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Los Brown son una familia acaudalada que vive en Denver, los Estados Unidos de Norteamérica a finales del siglo XIX. Charles Brown Wells es el patriarca, a quien después de enviudar, lo acompañan sus dos hijas, Sophi y Lissy y la servidumbre entre la que se encuentra la criada Ayne, de quien se cuenta una historia cuyo origen se remonta a Cuba. Aunque es un padre amoroso, su ambición es más grande y pretende que su fortuna crezca a partir del matrimonio de sus hijas con hombres con mucha fortuna. Su pasado también ha estado marcado por el interés, realizó una unión ventajosa con la ingenua Helen que murió de una forma misteriosa.
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Veröffentlichungsjahr: 2023
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Edición: Dulce María Sotolongo Carrington
Corrección: Rayman Vega
Diseño de cubierta: Rafael Lago Sarichev
Realización: Lino A. Barrios Hernández
Ilustración de cubierta: Francisco Blanco, Blanquito
© María Padrón Cabrera, 2021
© Sobre la presente edición:
Ediciones Cubanas ARTEX, 2021
ISBN Ebook formato ePub: 9789593141352
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Ediciones Cubanas
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Telef. (53) 7204-5492, 7204-0625, 7204-4132
Sinopsis / 5
Prefacio / 6
Libro I
La familia Brown / 10
Temeridad / 33
Amigos / 47
Amor o dinero / 59
Juliette y Charles / 77
Represalias / 94
La tía Allisson / 114
Exacción fatal / 134
El olvido / 147
Hijo de la noche / 154
Quimera de amor / 165
Ocaso / 183
Última voluntad / 254
Sobre la autora / 274
«El que ama sufre, el que sufre lucha y el que lucha gana, precisamente en la pareja hay que luchar siempre para ganar en alegrías, en proyectos, en fin… en la vida». Son las palabras del párroco que dan inicio a esta novela, frases que resumen la esencia de esta historia de amor.
Los Brown son una familia acaudalada que vive en Denver, los Estados Unidos de Norteamérica a finales del siglo xix. Charles Brown Wells es el patriarca, a quien después de enviudar, lo acompañan sus dos hijas, Sophi y Lissy y la servidumbre entre la que se encuentra la criada Ayne, de quien se cuenta una historia cuyo origen se remonta a Cuba. Aunque es un padre amoroso, su ambición es más grande y pretende que su fortuna crezca a partir del matrimonio de sus hijas con hombres con mucha fortuna. Su pasado también ha estado marcado por el interés, realizó una unión ventajosa con la ingenua Helen que murió de una forma misteriosa. Su pensamiento se resume en «la pasión no resuelve los problemas».
A la hermosa mansión llegan un día un padre y su hijo en busca de trabajo. Entre otras cosas son empleados como jardineros ¿sembrarán espinas o rosas?
Por otro lado en Nevada vive la tía Allisson, Ojos de Águila, acompañada de los indios en un lejano paraje, después de ser víctima de la ambición de un hombre que la ha obligado a exiliarse en su propio país, «la vida le había puesto delante muchas murallas y ella sola había aprendido a derribarlas». En un momento de esta historia será una pieza clave que cambiará el destino de los Brown.
Después de muchas intrigas y conflictos nacerá el Hijo de la noche. Podrá el amor triunfar después de tanta oscuridad o pasaran muchos años para que los protagonistas de esta saga puedan por fin tener un final ¿feliz?
Conversando con un lector apasionado, de esos que por muy difícil o agobiante que resulte un libro, prefieren adentrarse en sus páginas y llegar al final, me expresó que:
Cada libro es como si fuera un mundo diferente, algunos con sutileza logran despertar en el lector, quizás imperceptiblemente, un apego al recuerdo o una sensación de nostalgia, ante momentos que al parecer han quedado guardados en la historia, nos hacen soñar, e incluso hasta logran sacar a la luz pasajes ―gratos o ingratos― ya olvidados, porque aunque no los hayamos vivido, alguien los vivió por nosotros o los oímos contar por nuestros abuelos, o nuestros padres, o por terceras personas, esos son los momentos que guarda la historia, que unos piensan que deben quedar atrás, pero resulta necesario recordarlos.
Ellos nos ayudan a traer al presente instantes que parecen dormir en el recuerdo o quizás en el tiempo, porque hay ocasiones en que si no conocemos el pasado, no aprendemos a valorar y hacer más llevadero el presente que tenemos, ni nos esforzamos porque el futuro sea mejor.
La presente saga de cuatro novelas que hemos denominado «Errar por amor», está conformada por cuatro libros: El hijo de la noche, Orígenes, Venganza Mortal y Encuentros. Tienen como denominador común el amor con todos los sentimientos que lo han acompañado desde que el mundo es Mundo: la pasión, los celos, el odio, la traición, y lo que hace falta para desarrollar un argumento a finales del siglo xix y principios del xx, primero en los Estados Unidos de América, donde indios, negros, mulatos, luchaban por encontrar un espacio en la naciente república en que aún se sentían los escarnios de la esclavitud y los indígenas originales de esa tierra eran considerados hombres salvajes siempre destinados a ser los malos de las películas.
El protagonista, siendo muy niño en unión de su «padre», ambos de origen ¿mexicano?, con una nueva identidad y motivados por una situación personal, se ven obligados a marchar al exilio, convergen varios factores que se interrelacionan y nos permiten caracterizar desde el punto de vista social la etapa final del siglo xix.
Podrá acercarse a estas páginas como cuando mira o escucha una tele-o radio-novela. Cada capítulo lo dejará sediento, al punto de no poder dejar la lectura siempre pensando qué pasará con sus personajes favoritos. ¿Triunfara el bien sobre el mal?
En Orígenes se abarca todos los acontecimientos con que se encuentra el personaje principal al retornar a su país de natal para dar cumplimiento al último pedido en su lecho de muerte del que fuera su padre de crianza, afloran hábitos, tradiciones, costumbres, idiosincrasia, y hasta matices religiosos que bifurcan la esencia de los personajes que aparecen, de la realidad, pero que en sentido general llevan implícito ubicar al lector en los rasgos de la cubanía del momento y a lo que se ve vinculado el personaje principal al llegar a su país en la década de los años treinta.
Venganza Mortal, se identifica con la inserción de los dos principales personajes que han vividos todo un amor que resiste los embates del tiempo ―Sophi y Andrés― y en virtud de los cuales giran todos y cada uno de los dramas que se abordan, en los acontecimientos históricos y sociales por los que atravesaba Cuba como nación, comienzan a insertarse en una sociedad que resulta un caos para el pueblo y para las clases sociales más pobres, a las que solo las mueve los sentimientos de solidaridad humana, y en medio de todo lucha por un objetivo ya trazado: lograr alcanzar su venganza.
Finalmente en Encuentros, que constituye el desenlace de todo el tema abordado desde el primer título, se da una solución a cada conflicto a través de los personajes creados, muchos de ellos obedecen a situaciones reales, otras son fruto de la imaginación, pero sin alejar al lector del momento histórico al que se quiere llevar con toda sutileza.
Se desarrolla la obra entre rivalidades de familias, algunas de ellas haciendo uso de métodos nada ortodoxos para alcanzar ventajas económicas superiores a sus posibilidades, mientras que en otras de posiciones más humildes solo se destacan sentimientos de amistad, camaradería, gratitud, respeto, valentía y amor al prójimo. Se aborda la violencia de género, de raza, de clase social que se manifiesta en los diferentes escenarios tratados.
Con estas novelas hemos querido homenajear a Félix B. Caignet y aquella famosa obra El derecho de nacer, que según la crítica especializada, abrió el camino al gustado género de la telenovela en el mundo.
La autora
Corrían los días finales del mes de abril, atrás quedaban los vientos de cuaresma, el clima en las tardes resultaba agradable; la brisa se convertía en portadora indiscreta de la ligera fragancia de las rosas. Los tulipanes y las hortensias relucían desde algunos jardines sus vivos colores ante la vista de cuantas personas transitaban por las amplias aceras en dirección a la avenida principal donde se iniciaban los preparativos para celebrar los días que anunciaban la llegada de la primavera, en que la mayoría de los chicos y chicas hacen nuevas amistades con la promesa de volver a encontrarse al año siguiente.
Algunas hojas y flores secas caídas de los árboles, quedaron rezagadas como recuerdo del invierno pasado, siempre de lo viejo queda algo, pero ahora son arrastradas ligeramente por la brisa, los álamos comenzaron a florecer y en fila, uno al lado de otro, posaban como fieles guardianes a la entrada de las viviendas existentes en el lugar.
Las aves han dejado de emigrar y disímiles de ellas comienzan a anidar en las ramas de los árboles, todo es reflejo de que se aproxima el quinto mes del año, el mes de mayo, mes de la alegría, de las flores, mes preferido por los novios para contraer nupcias, y… ¡llegó la primavera!
Era domingo, la misa de esa semana estuvo dedicada a la necesidad de repudiar las malas acciones, el párroco John Maurice dio lectura al Salmo No. 37 de la Biblia, expresando:
Aléjate de la maldad y haz lo bueno,
y tendrás un lugar donde vivir,
pues el señor ama la justicia
y no abandona a quienes le son fieles.
Y terminó esa mañana advirtiendo a sus feligreses sobre la necesidad de llevarse bien como hermanos, como una única familia.
Terminada la misa, a media mañana se celebró la primera boda entre dos jóvenes que eran asiduos a asistir a la iglesia, ella delgada y de rostro muy pálido, el chico un poco más bajo de estatura, un poco más grueso pero con cara de ángel y aspecto provinciano. Al final el párroco terminó diciendo a los recién casados. «El que ama sufre, el que sufre lucha y el que lucha gana, precisamente en la pareja hay que luchar siempre para ganar en alegrías, en proyectos, en fin… en la vida».
Aquellas frases quedarían grabadas en la mente de todos los allí para enfrentar a su modo la vida, porque aunque se cometan errores en el amor, allí está el perdón para superarlos y, eso solo se lograría con el tiempo.
El señor Charles Brown Wells, regresaba de la iglesia, lugar al que había asistido desde horas tempranas en unión de sus hijas, no sin antes haber dejado algunas orientaciones de cómo se distribuiría el trabajo entre la servidumbre de la mansión y que debía estar terminado para su regreso:
―La mañana estará agitada y ese maldito cura Maurice cuando dice a hablar y dar sermones es como si no acabara nunca ―comentó dirigiéndose a Ayne sumido en el mayor disgusto―. Tú te encargarás de todo como siempre, recuerda que esta tarde tendré visita.
―¿Y puedo saber señor quién o quiénes vendrán?
―Quién o quiénes, no, vendrán los de siempre Ayne, los señores Peter y Kiro.
―Pero señor, ellos no son nuevos para esta casa.
―Lo sé Ayne, pero vendrán con un tal Mostello, que tiene aspiraciones de abrir cerca de aquí un negocio de buenos muebles y de tejidos que le reportaran buenas ganancias a la ciudad y quiero ser el primero en contactarlo, tendré abiertas las puertas del Paraíso.
―Pero…
―Por favor mujer, no seas imprudente, no sé por qué te doy tantas explicaciones, cumple mis órdenes y nada más.
Por eso la mañana estuvo agitada, en la casona Ayne se movía de un lugar a otro, se lavaron con extremo cuidado las escaleras y pasamanos de acceso a la planta superior, los amplios ventanales con sus vitrales, se colocaron nuevas cortinas y se pulieron los candelabros de plata y las lámparas.
De regreso a la mansión el señor Brown en unión de sus hijas, lo esperaban sus inseparables amigos, aquellos con los cuales había planeado cada negocio desde muy jóvenes y ahora ante el nuevo horizonte debían planear cómo enfrentar las cosas en lo adelante y sacar buen provecho.
La casa de los Brown quedaba al final de la calle en el lateral derecho de la inmensa avenida donde se iniciaban los preparativos de las fiestas de mayo. La familia gozaba de una posición financiera bastante ventajosa, diez años atrás habían llegado para ocupar la amplia casona que fuera propiedad de los suegros de Charles que habían levantado con la venta de bienes raíces, y a la cual este último le realizaría a su gusto obras constructivas de acuerdo a sus ambiciosos proyectos.
La rodeaba un muro de aproximadamente dos metros de altura que había mandado a levantar el pasado año luego de su regreso de Europa y Asia, donde había viajado por placer el primero y por negocios el segundo, siempre en unión de sus hijas, luego de la muerte violenta de su esposa Helen, que había dejado profundas huellas en su carácter y en las niñas.
Había convertido la casa a la vista de todos en una fortaleza con un gran portón de madera a la entrada, en el que relucían dos inmensas aldabas en forma de dos puños que eran pulidas cada fin de semanas por el jardinero, al que le habían encomendado entre sus funciones aquella otra, y que desde hacía unos días había abandonado el lugar, sin que se supiera de su suerte. El entorno daba la impresión de tratarse de dos mundos, el del interior de la mansión y el de afuera.
Dando cumplimiento a sus órdenes, esa semana se habían hecho cambios en la casa, de los aposentos que ocupaban las niñas en el lateral derecho del segundo piso, fueron trasladadas sus pertenencias al lado opuesto con vista hacia el amplio jardín, donde quedaba a la vista el gran estanque de peces, rodeado de flores y de un fino césped; las habitaciones del señor Brown quedarían al lado opuesto al de sus hijas, y aquellas que en vida ocupaba la señora Helen quedaron convertidas en un amplio y privado salón, que sería utilizado en la preparación y educación de sus hijas, al ser el lugar destinado a la práctica de música, clases de piano, de pintura, y de baile, debido a su privacidad.
Dio la orden de colocar en el lugar un piano, como aquellos que se utilizan en los conciertos y que fuera traído desde París, un arpa traída desde la India y una amplia mesa de cedro bien pulida estilo Luis XV en la que se depositaron algunas partituras; dos sofás; uno para cada una de sus hijas, sin que una utilizara el de la otra, debían respetar sus pertenencias entre sí; unas mesitas con jarrones y flores, unas cortinas de seda y encajes, y algunos que otros muebles dispersos en el salón.
Las pertenencias de la madre de las niñas pasaron al desván donde nadie las vería, según había ordenado ―esa era la mejor forma de matar los recuerdos y que los momentos vividos junto a Helen quedaran en lo más oscuro de un abismo, al que él no llegaría jamás porque estaba predestinado a ser un hombre fuerte ―según había dicho―. La llave del lugar quedó encima de su escritorio en su despacho, ubicado al lado de la biblioteca, así le sería más fácil y rápido tener acceso a cualquier información o documento.
Así en la primera planta de la mansión se ubicarían la biblioteca, el despacho, un salón de reuniones, un gimnasio donde a su gusto practicaría esgrima y ajedrez junto a sus amigos y una sala de estar, donde había mandado a ubicar una mesa de juegos, un largo mostrador con copas y algunas botellas de bebidas, dos mesas con sus sillas de alto espaldar, unos amplios butacones y dos sofás que combinaban con las alfombras que había adquirido en su último viaje por las zonas del Mediterráneo.
El resto de la vivienda estaría destinada a las habitaciones de los huéspedes, salones para fiestas, habitaciones muy pequeñas para los criados y el resto de la servidumbre, ubicadas estas últimas al fondo del inmueble detrás de la espaciosa cocina formando un apéndice de la edificación principal.
Un inmenso comedor con una mesa ovalada alrededor de la cual se alineaban doce sillas al estilo renacimiento español, con dos mesas auxiliares junto a la pared, donde los sirvientes depositaban las vajillas y alimentos para ser servidos; una amplia sala con diversos muebles, mesitas, jarrones y finas cortinas.
Luego del almuerzo el señor Charles Brown Wells, se retiró al despacho en compañía de sus amigos el señor Peter Búfano y el señor Kiro Matsumoto, los acompañaba el señor Gianni Mostello, quien pretendía instalarse en la ciudad, abrir un negocio de muebles y tejidos importados desde Italia, y cuyos precios ofrecerían ventajas para el señor Brown y sus amigos a cambio de algunas ventajas aduanales. Las niñas salieron al jardín en unión de la niñera y correteaban alrededor del estanque.
―¡Arriba amigos míos! ―expresó Brown cerrando la puerta tras de sí, acomodándose en la butaca tras el escritorio desde donde tomó un tabaco, que luego de cortar su extremo con una pequeña guillotina ubicada encima del mueble, encendió dirigiendo al aire amplias bocanadas, extendió uno a los presentes y continuó hablando― necesitamos hablar de negocios, creo que estoy algo ansioso, debemos tomarnos nuestro tiempo, ha sido un día agobiante, esas pequeñas son incansables, principalmente Lissy; y ese cura me ha dejado casi loco con tanto sermón, metiéndose en lo que hay que hacer o no con el dinero, hablar de malvados, de malhechores, no sé, a veces ni lo entiendo, empieza por una cosa y termina en otra, hasta trató de dar consejos del amor y de la familia, precisamente él que no conoce de eso, siempre liga las cosas para al final siempre sacar unos pesos.
Peter Búfano, extremadamente alto y muy delgado, de piel muy blanca, cabello oscuro al que adicionaba grandes cantidades de aceites alisadores de peinar, para impedir despeinarse con facilidad, de ojos azules, escasos de pestañas y alrededor de los cuales se visualizaban a simple vista unas profundas sombras oscuras, pómulos sobresalientes debido a la extrema palidez de su rostro y una cicatriz desde la comisura inferior del lado derecho del rostro hasta el lóbulo de la oreja en forma de óvalo, como resultado de un accidente sufrido en la travesía de una pequeña embarcación, cuando intentaba lanzar al mar un cargamento de mercancías comprometedoras, y que por orden del señor Brown pretendían entrar al país, la pequeña embarcación fue abordada por las autoridades, y al tratar de abandonarla y lanzarse al mar en su afán de escapar y llegar a nado a la costa cercana, su rostro fue alcanzado por una esquirla de madera, que dejó su huella para siempre en el rostro del hombre. Se levantó para encender el tabaco y se encaminó hacia la ventana desde donde visualizaba parte del jardín y del estante, dejando de escuchar por unos instantes las quejas del señor Brown quien prosiguió su conversación.
―Verdaderamente fui a la iglesia porque Ayne estaba al frente de los acomodos y la limpieza, no contaba con la celebración de la boda de Nanette y ese provinciano, por cierto, sus padres son dueños de grandes extensiones de tierra y buen ganado allá en Oklahoma, no sé qué hace en estos lugares. Y luego estas niñas son incansables, a veces deseo estar fuera de esta casa mayormente, casi no me queda tiempo para mí, en cualquier momento las mando a España, Inglaterra o Francia a cualquier lugar hasta la mayoría de edad, para que estudien.
―No diga eso señor, ni hable así de sus hijas ―dijo Búfano sin dejar de mirar por la ventana― mire que hace tiempo usted no compartía con ellas y además hace mucho tiempo que usted no venía a misa. La familia que usted tiene es digna de admirar, ciertamente, tiene usted una familia hermosa, las niñas son divinas― habló pensando en su soledad ―dentro de ocho o diez años estoy seguro que causaran sensación en los salones y fiestas― continuó diciendo sin apartarse de la ventana.
Abajo las niñas no dejaban de correr alrededor del estanque, una de complexión muy delgada, poco más alta que la otra parecía ser la mayor de las dos, tenía cabellos rubios y rizados, vestía una bata blanca combinada con unas listas azules, de amplios pliegues, medias blancas, calzaba zapatos negros; la otra más pequeña, de cabello negro, ojos marrones, vestía una bata color rosa que llegaba hasta sus rodillas, de risos ligeros que salían desde abajo de las axilas, medias y zapatos blancos, el cabello recogido en dos trenzas largas que caían sobre su espalda.
Búfano mordió el tabaco que minutos antes al entrar al despacho, el señor Brown le había ofrecido tanto a él como a los demás. Una ligera brisa penetró por la ventana movió la cortina y el rayo de sol del atardecer que filtró en la estancia, dejó entrever un diente de oro que el hombre exhibía en el colmillo derecho del lado en que había recibido el golpe que le marcó definitivamente el rostro.
―¿Cree usted?―preguntó el señor Brown, volviendo a acomodarse en la butaca que ocupaba tras el escritorio y volvió a alzar el rostro hacia el techo para dejar escapar de su boca una bocanada de humo.
―Sí, son hermosas, principalmente Sophi, creo que cuando llegue el momento, seré su gran admirador, me recuerda mucho a su madre, con su estilo, sus ojos, su cabello, de verdad señor… son bellas.
El señor Brown se puso en pie y se acercó a la ventana, en el propio momento en que una de las pequeñas, la más alta, arrebatara de los brazos de la otra una muñeca y la lanzó al estanque. La niña comenzó a llorar desconsoladamente, saliendo desde el interior de la casa la niñera tratando de calmarla y lograr el entendimiento de ambas hermanas.
Brown sonrió, elogiando la actitud asumida por la niña que ante los reclamos y regaños de la niñera se cruzó de brazos, en posición desafiante:
―Es terrible esa Lissy ―dijo― me enorgullezco de ella, es tan temeraria como yo, sabe bien lo que quiere, creo que tendrá muchos éxitos en la vida. ―Lissy miró hacia la ventana, sabía que era observada por su padre y que este aprobaba su actitud, por lo que lanzó un beso al aire seguido de un saludo con la mano derecha.
―Sí, pero la otra es muy dulce ―continuó Búfano― esos ojos y sus labios…― fue interrumpido por el señor Matsumoto, quien se había acomodado en uno de los sofás del lugar, cruzando las piernas, abriéndose los primeros botones de la camisa al tiempo que retiraba la corbata, dejando ver en su pecho grabado un tatuaje de una serpiente con dos alas.
―Se parece bastante a su madre, principalmente en su trato con la servidumbre ―expresó― la semana pasada cuando marchaba al internado se comía a besos a la criada Ayne …¿es así cómo se llama esa negra o no?
El señor Brown asintió con la cabeza, mientras Matsumoto continuó:
―¿Por cierto Charles, ya les contaste todo lo relacionado con la muerte de su madre? ―Brown negó rotundamente con la cabeza―, pues creo que las chicas deben conocer ese secreto, debes contarles lo que viste, solo eso, al menos así, pienso que eso te propiciaría ciertas ventajas…
―No, no es necesario, por lo menos por el momento ―interrumpió Charles, recorrió con la mirada a sus amigos Peter y Kiro, para luego fijarla en esta ocasión en el señor Gianni Mostello, que aún permanecía en silencio.
―Recuerda que yo no tuve nada que ver con eso ―explicó Búfano.
―Sí pero estabas allí y sabes bien lo que ocurrió, de todas formas no hay nada que hablar sobre eso, los bienes son míos y de las niñas, yo me ocupo del bien de ellas, creo que no les falta nada, no pensé que fuera así, además pienso que con el tiempo cuando sean más creciditas sabrán luchar, para eso las he preparado, la vida amigos míos no es color de rosa y ustedes lo saben bien, ahora por favor cambiemos el tema, dejen esos comentarios que no conducen a nada bueno y dediquémonos al negocio y analizar cómo nos encaminaremos de ahora en adelante, las cosas se están poniendo un poco feas, hay muchos inversionistas, todas las personas en el mundo de hoy pretenden ser empresarios y eso hace que los que menos tienen desaparezcan y se impongan los poderosos, los más fuertes, creo que en el mundo si logramos consolidar nuestro patrimonio pronto nos abriremos caminos en el comercio con propietarios de otros países, incluso hasta en la propia Europa, la vida se nos volverá puro negocio y eso da muchas ganancias, tendremos el poder en nuestras manos.
El señor Búfano abandonó la ventana, para ocupar uno de los butacones cercanos al sofá en el que se encontraban Matsumoto y Mostello.
Kiro Martsumoto de origen asiático había abandonado su país, para ir en busca de las Américas por fortuna, de la cual se había hecho en un corto tiempo al contraer matrimonio con una acaudalada finlandesa, la que falleciera a los dos años de forma misteriosa heredando este toda la fortuna, que luego acrecentó en sus negocios junto a Charles y Búfano.
Había acompañado a Charles en sus viajes al Asia y actuaba en representación de los negocios de este en dicho hemisferio. Era más bien de estatura normal, aparentaba unos cuarenta y tres o cuarenta y cinco años, arrogante, de complexión fuerte, pecho musculoso y de mirada evasiva, por lo que como dijera Ayne, se desconocían los secretos de su alma.
―Oiga, creo que usted es uno de esos hombres que piensan en grande ―expresó Mostello.
―Claro amigo, hay que pensar en grande, porque decía mi padre que el que piensa en grande, obtiene ganancias en grande ―respondió Charles y sonrió.
―Pero, señor creo que debemos concentrarnos en lo que debemos hacer y a lo que vinimos aquí ―expresó el señor Gianni, luego se dirigió a Charles.―Oiga señor Brown, debe ser usted más cuidadoso con su vida personal, ahora bien en cuanto al cargamento de tejidos, puedo decirle que llega la semana próxima, a más tardar creo que el martes, espero que en el despacho del vapor estén personas conocidas por usted, entre la carga vienen algunos objetos de valor que conviene no se sepa que entrarán al país por esa vía, después podremos ajustar los precios, no será necesario el pago de aranceles.
Mientras en el despacho se desarrollaban los referidos acontecimientos, y los hombres trataban de llegar a un consenso en cuanto al desarrollo y destino futuro de los negocios, Ayne ―quien a la muerte de la madre de las pequeñas decidió quedarse al cuidado de las mismas― pudo apreciar que algo andaba mal, atravesó el jardín hasta llegar cerca del lugar donde se encontraba la menor de las niñas al tiempo que preguntaba con la mayor ternura:
―¿Me pueden explicar qué ha pasado para que Sophi esté llorando con ese sentimiento? ―preguntó al mismo tiempo que enjugaba las lágrimas de la niña.
―Es que Lissy tiró mi muñeca al agua ―trató de explicar la niña entre sollozos al tiempo en que señalaba al interior del estanque donde flotaba la muñeca ya con el pelo y el vestido deshechos.
―¡Liszt Mary, Liszt Mary!, ¿qué voy a hacer contigo muchachita?, a ver me puedes decir ¿por qué pasó eso?
―Quería que le diera mi muñeca para operarla, y no quise, me la quitó y la lanzó al agua ―continuó explicando la niña entre sollozos.
―Mira Ayne, empezaré por decirte en primer lugar, que me llames Lissy, como lo dijo mi padre, y en segundo lugar te diré que no me regañes por gusto, yo le dije a Sophi que me diera la muñeca y no quiso ―dijo Lissy cruzando los brazos sobre el abdomen, luego agregó― nunca que le pido algo me lo da, tengo que quitárselo a la fuerza y entonces empieza a llorar.
―Eso no puede ser así Lissy ―le advirtió Ayne― ella es tu hermana menor y no debes maltratarla así, tienes que ayudarla, preocuparte por ella, estoy cansada de decírtelo.
―Por eso como soy la mayor, estoy cansada de decírselo, ella tiene que hacerme caso, hacer lo que yo diga, así lo dice mi papá ―se defendió Lissy.
―Bueno, dejen eso y vayan a reposar el almuerzo ―Ayne tomó de la mano a Sophi, y entraron a la casa seguida de Lissy quien miró a la ventana del despacho de su padre, y al observar que este junto a uno de sus amigos la observaba desde lo alto, tiró un beso al aire y saludó agitando la mano derecha sobre su cabeza.
Ayne Smith Valle era una mujer alta, negra, fuerte, ojos pardos, cabello esponjoso, cara redonda, labios finos, rostro que en su conjunto parecía haber salido de algún altar donde se rendían honores a las amadas diosas africanas...
Había nacido en Cuba, sus padres habían sido esclavos, luego de obtener la libertad se instalaron a principios en Camagüey donde se dedicaron a trabajar en el corte de caña con el fin de reunir dinero, pero los prejuicios sociales apenas cambiaron continuaron siendo maltratados, vio golpear a su abuelo hasta morir por los soldados españoles, al este no querer cederle el paso a un soldado cuando pasó cerca de él, lo llamó negro sarnoso, y al mirarlo fijamente dijeron que lo había desafiado y arremetieron contra el hombre para que bajara la mirada.
Luego de terminada la Guerra de los Diez Años, el país quedó en una situación precaria, que tuvo sus incidencias en muchas familias, principalmente en los campos, entre ellas estaba la de Ayne, al fallecer su madre, y siendo aún muy niña, su hermano Lázaro quedó al cuidado de su abuela paterna, el padre de Ayne, decidió viajar al exterior en busca de trabajo, para entonces la idea era hacia Norteamérica. Muchos eran los marinos que llegaban a las costas cubanas y otros que viajaban para conocer nuevos mundos, decían que en las plantaciones, se ganaba buen dinero y Francisco vio en ello la mejor manera de sacar a su familia adelante y mejorar su situación económica.
Ayne no quería abandonar a su padre a su suerte, bastante tiempo los había separado la guerra, por lo que quiso viajar junto a él en busca de fortuna con la que ayudaría a sus familiares. En la travesía se hicieron de buenos amigos, entre ellos un señor de etiqueta, como lo llamó su padre, Frederick Gueers Mc Kiley, quien posteriormente les brindó su apoyo, conminándoles a que trabajaran para él, le había simpatizado la chica por su espíritu de guerrera, le recordó a su hija a la que lo unía una relación muy estrecha, pequeña aún, pero muy decidida, juntos habían recorrido algunos países, algunos del sur de América, se deslumbraban ciertas manifestaciones de independentismo y antiesclavismo, lo que comenzó a crear ideas sediciosas en ella, lo que por supuesto entraba en contradicción con el pensamiento de las mujeres de su época.
Ayne viajó junto a su padre al sur, donde aún se mantenía la esclavitud y se reprimían las sublevaciones. Francisco vio todo aquello arrepentido de haber abandonado su tierra y decepcionado por haber albergado falsas esperanzas comentó a su hija:
―Mi ja, abuso no caba, aquí también hombre blanco maltrata a lo negro.
―Sí papá, pero aquí es distinto, yo trabajaré para ayudarlo y cuidarlo cuando sea necesario, para que así me dure muchos años, yo lo necesito.
―No mi ja, papá suyo tácansao, no quie seguí en la lucha contra la vida, no tiene fuerza en manos y brazos. Yo no quie seguí siendo clavo, aquí también soy clavo, tanto de lo maltrato, de frío como de lengua que Francisco no tá entendé.
Los años venideros marcaron el estado de salud de Francisco, lo que unido a su estado de ánimo por no poder regresar a su tierra natal por carecer entonces de los medios económicos propios para garantizar el regreso, e incluso no tener lugar en donde hospedarse teniendo que recurrir en ciertas ocasiones a la iglesia, enfermó y falleció. Frente a la tumba de su padre lloró de tristeza , ¿por qué Dios había escrito letras torcidas?, por qué estableció diferencias entre los humanos ya fuera por el color de la piel, por la posición social o por el dinero?, pero ella no podía hacer nada contra el mundo, ¿qué camino le tocaba encontrar si había quedado sola teniendo por compañía a su fiel perro, aquel que su padre encontró el día que desembarcaron del vapor al llegar a tierra americana, tirado en un rincón muerto de hambre y frío, compartió con el animal un pedazo de pan y chorizo que le quedaba del reservado para el viaje.
Bautizó su padre el perro con el nombre de Atila, le habían dicho que era un rey guerrero, que luchó incansablemente, allá en una tierra lejana que llamaban Roma, y consideró que eso hizo el animal para sobrevivir, dijo que había ido por azar de la vida a esperarlo en el puerto. Luego de la sepultura del cadáver, ella salió de la necrópolis y Atila se quedó. Tiempo después supo por historias contadas por el propio guardián del cementerio y algunas personas, sobre el perro que a diario entraba cada tarde-noche, y se dirigía a un mismo lugar, ante una tumba, y allí dormía la noche entera, junto a su dueño, al amanecer se iba pero, siempre regresaba. Un día llegó el invierno, entró al campo santo como todas las noches, se acurrucó justo donde supuestamente debía estar el pecho de Francisco, como si quisiera estar cerca de su corazón y sentir su calor, al amanecer el guardián no lo vio ante la reja y al recorrer el sitio, lo halló inerte sobre la tumba de su dueño.
Sola quedó en un país que apenas conocía, no podía regresar de inmediato a Cuba, la enfermedad de su padre la había hecho emplear hasta el último centavo en sus tratamientos, fue el señor Gueers Mac Kiley quien le ofreciera trabajo, lo había visto por casualidad al salir del bar donde a diario se dirigía cada noche para limpiar los baños, le había impresionado mucho la actitud de la muchacha, y le propuso que fuera para su casa como acompañante de su esposa la señora Sophi y de Helen su pequeña hija, y al fallecer aquella, Ayne continuó atendiendo a la joven a tal extremo que llegó a convertirse en su confidente.
Pero allí conoció al señor Arthur Grant White, al fiel Arthur, el incansable y noble mayordomo aquel a quien el amor le cambió bruscamente la vida y el destino se convirtió en su enemigo, trabajaba desde los veinticinco años para la familia, primero para el matrimonio de Gueers-Cookers y a la muerte de estos continuó trabajando junto a Ayne para la señorita Helen, y al contraer matrimonio esta con Charles Brown Wells, permaneció en la mansión. Era un hombre refinado, muy amable y preparado profesionalmente, había realizado estudios contables y al culminar estos continuó los estudios de comercio, llegó a administrar el banco de su padre e incursionar en el mercado.
Para ese entonces su padre había comenzado como socio a formar parte de una Sociedad Anónima con un amigo, ambos eran dueños del propio banco, aunque las acciones mayoritarias pertenecían a Míster Ernest Maggon Shart, formaban la Sociedad Maggon-Grant Friends.
Para afianzarse financieramente era menester ―«¡Casar a los muchachos!»― Así había comentado el señor Jean Grant a su esposa― «eso hará que Maggon se sienta comprometido y no pretenda disolver la sociedad en algún momento» ―dijo.
Hasta había arreglado la boda con Nathalie Maggon, que se celebraría al llegar la primavera. Arthur había conocido a Katherine de Souza, actriz de una fama incalculable, le había visto debutar, la chica había recorrido medio mundo practicando su arte, era cantante de ópera de una bella voz y figura, acostumbraba a enloquecer con sus encantos hasta los propios dioses, por lo que Arthur no pasó inadvertido ante ella. Fue uno de esos chicos que se enamoró enloquecidamente de aquella mujer.
Dos días antes de celebrarse las nupcias con la hija de Maggon, decidió huir en unión de la actriz e invertir dinero en elevar más su fama, para ello dispuso de una gran suma de dinero que extrajo del banco y algunas de las acciones a nombre de su padre y del señor Maggon, quien en la confianza de que este contraería matrimonio con su única hija, pasó a su nombre. Arthur huyó, y cambió su identidad para dar vida a aquella relación espuria, invirtió dinero en un cabaret donde Katherine era la principal figura.
La colmó de regalos caros, buena vida y privilegios; pero pronto las cosas comenzaron a cambiar; el dinero fue desapareciendo, y ella quería volver al teatro.
Para entonces Arthur había encontrado a su amigo de la infancia Maikel Ángelo Brand, quien comenzó a visitarlo con frecuencia y a prestarle alguna ayuda económica para que salieran adelante, a lo que Arthur en muchas ocasiones se negó ante la incertidumbre de no saber cómo, ni cuándo pagarle. Conversaban los tres en la sala del pequeño departamento que habían arrendado, y a donde esa mañana había comparecido Maikel presto a brindar supuestamente apoyo a la joven pareja.
―Somos amigos Arthur, no importa si lo devuelves o no ―le respondió Maikel― ya buscarás la forma de hacerlo.
―Piensa bien mi amor, Maikel nos quiere bien, y su ayuda nos servirá de mucho, con ello saldremos adelante.
―No es necesario, ya nos prestó en una ocasión algún dinero que invertí en el bar, creo que es suficiente, eso nos dará para vivir un poco hasta que encuentre dónde y cómo invertir, además lo que estudié me servirá de mucho ―habló Arthur, y Katherine lo miró fijo al rostro, un odio desmedido apareció en la vista de la mujer.
―Parece que no te has dado cuenta de nuestra situación, hemos estado huyendo de la ley, tienes un nombre falso, que en nada se corresponde con el documento que justifica tus conocimientos, dime, ¿cómo vas a revertir esa situación, cómo vas a hacer entender que te llamas Ronald cuando el graduado es Arthur?, tendremos de inmediato a las autoridades tras nosotros, que tonto eres, ¿piensas que no te pedirán papeles?, no sueñes tanto Arthur, y no me hagas reír, ese bar de mala muerte, no nos está dando mucho provecho, reacciona hombre por favor, no te das cuenta que soy una bella mujer, que tengo una voz extraordinaria, que puedo hacer más para que la gente aprecie mi arte, no me puedo consumir como lo estoy haciendo, no seas caprichoso, Maikel te ha demostrado ser tu amigo, y quiere ayudarte, ya veremos cómo devolver todo después, no tenemos otra salida, no puedes presentarte a trabajar en ningún banco, eres un ladrón, un delincuente.
Arthur no supo qué responder, se dejó caer en una de las butacas de la sala, se sentía derrotado, esperaba que Katherine lo apoyara, le diera aliento, aquellas palabras le llegaron al corazón, y aunque eran la verdad, nunca esperó que salieran de la boca de la mujer que tanto amaba y que lo había hecho enloquecer a tal extremo que había traicionado la confianza que su padre depositó en él, todo lo que hizo fue por amor.
La conversación se había tornado tensa en la sala de la casita que había alquilado la pareja aproximadamente un mes, aquella mujer de alta estatura, rubia, aún vestía ropas de dormir, había salido del único dormitorio, atravesó el pequeño holl que separaba la habitación del baño para interrumpir la conversación de los amigos.
―No seas caprichoso Arthur ―ahora eran más suaves y lisonjeras las palabras, se dio cuenta que el hombre estaba perturbado― déjate ayudar mi amor, hazlo por mí, por favor, ahora me toca ayudarte.
―¿Ayudarme?, ¿en qué Kathy y cómo vas a hacerlo?, no te das cuenta que no sé cómo pagarle a Maikel, no tengo fondos para eso, y sería un abuso de nuestra parte.
―No te preocupes, ya veremos la forma de hacerlo, pero ahora acepta mi ayuda, somos amigos desde la infancia ―expresó Maikel, sin apartar la vista de la bella mujer que ante la mirada del joven caminó hacia una de las butacas de la sala, se sentó en ella y cruzó las piernas, quedando al descubierto el muslo derecho, en el que Maikel fijó la mirada perdiéndose en el mundo de sus locas fantasías.
―Bueno, creo que me han convencido ―dijo Arthur ya finalmente― Maikel se levantó del butacón en el que minutos antes se había sentado para quedar frente a su amigo y se abrazaron, un abrazo que para Arthur era de hermanos, para Maikel y Katherine era un acto de firmeza a su traición. Maikel dirigió una mirada de complicidad a la mujer que esta respondió humedeciendo sus labios con la lengua, gestos que no fueron apreciados por Arthur, quien solo pensó en que aquello era un gesto sumamente sano de su amigo para ayudarlo a encontrar la forma de encaminarse para ayudar a la mujer que él tanto amaba, y miró Katherine.
―Ahora mi amor ―le dijo dando por terminado el abrazo a su amigo y mirando fijo a su mujer que comenzó a aplaudir al parecer de alegría― tenemos que sacrificarnos, reducir los gastos, los lujos y las fiestas, tendrás que deshacerte de algunas de tus prendas y de esos vestidos lujosos para poder encaminarnos, el bar nos dará un poco para poder sobrevivir, pero no lo suficiente, luego volveremos a hacer como antes.
―Piensa Arthur, quizás si ponemos una mesa de juegos, después con el tiempo cuando engroses las ganancias me pagarás hasta con cierto interés.
―Bueno, bueno, creo que debo pensarlo bien.
―Pues amigo tómate tu tiempo y luego ya veremos.
―Está bien, creo que logramos algo ―dijo Katherine muy bajo a tal extremo que solo fue escuchada por Maikel que estaba a su lado.
Katherine quería mucho más de lo que realmente Arthur podía darle y aunque se iniciara de momentos en algún negocio, ello llevaría tiempo en obtener ganancias, vio en ello la única forma que había logrado para mantener a Arthur fuera de la casa entregado a los negocios, y recibir a Maikel al que dedicaba desde las noches hasta altas horas de la madrugada en el lecho saciando su sed de amor, vio en aquel hombre su única forma de volver a su vida libertina y llegar a tener su propio teatro, pues como había dicho en algunos momentos. ―Por favor Arthur, recuerda que de amor solo no se vive, de pan solo no vive el hombre.
Maikel Ángelo era un joven alto, rubio, de brazos y piernas fornidos debido a las caminatas intensas que a diario realizaba, era el mayor de tres hermanos con un padre famoso como hacendado que había invertido en el desarrollo de los ferrocarriles, de ahí su disponibilidad financiera, llevaba el joven una vida desajustada emocionalmente, haciendo uso desmedido del alcohol, su padre decidió internarlo por un tiempo, lo que era desconocido por Arthur y Katherine, pues desde hacía un buen tiempo habían dejado de verse, fue él quien encontró a Arthur cerca de la vivienda de los amantes en una ocasión en que siguiera a Katherine luego de que esta abandonara el pequeño teatro en que para ese tiempo trabajaba.
Llegó el invierno, Arthur estaba extenuado no habían concurrido muchas personas al bar por lo que decidió cerrar temprano e irse a casa para descansar, contarle a su esposa las ideas que quería poner en práctica y poder invertir el dinero que le habían prestado, algunos amigos del bar le habían comentado sobre las ganancias que obtendría si llegaba a poner una mesa de juegos en el lugar y que le cambiara el nombre al bar por algo más propio de mujer, así irían muchos clientes, hablaría con su amigo y si fuera necesario le pediría una ayuda mayor y hasta le propondría que fuera su socio.
―Katherine y Maikel tienen razón, esto no da para más, hablaré con él en la mañana ―pensó― necesito de su orientación, su apoyo y cualquier ayuda que pueda prestarme será de gran importancia, él sabe mucho de negocios, siempre fue así, y conoce a mucha gente, él siempre supo cómo ganar dinero, al bar ya no concurren muchas gentes y menos en invierno, las personas se recogen temprano, o cuando no ahora van allá donde cantan y bailan mujeres con ropas ligeras , yo no puedo, no tengo cómo pagar, y luego tengo que pagar los impuestos si no me llevan preso, Kathy tenía razón, y yo que llegué a pensar que había sido ruda conmigo.
El aire fresco de la noche lo llevó a frotarse las palmas de las manos, una contra otra para supuestamente calentarlas y luego llevarlas a su rostro.
―¡Uf!... ya se siente el invierno, sobre todo en estas noches, necesito de Kathy ―no se dio ni siquiera cuenta que había llegado a la puerta de la pequeña casa, introdujo la mano derecha en el bolsillo del sobretodo de color gris, sacó un llavero de donde colgaban varias llaves buscó la de la puerta, la introdujo en el yale e hizo girar ésta a la izquierda contrario a las manecillas del reloj, al instante el yale cedió abriéndose ante él la puerta de entrada a la morada.
―Pobre Kathy, la he hecho sufrir, ella estaba acostumbrada a una buena vida y lo dejó todo por mí, me siento culpable de todo, debe estar agotada.
Mientras así pensaba cerró la puerta tras de sí, tratando de hacer el menor ruido posible para no despertar a su fiel amada, se dirigió al dormitorio, y… habían ropas tiradas en el suelo, copas, una botella vacía, otra al lado de la cama casi a la mitad, y sobre el lecho, en el mismo que la noche anterior había amado intensamente a su mujer, dos cuerpos desnudos entregados al sueño, luego de terminar horas de placer, allí estaban su amigo Maikel Ángelo Brand y Katherine de Souza.
Regresó a la sala, extrajo del bolsillo izquierdo del sobretodo la pequeña caja de confituras con las que siempre estimulaba a su esposa, desde que la conoció, y que ahora obtenía en la confitería de la señorita Ross, aunque no eran iguales, pero para ambos era un bello ritual, por eso a diario llevaba una a la casa para comer en el dormitorio, la dejó sobre la mesa de centro de la sala, para salir del lugar al que nunca más regresó.
Aquello lo derrumbó, había perdido a un amigo, pero también a la mujer amada, estaba sin dinero, era un don nadie y un prófugo de la ley, sintió una extraña añoranza por sus padres, por su hogar y hasta por la joven Nathy Maggon, quería volver el tiempo atrás y olvidar hasta un amor desenfrenado como aquel, Katherine era unos diez años mayor que él, pero sabía cómo sentirse amada y amarlo.
Regresó decepcionado y triste a su hogar en busca de sus padres, de ese amor que necesitaba, estaba dispuesto a asumir los regaños de su padre, tal y como lo había hecho siempre y al final se entenderían, aceptaría casarse, el amor vendría con el tiempo, tendrían hijos, ¿por qué no?, hasta pensó en eso, en una familia, aquello a lo que Katherine le había negado el derecho.
Pero no, ahora era distinto, Arthur había llegado en su temeridad demasiado lejos, su madre había fallecido de nostalgia, un día no quiso hablar, ni salir de su alcoba, dejó de comer y sufría cada vez más la ausencia de su hijo, no faltaban momentos para que el señor Jean Grant le echara en cara a su esposa su inadecuado proceder, llamando a su pasión «romanticismo barato heredado de ella»―así decía.
El señor Grant se había encargado de proclamar a los cuatro vientos la desaparición de su hijo evitando que contra él se dirigiera la acción de la ley, elemento este con el que no contaba Arthur, renunciando así a la idea de tener algún contacto con este. De nada de ello le impuso Maikel cuando se reencontraron.
Los Maggon disolvieron la sociedad y se marcharon a México, por consideración a los años de negocios, dejaron al padre de Arthur con una parte del dinero, que este dividió dejando una cuenta a nombre de su hijo por si alguna vez aparecía y con la otra se fue al sur sin saberse nada más, hasta que un día por azar del destino, apareció alguien que lo conociera y sabía de su existencia para informarle que su padre había hecho algunas inversiones en el sur, que había muerto y que lo dejaba en una posición ventajosa, con una cantidad de dinero que Arthur depositó en un banco pensando en hacer alguna obra de caridad o donarlo a alguien.
Fue Frederick Gueers Mac Kiley quien lo salvó de que su vida no terminara en una gran tragedia, cuando aquella noche luego de salir del bar donde fuera a ahogar entre copas el triste desenlace familiar sufrido y de visitar la tumba de su madre, decidió lanzarse desde el puente al vacío. El señor Frederick lo llevó a su casa para descansar, lo había visto deambular todo el día y hacer preguntas. Supo entonces quién era y el por qué había hecho todo aquello que se contaba, lo había hecho por amor, por eso era necesario que olvidara la absurda decisión tomada de su parte, al día siguiente él le contó su triste historia que ya Gueers conocía y entonces este decidió ayudarlo, desde entonces continuó prestando servicios a la familia, y al morir Frederick después de su esposa y quedar sola Helen, permaneció al igual que Ayne junto a ella. Y a la muerte inesperada de Helen, continuó trabajando para el señor Charles esposo de aquella, quien siempre le consideró como una persona eficiente, discreta y preparada, por lo que no prescindió nunca de sus servicios.
Dos años después de la decepción sufrida, Arthur al llegar las fiestas de primavera caminaba junto al señor Gueers desde la gran avenida hacia la casa y al llegar próximo al alto álamo de la calle principal ya frondoso y florecido, una ligera brisa arrancó de las manos de un anciano que sentado en uno de los bancos quedó adormecido cuando leía enternecidamente un periódico, arrastró el papel hasta sus pies, se detuvo para recogerlo y entregarlo a su dueño, cuando quedó atónito, vio el retrato de Katherine, su rostro ya cambiado, unas arrugas pronunciadas en las comisuras de sus labios, lo que en un tiempo fueron labios perfectos y que un día acarició con los suyos, más abajo en otra foto dos cuerpos sin vida, el de la mujer en el suelo y el hombre tirado en un sofá.
Al instante Arthur reconoció la sala de lo que fuera su nido de amor, los muebles, reconoció el lugar en que vivió junto a la mujer que le diera un giro brusco a su vida, y más abajo leyó la noticia. «Falleció la gran actriz Katherine de Souza… fue encontrada en su hogar junto a su amante, que resultó ser el joven Maikel Ángelo Brand, hijo del millonario Ángelo Brand… parecen ser causas desconocidas».
No leyó más, una nube turbó su mente, jamás volvió a amar así con tanta intensidad.
Una mañana el señor Frederick no pudo levantarse, la señora Beltsy quien atendía sus aposentos lo vio tendido en el piso de su habitación, entonces movilizó a toda la servidumbre, tenía los puños cerrados y las puntas de los dedos de las manos y los pies matizados con un color violáceo, las piernas rígidas y su mano derecha sobre el pecho, la cabeza hacia un lado, la boca semiabierta y su interior al igual que la lengua del mismo color oscuro de las puntas de sus dedos, el doctor que llegó a la casa dijo que había sido algo del corazón. En la noche se sintió muy cansado, le faltaba la respiración, y se fue a la cama temprano, necesitaba descansar, había trabajado muy duro en los últimos días, y pensó que aquello era solo agotamiento. Para olvidar cuanto necesitaba y extrañaba a su esposa fallecida trabajaba incansablemente, un sentimiento más fuerte que él lo hizo pensar en su hija, no podía dejarla a merced del destino, por lo que los últimos momentos de su vida los dedicó a dejar todo organizado para que Helen no quedara sin rumbo y sin amparo, encargándola siempre a Ayne y a Arthur.
A los dieciséis años Helen quedó sola frente a todos los negocios de la familia, ya para entonces comenzó a ofrecerse para ayudarla en el manejo de los negocios un joven que servía a su padre como administrador en las inmobiliarias y en algunas ocasiones le ayudaba en el conteo de las finanzas, volviéndose imprescindible, Charles Brown Wells, llegó a conocer sobre sus ingresos y ganancias, y pronto Helen se vio limitada por su condición de mujer y su poca experiencia en el manejo de los negocios heredados de su padre, para administrarlos, en una ocasión no pudo cerrar la compra de unos terrenos que debían destinarse para la construcción de unas viviendas, pues los demás socios que participarían en la sociedad temían hacer negocios con una mujer que los dirigiera y mucho menos someter el camino de sus vidas a los juegos y caprichos de una niña consentida ―así dijeron― situación ésta que propició la oportunidad de Charles para acercarse a la joven de la que dijo estar locamente enamorado y proponerle matrimonio.
Se casaron a los diez meses después del deceso de su padre, celebrando la boda con un brindis muy sencillo e íntimo, dos meses después Charles asumió toda la dirección de los negocios de la familia haciéndose de una buena fortuna, y varias veces le había dicho:
―Tu misión querida mía, de ahora en adelante, será solo el hogar, te ocuparás de que todo esté impecable para cuando yo regrese cada día, y tu tarea será solamente educar a los hijos que tendremos.
―¿Y tú que harás?
―Amarte demasiado, convertirme en el único hombre de tu vida, y llevar adelante la fortuna familiar, verás como la incrementaré, será fabuloso, seremos respetados, seremos felices, tendremos negocios en el mundo entero, luego entonces entraré en la política.
Pero con el tiempo todo fue cambiando, los sueños de Helen se derrumbaron como castillo de naipes, la noche de bodas según contó a su fiel amiga y servidora, Ayne, Charles dejó de ser el hombre cariñoso que ella esperó con pasión, había bebido hasta la saciedad, lo que despertaba en él un espíritu agresivo, rasgó sus ropas y fue violento para hacerle el amor. Helen quedó embarazada esa misma noche de Liszt Mary a la que cariñosamente llamarían con el tiempo Lissy, comenzando Helen a sentir ciertos rechazos por su esposo.
Luego de transcurridos los tres primeros años del nacimiento de la primera de las niñas, Charles convenció a Helen para realizar un viaje a España, y tal vez vivirían allí por un tiempo, quería a toda costa conquistar el amor de su esposa, además de conocer acerca de unos viñedos propiedad del padre de Helen y cuyo estado de tales negocios la joven desconocía, solo él sabía de su existencia debido a gestiones y pesquisas realizadas por su gran amigo Kiro, y esa era la única posibilidad para pasarlos a su nombre, lo que fuera fácil lograrlo ya que eran casados legalmente y los bienes de la familia eran administrados por él.
Determinaron regresar nuevamente al país, las cosas en España no marchaban como esperaban, la situación estaba un poco tensa, y la atención del reinado estaba concentrada solamente en las Américas y en la idea persistente de continuar manteniendo su dominio allí, específicamente en una isla del Caribe: Cuba, destinando la mayoría de los recursos a las colonias del hemisferio. Helen quedó nuevamente embarazada y en septiembre de 1890 nació la menor de las niñas que en memoria a su madre decidió llamarla Sophi Marian, y que finalmente llamaban por Sophi.
Los viajes a España, ubicada al otro lado del hemisferio, se hicieron costosos, por lo que a espaldas de Helen decidió vender las propiedades adquiridas e invertir el dinero en algún negocio que le reportara ciertas ganancias. Hizo amistad con el dueño de una fábrica de tejidos de marca francesa que comenzaba a abrirse caminos y tenía gran acogida entre las personas acaudaladas por la textura de los tejidos y la terminación de las piezas, poniendo Charles sus ideas en lograr éxitos en este negocio y sacar provecho de ello, pues la fábrica de los ladrillos necesitaba de grandes inversiones con las que no contaba en el momento, pretendía continuar manteniendo los proyectos sobre las inmobiliarias, adquirir la fábrica de tejidos dada la acogida y extensión rápida en la vida social, para finalmente a largo plazo desarrollar la fábrica de ladrillos y materiales que utilizaría en la construcción de las propias viviendas que finalmente arrendaría su inmobiliaria, por tanto era menester recurrir a un negocio que le reportara en menor tiempo grandes beneficios, incrementar sus ingresos que utilizaría luego en negocios donde obtuviere mayores ganancias, viendo en François el inicio de un próspero porvenir a sus intereses. Helen fue presentada al señor François Mateu, como la madre de sus hijas, dejando Charles bien claro que se encontraban separados.
El señor François a pesar de ser casado no amaba a su esposa y se sintió deslumbrado ante la belleza y candidez de Helen, buscando siempre la oportunidad de lograr un acercamiento a la mujer, lo que siendo detectado por Kiro, este puso sobre aviso a Charles para apropiarse de alguna manera de la fábrica del hombre que comenzaba a aportar grandes ganancias.
En la mañana del domingo llegó Kiro a la mansión de los Brown, esta vez no se hizo acompañar de Búfano, sino de uno de sus guardaespaldas. Ambos pasaron al despacho luego del almuerzo en el que la servidumbre de la casa se había esmerado al preparar el estofado a petición de Helen.
―Pues bien Kiro, desde hace unos días querías verme y tener una muy seria conversación…
―Claro Charles ―lo interrumpió Kiro― creo que después que hablemos estaremos en condiciones de incrementar nuestras ganancias considerablemente.
―Entonces vayamos a mi despacho, creo que nadie nos molestará, podremos hablar en confianza ―y ambos hombres se dirigieron al sitio que en un entonces se encontraba en la planta baja, junto a la sala de la vivienda, el primero en hacer entrada al recinto fue Kiro, seguido de Charles quien luego de cerrar la puerta tras de sí, en encaminó hasta el buró ocupando tras de este la butaca de espaldar alta recostando la cabeza en la misma al propio tiempo que exhalaba el humo proveniente de su tabaco, y ya instalados. ―Bueno Kiro, creo que podemos hablar sin que nadie nos moleste.
―No voy a dilatar mucho la conversación e iré directamente a lo que he venido, Charles, hace unos días en este propio despacho comentabas que no sabías el destino que darías al dinero de la venta del viñedo, creo que lo que voy a proponerte es una salida que nos ayudaría a todos.
―¿Y me puedes decir cuál es esa salida tan certera que encontraste y que yo no haya podido imaginarme?
―Es que hasta hace unos días no habíamos pensado, y luego de hablar contigo la pasada noche se me ocurrió una idea, que me parece funcionará.
―Pues ¿de qué se trata hombre?, me tienes intrigado.
―Del propio François y la forma de arrancarle la fábrica recién abierta, estoy seguro que mi idea no fallará, lo he pensado muy bien, sería provechoso para ti, pues tendrías la seguridad de que tus edificaciones gozan de muy buenas condiciones al construirse las mismas con el cemento que sale de tu propia fábrica, porque así será querido amigo, ¿me equivoco?, sé bien que has pensado en eso, por tanto debes estar pendiente de todo, no sé si te has dado cuenta de cómo trata de acercarse a Helen en cada una de sus visitas, las atenciones que tiene con ella, hasta en ocasiones ha visitado la casa y tú no te has encontrado, creo que debes aprovechar eso, en los negocios a veces hasta hay que poner en juego la moral.
―No entiendo hasta dónde quieres llegar con lo que dices ―expresó Charles retirando el tabaco de su boca y frunciendo el ceño, mostrando preocupación ante el señalamiento de su interlocutor.
―Amigo mío, no quiero que vayas a mal interpretar las cosas, pero he detectado que el señor François tiene un apego inexplicable con tu esposa, se desvive por llenarla de cumplidos, y tú mismo alimentaste sin darte cuenta esas esperanzas cuando le dijiste que ya ustedes estaban separados.
―No entiendo aún que te propones Kiro.
―Charles, por favor, tú no eres ningún muchacho en esto, quiero que te quede claro que el señor François Mateu, está locamente enamorado de Helen, te propongo amigo que tomes iniciativa en cuanto a ello, creo que la mejor forma de sacar provecho de todo esto, es logrando que Helen y ese François comiencen a inclinarse el uno hacia el otro.
―No Kiro, Helen no es de esas mujeres, está acostumbrada…
―No pretendas engañarte a ti mismo, sé que no tienes mucho interés en ella, tus intenciones solo eran hacerte el dueño de sus bienes a la muerte del señor Frederick, pero no voy a presionarte, piensa en lo que te digo, yo hablaré con Peter, creo que él entenderá y nos ayudará en esto, después no pasará nada solo un acercamiento, entonces tú te presentas como esposo ofendido, a estos europeos no les gusta el escándalo, y por callarte la boca accederá a lo que le propongas, recuerda que yo tengo experiencia en estas cosas, piénsalo bien ―apagó el tabaco que había prendido al entrar en unión de Charles al despacho y se puso de pie― debo irme, tengo muchas cosas que hacer, espero que reflexiones sobre lo que te propongo, si te decides envíame un aviso con algunos de tus sirvientes, de todas formas llegaré a un acuerdo con Búfano como bien te dije, creo que la ventaja será buena para los tres, lo prepararemos bien todo, Helen no tiene por qué enterarse de lo que nos proponemos, así creo que será mejor para todos, solo actuaremos como hombres y caballeros, para callar la ofensa que te ha causado, le pedirás que te done la fábrica, allí con el tiempo trabajarán personas con bajos salarios, pero nosotros sabremos obtener nuestras ganancias, ya verás.
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