Ensayos II - Michel De Montaigne - E-Book

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Michel De Montaigne

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Beschreibung

(Michel Eyquem, señor de Montaigne; Périgueux, Francia, 1533-Burdeos, id., 1592) Escritor y ensayista francés. Nacido en el seno de una familia de comerciantes bordeleses que accedió a la nobleza al comprar la tierra de Montaigne en 1477, fue educado en latín, siguiendo el método pedagógico de su padre. Más tarde, ingresó en una escuela de Guyena (hoy Aquitania), donde estudió poesía latina y griega, y en 1549 empezó a estudiar derecho en la Universidad de Tolosa.Montaigne inicia la redacción de esta obra que le ocupará hasta la fecha de su muerte en 1592. Dos años antes había vendido su puesto como Consejero del Parlamanto de Burdeos para retirarse a su castillo en el Périgord. No será la redacción de los Ensayos la única ocupación que tenga, ya que a la vez que administra sus posesiones Montaigne participa como noble católico en alguno de los episodios militares o políticos de las Guerras de religión de Francia. Viaja, desempeña en varias ocasiones el cargo de alcalde de Burdeos, y también hace de intermediario entre el rey Enrique III y el jefe protestante Enrique de Navarra (futuro Enrique IV). Los Ensayos se alimentan tanto de esta experiencia como de sus lecturas de humanista "jubilado" en su "biblioteca" de la torre de su residencia. Montaigne publica los libros I y II en Burdeos en 1580, y luego los completa y adjunta un tercer libro en la edición parisina de 1588. Continua luego ampliando su texto de cara a una nueva edición. De ese trabajo han quedado dos testigos a veces divergentes: un ejemplar de los Ensayos plagado de correcciones manuscritas del propio Montaigne (el llamado ejemplar de Burdeos) y la edición póstuma de 1595.

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ENSAYOS

LIBRO II

MICHEL DE MONTAIGNE

LIBRO II

Capítulo I

De la inconstancia de nuestras acciones

Los que se emplean en el examen de las humanas acciones, nunca se encuentran tan embarazados como cuando pretenden armonizar y presentar bajo el mismo tono los actos de los hombres, los cuales se contradicen comúnmente de tan extraña manera, que parece imposible el que pertenezcan a un mismo cosechero. El joven Mario mostrose unas veces hijo de Marte, e hijo de Venus otras.

Del pontífice Bonifacio VIII dícese que entró en el ejercicio de su cargo como un zorro, que se condujo como un león y que murió como un perro. ¿Y quién hubiera jamás creído de Nerón, imagen verdadera de la crueldad, que al presentarlo para que la firmase una sentencia de muerte, respondiese: «¡Pluguiera a Dios que nunca hubiera aprendido a escribir!» Tal dolor lo ocasionaba la condenación de un hombre. Ejemplos semejantes son abundantísimos; cada cual puede hallarlos en sí mismo, y yo encuentro peregrino el ver que las personas de entendimiento se obsti-nen en armonizar actos tan contradictorios, en vista de que la irresolución me parece el vicio más común y visible de nuestra naturaleza, como lo acredita este famoso verso de Publio, el poeta cómico:

Malum consilium est, quod mutari non potest.

Puede haber asomo de razón en juzgar a un hombre por los más comunes rasgos de su vida, pero en atención a la natural instabilidad de nuestras costumbres e ideas, entiendo que hasta los buenos autores hacen mal obstinándose en formar del hombre una contextura sólida y constante: eligen un principio general, y de acuerdo con él ordenan o interpretan las acciones, y si no logran acomodarlas a la idea preconcebida, toman el partido de disimular las que no entran en su patrón.

Augusto escapa a sus apreciaciones, pues en tal hombre se reunieron una variedad de actos tan rápidos y continuos durante todo el curso de su vida, que no ha sido posible, ni siquiera a los historiadores más arriesgados, formular sobre él un juicio estable. Creo que la cualidad dominante en los hombres es la inconstancia; la cualidad contraria rara vez se ve en ellos; quien los juzgare al por menor, menudamente se acercará más a la verdad.

Es difícil encontrar en toda la antigüedad una docena de hombres que hayan dirigido su vi-da conforme a principios seguros, lo cual constituye el fin principal de la filosofía; comprendería en síntesis, dice un escritor antiguo, y no acomodaría a nuestra vida, es querer y no querer constantemente una misma cosa; yo me permitiría añadir, siempre y cuando que la voluntad fuese justa, pues si no lo es, es imposible que sea constantemente una. En efecto, yo sé de antiguo que el vicio no es más que desarreglo y falta de medida y, por consiguiente, es imposible supo-nerle constancia. Atribúyese a Demóstenes la siguiente máxima: «El fundamento de toda virtud, es la consultación y deliberación; su fin la perfección y constancia.» Si mediante la razón emprendiéramos determinado camino, tomaríamos el mejor, mas nadie abriga tal pensamiento

Quod petit, spernit; repetit quod nuper omisit; aestuat, et vitae disconvenit ordine toto.

Nuestra ordinaria manera de vivir consiste en ir tras las inclinaciones de nuestros instintos; a derecha e izquierda, arriba y abajo, conforme las ocasiones se nos presentan. No pensamos lo que queremos, sino en el instante en que lo queremos, y experimentamos los mismos cambios que el animal que toma el color del lugar en que se le coloca. Lo que en este momento nos proponemos, olvidámoslo en seguida; luego volvemos sobre nuestros pasos, y todo se reduce a movimiento e inconstancia;

Ducimur, ut nervis alienis mobile lignum.

Nosotros no vamos, somos llevados, como las cosas que flotan, ya dulcemente, ya con violencia, según que el agua se encuentra iracunda o en calma:

Nonne videmus,

quid sibi quisque velit, nescire, et quaerere semper,

commutare locum, quasi onus deponere possit?

cada día capricho nuevo; nuestras pasiones se mueven al compás de los cambios atmosféricos:

Tales sunt hominum mentes, quali pater ipse

Juppiter auctiferas lustravit lumine terras.

Flotamos entre pareceres diversos; nada queremos libremente, absolutamente, constantemente. Si alguien se trazara y se estableciera determinadas leyes y régimen con-creto de vida, veríamos que en su conducta brillaba una armonía cabal, y en sus costumbres un orden y una correlación infalibles, lo mismo que en todos los actos de su existencia. Empédocles advirtió la siguiente contradicción en los agrigentinos, quienes se entre-gaban a los placeres como, si hubieran de morir al otro día, y edificaban como si su vida hubiera de durar siempre. El plan de vida se-ría bien fácil de realizar, como puede verse por el ejemplo de Catón, el joven: quien ha tocado una tecla, las ha tocado todas; es una armonía de sonidos bien acordados que no puede desmentirse. No seguimos nosotros tan prudente ejemplo; formamos tantos juicios particulares como actos realizamos. Lo más seguro, en mi opinión, sería acomodarlos a las circunstancias próximas, sin entrar en investigación más detenida, y sin deducir otra consecuencia.

Durante los estragos de nuestro pobre Estado me contaron que una muchacha nacida cerca del lugar en que yo, me hallaba, se había precipitado de lo alto de una ventana para escapar a los ardores de un soldado, huésped suyo; la caída la dejó con vida, y pa-ra comenzar de nuevo su empresa quiso cla-varse en la garganta un cuchillo, intento que al pronto pudo impedirse, pero luego se hirió fuertemente. Confesó la joven que el soldado no había empleado con ella más que juegos, solicitaciones y presentes, pero que sintió miedo de que lograra su propósito; al hablar así, sus palabras, su continente y hasta la sangre que brotaba de su cuerpo daban testimonio de su virtud, cual si fuera nueva Lu-crecia. Pues bien, yo he sabido que antes y después de este suceso la muchacha había sido mujer alegre, y no tan difícil de abordar.

Como dice el cuento: «Por hermoso y honrado que seas no deduzcas, al no conseguir tu propósito, que tu amada es casta e inviola-ble; no puede asegurarse que algún mulatero deje de encontrarla en su cuarto de hora.»

Habiendo Antígono cobrado afecto a uno de sus soldados por su esfuerzo y valentía, ordenó a sus médicos que le curasen de una larga enfermedad que le venía atormentando tiempo hacía; y advirtiendo después de la curación que cumplía flojamente con sus deberes, le preguntó quién le había cambiado y hecho cobarde: «Vos mismo, señor, respondió el soldado, al descargarme de los males que me hacían la vida indiferente.» Un soldado de Luculo fue desvalijado por sus enemigos y llevó a cabo contra ellos una lucida hazaña; cuando se hubo reintegrado de la pérdida, Luculo le tuvo en buena opinión, y quiso emplearle en una expedición arriesgada valiéndose de las mejores advertencias que se le ocurrieron para animarle.

Verbis, quae timido quoque possent adde-re mentem:

«Servíos, le contestó, de algún miserable soldado saqueado»,

Quantum vis, rusticus: Ibit,

ibit eo, quo vis, qui zonam perdidit, inquit, y rechazó resueltamente el ir donde se le mandaba. Cuando leemos que Mahoma ultrajó y trató con dureza excesiva a Chasán, jefe de los genizaros, porque a pesar de ver sus tropas malparadas por las de los húngaros se conducía cobardemente en el combate, y que Chasán por toda respuesta se lanzó solo, furiosamente, en el estado en que se encontraba, con las armas en la mano, en el primer cuerpo enemigo que se presentó ante sus ojos, la acción no es en el fondo justificación, sino enajenamiento; no es proeza natural, si-no nuevo despecho. Aquel a quien ayer vis-teis tan dado a las aventuras no extrañáis verle poltrón mañana; merced a la cólera, a la necesidad, a la compañía, al vino, o al sonido de una trompeta había hecho de tripas corazón; su arrojo no tuvo por origen el sereno raciocinio, las circunstancias le impelieron, y no es maravilla que sea otro hombre movido por acontecimientos contrarios. Esta variación y contradicción tan versátiles que se ven en nosotros, han sido causa de que algunos piensen que tenemos dos almas, y otros que estamos dotados de dos fuerzas distintas, las cuales nos acompañan y agitan de modo diverso, hacia el bien la una y la otra hacia el mal, porque no concibieron que tan brusca diversidad de actos emanaran de un solo espíritu.

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