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Era un hombre al que no podía decirle que no. Tabby Glover era una joven de lengua afilada, independiente y rebelde, que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para que el multimillonario griego Acheron Dimitrakos la apoyase en la adopción de una niña que, al mismo tiempo, era hija de un primo lejano suyo. ¡Pero lo último que esperaba era una propuesta de matrimonio! Solo podía decirle que sí, aunque el arrogante magnate la tratase con desprecio. Entonces, se enteró de que él también tenía sus motivos. ¿Se convertiría su matrimonio en algo más que una farsa mientras el delgado velo que separaba la verdad de las mentiras se levantaba? La historia está bien estructurada, ningún cabo se deja suelto, la autora presta mucho cuidado a los detalles y las escenas fluyen con maestría. Lynne Graham no deja nada al azar y todo está perfectamente justificado. Escritura sólida y un final casi de película, la autora no decepciona con esta novela. El último capítulo es genial y con un descenlace en el que todo queda aclarado y hasta tiene sus sorpresas... Altamente recomendada, no debe faltar en nuestras bibliotecas de Harlequin. Universo Harlequin
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Seitenzahl: 181
Veröffentlichungsjahr: 2014
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Lynne Graham
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Entre la verdad y las mentiras, n.º 2310 - mayo 2014
Título original: The Dimitrakos Proposition
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4315-8
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Teniendo en cuenta la historia de la empresa, su expansión y su éxito, me parece un testamento injusto –dijo Stevos Vannou, abogado de Ash, mirando a este con cautela.
Acheron Dimitrakos, al que su círculo más cercano llamaba Ash, era además de muy alto, moreno y fuerte, el multimillonario fundador del gigante mundial DT Industries. Guardó silencio porque le daba miedo lo que pudiese decir. Normalmente su autocontrol era absoluto, pero ese día no. Había confiado en su padre, Angelos, todo lo que podía confiar en alguien, lo que no era mucho, pero jamás había imaginado que este podría traicionarlo con su última voluntad. Si no se casaba antes de un año la mitad de la empresa pasaría a manos de su madrastra y los hijos de esta, que ya habían quedado lo suficientemente bien parados en el reparto. Eso era impensable, e injusto. Ash siempre había pensado que su padre era un hombre de principios, pero aquello volvía a demostrarle que no podía fiarse de nadie y que hasta las personas más cercanas podían clavarle un puñal en la espalda en el momento menos pensado.
–DT es mi empresa –afirmó con los labios apretados.
–Por desgracia, no en los papeles –respondió Stevos muy serio–. En los papeles, tu padre nunca te traspasó sus acciones. Aunque nadie podría negar que la empresa la levantaste tú.
Ash siguió sin contestar. Sus mirada oscura, fría, ribeteada por unas pestañas ridículamente largas y negras estudió las vistas que su despacho del ático le proporcionaba de Londres.
–Ir a juicio por ese testamento perjudicaría a la empresa –comentó por fin.
–Lo más sencillo sería casarse –le sugirió el abogado, riendo con cinismo–. Es lo único que tienes que hacer para que todo vuelva a la normalidad.
–Mi padre sabía que no tenía ninguna intención de casarme. Por eso me ha hecho esto –añadió él, perdiendo los nervios un instante al pensar en la mujer trastornada con la que su padre había querido emparejarlo–. No quiero una esposa. Ni quiero hijos. ¡No quiero complicarme la vida!
Stevos Vannou se aclaró la garganta y estudió a su jefe. Era la primera vez que veía a Acheron Dimitrakos enfadado o demostrando cualquier tipo de emoción. El multimillonario jefe de DT Industries solía ser más frío que un témpano. Su frialdad y falta de sentimientos humanos formaban parte de la leyenda y hasta se contaba que, en una ocasión, una de sus secretarias se había puesto de parto durante una reunión y él le había hecho quedarse hasta el final.
–Perdona si te resulto obtuso, pero yo diría que muchas mujeres harían cola para casarse contigo –comentó Stevos pensando en su propia mujer, que casi se desmayaba cada vez que veía el rostro de Acheron en alguna fotografía–. El problema, más que encontrar esposa, sería elegirla.
Ash apretó los labios para evitar hacer un comentario ácido, su abogado solo intentaba ayudarlo. No obstante, él también sabía que podía conseguir una esposa con tan solo chasquear los dedos. Y sabía que el poder de atracción residía en su dinero. Tenía toda una flota de jets privados y casas repartidos por todo el mundo, y criados que esperaban para tratarlo, a él y a sus invitados, a cuerpo de rey. Pagaba bien al servicio. Era un amante generoso, pero rechazaba a las mujeres en cuanto veía en sus ojos el símbolo del dólar. Y últimamente era esto lo primero que veía en ellas, así que disfrutaba de su compañía menos de lo que le habría gustado. Necesitaba el sexo lo mismo que respirar, y no entendía por qué le desagradaba tanto la avaricia y la manipulación que solían ir de la mano con él.
Lo peor era que sabía perfectamente lo que su padre había pretendido con aquel testamento y le sorprendía que no se hubiese dado cuenta de que la mujer con la que pretendía unirlo le resultaba odiosa. Seis meses antes de la muerte de su padre, se había formado en casa de este un tremendo escándalo, y Acheron no había vuelto allí desde entonces, lo que había sido para su supuesta futura esposa, otra estocada más. Ash había intentado hablar del tema con su madrastra, pero nadie había querido escucharlo, el que menos, su padre, que pensaba que la joven a la que había criado desde niña era la persona perfecta para casarse con su hijo.
–Otra opción es que hagas caso omiso del testamento y le compres a tu madrastra sus acciones –continuó el abogado.
Ash le lanzó una mirada sardónica.
–No pienso pagar por lo que es mío. Gracias por tu tiempo.
Stevos se puso en pie para marcharse mientras pensaba que tendría que informar de la situación a sus colegas para buscar lo antes posible un plan de acción.
–Pondré a las mejores cabezas pensantes de la empresa a buscar una manera de superar este reto.
Ash asintió a pesar de tener pocas esperanzas. Sabía por experiencia que su padre se habría informado bien antes de poner semejante cláusula en su testamento.
«Una esposa», pensó después. Siempre había sabido, desde niño, que jamás querría casarse ni tener hijos. No quería que nadie heredase la oscuridad que él llevaba dentro, ni ver crecer a un niño a su imagen y semejanza. De hecho, ni siquiera le gustaban los niños y el poco contacto que había tenido con ellos solo había servido para que se reafirmase en su creencia de que eran ruidosos, difíciles y molestos. ¿Qué adulto en su sano juicio quería algo de lo que tenía que estar pendiente veinticuatro horas al día y que no le dejaba dormir por las noches? ¿Y qué hombre querría tener a una única mujer en su cama? La misma mujer noche tras noche, semana tras semana. Ash se estremeció solo de pensarlo.
No obstante, supo que tenía que tomar una decisión y decidió actuar rápido, antes de que la noticia llegase a los medios de comunicación y eso afectase a la empresa.
–El señor Dimitrakos no recibe a nadie sin estar citado –repitió en tono frío la esbelta recepcionista–. Si no se marcha, señorita Glover, me veré obligada a llamar a seguridad para que la saquen del edificio.
Como respuesta, Tabby volvió a dejar caer su cuerpo delgado en uno de los mullidos sillones de la recepción. Enfrente de ella había un hombre de más edad leyendo unos documentos y hablando en un idioma extranjero por teléfono. Saber que no tenía buen aspecto no la ayudaba, pero hacía tiempo que no dormía del tirón, ya no tenía ropa decente y, además, estaba desesperada. Si no hubiese estado desesperada no habría ido a DT Industries para intentar conseguir una entrevista con el poderosísimo hombre que se negaba a hacerse responsable de la niña a la que Tabby quería con todo su corazón. Acheron Dimitrakos era un cerdo egoísta y arrogante. Tenía más dinero que Midas, pero le había dado la espalda a Amber y jamás se había preocupado por su bienestar. Ni siquiera había querido reunirse nunca con ella, con la que compartía su tutela.
La recepcionista llamó a seguridad con voz alta y clara, sin duda para hacer que Tabby se marchase de allí antes de que los guardias llegasen. Ella se puso tensa, pero se quedó donde estaba con el cuerpo rígido, intentando desesperadamente encontrar la manera de poder hablar con Acheron.
Y entonces el destino acudió a su ayuda y le puso delante al hombre moreno y alto al que conocía por las fotografías que había visto en las revistas. Acababa de entrar en la recepción seguido por varios hombres trajeados y Tabby se puso en pie y corrió detrás de él.
–¡Señor Dimitrakos! ¡Señor Dimitrakos! –balbució, intentando pronunciar bien su complicado apellido.
Este se detuvo delante de los ascensores y la miró con recelo. Los guardias de seguridad se acercaron corriendo y se disculparon ante el hombre que Tabby tenía delante.
–¡Soy Tabby Glover, la otra tutora de Amber! –se presentó ella mientras dos hombres la agarraban de los brazos y la hacían retroceder–. Necesito verlo... He intentado conseguir una cita, pero no lo he logrado. ¡Es muy importante que hablemos antes de este fin de semana!
Ash pensó exasperado que su equipo de seguridad tenía mucho que mejorar. Había permitido que una mujer loca lo arrinconase en la última planta de su propio edificio. La joven vestía una chaqueta vieja, pantalones vaqueros y zapatillas de deporte, llevaba el pelo recogido en una coleta e iba sin maquillar. Era de estatura baja y delgada, en absoluto su tipo... pero tenía unos ojos azules impresionantes, casi violetas, y los rasgos del rostro muy marcados.
–¡Por favor! –le rogó Tabby–. No puede ser tan egoísta... ¡Nadie puede serlo! El padre de Amber era de su familia...
–Yo no tengo familia –replicó él en tono seco–. Acompáñenla fuera y asegúrense de que esto no vuelve a ocurrir.
Sorprendida de que no quisiera darle ni siquiera cinco minutos de su tiempo, y de que no pareciese reconocer el nombre de Amber, Tabby se quedó en silencio un par de segundos. Después se dirigió a él tan enfadada que utilizó un lenguaje que no había utilizado nunca antes. Él la miró con los ojos brillantes un instante y a Tabby le sorprendió, se dio cuenta de que aquella máscara que portaba normalmente escondía oscuros secretos.
–¿Señor Dimitrakos...? –intervino otra voz.
Tabby se giró sorprendida y vio al hombre que había estado sentado frente a ella en recepción.
–Esa niña es... ¿recuerda que su difunto primo le pidió que fuese tutor hace un par de meses y usted se negó? –le recordó Stevos Vannou en voz baja y tono respetuoso.
Ash recordó algo que le era irrelevante y frunció el ceño.
–¿Qué pasa con ella?
–¡Cerdo egoísta! –volvió a arremeter Tabby contra él, indignada al ver la indiferencia con la que hablaba de la niña–. Iré con esto a la prensa... se lo merece. ¿Para qué quiere tanto dinero si no hace nada con él?
–¡Siopi! ¡Cállese! –le dijo él, primero en su lengua materna.
–¿Usted y qué ejército van a mantenerme callada? –replicó Tabby, poniéndose muy recta.
–¿Qué quiere? –le preguntó Acheron a su abogado, como si ella no estuviese allí.
–Le sugiero que hablemos del tema en su despacho –respondió Stevos.
Ash se sintió impaciente. Hacía solo tres días que había enterrado a su padre y se le estaba complicando la semana sin que le hubiese dado tiempo a asimilar su repentina pérdida a causa de un infarto. Lo último que le apetecía era tener que lidiar con un drama entorno a una niña a la que ni siquiera conocía y que no le importaba lo más mínimo. Se acordó de Troy Valtinos, sí, un primo tercero al que tampoco había tenido nunca el placer de conocer, que había fallecido recientemente y había pretendido cargarle a él con los cuidados de su hija. Acto que Ash consideraba de inexplicable locura y del que recordaba haber hablado unos meses antes con Stevos. Él era soltero y no tenía hijos y, además, viajaba constantemente. ¿Qué demonios iba a hacer con una niña huérfana?
–Siento haberle insultado –mintió Tabby, haciendo un esfuerzo con la esperanza de ganarse así una entrevista–. No tenía que haberlo hecho...
–Ha sido muy grosera –le respondió él antes de dirigirse a los guardias de seguridad–. Suéltenla. Y sáquenla de aquí en cuanto haya terminado con ella.
Tabby apretó los dientes, se estiró la chaqueta y se pasó las manos por los vaqueros. Ash estudió brevemente su rostro ovalado, fijando la atención en los labios generosos, rosados y no pudiendo evitar pensar en lo que podría hacer con ellos. Se le encogió el estómago y eso lo puso todavía de peor humor al recordar el tiempo que hacía que no se dejaba llevar por su libido. Tenía que estar muy mal para reaccionar así ante una mujer tan ignorante.
–Le daré cinco minutos de mi valioso tiempo –le dijo Acheron muy a su pesar
–¿Cinco minutos cuando lo que hay en juego es la vida y la felicidad de una niña? Qué generoso por su parte –respondió Tabby en tono sarcástico.
–Veo que, además de vulgar, es insolente –respondió él, que no estaba acostumbrado a que nadie le hablase así, mucho menos una mujer.
–Pero he conseguido hablar con usted, ¿no?, mientras que siendo educada nunca he conseguido nada –comentó Tabby, pensando en todas las llamadas de teléfono que había hecho en vano.
Le daba igual lo que pensase de ella un tipo estirado y snob, podrido de dinero. No obstante, en realidad no le gustaba haberse acercado a él de manera tan agresiva, sabía que no era sensato. Sabía que, si conseguía penetrar en su caparazón, aquel hombre podría ayudar a Amber mucho más que ella. Los servicios sociales no la consideraban una tutora adecuada para la niña porque estaba soltera y no tenía ni una casa decente ni dinero.
–Empiece a hablar –le dijo Ash, abriendo la puerta de su despacho.
–Necesito su ayuda para conservar la custodia de Amber. Soy la única madre que ha conocido y está muy unida a mí. Los servicios sociales quieren quitármela el viernes y meterla en un hogar de acogida, con vistas a darla después en adopción.
–¿Y no es lo mejor, dadas las circunstancias? –preguntó Stevos, el abogado de Ash, como si lo más normal fuese que Tabby dejase marchar a la niña a la que tanto quería–. Creo recordar que usted es soltera y que vive gracias a los subsidios, así que una niña debe de ser una carga considerable...
Acheron se había quedado helado al oír hablar de un hogar de acogida, pero nadie se había dado cuenta. Era un secreto bien guardado que, a pesar de que su madre había sido una rica heredera griega, él había estado varios años de familia de acogida en familia de acogida, teniendo que sufrir la absoluta indiferencia de unos y la crueldad y los abusos de otros. Y jamás se le había olvidado la experiencia.
–No he vivido de subsidios desde que Sonia, la madre de Amber, falleció. Cuidé de ella hasta su muerte y por eso no podía trabajar –protestó Tabby, mirando a Acheron como si le acabasen de herir el orgullo–. Mire, no soy ninguna aprovechada. Hace un año Sonia y yo teníamos un negocio que funcionaba bien, hasta que Troy murió y ella cayó enferma. Fue entonces cuando yo lo perdí todo también. Amber es lo más importante que tengo, pero, a pesar de ser su tutora, no es sangre de mi sangre y eso hace que tenga muy pocos derechos ante la justicia.
–¿Y por qué ha acudido a mí? –le preguntó Ash en tono seco.
Tabby puso los ojos en blanco.
–Porque Troy pensaba que era usted un tipo estupendo...
Ash se puso tenso e intentó no sentirse ofendido. Entonces pensó que una niña inocente iba a ir a una casa de acogida y no pudo soportarlo.
–Jamás conocí a Troy.
–Él intentó conocerlo a usted. Decía que su madre, Olympia, había trabajado para la de usted –le contó Tabby.
Acheron frunció el ceño al acordarse de Olympia Carolis, una de las criadas de su madre. Cuando le habían planteado el tema de la tutela, no había caído en que Troy era el hijo de Olympia, aunque entonces recordó que había dejado de trabajar en su casa estando embarazada. Probablemente, embarazada de Troy.
–Troy estaba desesperado por encontrar trabajo aquí en Londres y usted era su ídolo –le explicó Tabby.
–¿Su... qué? –repitió él en tono de burla.
–Los falsos halagos no van a ayudarla –intervino Stevos Vannou.
–No ha sido un falso halago –lo contradijo Tabby, enfadada con el abogado por mostrar aquella actitud. Luego volvió a mirar a Ash–. Es la verdad. Troy lo admiraba profesionalmente. Incluso estudió lo mismo que usted. Lo consideraba el cabeza de su familia, por eso lo nombró tutor de su hija en el testamento.
–Vaya, y yo soy tan inocente que pensaba que lo había hecho solo por mi dinero –comentó Ash con ironía.
–¡Es usted odioso! –replicó Tabby indignada–. Troy era encantador. ¿De verdad piensa que sabía que iba a morir en un accidente de tráfico con veinticuatro años? ¿O que su esposa enfermaría también poco después de haber dado a luz? Troy jamás habría aceptado su dinero.
–Y, no obstante, ese encantador hombre dejó a su esposa y a su hija en la indigencia –le recordó él.
–Troy no tenía trabajo y, por aquel entonces, Sonia ganaba dinero suficiente con nuestra empresa. Ninguno de los dos podía imaginar lo que les depararía el futuro.
–Pero eso no significa que sea justo que me nombrase a mí tutor de su hija –matizó Ash–. Lo normal habría sido pedirme permiso antes.
Rígida por la tensión, Tabby no respondió a aquello. En cierto modo, Acheron tenía razón.
–¿Puede decirnos qué espera exactamente del señor Dimitrakos para que no perdamos más el tiempo? –preguntó Stevos.
–Quiero pedirle al señor Dimitrakos que me apoye en mi deseo de adoptar a Amber.
–¿Le parece un objetivo realista, señorita Glover? –preguntó el abogado–. No tiene casa, dinero ni pareja y, según tengo entendido, necesitaría al menos una vida estable para que los servicios sociales la considerasen apta para la adopción.
–¿Y qué tiene eso que ver con no tener una pareja? –inquirió Tabby, poniéndose a la defensiva–. He tenido un año muy complicado, como para perder el tiempo buscando marido.
–Cosa que tampoco habría resultado nada fácil, teniendo en cuenta su actitud –añadió Acheron.
Tabby abrió la boca y la volvió a cerrar, enfadada y desconcertada con el multimillonario griego.
–¿Me está acusando de no tener modales? ¿Acaso usted los tiene? –replicó.
Stevos estudió a los dos adultos que tenía delante, picándose e insultándose como dos adolescentes, antes de apartar la vista de ellos.
–Señorita Glover, el hecho de que tuviese una pareja lo cambiaría todo. Criar a un hijo es todo un reto hoy en día y todo el mundo sabe que la presencia de dos padres lo hace más fácil.
–¡Por desgracia, no puedo conseguir una pareja de hoy para mañana! –exclamó Tabby, deseando que aquel hombre dejase de hablar de su idoneidad para adoptar a Amber.
De repente, a Stevos se le ocurrió una idea descabellada. Miró a Acheron y le dijo en griego:
–Podríais ayudaros el uno al otro...
Ash frunció el ceño.
–¿Cómo?
–Ella necesita un hogar estable y un marido para poder adoptar a la niña, y tú necesitas una esposa. Con el compromiso de ambas partes y unas negociaciones legales serias, ambos podríais conseguir lo que os proponéis y nadie tendría por qué enterarse de la verdad.
Acheron entendió lo que su abogado quería decir, pero le pareció inaudito que se hubiese atrevido a hacerle semejante propuesta. Miró con desprecio a Tabby Glover y luego respondió.
–Debes de estar loco. ¡Es una mujer vulgar y malhablada!
–Tú tienes dinero suficiente para cambiarla antes de presentarla en público –le respondió Stevos en tono seco–. Estoy hablándote de una esposa a la que pagas para que sea tu esposa, no de una normal y corriente. Si te casas, solucionarás todos tus problemas con respecto a la empresa...
Acheron se quedó pensativo y se centró en su principal problema en esos momentos: Tabby Glover. Era evidente que no era la mujer adecuada, pero no pudo evitar pensar también en Troy Valtinos y en su madre, Olympia, y tener remordimientos de conciencia.
–No podría casarme con ella. No me gusta...
–No hace falta que te guste –le respondió Stevos en voz baja–. Solo quieres conservar la empresa. Tienes muchas casas, puedes meterla en una de ellas y casi olvidarte de que está ahí.
–En estos momentos, lo primero es pensar en la niña –respondió él, sorprendiendo a su abogado–. Quiero asegurarme de que está bien. He descuidado mis responsabilidades con ella.
–Miren... –los interrumpió Tabby, cruzándose de brazos con indignación–. Si van a seguir hablando en un idioma extranjero y fingiendo que no estoy aquí...
–Ojalá no estuviese aquí –murmuró Ash.
Tabby cerró los puños.
–¡Apuesto a que más de una mujer le ha dado una buena bofetada!
Él la retó con su mirada brillante y después sonrió divertido.
–Pues no, ninguna...
Y Tabby se recordó que estaba allí por Amber y que sus necesidades eran lo más importante en esos momentos, por despreciable que le pareciese aquel hombre. Aunque, al mismo tiempo, también era muy guapo, impresionante. Ella nunca había tenido mucho éxito con los hombres. Había tenido muchos amigos, pero pocos novios, y Sonia le había advertido en alguna ocasión que tenía la lengua demasiado afilada y era demasiado independiente y crítica para atraer al sexo masculino. Por desgracia, Tabby no habría podido sobrevivir a una vida tan dura sin aquellos atributos tan poco femeninos.
–¿Quieres conocer a la niña? –le preguntó Stevos a Ash antes de que volviese a estallar la guerra entre ellos.