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Facundo Mira

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Beschreibung

Renzo Sevilla es un oficial de la policía federal argentina, que desempeña su función en la división de homicidios. Su vida gira en torno a los crímenes, pero esto cambia un 23 de agosto de 2018, cuando llega a sus manos un caso diferente a los demás. ¿Hay un asesino que lleva más de 200 años recorriendo el mundo? ¿Cuál es el motivo por el cual ataca solo a gente poderosa con deudas judiciales? ¿Se cree, tal vez, un justiciero macabro? A lo largo de su investigación, deberá recorrer distintos destinos, buscando pistas que lo lleven a descubrir quién es aquel que realiza tan macabros crímenes en Buenos Aires, dejando tras de sí, su intangible marca en su impresionante forma de matar.

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Seitenzahl: 163

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Ähnliche


FACUNDO MIRA

Enigma

Mira, FacundoEnigma / Facundo Mira. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4117-8

1. Novelas Policiales. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenidos

RENZO SEVILLA

Buenos Aires, Argentina. 23 de agosto de 2018 - 11 de noviembre de 2019

EL AHOGADOR DE SANTIAGO

Santiago, Chile. 2007-2010

EL CONDENADOR DE MADRID

Madrid, España. 1920-1950

LA RESIDENCIA DE EREBO EN ATENAS

Atenas, Grecia. 1912-1918

MI OSCURA Y FURIOSA BUENOS AIRES

Buenos Aires, Argentina. 2020

EL SILENCIO DE MIAMI

Miami, Estados Unidos. 1951-1973

PERDIDO EN LA GRAN CIUDAD, ENCONTRADO EN CUBA

New York, Estados Unidos. 1973-1990

La Habana, Cuba. 1992-1993

DIEZ PREGUNTAS

Miami, Estados Unidos. 2020

EL CARNAVAL DE LA MUERTE

São Paulo, Brasil. 2010-2017

LA MUERTE DE LA ESPERANZA

Buenos Aires, Argentina. 2021

EL SAGRADO RON BÚLGARO

Buenos Aires, Argentina. 2021

EL SECRETO DEL INTACHABLE FISCAL

Buenos Aires, Argentina. 2021

EL REQUIEM DE SEVILLA

Buenos Aires, Argentina. 2021

EPÍLOGO

Para mi madre,

quien me contagió

el amor por la literatura.

RENZO SEVILLA

Buenos Aires, Argentina

23 de agosto de 2018 - 11 de noviembre de 2019

Nunca es un buen día cuando trabajas en la División de Homicidios de la Policía Federal, pero aquella mañana quedaría grabada en mi mente para el resto de mi vida. No lo sabía aún, pero estaba empezando un largo camino, muy duro de recorrer y que cambiaría mi carrera para siempre.

Mi nombre es Renzo Sevilla, y nunca fui considerado el mejor en mi trabajo. Tal vez mi modo de buscar la verdad hasta el final molestaba en una fuerza no muy afín a mi manera de trabajar. Nunca apresuré un caso y siempre busqué la verdad y la justicia. Quizás esperaban un arresto rápido, ya saben, mostrar eficiencia. Mi jefe no me apreciaba demasiado, nunca seguía ninguna instrucción, pero a pesar de todo logre mantenerme en mi puesto por la muy buena imagen positiva que tenía en tribunales, les facilitaba el trabajo a los fiscales, mis investigaciones no tenían ni un punto y coma que discutir.

Sin embargo, este caso fue un reto, un desafío. Nunca pensé afrontar algo igual. ¿El asesino llevaba más de doscientos años matando? ¡Esto es una locura! Algo debe estar mal, alguna pieza no encaja en el rompecabezas. No cabía dudas de que yo era el indicado para esto, pero la gran pregunta era ¿seré capaz de resolverlo?

—Sevilla, acá tenés un caso. Eduardo Rippio, un empresario. El que lo mató es un sádico, lo colgó de las patas y lo dejo ahogarse en el jacuzzi. Fíjate que se puede hacer, el jefe me pidió que no hagas cagadas que el tipo estaba bien conectado, tenía muchos amigos influyentes. Me dijo Robles.

Me puse a leer el expediente lo más rápido que pude. Los pocos detalles que allí aparecían eran escabrosos. Mi estómago giró sobre sí mismo y sentí como la bilis subía hasta mi garganta.

—El jefe sabe que influyente o no a mí me da lo mismo, sea como sea voy a saber quién fue. Con eso le debería bastar. Contesté.

En la cara de Robles se vislumbró una horrible sombra. Era evidente que, aunque esperaba una respuesta de ese estilo, estaba deseando que solo asintiera y saliera rumbo a la escena.

—Deja de hacerte el héroe Renzo, te lo digo de verdad. El tipo era amigo de un diputado que está re caliente. Presentá algo rápido al fiscal antes que nos cuelguen a todos de las patas. Robles no era el más inteligente, pero sabía con quién le convenía relacionarse. A pesar de todo él y yo teníamos una gran relación y trabajamos juntos en varias ocasiones.

Salí de la oficina rumbo a mi coche. El día estaba algo nublado y frío. Cuando doble por avenida Rivadavia, mi cabeza no paraba de dar vueltas. Lo que le había sucedido a este hombre era terrible. Algo extraño se ocultaba tras este crimen.

El hecho había ocurrido en el barrio de Caballito. Rippio vivía en un edificio de lujo y tenía un piso entero a su disposición. La escena del crimen era simple, pero infernal. El hombre colgaba desnudo, sujeto de ambas piernas por una cuerda y tenía la cabeza sumergida en el jacuzzi. Junto a este se hallaba una silla, y había signos de que había resistido su destino a pesar de estar sellado ya. ¿Una silla? ¿Acaso el maniático que hizo esto se quedó observando mientras Rippio moría? Evidentemente había algo más. No era un crimen cualquiera. Alguien deseaba que este hombre sufriera su muerte y, además, deseaba ser testigo de esto.

—Parece que hizo enojar a alguien con muy pocas pulgas. Comentó un oficial mientras levantábamos pruebas del lujoso departamento.

No había entradas forzadas ni muestras de una lucha. ¿El hombre aceptó colgarse de esta manera? El empresario media casi dos metros y pesaba unos cien kilos, no cabía en mi cabeza que no hubiese luchado por su vida.

Volví hacia la oficina con muchas preguntas y ninguna respuesta. Estas siempre se encuentran en la escena, aunque muchos no sepan verlas.

Los días siguientes me costó descansar. Necesitaba que el cuerpo me de algunos indicios, que Eduardo me ayude a resolver su crimen.

Hasta que un día llego el informe de la autopsia. No había signos de golpes, el hombre murió ahogado. Tampoco estaba sedado, drogado o alcoholizado.

—Es imposible. — Exclamé.

La cabeza me daba mil vueltas. No sabía por dónde empezar.

Decidí comenzar por lo más fácil, quien tenía motivos para hacerle algo así a este hombre. Me entreviste con varias personas de su entorno, entre ellos el famoso diputado que no paraba de decirme que debía arrestar a alguien o me olvidaba de mi carrera, pero no encontré nada importante de estas conversaciones. Hasta que investigando en los archivos lo supe. Eduardo Rippio tenía un expediente cerrado, una causa de femicidio en la que había sido absuelto. Una chica de dieciséis años había sido asfixiada en un hotel alojamiento y varios testigos lo habían señalado como su acompañante. A pesar de esto, no había pruebas en su contra y él, tenía una coartada, endeble, pero coartada al fin.

Me tomé varios días para saber quién era este hombre, y me lleve una desagradable sorpresa. Al parecer, este utilizaba su dinero para atraer jovencitas de bajos recursos y mantener relaciones con ellas. Jesica, como se llamaba la joven fallecida, era la hija de su empleada doméstica. Tomé mis cosas y me dirigí urgente hacia su casa, quizás ahí estaba mi asesino. Motivos bastaban, solo faltaba encajar algunas piezas y señalar a la persona correcta.

El trayecto hacia el barrio de Isidro Casanova era largo y me dio tiempo de pensar. No sabía cómo iba a reaccionar si me encontraba frente a alguien capaz de cometer ese crimen. Pero al mismo tiempo pensaba, ¿Cómo es alguien capaz de reducir sin problemas a un hombre de este tamaño? ¿Qué mente macabra piensa que esta es la manera correcta de hacer justicia?

No fui bien recibido en este lugar. No les agradaban los policías, y mucho menos, si provenían desde la Capital Federal. Frente a la mirada atónita de los vecinos, golpeé la puerta de esta mujer.

La madre de Jesica era una mujer pequeña, de triste semblante y con buenos modales. Al verme no se sorprendió, sabía que la muerte de su antiguo patrón ligaría a su familia directamente.

—Nunca haríamos algo así. Ese hombre pagaría sus pecados con el señor, nosotros no somos nadie para tomar justicia por mano propia.

No entendía por qué, pero le creía.

En su rostro surcado de algunas arrugas se notaba la sinceridad de sus palabras. Una mujer morena de cabello rubio, que había sufrido una terrible pérdida y hoy estaba siendo revictimizada por la muerte de aquel quien fuese acusado de herirla de esa mortal manera.

—¿Se encuentra el padre de Jesica? Me gustaría conocerlo a él también, si no le molesta. —Sugerí.

La mujer sonrió. Pero no fue una sonrisa de burla, sino de gracia. Entendí sin palabras que ese sujeto no tenía la respuesta que yo estaba buscando.

—Molestar no me molesta, pero él nunca se interesó por saber nada de su hija, ni siquiera estuvo en su entierro. Se llama Silvio, vive a dos cuadras, pero sinceramente no creo que mate a nadie. Sería mucho esfuerzo para ese vago. —Contestó.

Camine rumbo a casa de Silvio. Las miradas acusadoras y los insultos provenían de todos los rincones. Estaba en territorio hostil y no deseaba permanecer allí mucho tiempo.

Como había sido advertido, Silvio ni siquiera sabía que Rippio había sido acusado de matar a Jesica. Tampoco le importaba mucho. El olor a vino que manaba me daba la certeza de que si ese hombre hubiese estado en el departamento lo hubiésemos sabido.

Unos dos o tres días después me levanté con una migraña terrible. Tomé un remedio y me dirigí hacia mi trabajo. No había tiempo para descansar, el asesino aún estaba libre y podría atacar en cualquier momento.

No entiendo bien el motivo, pero al entrar en el departamento entendí que algo no estaba bien. De algún modo sabía lo que estaba por suceder. Mis compañeros evitaban mirarme y todos tenían un deje de culpa en sus ojos. Mi jefe, un hombre robusto de casi setenta años, se acercó velozmente hacia mí.

—Vamos a arrestar a la vieja de la piba que mataron. —Me dijo mi jefe. —El fiscal quiere que avancemos rápido porque se están poniendo pesados los noticieros. —Sentenció.

Levanté la cabeza instintivamente. La cólera se notaba en mis ojos. Sabía que no había manera de convencerlo, pero de igual manera lo intenté.

—Esa mujer no tiene nada que ver. Pesa la mitad que Rippio, quién se lo va a creer. —Advertí.

El Hombre no se esforzó ni siquiera en debatir conmigo. Ya tenía la decisión tomada y parecía que mi advertencia era solo una molestia más en su ocupada y cansada cabeza.

—Que se lo crean o no ya es problema del fiscal. Cerrame esto rápido que si no te saco el caso Sevilla. Ya me estas cansando. —Sus marcadas ojeras mostraban la presión bajo la que estaba. Había que señalar a alguien y esa pobre mujer era la única con un motivo.

Creo que fue la peor noche de mi vida. Nunca había estado tan furioso. A pesar de que, como ya he comentado, nunca les agradaban mis tiempos de trabajo ni mi meticulosidad, siempre me habían permitido hacerlo de la mejor manera. Esto era un atropello, me sentía insultado.

En contra de mi opinión, apresaron a la madre y al padre de Jesica. No había pruebas ni explicaciones de cómo pudieron hacerlo. Pero había un motivo. Y para la opinión pública con eso basta. En solo unos días esa pobre gente se convirtió en lo más repugnante de la sociedad. Sus caras aparecían constantemente en televisión explicando los macabros detalles del crimen. Yo pasé de ser la estrella del departamento a ser ignorado. Nadie quería estar cerca mío, estaba marcado. Hasta que, un año después, paso de nuevo.

Estaba durmiendo cuando mi teléfono sonó. Eran las dos de la mañana. Me pidieron que me presente lo más rápido posible en Recoleta, algo grave había pasado. Robles solo me dijo que tenía razón y que no había buen humor, que trate de ser cuidadoso con lo que decía.

Omar Neves era un periodista. Reconocido y amado por sus programas policiales, había muerto de la misma manera que Rippio. Estábamos frente a un asesino en serie.

Creo que cometí al menos unas diez infracciones de tránsito en el trayecto. Quería llegar rápido, deseaba escuchar las disculpas de todos mis compañeros. Robles no tenía buen aspecto. Me acerqué velozmente como intuyendo de qué se trataba.

—Es un imitador, céntrate en eso. Ya tenemos a los asesinos de Rippio. —Dijo, con una disculpa grabada en los ojos.

Él era un tipo bromista, pero realmente hablaba en serio. Creo que hasta dio un paso atrás temiendo algún tipo de reacción violenta de mi parte. Lo entiendo, en ese momento debí haber echado fuego por los ojos.

—Decime que me están cargando. ¿Todavía creen que esos dos viejos tuvieron algo que ver? —Contesté.

Su gesto no era autoritario, sino desesperado. A pesar de todo éramos cercanos y realmente se mostró preocupado por mí.

—Por favor Renzo, seguí las instrucciones. El horno no está para bollos. —Sentenció.

Nunca iba a aceptar tal cosa. Me centré en investigar esto. Sabía que por la manera de llevar a cabo los crímenes no podía ser su primera vez. Nadie mata sin dejar rastros, es imposible. Alguna vez había escuchado algo tan horroroso, pero no sabía dónde.

A pesar de toda la presión ejercida sobre mí, revisamos cada centímetro de esa casa meticulosamente. Quería encontrar algún error en él, hasta ahora perfecto, accionar de mi criminal.

Durante el camino de regreso a mi hogar, pensé mucho en esa sensación que tenía. No era algo extraño para mí, a pesar de lo que pensaban los demás. Tenía el presentimiento de haber oído antes de un asesino de esta naturaleza.

Internet es una manera rápida de conseguir respuestas a interrogantes simples. Muchos lo utilizamos a diario. Me senté en mi computadora y busqué unas simples palabras. Colgado, pies, agua, homicidio. Expectante esperé el resultado y un grito de gloria se me escapó al ver la sección de noticias.

Al salir de mi casa sentía un renovado espíritu de júbilo en mí. El día era perfecto. Estaba soleado y con una temperatura justa. No hacía ni frío ni calor.

Al llegar, llamé a la puerta del despacho de mi jefe y entré con paso decidido. Tenía en mis manos la prueba de que no estaba equivocado.

—Este tipo ya había matado, en Chile. Acá tiene una noticia del año dos mil siete. —Coloqué la hoja impresa sobre el escritorio de mi jefe con una satisfactoria sonrisa de victoria.

Su rostro pareció palidecerse de golpe. Tenía un semblante de terror y de repente, cambió el miedo por furia.

—Sevilla, estás despedido. Te lo avisé. No sabés con quién hay que joder y con quién no. El crimen de Rippio está resuelto y si no te gusta no hay lugar en la fuerza para vos. —Sus ojos lanzaban chispas, estaba furioso. Tenía frente a él las pruebas de que la familia de Jesica era inocente, y eso haría enfurecer al diputado.

A pesar de la terrible respuesta me limité a sonreír, me alejé riendo como si de un juego se tratara. Sentía un dolor terrible, amaba mi trabajo, pero estaba decidido a mostrarme resuelto y tranquilo. Después de todo, quería ver cómo resolvían el caso de Neves sin que alguien lo ligara al otro. ¿Cuánto tardaría la prensa en descubrir lo de Chile? Después de todo, a mí solo me llevó una pequeña búsqueda de cinco minutos.

No me dejé derrotar, yo no soy de ese tipo de personas. Si la fuerza no era mi lugar, encontraría en donde me quieran escuchar. Sabía que tenía que mover las piezas con cuidado, tal juego de ajedrez, un mal movimiento me costaría mucho más que una derrota.

Solo había una persona en el mundo en la que confiaba, y era el fiscal Yáñez. Un hombre de honor intachable. Trabajamos juntos en varios casos, y siempre llegamos a la verdad. Le expliqué la situación y quedamos en reunirnos. Preparé mi caso para convencerlo, debía ser implacable. De otra manera empezaríamos a contar los muertos.

Nos reunimos en un pequeño bar de retiro. El fiscal no disponía de mucho tiempo así que tenía que ser rápido y conciso.

—Los casos de Rippio y Neves están relacionados, es más, el asesino viene matando desde Chile hace más de diez años. —Quería ir al grano, centrar su atención rápido en mí.

Su postura cambió. Ahora tenía toda su atención y así me lo hizo notar. Pedimos dos cafés más y empecé de cero. Punto por punto tenía que explicar mi hasta ahora corta pero detallada investigación.

Pasamos una hora hablando, le mostré mis investigaciones y los diarios chilenos que hablaban del caso. Las similitudes eran evidentes. Hombres poderosos con algún problema legal que habían sido asesinados de la misma manera. Hasta la tétrica silla junto al cuerpo coincidía.

—Vas a tener que trabajar solo. Yo me voy a ocupar que nadie te moleste, pero no puedo conseguirte presupuesto para las investigaciones. —Dijo Yáñez al finalizar mi relato.

Mi cuenta del banco no era la de Rippio ni la de Neves, pero muchos años de fructífero trabajo me habían dejado una cantidad sustancial de ahorros para poder sobrellevar esta situación.

—El dinero gracias a dios no es problema. ¿Conseguirías acceso a futuros crímenes para estar informado de primera mano? —Contesté.

Una sonrisa se dibujó en su rostro. Había entendido que iba en serio y que nada me iba a impedir que trabaje en esto. Sabía que le estaba pidiendo a un fiscal federal que comparta información reservada y eso era un delito.

—De eso no te preocupes, quiero que llegues al fondo de esto. Alguien está haciendo nuestro trabajo y de una manera poco ortodoxa. Quizás te lleve más tiempo del que creés. Si en diez años nadie lo atrapó, no va a ser fácil. —Y con esa conclusión finalizamos la reunión.

No cabía de felicidad. Sabía que iba a ser difícil, después de todo, ningún homicidio es fácil, por así decirlo. Pero era un desafío y amo los desafíos. Imaginé la cara de mi jefe cuando resolviera todo esto, nadie volvería a discutirme nunca jamás.

Estaba decidido, y tenía apoyo. Nadie me iba a poder detener. Al fin trabajaba bajo mis reglas, sin presiones y con confianza. Además, nadie me había quitado mi placa. Si bien es cierto que ya no era un oficial, aquellos a los que desee interrogar no lo sabrían. Sería peligroso, estaba jugando con fuego. Pero, al fin y al cabo, ¿el fin no justifica los medios?

Una semana después estaba tomando un avión rumbo a Santiago de Chile. Mi investigación me había llevado a comunicarme con el periodista encargado de escribir aquella noticia. El hombre recordaba bien el caso, y me advirtió que había más. Finalmente me dio el nombre del investigador a cargo, Alfonso Villanueva.

Conseguí localizarlo y le expliqué los homicidios ocurridos en Buenos Aires, de manera que entendiera que necesitaba su ayuda. Se notaba muy reacio a creer que yo pudiera atraparlo, pero aceptó hablar conmigo y relatarme los penosos hechos ocurridos en su país.

No sabía en qué pensar mientras iba rumbo al destacamento policial en un taxi. Tenía muchas preguntas para realizarle al inspector. Debía calmarme, la ansiedad no podía hacerme perder esta oportunidad.

Villanueva era un tipo serio, de unos cincuenta años. Llevaba un traje muy formal y no se notaba contento de hablar conmigo sobre esto. El problema no era yo, el problema eran los casos en sí mismos.

—No fue solo ese, estuvo activo cuatro años aquí en Santiago. Contabilizamos un total de ocho víctimas del asesino. Todas colgadas de la misma manera. Paralizó al país y de pronto se detuvo. Fue un milagro, realmente no me creía capaz de atraparlo. —Me dijo seriamente mirándome a los ojos.

Lo miré fijo y reconocí el miedo en su mirada. Saber que aquel que tuvo en vilo a su país durante tanto tiempo está atacando en un país vecino no debía ser agradable. Sin embargo, me atreví a contestar.

—Yo sí me siento capaz de atraparlo Villanueva. No niego que será difícil. —Me apresuré a agregar al ver que deseaba contestarme. —Pero me siento capacitado para enfrentarlo, no puedo permitir que se siga saliendo con la suya.

Tardó unos cinco minutos en contestarme. El silencio era aterrador y se cortaba el aire con un bisturí. Se levantó de su escritorio y revolvió un archivador que había a solo unos pasos. Volvió con algunas carpetas y dijo:

—¿Estás seguro que quieres escuchar esto? Una vez que empiece no me gustaría que me interrumpas.