¿Cómo le ha ido a tu padre con el negocio de la fruta? ¿Ha logrado recuperarse de los estragos ocasionados por la tormenta?

Una tormenta tropical había dañado las plantaciones de bananos en las que su padre tenía importantes acciones, y la cosecha de aquel año había supuesto una enorme pérdida económica. Sin embargo, al igual que Diego, poseía otras fuentes de ingresos, entre ellas el ganado que Diego y él cuidaban en sus respectivas propiedades. No obstante, el negocio de la fruta era el más importante.

—No sé —movió la cabeza—. Nunca me habla de sus negocios. Creo que piensa que soy demasiado tonta para comprenderlo —sonrió al recordar el librito que había encontrado recientemente en el baúl de su madre—. Sabes, mi padre es ahora muy distinto al hombre que conoció mi madre. Ahora siempre está callado y serio. Mamá escribió que, de recién casados, era un hombre intrépido y aventurero.

—Supongo que la muerte de su esposa cambió su carácter —comentó con aire ausente.

—Tal vez —murmuró mientras lo miraba intrigada—. Apollo me ha dicho que tú haces tu trabajo a la perfección —añadió con rapidez—, y que quizá algún día me hables de ello.

—Mi pasado es algo que no pienso compartir con nadie. Apollo ha hecho mal al hablar de mis asuntos particulares.

La seriedad de su voz hizo que un escalofrío recorriera el cuerpo de la muchacha.

—Es un hombre muy trabajador —afirmó. Era preciso que hablara seriamente con el afroamericano, ex miembro de la policía, que antes de trabajar para él había pertenecido a su misma banda de mercenarios—. Pero eso no le da derecho a darte información sobre mí.

—No te enfades con él, por favor —suplicó Melissa—. Yo he tenido la culpa por haberle hecho preguntas. Sé que eres demasiado discreto con lo relacionado con tu vida privada, pero me preocupó que llegaras a tu casa herido de gravedad —bajó la mirada—. Estaba preocupada.

Contuvo una respuesta poco amable. No podía hablarle de su pasado, ni decirle que había sido un mercenario profesional, cuyo trabajo consistía en destruir lugares y, en ocasiones, personas. Tampoco podía confesarle que le pagaban muy bien y que lo único que exponía era su propia vida. Sus operaciones clandestinas las guardaba en secreto; sólo las autoridades del gobierno, a quienes en algunas ocasiones había hecho algunos servicios, estaban al tanto de ellas. Sus amigos y conocidos habían ignorado siempre la procedencia del dinero que había sacado adelante la finca.

—No importa —se encogió de hombros con ademán indiferente. Guardó silencio un momento y sus ojos negros la miraron—. Deberías casarte —comentó inesperadamente—. Ya es hora de que tu padre te consiga un novio, niña.

Le habría gustado que el novio fuera Diego, aunque eso equivaldría a un completo desastre.

—Yo misma puedo arreglar mi matrimonio —se miró las manos blancas y delgadas—. No quiero comprometerme con un viejo rico, para aumentar la fortuna familiar.

—Oh, niña, el idealismo de la juventud —a Diego le hizo gracia la inocencia de la muchacha—. Cuando tengas mi edad, habrás perdido hasta el último vestigio. El amor es algo pasajero. Además, es el peor cimiento para fundar una relación duradera.

—Tus ideas son tan frías —murmuró—. ¿No crees en el amor?

—Desconozco esa palabra —contestó con cinismo—. No me interesa.

Melissa se sintió incómoda y aterrorizada. Siempre había creído que Diego era, al igual que ella, un romántico. Y su actitud demostraba que estaba de acuerdo con los matrimonios sin amor concertados de antemano para salvaguardar intereses económicos. La abuela de Diego era una mujer muy conservadora y él vivía con ella. Aunque a Melissa no le agradaba la idea de que Diego se casara con otra mujer, a los treinta y cinco años debía comenzar a pensar en un heredero. Melissa miró su silla de montar y con indolencia comenzó a mover las riendas.

—Es una actitud muy negativa.

—Tú y yo pertenecemos a mundos diferentes, ¿lo sabías? A pesar de tu educación guatemalteca y tu magnífico español, sigues pensando como una inglesa.

—Es posible que haya heredado de mi madre más de lo que supones —le confesó con timidez—. Aunque era de ascendencia española, se fugó con su padrino de boda.

—No le encuentro la gracia.

—Era una broma, Diego —se retiró el largo pelo de la frente—. Yo soy muy conservadora.

Diego la miró de tal manera, que el corazón de la muchacha comenzó a latir con rapidez.

—Sí. De eso tengo la absoluta seguridad —la miró con insistencia otra vez hasta hacerla enrojecer y sonrió ante su desconcierto. Le gustaban sus reacciones virginales que tanto la favorecían—. Incluso mi abuela está de acuerdo con que tu padre sea tan rígido contigo. A los veinte años, todavía no puedes pasar una tarde a solas con un hombre, lejos de la tutela de tu padre.

—No tengo amigos para salir. Ni soy una rica heredera, ni tampoco bonita —esquivó la penetrante mirada de su acompañante.

—La belleza es pasajera; no así el carácter. Me gustas como eres, pequeña —dijo con amabilidad—. Y a su debido tiempo, los muchachos vendrán a ti con flores y proposiciones de matrimonio. No hay prisa.

—Eso crees —repuso con tristeza—. He estado sola toda mi vida.

—La soledad es el fuego que templa el acero —contestó él con filosofía—. Aprovéchala, porque te ayudará a enfrentarte a las cosas con serenidad.

—Estoy segura de que tú no has vivido solo —insistió mirándolo de forma penetrante.

—Quizá no por completo —se encogió de hombros—. Pero en ocasiones, me gusta la soledad. También me gusta el olor de los cafetales, el frescor del aire en la cara, las misteriosas ruinas mayas y los magníficos volcanes. Todas estas cosas son mi patrimonio. También el tuyo —añadió con ternura—. Algún día recordarás cómo era la época más feliz de tu vida. No la desperdicies.

Quizá Diego tenía razón. La cercanía de su varonil acompañante, y la solitaria vegetación que los rodeaba, hizo temblar a la muchacha. Todo estaba lleno de frescura, energía y amor, y hubiera deseado que el tiempo se detuviera para siempre.

Diego la dejó en la puerta del pequeño jardín que daba a una casa blanca de estuco con tejado rojo. Se bajó de su cabalgadura para ayudarla a descender de la suya y al hacerlo, la esbelta cintura de la muchacha le impresionó. Durante unos segundos sus miradas se encontraron y Diego sintió algo extraño en su interior, que desapareció inmediatamente. La dejó en el suelo y dio unos pasos hacia atrás.

El fuerte olor a cuero y tabaco que emanaba de la camisa blanca de su acompañante, hizo retroceder a la muchacha. Deseaba con desesperación besar su boca varonil, abrazarlo y experimentar las sensaciones de su primera pasión. Sin embargo, Diego la miraba como a una jovencita, no como a una mujer.

—Dejaré tu yegua en el establo —prometió, mientras subía con agilidad a su caballo—. Desde ahora en adelante no te alejes demasiado de tu casa —añadió con firmeza—. Estoy de acuerdo con tu padre en que cabalgar sola implica demasiados peligros.

—Si así lo ordena, señor Laremos —murmuró e hizo una reverencia cómica.

En otra época se habría reído de aquella travesura; sin embargo, la broma de Melissa surtió un efecto inesperado en su estado de ánimo; la sangre corría por sus venas y su cuerpo se puso tenso. Sus ojos negros se posaron en la suave línea de sus senos y después de admirarlos, se volvió a mirarla a la cara.

—¡Hasta luego! —se alejó montado en su caballo sin pronunciar ni una sola palabra más.

Melissa lo vio alejarse y el corazón le dio un vuelco. A pesar de su inocencia, no pasó desapercibido el destello de deseo que había aparecido en los ojos de Diego. Aquella mirada traspasó todo su cuerpo y sintió la necesidad de correr detrás de él para asegurarse de que había interpretado correctamente su reacción. Que Diego la mirara de esa forma era la culminación de sus sueños con respecto a él.

Entró en su casa sin poder disimular su emoción. De ahora en adelante, todos los días traerían una nueva sorpresa para ella.

Estrella había preparado una cena deliciosa. La mujer indígena, chaparrita y regordeta, estaba orgullosa de sus filetes con pimientos.

—Huele deliciosamente —comentó Melissa con una sonrisa.

—Los filetes sólo sirven para ser puestos sobre un ojo morado —comentó Estrella con desprecio—. La mejor carne es la de la iguana.

—Nunca la he probado.

—Sí. Anoche la comiste —la indígena sonrió con malicia.

—Lo que comí fue pollo —la chica abrió los ojos.

—No, iguana —insistió, al tiempo que reía al ver el gesto incrédulo de Melissa.

—Además, yo no tuve la culpa. ¡La idea fue de tu padre!

—Mi padre jamás haría tal sugerencia —dijo indignada.

—No lo conoces —Estrella insistió—. Por favor vete y déjame trabajar. Te sugiero que practiques un poco en el piano; de lo contrario la señora López se enfadará cuando venga el viernes.

—Pobrecita, tiene mucha paciencia. Nunca se dará por vencida, a pesar de que sabe que jamás aprenderé a tocar el piano.

—¡Practica!

La muchacha afirmó con un movimiento de cabeza, y trató de cambiar el tema.

—Supongo que papá no ha llamado por teléfono.

—No —Estrella miró a Melissa, con los ojos entornados—. No le gustará saber que has ido a montar a caballo acompañada del señor Laremos.

—¿Cómo lo has sabido? —exclamó la chica.

—Es un secreto —la mujer indígena comentó con aire de suficiencia—. Ahora vete y déjame terminar de guisar.

Melissa abandonó la cocina con la esperanza de que Estrella no comentara sus presentimientos a su padre.

Y aun cuando Estrella no hizo aparentemente comentario alguno, la situación llegó a oídos de Edward Sterling. Volvió de su viaje de negocios con expresión de preocupación.

—Luis Martínez te ha visto montar a caballo con Diego Laremos —comentó de improviso antes de saludarla. Melissa se encontraba en el piano—. Creía que habíamos hablado de eso en otra ocasión.

Melissa respiró hondo.

—No puedo evitarlo —admitió sin rodeos—. Me imagino que te resulta difícil creerlo.

—Sí lo creo —su confesión desconcertó a la chica—. Incluso comprendo. Pero lo que me parece absurdo es por qué Laremos se empeña en darte esperanzas. Él no es un hombre que desee casarse, Melissa, y además, es consciente de lo terrible que sería para mí verte comprometida con él —su cara se endureció—. Y lo que más me molesta es que toda la familia Laremos daría cualquier cosa por humillarte. Sería como meterte en la boca del lobo —añadió en su intento por bromear.

—Te resultaría imposible creer que Diego pudiera tener otros motivos, ¿no es verdad? Por ejemplo, que yo le guste.

—Supongo que lo que le gusta es la adulación —dijo con tono incisivo. Se sirvió una copa de coñac y se sentó—. Escucha, querida, ya es hora de que conozcas la verdad sobre tu héroe. Es una historia larga y desagradable. Tenía esperanzas de que al irte a la universidad te olvidaras de ese tipo. Tu admiración por él debe terminar. ¿Sabes de qué vivía Diego Laremos hasta hace dos años más o menos?

—Creo que viajaba para aprender asuntos de negocios —parpadeó—. Los Laremos tienen dinero...

—No tienen dinero, ni jamás lo han tenido —la interrumpió con brusquedad—. El viejo esperaba casarse con Sheila para disponer de los supuestos millones de su padre. Lo que Laremos ignoraba era que mi suegro había perdido toda su fortuna y esperaba recuperarla a base de administrar las plantaciones de bananas de los Laremos. Fue un sainete de confusiones y cuando conocí a tu madre, todo terminó. Hasta la fecha, ninguno de los parientes de tu madre me dirige la palabra, y los Laremos sólo lo hacen por compromiso. Y lo más irónico es que todos desconocen la verdad sobre sus respectivas familias. Jamás hubo dinero... sólo castillos en el aire sobre fabulosas inversiones con dinero ajeno.

—Si los Laremos no tenían nada —Melissa se atrevió a comentar—, ¿por qué ahora son tan ricos?

—Porque tu amigo Diego tiene gran audacia y una habilidad única para disparar armas de fuego automáticas —explicó con aspereza Edward Sterling—. Era soldado profesional.

Melissa se quedó inmóvil, muda de asombro. Miró incrédula a su padre.

—Diego no es un asesino a sueldo.

—No te engañes —contestó su padre—. ¿No te das cuenta de que los hombres que le rodean en la Casa de Luz son sus antiguos compañeros? Ese hombre que apodan First Shirt, el ex soldado de color Apollo Blain, Semson y Drago... todos son ex mercenarios sin oficio ni beneficio. Son tipos sin futuro en otros lugares, y por eso trabajan aquí con su antiguo colega.

Melissa comenzó a temblar. Ahora comprendía ciertos pasajes de la vida de Diego que en otra época le parecían tan carentes de sentido.

—Veo que empiezas a comprender —su padre habló con voz serena—. Aunque no le critico su pasado, para cualquier mujer resultaría difícil aceptarlo. Sus actividades le han endurecido y carece de sentimientos. Para ablandarle haría falta algo más que una chica inocente como tú, Melissa. Además, tú no cuentas para él. Quizá, se casará algún día con una mujer guatemalteca, aunque no creo que se decida a contraer matrimonio. ¿No comprendes que nuestra infortunada relación del pasado impide que se fije en ti?

Los ojos de Melissa se llenaron de lágrimas, aunque hizo un esfuerzo por sonreír.

—Pequeña —su padre la abrazó con ternura—. Lo siento, pero no tienes ningún futuro con ese Diego Laremos. Lo mejor será que te marches al extranjero cuanto antes.

—Tienes razón —enjugó sus lágrimas—. Diego jamás me habló de su pasado. Supongo que tenía sus razones. Ahora entiendo por qué me dijo que no conocía el amor. Creo que no puede permitirse el lujo de amar a nadie, después de la vida que ha llevado.

—Pienso lo mismo que tú —apuró su padre con tono conciliador—. Ojalá que tu madre aún viviera para aconsejarte.

—Oh, ya lo has hecho tú —se limpió los ojos—. Algún día se me pasará esto que siento por Diego.

—Estoy seguro —contestó Edward—. Convéncete de que es lo mejor para ti, Melly. Los dos pertenecéis a mundos diferentes e incompatibles.

—Diego opina lo mismo —se volvió hacia su padre para mirarlo. —Los Laremos también lo saben, por lo que Diego no pondrá ningún inconveniente para alejarse de ti.

Melissa trató de olvidar la forma en que Diego la había abrazado y mirado esa tarde. Aunque no conociera el amor, su reacción con ella había sido nueva y diferente. Y ahora se vería obligada a alejarse de él antes de conocer sus verdaderos sentimientos.