Eres la única - El príncipe perdido - Invitación a palacio - Fiona Harper - E-Book
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Eres la única - El príncipe perdido - Invitación a palacio E-Book

FIONA HARPER

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Beschreibung

Eres la única Fiona Harper Junto al altar, Damien contemplaba sin aliento aproximarse a la mujer que amaba… para casarse con otro. Y saber que la dama de honor, Zoe, le estaba observando, no le facilitaba las cosas. A diferencia de la novia, Zoe era demasiado enérgica, demasiado vehemente… ¡demasiado todo! Sin embargo, antes de que acabara la velada nupcial, la conexión que surgió entre ambos amenazó con derrumbar la imagen que cada uno se había formado del otro. El príncipe perdido Raye Morgan Max Arragen, piloto de guerra, debía recuperar su condición real. No le hacía ninguna gracia, pero aceptó… hasta que le dijeron que debía casarse. A Kayla Mandrake le encargaron que domara al nuevo príncipe. Su sorpresa fue mayúscula al comprobar que se trataba de Max, con quien había compartido una noche de pasión. ¿Qué haría al volver a verlo? Invitación a palacio Jennie Adams Mel Watson era una chica corriente a quien un simple viaje en taxi acabó llevando a una vida completamente nueva. Hasta que oyó que alguien se dirigía al supuesto taxista como "Alteza", Mel no se dio cuenta de que se había colado en un cuento de hadas. El príncipe Rikardo no podía creer que hubiese recogido a la mujer equivocada. Hacía mucho tiempo que había renunciado al amor y solo quería un matrimonio temporal, pero la atracción que sentía por Mel era demasiado real…

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Seitenzahl: 551

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 493 - enero 2020

 

© 2012 Fiona Harper

Eres la única

Título original: Always the Best Man

 

© 2012 Helen Conrad

El príncipe perdido

Título original: Taming the Lost Prince

 

© 2012 Jennie Adams

Invitación a palacio

Título original: Invitation to the Prince’s Palace

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiale s, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-878-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Eres la única

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

El príncipe perdido

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Invitación a palacio

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

DE HABER sido una mujer, Damien Stone se habría convertido en el hazmerreír de los demás. Se dice que ser dama de honor tres veces trae mala suerte. Doblar esa cantidad supone condenarse a la soltería eterna. Sus tías se lo habrían recordado cloqueando a la menor oportunidad y le habrían dicho que espabilase antes de que fuese demasiado tarde.

Pero nadie había cometido el error de pensar que Damien era una chica y él jamás había sido dama de honor. A nadie parecía importarle que fuese padrino de boda tantas veces. En todo caso, los demás hombres le daban palmadas en la espalda y le felicitaban por semejante logro. No, Damien no creía que aquello reportara mala suerte.

Significaba que sus amigos lo respetaban, que le consideraban un aliado incondicional. Había que ser una persona especial para acompañar a un amigo hasta el altar mientras este se preparaba para pronunciar unas palabras que cambiarían su existencia por completo, así que supuso que debía sentirse halagado.

Pero, por encima de todo, se sentía agradecido, ya que iba a poder echar mano de toda su experiencia para sobrevivir a ese día.

Por sexta vez, llevaba una flor en la solapa y se encontraba al lado de un buen amigo. Por sexta vez estaba junto al altar de una preciosa iglesia de piedra en el silencio previo a la entrada de la novia. Pero era la primera vez que le sudaban las manos y el corazón le latía como un juguete de cuerda que se hubiese vuelto loco.

Porque era la primera vez que la que estaba en la puerta de la iglesia a punto de recorrer el pasillo hacia donde él se encontraba era la mujer de sus sueños.

Se giró y miró a Luke, su mejor amigo, y Luke le dedicó una sonrisa de ánimo y le palmeó la espalda. Damien tragó saliva. Se alegró de que Luke estuviese allí. Pensaba que no habría podido superar ese día de haber sido cualquier otra persona la que estuviese a su lado.

Intentó sonreír, pero los nervios torcieron su sonrisa. Los ojos de Luke se encendieron traviesos y Damien pensó que su amigo iba a hacer uno de sus típicos comentarios irónicos, pero justo en ese momento hubo un movimiento en cascada a sus espaldas. Fila tras fila, las cabezas de los invitados se fueron girando hacia la entrada de la iglesia y el órgano empezó a sonar.

Al principio no pudo volverse, tenía que prepararse para lo que estaba a punto de ver. Había llegado la hora. No había vuelta atrás.

Solo cuando Luke le codeó ligeramente las costillas él inspiró con fuerza y miró por encima de su hombro.

Ella estaba perfecta.

Ni siquiera se fijó en el vestido. Solo en ella.

Pero Sara Mortimer siempre le había parecido maravillosa. Había sido así desde la primera vez que la vio al otro extremo de un bar atestado de gente, riéndose con Luke, y había sentido como si un camión le golpease en el costado.

Pasado ese día, el resto del mundo tampoco dudaría de su perfección. El traje de satén blanco era pura elegancia y llevaba el pelo rubio recogido en un moño alto. Su cabeza estaba cubierta por un velo y una sencilla tiara y portaba un ramo de lirios anudados con una cinta blanca.

Sara era desenvuelta, elegante, inteligente y amable. Él era incapaz de encontrarle defectos, aparte quizá de su gusto con respecto a los hombres. Expulsó el aire que había estado reteniendo y volvió a inspirar.

Pareció que pasaban siglos hasta que acabaron de pasar las damas de honor, flotando en una nube de oro mate. Bueno, la mayoría flotaba. La primera dama de honor se contoneaba demasiado como para hacer algo tan grácil.

Damien nunca había comprendido por qué Sara y Zoe eran amigas. Sara era esbelta, elegante y sofisticada, y Zoe era… demasiado de todo. Demasiado vehemente, demasiado desinhibida. Demasiado apretada en su corsé, si sus ojos no le engañaban. ¿Acaso era legal que el traje de una dama de honor tuviese tanto escote?

Por alguna extraña razón, su sola presencia le crispaba los nervios. ¿O era la intensidad de su perfume? Al ver que él la miraba, su expresión se tornó insolente. Sabía que él no la tragaba. ¿No podía dejarlo pasar aunque fuese por ese día? Estaba seguro de que lo hacía a propósito para provocarle.

Sara había llegado al altar estando él distraído, lo que le exasperó aún más si cabe.

Por suerte, en ese momento se apartó la última de las damas de honor y pudo verla. Enseguida se olvidó de todo. Sara era como una ráfaga de aire fresco en un caluroso día de verano. Conforme se aproximaba, le dedicó la más delicada de las sonrisas. Pero no tuvo oportunidad de devolvérsela, porque los nervios le habían agarrotado la mejilla. Sin embargo, sus ojos se encontraron por un instante y algo surgió fugazmente entre ellos. Algo agridulce que a él le perseguiría durante las noches de insomnio de los años venideros.

Porque luego la mirada de Sara se posó en el hombre que había al lado de Damien y el padre de la novia posó la mano de su hija sobre la de Luke antes de retirarse. A Damien le tocó ser olvidado, apartado de la mente de alguien por la presencia de otra persona.

La novia y el novio avanzaron con la mirada ansiosa puesta en el sacerdote. Todos los ojos se posaron en Sara y en Luke, la pareja feliz, y Damien no pudo más que cerrar los ojos un instante y dejar que sus dedos apretaran con fuerza el anillo que llevaba en el bolsillo.

El anillo de Luke. Para Sara.

No, de haber sido cualquier otro, él no podría haber superado ese día. No podría haber estado allí viendo cómo Sara se casaba con otro que no fuese Luke. De haberse negado a ser el padrino cuando Luke se lo pidió, este le habría preguntado el porqué, y Damien no estaba dispuesto a permitir que ni Luke ni Sara conociesen sus sentimientos por ella ni que estos habían ido creciendo al tiempo que los de Luke conforme se enamoraba de la novia de su mejor amigo.

Había logrado ocultarlo durante los últimos dieciocho meses y no pensaba estropearlo todo en el último momento. No, Luke no lo sabría jamás.

Damien Stone debía ser en ese día y más que nunca, el padrino perfecto.

 

 

Tilly, la prima de Sara, pinchó a Zoe en las costillas con los tallos de su ramo. Zoe intentó ignorarla, pero Tilly se inclinó hacia delante y le susurró desde detrás de los lirios.

–El padrino es guapísimo –dijo, mirando con disimulo al pasillo–. Tienes suerte. Como primera dama de honor, tienes preferencia.

Zoe no pudo evitar mirar al hombre del que Tilly hablaba.

–Si resulta ser tu tipo –respondió entre dientes a Tilly.

Si te gustaban altos, morenos y guapos. Si te gustaban con las piernas largas, complexión fuerte y con aquella actitud distante tan molesta. Resultaba atractivo incluso con la boca abierta mientras cantaba una de las notas largas del himno. Intocable. Y a Zoe nunca le había atraído nada demasiado bueno como para ser tocado, alguien apartado del resto del mundo, como si estuviese tras un cristal y exhibido en un museo. Había que vivir la vida plenamente, enfangarse al cien por cien.

–¿Qué? –farfulló Tilly, olvidando taparse la boca con el ramo. Se granjeó la mirada reprobatoria de la madre de la novia–. ¿No tienes ojos en la cara? –añadió Tilly, ignorando la mirada de su tía.

Zoe puso los ojos en blanco y negó ligeramente con la cabeza, pero bastó para que otro mechón rizado le cayese sobre la cara. Estaba a punto de apartarlo de un soplido cuando se percató de que la tía de Tilly la estaba mirando, así que se lo colocó delicadamente detrás de la oreja.

Apartó la vista y su mirada se vio atraída de modo inexplicable hacia el objeto de la discusión.

No, no es que no tuviese ojos en la cara. Simplemente, no era estúpida.

Sabía que él no la soportaba. Intentaba disimularlo, claro, y lo hacía bastante bien, pero había estado recibiendo ese tipo de trato lo suficiente como para reconocer la desaprobación en cuanto la veía.

Desdén. Esa era la palabra.

Y ese brillo desdeñoso en la mirada del señor Perfecto cuando dirigió la vista hacia donde ella se encontraba le despertaron ganas de provocarle. Y Zoe no era de las que se resistía cuando le entraban ganas de hacer algo. La vida era demasiado corta. Por una vez, deseaba verle perder la frialdad, ver fuego en lugar de hielo en aquellos ojos azules. Había estado muy cerca de conseguirlo en alguna ocasión anterior, pero «cerca» no era suficiente. Lo que Zoe quería realmente era ver todo un despliegue de fuegos artificiales.

Pero no sería ese día, por desgracia. No haría nada que pudiese molestar a Sara, ya que la pobre ilusa pensaba que el señor Damien Stone era un ser maravilloso. No tanto como Luke, claro, pero Zoe calculaba que para Sara ocupaba un meritorio segundo puesto. Se giró hacia Tilly e hizo una arcada silenciosa para mostrarle lo que pensaba de la sugerencia que le había hecho. ¡Vaya! La madre de Sara las miraba con la boca apretada, así que volvió el rostro hacia la feliz pareja, apretó el ramo con fuerza y se puso a cantar dulcemente.

El señor Perfecto debió de percatarse de cierto movimiento, porque giró ligeramente la cabeza para mirarla. Zoe le ignoró. Ignoró la chispa que vio en sus ojos justo antes de que este la ocultase rápidamente. Ella adoptó su rostro más angelical y cantó en voz alta, reconfortada al imaginarse que podía oír cómo le hervía la sangre a Damien Stone.

¡Cuánto deseaba ver ese despliegue de fuegos artificiales!

«Pero esta noche no, Zoe. Déjalo estar». El estallido de Damien Stone tendría que esperar… por el momento.

Pero eso no significaba que no pudiese meterse un poco con él, ¿no?

 

 

–¿No te vas a comer eso?

Damien contempló su pavlova a medio terminar. Recordaba haber comido un poco, pero no haberla esparcido por el plato de aquel modo. Echó los hombros ligeramente hacia atrás porque sentía como si la chaqueta del traje hubiese encogido.

–¿Le pasa algo a tu postre?

Se giró y miró a la dama de honor, que estaba sentada a su lado en la mesa principal. La disposición de los comensales le parecía absurda. Nunca antes, en las cinco bodas anteriores, le habían sentado junto a la primera dama de honor.

–Nada –respondió ella amablemente. Con demasiada amabilidad–. Estaba buenísimo… pero era bastante pequeño. Por eso te pido el tuyo, si es que no le vas a hacer los honores.

Damien dirigió a su plato una mirada fulminante, como si aquel postre removido tuviese la culpa de la situación, y luego lo empujó en dirección a Zoe, aguantándose las ganas de hacer un comentario sobre cuerpos apretados en corpiños.

–Desahógate.

–Gracias.

Ella se lanzó al ataque directamente, cosa que de algún modo irritó a Damien. Pronto podría escabullirse en busca de un whisky solo para lubricar los músculos petrificados de su rostro. Se habían quedado encajados en una sonrisa anonadada justo cuando Sara había pronunciado el «sí quiero».

«El eterno padrino…».

A Damien empezaba a sonarle todo a broma, y no precisamente divertida. Muchos de sus amigos vivían ya asentados y felices, tal y como él deseaba vivir. Se sentía el jinete desafortunado de una carrera de caballos cuya portezuela se ha atascado en la salida mientras los demás se alejaban a toda velocidad por la pista. Y encima su mejor amigo se había llevado a la única mujer que Damien consideraba una candidata viable para convertirse en la señora Stone, lo cual resultaba aún más descorazonador.

–Umm. No sabes lo que te estás perdiendo –murmuró Zoe a su lado.

Damien alzó sus hombros doloridos para evitar que se siguieran hundiendo. Por desgracia, sabía exactamente lo que estaba perdiendo aquel día. ¿Cómo no iba a hacerlo si estaba sentada tan solo tres asientos más allá? Cometió el error de mirar hacia la derecha, en dirección opuesta a la máquina devoradora de pavlovas que tenía a la izquierda.

Debió de olvidarse momentáneamente de su sonrisa pétrea, porque consiguió llamar la atención de Sara por un instante. Ella le preguntó qué pasaba con un gesto adorable, curvando los labios hacia abajo y arrugando la frente.

Él negó con la cabeza, encogió un hombro y consiguió reavivar la sonrisa macabra con la que había estado engañando a todo el mundo durante ese día. Maldita Zoe. Le había hecho perder la concentración al robarle el postre. ¿Por qué no le habrían sentado junto a la madre de Sara? Se habría olvidado de aquel desastre de día entreteniéndose en halagarla.

Sara se percató de su cambio de expresión y le sonrió antes de volver a centrar la atención en su marido.

Damien quiso suspirar, pero tenía las costillas demasiado apretadas bajo la piel como para que los pulmones pudiesen expandirse, así que lo compensó resoplando de exasperación por la nariz.

–Tranquilo, tigre –las palabras salieron amortiguadas por una capa de nata y frambuesas–. Todavía queda un poco, si es que te has arrepentido de ser tan generoso.

Él se giró hacia Zoe mientras ella empujaba en su dirección el plato casi vacío. Lo único que quedaba era un trozo de merengue con una frambuesa en lo alto.

Damien negó con la cabeza porque no confiaba en que su lengua mantuviese la formalidad necesaria.

–¿Estás seguro? –preguntó ella mientras acercaba la cuchara hacia el último bocado–. Creo que podría ratear otro plato en alguna parte o engatusar a los camareros.

–No lo dudo en absoluto –respondió Damien con sequedad.

Otra vez la expresión insolente de Zoe. El traje de Damien encogió una talla más, lo cual le hacía sentirse acalorado y nervioso.

–Bueno –dijo ella mientras se metía la cuchara llena en la boca y luego la giraba hasta ponerla boca abajo para asegurarse de dejar cada milímetro cuadrado completamente limpio. Cerró los ojos y dejó escapar un gemido de placer.

Damien experimentó una sacudida de algo inesperado. Algo que se negó a identificar. Sobre todo si se debía a la visión de los labios de Zoe St James deslizándose por una cucharilla.

Por suerte, el padre de Sara escogió ese momento para levantarse y golpear la copa con el tenedor. Todas las cabezas se giraron hacia la mesa principal y Damien se enderezó en el asiento y volvió a adoptar una expresión animada.

Pero durante todo el tiempo, la frustración y la rabia aumentaban en su interior de tal modo que deseó tener una versión gigante de la cobertura de metal que envolvía los tapones del champán. Si no se equivocaba, su cabeza estaba a punto de estallar y eso no podía ocurrir hasta que no acabara el brindis.

Más palabras. Palabras que había escuchado cien veces en ocasiones como aquella. Hasta el final del discurso, que fue…

–Por tanto –Colin Mortimer sonrió a su esposa y luego a su hija–, Brenda y yo hemos decidido que queríamos ofrecer a nuestra pequeña algo especial. Sabemos que habíais planeado una sencilla luna de miel navegando hacia el sur a bordo del orgullo y la alegría de Luke, pero hemos pensado que nos gustaría mejorarla un poco…

Damien se enderezó aún más en el asiento. Vaya. Luke había preparado la luna de miel perfecta para Sara y para él, la luna de miel que Damien hubiera dado un brazo por tener. Una quincena en el Dream Weaver solo con Sara. Le parecía el paraíso.

Haciéndose cargo como de costumbre, Damien empezó a preparar mentalmente el discurso que luego pronunciaría ante Colin para intentar ayudar a Luke a salir del atolladero.

El padre de la novia tendió a Luke una carpeta.

–Dos billetes de avión para las Islas Vírgenes.

Damien empezó a ensayar en serio su pequeño discurso.

–¡Y un yate de lujo alquilado por tres semanas!

Hubo un grito de asombro colectivo por parte de los invitados, que empezaron a aplaudir y a gritar. Damien se quedó petrificado. Por alguna razón, no se podía mover. Cielos, ni siquiera podía pensar con claridad.

Sara abrazó a su padre y Luke le dio la mano con entusiasmo.

No era de extrañar. Luke había soñado con surcar las aguas turquesas del Caribe desde que Damien y él competían juntos con pequeñas embarcaciones en la escuela de vela.

¿Por qué no se le habría ocurrido antes a Damien? Debería haberles hecho ese regalo. Después de todo, la navegación era lo que le había unido a Luke hacía ya muchos años.

«Tú sabes bien el porqué».

Damien cerró los ojos. Sí, lo sabía. Había dejado que el sentimiento de culpa por la atracción que experimentaba hacia la mujer de su mejor amigo lo empañara todo.

«Y los celos también. No te olvides de los celos».

No. Había intentado por todos los medios que eso no ocurriera. No les deseaba nada más que lo mejor. Al menos, no quería desearles nada más que lo mejor.

Pero se había sentido celoso. Por más que hubiese intentado superarlo, había sido así.

Y eso le convertía en una persona vil. Cosa por la que, cuando los ciento quince invitados se levantaron y brindaron con Colin por la feliz pareja, Damien empezó a temblar.

Y entonces el padre de la novia se giró hacia él con una sonrisa benevolente, asintió y se volvió a sentar.

Era su turno. Le tocaba soltar una perorata, brindar… y mentir. Tragó saliva, sabiendo que estaba a punto de abrir la boca y mostrarse como el mayor hipócrita sobre la faz de la Tierra.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

SE HIZO el silencio más absoluto. Zoe sintió unas ganas irresistibles de exclamar algo para inyectar vida a aquel silencio perfecto, pero se limitó a apoyar el codo sobre la mesa y giró la cabeza para escuchar a Su Alteza decir algo pomposo.

Solo que no dijo nada. Ni pomposo ni de ninguna otra naturaleza. Se quedó allí, mirando a los invitados. El único movimiento perceptible fue un pequeño temblor tipo Parque Jurásico en su copa de champán.

Abrió la boca. Algunos invitados se inclinaron hacia delante. Damien Stone era conocido por sus discursos como padrino de boda. Pero volvió a cerrar los labios.

El silencio empezó a tornarse violento. Los niños empezaron a revolverse.

Damien Stone se aclaró la garganta.

Zoe empezó a pensar seriamente en levantarse de un salto y gritar: «¡Fuego!».

Justo a tiempo, un sonido empezó a salir de su garganta, tan bajo que seguramente ella era la única persona que podía percibirlo. Pero lo proyectó hacia delante hasta hacerlo crecer y salir seguido de sus palabras.

–No se me ocurre nada ingenioso que decir. Solo que Luke y Sara son realmente la pareja perfecta.

Zoe frunció el ceño. Se había preparado para sonreír para sus adentros ante una artificiosa perorata, pero la sinceridad de sus palabras echó sus planes por tierra.

–Y no puedo decir más que Luke es el mejor amigo que nadie pudiese tener, recordarle que es el hombre más afortunado del mundo por haber conocido a Sara y desear que sean felices el resto de sus días.

Se detuvo y alzó su copa por el novio y la novia.

–Por Luke y Sara –dijo, y de pronto toda la carpa se levantó y empezó a aplaudir maravillada de cómo, una vez más, el padrino había logrado superarse.

Damien se bebió el champán de un trago y se sentó mientras soltaba el aire. Zoe hubiese jurado que estaba nervioso. Pero eso habría significado que sentía una emoción distinta a la superioridad, cosa a todas luces imposible.

Dio un sorbo a su copa y se sentó a su lado. Nunca había tenido intención de elevar aún más el ego de Damien Stone, pero por alguna razón sintió la necesidad de decirle que sus palabras habían sido perfectas.

–Ha sido…

Él se giró sorprendido, como si hubiese olvidado totalmente que existía y había estado sentada a su lado, y fijó sus fríos ojos azules en ella.

–No, Zoe. Ahora no.

La miró de tal modo que Zoe cerró la boca de golpe. Y de no haber estado él tan concentrado en mostrarse fiero y condescendiente, se habría dado cuenta de que acababa de llevar a cabo una hazaña milagrosa.

Entonces, mientras todos los ojos estaban puestos en los novios, mientras la felicidad desbordaba a los invitados y caía formando charcos a sus pies, Damien se levantó rígidamente de la silla y caminó hacia el ocaso.

Zoe se recostó en la silla y se cruzó de brazos. No era digna ni de felicitar a Damien Stone. Pero no dejó que ese sentimiento le afectara. No podía. Se había prometido que nunca un hombre como aquel volvería a hacerle sentirse así. Y si rendirse y desmoronarse no era una opción, no tenía más alternativa que adoptar la dirección contraria. Así que, por sus actos, el padrino acababa de decretar que esa noche habría una guerra total y la celebración sería el campo de batalla.

«Ten cuidado, Damien Stone, porque todos los comentarios altaneros que has estado repartiendo se van a girar para morder tu musculado trasero. Esta noche, el Karma se ha vestido de dama de honor y está pero que de muy mal humor».

 

 

–Parece que las lecciones de baile me han venido bien.

Zoe sonrió al hombre que acababa de hacerla girar en sus brazos. Esa noche estaba especialmente guapo. Y no era para menos.

–Permíteme que discrepe, Luke. Me has pisado ya dos veces y ambos sabemos por qué.

–No tengo ni idea de lo que me estás diciendo.

En ese momento, fue Zoe la que le pisó a él.

–¿De veras? –dijo inocentemente–. Y yo que pensaba que todas esas cosas urgentes que hacer a última hora en el trabajo los jueves por la noche no eran más que una treta para escaparte al pub con tus amigos…

Luke agrandó su sonrisa.

–No –dijo–. Sigo sin tener ni idea. Creo que te has equivocado de persona.

La sonrisa le flaqueó por un momento, perdió el paso, pero Zoe consiguió mantener el equilibrio al reaccionar rápidamente. Y para aquello también había un porqué.

–Me debes una –le susurró al oído aferrada a las mangas de su chaqueta–. Sabías que Sara no iba a querer ir sola a esas clases. Sabías que me arrastraría con ella para sustituirte.

–Y mira lo bien que bailas el vals –dijo Luke–. Deberías agradecérmelo.

Zoe sintió ganas de darle un puñetazo. O de hacerle cosquillas. No lo tenía muy claro.

Pero él se libró al mostrarse un poco arrepentido.

–Muy bien, te debo una. Y se me acaba de ocurrir una idea de lo más oportuna para firmar la paz. Sé que con la locura de la boda este año no has podido disfrutar de unas vacaciones en condiciones. Pues bien, Dream Weaver, gracias a la generosidad de mi suegro, se va a quedar parado y abandonado en su amarradero durante las próximas dos semanas. ¿Por qué no lo aprovechas?

Zoe se rio tan fuerte que la pareja que tenían al lado perdió el compás.

–¡No seas bobo, Luke! No tengo ni la menor idea de cómo se maneja un barco.

–Que yo recuerde por las pocas veces que has estado a bordo, te encanta tomar el sol en cubierta y beber vino en la cabina mientras salen las estrellas. Puedo pedirle a mi amigo Matthew que te lleve a hacer un par de excursiones de un día por el río o a alguna de las playas cercanas al estuario solo accesibles en barco.

Zoe dejó de girar y miró a Luke a los ojos.

–¿Matthew? ¿El Matthew rubio de pelo alborotado con ese precioso y redondeado…?

Luke se echó a reír.

–Iba a decir «rostro».

–Claro, claro. Pero sí, ese Matthew.

–En ese caso, trato hecho.

 

 

La música cambió y sonó una melodía lenta y arrolladora, pero Damien apenas se dio cuenta. Estaba cansado. Completa y absolutamente agotado.

Comprobó su reloj. Las nueve y media.

Sara y Luke no tardarían en abandonar aquel elegante hotel rural para iniciar una nueva vida juntos. Una vez hubiese desaparecido el coche, incluso mientras aún resonase el ruido de las latas por el camino, se marcharía sin que nadie lo viese.

Justo antes de levantar la vista del reloj, se percató de que había alguien frente a él. Miró rápidamente hacia abajo y sus peores temores quedaron cumplidos: satén blanco y un par de zapatos a juego.

–Eh, venga…–dijo Sara con esa voz clara y amable que tenía. Damien posó la mirada en sus propios zapatos. Estaba demasiado cerca. Si alzaba la mirada, la dejaría leer sus ojos y podía adivinarlo todo.

Unos dedos finos le tiraron de la manga de la chaqueta.

–No puedes estar solo y alicaído en un rincón. Puedes escoger entre las damas de honor, ya sabes.

Él levantó la vista sin mirarla directamente y negó con la cabeza. ¿Por qué conformarse con menos?

–Bueno, pues tendrás que apañártelas conmigo entonces. ¿Bailamos, Damien?

Él inspiró por la nariz y espiró entre los dientes. Se levantó, incapaz de negarle nada a la novia.

–Hoy has estado increíble –le dijo Sara mientras él la guiaba por la pista–. Perfecto.

Damien sonrió. Una sonrisa forzada.

–Ha sido muy fácil hacerlo por Luke –dijo. Fueron palabras lisas y llanas, ligeramente evasivas, pero no exentas de verdad. No le había costado apoyar a su amigo cuando Luke le había anunciado que iba a casarse con la mujer más maravillosa del mundo. Aunque tampoco podía hacer otra cosa, porque esa era su forma de ser.

Bajó la vista, evitando mirarla a los ojos.

–El anillo es precioso –dijo.

Sara retiró la mano de su hombro para mirarlo.

–¿Verdad que sí? Zoe se ha superado esta vez.

–¿Lo ha hecho Zoe?

Sabía que a Sara y a sus amigas les encantaban las joyas de Zoe, pero por lo que él recordaba, lo que hacía eran cosas grandes y asimétricas. Siempre había pensado que la cadena y el colgante de brillantes que Sara llevaba siempre eran mucho más elegantes.

Sintió que alguien le daba unos golpecitos en el hombro.

–Creo que me debes un baile –dijo una voz profunda. Damien giró la cabeza y ahí estaba Luke, sonriéndole a su esposa y agarrado a Zoe.

«Suéltala», se dijo Damien.«Es hora de dejarla ir».

–No me refería a ella –dijo Luke, señalando a su esposa con un asentimiento–, sino a ti.

Todos se rieron ante la broma, por el modo en el que Luke le tendió los brazos a Damien y luego los usó para tirar de Sara y alejarse bailando con ella.

Y eso dejó a Zoe y a Damien sin pareja y mirándose el uno al otro.

Sabía perfectamente lo que dictaban las normas de educación. El problema era que, en ese preciso momento, no le apetecía ser precisamente educado. Dudó una fracción de segundo que fue demasiado larga, y Zoe enarcó una ceja al detectar su embarazo. Apretó los labios en una sonrisa irónica.

Damien se recuperó rápidamente y le tendió los brazos. Zoe respondió a su gesto, pero sus ojos centellearon y él se percató de que aquello no iba a olvidarlo fácilmente. Y que se lo haría pagar. Por suerte, la canción estaba a punto de terminar.

Pero, en cuanto empezaron a moverse, la banda inició otro tema, de ritmo latino.

Damien gruñó en su interior. Ahora tendría que aguantar toda la canción.

Qué forma más maravillosa de acabar la velada.

 

* * *

 

«Menudo presuntuoso», pensó Zoe. Se iba a enterar.

Bailaron en silencio, pero tras un juego de piernas especialmente complejo, ella alzó los ojos hacia Damien y se lo encontró mirándola fijamente.

–Creía que era el hombre el que tenía que guiar –dijo en un tono inexpresivo.

Zoe se encogió de hombros.

–Esto es una rumba. Solo estoy haciendo los pasos. No es problema mío si no puedes seguirme.

Él la agarró con más fuerza y la apretó contra él, uniendo sus cuerpos. Zoe fingió despreocupación.

–¿Quién ha dicho que no puedo seguirte?

Sin dejar de mirarla, Damien esbozó una sonrisa ligeramente maliciosa y empezó mover los pies siguiendo una pauta que para Zoe había sido rutinaria en los últimos dos meses. Pasos de rumba. Demonios. Por supuesto, el señor Perfecto sabía bailar la rumba. Otro superpoder que sumar a su ingente colección.

Al principio se movieron de forma mecánica, rígida, pero conforme avanzaba la canción ambos parecieron fundirse con el ritmo. Ella se había perdido de tal forma en los balanceos y las pausas, en la sensación de que sus músculos se volvían elásticos, que tardó un rato en percatarse de que seguían mirándose a los ojos. Él había dejado de sonreír y la concentración de sus ojos resultaba al mismo tiempo enervante y… atractiva.

Zoe tragó saliva. De pronto, se le secó la boca.

Estaban muy cerca el uno del otro y ella no sabía bien cómo habían llegado a ese punto, con el pecho a punto de tocarse.

No, no, no.

No podía permitir que ese ritmo lento le hiciera olvidarse de todo. A los hombres como Damien Stone había que recordarles que no eran un regalo de Dios, que debían bajar de sus altos pedestales de vez en cuando y acordarse de que eran iguales que los demás: imperfectos, negados… humanos. Era todo lo que pedía. ¿Era acaso mucho pedir?

Ese hombre tenía que tener un punto débil. Su marca personal de kryptonita. Solo tenía que averiguar cuál era y utilizarla en su contra.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

DAMIEN notó claramente cómo se tensaban los músculos de Zoe, y eso que apenas tenía apoyada la mano sobre su hombro. La contracción le hizo salir de la burbuja en la que se había quedado absorto. Le resultaba extraño que fuese precisamente con aquella mujer con quien encontrase la calma en un día de pesadilla.

Pero se acabó. La suavidad inusitada que había asomado a los ojos de Zoe había desaparecido y en su lugar volvía a aparecer la expresión dura, descarada y burlona. Damien se reprendió a sí mismo por haber olvidado que estaba bailando con una bomba sin detonar.

–Estoy impresionada –dijo ella, pero en sus ojos se leía que el cumplido tenía un aguijón en la punta–. No pensaba que un hombre como tú pudiese ser bueno en estas cosas.

Ay. Allí estaba. Pero más suave y certero de lo que esperaba.

Un hombre como él. ¿Qué era lo que tenía de malo?

–¿Un hombre cómo?

–Oh, ya sabes… –hablaba en tono alegre y simpático–. Tenso. Retraído.

Él ignoró el comentario, aunque se percató de que sus movimientos se tornaban cada vez menos fluidos a pesar de sus esfuerzos por evitarlo. A regañadientes, admitió interiormente que ella tenía razón.

Pero Damien no quería admitir que bailar con Zoe St James le resultaba muy fácil. No quería admitir que se complementaban en modo alguno a pesar del creciente calor que se iba apoderando de su cuerpo o la aceleración del pulso en sus venas, así que apartó la vista de ella y miró por encima de su hombro.

Enseguida se arrepintió.

Sin querer, vio a los novios en la pista de baile. Habían dejado de moverse al ritmo de la música y estaban aferrados el uno al otro. Ella descansaba la cabeza sobre su hombro con los ojos cerrados, feliz. Damien sintió un terrible vacío.

Dado que su compañera de baile era el menor de dos males, fijó los ojos en ella y se la encontró observándole. Sin dejarle guiar, Zoe le soltó la mano, se apartó, levantó el brazo libre y luego regresó a su lado, acercándose mucho. Demasiado.

Sara nunca habría bailado con él de ese modo. Y de pronto él se enfadó con Zoe por inducirle a hacer comparaciones, porque el dolor iba en aumento, se aposentaba en su pecho y no le dejaba respirar.

No, no era Sara. Nunca lo sería. Y por alguna razón primitiva y absolutamente irracional, deseó hacerle pagar por ello.

–Te agradecería el placer de haber bailado contigo, pero estaría mintiendo si lo hiciera –dijo ella.

Damien sabía que no debía morder el anzuelo, pero sus defensas estaban corroídas por el ácido del feliz acontecimiento.

–Créeme si te digo –respondió–, que el sentimiento es mutuo.

Zoe se sonrió y a Damien le subió unos cuantos grados la temperatura de la sangre. Se suponía que el comentario no tenía que divertirle. Quería quitársela de encima. Evitarla no había funcionado. Y mostrarse encantador tampoco. La única artillería que le quedaba tal y como se encontraba en ese momento era decirle la verdad.

–Mira, no te gusto y tú a mí tampoco, pero acabemos de bailar esta canción por el bien de Luke y Sara, y luego nos vamos cada uno por nuestra parte.

Y entonces, debido a que mirar a Zoe le hacía sentirse sudoroso y descontrolado, sus ojos se desviaron inevitablemente hacia Sara.

Zoe giró la cabeza para ver qué estaba mirando y entonces le susurró al oído.

–He visto cómo los observabas.

Aquello llamó su atención y volvió a centrarse al cien por cien en su compañera de baile. Una corriente eléctrica le recorrió el pecho. No lo habría adivinado, ¿verdad? Porque si Zoe conociera su secreto, no dudaba en absoluto que lo haría público.

–Me alegro mucho por ellos –farfulló.

–Es más que eso –dijo ella abriendo un poco más los ojos, como si algo hubiese encajado en su cabeza–. Hay algo en lo que ambos comparten, algo ahí –le soltó la mano y señaló con ella a los novios–, que te impide dejar de mirarles.

Damien aguantó la respiración mientras Zoe se echaba a reír.

–¿Quién lo habría pensado? Damien Stone alberga por una vez un sentimiento distinto al orgullo.

¿Orgullo? ¿De qué hablaba? ¿Cómo se atrevía Zoe St James a juzgarle?

–Bueno, al menos tengo cierto orgullo –respondió–. La mayoría de la gente cree que no tener vergüenza no es precisamente un atractivo.

A Zoe se le cayó la mandíbula y un pequeño grito ahogado escapó de entre sus labios.

Damien no pudo ocultar la sonrisa. Comprendió por qué Zoe disfrutaba tanto lanzando dardos verbales. Resultaba muy satisfactorio dar en el blanco.

–Engreído… insoportable…

Estuvo tentado de echarse a reír, porque no la había visto quedarse sin un comentario sarcástico en ninguna ocasión. Resultaba gratificante ver que se quedaba sin palabras, aunque fuese por unos segundos, ya que estaba seguro de que su talento no la abandonaría por mucho tiempo.

Por desgracia, sus planes de hacerle callar, de librarse de ella, fracasaron porque entonces ella decidió sacar la artillería pesada y llevar las cosas al plano personal.

–Me pregunto qué tendrán Luke y Sara que provoca al gran Damien Stone esa mirada ausente. ¿Qué será lo que lo convierte en un perrito de peluche de grandes ojos con la lengua fuera?

Damien sintió una punzada en la espalda. Sabía que no soltaba más que paparruchas, en busca de munición, pero si seguía hablando, cosa que siempre hacía, podía tropezar con la verdad. Tenía que sacarla de allí. Fuera del alcance de los oídos de los demás invitados y sobre todo de los de Luke y Sara.

No se encontraban lejos de la entrada a la carpa y con un poco de juego de piernas, consiguió hábilmente hacerla girar en aquella dirección y hacerla salir por la puerta cubierta de gasa. Una vez en el aire fresco de la noche, dejó de bailar y la soltó, excepto por una mano que mantuvo agarrada con firmeza mientras la arrastraba hacia los jardines ignorando sus protestas.

Cuando estuvieron lo suficientemente lejos de la carpa como para que nadie les oyese, Damien echó el freno y se giró hacia Zoe, devolviéndole la mano como si se hubiese contaminado de solo tocarla.

–¿Me puedes decir exactamente cuál es tu problema? –le espetó, conteniendo la rabia.

–¿Que cuál es mi problema? –Zoe sacudió la cabeza con incredulidad–. ¡Tú, un tipo tan engreído que si se cae de su ego se mata!

–Ya basta.

Pero Zoe, como siempre, no sabía cuándo parar, no sabía cuándo era demasiado. Siguió batallando, señalándole sus defectos, dándole vueltas a la verdad aún por descubrir y acercándose a ella a cada segundo.

–No sé qué es lo que te ha tenido tan agitado todo el día –dijo finalmente, con las manos en las caderas y en pequeños jadeos que resaltaban la subida y bajada de sus pechos de un modo que a Damien le costaba ignorar–. Puede que estés celoso porque Luke tiene a Sara y tú no tienes a nadie. Pero hasta que no bajes de ese pedestal que te has construido y actúes como un ser humano y no como una figura de mármol, dudo que cualquier mujer te acepte jamás.

Oh, Damien se sentía muy humano en ese momento, muchas gracias. No había nada de frío y muerto en su pulso acelerado o en la sensación nerviosa que le traía a la mente una olla a presión a punto de estallar. Tenía que moverse, gritar, correr, hacer algo para liberar todo lo que se estaba acumulando dentro de él. Y esa sensación parecía crecer con cada una de las sílabas que salían de la boca de Zoe St James.

Cuando volvió a abrirla, Damien decidió que no podía aguantarlo ni un segundo más. Tenía que cerrar esa boca tan inteligente. Y solo se le ocurrió una forma.

Fue una estupidez. Una imprudencia. Pero la mezcla de estrés, decepción y adrenalina le azuzó de tal forma que lo único que pudo hacer fue deslizar la mano por detrás del cuello de Zoe St James, atraerla hacia él y besarla.

 

 

Damien la había llevado por un sendero de grava que desembocaba en una fuente de piedra. Zoe se agarró al pretil con una mano mientras revolvía con la otra la camisa de Damien. El asidero de la camisa de algodón y la mano que le sostenía el cuello fueron lo único que evitó que ella acabara cayendo a la fuente.

Aparte de los labios de Damien, claro está.

Debía apartarse y abofetearle, ¿no? ¿Quién demonios se había creído que era? Pero no se echó atrás. Ni le abofeteó. Porque, por desgracia, el señor Perfecto también hacía honor a su apodo en lo que a besos se refería…

Empezó siendo apasionado y enérgico y… luego más apasionado, pero pasado un rato cambió, se ralentizó. El beso se volvió una exploración más que una competición. Zoe dejó de agarrarse a la fuente, posó la mano sobre el pecho de Damien y luego le rodeó el cuello con ella, tal y como hacía él mientras sus largos dedos se enredaban en el fino cabello que se le rizaba en la nuca.

«Se trata de Damien Stone, ¿recuerdas? Apártate. No le atraes. Ni siquiera le gustas. Y no debería importarte lo bien que sepa o lo que haga con sus labios. Ahórrate la humillación y acaba con esto».

Pero a Zoe no se le daba bien atender a los consejos. Sobre todo si se los daba ella misma.

Y el beso, aunque seguía ralentizándose, se iba haciendo más intenso. De hecho, pensó que le ardían las puntas de las orejas. Y no le importó.

Damien llevaba un tiempo besándola y parecía disfrutar tanto como ella, inmerso en el momento. Claro que podía ser que ella se equivocase. Podía tener puesto el piloto automático. Pero, caramba, si conseguía ese nivel de habilidad estando solo a medio gas, ¡cómo sería cuando estuviese implicado al cien por cien! Lo del fuego en sus orejas no sería nada: tendría que tirarse a la fuente.

Ella le soltó la camisa, que quedó completamente arrugada, y le acarició el pecho, deslizando los dedos entre la chaqueta y la camisa y paseando las palmas de las manos por su espalda.

Podía ser que, después de todo, él la encontrase atractiva. Podía ser que toda esa altivez y agresividad contenida no fuese más que la versión Stone de un tirón de trenzas. Zoe sabía que no debía permitirlo, pero la idea se abrió paso en su interior y empezó a resplandecer. No podía detenerla, y menos aún teniendo en cuenta que durante toda su vida había sido invisible a los ojos de la mayoría de los hombres como él, hombres que estaban muy lejos de su alcance. Gimió mientras los labios de Damien abandonaban su boca para dirigirse a su oreja.

Entonces, ambos oyeron unos pasos que se aproximaban por el sendero de grava. Se quedaron inmóviles, incapaces de soltarse y separar los labios, en una especie de parodia de la famosa escultura de Rodin.

–Damien, estás aquí. Sara te estaba buscando hace un momento y… oh, perdón.

Era la voz de Luke. Zoe intentó encogerse, cosa nada fácil dadas sus generosas proporciones. Pero en ese momento, Damien la ocultaba de la visión de Luke y por alguna razón no quería que este descubriese con quién estaba, lo que a ella le pareció perfecto. No quería que todos los invitados se enterasen de ese momento de enajenación transitoria.

Pero, por supuesto, Damien escogió la ocasión para dejar de hacerlo todo perfecto. Sacó fuerzas para moverse, apartarse y mirarla a los ojos. El calor pasó directamente de las orejas de Zoe a sus mejillas.

–¡Vaya, Zoe…! –Luke la miró extrañado y sonrió al mismo tiempo, aunque después la sonrisa empezó a ganar terreno–. Lo siento… No pensé que vosotros… Volveré… más tarde.

Otra vez sonó ruido de pasos que se perdían en la grava. Y luego un hilo de agua en la fuente, el sonido áspero de sus respiraciones y el barullo de la fiesta proveniente de la carpa.

Ninguno de los dos dijo nada. Al menos, no con palabras. Pero el rostro de Damien empezó a tornarse elocuente y los sentimientos que expresaba no eran precisamente lo que una chica desearía ver después de semejante beso.

Sorpresa. Confusión. Incluso un poco de culpabilidad, si no se equivocaba, aunque no supo adivinar el porqué. Su expresión era seria y a ella le pareció que había dado un enorme paso atrás a pesar de que no se había movido un ápice. Pero la guinda del pastel fue el último gesto.

De asco.

Fue entonces cuando le abofeteó.

 

 

Damien corría por el césped en dirección a la carpa frotándose aún la mejilla. No estaba seguro de si se había ganado o no la bofetada. Pero ¿no debía haber ocurrido cuando se abalanzó sobre ella en lugar de cinco minutos después de que Zoe le atrajera hacia sí mientras él le mordisqueaba el lóbulo de la oreja?

Pero quizá para ahorrarse la molestia, debía haberse abofeteado a sí mismo. ¿Qué había creído que estaba haciendo? ¿De verdad? ¿Zoe St James?

Vale, le atraía. Había química entre ambos. Cosas raras como esa ocurrían todos los días. Todo se reducía a las feromonas, la química del cerebro y extraños atavismos de la evolución.

Pero sus planes de futuro no incluían a una chica como Zoe St James. Y Damien Stone siempre se atenía a sus planes.

–¡Luke!

Alcanzó a su amigo cuando este estaba a punto de entrar a la carpa.

–¿Querías hablar conmigo?

Luke negó con la cabeza.

–Dije que Sara quería hablar contigo.

Sara.

Una oleada de culpabilidad se abalanzó sobre Damien. Sentía como si le hubiese sido infiel, lo cual era absurdo.

Luke le sonreía y movía las cejas arriba y abajo.

–Cállate –dijo Damien.

–No puedo decir que no me haya sorprendido. Quiero decir… Zoe… Pero me alegra verte menos ermitaño en cuanto a las mujeres se refiere. Llevas trabajando duro demasiado tiempo.

Luke se equivocaba. El problema no era el trabajo. Sí, a veces trabajaba muchas horas, pero a su amigo le parecía que las cosas eran peor de lo que eran en realidad, porque se trataba de la excusa que Damien ponía para no acudir a pasar la tarde con él y con Sara.

Torció el gesto. ¿Cuándo se había convertido en una persona que andaba escondiéndose de los demás, mintiendo a sus amigos y abalanzándose sobre mujeres insospechadas aunque estas se hubiesen ganado recibir su merecido?

–Entonces… –Luke le echó el brazo sobre los hombros y le abrazó–, ¿la veras de nuevo mientras estamos de luna de miel?

Damien negó con la cabeza. Prefería arder en el infierno.

Pero las palabras de Luke escondían algo cierto: llevaba demasiado tiempo esperando a una mujer que no era suya, demasiado tiempo cerrado a las demás posibilidades que había ahí fuera. Muy bien, Sara se ajustaba perfectamente a su plan a diez años vista: montar un negocio, comprar una casa decente, esposa, hijos… pero eso no implicaba que ninguna otra persona pudiese cubrir ese puesto. Tenía que readaptarse, y podía hacerlo. Podía.

Había llegado el momento de avanzar.

Lástima que no hubiese sido capaz de abandonar antes la idea de Sara. Quizá, de haberlo hecho, estaría con alguien en la boda en lugar de encontrarse luchando contra sí mismo y sintiéndose como un volcán intentando no entrar en erupción. Se habría divertido.

Intentó imaginarse cómo sería…

Una chica sin rostro. Morena… no, rubia como Sara, con un vestido elegante, que le habría tomado de la mano durante la misa y se la habría apretado mientras se pronunciaban los votos.

Pero no funcionó. La fantasía se transformó en una imagen suya junto a la fuente, llevando a Zoe de la mano de vuelta al hotel, ambos con una amplia sonrisa de complicidad…

No.

«Contrólate, Damien. Luke tiene razón. Ha pasado demasiado tiempo. Las hormonas acumuladas te están volviendo loco».

–¡Relájate, hombre! –la mano de su amigo seguía sobre su hombro y empezó a masajearle los músculos tensos–. ¿Sabes lo que necesitas?

–¿Un buen trago de ginebra y el número de teléfono de Angelina Jolie?

Luke se echó a reír.

–No. Necesitas unas vacaciones.

Damien negó con la cabeza. Lo último que necesitaba era pasar solo días interminables sin nada que hacer y mucho que pensar. No, el trabajo era la solución. Siempre lo era.

–¿Y dónde está Sara? Dijiste que me estaba buscando, ¿no?

Luke señaló con la cabeza el interior de la carpa.

–Está hablando con su padre en la mesa de la esquina. Es inconfundible, solo tienes que buscar a la chica más guapa del lugar.

Ese mismo comentario pero hecho por la mañana le habría sentado como una bofetada, pero Damien no dejó que le afectase. Era hora de hacer nuevos planes. Y esa vez no iba a permitir que nadie los desbaratase.

Iría junto a Sara. Escucharía lo que tuviese que decir y se despediría.

De Sara. Y de la idea de Sara.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

A LA una de la mañana no había muchos conductores en la carretera como para percatarse de que una dama de honor con flores en el pelo se cruzaba con ellos a toda velocidad. De todos modos, Zoe ni siquiera los hubiera visto. Su coche no corría demasiado, pero apretar el acelerador a fondo le proporcionaba una leve sensación de satisfacción, algo con lo que contrarrestar su creciente vergüenza.

Nunca se había sentido tan humillada.

La expresión de su mirada…

Como si acabase de cometer el más abyecto de los crímenes. Ni siquiera le animaba pensar en Matthew como marinero privado durante las dos semanas siguientes. Podía ser que le despidiese y se quedase amarrada en el puerto a pasar las vacaciones, escondida en la cabina y ahorrando a los demás veraneantes su asquerosa presencia.

Pero si había algo que a Zoe le gustase hacer era cambiar de idea, cosa que ocurrió en cuanto vio a Matthew en la cabina del Dream Weaver.

–Luke me ha dicho que si te ayudaba me dejaría llevar el Dream Weaver en un viaje de ida y vuelta a Francia. Así que durante las próximas dos semanas, soy todo tuyo. Estoy dispuesto a satisfacer todos tus caprichos.

Se pasó la mano por un pelo maravillosamente despeinado.

–¿Quieres que salgamos mañana? ¿Vamos a una cala?

–He traído una ropa de baño de lo más apropiada –dijo ella, y vio el brillo de interés de los ojos del patrón–. ¿Por qué no?

Matthew le dio la llave del Dream Weaver y saltó del barco al pontón.

–Te veo mañana.

–Pero no demasiado temprano –añadió Zoe rápidamente.

Matthew asintió, de ave nocturna a ave nocturna. Perfecto. Almas gemelas.

Una vez sola, Zoe se dio cuenta de lo cansada que estaba y se dirigió bajo cubierta. Sin embargo, había olvidado que no había escaleras para bajar a la cabina, sino dos cajas de madera con una pequeña plataforma para los más cortos de piernas. Consiguió trasladar a pulso la enorme maleta y luego forcejeó con ella más allá de la zona de asiento y el lavabo diminuto hasta el camarote para dos que había en la parte frontal del barco.

Dejó caer la maleta a un lado de la litera en forma de V y contempló las dos camas estrechas, separadas por la cabecera pero unidas a los pies. No había mucho espacio y a Zoe le gustaba estirarse. Además, había bastante distancia de las literas al suelo de madera si se caía durante la noche.

Pero entonces recordó que había un trozo de madera extra que se podía ajustar entre ambas camas y convertirlas en un triángulo enorme, así como un trozo de colchón para completar el puzle, y se dispuso a buscarlo.

Una vez colocado, revolvió la maleta en busca del pijama y dejó caer al suelo su ropa y la ropa interior. Luego se introdujo en el baño para prepararse antes de dormir.

Veinte minutos después de subir a bordo, ya se estaba metiendo en el saco de dormir que le habían dejado preparado. Seguramente había sido Matthew. Sonrió mientras cerraba los ojos y abría la boca en un bostezo silencioso.

Sí. Iban a ser las vacaciones que necesitaba.

 

 

Empezaba a amanecer cuando Damien avanzaba con su bolsa para navegar, llena de todo lo necesario para un par de semanas, por el empinado espigón que conducía a los pontones del puerto de Lower Hadwell.

Tras semanas de confinamiento en una oficina, o inmerso en el polvo y el ruido de un solar de construcción, sentir la brisa del amanecer en el rostro y el olor a sal y algas le llenaba de gozo. Y más aún el bocadillo de beicon que pensaba prepararse a bordo antes de echarse a la mar. Dos semanas en la adorada embarcación de Luke, sin nadie a quien tener que agradar excepto a sí mismo.

Era el plan perfecto. Iba a estar ocupado todo el tiempo y no tendría que hablar con nadie si no quería. Y al regresar a su oficina de Londres habría hecho grandes progresos en sacarse de la cabeza a la esposa de su mejor amigo.

También había hecho todo lo posible por olvidar que la idea de que utilizara el barco era de Sara. Ella le había dicho que lo arreglaría todo con Luke a la mañana siguiente, pero sabía que a su amigo no le iba a importar. Ya se había embarcado muchas veces en el Dream Weaver cuando había necesitado espacio y soledad.

El barco estaba silencioso cuando él llegó, pero, cosa extraña, no estaba cerrado. Encontró la llave sobre la mesa en mitad de la zona de asiento de la cabina y arrojó la bolsa en uno de los bancos que también hacían las veces de cama. Seguramente era cosa de Matthew, el tipo raro que cuidaba del DreamWeaver en ausencia de Luke. Iba a tener que decirle un par de cosas cuando apareciese.

Pero por el momento…

Damien estaba en un barco con las llaves en la mano y todo un río seguido de la costa de Devon y Cornualles por explorar. ¿Para qué esperar? Podía prepararse el bocadillo más tarde. Sin perder un segundo, subió corriendo al puente de mando, encendió el motor y se dispuso a soltar amarras.

 

 

Un ruido distante arrulló a Zoe mientras dormía y el movimiento lateral del barco la acunó hasta sumergirla en un sueño profundo. Cuando se despertó, el sol brillaba alto en el cielo y tenía la cara aplastada contra la pared del camarote y la maleta rosa en lo alto.

Mientras dormía, alguien había estado enredando con la fuerza de la gravedad. El mundo se había inclinado cuarenta y cinco grados y daba saltos. Cada varios segundos el camarote hacía saltar algo y un sonido hueco resonaba en el casco.

¿Sería una tormenta? ¿Y por qué brillaba el sol? No había bebido demasiado la noche anterior, así que no podía tratarse de una resaca descomunal. ¿Qué demonios era aquello?

Mientras avanzaba dando bandazos por el camarote se asomó por uno de los diminutos ojos de buey y todas las piezas del puzle empezaron a encajar. Había azul. En cantidades enormes. Por encima y por debajo del horizonte. Y acantilados. La última vez que había visto Lower Hadwell estaba llena de montañas cubiertas de bosques y campos repletos de ovejas. No había acantilados. Lo que solo podía llevarle a una conclusión.

Estaban en mar abierto. Casi. Justo en la desembocadura del estuario.

Matthew debía de ser más madrugador de lo que ella había pensado. Qué decepción, ni siquiera le había preguntado a qué playa quería ir. Aquel tipo de comportamiento le recordó a alguien a quien debía empujar a los recovecos de su mente con una etiqueta que dijese: «¿En qué estabas pensando?».

La brisa le golpeó el rostro y le revolvió los cabellos al salir de la cabina. Allí fuera, enganchando una vela al cable que iba desde la proa a lo alto del mástil, había una figura encorvada. Zoe llamó e hizo señas a Matthew, pero el viento se llevó sus palabras.

Gritó aún con más fuerza.

Y entonces tuvo otro de esos momentos de estar experimentando la peor resaca de su vida, porque el hombre se levantó y al girar la cara no era la de Matthew. Se parecía mucho a…

¡Pero no podía ser!

Antes de que pudiese decirle a su cabeza que empezase a funcionar, otra ola grande impactó contra el barco. Zoe se dio cuenta entonces de que a eso se debían los golpes huecos que había escuchado desde el camarote y, debido a que no había subido a una embarcación las veces suficientes como para saber que lo adecuado era agarrarse a algo constantemente, cayó en el puente de mando.

De haber ocurrido solo eso, no habría tenido más consecuencias que unos cuantos moratones y cierta sensación de bochorno. Pero Zoe cayó sobre el timón y se agarró a él para sostenerse, lo cual hizo que el barco, que iba de cara al viento, se balanceara bruscamente.

Zoe se levantó justo a tiempo para ver la cara de asombro del hombre que estaba al otro lado del barco.

Definitivamente, no era Matthew.

Definitivamente, era su peor pesadilla.

Y definitivamente estaba perdiendo el equilibrio por la oscilación inesperada de la embarcación. A cámara lenta, intentó agarrarse al cable al que había estado enganchando la vela, pero falló. Durante un par de segundos pareció quedarse flotando en el aire, pero luego se oyó un chapuzón y un grito. La peor pesadilla de Zoe acababa de caer por la borda.

 

* * *

 

Zoe tuvo un ataque de pánico. Se quedó petrificada un momento, abriendo y cerrando la boca y retorciéndose las manos como si buscara algo, como si con ese movimiento inútil pudiese hacer retroceder el tiempo y eso le permitiera agarrar a Damien en la repetición.

Luego gritó. Después corrió. Atravesó la cubierta sin apenas mirar por dónde iba, hasta llegar al punto en el que él había desaparecido. Luego volvió a gritar al ver a Damien Stone, medio devorado por las olas, colgando de una de las barras metálicas que rodeaban el barco.

No había tiempo para discutir el agujero negro que había atravesado el tiempo y el espacio para llevarlo hasta allí. Zoe le agarró por la muñeca, encajó el pie en otra de las barras metálicas y tiró hacia arriba. Por un momento pareció que no hacían ningún progreso. Juntos lograron izar a Damien hacia la cubierta, pero otra ola golpeó al Dream Weaver, y le hizo caer varios centímetros.

Finalmente, Damien consiguió subir un poco más y Zoe le agarró de la ropa y tiró de él hasta que logró volver a subir a bordo.

En cuanto subió a cubierta, se puso en pie y corrió al puente de mando, donde aflojó un cabo. Zoe salió tras él y cuando llegó al puente la vela ya estaba recogida.

Fue entonces cuando Damien se giró hacia Zoe. Y también cuando empezaron los gritos. Muchas palabras, muchas frases a medias. Sin mucho sentido. Finalmente se quedaron callados, mirándose cautelosos y con la respiración agitada.

El tono de Damien era grave y serio.

–Dime, por favor, que estoy alucinando.

Zoe apoyó las manos sobre las caderas.

–¡Qué bonito! ¡Eso es lo que recibo por salvarte la vida!

–¡Fuiste tú la que me tiraste por la borda!

–Si no me hubieses secuestrado prácticamente, si se te hubiese ocurrido informarme de que ibas a sacar el barco… –se interrumpió y le miró extrañada–. Un momento. ¿Y tú qué estás haciendo aquí? ¿Me estás persiguiendo?

Damien se rio tan fuerte que estuvo a punto de volverse a caer del barco.

–Esta debe de ser una dimensión diferente, ¿verdad? Y yo debería preguntarte qué haces a bordo del Weaver. ¡Si ni siquiera sabes navegar!

–Puede que sí. ¿Tú qué sabes?

–Es obvio, créeme –respondió él con sequedad.

Ambos se quedaron allí parados, cada uno a un extremo del puente de mando, enfadados y sin querer ser el primero en responder a la pregunta del otro, como si hacerlo supusiera una rendición.

Damien resopló y sacudió la cabeza. Luego ató el cabo suelto y empezó a izar la vela.

Ella se sentó en el puente y cruzó los brazos.

–¿Dónde vamos?

–Te llevo de vuelta al puerto para que puedas recoger tus cosas y desembarcar. No sé qué estúpida broma intentas gastarme…