Escogidos por Dios - R. C. Sproul - E-Book

Escogidos por Dios E-Book

R. C. Sproul

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Beschreibung

El Dios bíblico, si es verdadero, tiene que ser Soberano – sobre todas las cosas, sobre todos los eventos y circunstancias, sobre todas las decisiones del mundo. Si es verdadero Dios, entonces es Él que escoge quién ha de ir al cielo y quién no. La predestinación no es sólo para los calvinistas, dice Sproul, sino para todos los cristianos bíblicos. Esto no crea un concepto caprichoso o tiránico de Dios, sino que le presenta como el Dios amoroso que provee redención para los radicalmente corruptos seres humanos. El profesor Sproul sugiere que aquí hay un misterio, pero no contradicción. Punto por punto, él examina las Escrituras y refuta las contradicciones. Nosotros escogemos a Dios, pero sólo porque Él en su gracia soberana nos ha abierto los ojos para ver la hermosura de Cristo.

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Publicado por:Publicaciones Faro de GraciaP.O. Box 1043Graham, NC 27253www.farodegracia.org

Colaboración con:Ligonier Ministries421 Ligonier Ct.Sanford, FL 32771Tel. 1-800-435-4343www.ligonier.org

ISBN 978-1-629463-21-6

© Copyright, 1986 by R.C. SproulSpanish edition © 2002 by Publicaciones Faro de Graciawith permission of Tyndale House Publishers, Inc.All rights reserved.Todos los derechos reservados.Orginalmente publicado en el inglés bajo el título, Chosen By God.

Ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida, procesada en algún sistema que la pueda reproducir, o transmitida en alguna forma o por algún medio –electrónico, mecánico, fotocopia, cinta magnetofónica u otro– excepto para breves citas en reseñas, sin el permiso previo de los editores.

© Las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.

Contenido

Prefacio

Capítulo 1: El conflicto

Capítulo 2: La predestinación y la soberanía de Dios

Capítulo 3: La predestinación y el libre albedrío

Capítulo 4: La caída de Adán y la mía

Capítulo 5: Muerte espiritual y vida espiritual: nuevo nacimiento y fe

Capítulo 6: Presciencia y predestinación

Capítulo 7: ¿Existe la doble predestinación?

Capítulo 8: ¿Podemos saber que somos salvos?

Capítulo 9: Cuestiones y objeciones sobre la predestinación

Conclusión

Otros títulos de Publicaciones Faro de Gracia

“Este es el libro para darle a cualquiera que ha estado inquiriendo en cuanto o incluso luchando con los postulados del Calvinismo en general, y con el tema de la elección en particular. Se lee fácilmente, tiene excelentes ilustraciones y debería estar en la librería de todo cristiano. Lo recomiendo en gran manera”

Jay E. Adams, Editor general de El Diario del Ministerio Moderno (The Journal of Modern Ministry)

“Escogidos por Dios de R.C. Sproul es un clásico de la literatura Reformada del siglo 20. Nada lo ha superado en cuanto a claridad ni pasión. Aquellos que lo consideran como un libro transformador de sus vidas constituyen una gran multitud. Estoy emocionado que haya sido puesto a disposición de una nueva generación para que esta lo pueda descubrir.

Derek W. H. Thomas, profesor “John E. Richards” de teología sistemática y práctica, Seminario Teológico Reformado, JacksonPrimera Iglesia Presbiteriana en Jackson, Mississippi; ministro de enseñanza Director editorial de la Alianza de Evangélicos Confesantes (Alliance of Confessing Evangelicals)

“R.C. Sproul se ha establecido desde hace mucho tiempo como uno de los comunicadores más efectivos de las grandes verdades de la teología Reformada. Escogidos por Dios es un tratamiento sumamente útil de la doctrina de la predestinación. Según su costumbre, es claro tanto en pensamiento como en expresión, se apoya constantemente en la enseñanza bíblica y, sin embargo, posee un estilo muy dinámico y de fácil lectura.”

Eric J. Alexander, Iglesia de St. George’s Tron en Glasgow, Escocia

“Los cristianos pertenecen a Dios porque han sido escogidos por él. Esta sencilla verdad es poco comprendida por aquellas personas a las que se les ha enseñado a creer que fueron ellos los que escogieron a Dios en lugar de lo contrario. El Dr. Sproul nos ha mostrado con la claridad que le caracteriza, exactamente cuál es el significado de esta verdad para nosotros y por qué es tan importante.”

Dr. Gerald Bray, profesor de teología, Escuela de Teología Beeson, Universidad de Samford; autor de La Santidad y la Voluntad de Dios

“Cada generación está bajo el mandato bíblico de proveer un legado para la siguiente generación. Un legado que dé honre al Señor y los impulse con un discernimiento y un ánimo fundamentados en el glorioso evangelio de nuestro salvador Jesucristo. El Dr. R.C. Sproul en La Santidad de Dios y Escogidos por Dios ha provisto tal legado para esa generación. Una generación levanta un altar de piedras para alabanza de Dios para así enseñarle a la siguiente generación. ¡He aquí dos libros que son dos de esas piedras para alabanza a Dios! Abra estos libros y encontrará las verdades bíblicas hábilmente ilustradas y comunicadas de una manera que lo desafiará. Que el Señor haga grandes cosas a través de usted al mismo tiempo que se beneficia de estas dos obras hasta que él regrese en gloria”.

Dr. Harry Reeder III, ministro senior de la iglesia Presbiteriana de Briarwood en Birmingham, Alabama

“Con su claridad y caridad características, Escogidos por Dios nos ofrece sabiduría bíblica en un tema que por siglos ha causado perplejidad en la iglesia: ¿Cómo debemos entender el poder soberano de Dios y la responsabilidad del hombre? El libro ha ayudado a decenas de miles de cristianos a, no solo encontrar respuestas, sino a encontrar paz.”

Dr. R. C. Sproul Jr., fundador de los Ministerios Highlands; Encargado de enseñanza, Ministerios Ligonier

Ha pasado ya más de un cuarto de siglo desde que escribí Escogidos por Dios y en los años subsiguientes, he tenido varias sorpresas sobre esta obra. Cuando la escribí por primera vez, tuve la sensación que le estaba escribiendo a los que ya estaban convencidos. Es decir, dudaba mucho que alguna persona que no creyera ya en la doctrina reformada de la elección fuera a molestarse en leerla. Por eso pensé: Vale la pena invertir mi tiempo, aun sea solamente para el beneficio de los que ya están convencidos de esta doctrina pero que necesitan un entendimiento un poco más profundo de la elección y como explicarla a otros.

Las cosas resultaron de manera diferente y yo me he sorprendido por la respuesta del público en general a este libro. Literalmente miles de personas me han indicado ya sea de forma personal o por carta que les ha servido para cambiar su forma de pensar y convencerlos que el punto de vista reformado de la elección es en realidad el punto de vista bíblico. Estas personas han llegado a estar de acuerdo con el sentimiento de Spurgeon en cuanto a que la frase “Teología Reformada” es solamente un sobrenombre para referirse al Cristianismo bíblico. Pero no todos los que han leído este libro han sido persuadidos por esta postura.

También he tenido otra sorpresa en cuanto a algunos que han leído otro libro mío llamado La Santidad de Dios. De todos los libros que he publicado, es el que ha tenido la distribución más amplia. Lo que frecuentemente he escuchado de parte de los que han leído tanto La Santidad de Dios como Escogidos por Dios es que el leer La Santidad de Dios cambió sus vidas dándoles una revelación de la majestad y grandeza de nuestro Dios. Ellos me dicen que les encantó tanto el libro como el despertar que experimentaron al leerlo, pero que al mismo tiempo, les pareció que Escogidos por Dios era en comparación desagradable. Cuando la gente me dice eso, usualmente les respondo diciendo: “Creo que o usted no entendió lo que yo decía en La Santidad de Dios o que no comprendió lo que dije en Escogidos por Dios”. La Santidad de Dios abarca su soberanía y no podemos colocar una división entre los dos. Podemos distinguirlas pero no separarlas.

Mi esperanza, para aquellos de ustedes que están leyendo el libro por primera vez o que lo están volviendo a leer en su versión actualizada, es que lleguen a estar persuadidos no solo de la verdad de la doctrina de la elección tal como fue explicada por los reformadores, sino que también lleguen a ver su dulzura y lleguen a amarla y comprender como abre a nuestro entendimiento la dimensión completa de la gracia y misericordia de Dios. Martín Lutero le dijo a Erasmo en el siglo 16 que si usted no se apropia de la sola gratia, es decir, la salvación solo por gracia, entonces usted no ha comprendido la sola fide, la justificación solo por la fe. Estas dos son las torres gemelas del entendimiento bíblico de la salvación: sola fide y sola gratia, las cuales en conjunto nos llevan a la sola final: Soli Deo Gloria.

R. C. SproulSemana Santa, 2010

Se dice que las reglas se hacen para quebrantarlas. Quizá no haya regla más frecuentemente quebrantada, que la que tiene que ver con no discutir de religión o política. Repetidamente nos embarcamos en tales discusiones. Y cuando el asunto tiene que ver con la religión, éste gira con frecuencia en torno al tema de la predestinación. Tristemente, eso significa a menudo el fin de la discusión y el comienzo de la disputa, produciéndose más calor que luz.

Argüir acerca de la predestinación es virtualmente irresistible. (Perdón por el juego de palabras.) ¡El tema es tan rico! Provee una oportunidad para estimular todos los asuntos filosóficos. Cuando se aviva el tema, nos volvemos súbitamente super patrióticos, y defendemos el tema de la libertad humana con gran celo y tenacidad. El espectro de un Dios todopoderoso eligiendo por nosotros, y quizá aun contra nosotros, nos hace chillar: “¡Dame libre albedrío o me muero!”

La palabra misma predestinación conlleva un tono de mal agüero. Está vinculada a la desesperante noción del fatalismo y de alguna manera da a entender que dentro de su esfera nos vemos reducidos a meros títeres. La palabra conjura visiones de una deidad diabólica que juega caprichosamente con nuestras vidas. Parecemos estar sujetos a los antojos de horribles decretos que fueron determinados mucho antes de que naciésemos. Mejor sería que nuestras vidas estuvieran determinadas por las estrellas, pues entonces al menos podríamos encontrar pistas con respecto a nuestro destino en los horóscopos diarios.

Si añadimos al horror de la palabra predestinación la imagen pública de su más famoso maestro, Juan Calvino, nos estremeceremos más aún. Vemos a Calvino representado como un tirano severo y ceñudo, un Ichabod Crane del siglo XVI que encontraba un diabólico deleite en la quema de los herejes recalcitrantes. Es suficiente para hacernos retirar de la discusión completamente y reafirmar nuestro compromiso de no discutir jamás de religión y política.

Con un tema que la gente encuentra tan desagradable, es de maravillarse que aún así lo discutamos. ¿Por que hablamos del mismo? ¿Porque disfrutamos de lo desagradable?. Lo discutimos porque no podemos evitarlo. Es una doctrina claramente expresada en la Biblia. Hablamos acerca de la predestinación porque la Biblia habla acerca de la predestinación. Si deseamos construir nuestra teología sobre la Biblia, nos tropezaremos con este concepto, y pronto descubrimos que no lo inventó Juan Calvino.

Virtualmente todas las iglesias cristianas tienen alguna doctrina formal de la predestinación. Sin duda, la doctrina de la predestinación en la Iglesia Católica Romana es diferente de la que sostiene la Iglesia Presbiteriana, por ejemplo. Los Luteranos tienen un punto de vista sobre el asunto diferente al de los Episcopales.

El hecho de que abunden tantas opiniones distintas de la predestinación sólo sirve para subrayar el hecho de que, si somos bíblicos en nuestro pensamiento, debemos tener alguna doctrina de la predestinación. No podemos ignorar pasajes tan bien conocidos como:

Según nos escogió en día antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad... (Ef. 1:4-5).

En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad… (Ef. 1:11).

Porque a los que antes conocí también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos (Rom. 8:29).

Si hemos de ser bíblicos, pues, la cuestión no es si debamos tener una doctrina de la predestinación o no, sino qué clase debemos abrazar. Si la Biblia es la Palabra de Dios, no mera especulación humana, y si Dios mismo declara que existe tal cosa como la predestinación, entonces se sigue irresistiblemente que debemos abrazar alguna doctrina de la predestinación.

Si hemos de seguir esta línea de pensamiento, pues, desde luego debemos dar un paso más. No es suficiente tener simplemente cualquier idea de la predestinación. Es nuestro deber buscar la idea correcta de la predestinación, no sea que nos hagamos culpables de distorsionar o ignorar la Palabra de Dios. Es aquí donde comienza el verdadero conflicto, el conflicto por clarificar con exactitud todo lo que la Biblia enseña acerca de este asunto.

Mi conflicto con la predestinación comenzó al principio de mi vida cristiana. Conocía a un profesor de filosofía en la facultad que era un convencido calvinista. El expuso la llamada idea “reformada” de la predestinación. No me gustaba. No me gustaba en absoluto. Luché con uñas y dientes contra ella todo el tiempo que pasé en la facultad.

Me gradué de la facultad sin estar persuadido de la idea reformada o calvinista de la predestinación, sólo para ir a parar a un seminario que incluía en su claustro al rey de los calvinistas, John H. Gerstner. Gerstner es a la predestinación lo que Einstein es a la física o lo que Arnold Palmer es al golf. Habría preferido desafiar a Einstein acerca de la relatividad o haber jugado un partido con Palmer antes que vérmelas con Gerstner. Pero… los necios se precipitan donde los ángeles temen pisar.

Desafié a Gerstner en la clase una y otra vez, convirtiéndome en una plaga total y absoluta. Resistí durante más de un año. Mi rendición final vino por etapas, penosas por cierto. Comenzó cuando empecé a trabajar como pastor estudiante en una iglesia. Escribí una nota para mí mismo que guardaba en mi escritorio en un lugar donde siempre podría verla:

SE TE REQUIERE QUE CREAS, PREDIQUES Y ENSEÑES LO QUE LA BIBLIA DICE QUE ES VERDAD, NO LO QUE QUIERES QUE LA BIBLIA DIGA QUE ES VERDAD.

La nota me perseguía. Mi crisis final llegó en el curso superior. Me hallaba realizando dicho curso en el estudio de Jonathan Edwards. Pasamos el semestre estudiando el libro más famoso de Edwards, La Libertad de la Voluntad (The Freedom of the Will) bajo la tutela de Gersner. Al mismo tiempo realizaba un curso de exégesis griega en el libro de Romanos. Yo era el único estudiante en aquel curso, a solas con el profesor del Nuevo Testamento. No había donde pudiera esconderme.

La combinación era demasiado para mí. Gersner, Edwards, el profesor de Nuevo Testamento y sobre todo, el apóstol Pablo, eran un equipo demasiado formidable para que yo lo resistiese. El capitulo nueve de Romanos fue el punto crucial. Simplemente no podía encontrar la manera de evitar la enseñanza del apóstol en ese capítulo. A regañadientes, suspiré y me rendí, pero con la cabeza, no con el corazón. “Vale, creo en esto, ¡pero no tiene que gustarme!”

Pronto descubrí que Dios nos había creado para que el corazón siguiera a la cabeza. No podía amar impunemente con la cabeza algo que odiaba en el corazón. Una vez que comencé a ver la coherencia de la doctrina y sus más amplias implicaciones, mis ojos fueron abiertos a la benevolencia de la gracia y al gran consuelo de la soberanía de Dios. Comenzó a agradarme la doctrina poco a poco, hasta que recibí en mi alma la impresión de que la doctrina revelaba la profundidad y las riquezas de la misericordia de Dios.

Ya no temía a los demonios del fatalismo o al desagradable pensamiento de ser reducido a una marioneta. Ahora me regocijaba en un benévolo Salvador, que era el único inmortal e invisible, el único y sabio Dios. Se dice que nada hay más ofensivo que un bebedor convertido. Haz la prueba con un arminiano convertido. Los arminianos convertidos tienden a volverse fervorosos calvinistas, entusiastas de la causa de la predestinación. La obra que estás leyendo es de uno de esos convertidos. Mi conflicto me ha enseñado algunas cosas a lo largo del camino. He aprendido por ejemplo, que no todos los cristianos son tan celosos acerca de la predestinación como yo. Hay mejores hombres que yo que no comparten mis conclusiones. He aprendido que muchos mal entienden la predestinación. He aprendido también el dolor de estar equivocado.

Cuando enseño la doctrina de la predestinación, frecuentemente me siento frustrado ante aquellos que rehusan obstinadamente someterse a la misma. Siento ganas de gritar, “¿No te das cuenta que estás resistiendo la Palabra de Dios?” En estos casos soy culpable de al menos uno de dos posibles pecados. Si mi entendimiento de la predestinación es correcto, entonces en el mejor de los casos, estoy siendo impaciente con personas que están meramente en un conflicto como yo en tiempos pasados; y en el peor de los casos, estoy mostrando una condescendencia arrogante a aquellos que no están de acuerdo conmigo. Si mi entendimiento de la predestinación no es correcto, entonces mi pecado es peor aun, puesto que estaría calumniando a los santos que por oponerse a mi idea, están luchando por los ángeles. Los riesgos pues, que corro en este asunto son elevados.

El conflicto acerca de la predestinación es tanto más confuso debido a que las mayores mentes en la historia de la Iglesia han estado en desacuerdo acerca de la misma. Los eruditos y dirigentes cristianos, pasados y presentes, han adoptado diferentes posiciones. Un breve vistazo a la historia de la Iglesia revela que el debate acerca de la predestinación no tiene lugar entre liberales y conservadores o entre creyentes e incrédulos. Es un debate entre creyentes, entre cristianos piadosos y fervientes. Puede ser de ayuda el ver cómo los grandes maestros del pasado se alinean con respecto a la cuestión.

Idea reformada

Ideas opuestas

San Agustín

Pelagio

San Tomás de Aquino

Arminio

Martín Lutero

Felipe Melanchton

Juan Calvino

John Wesley

Jonathan Edwards

Charles Finney

Debe parecer que “estoy arrimando el ascua a mi sardina”. Los pensadores que son mis ampliamente considerados como los titanes de la erudición cristiana clásica se hayan claramente en el bando reformado. Estoy convencido, sin embargo, que éste es un hecho de la Historia que no debe ser ignorado. Sin duda, es posible que Agustín, Aquino, Lutero, Calvino y Edwards estuviesen todos equivocados en este asunto. Estos hombres ciertamente están en desacuerdo entre sí en otros puntos doctrinales. No son infalibles, ni individual ni colectivamente.

No podemos determinar cuál es la verdad por los números. Los grandes pensadores del pasado pueden estar equivocados. Pero es importante que veamos que la doctrina reformada de la predestinación no fue inventada por Juan Calvino. Nada hay en la idea de Calvino sobre la predestinación, que no fuera anteriormente propugnado por Lutero y Agustín antes que él. Más tarde, el luteranismo no siguió a Lutero en este asunto, sino a Melanchthon, que cambió de opinión tras la muerte de Lutero. Es también digno de notarse que en su famoso tratado teológico, La Institución de la Religión Cristiana, Juan Calvino escribió escasamente sobre el tema. Lutero escribió mucho más acerca de la predestinación que Calvino.

Dejando a un lado la lección de la Historia, debemos tomar seriamente el hecho de que tales eruditos estuvieron de acuerdo en este difícil tema. Una vez más, el que estuvieran de acuerdo no prueba que sea cierta la predestinación. Podían haber estado equivocados. Pero reclama nuestra atención. No se puede desechar la idea reformada como una noción peculiarmente presbiteriana. Sé que durante mi gran conflicto con la predestinación estaba profundamente preocupado por las voces unidas de los titanes de la erudición cristiana clásica acerca de este punto. Ciertamente, no son infalibles, pero merecen nuestro respeto y ser escuchados honestamente.

Entre los dirigentes cristianos contemporáneos encontramos una lista más equilibrada de acuerdos y desacuerdos. (Téngase en cuenta que estamos hablando aquí en términos generales y que hay diferencias significativas entre los que se encuentran en cada bando.)

Idea reformada

Ideas opuestas

Francis Shaeffer

C.S. Lewis

Cornelius Van Til

Norman Geisler

Roger Nicole

John W. Montgomery

James Boice

Clark Pinnock

Philip Hughes

Billy Graham

No sé la posición de muchos famosos personajes y otros dirigentes acerca de este punto. Unos ha dejado claro que consideran la idea reformada como una herejía demoniaca. Sus ataques contra la doctrina carecen de sobriedad. No reflejan el cuidado y el fervor de los hombres relacionados anteriormente en la columna “opuesta”. Todos ellos son grandes dirigentes cuyas opiniones son dignas de nuestra cuidadosa atención.

Mi esperanza es que todos continuemos en el conflicto. Nunca debemos asumir que ya hemos llegado a la orilla. Sin embargo, no hay virtud alguna en el mero escepticismo. Miramos con malos ojos a los que siempre están aprendiendo y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad. Dios se deleita en los hombres y las mujeres que tienen convicciones. Por supuesto, esta interesado en que nuestras convicciones sean conforme a la verdad. Participa en el conflicto conmigo pues, al embarcarnos en el difícil pero provechoso viaje para examinar y entender la doctrina de la predestinación.

Para más estudio:

Como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina. (Proverbios 21:1)

Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera. (Hechos 4:27-28)

Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. (Romanos 8:28-30)

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado. (Efesios 1:3-6)

En nuestro conflicto a lo largo de la doctrina de la predestinación, debemos comenzar con una clara comprensión de lo que significa la palabra. Aquí afrontamos dificultades inmediatamente. Nuestra definición está a menudo influida por nuestra doctrina. Podríamos esperar que si recurriéramos a una fuente neutral para nuestra definición - una fuente como el diccionario de Webster - evitaríamos tal prejuicio. No tenemos tal suerte. (O debiera decir, tal providencia.) Consideremos los siguientes artículos en el Webster’s New Collegiate Dictionary.

predestinado: destinado o determinado de antemano; preordenado a una suerte o destino terrenal o eterno por decreto divino.

predestinación: la doctrina de que Dios, consecuentemente con su presciencia de todos los eventos, guía infaliblemente a los que están destinados para salvación.

predestinar: destinar, decretar, determinar, designar o establecer de antemano.

No estoy seguro de cuánto podemos aprender de estas definiciones del diccionario, aparte de que Noah Webster debe de haber sido luterano. Lo que podemos deducir, sin embargo, es que la predestinación tiene algo que ver con relación a nuestro destino final, y que algo se hace acerca de ese destino por parte de alguien antes que lleguemos allí. El pre de predestinación se refiere al tiempo. Webster habla de “antemano”. Destino se refiere al lugar a donde vamos, como vemos en el uso normal de la palabra destino.

Cuando llamo a mi agente de viajes para reservar un vuelo, pronto surge la pregunta: “¿Cuál es su destino?” A veces, la pregunta se expresa de forma más simple: “¿A dónde va usted?” Nuestro destino es el lugar a donde vamos. En teología se refiere a uno de dos lugares: o bien vamos al cielo, o vamos al infierno. En cualquiera de los dos casos no podemos cancelar el viaje. Dios sólo nos da dos opciones finales. La una o la otra es nuestro destino final. Aun el catolicismo romano, que tiene otro lugar al otro lado del sepulcro, el purgatorio, considera éste como una parada intermedia a lo largo del viaje. Sus viajeros siguen la ruta local, mientras que los protestantes prefieren la ruta directa.

Lo que la predestinación significa, en su forma más elemental, es que nuestro destino final, el cielo o el infierno, está decidido por Dios no sólo antes de llegar allí, sino aún antes de que nazcamos. Nos enseña que nuestro destino final está en las manos de Dios. Otra forma de decirlo es ésta: Desde toda la eternidad, antes de que viviésemos, Dios decidió salvar a algunos miembros de la raza humana y dejar que el resto pereciera. Dios hizo una elección: escogió algunos individuos para ser salvados y gozar de eterna bienaventuranza en el cielo, y al otro lado escogió pasar por alto a otros, dejándoles seguir las consecuencias de sus pecados en el tormento eterno del infierno.

Esta es una afirmación dura, cualquiera que sea la forma en que la enfoquemos. Nos preguntamos: “¿Tienen algo que ver nuestras vidas individuales con la decisión de Dios? Aun cuando Dios haga su elección antes de que nazcamos, El conoce aún todo acerca de nuestras vidas antes que las vivamos. ¿Toma El en consideración ese conocimiento previo de nosotros cuando toma su decisión?” La forma en que respondamos a esa última pregunta determinará si nuestra idea de la predestinación es reformada o no. Recordemos que anteriormente afirmamos que prácticamente todas las iglesias tienen alguna doctrina de la predestinación. La mayoría de las iglesias están de acuerdo en que la decisión de Dios es tomada antes que nazcamos. La cuestión radica en la pregunta: “¿Sobre qué base toma Dios esa decisión?”

Antes de comenzar a responder eso, debemos aclarar un punto más. Frecuentemente, la gente piensa acerca de la predestinación con respecto a cuestiones cotidianas acerca de accidentes de tráfico y cosas parecidas. Se preguntan si Dios decretó que los yanquis ganaran el campeonato mundial o si el árbol cayó sobre su coche por una ordenanza divina. Aun las pólizas de seguros tienen cláusulas que se refieren a los “actos de Dios”. Cuestiones como estas se tratan normalmente en teología bajo el epígrafe de la Providencia. Nuestro estudio se fija en la predestinación en el sentido estricto, restringiéndola a la cuestión final de la salvación o condenación predestinadas, lo que llamamos elección y reprobación. Las otras cuestiones son interesantes e importantes, pero están fuera de los límites de este libro.

La soberanía de Dios

En la mayoría de las discusiones acerca de la predestinación, existe una gran preocupación acerca de proteger la dignidad y libertad del hombre. Debemos también observar la importancia crucial de la soberanía de Dios. Si bien Dios no es una criatura, es persona en sí misma, con una dignidad y libertad supremas. Somos conscientes de los intrincados problemas que rodean la relación entre la soberanía de Dios y la libertad humana. Debemos también ser conscientes de la estrecha relación entre la soberanía y la libertad de Dios. La libertad de un soberano es siempre mayor que la libertad de sus súbditos.

Cuando hablamos de la soberanía divina, estamos hablando acerca de la autoridad de Dios y el poder de Dios. Como soberano, Dios es la suprema autoridad del cielo y la Tierra. Toda otra autoridad es una autoridad inferior. Cualquier otra autoridad que exista en el universo se deriva y es dependiente de la autoridad de Dios. Todas las demás formas de autoridad existen bien por el mandato de Dios o bien con su permiso.

La palabra autoridad contiene dentro de sí la palabra autor. Dios es el autor de todas las cosas sobre las cuales tiene autoridad. El creó el universo. Es el propietario del universo. Dicha propiedad le da ciertos derechos. Puede hacer con su universo lo que agrade a su santa voluntad. Asimismo todo poder en el universo fluye del poder de Dios. Todo poder en este universo está subordinado a El. Aun satanás carece de poder sin el soberano permiso de Dios para actuar.

El cristianismo no es dualismo. No creemos en dos poderes iguales entablando una lucha eterna por la supremacía. Si satanás fuese igual a Dios, no tendríamos confianza ni esperanza alguna de que el bien triunfase sobre el mal. Estaríamos destinados a un eterno equilibrio entre dos fuerzas iguales y opuestas.

Satanás es una criatura. Sin duda es malvado, pero aun su maldad está sometida a la soberanía de Dios, como lo está nuestra propia maldad. La autoridad de Dios es final; su poder es omnipotente. El es el soberano.

Una de mis tareas como profesor de seminario es enseñar la teología de la Confesión de Fe de Westminster. La confesión de Westminster ha sido el documento confesional central del presbiterianismo histórico. Expresa las doctrinas clásicas de la iglesia Presbiteriana.

En cierta ocasión, mientras enseñaba en este curso, anuncie a mi clase nocturna que la siguiente semana estudiaríamos la sección de la confesión que trata de la predestinación. Puesto que la clase nocturna estaba abierta al público, mis estudiantes se precipitaron a invitar a sus amigos a la interesante discusión. La siguiente semana la clase estaba abarrotada de estudiantes e invitados. Comencé la clase leyendo los primeros renglones del capitulo 3 de la Confesión de Westminster:

Dios, desde la eternidad, por el sabio y santo consejo de su voluntad, ordenó libre e inalterablemente todo lo que sucede.

Detuve la lectura en ese punto. Pregunté: “¿Hay alguien en esta clase que no crea las palabras que acabo de leer?” Se levantó una multitud de manos. Entonces pregunté: “¿Hay algunos ateos convencidos en la habitación?” Ninguna mano se levantó. Entonces dije algo ofensivo: “Todos los que levantaron la mano a la primera pregunta deberían haber levantado la mano a la segunda pregunta.”

Mi afirmación fue recibida por un coro de murmullos y protestas. ¿Cómo podía yo acusar a alguien de ateísmo por no creer que Dios preordena todo lo que sucede? Los que protestaron contra estas palabras no estaban negando la existencia de Dios. No estaban protestando contra el cristianismo. Estaban protestando contra el calvinismo.

Traté de explicar a la clase que la idea de que Dios preordena todo lo que sucede no es una idea peculiar al calvinismo. No es ni siquiera peculiar al cristianismo. Es simplemente un principio del teísmo, un principio necesario del teísmo.

Que Dios en algún sentido, preordena todo lo que sucede es un resultado necesario de su soberanía. En sí mismo no arguye a favor del calvinismo. Solamente declara que Dios es absolutamente soberano sobre su creación. Dios puede preordenar las cosas de diferentes maneras. Pero todo lo que sucede debe, al menos, suceder con su permiso. Si El permite algo, entonces debe decidir permitirlo. Si decide permitir algo, entonces en un sentido lo está preordenando. ¿Quién, entre los cristianos, argumentaría que Dios no podrá impedir que ocurriese algo en este mundo? Si Dios así lo desea, tiene poder para parar el mundo entero.

Decir que Dios preordena todo lo que sucede es decir simplemente que Dios es soberano sobre toda su creación. Si algo pudiera suceder aparte de su permiso soberano, entonces lo que sucediese frustraría su soberanía. Si Dios rehusara permitir que algo sucediera y sucediese a pesar de todo, entonces cualquiera que fuese lo que lo hizo suceder, tendría más autoridad y poder que Dios mismo. Si hay alguna parte de la creación fuera de la soberanía de Dios, entonces Dios simplemente no es soberano. Si Dios no es soberano, entonces Dios no es Dios.

Si hay una sola molécula en este universo que esté suelta y totalmente libre de la soberanía de Dios, entonces no tenemos garantía de que ni una sola promesa de Dios se cumpla jamás. Quizá esa molécula indómita destruya los grandes y gloriosos planes que Dios ha hecho y nos ha prometido. Como un grano de arena en el riñón de Oliver Cromwell cambió el curso de la historia de Inglaterra, así nuestra indómita molécula podría cambiar el curso de toda la historia de la redención. Es posible que una molécula sea lo que impida a Cristo regresar.