Me faltabas tú - Helena Nieto - E-Book

Me faltabas tú E-Book

Helena Nieto

0,0

Beschreibung

A finales de los años setenta, en una apacible ciudad como es Mérida en España, Cristina Klein, hija de una acaudalada familia, se dedica a dar clases de inglés en una prestigiosa academia de idiomas. Su vida se verá alterada con la llegada de un profesor de ideas liberales y progresistas, del que se enamorará perdidamente, haciendo que todo su mundo se vuelva del revés. Su amor no va a ser fácil, las presiones familiares de ella, y el entorno social y económico todavía en La transición española, pondrán las cosas más complicadas para Cristina. Marcos en un soplo de aire fresco, con muchas ideas liberales que no son bien vistas en esos tiempos de cambios sociales, un reto, es un terremoto para la vida de Cris. ¿Podrá el amor superar todos los obstáculos? Sus protagonistas: Cristina Klein: 23 años. Hija de una familia acaudalada, de origen alemán por parte paterna. Estudios en un prestigioso internado británico. Trabaja como profesora de inglés en una academia de idiomas. Criada en un ambiente conservador y eclesiástico, de lo que reniega constantemente. Marcos Allende: 29 años. Familia de clase media. Trabaja como profesor de Historia en el instituto. De ideas progresistas y liberales. Él llega a Mérida destinado como profesor en el instituto.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 212

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Título:Me faltabas tú (edición revisada y corregida).

© 2014-2015Helena Nieto Clemares

© Diseño Gráfico:nowevolution

Colección:Volution.

Corrección Sergio R.Alarte

Jefe de colección JJ WeBeR.

Derechos exclusivos de la edición digital.

©nowevolution2015

ISBN: 978-84-944357-5-1

Edición Digital noviembre 2015

Esta obra no podrá ser reproducida, ni total ni parcialmente en ningún medio o soporte, ya sea impreso o digital, sin la expresa notificación por escrito del editor. Todos los derechos reservados.

Más información:

www.nowevolution.net/ Web

[email protected]/ Correo

nowevolution.blogspot.com/ Blog

@nowevolution/ Twitter

nowevolutioned /Facebook

nowevolution/ G+

Prólogo

Mérida, 1979

La lluvia golpeaba el parabrisas de su coche mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas sin poder dominarse. No pudo ver la furgoneta que se saltaba unstop, no la distinguió hasta estar casi encima. Intentó frenar… las ruedas patinaron sobre el asfalto.

Mérida, septiembre de 1978

1

El calor seguía siendo sofocante a pesar de estar ya en los últimos días del mes de septiembre. Cristina aparcó su automóvil, un Volkswagen de color blanco, en una céntrica calle de la ciudad y, antes de dirigirse al portal donde estaba situada la academia de idiomas donde trabajaba, entró en el estanco a comprar una cajetilla de tabaco.

—Buenos días —dijo acercándose al mostrador.

—Buenos días —respondió el dependiente a la vez que levantaba los ojos del periódico.

Sonrió al comprobar que era Cristina Klein, la hija de su buen amigo Héctor.

—¿Lo de siempre? —preguntó.

—Sí —dijo sonriendo al tiempo que abría el bolso para sacar la cartera.

—¿Qué tal están tus padres? ¿Ya han regresado de su viaje?

—Llegarán esta noche.

—Salúdales de mi parte, y dile a tu padre que me debe una partida de ajedrez.

—Claro, Matías. Se lo diré.

Dejó unas monedas encima del mostrador. Después de guardar el tabaco y recoger el cambio, se giró y tropezó con un joven.

—Disculpe —dijo ella.

—Nada —respondió sonriendo.

Ella salió. Se dirigió de nuevo al coche para recoger una carpeta que había olvidado. Cerró con la llave y al fijar la vista en la acera, comprobó que el chico con quien había tropezado en el estanco la observaba detenidamente. Se sonrojó sin poder evitarlo y bajó los ojos. Tuvo que pasar a su lado para entrar en el portal.

—Hasta luego —dijo él.

Cris hizo una mueca pero no respondió nada. No lo conocía. Solo habían tropezado. ¿Por qué iba a tener que saludarlo?

Él la observó sin perder detalle, e incluso sonrió. Era la chica más guapa que había visto en muchísimo tiempo y la única que le había llamado la atención desde que había aterrizado, dos semanas antes, en esa ciudad de provincias, tan diferente a su tierra natal situada en el norte, donde el calor no era tan abrasador y se respiraba el salitre del mar.

Una plaza como profesor de instituto lo había destinado a esa tierra de grandes conquistadores, donde los olores, el paisaje y la gente le habían cautivado desde el primer momento por su amabilidad. También por desvivirse en hacerle sentirse como en casa y no como un forastero, como solían decir por esos lares. Había visitado todos los monumentos y ruinas romanas que aún se conservaban, y estuvo paseando por la orilla del inmenso río Guadiana.

Marcos, un enamorado de la historia, disfrutó de la ciudad palmo a palmo. Aunque en los primeros días estuvo en una pensión, no tardó en alquilar un pequeño apartamento en pleno centro, algo lejos del instituto al que se desplazaba en coche cada mañana por pura pereza, pues las distancias no eran demasiado largas en comparación con Madrid, donde había estado el año anterior. Pero su mayor deseo era regresar a su tierra, al norte, donde su novia Estela, funcionaria de Hacienda, lo esperaba.

Después de que la chica rubia desapareciera de su vista, se dirigió a una tienda cercana para hacer varias compras. Pensó que ojalá tuviera la suerte de volver a encontrar a la joven, porque merecía la pena posar los ojos en ella. Ni siquiera pudo comprender por qué tales pensamientos le habían pasado por la mente. Él no buscaba ninguna pareja, ya la tenía desde hacía varios años, aunque la distancia estaba enfriando su relación, algo que tal vez ninguno de los dos quisiera reconocer, sobre todo ella, pero ambos sabían que era una realidad a la que no deseaban asomarse de momento.

****

Cristina llevaba solo un año viviendo en aquellas tierras. Después de finalizar sus estudios en Madrid, se había trasladado a la casa de sus padres, situada a cinco kilómetros de la ciudad: un chalet construido a primeros de los sesenta, cuando su padre adquirió una finca en el campo para ir a pasar las vacaciones. Desde el primer viaje que Héctor Klein hizo a la comarca, cuando su única hija aún no había nacido, consideró que aquella tierra, lugar de nacimiento de su esposa Ana, era el sitio perfecto para encontrar un poco del sosiego y la paz que necesitaba. Podía respirar aire puro, oír el canto de los pájaros y ver el cielo estrellado cada noche. Eso era la esencia de la vida. El matrimonio no echaba en falta Madrid, donde habían vivido hasta hacía pocos años antes, o al menos no demasiado, ya que cuando consideraban oportuno no les causaba ningún problema trasladarse a la capital, algo que hacían cada vez menos pues se habían habituado a aquella vida y no deseaban cambiarla.

Cris, como solían llamar a su hija, había crecido en un ambiente privilegiado. Pertenecía a una familia acaudalada, conocidos en la zona y el mundo del transporte. Debían su patrimonio al abuelo paterno, Erich Klein, un madrileño de origen alemán que había fundado una pequeña empresa de cuatro camiones, que con el tiempo se había convertido en un rentable negocio que ahora administraban sus dos hijos.

Cristina fue una niña consentida y mimada, sobre todo en los primeros años de su infancia hasta que la enviaron interna a un prestigioso colegio británico, con el deseo de darle una exquisita educación al alcance de muy pocos en la España de la época. Allí, entre los muros de ese austero y exclusivo centro, comprendió que era una más entre la multitud de niñas y su vida cambió por completo. Se hizo mucho más introvertida. Su primer año de internado fue un auténtico sufrimiento a pesar de su excelente comportamiento y sus buenas calificaciones, ya que tenía un gran talento para casi todo, especialmente las letras, la música y las artes. Siempre intentó pasar desapercibida y nunca tuvo muchas amigas. Era una niña tímida y sensible, a la que todo le afectaba enormemente, incrementando aún más el encierro en sí misma.

En las vacaciones, cuando volvía a casa, a pesar de su felicidad no dejaba de sentirse desarraigada, viendo cada vez más a sus padres como a unos extraños.

*****

—¡Hola, Cris! —exclamó Bet en un perfecto español.

—Hola —respondió al tiempo que se quitaba las gafas de sol.

—¡Qué calor! ¿Verdad? —dijo mientras se abanicaba con la mano.

—Sí, es sofocante. ¿Tendrás algo de beber por ahí?

—Claro, mira en la nevera. Ayer, Michael se encargó de reponer material —comentó riéndose—. Creo que este año vamos a tener mucho trabajo, Cris. Hay un gran número de alumnos. Y muchos nuevos.

—Eso es estupendo —respondió sonriendo—. Me parece perfecto.

Estaban preparando los horarios del nuevo curso, próximo a iniciarse. Cris disfrutaba enormemente de su trabajo y estaba entusiasmada con la idea de que Bet hubiera delegado en ella más clases que el año anterior. En ese curso había demostrado una gran disposición para dar clases de inglés. Después de todo, su expediente académico era excelente y Bet consideraba que contratarla había sido un gran acierto para elevar aún más el prestigioso nivel y reconocimiento de su academia de idiomas, sin duda, la mejor de la ciudad. Estaban además situados en la zona más adinerada y más céntrica, lo que potenciaba el número de alumnos cada año. Habían empezado con una plantilla de tres profesores, cinco años atrás, y ahora les resultaba difícil compaginar alumnos, horarios, y clases.

Cristina fue una de las últimas en irse junto a Nuria, la secretaria. Ya en la calle, Fran, el novio de Nuria, estaba esperando. La pareja pensaba ir a tomar algo a una cafetería y sugirieron a su amiga la idea de acompañarlos, pero Cris se negó. Tenía prisa por volver a casa. Sus padres estarían a punto de llegar de su crucero por el Mediterráneo y estaba ansiosa por abrazarlos. Se dirigió al coche, lo puso en marcha y salió de la ciudad para enlazar con la carretera que la conduciría a su casa.

Allí, Genoveva ya tenía todo dispuesto para la cena. La mujer quería a Cris como si de su hija se tratase. Por desgracia, ella no había podido tener hijos, sin saber si era por su causa o la de su marido, y se consolaba diciendo que no estaba en su destino traer niños al mundo.

Se había desvivido por la familia Klein, especialmente por la chiquilla a la que había mimado más que su propia madre, ya que pensaba que aquella niña tan bonita de pelo rubio y ojos claros parecía tener la mirada triste y estar ansiosa de cariño, cada vez que volvía del extranjero a pasar las vacaciones. Tanto ella como su marido, Tomás, trabajaban desde hacía años para la familia y nada tenían que reprocharles. Vivían en una casa aparte dentro de la misma finca, ya que desde el principio el señor Klein consideró que ambos matrimonios debían tener su propia intimidad fuera de la jornada laboral.

Veva reconocía que Ana Estévez era mucho más altiva que su marido, marcando siempre las distancias en su papel de señora de la casa, pero sabía que haber conseguido ese trabajo era un auténtico privilegio. Los Klein no solo eran educados, correctos o comprensivos, también desinteresados y honestos. Una familia con mucha clase a la que se sentían muy agradecidos. El tiempo había ayudado para que Ana confiara plenamente en ella para toda cuestión doméstica. Otras dos chicas venían cada mañana para ayudar en las tareas de limpieza, mientras que Tomás se encargaba de la huerta, los árboles frutales y los perros, sin conseguir que Héctor Klein se decidiera a la cría de animales como le había sugerido en más de una ocasión.

El jardín lo cuidaba la propia Ana, que se enorgullecía de tener la variedad más amplia y bonita de flores de los alrededores.

******

Marcos tomaba una cerveza en la barra de un bar. Escuchó cómo alguien le saludaba y se giró. Un compañero de instituto, el profesor de Educación Física, le sonreía. Lo había conocido días antes y se había mostrado muy amable con él.

—Hola, Marcos. ¿Qué tal?

—Bien —dijo—. No sé cómo podéis soportar este calor. Son casi las nueve y seguimos a casi veinticinco grados —añadió.

—Ya te irás acostumbrando. Aunque en invierno es todo lo contrario. Aquí no hay término medio. Vas de un extremo a otro.

—¿Has cenado? —preguntó Marcos.

—No. Acabo de dejar a mi novia y ahora me iba a casa.

—Pues te invito. Estoy demasiado aburrido y necesito hablar con alguien.

Fran sonrió.

—De acuerdo. Pero me gustan las chicas… —añadió riéndose.

—A mí también —puntualizó Marcos sonriendo.

—Entonces, vamos. Aquí cerca hay un mesón donde podemos disfrutar de una buena cena.

—Me parece estupendo. Estoy hambriento —añadió mientras sacaba un paquete de cigarrillos del bolsillo—. ¿Quieres?

Fran negó con la cabeza.

—No fumo.

—Ah, pues yo sí —aclaró mientras buscaba el mechero.

—Pues no deberías.

—Ya…

*****

Aún no habían dado las nueve cuando un taxi dejó a los Klein a la puerta de la casa. Su hija salió a recibirlos seguida de Veva y Tomás. Ana estaba radiante y muy morena. Lucía un precioso Chanel de color beige que acentuaba aún más su bonito tono de piel. Besó a su hija con cariño y le pidió que le ayudara con las bolsas y paquetes. Traían regalos para todos: máscaras, figuras, adornos para la casa, ropa y un sinfín de cosas con las que pensaban obsequiar no solo a Cris, también a su mejor e íntima amiga, Elvira Jiménez, y hasta a Veva, que veía siempre en aquellos regalos una forma de gratitud de la señora de la casa.

Héctor parecía cansado. Habló con su hija de las novedades, interesándose por cómo habían ido las cosas durante esos quince días en los que había estado sola, al tiempo que Cris le preguntaba sobre su crucero.

—No ha estado mal, pero ya le he dicho que me olvide para el próximo año. He pasado mucho calor. He tenido que aguantar a un montón de imbéciles y para colmo, tu madre no se ha dedicado a otra cosa que a ir de compras cada vez que llegábamos a puerto. Con tu madre, ya sabes, es imposible…

Cris sonrió ante el comentario y Ana, que hablaba con Veva sobre la cena, puso gesto de fastidio.

—No hagas caso, Cris. Lo ha pasado estupendamente. Pero ya sabes que él con tal de no moverse de casa… —dijo dirigiéndose a la escalera para subir a su habitación—. Anda, ven conmigo y cuéntame. ¿Has sabido algo de tu tío Rafael?

Su hija la siguió pero no le habló de nada que quisiera escuchar. Solo le comentó las novedades de los vecinos y poco más. Nada de ella misma, de sus amigos y mucho menos de su trabajo.

—Rafael ha llamado esta mañana para decir que regresaba el domingo.

—Bien, y ya te aviso que no quiero discusiones.

Cris lanzó un suspiro y estuvo a punto de contestar, pero se contuvo. Se llevaba mal con su tío. A este le gustaba meterse en su vida e intentaba enmendar su vida espiritual. Ella había terminado por cogerle manía y evitaba conversar con él, algo que era imposible ya que el hermano de su madre pasaba más horas allí, en la finca, que en su propia casa.

—¿Me has oído, Cris?

—Sí, mamá. Tranquila. Diga lo que diga no opinaré nada. No abriré la boca, si es lo que quieres.

Su madre movió la cabeza de un lado a otro. Sabía que lo último que haría Cris sería callarse cuando Rafael comentara algo con lo que no estuviera de acuerdo.

—¿Has salido con Fernando estos días?

Cristina sonrió.

—No, mamá. No me ha llamado ni una sola vez, algo que agradezco. No sabría qué excusa ponerle ya. Si no se da por aludido, es problema suyo.

—Es un buen chico y le gustas.

El sonido del teléfono interrumpió la conversación. Cristina se apresuró a descolgar y cuando escuchó la voz de su tío saludando, miró a su madre y haciendo una mueca de disgusto, dijo:

—El tío Rafael.

*****

Mientras, Marcos disfrutaba de una estupenda cena al lado de su nuevo amigo. Le habló de su novia, Estela, y de que solo esperaba estar un año en la ciudad, porque llevar una relación en la distancia era difícil y la echaba mucho de menos.

Empezaron a conversar sobre chicas y Marcos le explicó cómo horas antes había quedado eclipsado por la belleza de una joven con la que se había cruzado en el estanco, comprando tabaco.

—Y ¿cómo era? —preguntó Fran con curiosidad—. Puede que la conozca. Esta ciudad es pequeña, es posible que la haya visto alguna vez, y si es de nuestra edad, con más razón, porque todos solemos parar en los mismos sitios.

Él la describió con todo lujo de detalles, pero Fran no se dio cuenta de sobre quién hablaba hasta que Marcos mencionó el Volkswagen blanco.

—Claro que la conozco. Su nombre es Cris. Mejor dicho, Cristina, pero todo el mundo la llama Cris.

—¿Comprometida? —preguntó Marcos con curiosidad.

Fran negó con la cabeza.

—No que yo sepa, pero tiene varios candidatos que estarían encantados de ser su pareja.

—No me extraña…

Fran lo miró muy serio.

—No es de ese tipo de chicas.

Marcos sonrió e hizo un gesto, dándole a entender que no sabía a qué se refería.

—Nunca se liaría con un hombre comprometido, con novia y con serias intenciones de casarse. Y me acabas de decir algo parecido ¿no?

Su amigo sonrió ante el comentario.

—Nunca le he sido infiel a mi novia si es lo que estás pensando —afirmó mientras sacaba un cigarrillo del paquete de tabaco que estaba sobre la mesa.

—No, si es cosa tuya. Yo no pienso meterme en tu vida —respondió Fran.

Marcos se quedó durante unos segundos en silencio, dándole vueltas al cigarro sin decidirse a encenderlo. La curiosidad le pudo y preguntó:

—¿Tanto la conoces?

—No mucho, pero si quieres que te la presente, solo tienes que decírmelo.

Su amigo negó con la cabeza.

—No, no hace falta.

—Vale…

Fran estaba mintiendo. Conocía a Cris porque formaba parte de su pandilla de amigos. Además él y su novia, Nuria, trabajaban con ella en la academia de idiomas.

—Estoy pensando que ya que no conoces a nadie, puedes unirte a nuestro grupo y salir con nosotros. Intentamos divertirnos de forma sana. Somos unos cuantos, y solo hay dos parejas. El resto está libre. Si te animas, puedes venir cuando quieras.

—Muchas, gracias, Fran. Estaré encantado de ir con vosotros —respondió sonriente.

—Pues mañana, que es viernes, quedamos. Ya te diré la hora.

—De acuerdo. ¿Quieres otra cerveza?

—No, es tarde. Déjalo para mañana.

—Como quieras.

Poco después se despidieron. Marcos se acercó a una cabina de teléfono para llamar a su novia. Media hora más tarde, ya en su apartamento, se sintió abatido y triste. No le gustaba estar tan solo. Pensó en Estela y en el tiempo que tardaría en volver a verla. Cerró los ojos y la imagen de la chica rubia se cruzó en su mente sin quererlo. No le importaría conocerla, pensó por un momento, pero al instante rechazó ese pensamiento. Estaba enamorado de su novia y no debería preocuparse de nadie más. Con un poco de suerte, los días pasarían volando y pronto podría tenerla entre sus brazos. Después de todo estaban en octubre y la Navidad quedaba a la vuelta de la esquina.

Se consoló con esa idea, ya habían pasado un curso entero separados y podrían superar otro más. Estaba seguro de que todo iba a salir bien, no había motivos para pensar lo contrario.

*****

En casa de los Klein la cena transcurría tranquilamente. Cris se dedicó a explicar su nuevo horario de trabajo y comentar la ilusión que le producía encargarse de nuevos grupos de alumnos, asegurando que estaría ocupadísima y que no tendría tiempo para nada, ya que incluso los sábados iba a dar clase a adultos, algo que no había hecho hasta entonces.

Su madre la miró y torció el gesto.

—No sé por qué te empeñas en trabajar ahí pudiendo aspirar a mucho más —dijo después de limpiarse con la servilleta.

—No quiero discutir más ese tema, mamá —protestó su hija.

—No empecéis otra vez —refunfuño Héctor.

—Es que siempre estás igual, mamá. Y estoy cansada de escuchar constantemente lo mismo, cada vez que hablamos de trabajo.

—Déjalo ya, Cris. Me gustaría poder cenar sin oíros discutir.

—Si de verdad me escucharas —volvió a decir Ana, ignorando lo que acababa de decir su marido—, pero como solo aceptas los consejos de tus amigos, especialmente de tu amiga Laura —reprochó—, así te va. Tanto que nos hemos gastado en tu educación y no tienes más aspiraciones que dar clase en una academia que ni siquiera es tuya.

—Mamá, por favor. Déjame tranquila.

—Sí, Ana. Acabamos de llegar. Tengamos la fiesta en paz.

Cris sonrió a su padre, mientras que su madre optó por callarse y no volver a mencionar el tema.

Cris había querido siempre arreglarse la vida por su cuenta y buscar un trabajo que no tuviera que ver con la influencia de su familia. Deseaba algo que le hiciera sentirse ella misma y no la hija o sobrina de los Klein. Por otro lado, había pasado mucho tiempo lejos de sus padres y se había sentido muy sola. Cuando regresaba en vacaciones, su madre la llevaba a todos los actos religiosos a los que asistía, también a reuniones en casa de matrimonios para que hiciera amigos entre los retoños de sus amistades. Ella odiaba esas reuniones y solía perderse en una esquina para leer cualquier libro o cómic que llegara a sus manos. Como era bastante tímida, hablaba poco y se ganó la fama de ser poco sociable. Su madre no hacia otra cosa que reprocharle su actitud. Cris respondía que se aburría mucho.

Era su frase favorita, algo que exasperaba a Ana. ¿Cómo podía aburrirse? Tenían piscina para bañarse, sitios por donde correr y saltar, varios chicos y chicas con los que charlar y divertirse; pero no, su hija se aburría y prefería leer o jugar en solitario.

La única que pudo entender lo que la niña deseaba fue Veva. Cristina solo anhelaba sentirse en un hogar y permanecer más que unas vacaciones conviviendo en familia.

Ahora, de adulta, había rechazado la oferta de trabajar en Madrid junto a su tío y sus primos en la empresa familiar al terminar sus estudios, y decidió volver a la casa. Se había buscado sus propios amigos, pues el haber estado tanto tiempo lejos le había desligado de sus poquísimas amistades, la mayoría hijos de los matrimonios conocidos de sus padres con los que había tratado en alguna ocasión, pero que ahora tenían ya sus propias vidas. Algunas ya se habían casado y otras trabajaban o estudiaban fuera de la provincia. Solo quedaba Fernando. No tenía ningún interés en salir con él.

Nuria la introdujo en su grupo de amigos y Cris encontró en una chica llamada Laura el apoyo y la amistad que siempre había querido tener. Aunque Laura era casi cinco años mayor que ella, pudo adivinar que en los ojos claros de Cris había cierta languidez y tristeza; sin duda, no buscaba otra cosa que afecto y cariño. Sus modales siempre educados y amables habían encandilado a casi todos los que formaban esa pandilla de amigos. ¡Qué decir de su bello rostro de princesita de cuento! Había vuelto loco al más ligón del grupo, Juanjo, haciendo que se desviviera por ella, aunque de ningún modo era correspondido por la joven.

Por supuesto, su madre desaprobó sus nuevas amistades y rezaba en silencio para que no se enamorara de ninguno de aquellos muchachos. Pensar que Laura vivía con su novio sin estar casada, le indignaba. Eran demasiado modernos para su gusto y por más que discutían, su hija hacía oídos sordos a sus consejos afirmando que era una anticuada, pues esas cosas ya no tenían importancia alguna. A Cris le importaba muy poco que insistiera en hablarle de moralidad y de valores respetables. Cuando se cansaba de oírla, simplemente se iba, dejándola con la palabra en la boca. Y cuando era su tío Rafael el que intentaba abarcar el tema, desaparecía enseguida y no se molestaba ni en escucharlo. Su padre no se entrometía, pero cuando se quedaba a solas con su esposa solía decirle que Cris ya no era una niña y pensaba por sí misma.

—Piensa lo que tú le has metido en la cabeza. Tanta libertad… tantas tonterías…

Héctor sonreía y se enorgullecía de que su hija tuviera unos pensamientos similares a los suyos, que no tenían nada que ver con los de su mujer o su cuñado.

—Ya estamos en democracia, Ana. Los tiempos han cambiado, gracias al cielo.

*****

Cris estaba en casa de Laura tomándose un refresco mientras hablaban del tema más común entre ellas: los hombres.

—Mucho tienes que interesarle a Juanjo para que haya cambiado tanto —afirmó Laura—. Se ha vuelto de lo más formal. Hará lo que le pidas y será tu esclavo con tal de que aceptes la proposición de ser su «novia» —añadió con cierto retintín.

—¿De verdad? Ya sabes que a mí no me gusta nada. En este momento mi corazón no palpita por nadie —dijo entre risas—. No sé si soy muy escogida o muy rara, o tal vez estoy esperando a mi príncipe azul. Supongo que como soy una romántica empedernida, será lo que me pasa. En serio —añadió—, quiero un amor impactante, de esos de película que vencen todos los obstáculos y se aman hasta el final. Sí, ya sé, eso solo existe en el cine —suspiró con decepción.

—Pues seguro que encontrarás uno así si te empeñas. Apuesto a que sí…

—Ya. Y ¿puedes decirme quién es? —preguntó después de dar un sorbo a la Coca Cola que tenía en la mano.

—Tanto como eso... No soy adivina, pero mi intuición me dice que no tardará en aparecer —dijo bromeando—. Es más, estoy convencida de que antes de que termine este año, encontrarás a ese príncipe azul que estás esperando.

—Laura, no te burles.

—Claro que no, pero recuerda que los príncipes azules al final suelen convertirse en sapos.

—Pero recuerda también que al besarlos se vuelven a convertir en príncipes…

—Pues esperemos que tu príncipe azul aparezca pronto —prosiguió bromeando.

—Ojalá, Laura. Ya me gustaría.

Lo cierto era que faltaba menos de una hora para que Marcos Allende entrara en su vida, y la desbaratara por completo.

Cuando Fran presentó a Marcos a algunos de los amigos que se habían reunido en casa de Laura, Cris lo reconoció. Era el chico que la había mirado con tanto descaro después de salir del estanco, el día antes. Él le tendió la mano un poco avergonzado ante la mirada y sonrisa de Fran, que se imaginaba la sorpresa que le causaría ver a la joven cara a cara.

—Cristina —dijo—, aunque todo el mundo la llama Cris.

—Encantado —afirmó él—. Aunque creo que ya nos hemos visto antes.

Ella sonrió pero no se dio por aludida.

—Ya que está lloviendo, cenaremos aquí —anunció Laura—. He improvisado una cena estupenda, chicos.

A Marcos le extrañó que aquella ligera lluvia les hiciera permanecer encerrados en casa. Él estaba acostumbrado a salir diluviando como si fuera lo más normal del mundo, y así se lo hizo saber a los demás.

—Eso es en el norte —aclaró Fran—, aquí no nos gusta mojarnos.