Entre acordes - Helena Nieto - E-Book

Entre acordes E-Book

Helena Nieto

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Beschreibung

Álex Bécquer es un hombre separado, joven, atractivo y padre de un niño de siete años a su cargo. Además es propietario del conocido pub Adagio, donde la música es parte esencial para sus clientes y para él mismo, por lo que tiene que repartir su tiempo entre el trabajo y el cuidado de su hijo. Su vida dará un giro total con la llegada de Edith Anaya, su nueva camarera, que alterará su mundo de una forma que no creía que fuera posible. Mientras Álex tiene pendientes los papeles del divorcio y la custodia del pequeño Diego. Edith, que siempre ha tenido los pies en el suelo, se plantea uno de los tabúes de nuestra sociedad: ¿Te liarías con un hombre que todavía está casado y que tiene buena relación con su mujer? Entre acordes nos habla de música, canciones que lo dicen todo, amores difíciles y relaciones que nos quitan el aliento.

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Agradecimientos
Más nowevolution

Título: Entre acordes.

© 2016 Helena Nieto Clemares.

© Diseño Gráfico y portada: Nouty.

Colección:Noweame.

Director de colección: JJ Weber.

Editora: Mónica Berciano.

Primera edición julio 2016

Derechos exclusivos de la edición.

© nowevolution 2016

ISBN: 978-84-16936-23-6

Edición digital junio 2017

Esta obra no podrá ser reproducida, ni total ni parcialmente en ningún medio o soporte, ya sea impreso o digital, sin la expresa notificación por escrito del editor. Todos los derechos reservados.

Más información:

nowevolution.net/ Web

[email protected] / Correo

nowevolution.blogspot.com / Blog

@nowevolution/ Twitter

nowevolutioned / Facebook

Dedico este libro a todos mis lectores.

1

Edith releía las ofertas de empleo de la página web en su portátil mientras esperaba impaciente que sonara el teléfono. El gerente de una agencia de seguros había quedado en llamar esa misma mañana para anunciarle si se incorporaría, o no, al puesto de trabajo. Cuando sonó el móvil y pudo leer en la pantalla «privado», sonrió. Cruzó los dedos mientras hablaba con su interlocutor. Estaba tan segura de que el resultado sería positivo que se quedó sin habla cuando escuchó lo mismo de siempre: «Sintiéndolo mucho no reúne las condiciones necesarias para incorporarse a nuestra empresa».

¡Vaya decepción! Ahora le tocaría leer de nuevo todos los anuncios de la web.

Sus últimos años dedicados al negocio de venta de ropa infantil junto a su madre, no parecían ser suficiente experiencia para un puesto de comercial, ni siquiera de vendedora de seguros. La maldita crisis le había obligado a cerrar la tienda y necesitaba con urgencia un trabajo, porque pasarse el verano vendiendo gofres y helados en una feria solo le daba para unos mínimos gastos. Sí, sus padres la ayudaban a pagar el alquiler que compartía con su mejor amiga, Alba, pues lo que cobraba del paro no era gran cosa. Sabía que no podía seguir así siempre. Y ya con casi treinta años, era hora de arreglarse la vida sin favores de nadie.

Después de los estudios de Magisterio se dedicó a preparar oposiciones al Estado, pero no tuvo suerte de conseguir plaza. Fue entonces cuando decidió abrir el negocio de ropa. Al principio iba todo tan bien que no imaginó, ni por un momento, verse en la situación que estaba ahora.

Encendió la tele para distraerse un poco. Se sentía cansada y hasta le dolían los ojos después de haber estado tanto tiempo con la mirada fija en la pantalla del ordenador. Volvió a sonar el móvil. Descolgó sin ganas. Era Alba, intrigada por saber el resultado de la entrevista.

—Lo de siempre —contestó descalzándose y poniendo los pies sobre el sofá.

—Mmmmm… pues tranqui, tengo el trabajo perfecto para ti.

—¿Ah, sí? ¿Cuál? —preguntó haciendo una mueca, pensando que Alba le sugeriría algo extravagante.

—Buscan una camarera en el pub Adagio con urgencia.

—¿Eso no es un karaoke?

—Es de todo un poco. Sé que muchos fines de semana hay conciertos. Ya sabes, tocan bandas, grupos. Parece ser que están saturados porque una de las camareras los ha dejado plantados. Pagan muy bien. Me lo ha dicho mi primo que conoce a uno de los dueños. Y tú, tienes experiencia…

—¿Experiencia? De eso hace mil años. Ha pasado demasiado tiempo —afirmó Edith con algo de nostalgia mientras cuenta los años en su mente.

—Has vendido gofres y helados varios veranos. Será parecido.

—Sí, vamos, lo mismo —respondió riéndose.

—Tienen tanta prisa por encontrar a alguien que no se pararán en detalles. Y puedes decir que vas de parte de Roberto. Venga, Edith, no lo dejes pasar. Preséntate a la entrevista hoy mismo. Empiezan a las cuatro. Tienes varias horas por delante. Anota el teléfono y llama. Te darán una cita. —Alba estaba muy preocupada por su amiga, que llevaba un tiempo deprimida.

—No sé, pero dame el número por si acaso —dijo saltando del sofá.

Se acercó a la mesa y cogió un bolígrafo.

—Es una buena oportunidad —escuchó al otro lado de la línea.

Anotó cada uno de los números dictados por su amiga.

—¿Llamarás?

—Ya te digo que lo pensaré. No es que me apetezca mucho ponerme a servir copas, Alba, aunque mejor que nada.

—Di que llamas de parte de Roberto. ¡Acuérdate!

Después de colgar se quedó mirando el número. Era un teléfono fijo. Tenía que llamar en ese momento. Cuanto antes mejor. Pero ¿realmente le apetecía un trabajo como ese? Y por otro lado. ¿Cuántas veces había entrado en ese pub? No recordaba ninguna. Tenía fama de ser un sitio de copas muy caro y sofisticado. ¿Qué le preguntarían? ¿Querrían un currículo? ¿Serviría de algo decir que se llamaba Edith porque sus abuelos, que también eran sus padrinos, habían sido fanáticos de Edith Piaf y por eso habían elegido su nombre para bautizarla? Claro que Edith había acabado siendo simplemente Edi para la mayoría de la gente. Un nombre que al escucharlo nadie lo asociaba a la famosa cantante, ya que muy pocas personas lo pronunciaban bien. Aunque no se escribiera la “i” con acento, la pronunciación exacta era como si llevara. Solo sus padres, Alba y pocos más, la llamaban correctamente. Pensó si sería bueno comentar que había asistido a clases de piano, por lo del tema musical y el karaoke, algo que pretendía retomar en cuanto tuviera un sueldo decente, al igual que volver a sus clases de inglés. Dos actividades que había dejado aparcadas con el cierre de la tienda.

Miró el reloj. Y después, decidida, marcó el número.

Comunicaba.

Lo intentó varias veces más, pero seguía igual.

—¡A la mierda! —exclamó lanzando el móvil hacia la butaca—. ¡Lo intentaré más tarde! —se dijo.

Siguió mirando la tele y el nefasto programa de televisión donde chicos y chicas de belleza, al parecer desperdiciada, pero con cerebro de mosquito, buscaban pareja entre sí, «como si les fuera muy difícil o imposible enrollarse con alguien al salir a la calle», pensó, y esta reflexión hizo que ella cambiara de canal.

Tal vez debería inscribirse para participar en uno de esos concursos en los que ganaban gran cantidad de dinero por no hacer nada más que exhibirse y decir estupideces una detrás de otra. Suspiró y volvió a coger el móvil.

Alba por lo menos tenía un buen trabajo como auxiliar administrativo en una empresa de informática. Había tenido más suerte que ella.

Después de varios minutos intentándolo, consiguió hablar con una chica que preguntaba si llamaba para la entrevista. Ella asintió puntualizando que llamaba de parte de Roberto.

—¿Roberto? ¿Roberto Rojo?

—Sí.

—Muy bien. Tomo nota —dijo con un tono distinto al anterior la chica que hablaba con ella.

—Gracias.

Le dieron hora para las cuatro y media.

—De acuerdo. Allí estaré.

🎶 🎧 🎶

A las cuatro y veinte estaba haciendo cola junto a otras aspirantes para entrar en un despacho del interior del pub. Tuvo que reconocer que el sitio era muy acogedor y estaba decorado con muy buen gusto. Por las mañanas permanecía cerrado. A partir de las seis pasaba a ser un bar, y a las diez de la noche cambiaba la iluminación y se convertía en un acogedor pub donde se servían copas, cócteles y toda clase de bebidas, acompañadas con una buena música de fondo. Incluso tenían karaoke con el que los clientes se podían divertir, y algún que otro fin de semana, bandas, grupos, o cantantes en solitario ofrecían pequeños conciertos.

Las paredes, todas de madera, estaban decoradas con fotos de Elvis, Bruce Springsteen, Los Rolling Stones, Bob Dyland, entre otros muchos cantantes; a Edith le gustaron y pensó que sería un buen sitio para trabajar con todo ese homenaje a cantantes que adoraba. Aunque no tenían cocina, contaban con una plancha para hacer sándwiches, tostadas y poco más. Era un sitio para tomar copas y pasarlo bien.

Observó a las chicas que estaban delante de ella. Las miró cuestionándose si había acertado al elegir la ropa que llevaba puesta. Poco antes, ante el armario, se preguntaba qué sería lo más adecuado. Siempre había escuchado que lo mejor para una entrevista era ir vestida con discreción: ni demasiado llamativa ni tampoco todo lo contrario. Pensando que se trataba de un pub y que no tenía ni idea de si juzgarían su vestimenta, se había decidido por unos pitillos de piel, americana negra, camiseta también negra, adornada con un collar plateado, y unos zapatos con un poco de tacón. Se había pintado los ojos y le había dado un ligero color a los labios.

Pero viendo a la mayoría de las jóvenes que la rodeaban, ya no estaba segura de haber elegido bien. Unas iban demasiado informales, y otras tan elegantes como para asistir a una fiesta nocturna en el yate de un multimillonario.

«Estoy perdiendo el tiempo», se dijo mirando el reloj. Tampoco tenía prisa. No había hecho planes para esa tarde ni había quedado con nadie, así que decidió tomárselo con calma. No se iba a poner nerviosa ni a preocuparse. Entre todas las candidatas allí presentes, la que menos posibilidades tenía de ser elegida era ella. Estaba segura.

Edith salió bastante animada de la entrevista. No sabía si haber dicho lo de Roberto podría influir, pero lo cierto es que su entrevistador afirmó conocerlo desde el colegio. Le había hecho una serie de preguntas sobre su experiencia y al despedirse, le advirtió que estuviera atenta al móvil por si la llamaba. Tuvo la corazonada de que iban a hacerlo. Esperaba no equivocarse.

Y no se equivocó. Esa misma tarde le comunicaron que iba a ser contratada para el trabajo.

2

Álex dejó la moto en el aparcamiento y se dirigió al bar donde su socio, Lucas, le esperaba. Era temprano. Había muy pocos clientes. Tamara, la novia de su amigo, estaba detrás de la barra. Él movió los dedos en el aire a modo de saludo y sonrió.

—Hola, Álex. ¿Qué tal? —dijo ella—. ¿Qué te pongo?

—Nada. No puedo pararme. ¿Dónde tienes a tu chico? Necesito hablar con él.

—¡Estoy aquí!—exclamó Lucas asomándose por el otro extremo. Se acercó.

—Hola, Lucas.

—¿Qué pasa, tío? —preguntó—. ¿Ya has vuelto de Disneyland?

—Sí, regresé anoche —contestó sonriendo.

—¿Qué tal le fue a Diego?

—Genial. Aparte de querer montarse en todas las atracciones, ha venido cargado de regalos. Y dime, ¿has solucionado lo del camarero? —preguntó mirando la primera página del periódico.

—Pues claro. Le dije que viniera el lunes para ponerse al día con todo. Tengo aquí la ficha. ¿La quieres ver?

Álex lo miró y negó con la cabeza.

—Me fío de ti. Y ahora me voy. Tengo muchas cosas que hacer. A ver si concreto más actuaciones para el verano que para los fines de semana nos viene genial —dijo sonriendo—. Tengo varias citas, así que tengo para toda la tarde.

—Bien. Te veré luego. Y, ¿qué tal te fue con las francesitas? —dijo Lucas con cara de pillo.

—En realidad, no tuve tiempo para fijarme en ellas. Estuve pendiente de un niño de siete años. No fui a ligar con nadie —dijo Álex cogiendo la agenda que había puesto sobre el mostrador—. Aparte de que mi hermana, mis sobrinas y mi cuñado, no son la mejor compañía para ir de ligue —añadió.

Lucas asintió con la cabeza.

—Pues no, la verdad.

—¿Cómo se llama el nuevo? —preguntó con curiosidad—. ¿Tiene experiencia?

—Edi, se llama Edi. Y, sí, si tiene experiencia.

—Vale. —«Eduardo», pensó, como su abuelo materno, ya fallecido. Claro que a su abuelo nunca le habían llamado Edi—. Me voy. Pasaré más tarde.

—Vale —contestó Lucas—. Hasta luego.

Álex salió del bar. Tenía que llamar a Yoli, su futura ex mujer, para preguntarle a qué hora pensaba llevarse a Diego. Se irían casi un mes de vacaciones, como todos los años. Subió a la moto y desapareció calle abajo.

🎶 🎧 🎶

Al día siguiente había quedado con Yoli a las tres de la tarde. Acababan de comer en casa de la abuela. Álex miró el reloj. Faltaban veinte minutos. No le daría tiempo a llegar al aeropuerto a la hora indicada. Para colmo, Diego daba vueltas alrededor de la mesa, escapando de su prima que lo perseguía.

—Vamos, Diego, vale ya. Tenemos que irnos. Es tarde. Vas a perder el avión —dijo desde el pasillo, dispuesto a abrir la puerta para dirigirse al ascensor.

El niño dejó de correr y fue a abrazar a su abuela para despedirse.

—Venga, cariño. Date prisa. Vete con papá —dijo la abuela con una sonrisa triste.

—Adiós, abuela —respondió Diego con un beso en la mejilla.

—¿Lo llevas todo? —preguntó la abuela desde el recibidor—. ¿Has cogido la mochila? ¿El muñeco?

—Sí, mamá. Ya está todo en el coche. No te preocupes. Vamos, Diego.

Ya en el coche, el teléfono empezó a sonar. Seguro que era Yoli protestando porque llegaba tarde.

—Papá, ¿no lo coges?—preguntó su hijo desde el asiento de atrás.

—Contesta tú por mí —dijo al tiempo que le pasaba el móvil.

Escuchó cómo el niño respondía y tal como había pensado, se trataba de Yoli. A Diego, al menos, no le gritaría como le hubiera hecho a él.

—Dice mamá que si nos falta mucho para llegar.

El soltó un bufido, y torció el gesto.

—Dile que diez minutos —dijo mientras giraba para enlazar con la autopista, sabiendo que tardaría al menos diez más de lo que había dicho.

Yoli había sido su esposa durante los últimos nueve años. Después de un corto noviazgo, ambos creyeron que habían encontrado a su otra mitad y decididos, contrajeron matrimonio civil a los pocos meses de conocerse. Ella, aunque estaba licenciada en diseño de moda, ayudaba a Álex con el pub, sin rendirse a la oportunidad de conseguir un trabajo en lo que realmente le gustaba: la ropa. Empezó a ser conocida a nivel local gracias a su página web, donde colgaba sus diseños, hasta que llegó la buena noticia de una oferta de trabajo en Madrid como diseñadora junior y fue algo que no pudo rechazar. Él lo entendió, es más, le dio todo su apoyo. Trabajar para una firma conocida era algo con lo que Yoli había soñado siempre.

Diego tenía entonces cuatro años. A ella le costó muchas lágrimas separarse de él, pero reconoció que el niño estaría mejor con su padre, por lo menos al principio. No fue fácil, pero poco a poco se sumergió en su nuevo mundo, aspirando a alcanzar su sueño: hacerse una diseñadora conocida.

La ruptura con Álex fue inevitable. Se fueron distanciando. Apenas se veían. Ella estaba entusiasmada en su nuevo ambiente, y también tenía que viajar a menudo. Al cabo de un año, decidieron darse un tiempo en la relación, por acuerdo de ambos. En ningún momento hablaron de divorcio. No había habido terceras personas por ninguno de los dos lados. Y en el fondo, tanto Álex como ella pensaban que volverían.

Yoli fue consiguiendo sus metas hasta el punto de que ahora tenía su propia firma de moda y era una diseñadora más o menos conocida. No se planteaba volver mientras tuviera medios para vivir sola. Su mundo era otro. No le interesaba la vida tranquila de una ciudad pequeña del norte, ni mucho menos el pub Adagio.

Como Álex no le hablaba de divorcio, ella tampoco. Parecía que ambos estaban cómodos en esa situación.

De sus ingresos, pasaba voluntariamente dinero para el niño, y lo veía siempre que le era posible. No deseaba atarse a nadie, porque su trabajo era lo primero. Ella apenas tenía familia, ni hermanos ni padre. Su madre se había vuelto a casar y vivía en el sur. Diego estaba acostumbrado a ver a su madre en vacaciones y poco más. Pero era un niño feliz. Se sentía querido y protegido. Para él mami estaba lejos por motivos de trabajo, su abuela Marta y su tía Patricia, suplían esa ausencia. Iba al colegio. Tenía amigos. Asistía a los cumpleaños de sus compañeros. Y en verano, pasaba parte de las vacaciones con su madre, que siempre lo llevaba de viaje a alguna playa donde podía apuntarse al cursillo de surf, algo que le entusiasmaba.

🎶 🎧 🎶

Cuando Diego la vio sentada en el banco, echó a correr hacia ella. Álex cogió la maleta y la mochila y se fue tras él. Observó cómo ambos sonreían y se abrazaban. Sí, Diego era feliz con él, y lo adoraba, pero cuando veía a su madre se transformaba. Al fin y al cabo, una madre era algo muy especial, o él lo pensaba así.

—Mira, mami —decía Diego enseñándole el peluche de míster Increíble que había traído de Disneyland—. ¿A qué mola?

Cuando Álex llegó a su altura, sin quitarse las gafas de sol, sonrió.

—Hola, Yoli.

—Te dije a las tres y son casi las cuatro —reprochó ella saltándose el saludo.

—¿Ni siquiera puedes saludar? —preguntó él sin perder la sonrisa y mirando el reloj—. Además tienes tiempo de sobra para coger el avión.

—Es que siempre me haces lo mismo, Álex. Nunca llegas a la hora.

—Cuando tienes que esperar que un niño de siete años acabe de comer y convencerlo para que deje de jugar con la prima de su misma edad, con el fin de que se suba a un coche, suele pasar —respondió Álex irónico.

Ella no dijo nada, pero torció el gesto, molesta.

—Aquí tienes todo —dijo posando la maleta y la mochila en el suelo—. Y la documentación en esta carpeta: el carné, la cartilla de la seguridad social, las vacunas… —dijo al tiempo que extendía el brazo para dársela—. Te llamaré.

—Despídete de papá —dijo Yoli mirando al niño.

Álex abrazó a su hijo que a la vez se colgó de su cuello.

—Sé bueno, y obedece a mamá. ¿De acuerdo?

El niño asintió.

—¿Puedo llamarte cuando quiera? —preguntó el chiquillo.

—Cuando quieras. A cualquier hora.

Diego volvió a abrazarlo.

—Y ten cuidado con míster Increíble no lo vayas a perder. Ah, y báñate mucho por mí, ¿vale? Coge muchas olas. ¿Sabes que estás hecho todo un viajero? Ayer llegaste de París y ahora te vas a Canarias —añadió sin perder la sonrisa—. Pórtate bien.

El niño asintió con la cabeza.

—Llámame si me necesitas —agregó Álex dirigiéndose a ella.

—Tranquilo. Todo irá bien. No tienes que preocuparte.

—Adiós. Pasadlo muy bien.

Volvió al coche y lo puso en marcha para regresar a la ciudad. Lo iba a echar mucho de menos, llevaba muy mal que su hijo tuviera que estar con padres separados, sufría más por Diego que por él mismo. Pero se consoló pensando que tendría un poco de tiempo para él. Lo necesitaba. Tenía diversos proyectos. Hablar con varios grupos de música para organizar pequeños conciertos en su pub. Eso atraía a muchos clientes y más en el verano.

Pensó en lo mucho que había cambiado Yoli. Ahora vestía tan sofisticada, con ropa de firma, mucha diseñada por ella misma. Parecía una modelo. Se había quedado delgadísima, y no se parecía nada a la chica que había conocido diez años atrás. Le había costado bastante estar sin ella en un principio, pero ahora estaba acostumbrado a vivir solo, y se sentía muy bien así.

Con Yoli había tenido muy buena relación en el principio de su separación, sobre todo por Diego, pero ya hacía un tiempo que a ella parecía molestarle todo lo que hacía o decidía sobre la educación del niño, mostrándose arisca o buscando un motivo para reñir cada vez que se veían o hablaban por teléfono. Claro que echaba de menos un poco de compañía femenina que no se limitara a ser un rollo de una noche. Pero, ¿para qué complicarse la vida? No tenía ninguna intención de enamorarse de nuevo. Con treinta y cinco años, todavía tenía mucho camino por delante. No tenía ninguna prisa. Ya sabía que volver con Yoli no iba a ser posible. Ni siquiera estaba seguro de sus sentimientos hacia ella en ese momento. Tal vez debería plantearse hablar de divorcio. Cuando volviera de las vacaciones se lo comentaría, era el momento.

🎶 🎧 🎶

Mientras tanto, ya en el viaje, Diego le relataba a su madre todo lo referente a su viaje a Disneyland. Yoli lo escuchaba sonriendo. Había crecido mucho desde su última visita en las vacaciones de Semana Santa. Cada vez se parecía más a ella, con el pelo castaño oscuro, la piel blanca y los ojos color miel.

Álex era mucho más moreno de cabello y de piel. Pensó que era una suerte llevarse tan bien con él. Aunque se habían distanciado, eran buenos amigos.

Desde su separación, ella había tenido un par de parejas que no habían llegado a nada importante, y algún que otro rollo de fin de semana. Pero en ningún momento había sentido nada por ellos. Solo había sido una forma de desahogo y para aliviar un poco su soledad. Pero el trabajo era su pasión, y a eso no estaba dispuesta a renunciar. Tal vez algún día se plantearía llevarse a Diego con ella. Pero esperaría al menos tres años más, a que el niño tuviera diez años u once y fuera más mayorcito.

Sabía que el niño la adoraba, pero también quería mucho a su padre. Si le diera a elegir entre los dos, ¿con quién preferiría estar? Nunca se lo había preguntado, ni quería hacerlo ahora. Puede que con el tiempo, incluso pudiera volver con Álex. Se habían querido mucho. Físicamente tenía que admitir que le gustaba y se sentía atraída por él. Tampoco se había vuelto a enamorar ni puede que lo hiciera nunca, y por lo que sabía él no iba en serio con nadie, por eso era una idea que no descartaba. Volverían a ser la familia que una vez habían sido. Seguro que a Diego le haría muy feliz.

Se quedó observándolo. No le gustaba nada esa melenita que llevaba. Álex era muy informal para este tipo de cosas, lo mismo que la ropa. A ella le gustaba vestirlo de otra manera, con ropa de marca, y que llevara el pelo corto.

—Mañana iremos a cortarte el pelo, Diego. Lo tienes demasiado largo.

—Vale —contestó el niño.

De momento no protestaba y se dejaba hacer. Sabía que dentro de unos años sería tarea imposible, y con la influencia de Álex, seguro que le copiaría el estilo a su padre. Suspiró.

—Y compraremos ropa nueva —dijo Yoli con aire de desaprobación al ver lo que el niño llevaba puesto.

Diego la miró.

—A papá no le gusta lo que me compras —afirmó.

—Pero a mí sí, y ahora estás conmigo —contestó sonriendo.

—Nunca me la pone. Siempre se la da a la abuela para que la lleve a la iglesia para los pobres, porque dice que ya no me sirve.

Ella torció el gesto. Claro, conociéndolo la dejaría arrinconada en el armario para que le quedara pequeña y así tener una excusa para no ponérsela.

—¿Falta mucho para llegar? —preguntó Diego cansado de estar sentado sin poder moverse.

—No. Enseguida llegaremos.

El niño la miró y sonrió. Ella se inclinó y lo besó en la frente.

—¿Te acuerdas de Borja y María?¿Los mellizos?

Él asintió con la cabeza.

—¿Los voy a ver? —preguntó Diego entusiasmado ante la idea.

—Sí. Ya verás que bien lo vais a pasar.

Borja y María eran los hijos de su mejor amiga en Madrid. Habían planeado las vacaciones juntas y estarían en el mismo hotel.

—¡Qué guay! —exclamó el niño.

3

Edith tenía que llegar a las seis. Su primer día de trabajo, el turno de tarde, en el que tenía que demostrar algo de la experiencia que había dicho tener. No sabía si sería el mismo chico de la entrevista el que estaría en el Adagio como su supervisor o no.

Le gustaba el horario porque aparte de estar bien pagado, le dejaba tiempo para otras cosas. Y con los lunes libres, era genial, ya que cerraban por descanso.

Iba con retraso. Tenía que caminar un buen trecho para llegar. Tal vez si cogiera un taxi… Pero viendo cómo estaba el tráfico puede que incluso tardara más que andando. Decidida caminó todo lo deprisa que pudo y llegó fatigada a la entrada del local. Aunque tenía el cartel de cerrado, empujó la puerta y entró. Distinguió a una camarera de pelo rubio, cortito, en la barra y a un chico de cabello oscuro que parecía hablar con ella. Le daba la espalda. Por lo que pudo escuchar cuando se acercó, y el tono de enfado de su voz, no parecía estar muy contento.

—El primer día y ya llega tarde. Son las seis y cuarto —afirmó alzando la voz y mirando el reloj.

Estaba claro que se refería a ella.

—Pe… perdón… —susurró a sus espaldas.

Pero él no logró oírla. Ni la miró ni se dio la vuelta. Se movió y caminó hasta el otro extremo del bar, desapareciendo tras una puerta.

En ese momento la camarera reparó en ella.

—Está cerrado al público —dijo.

—No… sí… Ya… es que… soy… soy la camarera nueva, Edith Anaya.

—¡¿Tú?! —exclamó con cara de sorpresa. Luego sonrió—. ¡Áleeexxx!

El joven no tardó en aparecer, y preguntó desde el fondo.

—¿Sí? ¿Ha venido ya el tal Eduardo o cómo se llame?

La camarera no respondió. Álex se acercó. Miró a Edith y pensó que era un cliente que no se había enterado de que los lunes cerraban.

—Está cerrado —afirmó con tono brusco—. ¿No has visto el cartel de la puerta? Está cerrado —repitió.

Edith hizo una mueca y se dispuso a hablar siendo interrumpida por la rubia que parecía divertirse mucho con la situación.

—Es ella —aclaró entre risas.

Álex se giró hacia Edith, que a su vez lo miraba.

—Yo soy Edith Anaya —afirmó—. Enfatizando en la «i». Y como ves, no me llamo Eduardo —aclaró sonriendo.

La miró detenidamente. Parecía nerviosa. Cuando Álex pudo apartar la vista de sus ojos, vio a una persona no muy alta. Llevaba unos vaqueros claros, una camiseta negra con un dibujo de colores y unas sandalias planas. Y ahora ya no sonreía.

—Ah…

Fue lo único que se le ocurrió decir. ¿Por qué no miraría la ficha cuando Lucas se la ofreció? Edith, no Edi de Eduardo como había asociado al escucharlo la primera vez. Pero lejos de disculparse o tomárselo a broma, le recriminó que se había pasado quince minutos de la hora.

Edith se disculpó y aseguró que siempre era puntual, no alegó nada en su defensa. El chico parecía tan antipático que no consideró oportuno darle explicaciones. Seguro que sería peor.

—Bien. Tamara te pondrá al corriente de todo. Yo tengo que irme —afirmó volviendo la mirada a la barra de donde cogió una agenda—. Ahora llegará Lucas, y… bueno… si ya tienes experiencia en este trabajo, te será fácil. Hoy no hay clientes porque es lunes. Los lunes cerramos. Y no vuelvas a llegar tarde —advirtió con tono despectivo.

Edith se sentía un poco avergonzada. No le pareció nada agradable, todo lo contrario. No tenía nada que ver con el otro chico que la había entrevistado.

—Y yo soy, Álex —dijo de pronto, volviéndose hacia ella y tendiéndole la mano—. Álex Bécquer.

—Encantada —respondió Edith sorprendida por el gesto, al tiempo que achinaba los ojos y sonreía.

Él, al contrario, no sonrió. Se puso las gafas de sol y se encaminó hacia la puerta de salida.

—Nos vemos —dijo desde la entrada.

Con paso apresurado salió. Lo primero que haría en cuanto pudiera era estudiar la ficha de Edith. No quería volver a hacer el ridículo de esa manera. Se cruzó con Lucas.

—¿Eh? ¿Ya ha llegado la chica nueva? —preguntó acercándose a la moto a la que Álex acababa de subirse.

—¿Por qué no me avisaste de que era una chica? —preguntó enfadado—. Y se llama Edith, con acento en la i, no Edi. Pensé que era un chico. Un tal Edi, por Eduardo. He quedado como un gilipollas.

Lucas se empezó a reír con ganas, burlándose de su amigo.

—No me parece que sea para reírse. He hecho un ridículo espantoso.

—¿Qué tal ha ido? ¿Ha superado la prueba? —preguntó Lucas entre risas.

—Ni idea. Os lo dejo a ti y a Tamara. Yo paso. Llámame con lo que sea —dijo colocándose el casco—. Ni siquiera sé en qué otros sitios ha trabajado. Tendré que leerme ese maldito informe. No quiero volver a meter la pata. Y ahora me voy.

Arrancó la moto y salió disparado calle abajo mientras Lucas seguía riéndose por lo bajo.

Cuando entró en el pub, Tamara le estaba mostrando el local a Edith. Aparte de lo que ya conocía, le enseñó el vestuario, que era un cuarto bastante amplio donde había un armario empotrado, y otra puerta que daba a un baño, solo para el personal.

—Y ahí está el almacén —comentó Tamara señalándole unas escaleras que bajaban hacia una puerta pintada de color rojo—. Suelen ser ellos lo que se encargan de la mercancía. ¿Cómo lo ves? ¿Te gusta el sitio?

Edith sonrió.

—Sí. Está genial y es muy acogedor.

—¡Estupendo!

Edith la observó. Era bastante alta. De pelo muy rubio, ojos claros, aunque no era precisamente guapa. Tenía las facciones muy angulosas y la boca demasiado grande.

—Lucas, es mi novio —dijo sonriendo—. Llevamos una eternidad juntos. Desde el instituto —comentó riéndose.

Edith se preguntó si le diría eso para que no pusiera los ojos en el chico. «No tenía ninguna intención de hacerlo», pensó. El muchacho era agradable, pero no le atraía en absoluto.

—¿Tú, tienes novio? —preguntó Tamara con curiosidad.

Edith negó con la cabeza.

—Ahora mismo, no —sintiendo cómo se ponía algo colorada.

—Hola, Edith —dijo Lucas acercándose—. Así que eres Edith, con acento en la «i» y no Edi.

—Sí, pero estoy acostumbrada a que me llamen Edi, Edu… o cualquier cosa menos Edith. Casi nadie sabe pronunciarlo. No te preocupes —respondió con calma.

—No, si es Edith —afirmó pronunciándolo bien—, es Edith. No te cambiaremos el nombre —aseguró sonriendo.

Ella le devolvió la sonrisa.

—Ya has conocido a Álex, por lo que veo.

—Sí —dijo escuetamente.

—Y le encanta el Adagio—añadió Tamara arrimándose a su novio.

—Estarás muy bien aquí, ya verás —afirmó el chico convencido.

—Seguro que sí —concluyó Edith.

—Aquí hay muy buen rollo. Siempre hay algún cliente imbécil, con eso tienes que contar, pero vas a estar encantada —comentó Tamara.

«¿Imbécil?», pensó Edith. Pues ya había conocido precisamente a uno, el tal Álex.

—Este es el bote de las propinas —señaló la chica—, solemos repartirlas. Pero, sinceramente, muy pocos la dejan. Y, bueno, ahora demuéstranos qué sabes hacer.

4

Edith leía las noticias en el periódico mientras desayunaba en la cocina. Alba apareció ante ella y después de darle los buenos días, se sentó en una de las sillas.

—Ayer regresé tan tarde que no quise despertarte. ¿Qué tal te fue? —preguntó Alba después de bostezar.

—Te envié un WhatsApp, pero ni te enteraste. La buena noticia es que empiezo el viernes. Hoy tengo que ir a por el uniforme. Bueno, es una camiseta roja de tirantes para el verano, con el logotipo del pub, y unos vaqueros, que valen cualquiera de los míos. En invierno creo que es distinto.

—¡Genial! Sabía que ibas a conseguirlo. ¡Es estupendo!

Edith sonrió.

—Tampoco es que vaya a trabajar en el Ritz. No creas que estoy entusiasmada. Además mi jefe es un antipático y un borde. Uno de ellos. El otro es encantador, pero con novia —aclaró—. Ese es Lucas, el otro imbécil se llama Álex Bécquer. ¿Puedes creerlo?

—¿Cómo el poeta? —preguntó Alba con curiosidad—. ¿En serio? —añadió mientras se servía café en una taza—. ¡Álex Bécquer! Suena muy bien.

Edith asintió con la cabeza.

—Como el poeta. Y mira que me encanta Bécquer… ¡Qué deshonor que compartan apellido! —dijo cerrando la caja de los cereales.

Rápidamente le contó lo sucedido la tarde anterior.

—¿Y cómo es? ¿Está bueno? ¿Es guapo? Dame detalles —pidió Alba con curiosidad, después de levantarse a coger una botella de leche de la nevera.

—Mmmmm… No sé qué decirte. Tampoco me fijé mucho. Es moreno, de pelo negro, ojos oscuros. Sobre un metro ochenta más o menos. Tiene una pinta de «guaperas», vamos que se lo debe de tener muy creído… y está cachas, eso sí. No demasiado, pero sí lo justo.

A Alba que le encantaba la ropa no dudó en preguntarle el tipo de vestimenta de Álex.

—Llevaba una camiseta blanca y un vaquero claro. Y algo de melenita, unas gafas de sol Ray-ban, de esas de aviador…

—¡Madre mía! Y eso que no te habías fijado nada. Un poco más y me dices hasta el color de su ropa interior —exclamó Alba riéndose.

—De todos modos, olvídalo. No es mi tipo. No me gustan los morenos, ya lo sabes —respondió levantándose para llevar la taza al fregadero y lavarla.

Alba la siguió con la vista.

—A ver… déjame repasar tu «currículo» amoroso… —Se quedó pensativa intentando hacer memoria, mientras que Edith la miraba sonriente apoyada en la encimera. Viendo que su amiga no parecía acordarse, decidió nombrarlos ella misma.

—Muy fácil. Hugo y Samuel —aclaró—. Y los dos rubios y de ojos claros.

—¿Solo has salido con dos? ¿Por qué pensaba que eran más?

Edith negó con la cabeza.

—Teniendo en cuenta que con Hugo estuve tres años, y con Samuel, otros tres…, bueno a Pablo ni lo cuento. Íbamos al Instituto y no duramos ni un curso entero.

—Esa manía tuya de tener noviazgos largos. Mírame a mí, el más largo fue con Iker, un año. Ahora con César casi dos. Mmmm… he perdido facultades, antes me duraban menos.

—No sé cómo no te aburre cambiar tanto de tío —contestó Edith haciendo una mueca de burla.

—Al contrario, son ellos los que acaban aburriéndome. Y no seas exagerada, tampoco he salido con tantos —contestó Alba riéndose.

—¿Te vas a tomar el café? —preguntó Edith cambiando de tema—. Porque como sigas con esa calma, vas a llegar tarde a la oficina.

—Ah, sí… qué pereza, por Dios —dijo Alba después de tomar un sorbo.

—Yo voy a ducharme. Tardaré poco, lo prometo —aseguró Edith ya desde el pasillo.

—Más te vale, que voy a llegar tarde. Y por cierto, ven.

Edith dio la vuelta y asomó la cabeza.

—¿Qué quieres?

—¿Te imaginas que ese Álex sea tan romántico como Bécquer? ¡Sería ideal!

—Dudo mucho que lo sea. Más bien tiene pinta de todo lo contrario. Ya te lo dije. Además, seguro que es de los que tienen un rollo distinto cada fin de semana. Y de esos, paso —aseguró muy seria—. Venga, espero a que te duches tú primero —añadió mirando el reloj de la pared—, pero no tardes. Y, ¿no vas a comer nada? —preguntó viendo que su amiga solo tenía la taza de café y ni había cogido galletas o cereales.

—Gracias. Eres un sol. Ya comeré algo en la oficina. No me da tiempo a todo —dijo Alba levantándose de la silla.

Alba salió apresurada al pasillo para ir hacia el baño. Edith recogió la taza, la caja de galletas, y los cereales. Pensó en que iría a buscar las camisetas y después aprovecharía para visitar a sus padres y darles la buena noticia de que tenía un trabajo. Seguro que no les iba a entusiasmar la idea de que se dedicara a servir copas de noche, pero según estaba todo, no podía andarse con contemplaciones.

🎶 🎧 🎶

Al mismo tiempo Álex miraba con curiosidad la ficha de Edith. Observó la foto con detenimiento. No era una belleza, pero tenía algo. Pelo rojizo que le llegaba hasta los hombros, ojos de color claro, muy blanca de piel y una bonita sonrisa. Era menuda, o al menos eso le había parecido. Un metro sesenta, puede que algo más. Leyó con calma todo el informe. Sí, había trabajado de camarera en sitios conocidos, aunque no por demasiado tiempo. Sin embargo, Lucas le había dicho que era perfecta para el puesto y se fiaba de él. Casi le da un ataque de risa cuando en las últimas líneas pudo leer que había estado despachando gofres y helados en los veranos.

En ese momento le sonó el móvil. Al mirar la pantalla vio que se trataba de Yoli. Se inquietó. ¿Le habría pasado algo a Diego? Contestó preocupado, pero sonrió aliviado cuando escuchó la voz del niño al otro lado de la línea. Diego solo quería contarle lo bien que lo estaba pasando en la playa y cómo había navegado en un yate de unos amigos de su madre. Le explicó entusiasmado sus progresos en la tabla de surf y que dormía todas las noches con míster Increíble.

Después fue Yoli quien habló, asegurándole que Diego estaba fenomenal y que no tenía que preocuparse por nada. Que todo iba muy bien.

—Me alegra saberlo. Y, ¿cómo va con la comida? —dijo Álex algo preocupado.

Diego no era ningún tragón. Las comidas y cenas se hacían eternas y era una continua lucha conseguir que no dejara nada en el plato. Él perdía la paciencia enseguida, y aunque intentaba no enfadarse, no siempre lo conseguía. Había decido inscribirle en el comedor del colegio en el nuevo curso. La abuela no estaba muy de acuerdo con la decisión, ni Yoli tampoco, pero él estaba convencido de que sería lo mejor. Así se acostumbraría a comer de todo y con rapidez.

De pequeños, tanto Álex como su hermana habían comido en el colegio toda la vida y no recordaba que les causara ningún trauma. Por supuesto, el niño no quería ni escucharlo. Le daba pánico pensar que le obligarían a comer todas esas cosas que no le gustaban, que eran casi todas, y no quería ni oír hablar del tema. Pero Álex no pensaba ablandarse aunque llorara y suplicara. Estaba decidido y así se lo había comentado a su mujer varias veces. Ella opinó que no lo consideraba como una buena solución.

—Lo del comedor, vete olvidándolo, Álex —le recordó en ese momento—. No quiero que sufra innecesariamente.

—Para eso falta mucho. No me sueltes el rollo de siempre —dijo Álex irritado.

Deseó despedirse del niño, y le pidió que lo volviera a poner al teléfono. Pero Yoli colgó sin escucharlo. Álex resopló y protestó como si alguien pudiera oírle. Parecía como si estando con ella tuviera que acapararlo para sí, evitando compartirlo con el resto del mundo, sobre todo con él.

Volvió a mirar la ficha de Edith mientras tarareaba una canción que sonaba en la radio.

En ese momento Lucas y Tamara entraron en el despacho. Él los saludó sonriente. Ambos respondieron al saludo. Su amigo le preguntó si estaba memorizando la ficha de Edi al verla sobre la mesa.

—Sí. Y es Edith, con acento en la «i». Ya te lo he dicho. Por cierto lo de vender gofres es total —comentó riéndose—. De vender gofres a servir copas en el Adagio ha hecho un buen cambio, creo yo.

—Están buenísimos, con chocolate sobre todo. Los gofres, digo —afirmó Tamara.

—A Diego le encantan, pero siempre tengo que terminarlos yo. Me promete que se lo va a comer enteros y yo, como un idiota, siempre le hago caso. Al final, da dos mordiscos y ya no los quiere. Así que le dije que nunca más. Hasta que se lo tome entero, no quiero oír hablar de gofres. Por cierto, ¿le has dado las camisetas?

Lucas negó con la cabeza.

—Quedó en pasar más tarde a recogerlas.

—Bien. A ver cómo nos va con ella —dijo Álex levantándose de la silla.

—Esa chica nos va a traer suerte. Ya verás —aseguró Tamara cogiendo la ficha que Álex había dejado sobre la mesa y mirándola con detenimiento.

—¿En serio? ¿Por qué piensas eso? —preguntó él.

—Me pareció encantadora. Gustará a los tíos. Os lo aseguro, nada que ver con Nuria, que podría ser muy eficiente, pero físicamente no valía nada. Esta Edith, sin ser una belleza, es mona. Fíjate en la foto —afirmó mostrándosela a Lucas.

—Pues si tú lo dices —concluyó su novio—, será cierto. Para que una mujer hable bien de otra… —añadió riéndose.

—Tú, siempre diciendo tonterías, Lucas —dijo Tamara con un puñetazo amistoso en el brazo de su novio.

Álex volvió a coger la ficha para guardarla en el archivo y volvió a mirar la foto.

—Tiene unos ojos preciosos. Pero la verdad, no creo que dure mucho.

Lucas puso gesto de sorpresa.

—¿Por qué dices eso?

—Porque creo que van a poner un puesto de gofres aquí al lado y seguro que lo prefiere —dijo Álex burlándose.

Tamara movió la cabeza de un lado a otro.

—No sé por qué te hace tanta gracia, Álex. Vender gofres es tan respetable como servir copas —afirmó Tamara.

—¿En el Adagio —preguntó cerrando el cajón del archivador—. Es como pasar de vender perritos calientes en el Bronx a Central Park —comentó—. Y sí, respetable no digo que no lo sea. Solo me hace gracia.

Álex adoraba su pub. Siempre lo habían catalogado como excelente tanto en la prensa local como en las opiniones de clientes en Internet. Tenía fama de servir los mejores mojitos de la cuidad. Y contaba con una gran variedad de combinados, cócteles y buena cerveza. Él no escatimaba en calidad a la hora de elegir los productos que servía a sus clientes.

—Veremos cómo nos va el viernes. Y espero que esta vez llegue puntual —afirmó Álex al tiempo que se levantaba de la silla—. ¿Os apetece un café?

—Bueno, ¿por qué no? —contestó su amigo.

—Pues vamos.

🎶 🎧 🎶

Edith llegó puntual el viernes. En los primeros momentos no pudo evitar ponerse nerviosa.

Al menos, Lucas le había ordenado que estuviera tras la barra y de momento no sirviera en las mesas, cosa que agradeció. Intentó ser rápida y no equivocarse, pero según se iba llenando el local de clientes pidiendo todos a la vez, se sintió aturdida.

—Tranqui —dijo Tamara—. Es tu primer día. Y lo único que te puede pasar es que la gente se impaciente y te echen en cara que eres demasiado lenta, que te has olvidado del pedido o lo hayas confundido. Pero no pasa nada.

Edith trató de sonreír. «¿Nada?» Pensó.

—Si llega Álex, no te quitará ojo para ver cómo lo llevas. Pero ni caso. Va de duro, pero es todo lo contrario. Te voy a dar unos consejos: Cuidado con la Coca-Cola. A mí, un día que me pidieron un cubata, puse el ron y cogí la light sin darme cuenta. No veas que mal se lo tomaron las tías, porque la habían pedido normal. No te equivoques con las bebidas que llevan limón, si no lo echas en una que lo lleva tampoco pasa nada, pero si lo echas donde no corresponde, es un gran error. Estudia el orden de las botellas en la barra para ir rápido, y entrena un poco con los hielos, que queda muy cutre ver cómo a uno se le quedan atrancados todos a mitad del vaso. Si no sabes alguna bebida que te pidan, que todo puede ser, me lo preguntas a mí o a Lucas, sin problema.

—Muchas gracias, Tamara. Lo tendré en cuenta —Edith agradeció mucho los consejos, esa noche los estaba necesitando.

—De nada. Y no te agobies. Vale más servir lento que no servir nada.

A Edith ya le había caído bien el primer día. Esperaba que con el tiempo pudieran hacerse amigas.

—¡Ey! —escuchó a su espalda.

«¡Hablando de amigas!», se dijo a sí misma.

Después de tres horas, Alba, César y unos cuantos amigos suyos entraron en el local. Trató de sonreír. Le había pedido que no pasara esa noche por el pub. Ya tendría tiempo de ir a visitarla, pero como tenía que haber imaginado, Alba no le iba a hacer el más mínimo caso.

—Hola, chicos. ¿Qué os pongo? —preguntó Edith arqueando una ceja a su amiga.

Todos pidieron a la vez, así que tuvo que exigir que repitieran uno por uno. Sirvió las bebidas, Alba le preguntó en voz baja si Álex era el chico que estaba sirviendo las mesas.

—No, ese es Lucas —respondió—. El otro no ha aparecido aún.

Alba puso una mueca de disgusto. Tenía tanta curiosidad por conocerlo.

—¿Y cómo lo llevas? ¿Estás bien? ¿Sabes si va a venir tu jefe?

—Intento llevarlo bien, pero ya estoy cansada y lo que me queda… —respondió Edith con resignación—. Te dejo, que no puedo dedicarme a charlar contigo. Y no, no tengo ni idea de si va a venir o no. Ni me importa —añadió con fingida alegría.

Sí, quería mucho a Alba, pero conociéndola acabaría metiendo la pata y poniéndola en algún compromiso, o le haría pasar algún apuro.

—¡Pues sí que tenéis gente! —exclamó César—. Mirad, una mesa libre. Vamos.

Se alejaron de la barra y se sentaron al fondo de la estancia. «Mejor así», pensó Edith. Ella no tenía tiempo de ponerse a charlar. Cada vez entraban más clientes y empezaba a sentirse agobiada.

Media hora después, Álex entró en el local. Edith no se percató de su presencia hasta que escuchó su voz junto a ella.

—Hola. ¿Qué? ¿Vas bien? —dijo Álex intentando ser una persona educada.

Ella se giró y sonrió.

—Sí, sí… muy bien.

No era del todo cierto. Había roto un vaso, se había equivocado en una bebida, tuvo que librarse de un cliente algo pasado de copas que insistía en pedirle matrimonio, al que al final los amigos se lo llevaron casi arrastrándolo, y se sentía muy cansada.

—Vengo a echaros una mano —afirmó él.

—¡Pues ya era hora! —exclamó Lucas desde el otro lado de la barra.

Edith estaba poniendo hielo en un vaso.

—El último hielo siempre al revés, o el cliente se dará con él en los labios o sus dientes al beber —comentó Álex acercándose a ella.

—¡Vaya!

Nunca lo había pensado. Lo tendría en cuenta a partir de ahora. Álex se lo había dicho con suavidad y sonriendo. No parecía ser tan desagradable. Buscó a Alba con la mirada. Seguía en la mesa con los chicos. Esperaba que se fuera sin percatarse de la presencia de su jefe.

—¿Es así todas las noches? —preguntó Edith a Álex buscando llevarse mejor con él.

—Solo el fin de semana. El resto de los días es mucho más relajado —respondió él sonriendo.

—Pues menos mal —murmuró por lo bajo.

No habían pasado ni seis minutos cuando Alba, haciéndose un hueco justo al final de la barra, se acercó con la intención de pagar las copas. Por supuesto que había visto a Álex desde lejos y deseaba echarle un vistazo de cerca.

—¿Me cobras, por favor? —preguntó Tamara dirigiéndose a él.

—Sí. Dime, ¿qué teníais?

Ella enumeró las consumiciones sin quitarle ojo. Cuando él se giró hacia la caja registradora, Alba buscó impaciente la mirada de Edith, que estaba al otro lado. Le hubiera gustado decirle algo, pero su amiga estaba preparando mojitos para unos jóvenes.

Álex le dio el cambio.

—Gracias. ¿Podrías avisar a Edith, un segundo? Es que hay tanta gente que no me puedo acercar. Solo deseo despedirme, es mi amiga. Bueno, también compartimos piso —aclaró mirándolo descaradamente.

Él sonrió.

—Claro.

Fue hasta donde estaba Edith.

—Tu amiga quiere despedirse de ti —dijo señalando al sitio donde Alba se encontraba.

—Ah… es que… —Tamara había conseguido sacarle los colores delante de su jefe.

—Vamos, vete. Ya sigo yo aquí. Sal un segundo.

Se alejó con rapidez.

—Alba, estoy trabajando, no puedes interrumpirme el primer día de esta manera —dijo—. ¿Quieres que me echen?

Pero Alba sonriendo le dio un par de besos. Ella la miró atónita.

—Pero…

—Es para disimular. Como si no te hubiera visto antes. Tu jefe está buenísimo —afirmó en voz baja—. Chao, nos vemos en casa.

«¿Buenísimo?», pensó. «Esta debe de estar ya con un par de copas de más». ¿Le había mirado bien? Soltó un suspiro y dio la vuelta.

—Perdona la interrupción —se disculpó dirigiéndose a Álex.

—No te preocupes. Y… escucha, Edith, esto es un trabajo, no un campo de concentración. Tómatelo con calma. No pasa nada porque hables con tu amiga. No te voy a despedir por eso.

Ella sonrió agradecida.

—Vale.

🎶 🎧 🎶

Cuando Edith llegó a su habitación no se molestó ni en buscar el pijama. Se desnudó, dejando que la ropa cayera al suelo, y se metió en la cama, quedando profundamente dormida. Se sentía agotada.

No podía saber cuántas horas llevaba entre los brazos de Morfeo cuando una voz conocida la despertó.

—Edith…

—¿Qué quieres, Alba? —murmuró sin abrir los ojos.

—Son las dos de la tarde. Tu madre acaba de llamar. ¿Recuerdas que se van de viaje, hoy?

Lo había olvidado completamente. Pensaba pasar por casa para despedirles, pero ya no le daba tiempo. Su avión salía a las cuatro y media.

—Tu jefe está buenísimo. Y parece encantador —dijo al tiempo que abría la puerta del armario.

—Si tú lo dices… —respondió Edith levantándose de mala gana, su cuerpo necesitaba más horas de sueño.

—Toma —dijo Alba pasándole una camiseta para que se vistiera—. Es que está César en la sala. No es cuestión de que salgas en tanga. ¿No te dio tiempo a ponerte el pijama?

—Estaba tan agotada que solo quería meterme en la cama —aclaró—. Llamaré a mi madre para decirle que no me esperen —agregó mientras encendía el móvil que estaba sobre el escritorio.

—¿Vas a llamar desde aquí? Vale. César y yo nos vamos a la playa. Hasta luego.

—Hasta luego —respondió Edith sentada sobre la cama.

Cuando se quedó sola en el piso marcó el número de la casa de sus padres. Mientras esperaba que se lo cogieran, su cuerpo le confirmó que estaba agotada, con dolor de cabeza y que prefería seguir durmiendo unas horas más antes de volver al trabajo.

—¿Por qué no aceptaste lo de los gofres, Edith? —protestó su madre, de esa forma le contestó al «hola» que le había dicho segundos antes.

—Porque pagan mucho más aquí, mamá. Y necesito el dinero. Ayer fue el primer día y es normal que esté cansada. Seguro que hoy lo llevaré mejor.

—Está bien. Cuídate. Un beso de parte de tu padre. Ya te llamaremos. Ya sé que pedirte que vengas a regar las plantas es tarea inútil, pero al menos ven a recoger las cartas del buzón. ¿De acuerdo?

—Sí, mamá. Lo haré. Quédate tranquila. Y tened cuidado.

Ella era hija única, y quizás por eso, su padre en un principio no se tomó bien que se fuera de casa para vivir en un apartamento alquilado con su amiga Alba. Hace ya casi cuatro años y parecía que lo había asumido, pero le costó mucho aceptar su «niñita» quisiera volar sola. De todos modos, Edith no fue una niña demasiado mimada y consentida, lo justo. La educaron haciéndole entender que cuando se decía «no», no se podía negociar, le enseñaron a tener respeto hacia los demás, a no ser egoísta y compartir, o a conocer sus errores. Tampoco ella había dado problema alguno ni siquiera en la temida adolescencia. A ojos de su padre pecaba de ser demasiado responsable para su edad, pero se sentía muy orgulloso de que fuera así.

Rodrigo, su padre, trabajaba en una sucursal bancaria y Alicia, su madre, después del cierre de la tienda que ambas habían regentado, se dedicaba exclusivamente al hogar.