Escritor profesional - Edgardo Scott - E-Book

Escritor profesional E-Book

Edgardo Scott

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Beschreibung

El escritor profesional se muestra en redes, opina sobre los temas de su tiempo, declara en contra de las injusticias pero nunca pone en jaque la raíz del problema, la crítica es vacía y calculada. Lo suficiente para evitar que lo acusen de superficial cuando postea su selfie. Es joven, bueno no tanto, lo justo para mostrar que rompe con la tradición. No lee, no tiene tiempo para esas cosas, no recomienda a sus contemporáneos. Seamos positivos, tiene agente. Ser artista o poeta (hubo un tiempo no tan lejano en que el escritor de "narrativa" también aspiraba a que en sus páginas hubiera arte o poesía) es una operación, no se trata de una esencia o un bien. La identidad del artista o poeta es un disfraz que el sujeto se pone durante el tiempo que dura esa gracia, ese juego, ese hallazgo o, si se quiere, menos romántica y más precisamente, esa práctica. Aunque ese tiempo, por supuesto, incluya un "trabajo artístico", aunque ese tiempo tenga las limitaciones del artista o el poeta mismo.

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Acerca de Edgardo Scott

Edgardo Scott (1978) nació en Lanús, provincia de Buenos Aires. Fue fundador e integrante del Grupo Alejandría, grupo que hacia 2005 inició el movimiento de ciclos de lectura pública de narrativa en Buenos Aires.

Ha publicado cuentos, Los refugios (2010), Cassette virgen (2021), ensayos, Caminantes (2017), Por qué escuchamos a Stevie Wonder (2020), Contacto. Un collage de los gestos perdidos (2021), y novelas, El exceso (2012), Luto (2017). Sus libros aparecen en España, Francia e Italia. Es traductor y crítico literario.

Página de legales

Scott, Edgardo / Escritor profesional / Edgardo Scott. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : EGodot Argentina, 2023. Libro digital, Otros

Archivo Digital: descarga y onlineISBN 978-987-8928-98-2

1. Literatura Argentina. 2. Crítica de la Literatura Argentina. I. Título.

CDD 860.9982

ISBN edición impresa: 978-987-8928-89-0

Corrección Federico Juega SicardiDiseño de tapa e interiores Víctor MalumiánIlustración de Rodolfo Walsh Max Amici

© Ediciones Godotwww.edicionesgodot.com.ar [email protected]/EdicionesGodotTwitter.com/EdicionesGodotInstagram.com/EdicionesGodotYouTube.com/EdicionesGodot

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina, en agosto de 2023

Escritor profesional

Edgardo Scott

Índice

Avant-propos

El escritor profesional argentino y la tradición

Resumen y test de diez puntos claves para reconocer a un EP

¿Cómo se combate al EP?

Nota al pie

Visibilidad

Literatura y corrección política

Notas sobre la lectura y la crítica literaria

Literatura y trabajo

Literatura y trabajo II

Contra los escritores

Agradecimientos

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Hitos

Cover

Página de copyright

Página de título

Índice de contenido

Dedicatoria

Contenido principal

Agradecimientos

Colofón

Notas al pie

Dedicatoria

A Víctor Malumián

Avant-propos

“La crítica debería ser una conversación informal”.

W. H. A

UDEN

ESTE LIBRO IBA A ser otro libro. A veces pasa. La ilusión de poseer y, más aún, de controlar o administrar la escritura es obcecada, contumaz. Yo pensaba escribir un libro de crítica literaria que incluyera algunos de los tópicos principales de la literatura argentina en estos primeros veinte años del siglo XXI; así fui escribiendo, reuniendo y presupuestando artículos, anoté un índice, desplegué la bibliografía, empecé a corregir algunos textos y a descartar otros, a lo largo de un tiempo ancho y sin urgencia. Pero un día que estaba de malhumor, y que por algún motivo también estaba molesto con lo que podríamos llamar “el campo literario”, nuestro campo literario, me escribieron de la revista Desconocida para pedirme un texto que respondiera un poco a la legendaria pregunta: ¿qué era la escritura para mí? Respondí escribiendo de un tirón el artículo que cierra este libro y que lo titulé entonces con mi estado de ánimo: “Contra los escritores”. Había cumplido 40 años, había tenido un hijo, estrenaba poco más de un año viviendo en Francia, me había vuelto, en más de un sentido, un extranjero, y me acordé de aquella conferencia genial de Gombrowicz donde arremete contra los poetas, pero en realidad donde arremete contra la impostura y las poses, contra las miserias e ignorancias de un ámbito “cultural” cristalizado y decadente.

Ese artículo fue como una punta de lanza, despejó una brecha por donde quería seguir, quizá hasta me dio un tono medio zumbón, bastante asertivo y hasta arbitrario que es también el tono de la diatriba y la polémica en nuestra tradición. En el libro que no fue, yo quería resumir veinte años de literatura argentina, de 2000 a 2020, elegir los textos que me parecían clave, señalar algunos cambios de la “escena literaria”, años que coincidían con el inicio del siglo, pero que además eran los años donde todo había empezado para mí. En este libro también, pero sobre todo, hay una mirada del presente —y acaso conjetural, temida y siempre acechando, una mirada del futuro más próximo—.

La violencia cínica, las camaleónicas tensiones —ideológicas, económicas, tecnológicas, políticas— a las que despertamos cada día y que con la pandemia alcanzaron un punto inédito son las cuerdas tirantes de este cuadrilátero donde sucede el combate que también incluye, por suerte, a la literatura. Porque, como la película de Zeppelin, la literatura sigue siendo la misma, me digo. ¿Sí? ¿Seguirá siendo la misma? Eso quisiera. La que no es la misma es la época. La que no es la misma es la industria. El que no es el mismo es el discurso literario. El que no es el mismo soy yo.

Avant-propos, en francés, es prólogo. O prefacio. Pero cuando se vive en otra lengua hay giros y palabras que se empiezan a adoptar e incorporar a condición de otorgarles matices propios, una caprichosa y hasta personal etimología. Entonces avant-propos a mí me suena literal, me suena a “antes de cualquier propósito”. Y ese giro me gusta como aviso antes de que venga todo lo demás. El libro que no fue tenía un propósito, una intención previa; este la encontró después, y aunque los textos siempre surgieron de algún momento, de alguna circunstancia, de alguna emergencia, incluso, en esa emergencia, yo me veía escribiendo una suerte de “Carta a un joven poeta”, por supuesto criolla, algo escéptica, bufa y digital. Puede sonar cursi o arrogante; me da lo mismo; es sincero. Siempre pensé no en alguien joven que empieza a escribir, sino en alguien joven que quiere empezar a publicar y que se acerca, entonces, sabiéndolo o no, a la industria. La industria literaria, el campo literario y, por ende, la industria cultural, el campo cultural.

En cualquier caso, lo lamento por ti, joven poeta, joven escritor o escritora, si nunca pude ser tu Rilke y, sobre todo, si no pude guardarme lo que voy a decirte. Pero, “antes de cualquier propósito”, este libro es un gesto de amistad.

EDGARDO SCOTT, abril de 2023

El escritor profesional argentino y la tradición

“Are you only being nice because you want something?”. T

HOM

Y

ORKE

,

The Eraser

“Dime cómo te consagras y te diré quién has sido siempre”. E

ZEQUIEL

A

LEMIÁN

,

Impresiones

EL/LA ESCRITOR/A PROFESIONAL1 (DE AQUÍ EN adelante EP) tiene agente. Si no tenés agente, nunca serás un EP. Si lo tenés, diste un gran paso, tal vez el paso más importante para convertirte en EP. Pero todavía no es suficiente. Aún podés estar ahí por error, sugestión, confusión, malentendido o, mucho peor, estar en esa agencia donde otros EP brillan, pero vos no, vos sos cola de león. Y un EP auténtico nunca quiere ser cola de león. Pero no lo dudes: salvo excepciones, detrás de todo autor que suena en la radio hay un agente literario o, en verdad, una agencia literaria. Una empresa que se ocupa de representar y vender a cambio de un porcentaje (15 o 20%, en general, a veces más) los derechos de los libros que el EP escribe o, mejor, produce.

El EP lee poco y mal. Siendo estrictos, habría que decir que el EP no lee. Acaso por eso hay una notable ausencia de ensayo crítico entre los escritores de ficción de mi generación y, al parecer, de la que sigue. Es que la lectura exige una disponibilidad, una generosidad, una paciencia y una falta de garantías que el EP no posee. Como dice Pascal Quignard: “Leer es vagar, hay en la lectura una espera que no busca un resultado; aquellos que son frágiles o que quieren saber a cualquier precio adónde van, no deben leer”. Y al EP el precio le importa. Time is money, advirtió Franklin. Entonces el EP lee las primeras tres páginas, un poco de la contratapa, la solapa, las dedicatorias y los agradecimientos —si el libro los tuviere, así se entera de cosas—. El EP lee un libro como los accionistas el devenir de una empresa en la Bolsa. Por eso el EP, si bien no lee literatura, es el gran lector —vector— del hipertexto político de nuestro campo literario. En eso sí es diestro. Tiene los mejores reflejos para acomodarse en la selfie o en la mesa del after de la presentación o festival.

El EP es joven; lo lamento por vos si no lo sos. Hace algunos años, el New York Times publicó un artículo con la pregunta cínica y sincera a la vez: “How Old Can a Young Writer Be?” (¿Cuán mayor puede ser un joven escritor?). En ese caso, la respuesta era: menos de 40 (así de paso citaban y promocionaban a los autores que entraban en esa franja). No es casualidad. La famosa lista de Bogotá 39 y el Hay Festival también hacen ese corte. Pero ¿eran jóvenes escritores los clásicos, los grandes, cuando escribieron sus mejores libros y, a veces, su obra entera? ¿Era joven Tolstói cuando empezó Guerra y paz a los 34? Faulkner publicó El ruido y la furia a los 32; Joyce escribió Los muertos a los 25; Nathalie Sarraute, a los 39 sus Tropismos; Kafka escribió toda su milagrosa obra inédita antes de los 41 años; Katherine Mansfield, antes de los 34, y Sylvia Plath, antes de los 31. Ok, dejemos a los monstruos universales y vayamos a los nuestros. Saer publicó Cicatrices, tal vez su mejor novela, a los 32; Gustavo Ferreyra publicó El amparo a los 31; Irene Gruss ya tenía dos libros de poesía para sus 37; Eduardo Gutiérrez nos dejó el Juan Moreira y tanto más antes de los 38, y Roberto Arlt hizo toda su obra antes de los 42. Pizarnik, antes de los 36. “El problema quizá —dice la nota— es que la definición de ‘escritor joven’ les debe menos a las consideraciones literarias que a la intersección de categorías de marketing y sociología, que enturbian nuestra comprensión de cómo una ficción verdaderamente duradera y original llega a ser escrita. Y para peor, amenaza con infantilizar a nuestros escritores…”. Infantilizar a nuestros escritores, eso suena a psicología barata. No, la estafa a la que el EP se presta, por supuesto, es tan elemental como global e incluye no tantas variables: el famoso y promocionado crecimiento de la expectativa de vida y la consecuente extensión de aquel tiempo que sería la “juventud”; la yuxtaposición equívoca de lo nuevo, lo novedoso y lo innovador con lo joven; la obsolescencia vertiginosa que viene de los productos tecnológicos y contagia a los productos culturales (el libro y los autores en sí); por último —a la vez y según el caso—, la disculpa de que esos libros que el EP publica en su treintena son los primeros libros de una obra magna por venir, pero, si los libros se anuncian buenos, el bonus de que han sido escritos siendo el autor tan joven. Escribe David Viñas en Literatura y realidad política: “Murena, en ese momento, es visto y valorizado no solo como ‘la joven promesa’ sino como el escritor estrella, figura de marketing poco conocida entonces, y que después proliferará con rasgos cada vez más espectacularmente triviales”. Más que profética, la observación retroactiva de Viñas es de una vigencia sin atenuantes.

El EP es progresista (de un progresismo ubicuo y crossover) y demagógico (de una demagogia directa, prepotente, sin matices). Todas las causas aparentemente sensatas que la época todavía no adoptó, pero “debería” adoptar, el EP las tuitea y agita, o las postea en su muro. Incluso las “ficcionaliza”. Tiene sus antenitas cimbrando en la época. No obstante, y a pesar de ser escritor, prefiere una foto de Instagram a un texto para manifestar su opinión; o un eslogan en vez de un ensayo, una crónica o un artículo. El EP escribe poco, pero tuitea y postea mucho. O calla, por supuesto, si es lo que le conviene. En otra variante, el EP es de un malditismo oportuno y angelical y se burla de esas mismas causas, también tuiteando o posteando en su muro. Lo cierto es que el EP nunca morderá la mano de su amo —y de ningún amo—. Qué digo morder; nunca siquiera discutirá la voluntad de su amo. Y, si el progresismo del EP es cargoso e inofensivo, su insolencia es de juguete. De una u otra manera —policía bueno, policía malo—, nunca tocará, nunca comprometerá verdaderos intereses. El EP no posee ninguna gravitación política, aunque su política, su posición y sus modos de relación sean la convención de nuestro campo.

El EP no lee poesía.

El EP es exitoso. El éxito es su cáliz y su alimento. ¿Qué es el éxito? En este siglo digital y financiero, se diría que el éxito es el goce imaginario más intenso, la forma omnipresente de correspondencia de una o varias imágenes acordes a la ideología y al discurso del marketing bio y liberal que rige a este mundo. La imagen más deseada para la venta, la imagen más deseada para la compra. ¿Compra y venta de qué? De imágenes e imaginarios a consumir. Biopolítica tomo uno. O como dice Flavio Lo Presti: “Hoy leer, escribir, editar es cool”. Un EP quiere dar una muy visible imagen a consumir —a descargar, a comprar, a vender, a difundir— que se multiplique al infinito y que sea su renta. Más fácil y en criollo: para un EP, el éxito es que le vaya bien. ¿Esto qué incluye? Enumerar con languidez sus traducciones, sus invitaciones a festivales, sus colaboraciones con revistas prestigiosas e internacionales, y cobrar, por supuesto, y siempre, por cada una de sus participaciones. Por lo tanto, la cruz, la kryptonita del EP es el fracaso. En verdad, un tipo particular de fracaso, un fracaso nada épico: el fracaso como omisión, como ninguneo. ¿Ese quién es? No lo conozco, nunca lo vi. No tiene el pase VIP. Quedarse afuera de la fiesta, no ser invitado a la fiesta (al festival, a la feria, al congreso). No es que no te lean o no te editen: no saben quién sos, ni siquiera te responden el mail. Un auténtico EP siente el águila de Prometeo sobre sus tripas si escucha decir acerca de él o de ella: “No la leí, no lo leí, no sé quién es”. A fin de cuentas, el genio de Henry James acertaba cuando en su cuento “El mejor de los lugares” ya decía:

—¿Problemas, penas, dudas?

—Oh, no… ¡peor que eso!

—¿Peor?

—Éxito… ¡del tipo más vulgar! —ahora lo mencionaba como si fuera divertido.

—Ah, ¡lo conozco! En el futuro, como van las cosas, nadie va a ser capaz de resistir el éxito.

El EP es vago. Es decir, el EP solo quiere trabajar “con” su arte o “a partir” de su arte, entiende que su destino es ser artista, en nuestro caso, escritor. Y sufre y desprecia la posibilidad de trabajar de alguna otra cosa, más próxima o más lejana a su métier. Se considera, en el súmmum del compromiso, un “trabajador de la palabra”, pero solo quiere trabajar —y poco— su palabra, con sus palabras. Asimismo, las coordenadas —horario, lugar, remuneración, obstáculos y beneficios— de ese “trabajo” siempre deben ser muy confortables. Por eso el EP no imagina otra manera de moverse en la ciudad (propia o ajena) que el taxi (a menos que, claro, hoy porte una bicicleta plegable). Al EP le disgusta o directamente se “estresa” si hay muchas condiciones para una colaboración: seguir una consigna, límite de caracteres, texto inédito, enviar una factura, leer de una plataforma o aplicación. Ni hablar de los tiempos o condiciones de su “creación”, de su “trabajo creativo”, de su Obra, la cual está absolutamente sacralizada. En verdad, lo que el EP querría es publicar el mismo prodigioso primer capítulo de su legendaria primera novela eternamente, y cobrar y cobrar por eso. O ser invitado a coloquios en su nombre o entrevistas públicas donde no tenga que preparar nada. Anhela ese tipo de monetización mítica que tienen las reproducciones de una canción en Spotify o un video en YouTube, donde lloverían las ofertas de publicidad y los dólares en proporción a las reproducciones. “Un manuscrito —dice un EP francés en una entrevista— puede llevar años antes de estar listo para publicarse. Este tiempo y este trabajo están poco reconocidos en la mayoría de los casos, y nosotros queremos que eso cambie”.

El EP se ampara en un eslogan con buena prensa: “Hago lo que me gusta”. O: “Vivo de lo que me gusta hacer”, dice mientras se acomoda el pelo o se toca el mentón o la barba, con un suspiro de larga tilinguería porteña (y también federal). “Hago lo que me gusta”, repite, como Pomelo, como una anacrónica estrella de rock. Está convencido —lo han convencido y se ha convencido rápido— de que eso está bien, que es lógico, que estaba escrito en las estrellas, que es lo que corresponde, e incluso el EP llega a pensar que es lo que merece. Una rutilante EP dijo hace poco: “Comprar tiempo barato para escribir” (léase, hacer lo que me gusta). Nadie cuestiona eso, y menos el EP, que lo reivindica. Hasta puede creerlo un derecho. Omite el EP, una vez más, toda una serie de tensiones sociales, discusiones y problemas históricos, artísticos y no artísticos, sobre todo políticos. Laiseca escribiendo Los Sorias antes de entrar o después de salir de trabajar en Entel o de peón de limpieza; Fogwill dilapidando lo que ganaba con su agencia de publicidad en escribir y editar libros de poesía. Hebe Uhart como maestra primaria y después dando clases de filosofía y talleres de